Los caldeos formaban parte de una tribu semítica que tuvo sus principios u orígenes
en lo árabe y estuvo ubicada en la Mesopotamia. Más precisamente su asentamiento principal
era en la parte meridional durante el período anterior a la era común, previo al primer milenio. Si bien no se ha determinado con precisión, los estudios lingüísticos han establecido que estuvieron fuertemente enlazados a los arameos. De todas formas, su ubicación espacial en el territorio estaba más hacia el sur que estos arameos ya que ellos se ubicaban en la zona que comprendía Siria y Mesopotamia superior. Los caldeos se caracterizaron por conformar una fuerte resistencia hacia el reino de los asirios, sobre todo durante el período de la hegemonía y dominación de los asirios de Babilonia. Luego de resistir valientemente durante una etapa de la historia los hechos se fueron dando para que Babilonia restableciera su independencia en plena dinastía caldea. Fue así que cuando Babilonia es conquistada por los persas, los caldeos ya no están como una tribu independiente y pasan a formar parte de la sociedad de Babilonia. Algunos autores romanos han señalado a los caldeos como los astrólogos y los matemáticos de Babilonia. Esto señala que su papel y rol en la sociedad babilónica era destacado e importante. Más adelante, durante la época moderna el nombre de los caldeos ha seguido figurando pero más para denominar otro tipo de figuras sociales como por ejemplo a los católicos romanos de Mesopotamia de los llamaba caldeos.
En cuanto a los reyes de la dinastía caldea tenemos en lo largo de la historia a
importantes figuras y personajes como Nabopalasar que reinó desde el año 626 s.C. hasta el 605 a.C. Posteriormente aparece el conocido Nabucodonosor II que reina desde el año 605 a.C. hasta el 562 a.C. La historia señala que la dinastía continúa con el reinado de Amel – Marduk por dos años, en el 562 a.C. y hasta el año 560 a.C. Lo sucede Neriglissar a partir del 560 a.C. llegando a reinar hasta el año 556 a.C. Labashi – Marduk a partir del 556 a.C. y Nabonido del 556 hasta el 562 a.C. configuran todo el reinado de esta dinastía caldea. Asurbanipal, que había dominado sobre Egipto brevemente, había muerto en el 625 a. C., y por primera vez en siglo y cuarto, Asiria careció de un rey fuerte. Babilonia, aún invicta y rebelde, halló su oportunidad. La ciudad de Babilonia y la región circundante estaba bajo el control de los caldeos, tribu semítica que había penetrado en la zona hacia el año 1000 a. C. En el último año del reinado de Asurbanipal, el príncipe caldeo Nabopolasar gobernó Babilonia como virrey asirio. Lo mismo que Psamético, se decidió a tomar la iniciativa por su cuenta cuando vio que el poderío asirio había declinado lo suficiente como para hacerlo sin peligro y, también como Psamético, buscó aliados en el exterior. Nabopolasar los halló entre los medos. Se trataba de un pueblo de lengua indoeuropeas, establecido en una región al este de Asiria en el 850 a. C., cuando Asiria estaba en los comienzos de su imperio. Durante el apogeo de Asiria, Media le fue tributaria. En la época en que murió Asurbanipal, sin embargo, un jefe medo llamado Ciaxares había logrado unir a cierto número de tribus bajo su mando y formar un fuerte reino. Fue con Ciaxares con quien Nabopolasar concluyó su alianza. Asiria, bloqueada, se vio enfrentada a los medos por el este, y a los babilonios por el sur. Los ejércitos asirios reaccionaron atacando, pero su fuerza, gastada pródigamente a lo largo de los siglos, sin apenas una pausa, había desaparecido. Asiria se resquebrajó, se arruinó y acabó
derrumbándose sobre sí misma.
