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EL

SOFÁ.
Un cuento moral.

Claude-
Claude-Prosper Jolyot de
Crébillon
Cr billon
iviKoimnov
Hace algunos siglos que un príncipe llamado Schah- Baham reinaba en las Indias. Ese tal era nieto de
aquel magnánimo Schah-Riar, cuyas grandes acciones saben ya los lectores de las Mil y una noches y que
entre otras cosas se complacía tanto en matar a sus mujeres y escuchar cuentos: aquel que no perdonó a la
incomparable Scherazade sino en gracia de las preciosas historias que le contaba.

O bien no fuese Schah-Baham muy delicado en pundonor, ó bien sus mujeres no retozasen con sus
negros, ó tal vez, y esto por lo menos es verosímil, porque él lo ignorase, erase un marido pacífico y bueno
y no había heredado de Schah-Riar sino sus virtudes y su afición a los cuentos. Hasta se asegura que la
colección de los de Scherazade que su augusto abuelo había hecho escribir en caracteres de oro, era el
Único libro que se había dignado leer en toda su vida.

Por mucho que los cuentos agucen el espíritu, y por agradables ó sublimes que sean los conocimientos
é ideas que produzcan, es muy peligroso no leer otros libros que los de este género. Solo las personas
verdaderamente ilustradas, superiores a las preocupaciones y conocedoras de lo vacío de las ciencias
saben cuan útil es a la sociedad esta especie de obras y cuanta estimación y aun respeto se debe a los que
tienen suficiente genio para escribirlas y bastante fuerza de espíritu para dedicarse a ello, apesar de la idea
de frivolidad que el orgullo y la ignorancia han atribuido a este ejercicio. Las importantes lecciones que los
cuentos encierran, los grandes rasgos de imaginación que frecuentemente se encuentran en ellos y las
alegres ideas de que están sembrados; no hacen efecto a los ojos del vulgo, cuya estimación no puede ser
alcanzada sino dándole cosas que no entienda jamás, pero que pueda presumir que las entiende.' S '.M '"V

Schah-Bahám1: presenta un ejemplo memorable de la injusticia de los homb'rés respecto a esto.


Aunque sabia el origen de la Hechicería con tanta perfección- ¿orno si hubíefra 'vivido en aquellos
tiempos, aunque nadie conocía mas particularmente el celebré pais del Ginhistan, ti? estaba mas instruido
que él en las laA tnosas dinastías de los primeros reyes de Persiá aUim que era sin contradicción el hombre
de su sigio qué poseía mejor la historia de todos los acontecimientos que no han sucedido jamás, se le
hacia pasar por el príncipe mas ignorante de! mundo.

Es verdad que cuando él contaba alguna cosa, lo hacia con tan mala gracia (y lo era mucho mayor
porque siempre estaba contando) que era imposible que dejase de fastidiar algún tanto, sobre todo no
teniendo nunca otros oyentes que mujeres ó cortesanos, personas , que siendo comunmente tan delicadas
como superficiales, aprecian mas la elegancia de las frases, que no admiran la grandeza y exactitud de las
ideas. Sin duda fue la opinion que de Schah-Baham se tenia en su propia corte, lo que hizo que
Scheik-Ebu-Taher- Abou-Faraikl autor contemporáneo de ese príncipe, nos lo pintase en su grande
historia de las Indias tal como va a verlo el lector. Dice así al hablar de los cuentos: .

Schah-Baham primero de este nombre era un príncipe ignorante y sumido en la molicie que no podía
tener menos talento y como sucede comunmente con los necios, érale también imposible tenerse en mejor
concepto. Admirábase siempre de lo mas natural y jamás comprendía bien, sino lo absurderé inverosímil.
Aunque en todo un año no llegaba a pensar una sola vez, apenas en todo un dia llegaba a callar un solo
minuto. Decía con todo modestamcÍBte que en agudeza cualquiera le ganaba, pero que con respeto a
reflec- sion él se llevaba la palma del mundo.

Ninguno de los placeres del espíritu le era grato: cualquiera clase de ejercicio le disgustaba y sin
embargo no estaba ocioso. Criaba pájaros que no dejaban de divertirle mucho; algunos papagayos que
gracias a los cuidados que tomaba por su educación eran los mas insulsos de las Indias, sin contar con los
monos, en los cuales empleaba una gran parte de su tiempo y con sus mujeres que despues de todos los
animales de su coleccion le parecían muy propias para divertirle.
Apesar de tan grandes ocupaciones y de tan variados placeres, fuele imposible al sultán el evitar el
fastidio. Nada era capaz de librarle de él. Hasta aquellos famosos cuentos, objeto perpetuo de su
admiración y respeto, cuya critica había prohibido bajo pena de la vida, a fuerza de saberlos llegaron a
parecerle insípidos. Admirábalos siempre, pero bostezaba al admirarlos. El fastidio le seguía en fin hasta
en la habitación de sus mujeres donde pasaba una parte de su vida viéndolas bordar y recortar papel, (1) a
cuyas arles tenia un singular afecto, considerando su invención como la obra maestra del espíritu humano
y a las cuales quiso finalmente se aplicasen todos sus cortesanos.

Premiaba demasiado a los que en ellas sobresalían para que hubiese en todo el imperio quien las mirase
con indiferencia. Bordar y recortar papel era entonces en las Indias el único medio para obtener altos
destinos. El sultán no conocía otro género de mérito ó por lo menos no dudaba de que el hombre que
poseyese semejante talento, tuviese con mayor motivo cuantos se necesitan para ser un buen jeneral ó un
escelente ministro. Para probar hasta que punto estaba de ello persuadido, había elevado a la dignidad de
primer visir a uno de esos ociosos cortesanos, que no sabiendo en que emplear el tiempo, lo dedican a
fastidiar a los reyes. Ese tal, que se había visto largo tiempo confundido entre la plebe, fue por fortuna uno
de los primeros recortadores del reino, y, sin verse obligado como muchos otros a solicitar, debió
únicamente a la superioridad de sus talentos el brillante honor de recortar papel junto a su rey y el primer
puesto del imperio

Entre todas las mujeres del sultán se distinguía la gran sultana que por su talento formaba las delicias de
los que en una tan frivola corte tenían todavía valor para pensar é instruirse. Ella era la única que conocía
y sostenía a los hombres de mérito y hasta el mismo sultán se atrevía raras veces a disentir de su parecer
aunque no conseguía que ella aprobase sus gustos ni sus placeres, y se contentaba solamente, cuando le
zumbaba por sus monos y por sus demás .entretenimientos, con llamarla satírica, defecto que jamás dejan
de encontrar los tontos en la jente de talento, i

Un día Schah-Baham hallándose con toda su corte en la habitación de sus mujeres, viéndolas recortar
con una atención increíble y no pudiendo vencer sin embargo el fastidio que le oprimía, no me admiro,
dijo bostezando, de tener sueño, como que no decimos ni una palabra. Oh! ya quisiera que se me diese
conversación.

¿Y de que quereis que se os hable? preguntó la sultana. Que sé yo, contestó, ¿soy yo capaz de
adivinarlo? No basta que yo quiera que se me bable de algo sino que he de estar aun obligado a decir que es
lo que deseo que se me diga ? ¿ Sabéis que no teneis de mucho tanto talento como os pensáis? que deliráis
aun mas de lo que habíais y que esceptuando algunos chistes que las mas veces ni entiendo solamente, os
encuentro insulsa a no poder mas? ¿Creeis por ejemplo que si viviera la sultana Scherazade y estuviera
aquí entre nosotros, no nos contaría espontáneamente y si» ser rogada por mi tía Dinarzade, los mas
hermosos cuentos del mundo? Pero, a próposito, pienso de ella una cosa: por mucha memoria que tuviera
es imposible que hubiese retenido todos los cuentos que había aprendido, que no haya quien sepa
precisamente los que ella había olvidado S .que no se hayan inventado algunos despues de su muerte ó que
aun actualmente no haya quien los invente. Es indudable, dijo el visir, y puedo asegurar a V. M. que yo no
solo sé muchos, sino que tengo también la habilidad de inventarlos tan estraños, que los de vuestra difunta
abuela en nada les esceden..

Visir I visir! dijo el sultán, esto es mucho decir! mi abuela era mujer de un mérito estraordinario.

En efecto, esclamó la sultana, es preciso tener mucho para hacer cuentos! cualquiera diria al escucharos
que, un cuento es la obra maestra del talento humano: y sin embargo ¿qué cosa hay más absurda? ¿Qué
significa una obra (si es cierto que un cuento merezca llevar este nombre) que significa, repito, una obra en
que la verosimilitud está siempre sacrificada y en que las ideas regulares se ven siempre escarnecidas, que
apoyándose en lo maravilloso, aunque falso y frívolo , no emplea lo extraordinario y omnipotente de la
hechicería, no invierte el orden de la naturaleza y el de los elementos sino para crear objetos ridículos,
sagazmente imaginados, pero que muy a menudo nací» tienen que indemnizo la extravagancia de su
creación? Gran fortuna fuera todavía si esas miserables fábulas no viciasen más que el entendimiento y no
llegasen por medio de pinturas extremadas y nocivas al pudor, a causar al corazón peligrosas impresiones.

Charlatanería no más, dijo gravemente el sultán, pomposas palabras que nada significan: lo que
acabáis de decir parece, bueno a primera vista, causa .efecto; es preciso confesarlo; pero con el auxilio de
la reflexión es imposible que de todos modos no se trata ahora sino de saber si tenéis razón: y como
quería yo decir y acabo de probar es cabalmente lo que no creo: porque no es para hacer el sabio, pero
pues que un cuento me ha divertido siempre, claro .está que no es una cosa frívola. No será, pardiez, a mí
a quien se haga creer que un sultán pueda ser tonto; por otra parte , es decir, entre paréntesis, es también
claro que una cosa maravillosa yo tengo por tales a aquellas cosas que explicaría fácilmente si se tratase
ahora de esto pero hablemos de buena fe de cualquier modo que sea ¿que nos importa? Yo sostengo que
me gustan los cuentos y que además no los encuentro sabrosos sino cuando son, como se llaman entre
personas sensatas algo verdes. Esto les da un interés y una vive/a.... tan viva! pero al fin y al cabo lo cierto
es que no solo sabes cuentos sino que también sabes inventarlos y esto es lo que yo quiero. Yo creía que
para acortar los días convendría que cada uno de nosotros contase alguna historia; cuando digo alguna
historia sé lo que me digo! Quiero acontecimientos raros, hechiceras, talismanes; porque, no os hagáis
ilusiones nada hay positivo fuera de esto. Conque ¿convenimos todos en contar cuentos? Válgame
Mahoma ! pero no dudo de que aun sin su ayuda los haré mejores que cualquier otro, por la sencilla razón
de que soy de una familia que nadie ignora que sabe hacerlos y, sin vanidad sea dicho , bastante buenos.

Sin embargo como soy enteramente imparcial declaro que cada cual hablará a su vez; que la suerte y
no mi voluntad será quien lo decida; que quiero que todo el mundo tenga libertad para contarme cuentos
y que cada día permitiré que se me hable por espacio de media hora, poco más ó menos, según me
convenga.

Al acabar estas palabras hizo entrar en suerte a toda su corte y a pesar de los deseos del visir recayó esta
en un cortesano joven, que obtenida la venia del sultán empezó de esta manera.

(1) Los críticos dirán tal vez que entonces aun no te había inventado el papel: pero a esto, a mas de
que podríamos responder que recortaban pergamino, se pudiera contestar también, que solo Dios sabe
cuantas veces se han inventado, olvidado y vuelto a inventar las cosas.

PARTE PRIMERA
CAPÍTULO I.
V en el que menos encorara.
Señor. V.M. no ignora que aunque vasallo vuestro, no profeso la misma religión que no reconozco a
otro Dios que a Brama.

Aun cuando lo supiese dijo el sultán ¿que tiene esto que ver con el cuento? Eso es cuenta tuya: tanto
peor para ti si crees en Brama; mucho más te valdría el ser musulmán. Te lo digo como amigo, no vayas
ahora a creer que lo hago para echarla de doctor, porque al fin y al cabo no me importa un comino.
Adelante.

Nosotros los sectarios de Brama creemos en la metempsicosis, continuó Amanzei (que así se
llamaba el cortesano) es decir para mayor claridad, que creemos que nuestra alma al salir de un cuerpo
pasa a otro distinto y así sucesivamente hasta que le place a Brama ó hasta que nuestra alma se ha
purificado lo bastante para ser incluida en el número de las que juzga al fin dignas de ser eternamente
dichosas.

Aunque el dogma de la metempsicosis esté entre nosotros generalmente establecido, no tenemos


todos iguales motivos para creerlo indudable puesto que son muy pocos los que logran acordarse de las
diferentes transmigraciones de su alma. Sucede a menudo que al salir del cuerpo en que estaba
encerrada una alma, entra en otro, sin conservar idea alguna ni de los conocimientos que antes había
adquirido _ni de las acciones en que tuvo parte.

Asi es que nuestras faltas están perpetuamente perdidas para nosotros y empezamos cada vez una
nueva carrera con una alma tan nueva y tan susceptible de errores y de vicios, como cuando Brama la
sacó de aquel inmenso torbellino de fuego de que forma parte mientras aguarda su destino...;..

Muchos hay entre nosotros que se quejan de esta disposición de Brama, pero a mi entender, no
tienen razón. Nuestras almas destinadas durante una larga, serie de siglos a pasar de cuerpo en cuerpo
serian casi siempre desgraciadas si se acordasen de lo que habían sido. Tal por ejemplo, que después de
haber estado en el cuerpo de un rey se encontrara en el de un réptil, ó en el de uno de esos mortales
oscuros cuya extremada miseria los hace ti ida vi a mas dignos de lástima que los anímalos más viles, no
podría sobrellevar sin desesperarse su nueva condición.

Confieso que un hombre que se ve colmado de riquezas ó elevado a una brillante jerarquía, si se
acordaba de no haber sido más que un miserable insecto, podría abusar mucho menos del estado feliz ó
poderoso en que le hubiese colocado la infinita bondad de Brama. Si consideramos, no obstante, el
orgullo, la dureza, la insolencia en fin .de esos hombres nacidos villanos y encumbrados
por la suerte, puede creerse por la prontitud con que olvidan su primitivo estado, que pasando de un cuerpo
a otro, su humillación se borraría aun con más rapidez de su memoria y en nada influiría en su conducta. .',

El alma por otra parte se hallaría necesariamente sobrecargada de un gran número de ideas que la
quedarían de sus vidas anteriores y mas afectada acaso de lo que habría sido que de lo que fuese
últimamente, descuidaría los deberes que la prescribiera el cuerpo que ocupase y turbaría en fin el Orden
del universo en lugar de contribuir a él.

Amigo mío, dijo entonces el sultán, perdóneme Mahoma, sino es una lección de moral lo que acabas de
regalamos. Señor, respondió Amanzei, son solo reflecsiones preliminares que a mí ver no son inútiles.
Muy inútiles; yo lo digo, replicó Schah-Baham, Tal como me ves no gusto de moralidades y me harás
mucho favor en no volver a repetirlas.

Cumpliré vuestras órdenes, contestó Amanzei; quédame sin embargo por decir a V. M. que
Brama permite algunas veces que nos acordemos de lo que fuimos sobre todo cuando nos ha
impuesto algún singular castigo; y en prueba de ello yo me acuerdo perfectamente de haber sido
Tú Sofá!, exclamó el sultán, vamos, esto es imposible. ¿Por tan avestruz me tienes para venirme con
esos cuentos? Deseos me vienen de hacerte tostar un poco, para enseñarte a decirme con tanta serenidad
tales embustes.

Vuestra clemente majestad está hoy de mal humor, dijo la sultana; es propio de vuestro augusto carácter
el no dudar de cosa alguna y ahora no queréis creer que un hombre haya podido ser Sofál Esto no es
consecuente con vuestras acostumbradas ideas, i ¿Lo crees así? replicó el sultán, anonadado por la
objeción. Me parece con todo que no me falta razón.

No es decir, sin embargo, que yo no pueda Pero ¿canario, tengo razón. En conciencia no puedo creer lo
que dice Amanzei; ¿acaso me sirvo de nada el ser musulmán?

Perfectamente, respondió la sultana, oíd a Amanzei y no le creáis. Ah! si, repuso, el sultán, no será,
por cierto porque sea increíble por lo que yo no lo crea, sino porque por mas cierto que fuese no debiera
creerlo. Lo conozco muy bien, en ello hay una diferencia. ¿Conque has sido Sofá, hijo mío? vaya un
lance, y di me ¿estabas bordado?

Si, Señor, contestó Amanzei, el primer Sofá en que entró mi alma era de color de rosa y bordado de
plata. Tanto mejor, dijo el sultán, debías ser un mueble precioso. En fin ¿porque tu Brama te hizo Sofá y no
otra cosa? ¿Cuál era el fin de semejante humorada? Sofá es chocante.

Era, repuso Amanzei, para castigar a mi alma por su mala conducta. En ninguno de los cuerpos en que la
había colocado le había satisfecho y sin duda creyó humillarme más haciéndome Sofá, que si me hubiese
hecho réptil.

Acuérdome de que al salir del cuerpo de una mujer entró mi alma en el de un joven. Como ese era
melindroso, zalamero, chismoso, murmurador, muy entendido en bagatelas, únicamente ocupado de su
traje, de su tocado y de mil otras nimiedades, apenas advirtió que hubiese cambiado de morada.
Quisiera saber, interrumpió Schah-Baham, lo que hacías mientras fuiste mujer; esos detalles deben
ser muy curiosos. Siempre he creído que las mujeres tienen ideas singulares. No sé si me explico
bien; pero quiero decir que es muy difícil adivinar lo que piensan.

Tal vez, replicó Amanzei, estaríamos mas enterados sobre este particular si las creíamos dotadas de
menos sutileza. Paréceme que cuando mujer me burlaba completamente de los que me atribuían ideas
maduramente reflecsionadas siendo asi que eran hijas del momento, de los que buscaban razones donde
solo había dictado leyes mi capricho y de los que por querer profundizarme demasiado no me penetraban
jamás. Era ingenua cuando me tomaban por falsa; pasaba por coqueta en el instante en que más sentía y
cuando estaba enternecida se me creía indiferente. Casi siempre se me atribuía un carácter que no era el
mió ó que acababa de serlo. Las personas interesadas en conocerme más, aquellas con quienes
disimulaba menos y a quienes hasta descubría, impelida por mi indiscreción natural ó por la violencia de
mis sensaciones, los secretos más ocultos de mi vida ó los más sinceros sentimientos de mi corazón, no
eran las que más me creían ni las que mejor me comprendían; no querían juzgarme sino según el plan que
se habían trazado y engañándose sin cesar, creían haberme conocido bien cuando me habían definido a
su gusto.

Oh! ya lo sabía yo, dijo el sultán, a las mujeres jamás se las conoce bien y como dices tú, hace mucho
tiempo que en cuanto a mi he renunciado a ello, pero dejemos ese asunto pues aguza demasiado el
espíritu y es causa de que me hayas hecho un grande preámbulo que para nada necesitaba y de que no
hayas respondido a lo que te preguntaba. Si no me engaño, yo quería saber en qué te ocupabas cuando
eras mujer.

No me ha quedado de lo que hacía entonces sino una idea muy imperfecta, respondió Amanzei lo que
mas presente tengo es que era caprichosa en mi juventud , que no sabía aborrecer ni amar, que nacida sin
carácter era sucesivamente cuanto se quería que fuese ó lo que mí interés ó mis placeres me obligaban a
ser; que después de una vida muy desarreglada acabé, por hacerme hipócrita y finalmente fallecí
ocupándome, a pesar de mi aire compungido, en lo que más me había lisonjeado durante el curso de mi
existencia.

Al parecer mi gusto por los Sofás fue lo que sugirió a Brama la idea de encerrar mi alma en un mueble
de esta clase. Quiso que en aquella prisión conservase todas sus facultades, menos sin duda con el lindo
dulcificar mi infeliz suerte que con el de hacérmela sentir con mas viveza. Añadió que mi alma no
empezaría una nueva carrera, hasta que dos amantes se concediesen mutuamente y sobre mi sus primeros
favores.

He aquí, exclamó el sultán, muchos galimatías para decir que... No es menester que os expliquéis mas,
interrumpió la sultana, ¿Y porque nó? replicó él, a mí me gustan las cosas claras. No obstante
Si no eres de mi opinión consiento en que Amanzei sea tan obscura como quiera. Gracias al profeta!
jamás lo será para mi.

Quedábanme bastantes ideas de cuanto había visto y hecho, continuó Amanzei, para conocer que la
condición que Brama había puesto a mi cambio de vida me retenia por largo tiempo en el mueble que me
había señalado por prisión; pero el permiso que me dio de transportarme cuando quisiese de uno en otro
Sofá, calmó algún tanto mi dolor. Esa libertad introducía en mí vida una variedad que debía hacérmela
mucho menos fastidiosa; por otra parte mi alma era tan sensible a las ridiculeces de los demas como
cuando animaba a una mujer, y el placer de tener facultad para átraer en los parajes mas recónditos y ser
tercera en las cosas que se creerían mas ocultas la indemnizó de su suplicio;

Después que Brama hubo pronunciado mi sentencia transportó por si mismo mi alma a un Sofá cuyo
fabricante iba a entregarle a una señora de alta alcurnia que pasaba por muy juiciosa: pero si es cierto que
hay pocos hombres grandes para su ayuda de cámara, puedo también decir que hay pocas mujeres
virtuosas para su Sofá.
CAPÍTULO II,
Que no gustará a todo el mundo.
Un Sofá jamás fue mueble de antesala, asi es que me colocaron en casa de la señora a quien pertenecía,
en un gabinete separado del resto de su palacio donde decía ella que iba a menudo con el fin de meditar
sobre sus deberes y de entregarse a Brama con menos distracción. Cuando entré en él costó me trabajo el
creer que no sirviese para ningún uso más que para tan serios ejercicios, en vista de los objetos que le
adornaban. No es decir que fuese suntuoso, ni que hubiese nada en él que pareciese demasiado elegante;
todo a primera vista aparecía más noble que bello, pero si se consideraba con reflexión se le encontraba
un lujo hipócrita, muebles bastante cómodos y cosas en fin que la austeridad no inventa, ni está
acostumbrada a usar. Yo mismo era a mi ver de un color demasiado alegre para una mujer que aparentaba
tanta aversión a la coquetería.

A poco que estuve en el gabinete entró mi señora, me miró con indiferencia, pareció contenta pero sin
elogiarme mucho y con aire frió y distraído despachó al artesano. Al instante en que se vio sola, aquella
es- presión sombría y severa desapareció haciendo lugar a una nueva fisonomía animada con otros ojos.
Estrenó me con una curiosidad que me anunciaba que no era su intención hacerme un mueble de simple
adorno. Aquel voluptuoso ensayo y el aire tierno y alegre al mismo tiempo que tomó desde luego al verse
sin testigos, en nada disminuyó a mis ojos la alta idea que de ella se tenía en Agrá,

Sabía yo que esas almas que se creen tan perfectas tienen siempre un vicio favorito, muchas veces
combatido pero casi siempre vencedor; aparentan renunciar a los placeres cuando gozan de ellos con mas
sensualidad, y en fin hacen casi siempre consistir la virtud menos en la privación que en el
arrepentimiento. De todo esto inferí que Fatmé era perezosa y lo que es por entonces me hubiera hecho un
crimen de llevar mas adelante mis conjeturas.

