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Angustia en Lacan (Sobre El Seminario, Libro X)

Alain Badiou

Traducción y establecimiento al español: A. Arozamena


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Jacques Lacan, Le séminaire, Livre X, L'Angoisse, Texte établi par Jacques-Alain


Miller, Seuil, 2004.

Llamo a los seminarios de Lacan de entre 1953 y 1964 (Seminarios 1 a 11) “clásicos”,
de 1964 a 1973 (Seminarios 12 a 20) “románticos”, de 1973 a 1980 (Seminarios 21 a
26) “trágicos”. De la elegancia del bien decir al estupor de los nudos por la verticalidad
de lo real.
En ellos se verá que La Angustia, décimo de los seminarios, del que Jacques Alain
Miller acaba de darnos una transcripción singularmente transparente, es una de las
cumbres del arte lacaniano clásico.
Así pues, no es para asombrarse el que uno de sus motivos sea el, muy pascaliano,
de la sencillez. Se puede incluso decir que en este seminario es a ella, a la sencillez, a la
que Lacan dedica su palabra: “No hay enseñanza que no sea el referente de lo que yo
llamaría un ideal de sencillez”.
El caso es que ningún sujeto sale a la luz sino es introducido, a luz de este día, de
cualquier día, por “el significante más simple, aquel que se llama el rasgo unario”. Y en
efecto, se constata en cada página que el arte de Lacan, en este año 1962/63 está
constantemente bajo el signo, a la vez discreto y luminoso, de este rasgo. Bien mirado,
la angustia, significada canónicamente como afecto, no está menos al servicio de las
Luces. Luz co-presente en este aparente intraducible que es el famoso unheimlich de
Freud –más “inhabitado” que “inhabitual”, comenta Lacan-, esta “extraneidad”, ese
imposible-de(a)-decir, que, surgiendo en el mundo, atestigua en él, según el afecto de
angustia, una especie de incorruptibilidad de lo real. De tal modo que “la verdadera
sustancia de la angustia, es el lo que no engaña [o lo que no se equivoca: ce qui ne
trompe pas], lo fuera de duda”.
La tesis axial del seminario arruina la convicción establecida según la cual la
angustia es “sin objeto”, correlacionada con el vacío de la experiencia, medianera de la
sola pérdida, donde se aparean el duelo y la melancolía. No, nos dice Lacan. La angustia
tiene claramente un objeto, es “vor etwas”, frente a cualquier cosa. ¿Qué? Pues bien: lo
real. Tal cual: “De lo real, de un mundo irreductible bajo el cual ese real se presenta en
la experiencia, tal es aquello de lo que la angustia es la señal.”.
De ahí, se infieren mil consecuencias, todas ellas con la forma de un claro.
La primera concierne a la ligadura patente de la angustia y de la acción, ligadura
que nosotros tanto experimentamos durante los bienaventurados años rojos, entre 1968
y 1978, cuando los días consagrados desde el alba a la invención política se
acompañaban de una sutil y constante angustia, que Lacan, exorciza con una frase:
“Actuar, es arrancar a la angustia su certidumbre. Actuar, es operar una transferencia de

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angustia”. ¡Y sí! Nuestra angustia no era sino el resto de un afecto masivamente
transferido a la acción.
La última consecuencia concierne al amor. Pues, si, como lo sostiene Lacan, “no
hay sobremontamiento de la angustia más que cuando el Otro es nombrado”, es en el
punto del amor como este sobremontamiento se opera, en la medida en que, claridad
segunda después de la angustia que no engaña, que no se equivoca, en la medida en que,
decimos, el amor existe “en el momento en que se pronuncia el nombre de aquel o
aquella a quien se dirige”.
Entre la luz que dispensa, la acción donde se transfiere y el amor que la disuelve
en un nombre, la angustia autoriza que se (re)visite y que se (re)piense un poco más de
cerca todo lo que compone la edad clásica de Lacan: cadena significante, castración,
falta, deseo, mujer, falo, objeto a… Reencontraremos los famosos diagramas: la fase del
espejo, la disyunción, la cinta de Moebius. Y algunos personajes más o menos
conceptuales: Hamlet, Dios, la Joven Homosexual, Kierkegaard…
Un clásico de clásicos, diría yo. Simple como una mano. Y, como ella,
autorizando el poder aprehender casi todo.

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