En el 612 a. C., Nínive, capital de Asiria, fue conquistada, y un grito de alegría se elevó de los pueblos sometidos que tanto habían sufrido bajo su dominio. (Entre los gritos de triunfo no fue el menos importante el de un profeta de Judea llamado Nahum, cuyo jubiloso poema aparece en la Biblia). Sólo dos años después de este trascendental acontecimiento, Necao I (llamado como su abuelo) sucedió a su padre en el trono egipcio. Necao se encontró con una situación difícil. Una Asiria débil era lo ideal para Egipto. Pero que ésta hubiera sido sustituida por potencias nuevas, vigorosas y sedientas de imperio, podía resultar nefasto. Pese a esto, Necao pensó que no todo se había perdido. Incluso después de la caída de Nínive, fragmentos del ejército asirio se habían refugiado en Harrán, a 225 millas al oeste de Nínive, logrando resistir durante varios años. Necao decidió hacer algo al respecto. Podía atacar la costa oriental del Mediterráneo, siguiendo las rutas del gran Tutmosis III. Se trataba, a su modo de ver, de una política doblemente acertada, pues aunque no tenía tiempo para socorrer a Harrán, al menos podía proteger la costa oriental del Mediterráneo y contener a los caldeos —esos nuevos creadores de imperios— a una considerable distancia de Egipto. En el camino de Necao, sin embargo, se encontraba el pequeño Estado de Judá. Habían transcurrido ya cuatro siglos desde que David instaurase su breve imperio, y lo que quedaba de él, Judá, subsistía aún, gobernado por Josías, descendiente de David. Judá había sobrevivido a la caída del reino septentrional de Israel, había resistido a las tropas de Senaquerib y, en verdad, se las arregló para sobrevivir a Asiria. Y ahora se enfrentaba a Necao. Josías de Judá no podía permitir el paso de Necao sin oponérsele. Si Necao resultaba victorioso le sería fácil dominar Judá; si resultaba derrotado, los caldeos bajarían hacia el sur en busca de venganza contra Judá, por haber dejado pasar a los egipcios. Por ende, Josías preparó a su pequeño ejército. Necao habría preferido no perder tiempo en Judá, pero no tenía elección. En el 608 a. C, Necao se enfrentó a Josías en Megiddo, en el mismo lugar en que Tutmosis III había derrotado a la coalición de príncipes cananeos casi quince siglos antes. La historia se repitió ahora. Los egipcios resultaron vencedores de nuevo, y el rey de Judá fue muerto. Por primera vez en seis siglos, el poder egipcio dominaba en Siria. Sin embargo, también los caldeos hacían progresos. Por entonces controlaban ya toda la región del Tigris-Eúfrates. Nabopolasar era viejo y estaba enfermo, pero tenía un hijo llamado Nabucodonosor, muy hábil, que condujo a los ejércitos caldeos hacia el oeste. Josías había sido derrotado y muerto por Necao, pero había retrasado la marcha del ejército egipcio el tiempo justo para que Nabucodonosor pudiera llegar hasta Harrán y ponerle sitio. En el 606 a. C., tomó la ciudad, y los últimos restos del poderío asirio se desvanecieron. Y Asiria desapareció de la Historia. Esto dejaba a caldeos y a egipcios frente a frente. Se encontraron en Karkemish, allí donde en cierta ocasión Tutmosis I erigiera un cipo para conmemorar la primera vez que los ejércitos egipcios llegaron a orillas del Eufrates. Si la señal conservaba algún poder mágico en la posterioridad, éste, sin embargo, no revirtió en favor de Egipto. Necao podía derrotar al exiguo ejército de Judá, pero las poderosas huestes de Nabucodonosor eran harina de otro costal. Los egipcios fueron aplastados, y Necao salió de Asia tambaleándose y algo más deprisa que cuando había entrado. El sueño de Necao de restaurar el poder imperial de Egipto duró apenas dos años, y nunca más volvería a intentarlo. En realidad Nabucodonosor, militar realmente vigoroso, pudo haber perseguido a Necao hasta Egipto y haber ocupado el país si Nabopolasar no hubiese muerto en ese momento, y Nabucodonosor no hubiese tenido que volver a Babilonia para asegurarse la sucesión. Relativamente en paz, gracias a este afortunado evento, Necao tuvo oportunidad de madurar planes en beneficio de la economía egipcia. Su principal interés se centró en las vías navegables. Egipto era el país de un río de cientos de canales, pero también limitaba con dos mares, el Mediterráneo y el Rojo. A lo largo de las orillas de ambos, los navíos egipcios se habían aventurado con preocupación durante dos mil años o más, hasta Fenicia en el primer caso, y hasta Punt en el segundo. De vez en cuando los monarcas egipcios habían pensado en la conveniencia de que se excavase un canal desde el Nilo al mar Rojo. De este modo, el comercio podría extenderse de mar a mar, y los barcos podrían ir de Fenicia a Punt directamente. En los primeros tiempos de la historia egipcia la región entre el Nilo y el mar Rojo era menos seca de lo que sería luego, y en los confines del Sinaí había algunos lagos que ahora no existen. Es probable que en los Imperios Antiguos y Medio existiese algún tipo