Lo primero que hizo después de lo que acabo de manifestar, fue abrir un armario diestramente oculto
en la pared é invisible para cuantos lo ignorasen y sacó de él un libro. De este pasó a otro armario donde
estaban de manifiesto gran porción de volúmenes lujosamente arreglados; sacó de él otro libro, lo arrojó
sobre mi con aire de desdén y de fastidio y volvió a colocarse sobre los blandos almohadones de que
estaba yo cubierto con el que anteriormente había escogido.

Dinus, Amanzei, interrumpió el sultán, ¿era hermosa esa mujer?


Si, Señor, contestó este, lo era mas de lo que parecía ; hasta se conocía que con menos modestia
hubiera podido decirse que no cedia a otra alguna. Sus facciones eran muy lindas, pero sin movimiento,
ni vivacidad y no espresaban mas que ese aire vano y desdeñoso sin el cual creerían semejantes mujeres
no tener una fisonomía virtuosa. Todo a piimera vista a- nuncíaba en ella el abandono y el desprecio de si
misma. Aunque bien hecha se presentaba mal y si bien andaba con nobleza, era porque un caminar lenta
y reposado, es el mas propio para las personas ocupadas en graves objetos. El odio que aparentaba por las
galas no llegaba hasta hacerla caer en esa negligencia; que hace repugnantes a las mujeres virtuosas: su
traje era sencillo y de color oscuro; pero en medio de su modestia se le encontraba nobleza y gusto: tenia
ademas el cuidado de que su forma no impidiese admirar lo esbelto de su talle y bajo el luí hito de la
austeridad, era fácil conocer que gustaba de la mas esmerada y sensual compostura.

El libro que había tomado últimamente me pareció que no era el que mas la interesaba. Era, no
obstante, una gran coleccion de reflecsiones, compuesta por un Bracman, Sea que creyese la
bastaban lasque ella ha- eia ó que no versasen sobre objetos de su agrado, no se dignó leer siquiera un par
de ellas y abandonó el libro, para tomar el que había sacado del armario secreto, que era una novela llena
de situaciones tiernas y de imájenes animadas. Parecíame tan impropia de Fatmé aquella lectura que no
podia desechar mi sorpresa. Sin duda, dije entre mi, quiere esperimentarse y saber hasta que punto está su
alma asegurada contra todas las ideas que pueden causar turbación a las de los demás.

Sin adivinar por entonces el motivo que la hacia o- brar de un modo tan contrarío a los principios que
yo la suponía, no la atribuí mas que uno bueno. Parecióme sin embargo que aquel libro la animaba y sus
ojos tomaron una espresion mas viva: dejóle menos para olvidar las ideas que U sujeria, que para
abandonarse a ellas con mas voluptuosidad. Vuelta fmalmente en si del ¿estasis en que la había
sumerjido iba a tomarlo de nuevo, cuando oyó un ruido que la obligó a ocultarlo y se armó a todo evento
con el otro que sin duda creía mas digno de ser visto. .1

Entró entonces un hombre; pero con un aire tan respetuoso que apesar de la nobleza de su fisonomía y
de la riqueza de su vestido le tomé desde luego por uno de los esclavos de Fatmé,Recibióle ella.con tanta
acritud, le habló con tanta dureza , pareció tan incomodada por su venida, tan importunada por sus
palabras, que empezó a creer que aquel hombre tan mal tratado no podia ser mas que su marido, y no me
engañé. Desechó ásperamente y por largo rato las vivas súplicas que la hacia para que le permitiese
quedarse y no consintió al fm en ello, sino para agoviarle con el importuno relato de las faltas que al decir
suyo cometía sin cesar. Aquel buen marido, el mas desgraciado de todos los maridos de Agrá, escuchó
aquella picante repulsa con una paciencia que me llenó de indignación. No era el único motivo de su
docilidad la buena opinion que tenia formada de la virtud de Fatmé, entraba también por mucho su
hermosura, puesto que inspiraba deseos apesar de que aparentaba no cuidar de ello. Aunque quiso no ser
amable a los ojos de su marido despertó sin embargo su ternura. El mas tímido de los amantes que
hablase por la primera vez de su vida a la mujer mas temible para é), se hubiera visto mil veces menos
embarazado de lo que se vió aquel pobre marido, para manifestar a su mujer la impresión que lo causaba.
Instóla tierna y respetuosamente para que correspondiese a su ardor y defendiendose ella con poca mana
cedió al fm como se había defendido.
Por mucha que fuese la terquedad con que le negaba cuanto pudiera hacerle creer que no era verdadera
su repugnancia a lo que de ella ecsijia, creí advertir que era menos insensible de lo que deseaba parecerlo.
Sus ojos se animaron, tomó un aire mas atento, suspiró y aunque con abandono estuvo menos ociosa. No
era con todo a su marido a quien ella amaba. No sé cuales serian entonces las ideas de Fatmé; pero sea
que el reconocimiento la hubiese amansado ó que quisiese empeñar a su marido en nuevas atenciones
cambió el tono duro y regañón de que se había armado al verle, por otro mas tierno aunque grave y
mesurado. Es evidente que él no conoció el motivo ó por lo menos que no le hizo efecto y lo es también
que su frialdad ó distracción desagradaron a Fatmc, de modo que movió insensiblemente una disputa y
vió en un instante en su marido los mas odiosos vicios. ¡Que costumbres tan perversas! ¡ Que mala
conducta! ¡ Que disipación ! ¡ Que vida! Le llenó a! fin de tantas injurias , que apesar de toda su paciencia
se vió obligado i abandonarla. Su partida disgustó a Fatmé, su turbación menos oscura para mi de lo que
lo había sido para su marido, me dio a conocer que no era con su ausencia Cor lo que hubiera querido ser
aplacada, aun antes de que algunas palabras bastante raras que pronunció al verse sola, me hubiesen
puesto enteramente al corriente de lo que pensaba sobre el particular.

¡ A cuantos, esa mujer modelo y terror de todas las de Agrá, aborrecida é imitada por todas y ante
quien la mas descarada se veía obligada por lo menos a ser hipócrita, a cuantos, repito, hubiera
desengañado si hubiesen podido verla como yo en la soledad y libertad de su gabinete !
Hola! hola! dijo el sultán, con que era una mujer que en el fondo ... como hay muchas que aparentan...
esto sucede algunas veces. Es preciso no creer que sea una cosa tan rara lo que quiero decir. ¿Creo que
debes entenderme?

A la manera con que se esplica V. M., contestó Amanzei, no es muy difícil adivinar lo que desea y sin
quererme preciar de perspicaz me atrevo a creer que le he comprendido.

¿Sí? dijo el sultán riéndose, pues bien, vamos a ver ¿que es lo que pensaba?

Que Fatmé era todo lo contrario de lo que parecía, contestó Amanzei. Asi es por vida mía, repuso el
sultán; continúa; tienes efectivamente mucho talento.

Fatmé en apariencia huía délos placeres, prosiguió Amanzei, pero era únicamente para entregarse a
ellos con mas seguridad. No era de) número de aquellas mujeres imprudentes que habiéndose entregado en
stt juventud al fausto, a la disipación y é los jóvenes que ha distinguido la moda, abandonan en una edad
mas avanzada los afeites y adornos y despues de haber sido largo tiempo el oprobio y desprecio de su
siglo, quieren ser su ejemplo y ornamento, mas despreciables afectando finjidas virtudes, que no lo eran
por la audacia con que manifestaban sus vicios. No; Fatmé había sido mas prudente; nacida felizmente con
esa falsedad inspirada a las mujeres por la necesidad de encubrirse y por el deseo de agradar (que no es
siempre el primero que conciben) había conocido muy a tiempo que era imposible privarse de los placeres
sin llevar una vida enojosa y que sin embargo no puede una mujer entregarse a ellos abiertamente sin
esponerse a la vergüenza y a otros peligros, que los hacen frecuentemente amargos. Consagrada a la
impostura desde su mas tierna edad, había cuidado menos de correjir las viciosas inclinaciones de su
corazon, que de ocultarlas bajo la apariencia de la mas austera virtud. Su alma naturalmente,,., ¿diré
voluptuosa? no; no era este el caracter de Fatmé: era inclinada a los placeres; poco delicada, pero sensual,
se entregaba al vicio sin conocer el amor. Sin tener aun veinte años llevaba cinco de matrimonio y hacia ya
mas de ocho que conocía sus secretos. Nada de lo que comunmente seduce a las mujeres la hacia mella;
una amable figura, un talento cultivado podían inspirarla deseos; pero no hacerla ceder. Los objetos de su
pasión eran escojidos entre personas no sospechosas, comprometidas a callar por
su posición ó entre aquellas cuya bajeza las hace inadvertidas del público y a las cuales seduce la
liberalidad y obliga el temor al silencio y que destinadas en apariencia a los más viles empleos, no por
esto parecen a veces menos propias para los mas dulces misterios del amor. Fatmé, por lo demás, mala,
colérica y or- gullosa, se abandonaba sin peligro a su caracter haciendo servir hasta sus mismos defectos
para aumentar su reputación. Altiva, imperiosa, dura, cruel, sin aten* ciones, sin fé, sin amistad,
encubría y doraba estas faltas con su santo celo, con el pesar que la causaba la mala conducta de los
demás y con el deseo de llamarlos a buen camino, ¡Era siempre con tan buena intención si causaba algún
perjuicio I ¡ Era tan santamente vengativa ! ¡ Tenia una alma tan pura ! ¿Como sospechar que un corazon
tan recto, tan sincero, pudiese ser dirijidoensus ódios por algún motivo personal? i

CAPITULO 111.

Que contiene heehoa poeo veroHÍnilIe».


Despues de la salida de su marido iba Fatmé a emprender de nuevo su lectura, cuando entró un viejo
Bracman seguido de dos mujeres ancianas de quienes siendo el tirano se titulaba consolador. Fatmé se
levantó y les recibió con un aire tan modesto y recojido que era imposible no creerlo verdadero. Hasta fue
preciso que el viejo Bracman la impidiese el prosternarse ante él, cosa que hizo con un orgullo que me dió
perfectamente a conocer el caso que de sí mismo hacia. Parecía tan contento del homenaje que se le
tributaba y aun tan persuadido de que todavía merecía mas, que me fue imposible no reírme de la toca
vanidad de aquel ridiculo personaje.

Era muy difícil que la conversación entre personas de tan raro mérito no se sostuviese a costa ajena. No
es esto decir que los que viven en la disipación no murmuren de cuando en cuando; pero mas ocupados de
las ridiculeces que de los vicios, no es en ellos la maledicencia mas que una diversión y no son bastante
perfectos para tenerla por un deber. Perjudican algunas veces pero no siempre con intención, ó por lo
menos su lijereza y su afición a los placeres no les permiten conservarla mucho tiempo ni aprovecharse de
ella. Esa dura y áspera manera de hablar mal de los demás que se cree tan necesaria para corregirlos y que
sin este objeto parecería tan digna de ser condenada, les es desconocida,,.. ¿Acabarás de una vez,
interrumpió el sultán encolerizado? ¿Volvemos de nuevo a tus picaras reflecsiones? Señor, contestó
Amanzei, hay ocasiones en que son indispensables. Pues yo, dijo el sultán, sostengo que no es asi y
cuando fuese ... en una palabra, yaque es a mí a quien se dirije el cuento quiero que sea a gusto mío.
Diviérteme y deja en paz, si te place, todas esas moralidades que no concluyen jamás y me dan jaqueca.
Tu gustas de lucir tu talento pero yo te arreglaré y juro, a fé de sultán, que quitaré la vida al primero que se
atreva a hacerme una reflec* sion. Vamos a ver ahora como te portarás.

Omitiré las reilecsiones puesto que no tienen la dicha de agradar a V. M., repuso Amanzei.
Perfectamente, respondió el sultán. Adelante.

Nunca gusta uno de decir mal de los domas, sin gustar también de decir bien de si mismo. Fatmé y sus
visitas tenian demasiados motivos de estimarse mucho para no despreciar a cuantos no les imitaban.
Mientras se les preparaba lo necesario para jugar empezaron una conversación análoga a su caracter. El
viejo Bracman no obstante habló bien de una conocida de Fatmé a quien desagradó su elojio. Entre todo lo
que escitaba su indignación, era el amor lo que la parecía mas digno de repreension. Si una mujer por
estimables que fuesen sus cualidades llegaba a amar, nada en el mundo podia salvarla del odio de Fatmé;
pero por vicios que tuviese y por deshonrosos y odiosos
que fuesen, con tal que no se la pudiese señalar un amante, era para ella una persona respetable, cuya
virtud no podia ser suficientemente apreciada.. .i.'

La mujer elojiada por el Bracman se hallaba por desgracia en el primer caso, asi es que Fatmé le
interrumpió diciendo: ¿Puede una mujer perdida merecer vuestros elojios? El Bracman se defendió
contestando que ignoraba que tuviese tan malas costumbres y Fatmé le indicó caritativamente los motivos
que se la hacían despreciar.

No dudo Fatmé, la dijo entonces una de aquellas viejas, de que siendo como sois generosa é inclinada
al bien os gustará infinito lo que voy a esplicaros. NaA hamí, aquella Nahamí cuya pérdida hemos
deplorado tantas Teces, desengañada de sus errores ha abandonado repentinamente al inundo y sus
frivolidades. Ayl esclamó Fatuto, cuan digna es de alabanza si es sincera su conversión ! Pero, señora, vos
sois buena y las personas de vuestro caracter son fáciles de engañar; yo juzgo de ello por mi misma;
cuando se ha nacido con ese corazon recto, con ese candor que poseeis , no se cree posible que haya quien
sea tan desgraciado que carezca de elios. Al fin,es un bello defecto el pensar de los demás con demasiada
bondad Pero volviendo a Nahamí, no puedo dejar de temer, que entregada enteramente al mundo en el
fondo de su alma, no haya abjurado sinceramente sus errores. Se abandonan mas fácilmente los adornos
que los vicios y muchas veces se toma un aire mas reservado y mas modesto, menos para emprender el
camino de la virtud, que para engañar al mundo sobre los vicios ent que se está todavía encenagado.

Querido, dijo Schah-Baham bostezando, esta con.» versación me asesina, por vida mía no la
concluyas. Esa jente me encocora a no poder mas. ¿En conciencia , no te fastidia a tí mismo? Por favor,
haz que se marchen. De muy buena gana, Señor, respondió Amanzei. Despues de haber adelantado en la
conversación de Nahamí tanto como pudieron, se pasó a maledicencias jenerales y supe en un momento
todas las aventuras de Agrá, En seguida se alabaron unos a otros, se pusieron tristemente a jugar con toda
la acritud y toda la avaricia posibles y se despidieron.

Estaba en ascuas, esclamó el sultán, acabas de hacerme un grandísimo favor. ¿ Me dás palabra de que
no volverán a entrar? Si, Señor, eontestó Amanzei. Pues bien, repuso el sultán, para probarte que sé
recompensar los servicios que se me prestan, te hago emir; tu por otra parte bordas bien, trabajas con
ardor y en fin creo que saldrás bien de tu cuento

Todo esto me gusta mucho y ademas es preciso estimular al mérito.

El nuevo emir, despues de haber dado gracias al sultán , prosiguió de esta manera: Apesar del aire
amable de Fatmé creí advertir que aquella visita la había causado el mismo efecto que a V. M. y que si
hubiese podido, hubiera empleado su tiempo en otros entretenimientos que los que se la habían
proporcionado. En cuanto hubieron salido, se puso Fatmé a reflec- sionar profundamente pero sin
tristeza: sus ojos tomaron un aspecto tierno y errantes lánguidamente por el gabinete, parecían manifestar
que deseaba vivamente alguna cosa que la (altaba ó cuyo goze la hacia recelar. Al fin llama. ,.U l.i
.-.L..UJ

A su voz se presentó un esclavo joven, de una figura mas fresca que agradable, Fatmé le miró con unos
ojos en que reinaban el amor y los deseos; mas sin embargo permaneció irresoluta y temerosa. Cierra la
puerta Dahis, le dijo en fin, ven, estamos solos y puedes sin peligro acordarte de que te amo y probarme tu
ternura. . , i

A esa órden, dejó Dahis el aire respetuoso de un esclavo y tomó el de un hombre a quien se hace feliz.
Parecióme poco delicado y menos tierno, pero vivo y ardiente, devorado de deseos aunque sin conocer «i
arte de satisfacerlos gradualmente, ignorante en la galantería, insensible a ciertas cosas, no parándose en
los detalles, pero ocupándose esencialmente de todo. No era ciertamente un
amante, pero para Fatmé que no buscaba la diversión era cosa de mas utilidad. Da- his elojiaba
groseramente, pero la poca fmura de sus alabanzas no disgustaba a Fatmé quien con tal que se la
probase fuertemente que inspiraba deseos, creía siempre ser bastante bien encomiada. }

emir; tu por otra parte bordas bit


dor y en fin creo que saldrás bit
Todo esto me gusta mucho y «den
mular al mérito.
El nuevo emir, despues de
haber tan, prosiguió de esta
manera: A¡ ble de Fatmé creí
advertir que aq causado el mismo
electo aue i V.
Fatmé se indemnizó con Dahis de la reserva que se había impuesto para con su marido. Menos fiel a
las severas leyes de la decencia, brillaron sus ojos con el fuego mas vivo, prodigó a Dahis los nombres
mas tiernos y las mas ardientes caricias, y Jejos de ocultarle algo de lo que sentía, se abandonó a todo su
delirio.. Mas tranquila en seguida, hacia observará Dahis todas las bellezas que le concedía y hasta le
obligaba a pedirla nuevas pruebas de su complacencia que no hubiera deseado por sí mismo. Dahis sin
embargo parecí* poco commovído, sos ojos se detenían estúpidamente en los objetos que la fácil Fatmé
le presentaba y que solo maquinalmente le hacían impresión; su alma grosera no sentía, y ni aun el placer
penetraba hasta ella:, con todo Fatmé estaba contenta. El silencio de Dahis y su estupidez no herían de
modo alguno su amor propio , pues tenia razones de demasiado peso para creer que era sensible a sus
encantos, para no preferir su aire indiferente a los etojios mas ecsajerados y a los mas fogosos transportes
de un petimetre,i Abandonándose Fatmé a los deseos de Dahis, manifestaba bastantemente que tenia tan
poca delicadeza como virtud y siendo asi no debia ecsijir de él aquella viveza en los transportes y
aquellas tiernas nimiedades que la delicadeza del alma y la fmura de los modales hacen superiores.á los
placeres ó que por mejor decir los constituyen.

Dahis salió en fin despues de haber bostezado mas de una vez. El pobre era del número de esos
desgraciados, que sin pensar jamás en cosa alguna, nada tienen tampoco que decir, y son mas útiles para
empleados que para oídos.

Fuese la que fuese la ¡dea que me habían hecho formar los entretenimientos de Fatmé, confieso que
despues de la salida de Dahis creí que no quedándola va en que poder meditar en aquel gabinete saldría
de él cuanto antes, pero me engañé: sobre esta clase de meditación era una mujer infatigable. No hacia
mucho rato que estaba enteramente entregada a las re- flecsiones de que Dahis la había proporcionado
tan abundante materia, cuando la llegó un nuevo manantial de ellas.

Un Bracman, serio pero jóven, colorado y con una de esas Fisonomías cuya vivacidad no queda
destruida .por la compostura, entró en el gabinete, Apesar de su traje de Bracman, poco gracioso en
verdad, era fácil reparar que sus formas eran capaces de agradar a mas de una beata, asi es que era el
Bracman mas buscado, mas querido y mas ocupado de Agrá. Habla tan bien, decían, insinúa con tanta
dulzura en las almas el gusto por la virtud; como no estmiarse sin él! Esto decía de él la voz pública;
pronto veremos en que moreda elojios en particular y si los que se 1c tributaban en voz alta, eran los que
mas se granjeaba.

Ese feliz Bracman se acercó a Fatmé con un aire dulce y.meloso, mas soso que galan. No digo que no
procurase tomar un aspecto lisonjero pero imitaba mal a los que se proponía por modelo y se dejaba ver
el Bracman al través de la máscara con que se encubría.
Reina de tos corazones, dijo a Fatmé con zalamería, hoy sois mas hermosa que los bienaventurados que
Brama destina a su servicio. Arrobáis a mi alma en un écstasis que tiene algo de celestial y de que quisiera
participaseis. Fatmé con un aire lánguido, le respondió en el mismo tono y se entabló entre ellos una
conversación muy tierna, pero en la cual el amor hablaba en un idioma bien estraño y en apariencia bien
impropio. Sin sus acciones dudo que hubiese comprendido jamás el sentido de sus discursos,

Fatmé que naturalmente hacia poco caso de la elocuencia y que por mas que dijese, no gustaba mucho
ni aun de la del Bracman, fue la primera que se cansó del sentimentalismo. El Bracman a quien no
agradaba mas que a ella, íe abandonó también y aquella conversación que había empezado tan sosa y
almibarada, acabó como había principiado la de Dahis.
Es cierto no obstante que Fatmé aunque haciendo lo mismo, cuidaba mas de las apariencias y que-
pretendía aparecer delicada queriendo que el Bracman creyese que no cedía sino al amor.

El Bracman que en caracter y figura se asemejaba mucho a Dahis, no le fue inferior en nada y mereció
todos los cumplimientos que sin cesar le prodigaba la complaciente Fatmé. Despues de haber consagrado
a su ternura lo que la era debido, ridiculizaron la virtud , ponderaron el placer que se encuentra en engañar
a los demás y se dieron mutuamente lecciones de hipocresía. Separándose en fin esos odiosos personajes
fue Fatmé a desesperar a su marido y a hacer gala de sus morti Fie aciones.

Mientras estuve en su casa no la conocí otro modo de entretener su ociosidad que el que ya he esplicado
a vuestra siempre augusta majestad,

Fatmé aunque muy cauta se descuidaba algunas veces. Un dia que sola con su Bracman se abandonaba
a sus transportes, su marido a quien la casualidad condujo a la puerta del gabinete, oyó algunos suspiros y
ciertas palabras que le pasmaron. Las ocupaciones públicas de Fatmé permitían tan poco sospechar sus
diversiones privadas, que dudo que su marido adivinase al principio de quien venían los suspiros y las
estrañas espresiones que habían llegado a sus oídos.

Séa en fin que creyese reconocer la voz de su esposa , ó que solo la curiosidad le moviese a enterarse de
aquella aventura , quiso entrar en el gabinete. Desgraciadamente para Fatmé la puerta no estaba bien
cerrada y la abrió de un solo golpe.

El espectáculo que se ofreció a su vista le sorprendió hasta tal punto, que quedando suspenso su furor,
pareció durante algunos momentos dudar de lo que
veía y no saberque resol ver, Pérfidos! esclamó en fin, recibid el castigo debido a vuestros vicios y a
vuestra hipocresía.

A estas palabras sin escuchar a Fatmé ni al Brac- man que se habían precipitado a sus pies, les quitó la
vida. Por horrible que fuese aquel espectáculo no escitó mi compasion. Habían ambos merecido
demasiado la muerte para que se les pudiese compadecer y me alegré de que tan terrible catástrofe
manifestase claramente a todo Agrá, lo que habían sido aquellas dos personas, miradas por tanto tiempo
como modelos de virtud.

CAPITULO IV.

Donde «e verán co»i»« que tal vez no ae lian previsto.

Despues de la muerte de Fatmé voló mi alma a un palacio inmediato, donde todo me pareció a corta
diferencia análogo a lo que acababa de dejar. En el fondo no obstante había un modo de pensar muy
diferente.

No porque la señora que le habitaba llegase a aquella edad en que las mujeres tal cual sensatas, aun
puando no condenen la galantería como un vicio, la miran a lo menos como una ridiculez: no; era jóven y
hermosa y no podia decirse de ella que amaba la virtud solo porque no había nacido para el amor. Por su
caracter sencillo y modesto, por el cuidado que tenía de hacer buenas acciones y de ocultarlas y por la
calma que parecía reynar en su corazon, debía creerse que había nacido tal como se la conocía. Discreta,
sin violencia ni vanidad, no se hacia una desgracia ni un mérito, del cumplimiento de sus deberes. Jamás
la vi un momento triste ni regañona; su virtud era dulce y apacible, y no creia que la diese derecho para
atormentar y despreciar a los demás; en un palabra, era sobre este punto mucho mas reservada que esas
mujeres, que teniendomil faltas que echarse en cara, no bailan con todo una sola personaecsenta de
reprensión. Su natural era regularmente alegre y no procuraba disfrazarle: sin duda no creía como muchas
otras que jamás se parece tan respetable como cuando se'es muy importuno. No murmuraba y sin
embargo su conversación no era por eso menos agradable. Persuadida de que tenia tantas flaquezas como
los demás sabia perdonarles las ;que les encontraba. Nada la parecía vicioso ó criminal, sino lo que
efectivamente lo es. No se privaba de lo lícito para no gozar como Fatmé sino de Jo prohibido.,Su casa
estaba montada sin fausto, pera de un modo digno. Todas las personas honradas de Agrá tenían a mucho
honor el ser en ella admitidas, todas; querían conocer a una mujer de un caracter tan singular, todos la
respetaban, y apesar de mi natural perversidad, me vi al fin obligado a pensar como los demás..,¡;;,',', '. (..¡
¿i

La ociosidad a que en aquella casa se me condenaba me fastidió por fin , y persuadido de que en vano
esperaría que se me proporcionase materia para 'hacer observaciones, abandoné aquel sofá, coníento por
haberme por mi mismo convencido de que había verda- deramerile mujeres virtuosas, pero deseando muy
poco encontrar otras semejantes. . .. ai ii i '....

Para variar los espectáculos 'que su actual, estada podia proporcionarla, no quiso mi alma al dejar
aquel palacio introducirse en otro, y paró su vuelo en una casita oscura y de un aspecto tal, que dudé al
principio si podría encontrar cabida. Penetré en un aposento triste, amueblado menos que medianamente
y en el que fui bastante, a fortunado para encontrar un sofá, que roto y desmantelado, duba un testimonio
Instante convincente de que a su costa se habían adquirido los demás muebles que le acompañaban. Esta
fue la primera idea que me ocurrió antes de saber en que casa me hallaba: cuando lo supe no varié de
dictámen, . Aquel aposento servia efectivamente de inorada a «na linda jó ven,! ípie siendo porstiofijeiAy
por sí mis* ma lo que se llama una mujer mundana, se trataba con todo algunas veces con lo que se dice;
gente honrada. Era bailarina y acababa de ser admitida entre las del emperador; su reputación y. su
fortuna estaban todavía por hacer, apesar de que conocía particularmente a casi todos los jóvenes nobles
de Agrá, de.que les colmaba de favores; y de que la aseguraban, su protección. Dudo aun de que por mas
que la prometían, a no haber sido por un intendente del emperador a quien agradó, hubiese cambiado tan
pronto su posicion.

Abdalathíf (eso era el nombre del intendente) por su nacimiento y mérito personal no era brillante
conquista. Era naturalmente rústico y brutal y despues de su elevación, había añadido la insolencia a sus
defectos. No intentaba faltar a la cortesía, pero persua. dido de que un hombre como él honraba a
cualquiera teniendole atenciones, se había revestido dehesa fría y seca urbanidad que se observa en las
personas de cierta clase, teniendo a bien darla el nombre de dignidad; pero que en Abdalathif era el
colmo de la simpleza y de la impertinencia. Nacido en la mas baja obscuridad no solo se había olvidado
de ello, sino que hacia todo lo posible para atribuirse un ilustre origen: acababa de completar sus dislates,
haciendo perpetuamente el papel de gran señor; vano é insolente, eran igualmente un ultraje su
familiaridad y su altanería: bajo, en fin, y sin gusto en su magnificencia, no le granjeaba mas que mayor
ridiculez. Dotado de muy poco talento y sin ninguna educación, de todo quería entender y fallar sobre
todo. Apesarde estás cualidades, contemporizaban todos con él, no porque pudiese dañar a nadie, sino
porque sabia obligarles. Los mas grandes señores de Agrá eran asiduamente sus compañeros y
aduladores, y hasta sus mujeres estaban muy en disposición de disimularle las impertinencias, que «olía
llevar al estremo, ó de no negarse en nada'á sus deseos. Aunque muy favorecido en Agrá, gustaba
algunas veces de poder descansar del estremadoAcariuo de las señoras de alto rango, y de buscar algunos
placeres que no por ser menos brillantes eran menos vivos, ni (como tenia la insolencia de decirlo el
mismo) mucho mas peligrosos.

Una noche al salir del palacio del emperador ante quien Amina había bailado, fue cuando ese nuevo
protector la acompañó a su casa. Dirijió algunas orgullo- sas y distraídas miradas a su triste y oscuro
albergue, y dignándose apenas fijar en ella los ojos, la dijo; aquí no estáis bien, será preciso buscaros otra
habitación. Quiero tanto por mi como por vos, que viváis alojada con mas decencia. Burlaríanse de mi, si
una jóven con quien tengo relaciones, no se presentase de un modo capáis de hacerse respetar. Despues
de estas palabras se sen» tó sobre mí y cojiéndola bruscamente, setomó cuantas libertades quiso, aunque
como tenia mas libertinaje quedeseos, no fueron escesivas. :!'. * n
Amina a quien había yo visto altiva y caprichosa con los que la visitaban, lejos de familiarizarse con
Abdalathif, le trataba con el mayor respeto y ni siquiera se atrevía a mirarle, sino cuando era al parecer de
su gusto. Gustaisme bastante, la dijo en fin, pero os quiero discreta. Renunciad a los jóvenes,, arreglad
vuestra conducta.y vuestras costumbres, y con esta condicion seremos buenos amigos. Adiós, querida,
añadió levantándose, mañana tendréis noticias mías. .No os hallais amueblada en disposición de poder
cenar con vos: voy a cuidar de ello. Buenas noches.

Acabadas estas palabras salió: Amina le acompañó respetuosamente y volvió a sentarse en mí,
entregándose a toda la alegría que la causaba su buena fortuna , y contando con su madre los diamantes y
demás riquezas que esperaba al dia siguiente de la jenerosidad de Abdalathíf,

Esa madre, que aunque mujer honrada, era la mas complaciente de las madres, eesortaba a su hija a
conducirse con juicio, ya que Brama se dignaba enviarlas aquella buena fortuna, y comparando su actual
estado con el que se las ofrecía, hacia mil refiecsiones sobre la providencia de los dioses, que no
abandonan jamás a los que lo merecen.

Despues de esto, hizo una larga enumeración de los señores que habían sido amigos de su hija. ¡ Cuan
poco útil te ha sido su amistad! aunque es también culpa tuya. Mil veces te lo he dicho, naciste demasiado
fácil. O te entregas por pura indolencia (cosa que es un gran vicio), 6 bien, lo que es peor y te ha hecho
algo ridicula, cedes al capricho. No digo que no se satisfaga uno alguna vez, ¡no lo quiera Dios! pero no
conviene sacrificarse de tal modoá los placeres, que se.descuide la fortuna; es preciso sobre todo evitar e!
que pueda decirse, que una muchacha como tu puede ceder alguna vez al amor, y desgraciadamente has
dado en esto mucho que decir. En fin, eres muy jóven todavía, y confio que todo ello no te perjudicará
mucho. Nada pierde tanto a las personas de tu clase, como esas tonterías que llaman complacencias
gratuitas. Cuando se llega a saber que una muchacha está desgraciadamente acostumbrada a entregarse a
veces de valde, todos se creen dignos de lograrla al mismo precio, ó por lo menos muy barato. Contempla
a Rosana Atalis y Alzira, ninguna debilidad tienen que echarse en cara, y Brama ha bendecido por esto su
conducta. Menos hermosas que tú, se han enriquecido sin embargo: aprovéchate de su ejemplo y sé
prudente como

Bien madre, respondió Amina a quien impacienta-- ba el sermón, procuraré hacerlo; pero ¿me
aconsejaríais por ventura, que no me entregase sino al mons-1 truo que me posee actualmente? eso es
imposible, os lo advierto.';

No en verdad, replicó la madre, no es uno dueño de su corazon, digo simplemente que debes renunciar
a los cortesanos, a menos que les veas a hurtadillas, y que tengan contigo mejor comportamiento que hasta
aquí. Si quieres, yo misma les hablaré. Ahí tienes a Massoud tu amante, es buena elección, nadie le conoce
, se presta a todo, le haces pasar por pariente y se le toma por tal; hasta aqui nada hay que decir. Ese señor
que te protejo se engañará como los demás

si te portas con prudencia, no sospechará nada y

¿Creeis, madre mia, que me dará diamantes? interrumpió Amina. ¡ Ah ! si; me los dará. No lo digo
porque tenga vanidad, pero cuando se disfruta de cierta consideración, da mucho gusto lucir como los
demás. En seguida se puso a contar todas las muchachas que estarían envidiosas de los diamantes y
esquisitos vestidos que iba a tener. Esta idea la lisonjeaba más que su misma fortuna.

Al dia siguiente muy temprano llegó por ella un carruaje y mi alma curiosa de ver el uso que baria
Amina dtí los consejos de su madre, quiso seguirla y entró con ella en una hermosa casa enteramente
amueblada, que poseía Abdalathif en una calle poco concurrida.
Establecíale al llegar, en un soberbio sofá, colocado en un gabinete primorosamente adornado. Jamás
he visto a nadie tan estúpidamente admirado como lo estaba Amina, al ver cuanto «e presentaba ante
sus ojos. Despues de haberlo ecsamioado todo, dirijióse al tocador. Los preciosos vasos de que le vid
cubierto, un cofrecillo lleno de diamantes, algunos esclavos bien vestidos que con ay re respetuoso se
apresuraban a servirla, mercaderes y artesanos que esperaban sus órdenes , todo la arrebataba y
aumentaba su sorpresa.

Cuando hubo vuelto un poco en si pensó en el papel que debia representar delante de .tantos
espectadores. Habló a sus esclavos con altanería, y a los mercaderes y artesanos con petulancia; escqjió lo
que gustó, mandó que cuanto disponía estuviese pronto lo mas tarde para el dia siguiente, volvió a sentarse
al topador, estuvo en él largo tiempo, y mientras esperaba las magnificencias que la estaban destinadas, se
Vistió una soberbia bata, hecha para una princesa de Agrá, que encontró apenas bastante hermosa para sí.

Pasó la mayor parte del dia ocupándose con cuanto veAa y esperando a Abdalathif, que compareció en
fm al anochecer. Vamos a ver muchacha, la dijo, ¿que te parece todo esto? Amina se precipitó a sus pies y
en los términos mas innobles, le dió gracias de lo que por ella hacía.. :..i..! u
Yo estaba admirado, yo que hasta entonces había vivido en buena sociedad, no podia comprender lo
que pasaba: no porque no hubiese oído jamas decir tonter rías, peeo por lo monos eran elegantes y en ese
tofl» de nobleza, con el cual casi'.parece que no lo son. :
i.. '. .n,.' i: i
CAPÍTULO V. .i,..«:.. ,i

Mejor para saltada que para leído.


Antes de empeñarse en una difusa conversación , sacó Abdalathif de su faltriquera una larga bolsa
llena de oro, y la echó sobre una mesa con indiferencia. Guarda esto, la dijo, aunque lo necesitarás
muy poco, pues me encargo de todos tus gastos y de los de tu casa. Te he enviado un cocinero, que
despues del mió es el mejor de Agrá. Cuento cenar aqui a menudo y no lo haremos siempre solos:
algunos amigos mios y algunos artistas a quienes presto dinero, nos acompañarán algunas veces.
Vendrán también algunas compañeras tuyas de las mas hermosas, y tendremos alegres cenas, que son
muy de mi gusto.

Dicho esto la condujo al gabinetito en que me hallaba, y la madre de Amina, aquella mujer
respetable que hasta entonces se había hallado presente, se retiró y cerró la puerta.

No daré a V. M., dijo Amanzei interrumpiéndose, cuenta ecsacta de semejante conversación: Amina
pareció en ella del todo tierna, y sensible áno poder mas. Abdalathif había de antemano cuidado de
advertirla de que no le gustaban las mujeres reservadas en su» discursos, y con él ansia que tenia Amina
de agradarle, con su educación y con las costumbres que había contraído: V. M. puede fácilmente
A
imajinar que se dijeron cosas difíciles de referir, y que por otra parte no serian de vuestro gusto. ...'. i: i;

¿Porque nó, preguntó el saltan, acaso las encontraría muy buenas? Como queráis, dijo la sultana
levantándose , pero como estoy segura de que a mi no me divertirían, tendreis a bien que me retire.

¡Habrá mujer, esclamó el sultán; vaya una modestia I Acaso crees que te la supongo, desengáñate.
Actualmente conozco a las mujeres y me acuerdo además de que un hombre que las conocia a corta
diferencia tanto como yo, me dijo que las mujeres no hacen nada con tanto placer como lo que tienen
prohibido, y que no gustan de otros discursos que de los que parece no deben oir: por consiguiente, si
sales no es porque tengas deseos de ello. Pero no importa, Amanzei me dirá al acostarme lo que no
quieres que me diga ahora: esto hará que nada pierda yo del cuento, i no es asi? Amanzei convino luego
en que el sultán tenia razón y despues de haber ecsajerado la prudencia de su conducta, continuó del
modo siguiente.

Despues de la conversación entre Abdalathif y Amina,, que fuá mas larga que interesante, sirvieron la
cena. Como yo no estaba en el comedor, no puedo deciros lo que allí pasó. Mucho tiempo despues
volvieron y aunque habían cenado solos, me pareció que no por esto habían sido mas sobrios. Despues de
al- gunas espresiones nada esquisitas, se durmió Abdalathif en el seno de Amina.

Esta aunque tan complaciente, tuvo a mal desde luego que se tomase con ella tan grandes libertades, y
su vanidad se resintió del poco caso que al parecer hacia de ella. Los elojjos que la había prodigado por k
manera como había sostenido la conversación, la habían ensoberbecido y hecho creer, que hierecía que se
tomase la molestia de ocuparla nuevamente. Apesar de las atenciones que debia a Abdalatlüf, se fastidió
de la posicion forzada a que la obligaba, y hubiera por ello manifestado indiscretamente su pesar, a no
haber Abdalathif abierto los ojos con pesadez y preguntado bruscamente la hora que era. Levantóse sin
esperar respuesta, y acariciándola brutalmente, la dqo; Adiós; mañana te mandaré decir si puedo cenar
contigo. Dicho esto, quiso salir. Amina, apesar del deseo que tenia de que la dejase en libertad, creyó que
debia detenerle, pero aunque llevó su falsedad al estremo de llorar por su partida, se mantuvo inecsorable
y se desembarazó de los brazos de Amina, diciendola que le agradaba que le amasen, pero que no quería
ser incomodado, "i

Asi que hubo salido, honróle Amina a media voz, con los epítetos que se merecía. Mientras estaban
desnudándola, entró su madre y la habló en voz baja. La noticia que la dió, la hizo dar prisa a sus esclavas
j mandar al fin que la dejasen sola. A poco de haberse retirado sus esclavas y su madre, volvió esta
conduciendo a un negro mal formado y de horrible aspecto, a cuya vista corrió Amina a abrazarle con
transporte.

Amanzei, dijo el sultán, si fueses tu el negro de tu historia, no creo pudiera por esto ser peor. No veo,
Señor, lo que la desmerezca, respondió Amanzei. Pues voy a decírtelo, replicó el sultán, yaque no tienes
bastante talento para conocerlo. La primera mujer de mi abuelo Schah-Kiar dormía con todos los negros
de su palacio: cosa que gracias a Dios es muy sabida. Eri consecuencia, mi sobredicho abuelo hizo ahogar
no solo a la primera, sino que también a las que tuvo despues, hasta que mi abuela Scherazade le hizo
perder esa costumbre. Encuentro por consiguiente muy poco respetuoso, que despues de lo ocurrido en
mi familia, se me venga ahora a hablar de negros, como si pudiese yo oirlo desinteresadamente. Te tolero
este, puesto que ha ya llegado, pero te suplico que sea ei último. Amanzei, despues de haber pedido
perdón al sultán por su imprudencia, continuó del modo siguiente : Ah! Massoud! dijo Amina a su
amante, ¡ cuanto he sufrido en dos dias que no he podido verte ! ¡ cuanto aborrezco al monstruo que me
importuna! ¡que desgracia la de sacrificarse a la riqueza! .¡

Massoud contestaba apenas a estas razones; dijola no obstante que aunque la amaba con toda la
delicadeza posible, no le incomodaba el que Abdalathif la tuviese atenciones. Ecsortóia en seguida a
hacer todo lo posible para arruinarle y entregándose despues a todo el furor de las caricias de Amina,
empezaron una especie de diálogo en que el placer de engañar a Abdalathif era el mejor atractivo. Antes
de salir del gabinete, recompensó generosamente a Massoud por el entrañable amor que la había
manifestado.

Pasó con él la mayor parte de la noche y le despidió por fin al amanecer, conducido por su madre, que
le hizo salir por una puerta de comunicación entre su aposento y el de su hija, la misma que había servido
para introducirle.

Amina pasó la mañana probándose los vestidos qué había mandado hacer, y disponiendo la hiciesen
otros. Esta fue su diversión hasta la hora señalada para ir a bailar ante el emperador. Desde palacio fue
acompañada por Abdalathif, y seguida de algunas compañeras, de algunos jóvenes omras, y de tres
artistas , los mas famosos de Agrá. Todos a cual mas se apresuraron a alabar la magniftcencia de
Abdalathif, su buen gusto, su aire noble, la delicadeza de su espíritu y la esten- sion de sus luces. No
podia yo concebir como podían unas personas de una clase distinguida por su cuna ó su talento,
perdonarse la bajeza y falsedad de sus elo-jios. No dejaban tampoco de encomiar a Amma, pero a la
verdad de una manera., que debia darla a conocer que no era mas que subalterna y que a no ser por las.
atenciones que se ;querían tener a Abdalathif, hubieran sido con ella tan familiares, cuanto aparentaban
serlo menos. Despues de los cumplimientos, cada uno se dispersó por el salón con quien fue de su gusto.
La conversación era según los que hablaban ora viva, ora calmosa, pero en jeneral me pareció que se
respetaba muy poco a las señoras que debían cenar con Amina, y que ellas no por esto se ofendían.... ;. .
Bajaron en fin a cenar. Como mi alma.no tenia donde colocarse en aquella pieza, no pude saber Jo que
pasó; pero si se'había de inferir por los sucesos que precedieron la cena y por los que la siguieron, no de-
bia parecer sensible el no poder saberlo. .

Abdalathif anegado en vino y ébrio de los elojios que aumentaron en número y viveza cuando se hubo
experimentado el mérito de su cocinero* no tardó eti dormirse. Un jóven, que tenia, interés en que dejase
cuanto antes a Amina en libertad, se atrevió a dispertarle para hacerle observar que un hombre como él,
encargado de los mas graves negocios y necesario al estado, podia permitirse a veces alguna distracción
en los placeres, pero que jamás debia abandonarse a ellos. Probó finalmente de tal modo a Abdalathif
cuan que-i rido era del soberano y del pueblo, que le convenció de que no debia diferir el acostarse, sin
que el estado se arriesgase a perder en él su mas firme apoyo.

Salió por consiguiente con todos los demás. Algunas miradas que había sorprendido entre Amina y el
jóven que tan bien acababa de arengar a Abdalathif, me hiñeron creer que no tardaría en volverle a ver.
Colocóse ella en su tocador con'ayteneglijente, ydesembai- razada de ese soberbio aparato mas
incómodo aun para los placeres, que .satisfactorio para el amor propio, mandó que la dejasen sola,' .i. :i'

La respetable madre de Amina, movida seguramente por la relación que la había hedió el jóven de sus
sufrimientos, (porque no me seria posible .creer que una alma tan hermosa, pudiese ser sensible al
interés) te introdujo discretamente en el aposento de su hija y no'se retiró, sino despues de haberle él
dado palabra formal de que no baria'á Amina proposición alguna, que pudiese alarmar el pudor de
uitanma tan prudente como modesta. ..¡.: 1 : "¡u

A la verdad, dijo Amina al jóven cuando estuvieron solos, es preciso que os ame con mucha ternura
para haberme determinado a lo que he hecho! porque en fin, engaño a un hombre honrado a quien es
cierto que no amo, pero que sin embargo tiene derecho a mi fidelidad. Hago mal, lo conozco, pero el
amor es irre.r sislililc y la acción que ahora me hace cometer es muy ajena de mi carácter. Tanto mas os
lo agradezco, contestó el jóven queriendo abrazarla. Oh! esto, replicó ella rechazándole, no puedo
permitíroslo: confianza, ternura, placer en veros, he aqui lo que os he prometido; si pasaba de ahí, haría
traición a mi deber. Pero hija mía, la dijo el jóven ¿te has vuelto loca? ¿que sig- Tiifica ese guirigay en
que me hablas? Creo en ti seguramente toda la ternura del mundo, pero ¿paraque quieres que nos sirva?
¿He venido yo para esto? ;: Os habéis engañado, contestó ella, si habíais esperado de mi alguna otra cosa.
Aunque no amo al señor Abdalathif, he hecho voto de serle fiel y nada en este mundo podrá hacerme
faltar a él. Ah! Reina mia! replicó el jóven en tono de zumba, puesto que has hecho un voto nada tengo
que decir, un voto es cosa respetable, y por la rareza del hecho te permito cumplirlo fielmente. Dime ¿
has hecho en tu vida muchos votos semejantes? No os burléis respondió Amina, soy muy escrupulosa.
Oh! no lo estraño, repuso él, vosotras las muchachas por poco públicas que seáis, os picáis todas .de
escrupulosas y en jeneral lo sois mucho mas que las mujeres virtuosas. Pero a propósito de tu voto,
hubieras hecho muy bien en participármelo anteriormente y no hacerme tomar la molestia de venir a
pasar la noche aqui. Es cierto, contestó ella turbándose, pero me habéis hecho tan brillantes
proposiciones que de pronto me han deslumhrado, lo confiesa. Ah! ¿conqué; le refiecsion las ha
desvanecido?la.preguntó él. Toma, prosiguió sacando un bolsillo, he aquí lo que te he prometido, soy
hombre de palabra; aqui dentro tienes con que curar tus escrúpulos y relevarte de todos los votos que
hayas podido hacer. A lo menos convén en ello. Cuan burlón sois! contestó ella tomando el bolsillo, me
conocéis muy poco! Os juro que sin la inclinación que os tengo.... Acabemos, dijo él interrumpiéndola.
Para probarte cuan noble soy, te dispenso de darme las gracias y también de esta prodijiosa inclinación
que me tienes: asi como asi, en el negocio que hemos hecho no me ha servido de nada. Ademas te pago,
a tan alto precio como si estuviese en primer lugar y bien sabes que no es regular. Pues a mi me pa-
receque si, repuso Amina, por vos cometo una perfidia, y.... Si yo no te pagase sino a razón
de lo que te cuesta yo te aseguro de que te alcanzaría por nada. Pero acabemos, repito, aunque
tengas tanto talento «orno el primero, me fastidia la conversación.'.'.