de canal, que utilizaba estos lagos, pero que requeriría cuidados constantes y que, cuando Egipto atravesó épocas de agitación, quedó obstruido y desapareció. Su recuperación, además, debido a la creciente aridez del clima, se fue haciendo progresivamente más difícil. Ya Ramsés II había considerado su reconstrucción, pero sin llegar a nada, quizá porque gastó demasiadas energías disparatadamente en la construcción de estatuas en su honor. También Necao soñó con ello, pero fracasó, quizá porque su aventura asiática le había restado fuerzas. Sin embargo, parece ser que Necao tenía otra idea. Si los mares Mediterráneo y Rojo no podían ser conectados mediante un canal artificial, quizá pudiesen serlo por su vía natural, la del mar. Según Heródoto, Necao decidió descubrir si se podía ir del Mediterráneo al mar Rojo circunnavegando África. Con este fin contrató a navegantes fenicios (los mejores del mundo), obteniendo el éxito deseado, con un viaje que duró tres años. O, al menos, esto es lo que cuenta Heródoto. Con todo, aunque Heródoto transmite esta historia, afirma rotundamente que no la cree. Y las razones de este escepticismo son que, según los informes, los marinos fenicios creyeron haber visto el sol de mediodía al norte del cenit, al cruzar por el extremo sur de África. Heródoto dice que esto es imposible, ya que en todas las regiones conocidas del mundo, es sol queda al sur del cenit al mediodía. El desconocimiento de Heródoto de la forma de la Tierra lo condujo a conclusiones erróneas. Está claro que en la zona templada septentrional el sol de mediodía se halla siempre al sur del cenit. Sin embargo, en la zona templada meridional el sol está siempre al norte del cenit. En verdad, la extremidad meridional de África se halla en la zona templada del sur. El hecho de que los marinos fenicios informasen sobre la posición norte del sol de mediodía, lo que es algo que parecía poco probable a la luz del "sentido común", es una prueba evidente de que habían presenciado el fenómeno realmente, y de que, por consiguiente, habían circunnavegado África. En otras palabras, no es probable que hubiesen contado una mentira tan burda si no hubiese sido verdad. Con todo, la circunnavegación, si bien tuvo éxito como aventura, fue un fracaso en cuanto a proporcionar información sobre las posibilidades de nuevas rutas comerciales. La duración del viaje fue demasiado larga. Por cierto, hasta dos mil años después no fue posible llevar a cabo el viaje alrededor de África. Parte meridional de la cuenca del Eufrates y el Tigris, en Asia. En su acepción más lata, la voz Caldea es sinónima de Babilonia; pero, con toda propiedad, sólo debe llamarse Caldea a la zona extrema S0. de aquella cuenca, próxima a los desiertos de la Arabia. Sus primitivos habitantes, los caldeos, que dieron nombre a la comarca, los Chasdim del Antiguo Testamento, pertenecían a dos razas: unos eran camitas, de la rama de Cus; otros, los más importantes, turaníes. La existencia de una antigua civilización turaní y de pueblos de esta raza en la Caldea es uno de los hechos más nuevos e inesperados que revelaron las inscripciones cuneiformes y el estudio de los monumentos originales del mundo caldeo-asirio; eran los pueblos llamados Sumir en los documentos asirios y babilonios. Pero había además gentes de otras razas, tales como los Tarequitas, o descendientes de Heber y de Taré, que habitaban alrededor de la ciudad de Ur, y pertenecían a la raza de Sem. Los caldeos propiamente dichos eran los sumir o turaníes, que se impusieron a los otros dos elementos de la población, cusitas y semitas. Desde un principio se les ve establecidos entre los Accad o cusitas, pues ya en tiempo de Abraham la ciudad de Ur se llamaba Ur de los Caldeos, y aun antes también figuran en contacto con los semitas, pues la tribu semítica, de que eran oriundos los hebreos, se denominó Arfaxad, que significa limítrofe del Caldeo. Pero la patria de los caldeos estaba más al N., pues se cree que vinieron de las montañas que hay al N. E. de la Mesopotamia, donde los geógrafos clásicos sitúan poblaciones llamadas Chaldaei, Carduchi o Gorduaei, y viven hoy tribus kurdas. El predominio de los caldeos sobre los demás pueblos se debió al arte que tuvieron de asimilarse completamente con aquéllos, adoptando su lengua y su cultura, que amalgamaron con las suyas, pero conservando a la vez su propio idioma y constituyendo una especie de aristocracia o raza superior a las demás. Parece que en un principio formáronse varios pequeños estados, de los que llegaron a predominar cuatro, representados por las cuatro ciudades confederadas, a saber: Babilonia, Erex u Orcoe, la Uarkah de hoy, sita en la orilla izquierda del Eufrates, 40 leguas al S. de Babilonia; Accad, el centro primitivo de las tribus de este nombre, llamado también Nipur, que se hallaba en medio de la Caldea propiamente dicha y a orillas del famoso Canal Real, y Xalané o Ur, palabra caldea que significa