. Appsar de la mucha impaciencia que manifestaba, no pudo impedir que Amina, que era la misma
prudencia, contase el dinero que acababa de entregarla. No porque desconfíase de él, según decia, sino
porque podía haberse equivocado; en fin no se rindió a sus deseos sino despues que estuvo segura de que
él no se había quedado corto en su cuenta.

Poco antes de amanecer, volvió la madre de Amina y dijo al jóven que era ya tiempo de retirarse, pero
él no era enteramente del mismo parecer. Aunque Amina le suplicaba que atendiese a su reputación, esta
consideración no le, hubiera seguramente determinado y apesar de sus ruegos hubiera permanecido, a no
haberle prometido Amina concederle en adelante, tantas noches como pudiese quitar a Abdalathif. *

Ademas de Abdalathif, Massoud y ese jóven a quien algunas veces cumplía su palabra, Amina que
había reconocido la utilidad de los consejos de su madre, re- cibia indiferentemente a cuantos la
encontraban bastante linda para solicitarla, con tal sin embargo de que fuesen asaz ricos para recompensar
sus favores. Bonzos, Bracmanes, Imanes, Militares, Cadis, hombres de todas lus naciones, de todas
clases, de todas edades, nada despreciaba. Es verdad que como tenia algunos principios y algunos
escrúpulos, era mas cara con los estranjeros y sobre todo con aquellos a quienes miraba como infieles,
que con sus compatricios y con los que seguían su misma relijion. Solo a precio de oro podian vencer su
repugnancia ó triunfar dé sus remordimientos cuando se había ya entregado. Hasta se había formado
sobre este punto un sistema particular. Había relij iones que aborrecía mas que a otras, y siempre me
acordaré de que costó mas a un guebro el obtener sus favores, que en igual caso no había costado a diez
mahometanos.

. Sea que Abdalathif estuviese demasiado persuadido de su propio mérito para creer que Amina
pudiese serle infiel, ó que contase ridiculamente con los juramentos que le había hecho de no pertenecer a
otro alguno.
vivió mucho tiempo en cuanto a ella en la seguridad mas completa, y sin un acontecimiento imprevisto
aunque no sin ejemplo, hubiera al parecer estado siempre sumerjido en ella.

Comprendo, dijo entonces el sultán, alguien le dijo que le era infiel. No, Señor, respondió Amanzei,
Ah! sí, replicó el sultán, ya veo que no era esto, es fácil adivinarlo; él mismo la sorprendió. Tampoco,
Señor, dijo Amanzei. muy feliz hubiera sido en librarse a tan poca costa. No sé pues lo que pudo suceder,
dijo Schah- Baham, al fin y al cabo eso no es cuenta mía, y no tengo necesidad de quebrarme la cabeza
para adivinar lo que no me interesa.

CAPÍTULO VI.

Que tío tiene man de extraordinario . que de divertido.

Llegado era por fin el fatal momento en que debían desaparecer para Amina todas las grandezas,
diamantes y riquezas que poseía, Pero a lo menos la quedaba para consolarse de una pérdida tal, el
recuerdo de un sueño lisonjero, al revés de Abdalathif que supuesto que hubiese soñado, no podia
acordarse de ello con el mismo placer.
Hacía algunos dias que reparaba que Amina estaba mas triste que de costumbre, su casa estaba cerrada
por la noche, y de dia no se veía mas que a Abdalathif. Había recibido muchas cartas que la habían a pe«
adumbrad o. Perdíame yo en conjeturas para adivinar el motivo de sus pesares, pero no podia dar con él, y
fui bastante imbécil para creer que los remordimientos que la ajitaban, podian únicamente ser causa de la
tristeza que parecía tener.

Aunque el conocimiento que tenia yo de $u caracter debiese alejar de mi semejante idea, la dificultad de
penetrar el oríjen de su inquietud me la hizo nacer. No tardé mucho en convencerme de que me había
engañado en cuanto había creido.

Estaba una mañana Amina en su tocador turbada, sombría y pensativa, cuando entró Abdaluthif. A su
vista se sonrojó; no estaba acostumbrada a verle por la mañana y aquella inesperada visita la desagradó.
Tímida y confusa, se atrevía apenas a levantar hacia él sus ojos, mientras que este por su talante severo y
por las miradas terribles que la lanzaba de cuando.eu cuando, daba fácilmenteá conocer que se hallaba
atormentado poruña funesta idéa a la cual probablemente había ella dado lugar. Amina sabia sin duda cual
era, pues no se atrevió a preguntárselo jamás. Despues de haber permanecido en silencio durante algún
tiempo la dijo por fm con un entusiasmo irónico: Sois hermosa! hermosa por cierto! Sí; y muy fiel! ¡Oh! a
fe mía muy fiel! Se os enseñará de ser. prudente y se os pondrá en un sitio donde os veréis obligada a Serlo
a lo menos durante algún tiempo.

Que significan estas espresiones, señor mió? le respondió Amina con un aire altanero. ¿Pueden dirijirse
a una persona como yo? Os suplico que midáis algo mejor vuestras palabras.

La insolencia de Amina en tal situación, pareció tan singular a Abdalathif, que al principio le
desconcertó, pero predominando al fin su furor, la humilló con todas las injurias y con todo el desprecio a
que la creia acreedora; quiso entonces Amina intentar su justificación , pero Abdalathif que tenia sin duda
pruebas convincentes de las faltas de que la acusaba, la mando bruscamente callar..

Amina convino entonces en que Abdalathif tenía razón de quejarse, pero la parecía tan imposible que
fuese de ella, que no podia dejar de estragarlo. Hasta creyó deber a su vez llenarle de reprensiones por sus
infidelidades y reprocharle las malas elecciones que hacía, lo que solo se lo manifestaba, añadió, a causa
del vivo interés que se atrevía a tomar en cuanto le era concerniente..
Tan tenaz impudencia impacientó fmalmente a Abdalathif hasta tal punto, que temió estallar. Viendo
Amina que no podia hacerle juguete ni de su altanería ni de sus reprensiones, y temiendo por el furor de
que le veía poseído, que aquella escena no terminase para «lia de la manera mas trájica; creyó por fin que
debía tomar el partido de las lágrimas y de la sumisión. Todo fue en vano: nada pudo calmar a Abdalathif:
no os diré lo que tenia, pero en mi vida he visto un hombre mas furioso. De cuando en cuando se encendía
con accesos de rabia, durante los cuales hubiera sin duda destrozado cuanto en la casa había, a no haberle
pertenecido. Esta prudente consideración le impedia dar un indecente escándalo que le hubiera aliviado
tal vez, pero la violencia que se hacia para contenerse aumentaba su irritación contra Amina. Lo quemas
le acaloraba, orad que se hubiesen atrevido a faltar tan cruelmente a lo que se debía a un hombre como él.
Eso era lo que no podia concebir.

Despues de haber vomitado cuantas invectivas le dictaban a la vez su furor y su fatuidad, se apoderó en
jeneralde todo lo que había regalado a Amina. Ella había contado con que seria abandonada, y se
consolaba de ello poniendo de cuando en cuando los ojos en los diamantes y demás cosas que creía
conservar: pero cuando vió que el implacable Abdalathif se disponía a recobrarlo todo, prorrumpió en los
mas agudos y dolorosos clamores. Su madre entró entonces y arrojándose mil veces a los pies de
Abdalathif, creyó aplacar su cólera, confesándole que era un maldito Bonzo quien tenia la culpa de todo
lo que sucedía.

Lejos de que lo que del Bonzo le decían pareciese enternecer a Abdalathif. no hizo mas que
determinarle a usar de todo el rigor posible. Ay de mí! nos vemos bien castigadas por habernos fiado de
un infiel. Mi hija sabe como pensaba yo de él y que siempre la he dicho que no podia menos de. causarla
una desgracia, i Durante estos lamentos, Abdalathif que tenia en la mano una lista de todo lo que había
entregado a Amina, se lo hacía restituir por orden. Cuando hubo concluido , la dijo con tono grave: en
cuanto al dinero que os he dado, os le cedo: no ha dependido de mí el que no hayais sido mas afortunada.
La presepte raor- .tificacion os hará sin duda mas discreta, y os lo deseo sinceramente: andad, añadió, no
os necesito ya aquí. Dad gracias a Dios de que haya limitado a esto mi venganza.

AI acabar estas palabras mandó a sus esclavos que ks sacasen de allí, sin inmutarse mas por las atroces
injurias de que le colmaban, que lo había sido por las lágrimas que las había visto derramar.

La curiosidad de ver el uso que haría Amina de su humillación me decidió, a pesar de cnanto me
desagradaban sus costumbres, a seguirla nuevamente a aquella oscura estancia de que Abdalathíf la había
sacado , y a la que volvió a ocultar su vergüenza y el dolor de no haber sabido arruinarle.

En aquel triste sitio filé donde fui testigo de su pesar y de las imprecaciones de su virtuosa madre. Los
restos de su fortuna que eran todavía considerables las consolaron por ñn de lo que habían perdido.

Por Dios, hija mia, la decia un dia su madre, ¿es acaso una desgracia tan grande la que te ha sucedido?
convengo en que el monstruo que te poseía era la misma liberalidad; pero ¿es por ventura el único a quien
puedes agradar? Por otra parte aun cuando no encuentres otro que sea tan rico, ¿creerás ser por esto
desgraciada? No, hija mia, donde falta la calidad es preciso indemnizarse por la cantidad. Si cuatro no
bastan para reemplazarle, toma diez ó mas, si mas se necesitan. Me dirás tal vez que esto tiene sus
inconvenientes , es verdad; pero cuando no se vencen dificultades y se recela de todo, se permanece
también en la miseria y en la obscuridad.

Por muchos que fuesen los deseos que tenia Amina de aprovecharse de tan sabios consejos, el
abandono en que se hallaba no la permitió servirse de ellos tan pronto como hubiera querido. Su
aventura con Abdala- thif la había dado en Agrá tal reputación de poco se- gura en el comercio, que
exceptuando el fiel Massoud , cuya ternura era a toda prueba, no vi en su casa durante mucho tiempo
sino a algunas de sus compañeras que iban a verla mas bien para gozarse en su desgracia , que para
consolarla de ella.

El tiempo que todo lo desvanece borró al fin la mala opinion que de Amina se tenia * Crey úsela
cambiada, se imajinú que las reflecsiones para las cuales se la había dejado tiempo, la habrían curado de
la manía de ser infiel, y los amantes volvieron por fm. Un señor persa que llegó entonces a Agrá y que Do
sabia sino a medias las anécdotas de la ciudad, vió a Amina, la halló muy linda y se encaprichó por ella
tanto mas, cuanto uno de esos hombres complacientes que no se ocupan sino del noble cuidado de
proporcionar placeres i los demás; le aseguró que si tenia la dicha de agradar a Amina, debería estar tanto
mas satisfecho, cuanto seria la primera debilidad que tendría que reprocharse.

Cualquier otro lo hubiera creido imposible; pero el persa no lo encontró sino muy extraordinario. Esa
no-' vedad le aguijó y con el ausilio del irreprochable testigo de la virtud de Amina, compró al mas alto
precio unos favores que en Agrá empezaban a ser tasados al mas bajo, y no eran sin embargo- todavía tan
despreciados como dcbian serlo.

La lugubre morada de Amina fue abandonada nuevamente por un palacio soberbio, donde brillaba
todo el fausto de las Indias. No sé si Amina usó con discreción de su nueva fortuna, porque mi alma
fastidiada de estudiar la suya, fue en busca de otros objetos mas dignos de ocuparla y que aunque acaso
igualmente despreciables en el fondo, por ser mas adornados la repugnaban menos y la recreaban, mas.;':
:."'

Volé pues a una casa qué por su magnificencia y poí el gusto que en ella reinaba, reconocí ser un a
morada grata para mí. y conté encontrar siempre placeres y diversiones y qué aun el vicio disfrazado con
el velo del amor, embellecido con toda la delicadeza y elegancia posibles, no se ofrecería jamás a mi
vista, sino bajo las formas mas seductoras. ;//>

La dueña de ese palacio era hermosísima, y tanto por su belleza como por la tierna espresion de sus
ojos, ju;gué que mi alma tendría, en que ocuparse. Per- ininecí algún tiempo en su sofá sin que se dignase
so» láñente sentarse en 61. Amaba sin embargo y era amada. Acosada por su amante, perseguida por su
propio corazon, no era probable que la fuese yo siempre tan indiferente como ella parecía creer. Vui:o

Cuando entré en su casa , había ya él obtenido per- ruso pera hablarla de so amor; pero, aunque era
amalle y ardiente, y la había ya persuadido, estaba toda- óa muy lejos de triunfar,.

Fenima, (que asi se llamaba) renunciaba con pena i su virtud; y Zulma demasiado respetuoso para ser
itrevido, esperaba del tiempo y de sus atenciones, que le tuviese tanto amor como sentía por ella. Mejor
informado yo de las disposiciones de Fenima, no concebía como podia él desconocer su felicidad.
Fenima ala verdad, no le decia aun que le amaba, pero sus ojos se lo revelaban de continuo. Hablábale de
una cosa indiferente y sin querer y aun sin advertirlo se enternecía su voz y aumentaban en viveza sus es
presiones.

Cuanta mayor reserva se imponía para con él, tanto mas amor le manifestaba. Nada en su amante U
parecía indiferente, todo, lo temía de él y trataba mejor en apariencia a las personas que menos amata. A
veces le imponía silencio, y olvidándose de ello ei el mismo instante, continuaba una conversación
quehabía intentado terminar: Siempre que la .encontraba sola, (ocasion que sin conocerlo le
proporcionaba uif veces) se apoderaba de ella involuntariamente Fe ñas tierna y manifiesta emocion. Si
en el curso de ina larga y animada conversación, sucedía que Zulmaía besase la mano ó se postrase a sus
pies, Fenima se asustaba, pero no se ofendía y cuando se quejaba desu osadia, hacíalo siempre can
dulzura

¿ Y no obstante, interrumpió el sultán, no iba aie- lante con ella? No por cierto, respondió Amanzei,
cuai- to mas enamorado estaba....Mas bestia, dijo elsultai, asi lo conozco. Jamás es mas tímido el amor,
repuso Amanzei, que cuando.... Si, tímido, replicó el sultán, he aquí un lindo cuento! ¿por ventura no
conocía que impacientaba a aquella señora? Yo en lugar de ella, le hubiera despedido para siempre: si
señor, esto hubiera hecho, 1, '

No hay duda, contestó Amanzei, de que con una coqueta, Zulma hubiera sido perdido: pero Fenima que
deseaba sinceramente no ser vencida, agradecía mucho la .timidez de su amante. Además cuanto mas
contemporizaba con los escrúpulos de Fenima, tanto mas aseguraba su victoria. Un momento cedido por
el capricho, si no es aprovechado, puede no volver a- caso jamás, pero cuando es el amor quien lo cede,
parece que cuanto menos se aprovecha, tanto mayor empeño tiene en ofrecerlo. No obstante, replicó
Schah- Baham, yo he oido decir, que las mujeres no gustan de que no se las comprenda. Esto puede
muchas veces ser asi, respondió Amanzei, pero. Fenima pensaba de otro modo, y nunca amaba tanto a
Zulma, como cuando había sido mas respetuoso do loqueella misma había deseado. ¿Y, preguntó otra vez
el sultán, le sucedía a menudo el engañarse? i.: :. 1 .i./.ií

Sí, Señor, respondió Amanzei, y a veces tan groseramente, que le hacía muy ridiculo. Un dia, por
ejemplo, entró en casa de Fenima: hacia mas de una hora que entregada a su ternura, no se ocupaba sino en
él: había empezado por desear vivamente su presencia, y acalorándose gradualmente su imaginación, so
abandonó voluptuosamente a su desórden; éste se hallaba en e! mas alto punto, cuando se presentó Zulma;
su turbación aumentó, y sus mejillas se encendieron al verle; ¡ah, si él hubiese podido adivinarla causa! ¡ ó
si a lo menos se hubiese atrevido a instarla! pero él se creía con ella en mal estado, con motivo de algunas
inocentes libertades que se había permitido la víspera, y empleó en solicitar su perdón,, un tiempo en que
nada la hubiera ofendido. ' i
¡ Qué babieca! esclamó e) sultán; apenases creibli» que haya un hombre tan animal. Con todo, Señor,
esto no debe admiraros, repuso Amanzei; duraste el1 tiempo en que fui Sofá, vi perder muchas mas oca.-,
sieires de las que vi aprovechar. Las mujeres, acostumbradas a ocultarnos sin cesar lo que piensan, ponen
toda su atención en disimularnos los movimientos que las inducen a la ternura, y tal hay entre ellas, que
acaso se vanagloria de no haber sucumbido jamás, cuando debe menos esta ventaja a su virtud, que a la
opinión que de ella ha sabido inspirar. ■, ¡ -

.Acuérdome que estando en casa d« una mujer ce-, Jebre por su rara virtud, dudante mucho tiempo,
nada vi que pudiese desmentir la idea. que. de ella se tenia. Verdad es que no era hermosa¡, y!que es pceci-
sei convenir en que no hay mujeres ¿quienes sea mas fácil el ser virtuosas, que a las que carecen de
atractivos. Aquella unia a su fealdad uní caracter duro y severo (que repugnaba por
lo menos tanto, como su figura. Aunque nadie se había aventurado a probar conquistada, no por esto se
creía menOs, q«e era imposible el conseguirlo. Por no sé que. casualidad un hombre mas atrevido, mas
caprichoso; que tes demás, ú incrédulo en punto a la virtud de las mujeres, hallándose un dia solo con: ella,
se arriesgó a decirla que la encontraba muy amable. A pesar de que se to dijo con bastante frialdad para no
merecer ser creido, un discurso tan nuevo para eüa la impresionó. Respondió modestamente, pero con
turbación, que no era ella capaz de inspirar semejantes sentimientos; besóla él la mano, y esta acción la
hizo estremecer; su enibara». zo, su rubor, y el fuego que repentinamente animó sus ojos, fueron seguros
garantes del desorden de su alma. Repitióla, estrechándola con transporte entre sus» brazos, que había
causado en él la mas.viva impresión. No sé (mientras ella continuaba admirándose) como lo hizo para
probarla que hablaba de vera»; pero aquella modestia, de que siempre iba armada, empezó a ceder
visiblemente. Por extravagante que fuese la prueba que la ofrecía, la convenció primeramente , y acabó
por subyugarla. Sea que unos .objetos tan nuevos para ella la impusiesen, sea que cu aquel momento se
hallase fatigada par el peso de su virtud, apenas se acordó de que el bien parecer ecsíjía por lo menos que
no se entregase sin defensa, y. se rindió con mas prontitud, que las mismas mujeres acostum- liradas a
ceder fácilmente. Este ejemplo y otros semejantes me han hecho creer que hay pocas mujeres vir»i tuosas
que no puedan ser atacadas con fruto, y quej no.las hay mas fáciles de vencer, que las menos
acostumbradas al amor; pero volvamos a tos dos amantes, coya historia contaba a V. M.. i.

CAPÍTULO VII.

Kn que habrá mucho que criticar.


Una noche a) despedirse de Fenima, la preguntó
Zulma cuando podría volverla a ver; aunque ella temía mucho su presencia, no podia pasarse sin verle;
asi es que despues de haber reflecsionado algún tiempo, le respondió que podría verla el dia siguiente. .

; Fenima, que conocía muy bien todo el peligro que. corría de hallarse sola con él, había pensado tener
re-, unión, y con todo mandó el dia de la cita, que dye- sen a todos, menos a Zukna, que no estaba visible.
Parecíala que cuando encontraba a alguien en su casa, cuanta menos libertad tenia para hablarla de su
amor, tanto mas por mil sutilezas que imajinaba, procuraba darla a conocer, que estaba perpetuamente
ocupado en ella; ¡y.en el mundo hay tanta, perspicaciaJ Jella le comprendía con tal perfección! ¿no era
muy posi- hte quela malicia concediese álos espectadores aquella penetración que no debia ella sino al
amor? Zulma era menos peligroso estando a solas, porque sabía entonces ser respetuoso, cuando delante
de testigos no era bastante circumspecto : por consiguiente convenia no verje en concurrencia, si no lo
menos que fuese posible. .' 1 ', ¡ n.
Además, ¡ estaba tan triste cuando no podía hablarla ! ¿no era por cierto una inhumanidad
escesiva privarle de un placer, cuy a. concesion hasta entonces no> la había ofrecido peligro
alguno?

Todos estos motivos habían determinado a Fenima, ó por lo menos asi lo creía y atribuía al uso ó a
otras cosas de igual fundamento, lo que solo el amor la movía a hacer en favor de Zulma.

; Aquel mismo dia había tenido una fuerte tentación


de hacer su felicidad, se había dicho cuanto puede decirse una mujer que quiere vencerse a sí misma en
contra de lo que se opone a su amor; se había ecsaje- rado la constancia de Zulma, sus desvelos, aquel
deseo siempre tan vivo que tenia de agradarla, y hasta se acordaba con placer de que había siempre
preferido ser engañado que infiel. Zulma, por otra parte era jóven, instruido, bien formado,
cosas todas en que no creía ella parar la atención, pero que sin embargo no eran las que menos la habían
afectado.

Pues ¿quién diablos la contenia? preguntó el sultán; esta mujer me encocora. Ocho años de virtud,
respondió Amanzei, ocho años, cuyo mérito iba a borrar enteramente, una sola debitidad. Efectivamente,
esclamó el sultán, he aquí lo que se llama una grande pérdida.

Para una mujer reflecsiva es mas considerable de lo que cree V. M., repuso Amanzei. La virtud va
siempre acompañada de una perfecta tranquilidad, 110 divierte, pero satisface. La mujer que es bastante
dichosa para poseerla, siempre contenta de sí misma, puede contemplarse siempre con satisfacción: la
estimación que se tiene a sí propia está siempre justificada por la de los demás, y los placeres que sacrifica
no valen de mucho los que el sacrificio la proporciona.

Dime, preguntó el sultán, ¿ crees que si yo hubiese nacido mujer hubiera sido virtuosa ? A la verdad,
Señor, respondió Amanzei atónito, lo ignoro. ¿Porque lo ignoras? repitió el sultán. ¿Como puede haber
quien haga semejantes preguntas? dijo la sultana. No es a tí a quien se lo pregunto, replicó el sultán, solo
quiero que Amanzei me diga si yo hubiera sido virtuosa. Señor, creo que sí, contestó Amanzei, Pues bien,
querido, te equivocas, repuso Schah-Baham, hubiera sido todo lo contrario. Lo que acabo de decir por fm,
añadió dirijiéndose a la sultana, no es para disgustarte de ser virtuosa; lo que pienso en este particular es
solo en cuanto a mí, y acaso si fuese hembra sería de otro parecer; sobre estas cosas cada cual piensa como
quiere, y yo no violento el gusto de nadie. Tu amo se turba, dijo sonriendo la sultana a Amanzei, y te
aseguro que te agradecerá mucho el que prosigas tu cuento. Me gusta la espresion ¿no diría cualquiera que
soy yo quien interrumpe? .

Zulma entró, continuó Amanzei, y Fenitha, aunque llegó mas temprano de lo que esperaba,, no dejó de
decirle que había tardado mucho.

¡ Cuan dichoso soy Fenima, la dijo con ternura, «mi que me halléis culpable! Fenima no advirtió hasta
entonces el valor de lo que acababa de decirle, quiso escusarse y no supo que responder, Zulma se sonrió
al ver su turbación, y ella se ruborizó por haber visto £u sonrisa. Arrojóse él a sus pies y la besó la mano
con ardor: hizo ella un movimiento para retirarla, pero como él no hacía esfuerzos para retenerla, se la
abandonó. , .

, Zulma no obstante la decía las mas tiernas espresiones a las cuales nada contestaba; pero las
escuchaba con una atención y una avidez que seguramente se hubiera reprochado, si hubiese podido
comprender sus sensaciones. Supecho estaba algo descubierto, advirtió que fijaba en él sus ojos y quiso
componer su vestido. AJI.' cruel, la dijo Zulma.

Aquella exclamación bastó para detener la mano de Fenima. Para dejar gozar a Zulma del lijero favor
que le concedía, sin que nada pudiese inferir contra ella, finjiú tener que arreglar su peinado. Los ojos de
Zulma no pudieron sin inflamarse estar fijos tanto tiempo en el objeto que te había abandonado Fenima.
Esta fe entregó al placer de ser admirada de aquel a quien amaba, sus ojos se amortiguaron, miró a Zulma
lánguidamente , y pareció sumerjida en la mas tierna meditación.

Ea, Zulma, dijo entonces el sultán; ¿no veía esto? ah! ¡que badulaque!

Apesar del desorden que'1 se apoderaba de ella, prosiguió Amanzei, advirtió Fenima el de su amante; y
temiendo igualmente la emocion de Zulma, y la suya, se levantó bruscamente. Hizo él algunos esfuerzos
para detenerla, y no teniendo ya aliento para hablarla procuró . bañando su mano con el llanto que
derramaba, hacerla comprender cuanto sentía la cruel resolución que intentaba tomar. Tanto respeto
acabó de conmover a F«nima, pero no habiéndola aun vencido enteramente el amor, triunfó de sus
propios deseos y de los de su amante, tal vez mas peligrosos para ella que los suyos propios.

En cuanto se hubo desembarazado de los brazos de Zulma, le hizo seña de que se levantara y fue
obedecida. Miráronse durante algún tiempo y guardaron silencio. Fenima le rompió al fin para decir que
quería jugar. Por descabellado que pareciese a Zulma este deseo, como no sabia resistir a los caprichos de
su a- mada, lo dispuso todo con tanta prontitud como si hubiese sido él quien tenia gana de jugar. Esa
nueva prueba de su sumisión, conmovió en estremo a Fenima, y yo la vi pronta a pedirle perdón de una
humorada que encontraba entonces ridicula, r

El arrepentimiento de Fenima no duró tanto como era necesario para la dicha de Zulma; y cuanto mas
conmovida se reconoció, tanto mas creyó deber ocultarle su ajitacion. Púsose pues a jugar; pero se
apoderó de ella un fastidio, que muy pronto la hizo conocer que el medio que había ideado contra Zulma,
la era un recurso muy débil. No quiso sin embargo creer que las disposiciones en que se hallaba para con
él, fuesen la causa de la languidez que había sentido; y atribuyéndola únicamente a! juego que había
dejillo, invitó a su amante a poner otro, que no la hizo estar mas tranquila. Aquel desorden que creía
poder calmar; aquellas tiernas ideas, de las que procuraba distraerse, parecía que crecían con la violencia
que se hacia a sí misma, y que tomaban en su alma mayor imperio. Abismada en profundas reflecsiones,
creía atender a su juego, mientras solo se ocupaba en Zulma.

El aire apasionado que le observaba, tos profundos suspiros que ecshalaba, sus lágrimas que veia
prócsí- mas a correr, y que parecían aun ser solo detenidas por el respeto que la tenia, acabaron de
enternecer a Fenima. Entregada enteramente a los dulces sentímientes que la inspiraba, se dedicó
únicamente a contemplarle, y ora se hallase al fin confusa del estado en que se veía , ora no pudiese
sostener por mas tiempo las miradas de Zulma , apoyó su cabeza en su mano. Apenas la vió Zulma en esa
posicion , corrió a arrojarse a sus pies: Fenima, demasiado distraída, ó no le vió, ó no quiso impedírselo,
y él se aprovechó de aquel momento de debilidad, para apoderarse de la mano que la quedaba libre, y
besarla con mayor transporte del que esperimenta un amante ordinario, al gozar de todo cuanto puede
hacerle feliz.

Satisfecho de un favor que en el estado de sus relaciones no se atrevía a esperar aun, quiso leer en los
ojos de Fenima su destino. Esta continuaba con la cabeza apoyada en su mano, y separándosela
suavemente, descubrió su rostro y le vió bañado en lágrimas. Aquel espectáculo conmovió a Zulma, de
modo que le hizo también llorar. ¡ Ah, Fenima! esclamó, lanzando un profundo suspiro. ¡ Ah, Zulma !
respondió ella con ternura. Miráronse mutuamente, pero con aquella dulzura, aquel fuego, aquella
voluptuosidad y aquel delirio, que solo el amor mas verdadero puede hacer sentir.

Zulma tomó por fin la palabra, y con una voz entrecortada por sus suspiros, dijo con transporte: ¡ ah! si
es cierto por fin que os es grato mi amor, y temeis todavía el decírmelo, dejad por lo menos a estos ojos
hechiceros, a estos ojos que adoro, Ea libertad de es- plicarse en favor mío. No, Zulma, contestó ella; os

amo, y no podría perdonarme el cercenaros lo mas


mínimo de un triunfo que tanto habéis merecido. Os amo, Zulma; mi boca, mi corazon, mis ojos, todo
debe decíroslo, y todo os lo dice claramente... ¡Zulma, mi adorado Zulma! solo me creo feliz desde que
os he confesado cuanto siento por vos. Al oir tan dulces é inesperadas palabras, pensó Zulma morir de
alegría ; pero a pesar del delirio que le causaban, no se olvidó de que Fenima podia hacerle todavía mas
dichoso. Aunque no ignoraba que la declaración que acababa de oir, le autorizaba para mil jestiones que
apenas se había atrevido a imajinar hasta aquel momento,
dominando sus deseos el respeto que la tenia, se resolvió a esperar que acabase de decidir de su suerte.

Fenima conocía demasiado a Zulma para equivocarse en cuanto al motivo que suspendía sus
transportes : miróle otra vez con estremada ternura, y cediendo al fin a los dulces movimientos que la
ajilaban, se precipitó en sus brazos con una viveza, que ni las espresiones mas ecsajeradas, ni la mas
ardiente ima-jinacion, serían jamás capaces de describir,

¡Cuánta sinceridad! ¡cuánta sensibilidad en sus transportes ! no, jamás se había ofrecido a mis ojos un
espectáculo mas tierno. Ebrios entrambos , parecían haber perdido el uso de sus sentidos. No les
dominaban aquellos momentáneos sentimientos que causa el deseo; sentían solo ese verdadero delirio,
ese dulce furor del amor, tan buscados siempre y tan raras veces sentidos, ¡Oh dioses, dioses! decia
Zulma de cuando en cuando, sin poder decir otra cosa; Fenima por otra parte, abandonada a toda su
emocion, estrechaba tiernamente en sus brazos a Zulma, se apartaba de ellos en seguida para
contemplarle; volvíase a arrojar en ellos, y le miraba nuevamente. ¡Zulma! le decia con entusiasmo; ¡ah,
Zulma, cuan tarde he conocido la felicidad !

Seguía a estas palabras aquel delicioso silencio, al que se abandona el alma con placer cuando la faltan
espresiones para esplicar dignamente el sentimiento de que se halla penetrada,

Zulma, no obstante, tenia todavía mucho que desear; y Fenima, en quien su ardor producía en aquel
momento casi tantas necesidades como tenia su amante , lejos de querer oponer obstáculo alguno a sus
deseos, se entregó a ellos ciegamente. Hasta parecía que hacia mas él por ella, de lo que ella hacia por él:
cuanto mas se,había defendido contra su amor, tanto mas creía que debia probarle lo mucho que la había
costado su resistencia, y darle una especie de satisfacción por los tormentos que durante tan largo tiempo
le había hecho sufrir. Hubiérase avergonzado de armarse de esa falsa decencia que tan a menudo acibara
y corrompe los placeres, y que pareciendo colocar continuamente el arrepentimiento al lado del amor, en
medio de la dicha, deja desear otra mas dulce todavía. La tierna y sincera Fenima se hubiera creído
culpable para con Zulma, si le hubieso disimulado en lo mas mínimo el vivo ardor que la. inspiraba ;
recibia con delirio sus caricias, y asi como pocos momentos antes se hacia un deber de resistirlo, cifraba
entonces toda su gloria en convencerle de su ternura.

En uno de aquellos intérvalos, que a pesar de su brevedad empleaban en mil amorosos transportes, Fe-
níniíi, la dijo Zulma con el acento mas apasionado; erais demasiado franca en todos vuestros
movimientos, para que no haya algunas veces creído que me amabais ; ¿ por qué habéis retardado por tan
largo tiempo esta confesion ?

Mi corazon se determinó prontamente por vos, respondió Fenima; pero mi razón se ha opuesto por
mucho tiempo a mis sentimientos. Cuanto mas capaz me sentía de una sincera pasión, tanto mas temia
empeñarme en ella; sin haber amado, conocía que yo ec- sijiría mas cariño del que me seria posible
inspirar. Solo vos me habéis hecho conocer que ecsisten todavía hombres capaces de amar; me habíais
interesado, mas no vencido. ¿Podro confesároslo? esa virtud que os sacrifico actualmente con tanto
placer, ha combatido largo tiempo contra vos. No podia pensar sin desesperarme , que una sola flaqueza
iba a arrebatarme la dulce certidumbre de que era estimable y la dicha de ser estimada. ¡ Ah, Zulma!
anadia estrechándole entre sus brazos, ¡ cuan odiosos son ahora para mí todos los momentos que no he
empleado en probarte mi cariño! ¿Quién? yo, Zulma ¡yo he podido resistirte! ¡yo te he hecho derramar
lágrimas, y no han sido siempre como las que ahora corren por tu rostro! perdónamelo, yo era mas
desgraciada aun que tú. Sí, Zulma , toda mi vida me echaré en cara el haber podido creer que el ser tuya,
no debiese colmar todos mis votos, y serlo todo para mí. ¡Tó me amabas, y podía yo pensar en la
estimación de los demás ! ¡ Ah, puedo todavía merecer la tuya!
V. M. adivina sin duda lo que se siguió a semejante conversación, continuó Amanzei; apesar de lo
mucho que me gustaron, me seria imposible recordar los discursos de los dos amantes, que fuera de sí se
preguntaban y no se daban jamás tiempo para responder, y cuyas ideas sin concesion, no pintaban sino el
desórden de su alma, y no podían tener para un oyente, el mismo encanto que tenían para ellos. Yo estaba
sorprendido de la viveza de su pasión y de los recursos que en ella encontraban. No se separaron hasta
muy tarde, y apenas hubo Zulma salido, cuando Fe- nima, que le había consagrado todo su tiempo, se
puso a escribirle, Zulma volvió al dia siguiente muy temprano, siempre mas amante y también mas amado
, a gozar a los pies ó en los brazos de Fenima, de los mas deliciosos instantes. Apesar de la inclinación que
tenia de cambiar a menudo de morada, no pude resistir al deseo de saber si Zulma y Fenima se amarían
por mucho tiempo, y esta curiosidad me detuvo en su casa mas de un año; pero viendo en fin que su amor,
lejos de disminuir, parecia tomar cada dia nueva fuerza, y que hasta habían unido a toda la delicadeza y
calor de la pasión mas \iva, la confianza y la igualdad de la amistad mas tierna, fui a buscar en otra parte
nuevos goces, ó la libertad.
CAPÍTULO VIH.

Al salir de casa de Fenima me entré en otra, en la que no viendo sino cosas que a fuerza de ser comunes
no valen la pena de ser miradas ni contadas, 110 permanecí mucho tiempo. Estuve aun algunos días sin
encontrar, en los diferentes puntos a que me condujeron mi inquietud ó mi curiosidad, nada que me
divirtiese ó que debieseparecerme una novedad. Acá se rendía una por vanidad; acullá el capricho, el
interés, la costumbre, hasta la indolencia, eran los únicos motivos de las debilidades de que se me hacia
testigo. Observaba muy amenudo, aquel movimiento vivo y pasajero que se ha querido decorar con e!
nombre de gusto, pero en ninguna parte encontraba aquel a- mor, aquella delicadeza, aquel tierno cariño
que habían formado por tanto tiempo en casa de Fenima mis placeres y escitado mi admiración.

Cansado de la vida errante que llevaba, y convencido de que el sentimiento, del que se quiere sin cesar
pa-¡ recer colmado, es ski embargo el que menos se espe- rimenta; empezó a fastidiarme de mi destino y
deseé vivamente encontrar la feliz ocasion, que debí» terminar el suplicio a que me hallaba condenado.

¡Que costumbres! esclamaba algunas veces; no, Brama que las conoce me lisonjeaba con una vana
esperanza, y no ha creído que con ese gusto desenfrenado por los placeres, que reina en Agrá, y con ese
desprecio de los buenos principios que tanto ha cundi<k>, pudiese yo encontrar jamás, dos personas tales
como las cosijo para llamarme a una nueva ecsistencia.

Abismado en tan tristes rcflecsiones, me transporté íí una casa, cuyas circunstancias indicaban ser una
inorada pacífica. Habitábala a solas una matrona de cuarenta años. Aunque era todavía bastante bien
parecida para sin ser ridicula, dedicarse al amor, era no obstante discreta, huía de los placeres ruidosos, se
trataba con muy pocas personas y hasta parecía que en lugar de procurarse una agradable sociedad, halna
mas bien buscado el trato de personas, que ó por su edad ó por su profesion, pudiesen ponerla al abrigo de
toda sospecha. Asi es que en Agrá, había muy pocas casas mas tristes que la suya. ¡

Entre los que la frecuentaban, el que mas parecía agradarla y el mas asiduo también, era un hombre ya
de alguna edad, grave, frío y reservado, mas aun por temperamento que por su estado, aunque era director
de un colegio de Bracmanes. Tenia un caracter duro, aborrecía los placeres, y no creía pudiese haber
alguno , que no envileciese el alma de un verdadero sabio. Por su ceño y su esterior sombrío, le iomé al
principio por uno de aquellos entes mas ásperos que virtuosos, inecsorables para con los demás,
indulgentes para consigo mismos, y severos censores en púbiico de los vicios a que privadamente se
entregan; le miré en fin, como a un falso devoto. Fatmé me había hecho formar muy mal concepto de
cuantos presentaban un esterior prudente y circumspecto. Aunque raras veces me equivoqué pensando
mal de ellos, me enganaba en cuanto a Mócles y cuando le conocí vi qtíe merecia hubiese formado de él
otro juicio. Su alma era entonces recta, y sincera su virtud. Todo Agrá le tenia hasta por mas prudente de
lo que él quería parecer; nadie dudaba de la realidad de su aversión a los placeres, ni de que apesar de la
dureza de sus mácsimas, las hubiese seguido constantemente. De Al- mayde (dueña de la casa que yo
habitaba) se pensaba lo mismo. La estrecha amistad que ecsistia entre ella y Mócles, no había dado lugar
a la menor sospecha maliciosa, y a pesar de la murmuración del público relativa a las relaciones íntimas,
no había quien no respetase las suyas, y no las creyese fundadas en su inclinación a la virtud.

Mócles visitaba a Almayde todas las veladas, y ya estuviesen a solas ó en presencia de otras personas
eran irreprensibles sus acciones, y cuerdas y mesuradas sus palabras. Ordinariamente discutían algunos
puntos de moral: Mócles tenia siempre en estas disputas, ocasion de ostentar sus luces y lo recto de su
juicio. Disgustábame solo una cosa, y era que dos personas tan superiores a los demás y que tenían sus
pasiones todas reducidas a tan estrechos límites, no hubiesen triunfado de su orgullo y se propusiesen
mutuamente por modelo. Hasta muchas veces sin detenerse en la estimación que uno a otro se merecían,
cada uno de ellos emprendía su propio panejírico, y se alababa con una satisfacción, con un ardor y una
vanidad, que seguramente no hacían mucho honor a su virtud.

Apesar de que tan triste mansión me mortificaba en estremo , resolví permanecer en ella por algún
tiempo, aunque no esperase divertirme algún dia, ni encontrar en ella mi libertad. Cuanto mas perfectos
creía a Almayde y a Mócles para procurármela, tanto menos me atrevía a esperar de ellos una flaqueza ;
pero cansado aun de mis correrías , fastidiado del mundo, conociendo con horror hasta que punto me
había pervertido , no me disgustaba el oir hablar de moral, ora fuese que solo su novedad para mí me la
hiciese agradable, ora que en las disposiciones en que me hallaba , la mirase como una cosa que podia
serme

¡Ahí' efectivamente, esclamó el sultán, ya no estraüo que me hayas cargad» de ella, pues veo fácilmente
donde la adquiriste; pero a fin de.que no te venga nuevamente la tentación de hacer alarde de tu
elocuencia ó de tú memoria» reitero las amenazas que con tanta prudencia te hice al empezar tu cuento. Si
yo fuese menos clemente te dejaría hacer, y por el placer con que hablas , irías acaso muy lejos , pero no
gusto de supercherías, y quiero repetirte que. no hay cosa mer nos
provechosa que la moral, i l'';¡ i,i 'i.,(,...<¡

Apesar de la rara virtud de que Almayde y Mócles estaban dotados , continuó Amanzei, mezclaban
algu.r ñas veces con la moral algunas descripciones del vicio bastante detalladas. Sus intenciones eran
buenas sin duda; pero no por esto era para ellos muy prudente el detenerse en ideas, de las que nunca es
escesivo el cuidado que se tiene en apartarla imaginación, si se quiere evitar la emocion que causan en
nuestros sentidos.

Almayile y Atóeles que no veían en ello peligro algo» no, ú que se creían superiores a él, no temían
bastante las disertaciones sobre el deleite: es verdad que despues de haber vivamente descrito todos sus
encantos, ecsajeraban su vergüenza y sus peligros, y convenían que .la verdadera felicidad no se
encuentra sino en el seno de la virtud; pero con venían en ello secamente como si fuese una verdad
reconocida demasiado jeneralmente para necesitar ser discutida. No hacian con la misma rapidez el
eesámen de los placeres: estendianse difusamente acerca, un asunto, tan interesante, y se detenían
particularmente e» los mas peligrosos pormenores, con una confianza que me hizo al fin esperar podría
llegar a perderlos.. i .,¡¡u

Hacia por lo menos un mes que se .entretenían todas las veladas en esas viras pinturas, que yo creía tan
poco propias para ellos, y fuese cual; fuese el asunto por el que principiasen, venían siempre a pararen el
que debieran haber evitado. Mócles, cuyo humor habían insensiblemente dulcificado aquellas
conversaciones , comparecía mas temprano que de ordinario, permanecía allí con mas gusto y retiraba
mas tarde. Almayde por su parte; le esperaba con mayor impaciencia , le veía con mas agrado, y le
escuchaba con menos distracción. Cuando llegaba Mócles y encontraba algún estraño, su fisonomía
indicaba embarazo y confusion, y Almayde no parecía estar tampoco muy contenta. Cuando les dejaban
al fm en libertad, advertía yo en su rostro, aquella alegría que esperimen- tau dos amantes, que
desconcertados largo tiempo por una visita importuna, tienen por fin la dicha de poder entregarse a su
ternura. Almayde y Mócles se acercaban uno a otro con ardor, se quejaban de que 8o seles dejase tiempo
para ellos, y se miraban mutuamente con sumo placer. Era igual a corta diferencia la manera de hablarse;
pero no lo era el tono de su conversación. Vivían en fin con una familiaridad, que debia conducirles tanto
mas lejos, cuanto se ce-, gaban acerca los motivos que la habían producido, ó (lo que creo mas fácilmente)
no los conocían.'.
Un dia elogiaba Mócles escesivamente a Almayde por su virtud: en cuanto a mí, le dijo ella, no es muy
raro que haya sido discreta: en la mujer las preocupaciones ausilian ¡a virtud: pero en los hombres la
eorrompen. En vosotros es una especie de falta, el nd ser galantes; en nosotras, el serlo es un vicio. Vos,
por ejemplo, que me elojiais pensando como yo, habéis sido por consiguiente acreedor a mayor
estimación. No ecsaminando las cosas con aquella exactitud que nos !as manifiesta tales como son,
respondió él gravemente, se creería que soy efectivamente mas estimable que vos; pero es un error. Es
muy fácil para un hombre el resistir al amor, mientras que todo en las mujeres las arrastra a él. Si no es el
cariño quien bs conduce, son por lo menos los sentidos. A falta de esos dos móviles, que causan
continuamente tantos desórdenes, tienen la vanidad que por ser el manantial de sus flaquezas menos
excusable, no es sin embargo el menos común; y lo que, añadió suspirando y levantando hacia el cielo sus
ojos, es aun para ellas mas terrible, es la perpetua ociosidad en que vejetan. Ese fatal ocio entrega el
espíritu a las mas peligrosas ideas; la imaginación naturalmente viciosa las adopta y las dilata: la pasión,
nacida ya, toma mayor imperio sobre el corazon; ó si se halla todavía eesento de emociones, esas
fantasmas de deleite que se complace uno en presentarse, le disponen a la flaqueza. Cuando sola y
abandonada a toda la viveza de su imaginación , una mujer alimenta una quimera que su ociosidad la ha
obligado a crear, para no ser turbada en aquel goce imaginario, aleja de sí todas las ideas de virtud, que la
harían avergonzarse de las ilusiones que se forma: cuanto menos verdadero es el objeto que la seduce,
tanto mas cree inútil resistirle, es débil solo en secreto, solo para consigo misma, ¿qué tiene que temer?
Pero aquel corazon cuyo alimento es la ternura; aquellos sentidos que acostumbra al deleite, ¿se
contentarán siempre con ilusiones? Supuesto aun. que no busque lo que mas positivamente hiere la virtud,
puede lisonjearse de que en el momento (que será tal vez uno de aquellos en que se estravía interiormente)
en que un amante tierno, ardiente, deseoso, vaya a llorar a sus pies, mezclando con sus lágrimas sus
transportes, encontrará en un corazon que tantas veces ha abandonado voluntariamente al encanto de los
placeres, aquellas mácsimas que pueden solamente hacerla triunfar de tan peligrosa ocasion?