la ciudad por excelencia, cuyas ruinas llevan hoy el nombre de Mugueir y están cerca de la primera confluencia del Tigris y el Eufrates, en la orilla derecha. La historia de Caldea empieza sólo, en realidad, desde que todas las tribus y ciudades se unieron, formando un estado la Caldea y la Babilonia con el nombre de primer Imperio caldeo o caldeo-babilónico, cuyos reyes alternativamente residían en cada una de las cuatro ciudades citadas. Desde este momento, la historia de Caldea es la historia de Babilonia. V. BABILONIA. Expuestos, al hablar de la Asiria, los principios religiosos de los sabios caldeos que hubieron de informar las creencias de la cultura caldeo-asiria, sólo es pertinente en este lugar decir algo del fundamento astrológico de aquella religión. Decían los sabios sacerdotes caldeos que cierto día el dios Oannés salió del Mar Erytreo, bajo forma de hombre, con cola de pez, y les enseñó la astronomía. Según Diodoro de Sicilia, por mucho tiempo nadie conoció mejor que los caldeos las influencias de ciertos fenómenos y la ciencia del porvenir. Lo más esencial de su doctrina se refiere a los movimientos de los cinco planetas que llamaban intérpretes, de los cuales el más importante era Helios (Sol). Sabían observar la salida y ocaso de los astros y su color, deduciendo de sus observaciones los cambios atmosféricos y meteorológicos, las ventiscas, las lluvias, el calor, la aparición de cometas, los eclipses de sol y de luna, los temblores de tierra, etc.: todo esto sabían predecir aquellos astrólogos. Junto a los cinco planetas colocaban hasta treinta astros llamados dioses consejeros, de los cuales la mitad habitaban sobre la tierra y la otra mitad debajo, para atender equitativamente a las cosas celestes y humanas. Se contaban después doce señores de los dioses, cada uno de los cuales presidía en un mes y a un signo del zodíaco. Creían que la luna estaba más cerca de la Tierra por razón de su peso, y que ejecutaba sus revoluciones en menos tiempo que el Sol porque describía un círculo más pequeño. Sostenían que la Tierra estaba excavada en forma de barco. El cómputo que habían hecho del tiempo, hasta la venida de Alejandro, comprendía cuatrocientos setenta y tres mil años, según Diodoro, y cuatrocientos ochenta y ocho mil según Plinio y Cicerón; pero la moderna crítica desconfía de la exactitud de estas cifras. En cada ciudad de Caldea y Asiria había uno o más Observatorios en forma de torre o de pirámides escalonadas, llamadas en los textos zigurat. Los sacerdotes caldeos, o magos, practicaban las ciencias ocultas: había dos clases de magia, la magia blanca, que formaba parte del culto, para la cual se comunicaban los magos con los espíritus superiores, y la magia negra, condenada por la religión, hecha por los hechiceros, que explotaban las malas pasiones. La moderna crítica asigna a los monumentos más antiguos hallados en la Mesopotamia una edad de cuarenta siglos antes de nuestra era. Hasta hace poco sólo se conocía la civilización caldea por lo que de ella nos decían las leyendas mitológicas y las tradiciones históricas. El ilustre arqueólogo francés M. de Longperier presintió hace tiempo el arte caldeo, al examinar una figura de marfil del Museo del Louvre, y recientemente ha venido a comprobarse la exactitud de su presunción por los importantes descubrimientos efectuados por M. Charzec en Tell-Loh consistentes en estatuas y bajos relieves que llevan, en caracteres cuneiformes, el nombre del rey Gudea, hijo y tributario de Dungi, rey de Ur e hijo de Likbagas. Las indicadas inscripciones indican también que la comarca explorada por Charzec es donde estuvo la ciudad de Sergulla. Los monumentos de allí exhumados se ven hoy en los Museos Louvre y Británico. Entre las esculturas deben mencionarse una estatua de piedra de labra rudimentaria, que representa una diosa, y otra que parece representar un magistrado de la corte de Gudea; estas estatuas están en el Museo Británico; las del Louvre están en su mayoría sentadas y tienen las manos enlazadas de un modo especial, que se observa también en las figuras asirias: visten un manto o chal con menudo fleco que va ceñido y deja descubierto el hombro y brazo de un lado; están finamente modeladas en piedra negra; la musculatura está acentuada con tanto vigor como sobriedad, y las manos, las falanges y los dedos están minuciosamente estudiados. A casi todas estas estatuas les falta la cabeza y, por las que se han hallado, se ve que los caldeos del tiempo de Gudea llevaban afeitados la cabeza y el rostro como los egipcios. Es de notar la semejanza de factura y de interpretación del natural que se observa entre las esculturas caldeas y las egipcias de la dinastía XII. Una de las estatuas sentadas del Louvre es la de un arquitecto que tiene sobre las piernas una tablilla en que está trazada la planta de un edilicio. Con estas estatuas se han encontrado figuritas de bronce, ladrillos, vasos de barro y otros objetos.