¡ Ah, Mócles! esclamó Almayde ruborizándose: y cuan difícil es la práctica de la virtud! Vos sois quien
tiene menos motivos para creerlo, contestó él; vos, que adornada de mil atractivos, nacida para vivir en
medio de los placeres, lo habéis sacrificado todo a esa misma virtud, que se vé actualmente sujeta a
aquello mismo que menos merece preferírsela. No me lisonjeo , replicó ella modestamente, de haber
llegado a la perfección; pero es cierto que lo he temido todo, y en particular esta ociosidad de que acabais
de hablar, y esos libros y espectáculos perniciosos, que no hacen mas que debilitar nuestro ánimo.
Efectivamente, lo sé, repuso él, y a este cuidado continuo en ocuparos, debeis principalmente vuestra
cordura: porque (lo conozco por nosotros mismos) nada nos entrega mas a nuestras pasiones, que la
ociosidad; y si se apodera de nosotros, que hemos nacido frágiles, juzgad del influjo que en vosotras tiene.
Es muy cierto, respondió ella, que tenemos que combatir con todo. Infinitamente mas de lo que nosotros
pensamos, re.» plicó él, y esto es lo que os decia. Además, es preciso que consideréis que las mujeres son
siempre atacadas, y que (esceptuando solamente algunas sin pudor y sin principios, que aun sin amar se
atreven las primeras a decir que aman) no sucede, a pesar de la corrupr «ion que actualmente reina, que
tengamos que combatir esos obsequios, ese llanto, y esa obstinación que empleamos todos los días contra
las mujeres con tanto écsito. Por otra parte, si a los homenajes que se las rinden, añadís el ejemplo.... Por
lo que a esto hace, interrumpió ella, no tenemos sobre vosotros desventaja alguna; el ejemplo debe
también arrastraros tanto mas, cuanto sois galantes por naturaleza. Esto i to es ecsactamente cierto en
todos los hombres, repuso él, puesto que hay muchos a quienes su mismo estado prohibe ese frenesí del
alma, que llaman el placer de amar; yo, por ejemplo, me hallo en este caso. Cuando esto no fuese, replicó
ella, nacido bastante dichoso para ser inaccesible a las pasiones, hubiérais de todos modos.... Aqui Mócles
suspirando levantó sus ojos al cielo. ¡Cómo! continuó Almayde, ¿tendríais algo que reprocharos? ¡ Ah,
Mócles! si no estáis contento de vos mismo, ¿quién lo podrá estar? ¡ Quél ¿hubiérais deseado conocer el
amor? Sí, respondió él tristemente; esta confesion me humilla; pero debo hacerla en honor de la verdad.
Es cierto también que no he cedido a tan funesta tentación, Al confesaros que me he visto alguna vez
obligado a combatir, me ofrezco sin duda a vuestros ojos
capaz de debilidades, que por vuestra admiración conozco bien no me creíais; pero al sacaros de un error
que me era favorable, temo haceros pensar de mí demasiado bien. Es menos humillante el Terse tentado,
que glorioso el resistir a la tentación. .Contiándoos mis debilidades, me veo forzado a hablaros de mis
triunfos; lo que por un lado pierdo, quiero al parecer ganarlo por el otro; y no sé si debo recelar que
atribuyáis al orgullo, una confesion que os hago únicamente para evitar la mentira.

Al acabar tan modesto discurso, bajó Mócles los .ojos. ¡Oh] nada arriesgáis conmigo, le dijo vivamente
Almayde: yo os conozco. Con que ¿os habéis visto alguna vez en la tentación de sucumbir? no lo estraño;
por mas que se ande con paso constante hacia la perfaccion, jamás «e llega a ella. Lo que acabais de decir
lo prueba desgraciadamente la esperiencid, respondió él. i Ay de mí! esclamó ella dolorosamente;
¿pensáis acaso que tenga yo tantos motivos de alabarme, y que esté ecsenta de esas debilidades que os
echáis en cara? ¡Como, la dijo él; vos también, AI- mayde ! Tengo en vos demasiada confianza para
querer ocultaros nada, prosiguió ella, y por lo tanto os eonfieso que he tenido que combatir cruelmente.
Lo que me ha maravillado largo tiempo, y que aun actualmente no puedo concebir, es que aquella
emocion que embarga y confunde nuestros sentidos, sea independiente de nosotros mismos: mil veces me
ha sorprendido en las mas sérias ocupaciones, que debían por lo tanto hacer a mi alma menos accesible a
ella, A veces la combatía con fruto , otras veces menos fuerte contra ella, me dominaba a pesar mió,
arrastraba mi imaginación y sometía todas mis facultades. Que tan vergonzosos movimientos subyuguen
a una alma que se complace en alimentarlos, y que no se tiene por feb'z sino cuando es presa de ellos, no
lo es- trailo; pero ¿por qué se ha de estar espuesto a ellos, cuando el mayor y mas continuo de nuestros
cuidados , es aniquilarlos?

Lo que se llama recato, respondió Mócles, consiste Macho menos en no ser tentado, que 'en saber
triunfar de la tentación; y tendría muy poco mérito el ser virtuoso, si para serlo no se tuviese que
vencer ningún obstáculo. Pero ya que tratamos de este asunto, decidme por favor, ¿desde que os
hallais en esa edad, en que corriendo la sangre por las venas con menor ímpetu, os hace menos
susceptible de deseos, sentís todavía esos temibles movimientos? Son mucho menos frecuentes,
respondió ella; pero aun estoy sujeta a ellos. También yo me hallo en el mismo caso, repuso él
suspirando...;.. (..v .'

Pero somos unos locos en hablar de estas cosas, dijo Almayde ruborizándose, y esta conversación no
nos corresponde. Reflecsionado todo, dudo mucho que debamos temerla, respondió Mócles con un aire
vano: bueno es desconfiar de sí mismo: pero el creernos tan susceptibles, seria tener de nosotros
demasiado mala opinion. Convengo en que el asunto en cuestión, despierta ciertas ideas; pero hay mucha
diferencia entre discutirlo con el objeto de iluslrurse, ó el deseducirse; y me parece que podemos sin
equivocarnos, respondernos de nuestros motivos y confiar por ellos en. puestra tranquilidad. No debeis
por otra parte creer, que esta clase de objetos tan peligrosos para los que viven en el desorden, puede
causar en nosotros la misma impresión: nada son por sí mismos: hay personas de la nías acrisolada virtud,
que se ven a veces oblir gadas a detenerse en ellos, sin que la mas minuciosa discusión en semejantes
materias, tenga la menor influencia en la pureza de sus costumbres. Todo es mal y corrupción para los
corazones corrompidos; asi como lo que es al parecer mas contrario a la virtud, es impotente en los que no
intentan complacerse en ello. Asi será cuando vos lo creeis, respondió ella; y desde ahora renuncio a mis
escrúpulos, puesto que os pareee no debo tenerlos.

Jamás adivinaríais, la dijo él, la curiosidad que me ocupa; no me atrevo a descubrírosla, porque la creo
indiscreta, y no puedo sin embargo resistir a ella; quisiera saber si se os han hecho alguna vez en vuestra
vida ciertas proposiciones, si en fin (para manifestaros claramente mi curiosidad) habéis tenido que
arrostrar alguna vez , voluntariamente ó a la fuerza los transportes de algún hombre.
A una pregunta tan imprevista para Almayde, quedó esta atónita, se ruborizó, y pareció reflecsionar; al
fin tomando su partido, en efecto, respondió con algún embarazo, y puesto que deseáis saberlo, os
confieso naturalmente que un dia cierto jóven atolondrado que (porque nada quiero disimúlalos) apesar de
mi aversión a los hombres me parecía bastante amable, encontrándome sola, me dijo algunas de esas
galanterías que los hombres creen debemos, cuando no hemos llegado aun a esta feliz edad, que no les
inspira mas que respeto hácia nosotras, ó cuando somos bastante dignas de lástima, por tener una figura
que nos espone a sus deseos. Estábamos a solas; yo le contesté según mismácsimas: lejos de imponerle mi
respuesta, creyó que yo procuraba menos oponerme a su conquista, que hacersela costosa y hasta se
atrevió a asegurarme que le amaría: podéis considerar que le sostuve lo contrario. No sé con que mujeres
trataba ordinariamente aquel calavera; pero 110 le habían seguramente acostumbrado al respeto.
Acercóseme y tomándome bruscamente en sus brazos, me tendió sobre un sofá. Dispensadme por favor el
resto de una relación que ofendería mi pudor, y que acaso conmovería aun mis sentidos. Básteos
saber...No,interrumpióMócles, habéis de decírmelo todo; conozco (y no lo conozco sin temblar por vos)
que es mucho menos el temor de conmoveros ó de ofender vuestro pudor el que os impide hablar , que la
vergüenza de confesar que fuisteis demasiado sensible; y semejante motivo lejos de ser laudable, es en
estremo reprensible. Puedo y aun creo que debo añadir a lo que os he dicho, que si es cierto que juzgáis
que la narración que de vos ecsijo os puede causar una peligrosa emocion, no debeis suprimirla ni paliarla,
sin ser culpable. ¿Con que os importa muy poco el ignorar lo que sobre vos pueden ciertas ideas? ¿Os
atreveríais a contar con vos misma, sin haberos esperimentado ? ¡ Así pues contemporizando siempre con
vuestra alma ignoráis cuales son sus fuerzas! Al- mayde, creed me; jamás se teme un peligro lo bastante,
cuando no se le conoce; y comunmente no se cae en él, sino por haber contado demasiado consigo mismo.
Por consiguiente, nunca serán escesivos los pormenores de vuestra historia en que os detengáis; solo por
el efecto que en vos actualmente produzcan, podréis juzgar a donde alcanzan los progresos que habéis
hecho en el camino de la virtud, ó (lo que es todavía mas esencial) lo que os queda aun que destruir, para
llegar a aquella completa aversión de los placeres, que es la única que nos hace virtuosos.

Un consejo semejante, me sorprendió en boca de Mócles; yo le conocía un juicio recto y


bastantes luces , y no podia concebir lo que en aquel instante le
hacía hablar de un modo tan contrario a sus principios, i Como!.me dije a mí mismo admirado; ¡es
Mócles quien aconseja a Almayde que se detenga en particularidades que pueden ofender el pudor, é
inducir a ia corrupción ! El deseo que tenia de ilustrarme acerca de los motivos que impelían a Mócles,
me obligó a mirarle con atención, y observé en sus ojos tanto fuego que empezó a creer que podría muy
bien encontrar mi libertad, en el paraje donde menos en el mundo me hubiera atrevido a esperarla.

Mientras que yo fundaba tan dulces esperanzas, tanto en la idea que de Mócles y de Almayde me había
formado, como en la emocion que ambos empezaban a sentir, continuó Almayde su historia.

CAPITULO IX.

En que se bailará una gran cuestión que decidir»

Voy a obedeceros ciegamente, respondió Almayde a Mócles: acabais de convencerme de que solo la
vanidad me obligaba a callar, y voy a castigarme de ella conüándoos sin disfraz las circunstancias de mi
aventura que mas me mortifican.

Os he dicho, me parece, que aquel jóven de quien os hablaba, me había tendido en un sofá; no había
aun vuelto yo en mí de mi aturdimiento, cuando se precipitó sobre mí. Aunque el esceso de mi sorpresa
me permitió apenas manifestarle mi cólera, la leyó fácilmente en mis ojos, y queriendo precaverse contra
mi» gritos, logró apesar de mí resistencia,, cerrarme la boca con el mas insolente beso; imposible me
seria manifestaros cuanto me enojó desde luego tal acción, sin embargo debo confesarlo, mi indignación
no fue muy duradera. La naturaleza que me hacia traición, llevó prontamente aquel beso al fondo de mi
corazon, y se mezclaron repentinamente a mi cólera, unos movimientos que no la permitieron ya obrar
sino débilmente. Todos mis sentidos se embriagaron, un fuego desconocido se deslizó por todas mis
venas; no sé que placer, que detestándole me arrastraba, llenó insensiblemente toda mi alma, mis
clamores se convirtieron en suspiros, y dominada por unos movimientos que apesar de mi cólera y mi
dolor no podia ya resistir, aunque doliéndome del estado en que me veía, no tuve ya fuerza para
defenderme,

¡He aquí, esclamó Mócles, una situación terrible! ¡Y bien! continuó mirándola con ojos centellean tes:
¿Que quereis que os diga? repuso ella. Le reprendía cuando podia hacerlo; pero era maquinal mente.
Creo que le hablaba y trataba con todo el desprecio que se me- recia, y digo lo creo porque no me atrevo
a asegurarlo. A medida que aumentaba aquella cruel turbación sentía yo espirar mis fuerzas y mi furor, y
reinaba en todas mis ideas una confusion singular. Sin embargo , no me había rendido aun; pero ¡ qué
resistencia 1 ¡ cuan débil era! ¡ y cuanto me costaba aun apesar de su debilidad! No puedo, ó Mócles,
recordar aquella escena sin horrorizarme, y la vergüenza que me causa, me la representa tan vivamente,
como si jimíese todavía entre los brazos de aquel atrevido. ¡ Qué momento para mi virtud! ¡ Ah, Mócles!
¿ Como conociendo lodo el precio de aquella inocencia que intentaban arrebatarme, y no temiendo nada
tanto, aun en medio del desórden.á que me hallaba entregada, como la desgracia de perderla, pude
encontrar tanta dulzura en aquel deleite que se apoderó de mí ? ¿ Como tan vivos temores no me
arrancaban de los placeres , ó porque los placeres dejaban todavía en mi corazon tanto imperio a la
virtud? Yo deseaba (pero ¡con que esfuerzos ! ¡cuanto no sufría yo por desear!) que viniese alguien a
arrancarme de la desgracia que me amenazaba. Al mismo tiempo que formaba este pensamiento, un
movimiento contrario que obraba sobre mí con la mayor violencia, y que sin embargóme era menos
desagradable que el primero, me hacía desear vivamente que nada se opusiese a mi derrota.
Ruborizándome de lo que sentía, anhelaba sentir aun mas; el ardor que me devoraba, empezaba a
convertirse para mí en un suplicio, y a fatigar mis sentidos. Por mucho que fuese el delirio en que me
hallaba sumerjida, no había podido aun llegar a sofocar aquella voz importuna que clamaba en el fondo
de mi corazon , y que no habiendo podido librarme de mi debilidad , continuaba reprendiéndomela;
cuando advirtiendo sin duda aquel jóven la impresión que en mí hacía, llevó al fm hasta el estremo los
ultrajes que bahía principiado. Él pero ¿como podré espresaros lo que todavía me causa rubor ? Ocupada
únicamente, en'cuanto me lo permitía mi emocion, en de'. Tenderme de los besos que me prodigaba sin
cesar, no había tomado contra él ninguna precaución. Apesar del cruel estado en que me hallaba, aquel
nuevo insulto despertó mi furor; ¡ ay de mí! no fue con todo por mucho tiempo. Sentía crecer
prontamente mi des» orden; hasta los esfuerzos que hacía para escapar de los brazos de aquel atrevido £>
a lo menos para estorbarle, todo contribuía a él; todo acababa do seducirme. Perdida al fin en transportes
indecibles, sumida en un écstasis de que me seria imposible daros una idea, caí sin fuerzas y sin
movimiento en, los brazos del cruel que me hacía tan atroz afrenta. . ;! :

¡ Qué estado! esclamó Mócles; y icaánto temo sus consecuencias! No fueron sin embargo las que imaji-
nais, respondió Almayde. En medio de una situación en que tenia tantos mas motivos de temer, cuanto
nada temia ya, no sé porque razón, mi enemigo suspendió repentinamente su furor y sus ataques. Por un
prodijio que jamás he podido comprender, y que acaso vos no creereis por lo muy estraordinario, en el
instante en que nada me quedaba que oponerle, y en que parecía haber él también llegado al colmo del
delirio, sus ojos, cuyo brillo é impresión no podia yo sostener, sufrieron un cambio notable; una especie de
languidez que empezó a reinar en ellos, los despojó de su furor: vaciló, y estrechándome en sus brazos con
mas ternura y menos violencia que anteriormente, vino a quedar (justo castigo de los males que me había
hecho) tan débil como yo misma. En este mo. mentó empezaba a disiparse mi emocion, y fui bastante feliz
para poder gozar de toda ]¡i humillación de mi enemigo: despues de haberle contemplado con toda la
complacencia posible, y dado interiormente gracias a Brama por la visible protección que me había
otorgado , me levanté con violencia. A medida que se cal- maban mis sentidos y que se aclaraban mis
ideas, sentía mas vivamente mi vergüenza. Veinte veces abrí los labios para llenar a aquel temerario de los
reproches que merecía; pero una secreta confusion que me agoviaba, me los cerró constantemente, y
despues de haberle mirado con toda la indignación correspondiente a la insolencia de su proceder, le dejé
bruscamente. Preferí, a hablaros con franqueza, guardar silencio, que entrar en una discusión que me
hubiera avergonzado, y que la debilidad en que acababa de caer me hacia recelar.
He aquí, prosiguió, la única vez que me he encontrado en ese peligro que siempre había temido, aun
antes de conocerle, y que no he conocido sino para evitarle con mayor cuidado que nunca. Me he creido
además tanto mas obligada a huir de él, cuanto no dudo por los movimientos que esperimenté, que tengo
mas inclinación al amor de la que pensaba.

Ya veis, dijo entonces Mócles, que es muy conveniente poner el alma a prueba; pero, a propósito,
¿como se encuentra la vuestra? ¿ha hecho en voi esta relación el efecto que recelábais? A decir verdad,
respondió ella, no está tan tranquila como antes. De manera, repuso él, que si actualmente diéseis con un
temerario, no dejaríais de hallaros en algún embarazo. ¡Ah! no me habléis mas de esto, esclamó ella; sería
la mayor desgracia que podría acontecerme. Sí, respondió él con distracción, fácilmente se concibe.

AI acabar estas palabras cayó en la mas profunda meditación; de cuando en cuando contemplaba a Al-
mayde con un aire cortado, y con unos ojos que pintaban sus deseos y su irresolución. La confesion que
acababa de hacerle Almayde de su emocion, le animaba ; pero no permitiéndole su inesperiencia
aprovecharse de ella, poco faltaba para que le fuese inútil. El modo como debia portarse para acabar de
seducir a Almayde, no era lo único en que pensaba. Contenido por el recuerdo de lo que había sido,
tiranizado por la idea de los placeres, seducido, y dejando de estarlo a su vez, veíale yo dispuesto
alternativamente a huir y a intentarlo todo.
Mientras que él sufría tantos combates, no se hallaba Almayde mas tranquila. La relación que Mócles la
había pedido, había producido en ella cuanto había previsto. Sus ojos se habían animado; un encarnado
diferente dei que proviene del pudor; algunos suspiros entrecortados; cierta inquietud y languidez, todo
me manifestó mejor de lo que ella misma lo sentía, la violencia de la conmocion en que estaba sumerjida.
Yo esperaba con impaciencia lo que resultaría de una situación, en que dos personas tan discretas se
habían tan imprudentemente empeñado. Hasta temí, durante algunos momentos, que conocieran el error a
que les había arrastrado su escesiva confianza, y que en unos corazones tan acostumbrados a la virtud,
haría esta todo el efecto que mi estado y las promesas de Brama me impedían desear.

Creí finalmente advertir en sus miradas, que por momentos iban siendo menos tímidas , y que
manifestaban mas deleite, que lo que les detenia, era menos el temor de sucumbir, que el embarazo de
efectuar su caída. Ambos estaban igualmente tentados; ambos tenían a mi parecer el mismo deseo y la
misma necesidad de satisfacerse. Semejante situación, para dos personas que hubiesen tenido alguna
esperiencia, nada hubiera tenido de embarazoso; pero Almayde y Mó- cíes, lejos de poseer el arte de au si
liarse mutuamente, no se atrevían ni a confiarse su estado, ni a manifestarse sino con miradas y aun mal
seguras, el ardor de que se hallaban poseídos. Aun cuando el uno hubiese creido en el otro las mismas
ideas, ¿ sabian acaso hasta qué punto se encontraban ambos seducidos? ¿Qué vergüenza no hubiera sido
para el primero que hablase, el encontrar en el corazon del otro algunos restos de virtud, y como poder
enterarse, cuando ambos tenían tantos motivos para no romper el silencio ? Suponiendo en Almayde aun
mayor flaqueza que en Mócles, no por esto se veía menos obligada a verle venir. A la prudencia, de que se
había siempre gloriado , se unian el pudor y el bien parecer de su secso, que no la permitían declarar sus
deseos ; y aunque esta ley no es para todas las mujeres inviolable, Almayde , ó enteramente novicia, ó
poco acostumbrada a la galantería, temía el desprecio que tan justamente merece un paso semejante. Por
otra parte, ¿sabía olla Como lo tomaría Mócles? Tal vez si hubiese sabido que despreciándola hubiese él
querido ceder, hubiera pasado por ello; pero, ¿y sise limitaba simplemente al desprecio?

Despues que hubieron calculado para sí, durante algún tiempo, el modo como podrían hablarse sin
esponerse a la vergüenza de quedar mal, Mócles, cuyo orgullo y estado hubiera ofendido demasiado una
formal declaración de sus sentimientos, creyó que el mejor medio de conseguir su objeto, era el sofisma;
supuesto sin embargo que la elección de los medios dependiese todavía del eesámen que de ellos podia
hacer su razón, y que no procurase aun mas el engañarse a si mismo ó el salvar su gloria, en caso de que la
prueba que iba a hacer no le saliese bien, que el.engañar a Almayde, ¡Dichoso de él si hubiese querido
emplear para defenderse, solo la mitad del arte que desplegó para acabar de seducirse, ó para justificarse
de su seducción !
¡Oh, diantre! dijo entonces el sultán; puede decirse que si no lo hace bien, no será por falta de haberlo
pensado. Pero, dijo la sultana, no sé porque estáis tan admirado de que haya hecho tantas reflec- siones; me
parece que la situación en que se encontraba , ecsijía que hiciese algunas. Algunas, pase, respondió
Schah-Baham, y precisamente porque solo se necesitaban algunas, no tenia necesidad de hacer tantas. Era
preciso que aquella pareja estuviese terriblemente tentada para no volver en sí con el tiempo que para ello
se tomaba. Por poco hacéis uña observa» cion juiciosa, repuso la sultana. ¿Por poco? dijo Schah- Baham:
podré preguntarte ¿qué significa esto? Tienes un modo de bablar tan poco respetuoso que me pasma, y tal
vez no se encontraría en el mundo un sultán que lo sufriera. Quiero decir, respondió la sultana, que no
acertais del todo. Todas esas ideas tumultuosas que ocupaban a Almayde y a Mócles, se sucedían con
estrema prontitud; y si lo reflecsionais bien, vereis que lo que Amanzei ha tardado un cuarto de hora en
decirnos, no debia suspender sus resoluciones ni dos minutos. Pues bien, replicó el sultán, el narrador es
un majadero, si emplea tanto tiempo en contar lo que los personajes de que habla, pensaron con tanta
presteza. Yo quisiera, repuso ella, que os viérais obligado a describirnos otro tanto. Tengo mis motivos
para creer
que lo desempeñaría muy bien, contestó él; pero aun haría mas, porque lo que encontraría tan difícil de
contar, lo dejaría en blanco sin reparo alguno.

Las ideas que absorvían a Mócles, sus deseos, los esfuerzos que hacía para estinguirlos, y el placer con
que se abandonaba a ellos, le daban un aire tan serio y ocupado, que Almayde juzgó a propósito
preguntarle al fin, que era lo que tenia para guardar silencio por tan largo tiempo. Temo, añadió, que
tengáis ideas tristes. Teneis razón, respondió él, y me las ha sujerido la relación que acabais de hacerme.
Almayde pareció admirada de lo que la decia. No os sorprendáis, continuó él, y no estrañeis tampoco lo
que voy a deciros, a pesar de lo estraordinario que os parecerá en mi boca. Siento infinito que aquel jóven
temerario, que tan poco miramiento os tuvo, no tuviese tiempo para completar su crimen. ¡ Ah, Móclest
esclamó ella; ¿ y por qué ? Porque , respondió él, os hallaríais en estado de calmar algunas dudas que me
atormentan hace mucho tiempo, que acabais de despertar con toda su fuerza, y que nuestra recíproca ¡n-
esperiencia dejará siempre subsistir, puesto que vos no podéis responder a mis cuestiones, y que sería
demasiado arriesgado para mi preguntar sobre ellas a cualquiera otra persona que no fueseis vos. Mi
curiosidad versa sobre cosas de tan estraña naturaleza para un hombre de mi caracter y de mi profesión,
que a menos de conocerme como vos., no se dejaría de atribuirla a un motivo que me sería poco decoroso.
Es cierto, respondió ella, que podéis decirme cualquier cosa sin aventuraros. Esto mismo, repuso él, es lo
que me haría desear que estuviéseis mas instruida; porque teniendo en mí tanta confianza como yo tengo
en vos, estoy seguro de que nada me ocultaríais. Cuando hubiese podido yo dudar de vuestra amistad y de
cuanto contais con mi discreción, la sinceridad con que acabais de confiarme hasta vuestros mas íntimos
movimientos, me hubiera convencido de ello. Sepamos de todos modos, replicó ella, qué es lo que
pensáis; tal vez a fuerza de discurrir alcanzaremos.... ¡Oh! no, interrumpió él, no podríais proporcionarme
mas que conjeturas; y lo que pienso es de una naturaleza que ecsije la mas perfecta convicción. Sin
haceros discurtir mas, voy a deciros lo 'qne es, y juzgaréis si debe ó no serme indiferente, pensando como
pienso, estar sobre tal artículo en tan profunda ignorancia. Por otra parte, vuestro interés está acorde con el
mió, puesto que no es posible que virtuosa como sois, no os veáis atormentada con las mismas ideas que
yo. ¡Me asustais! le dijo Almayde, hablad, os lo suplico. Pues bien, la dijo él, pienso que es muy posible
que sea muy poco mérito en nosotros el no habernos jamás apartado de la línea de nuestros deberes. ¡
Ypuede ser asi! esclamó ella, sintiendo que la conversación tomase un jiro tan grave. Sin duda, repuso él,
y voy a convenceros de ello. Vos no habéis esperimentado jamás las dulzuras del amor (porque a pesar de
lo que podáis creer, es indudable que lo que os sucedió con aquel jóven, no os dió de ello sino una idea
muy imperfecta), yo le he evitado constantemente ; ¿ hay hasta aquí motivo alguno para creernos tan
perfectos? pero, me diréis, hemos tenido deseos y hemos triunfado de ellos. ¿Es esta acaso una grande
victoria? ¿Sabíamos por ventura lo que deseábamos? ¿y estamos aun bien seguros de haber tenido deseos
? no; nuestro orgullo nos ha alucinado: lo que hemos creído ardentísimos deseos, eran, sin duda,
lijerísimas tentaciones. Tal vez nos hemos engañado solo por ignorancia: ¡pluguiese al cielo! pero si es
cierto (como lo temo) que el solo anhelo de ecsajerarnos nuestros triunfos ó de creer solamente que los
alcanzaríamos, nos haya engañado en cuanto a esto, ¿en qué culpable error no hemos vivido? Nos hemos
lisonjeado de ser virtuosos, mientras que éramos acaso mas imperfectos que aquellos a quienes nos
atrevíamos a reprender, y que nuestra vanidad nos daba hasta un vicio mas que a ellos.

Eso es verdad, dijo Almayde, acabais de hacer una reflecsion bien aflictiva! No es la primera vez que
me mortifica, repljcó él, con un aire triste, y tanto mas cuanto para curarme de mis dudas, no veo sino un
medio que apesar de su sencillez, no deja de ser peligroso. Veamos, le preguntó ella, como me hallo en el
mismo caso que vos, tengo el mas vivo interés en saber lo que habéis pensado. Es preciso conoceros como
yo, respondió él, para no tener reparo en decíroslo.

Vos y yo nos creemos virtuosos; pero como os decía ahora mismo, no lo sabemos con certeza y voy a
probároslo. ¿ En que consiste la virtud? en la privación de las cosas que mas halagan los sentidos. ¿Quien
puede saber que es lo que mas los halaga? únicamente el que ha gozado de todo. Si el goce del placer
puede únicamente enseñar a conocerle, el que no le ha esperimentado jamás no puede por consiguiente
cono- cerle; ¿qué es pues lo que puede sacrificar? nada, «na quimera; porque ¿ qué otro nombre debe darse
a unos deseos que se dirijen solo a una cosa que se ignora ? y si, como está reconocido, la dificultad del
sacrificio es la que constituye todo su valor ¿qué mérito puede tener el que no sacrifica sino una idea ?
Despues de haberse entregado a los placeres y haberse reconocido sensible a ellos, abandonarlos é
inmolarse, he aquí la grande, la única, la verdadera virtud y la que ni vos ni yo podemos lisonjearnos de
poseer.

Demasiado lo conozco, dijo Almayde, es muy cierto que no podemos lisonjearnos de ello. Sin embargo,
k> hemos hecho, respondió Mócles vivamente, temiendo que si dejaba a Almayde bastante tiempo para
re- flecsionar llegase a reconocer la falsedad de los argumentos de que se valía; nos hemos atrevido a
creerlo y desde ese momento henos ahí culpables de orgullo. Me alegro, continuó él, y os felicito
sinceramente de que conozcáis que mientras uno no se ha puesto en disposición de poder hacer una ecsacta
comparación del vicio y de la virtud, no puede tener sobre uno ni otra sino ideas muy confusas. Por otra
parte, pues ese mal apesar de ser muy grande no es el único, se vé uno sin cesar atormentado por el deseo
de saber lo que se obstina en ignorar. El alma, trabajada a pesar suyo por aquel movimiento de curiosidad,
tiene seguramente por él mas neglijencia en sus deberes; presa de frecuentes distracciones, pierde en
discurrir, entrever , seguir, detallar y profundizar lo que ha concebido, el tiempo que sin la importuna idea
que la persigue sin cesar, consagraría únicamente a la práctica de la virtud. Si sabía a que atenerse en
cuanto a lo que desea conocer, estaría mas tranquila y sería mas perfecta: es pues preciso conocer el vicio,
ya para ser menos interrumpido en el ejercicio de la virtud, ya para tener una seguridad de poseerla.

Aunque Almayde estaba en situación de no poder casi comprender sino lo que demostrándola la
necesidad del placer, la libraba del temor de los remordimientos ; aquel sofisma la hizo estremecer;
permaneció absorta durante algunos momentos, pero el deseo que tenia de instruirse acerca de la
voluptuosidad ó de perderse en ella triunfó de su terror, y me pareció al fin mas sorprendida que asustada
de lo que acababa de oir. ¿ Creeis pues, preguntó con voz trémula, que seríamos mas perfectos?
Verdaderamente, replicó él, no lo dudo; porque considerad si gustáis la posicion en que nos hallamos y
juzgad si ecsiste otra mas horrible. Demasiado lo veo, dijo ella, ¡es realmente espantosa!

En primer lugar, continuó él, no sabemos si somos ó no virtuosos, cosa muy triste para quien piensa
como nosotros. Esta duda apesar de ser muy cruel, no es por desgracia la única de nuestra situación: es
muy cierto que contentos de la privación que nos hemos impuesto , hay mil cosas mas esenciales, acaso,
sobre las cuales nos hemos creido dispensados de observarnos: por consiguiente, a la sombra de una virtud
que podría muy bien 110 ser sino imajinaria, hemos cometido crímenes verdaderos ó (lo que sin tener la
misma importancia tiene sin embargo considerables inconvenientes) hemos descuidado el hacer buenas
acciones. En fin, suponiéndonos tales como nos hemos creido hasta aquí, desconfiaría yo aun de una
virtud escojida por nosotros mismos y no creería que fuese un gran mérito el tenerla. Poned diferentes
cargos a la elección de un hombre, y no cabe duda que escojerá el.mas lijero.
Os comprendo, dijo ella suspirando, quereis decir que hemos hecho lo mismo. ¡ A cuantos escrúpulos
me entregáis, continuó bajando los ojos: y como no verse atormentada por ellos cuando el único medio
de librarse de ellos produce tantos por sí mismo! Ese medio, repuso él vivamente, es en el fondo menos
temible de lo que parece. Supongo (y pluguiese al cielo que nada supusiese) que fatigados de nuestra
incertidumbre y conociendo al fin que es en nosotros un deber el salir de ella, queremos conocer el
placeryjuzgar de sus encantos por nosotros mismos; ¿ cual sería el peligro de semejante prueba? ¿el no
poder renunciar a él cuando una vez le hubiésemos probado? para almas algo débiles, confieso que sería
arriesgado: pero me parece que sin un esceso de presunción
podemos contar algún tanto con nosotros mismos. Si como, a hablaros francamente, yo presumo, ese
placer es menos seductor de lo que se dice, no valdrá la pena de entregarnos a unas cosas a cuya
privación, sean ó no halagüeñas, se ha concedido tanta gloria: si al contrario pueden causar en el alma una
emocion tan grande como ponderan, nos privaremos de él con tanta mayor alegría cuanto estaremos
seguros de que hay en hacerlo mucha virtud.

Este raciocinio que Almayde hubiera sin duda detestado si hubiese estado mas en sí, hizo en su alma
que no esperaba ya para sucumbir sino la apariencia de una escusa, todo el efecto que el desgraciado Mó-
cíes se había prometido. Despues de haberle mirado por algún tiempo con ojos turbados é inciertos, r.o-
nozco como vos, le dijo, la absoluta necesidad de esta prueba; pero ¿con quien podríamos hacerla con
seguridad?

A estas palabras se inclinó lánguidamente hácia MóV eles que poco a poco se la había acercado de
modo, que en aquel momento la tenia entre sus brazos. Creo, la respondió, que si queríamos aventurarla,
no podría ser sino entre nosotros: estamos seguros uno de otro y como no podemos dudar de que solo para
acrisolar nuestra virtud, nos determinamos a acciones que parecen ofenderla, estamos ciertos de no
formarnos una costumbre de un movimiento de curiosidad orijiriado por tan sano principio. Finalmente
de cualquier modo que sea ganaremos en ello, puesto que a lo menos el recuerdo de nuestra caida nos
preservará del orgullo.

Aunque Almayde nada respondía parecía aun estar incierta: Mócles que quería determinarla a toda
costa, la propuso para acabar de vencerla, no ensayar esa prueba sino gradualmente, a fin, decía, de que si
encon- traban en sus primeras tentativas bastante voluptuosidad para fijar sus dudas, no llegasen mas
adelante. Consintió ella por fin, mas muy pronto se transporta-, ron, é irritando sus deseos con acciones
que aunque hechas sin gracia y con poca maña, no por esto tomaban menos imperio sobre sus sentidos, se
olvidaron del pacto que acababan de hacer. Encontrando ambos demasiado, ó demasiado poco en lo que
sentían, juzgaron conveniente proseguir 6 no pudieron detenerse, y.:... ¿De repente te convertiste en otra
cosa? interrumpió el sultán. No, Señor,respondió Amanzei. Pues no te entiendo, repuso Schah-Baham, y
sé muy bien que la causa será el ser esto incomprensible: poique no cabe duda en que tenían ambos las
circunstancias que ecsijía tu Brama. Desde luego lo creí como vuestra invencible majestad, contestó
Amanzei; era sin embargo infalible que uno de los dos había engañado al otro. Conozco cuan
incomodado debías estar, replicó el sultán; y dime ¿de cual desconfiaste mas? La relación de Almayde,"
respondió Amanzei, me hizo tener de ella graves sospechas, y la ignorancia que afectó cuando se entregó
a Mócles, aunque estremada, no me impidió creer que al contarle su aventura, había suprimido la
circunstancia que me hacía permanecer en mi cautiverio. ¡ He aquí lo que son las mujeres I esclamó el
sultán; | oh, sí! tu reflecsion fue muy justa ; pues bien, yo nada he dicho, pero siempre creí que no lo decía
todo; a vanagloriarme yo de ello, no hubiera aquí faltado quien me echase en cara la nota de incrédulo.
Vamos, vamos, tenlo por seguro; ella filé la que impidió tu libertad.

El hecho apesar de su probabilidad, respondió Amanzei, tiene sus dificultades; Mócles, para un
hombre tan irreprensible hasta entonces, me pareció bastante esperimentado. Esto varía la tesis, dijo el
sultán , porque ¡ah, sí! claro está, fue él. Pero resolvéos al

fin , dijo la sultana; fue ella, fue él; ¿ por que no pensar sin devanarse tanto los sesos que ambos iban de
mala fé? Tienes razón, replicó el sultán, en rigor es muy posible: me parece con todo que valdría mas que
fuese el uno ó el otro, no sé por que, pero me gustaría. Sea 'como fuere , veamos lo que dijeron despues,
que no es lo que menos me interesa.

Móeles fue el primero que volvió en sf, me pareció"1 al principio como pasmado de encontrarse
entre los brazos de Almayde; y recobrando poco a poco su imperio la razón sucedió el horror a la
estrañeza; al parecer no podia'concebir lo que estaba viendo; procuraba dudar de ello, y lisonjearse
de que era un sueño lo que le representaba tan crueles objetos. Perfectamente convencido al fm de su
desgracia, fijó dolorosa- mente los ojos en sí mismo, y recordando todo cuanto había hecho para seducir
a Almayde, cuanto la había alucinado su criminal pasión, y con que arte la había corrompido, se apoderó
de él el mas amargo desconsuelo.

Almayde abrió al fin los ojos; pero conmovida aun. y no distinguiendo los objetos tan claramente
como Móeles, se halló al principio mas confusa que aflijida. Sea en fin que la desesperación en que le
veía la hiciese sentir su caída, sea que por sí misma conociese cuanto tenfa que echarse en cara; ¡ Ah
Móeles, es- clamó llorando, me habéis perdido! Móeles convino en ello, se acusó de haberla seducido, la
compadeció, procuró consolarla, y la habló como un hombre verdaderamente humillado por el peligro
que hay en contar demasiado en la propia fuerza. Finalmente despues de haberla dicho todo lo que puede
inspirar el mas vivo dolor y el arrepentimiento mas sincero, sin atreverse a mirarla, se despidió de ella
para siempre.

Almayde quedando a solas, no se halló por eso ni menos avergonzada, ni mas tranquila; pasó la
che llorando y reprendiéndoselo todo, hasta el reproche que debia hacer a Móeles, y en el cual hallaba
entonces un esceso de vanidad. Móeles desde el dia siguiente se consagró al mas austero retiro.... Esto
me acaba de decidir, interrumpió el sultán, no fue él. Y Almayde, continuó Amanzei, siempre
inconsolable, algunos dias despues siguió su ejemplo. Esto me desconcierta , repuso el sultán, era pues
preciso que no fuese ella. Jamás se me había ofrecido una cuestión mas difícil de decidir: yo la abandono
al que pueda resolverla.

CAPÍTULO X.

Eh que «entre otras ros»» se hallará el metilo de matar el tiempo.

Apesar de mi gusto por la moral, empezaba a fastidiarme en casa de Almayde, cuando la sedujo Móeles.
A tardar un dia mas, hubiera salido de eila persuadido de que habla a lo menos en Agrá dos mujeres
insensibles; pero felizmente mi paciencia me evitó una idea equivocada.

Despues de haber dejado a Almayde, vagué por largo tiempo: prometiéndome poco placer las
ridiculeces ó los vicios de una especie que me era ya muy conocida , evité con cuidado aquellas casas que
tenían la apariencia de decentes y bien ordenadas. Mis correrías me condujeron a un barrio de Agrá, lleno
de casas muy adornadas: la que me determinó pertenecía a un jovenzuelo que no la habitaba; pero iba a
ella algunas veces de incógnito, 'i .i

El dia despues de haberme establecido, vi llegar misteriosamente al anochecer una dama, que por su
magnificencia, y mas todavía por la nobleza de su porte, tomé por de la clase mas elevada. Mis ojos se
deslumhraron con sus encantos; con mas brillo aun que Fenima, tenía la misma modestia y una fisonomía
tan dulce, que no pude verla sin interesarme Vh vamente por ella. Por el aire con que entró en el gabinete
en que yo estaba, parecía que estuviese pas-> mada del paso que acababa de dar; habló temblando al
esclavo que la guiaba, y sin atreverse a levantar los ojos, vino a sentarse sobre mí como meditando; pero
con tanto abandono, que no me fue difícil .adivinar los pensamientos que la ocupaban.
Apenas se vio sola y entregada a sí misma, ocupándose con las mas tristes reflecsiones, despues de
haber suspirado muchas veces, empezaron sus bellos ojos a derramar lágrimas. Su dolor parecía no
obstante mas tierno que vivo, y lloraba menos al parecer por desgracias pasadas, que por temor de las
que podían sobrevenirla. No bien había enjugado su llanto, cuando un jóven muy bien hecho eníró con
ímpetu y cantando en el gabinete. Su presencia acabó de turbar a la dama; ruborizóse, y desviando de él
sus ojos y ocultando su rostro, procuró encubrirle la confusion en que se hallaba. " ¡'

En cuanto a él, se adelantó hácia ella con el aire mas tierno y obsequioso del mundo, y postrándose a sus
pies: i Ah, Zeus, la dijo , no me engañan mis 'ojos 1 i es Zefls la que aquí veo ! i sois vos! i vos, a quien
adoro y a quien casi no me atrevía a esperar ! ¡ como! ¡ es a vos a quien tengo al fm en mis brazos!

Sí, respondió ella suspirando; yo, que jamás hubiera debido venir; yo, que muero de vergüenza por
encontrarme aquí, y que no he temido sin embargo comparecer. ¡Cuan grata me hacéis esta soledad I
esclamó él besándola la mano. ¡ Ah, respondió ella, cuantos remordimientos me costará tal vez algún dia!
Las pruebas que en ella os doy de mi flaqueza, vendrán a ser mas crueles para mí, a medida que se borrarán
de vuestra memoria, y se borrarán de ella Mazulhim; ó si las recordáis alguna vez, no será sino para
despreciarme por lo que habré hecho por vos. ¡ Qué disparate! replicó él en tono de chanza; siendo
hermosa como sois, ¿podéis forjaros semejantes quimeras? ¿sabéis que con formalidad jamás he amado a
nadie tan tiernamente como a vos; y dudáis de mis sentimientos? No, no tengo la dicha de dudar de ellos,
repuso ella tristemente; sé que no podéis ser fiel, ni constante: hasta dudo de que sepáis amar; os amo, sin
embargo; os lo he dicho, y vengo a estos sitios a repetíroslo todavía. Conozco mi debilidad en toda su
estension, me'tengo por ella lástima a mí misma, yeo todas sus consecuencias, y no obstante cedo. Mi
razón me manifiesta cuanto debo temer, mi amor me obliga a desafiarlo todo.

Pero él respondió: ¿sabéis que me hacéis una verdadera y mortal injusticia en no creerme tan amante
como soy? ¡Ah, Mazulhiml esclamó ella; ¿es cierto que conocéis el valor de todo lo que os sacrifico?
¡cuanto tranquilizáis mi corazon ! Os amo, Mazulhim; si me conociérais mejor, no dudaríais de ello. Este
corazon que os adora, no ha sido jamás (no podéis ignorarlo) sino vuestro; decidme que deseáis que lo
sea para siempre. Si supiérais cuanta necesidad tengo de creer que me amais, no os negaríais a decírmelo
, aun cuando no fuese sino por humanidad. Únicamente de vos depende hoy dia mi dicha; veros, amaros
siempre; he aquí mi solo bien y mi único deseo. ¡Sería posible que fuerais incapaz de pensar de mí, como
yo pienso de vos I ., .,

¡Ah! esclamó él; os protesto. .. Mazulhim, interrumpió ella, dejadme a mí el cuidado de justificaros;
yo lo haré mejor que vos mismo, pues que tengo mas deseos de creer que me amais, que vos de
persuadírmelo. Debo confesaros, señora, repuso él en un tono mas sério que conmovido, que no me creía
bastante desgraciado, para que las pruebas que de mj ternura he procurado daros durante seis meses, os
hubiesen persuadido tan poco. Conozco bien que un amor estremado , tal como el que he tenido la dicha
de inspiraros , vá constantemente acompañado de alguna desconfianza ; si la que me demostráis no
pudiese atormentarme sino a mí, añadió estrechándola en sus brazos, me quejaría de ella mucho menos, y
el placer de encontrar en vos tanta delicadeza, me haría olvidar cuan injusta fuerais; pero se trata aquí de
vuestro reposo; y si conocieseis mis sentimientos, no os seria difícil creer que rae es infinitamente mas
caro que el mío propio. ..,

Dicho «sto, quiso tomarse con Zefis las mas cariñosas libertades; pero ella las evitó con tanta
sinceridad, que no pudiendo ya creer que su defensa fuese efecto de esas afectadas repugnancias, a las
que tan poco se atiende en el día, la miró como pasmado. ¡Cómol.Zet fis, la dijo: ¿es asi como me probáis
vuestro cariño? ¿debia yo esperar de vos tanta indiferencia? Ma/ul- ¡iini, respondió ella llorando, dignaos
escucharme" No he venido aqui sin saber a lo que me esponía, y no me veríais derramar tantas lágrimas,
si no estuviese determinada a ceder a vuestra ternura; os amo, y si solo debiese oir los movimientos de mi
corazon , me hallaría ya en vuestros,brazos; pero, Mazulhim, hay tiempo todavía, y aun no estamos
bastante comprometidos mútuamente , paraque debáis ocultarme vuestros sentimientos. En cualquiera
ocasion será horroroso para mí el saber que no me amais; pero juzgad cuanto tendría que quejarme de
vos; juzgad cual sería mi estado, si no llegase a saberlo hasta despues que mi debilidad nada os hubiese
dejado que desear. Dominado por el deseo de agradar, acostumbrado a la inconstancia por buenas
fortunas que no han fallado jamás, procuráis solamente triunfar; pero no quereis amar. Me habéis
requerido tal vez sin pasión; ec- saminad vuestra alma; sois dueño de mi destino, y. no merezco por cierto
que me lo hagais desventurado. Si no es el amor mas tierno el que os atrae hacia mí; en una palabra, si no
me amais como yo os amo,

no temáis declarármelo; no me avergonzaré de ser el premio del amor; pero moriría de vergüenza y de
do» kw, 'si no me reconociese sino cotao objeto tieiún capricho. ! M. !¡»;;n : ;¡! i .;ii(; i.. «r..ü!
«>! Aunque estas palabras y e! llanto que Zefis derramaba, no enternecían ,á Mazulhim. le hicieron tomar
no obstante un tono menos frió que el que desde el principio había empleado para con olla. ¡Cuanto me
conmueven vuestros temores! la dijo; pero ¡cuan poco los merezco! ¿es posible que imaginéis que yooá
confunda con esos despreciables objetos que hasta ahora han parecido tinicamente'ocuparme ? Confieso
que mi modo do vivir ha podido dar lugar a vuestras sospechas; pero, Zefis., ¿quisiérais que,hubiese:yo
añadido a la ridiculez de haber obsequiado a las mujeres que han entretenido mis Ocios, la vergüenza de
haberlas amado ? Es muy cierto, temía al amor; ¿ qué podia pues hacer mejor para librarme1 de él
constantemente, que vivir con mujeres sin costumbres ni principios , que en el mismo instante.en. que
mas me se- ducian por sus encantos, me libertaban por su caracter del peligro de una pasión? ¡ Decís que
estoy *cos~ tumbrado a la inconstancia por mi buena suerte! ¿Me estimáis en tan poco, para creer que
autos de haberos interesado, me lisonjease de haberla tenido una sola vez? No hay uno de esos triunfos,
de que .acaso me creeis tan'envanecido, que no me haya interiormente cubierto de confusion; no hay uno
en fin que a costa, de toda mi sangre, no deseara haber dejado de alcanzar , puesto que me hacen menos
digno de vos. :

Zefis pareció algo tranquilizada con estas palabras y tendió su mano a Mazulhim, fijando en él sus
bellos ojos con aquella espresion tierna y 'cariñosa, que solo el amor puede causar. Sí, Zefis, continuó
Mazulhim; ¡ yo os amo! icón cuanto delirio! ¡con qué placer conozco a "vuestros pies que hasta en medio
de los mas ardientes transportes, no era al amor a quien sacrificaba ! ¡ cuan dulce me es el conocerlo, y
conocerlo por vos! Sin vuestros hechizos, y aun sin vuestras virtudes, hubiera ignorado sin duda
eternamente este sentimiento, al cual hasta que os conocí rehusaba ce-> der. Solo a vos le debo, y por vos
sola quiero que subsista toda mi vida. / inl» ;.. u

; Ah, Mazulhim! esclamó ella, ¡ cuan dichosos seriamos si pensáseis como acabais de manifestar t si
es cierto que me amais, me amareis constantemente. Al decir estas palabras se inclinó hácia
Mazulhim, y estrechándole tiernamente en sus brazos, acercó a la suya su.cabeza. Veíase en sus ojos
la mas tierna embriague/, y'muy pronto Mazulhim con sus transportes la hizo cundir hasta su alma,
Pero, ¡ oh, cielos,1 ¡ qué ojos eran los suyos, cuando hubo completado su emocion ! No los había yo
visto semejantes, sino en Fenima. '.. r¡t './. "> . ¡r

Apesar de lo muy preparada que estaba para hacer a Mazulhim el mas dichoso de los amantes, n&
pudo sin embargo, sin recordar sus temores y tal vez su virtud, verle tan prócsímo'á su felicidad. No
dudéis de que os amo, le dijo ella, oponiéndole la mas' débil resistencia; pero ¿no podéis?... ¡ Ah, Zefis,
Zelis, interrumpió él, temeis aun probarme vuestro cariño I ., i.

Zelis suspiró, y no contestó: mas bien vencida por su amor, que persuadida del de su amante, cedió al
fm a sus deseos. ¡ Dichoso Maxulhim ! ; cuantos encantos se ofrecieron a tus miradas, y cuanto
aumentaba su valor el pudor de Zefis ! Asi es que Mazulhim me pareció vivamente afectado por ellos;
todo le admiraba ; todo era en Zefis el objeto de un elojio ó de un beso. Aunque lejos de condenar la
admiración en que estaba sumerjido, participase yo de ella, me pareció que para la situación en que se
encontraba, era demasiado duradera, y que hasta parecía suspender ó hacerle olvidar sus des'eos.

Es verdad que cuanto mas delicados somos, mas nos complacemos en bagatelas, tínicamente el
sentimiento conoce esos tiernos desvíos que imajina y varía sin cesar; pero al fin no podríamos
contentarnos siempre con ellos; y si nos detienen algún tanto, es menos porque queramos limitar a ellos
nuestros deseos, que para servirnos de un manantial de nuevos ardores. Por un rato tuve de Mazulhim
bastante buena opinion, para no atribuir el aniquilamiento en que le veía, sino a un esceso de amor, y las
gracias de Zefis justificaban esta idea. Verosímilmente asi lo creyó también ella, y por mas largo tiempo
que yo. No podia yo concebir como los transportes de un amante tan
tierno, tan deseoso de ser feliz, se debilitaban , a medida que encontraban motivo de aumentarse ; era
vivo sin ser ardiente: elojlaba, admiraba continuamente; pero ¿solo por medio de alabanzas puede un
amante espresar sus deseos?

Por mucha destreza que emplease Ma/.ulliim, a fin de disimular su desgracia, advirtió Zefls el poco
efecto de sus encantos: no pareció por ello ni sorprendida, ni disgustada; y volviendo sus bellos ojos hácia
su amante, levantáos, le dijo, con la mas dulce sonrisa, soy mas dichosa de lo que pensaba,

Mazulhim al oir estas razones, que solo le parecieron insultantes, se esforzó, aunque en vano, en probar
a /rlis que no merecía tuviese de él la idea que al parecer se había formado. Viéndose al iin obligado a
hacerse justicia: ¡ay de mí, señora, la dijo en un tono que me hizo reir; esto es que vos me habéis
entristecido! Vuestra turbación me divierte, respondió Zefls; pero vuestro dolor me ofendería. Sería para
mí demasiado cruel, el que creyéseis quejoso a mi corazon,... ¡Ah, Zefls, interrumpió Mazulhim, cuan
terrible es quedar mal con vos, y cuan difícil el justificarse! Vamos, dejad de aflijiros, respondió Zefls
tiernamente; creo que me amais; mas diré: solo hace un instante que lo creo, y no podíais probarme mejor
vuestro cariño, que con lo que tanto os echáis en cara,

¡ Ah! esto, siguiendo la frase vulgar, es bueno para dicho, dijo el sultán; pero en el fondo del alma
aquella dama no estaría sin duda muy contenta. En primer lugar, porque por sí mismo es desagradable, y
porque al parecer lo que disgusta a todas las mujeres, no es posible que divierta a alguna de ellas, ó a lo
menos convendrás que eu tal caso sería muy capri«liosa. Ademas, porque los sentimientos, cuando
acón-* tece un lance semejante, no son cosas tan consoladoras como se quiere decir.,

A propósito de esto, me acuerdo de que un dia (á fé que era yo bien jóven) me hallaba con una mujer:
no os diré de qué modo sucedió; éramos sin embarga dos.... Realmente jamás hubiera desconfiado; pero
he aquí que de repente... no sé muy bien como esplicá- roslo. En fm, por mas que la dije los mas dulces
requiebros , cuanto mas la hablé , tanto mas creció su llanto. Solo una vez lo he visto en mi vida; pero poi»
rrii nombre, era una escena bien tierna. Bijela con todo, entre otras cosas, que no había que desconfiar,
que no lo había hecho esp res amen te... Vaya, acabad vuestra pesada historia, interrumpió la sultana.
Vamos , bueno es, repuso Schah-Baham, que no me sea lícito contar un cuento, y sobre todo en mi casa.
De este lance, como os decía, continuó, he sacado por consecuencia infalible, que no hay mujer alguna
que no guste poco ó mucho de ello; por consiguiente, la señora Mazulhim que decía tan lindas cosas....
Hubiera preferido tal vez no tenerlas que decir, interrumpió la sultana, es muy probable; pero sabed, con
todo, que lo que creeis tan fatal para una mujer, la aflije menos de lo que la desconcierta. ¡ Ah! sí, replicó
el su'.tan, no tendría yo por ejemplo, mas que... pero no tengáis cuidado: continúa. Emir,

Por muy desconcertado que me pareció Mazulhim de su aventura, creí que estaba aun mas
admirado del modo como Zefls la tomaba.

Si Algo puede, la dijo, consolarme de esta cruel desgracia, es el ver cuan poco afecta vuestro corazon;
¡cuantas mujeres me detestarían si'tuviesen igual motivo para quejarse de mi! Os confieso, respondió
Zefis, que acaso haría yo lo mismo que ellas, si pudiese atribuir ese accidente a vuestra tibieza; pero si
como me habéis dicho y yo creo, solo el amor conmueve vuestros sentidos, no encuentro en esta aventura,
sino mil cosas mas lisonjeras para mi que todos vuestros f nms- portes. Os amo demasiado para no creer
que me amais: tal vez tengo también demasiada vanidad, anadió sonriendo, para imajinar que en parte es
culpa mía; pero sea cual fuere el motivo de mi induljencia, lo que hay de positivo es que yo os perdono. Os
advierto finalmente, que estaré menos tranquila por la mas lijera sospecha de vuestra fidelidad, que por lo
que vos Uamais un crimen. Sí, Mazulhim, sedme fiel, y pueda yo siempre encontraros tal como sois
ahora. Lo que yo perdería en ello por la parte que vos Uamais de los placeres, ¿no seria dignamente
indemnizado por la certidumbre de que me seríais constante?. Mientras que Zefis hablaba, Mazulhim que
hubiera deseado vivamente deberla menos agradecimiento, nada escaseaba de cuanto podia hacer
terminar su desgracia. Zefis se prestaba a sus deseos, con una condescendencia que él tal vez no aprobaba
interiormente, porque a cada instante le hacia menos escusable. Aquella misma condescendencia iba
siendo aun mas tierna y crecía insensiblemente; Zefis se defendía menos ó concedía mas gustosa; sus ojos
brillaban con un luego que no había yo aun visto en ellos; parecía que hasta aquel instante no se había aun
rendido verdaderamente : hasta entonces no había hecho mas que tolerar los transportes de Mazulhim,
entonces participaba ya de ellos. Aquella repugnancia inseparable del primer momento, que tantas
mujeres flnjen y sienten tan pocas, había cesado. Zefis soportaba sin turbación los elojios de Mazulhim, y
aun parecía desear que pudiese ponerse en disposición de tributarla otros nuevos: sus mejillas se
encendían, y no era sin embargo el pudor el que las coloraba; sus miradas no se desviaban ya de los
objetos que al principio parecían ofenderlas; la compasion en fm que Mazulhim la inspiró, no tuvo ya
límites; no obstante

¡Ah! si, interrumpió el sultán, no obstante

Comprendo; ¡ vaya un mentecato! Nada conozco que a la larga sea mas insoportable que su proceder
con Zefis; estoy .bien seguro de que ella se incomodó. Y yo, dijo la sultana, lo estoy de lo contrario;
enfadarse por semejante desgracia es merecerla. Bueno, repuso el sultán, ¿pensáis que una mujer pueda
hacer tal re- flecsion? lo que para mí hay de positivo es que en igual caso yo me resentiría, y no lo haría
sino me creyese por ello mas discreto. Veamos con todo lo que dijo Zefis, porque a lo que veo, en esto
como en todas las cosas cada cual tiene su gusto. . Apesar de su mucha induljencia, prosiguió Amanzei, la
obstinación de la desdicha de su amante me pareció que la apesadumbraba; fuese porque habiendo hecho
mas por él que la primera vez creyese merecerlo menos; ó porque hallándose en aquel momento dispuesta
mas favorablemente, encontrase en su razón menos fuerzas para sostenerla.

Mazulhim, menos convencido que Zefis de su infortunio , ó acostumbrado tal vez a arrostrar
semejantes desgracias, no pensando de Zefis tan bien como debía, probó lo que si hubiese sido mas cuerdo
ó mas cortés, no hubiera intentado. Parecióme que no gustaba ella de una prueba que la manifestaba aun
menos la presunción de Mazulhim, que la mala opinion que osaba tener de sus atractivos,

Apesar de su emocion, se la escapó una sonrisa maligna que pareció decir a Mazulhim, que no era
ella persona con quien pudiese ser oportuna aquella temeridad, ni menos pudiese tener un feliz écsito,
Segura de que muy pronto seria castigado de ella, se abandonó a sus ridiculos intentos con una
intrepidez, que cualquiera mujer es bastante vana para tener en igual caso: pero que no en todas justifica
el resultado. Aunque Mazulhim era en aquel momento menos digno de lástima que hasta entonces, no se
hallaba sin embargo en una situación por la cual mereciese parabienes, y apesar de sus esfuerzos, Zelis
tuvo razón en no haberlos temido.

Por el pasmo de Mazulhim, llegué a creer que si bien estaba acostumbrado a una parte de lo que le
acontecía, no lo estaba a encontrar mujeres que, como Zefis, no pudiesen en sus desgracias dejarle el
menor recurso. Esto lo digo sin querer ofender ú ninguna; y ¿quien sabe por otra parte si es a ellas a
quienes constantemente debiera echarse esto en cara?

Sea como fuere, la sorpresa de Mazulhim fue tan chistosamente manifiesta, y a costa de muchas otras
mujeres hacía tan bien el elojio de Zefis, que esta no pudo menos de echarse a reír. Si me lo hubierais
preguntado, le dijo, os lo habría dicho: pero acaso no me hubierais creido. Hubierahecho mal, respondió
él; pero no debia esperarlo: una esperiencia de diez años coronada constantemente con el mas feliz
resultado, me hacia creer del todo posible lo que únicamente con vos he tentado en
vano ¡ Ah Zefis! añadió, ¿debo encontrar en lo que habría de colmar mis deseos, nuevos motivos para
quejarme? En efecto, respondió ella riendo, concibo fácilmente cuan desgraciado sois, y vos también
debeís estar enteramente seguro de toda mi compasion. ¡Zefis! repuso él, con un transporte mas sincero
que todos los anteriores, nada iguala mi cariño sino vuestros encantos; cada instante aumenta mi ardor y
mi desesperación, y siento ¡ Que, Mazulhim ! interrumpió ella, ¿cual hubiera sido esa felicidad cuya
pérdida tanto sentís? No: si es cierto que me amais, no debeis ser compadecido. Una sola de mis miradas,
debe haceros mas feliz que todos estos placeres que buscáis, si los encontrarais al lado de otra mujer.
Vuestros sentimientos me encantan y me penetran, dijo él; pero redoblando mi amor, aumentan mi pesary
mi aflicción.

Terminemos esta conversación, dijo Zefis levantándose. ¡Como, esclamó él, quereis dejarme ya! ¡ Ah,
Ze- fis! no me abandonéis al horror de mi situación. No, Mazulhim, replicó ella, os he prometido pasar
todo el día con vos ¡ pueda no pareceros mas largo que a mí! Pero salgamos de ese gabinete: vamos a
gozar de la deliciosa frescura que empieza a sentirse ya: vamos a distraer vuestra imaginación, a apartarla
en fin de los objetos que la afectan. Mazulhim, acaso, cuanto mas se buscan los placeres, menos se
pueden gozar. Veamos si fijando menos en ellos nuestros pensamientos, nos hallaremos mucho mejor
dispuestos para disfrutarlos.

La jenerosa Zefis salió al acabar estas palabras, y Mazulhim la dió la mano con el aire mas
respetuoso del mundo.

Lo singular es que ese Mazulhim, que tan mal empleaba las citas que le daban, era el hombre mas bien
quisto de Agrá; no había una mujer que no le hubiese correspondido, ó que no desease tenerle por
amante; vivo, amable, voluble, siempre falso, y hallando siempre a quien engañar; todas las mujeres le
conocían y todas no obstante procuraban agradarle; su reputación

en fin era estraordinaria. ¡Se le creía! ¡que no se

le creía! y sin embargo ¿que era? ¿cuanto no debía a la discreción de las mujeres, él que teniendo para con
ellas tan malos procederes, las guardaba no obstante tan pocas atenciones?

Despues de una hora de paseo, Zefis y él volvieron del jardin. Yo procuré leer al instante en sus ojos, si
estaban mas contentos que antes de marcharse; pero por el aire modesto de Mazulhim, inferí que no, y no
me engañé. Zefis se sentó sobre mí con negli-jencia, y Mazulhim a sus pies sobre el pavimento.

Teniendo poco que decirla, y no ocurriéndole por entonces ninguna clase de diversión que se hallase
en estado de proporcionarla, se abandonó a sus reflecsio- nes, contemplándola con ternura. Avergonzado
a poco del papel que representaba junto a la mujer mas hermosa de Agrá; pero consternado aun por sus
desgracias , y temblando al intentar repararlas por miedo de sufrir nuevas afrentas, estuvo algunos
momentos sin saber que resolver. Temió al fin que su silencio y su frialdad pareciesen a Zefis mas bien
pruebas de indiferencia , que temor ó arrepentimiento. Tomóla bruscamente en sus brazos, y
prodigándola los mas tiernos besos, pareció querer salir con un arranque estraor- dinario, del profundo
letargo en que estaba sumerji- do. Zefis al principio reflecsionó, al parecer, si se prestaría ó no a las
nuevas pretensiones de Mazulhim. Aunque su cariño la inclinaba a concedérselo todo, el mismo la hacía
conocer con dolor, que jamás era mas cruel con Mazulhim, que cuando nada le negaba.¿Deseaba él ser
feliz, ó acaso la conocia bastante poco, para creer que estaría ofendida, si no procuraba alcanzarlo? ¿Kra,
en fin, el amor ó la vanidad lo que leAinspiraba sus caricias?

Mientras estas ideas la ocupaban, Mazulhim (seaque desensc únicamente librarse de una situación que
le molestaba, ó que como admirable que era en los pormenores del amor, quisiese
impedir que Zefis se fastidiase), creyó deber emplear esas pequeneces, esquisitas cuando siguen ó
preceden una conversación sostenida, pero que por su frivolidad . no pueden tenerse por capaces de
suplirla. Zefis rehusó al principio prestarse a ellas; pero creyendo por las vivas instancias con que
Mazulhim la pedia mas condescendencia, que le era necesario que la tuviese, consintió por pura
jenerosi- dad y encojiéndose de hombros en lo que él tenia en tanto concepto, apesar de que (pues
debemos hacerla justicia), esperaba de ello mucho menos que él.

El aire distraído y aun fastidiado en que se mantuvo largo rato, lejos de desanimar a Mazulhim, le
indujo a redoblar sus esfuerzos, y como era el hombre de su época que mejor entendía aquellas
pequeneces, la obligó a prestarle mayor atención, y de este estado pasó a interesarla: la poca importancia
de los objetos que la ofrecía, desapareció a sus ojos, secundó por su parte la ilusión que la causaba, y
conoció en fin de cuantos placeres es origen la imaginación, y cuan limitada sin ella sería la naturaleza.

Para colmo de ventura, lo que Mazulhim había mirado acaso menos como un recurso para sí, que
como una especie de indemnización que debia a Zeus, le causó una impresión mas viva de lo que había
osado esperar. Los hechizos de Zefis, siendo aun mas encantadores , le produjeron aquella emocion
que tan en vano había buscado hasta entonces, y habiéndose borrado el recuerdo de sus desgracias con
el dulce desorden que empezaba a apoderarse de sus sentidos, ó haA liándose mas irritado que abatido,
venció en fin gloriosamente aquellos obstáculos que tan largo tiempo y tan cruelmente le habían
detenido.

Comprendo, dijo a la sazón el sultán; muy bien hecho: vale mas tarde, que nunca; es decir, que,,..
¿Vais ahora a esplicarnoslo, interrumpióla sultana, y pensáis que Amanzei haya tenido la prudencia ó
sutileza de dejamos algo por adivinar ? No lo sé, repuso el sultán, nada tengo que ver en ello; pero en fin,
como lo sabes tan bien como yo, ese Mazulhim se halla algo sujeto a accidentes, y me parece muy natural
informarse... Veamos; dime, ¿Mazulhim?

Señor, fue dichoso; pero sabía mejor ofender, que reparar los ultrajes que hacía; y dudo que si hubiese
tratado con una mujer menos jenerosa que Zefis, hubiese podido a tan poca costa obtener su perdón. Mas
vano que apasionado, me pareció estar menos poseído de la dicha de haber alcanzado a Zefis, que del
placer de tener menos motivos de avergonzarse ante ella* Comenzaron finalmente una tierna
conversación, en que Zefis desplegó mucho sentimiento, y Mazulhim mucha vulgaridad.

A poco rato sirvieron una cena, en que él había agotado el gusto y la delicadeza. Zefis, animada mas
y mas por ia presencia de su amante, le dijo mil cosas finas y apasionadas, que no me hicieron admirar
menos su talento que su pasión. Aunque él estaba admirado de tantas gracias, no obraban en él tan
vivamente como en mí; y mas halagado estaba su orgullo por la conquista de Zefis, que apasionado su
corazon por aquella pasión viva y delicada que le profesaba, y que apesar del temor de su inconstancia,
la dominaba enteramente.

Si la posesion de Zefis no había hecho a Mazulhim tan amante como ella merecía, le había a lo menos
hecho mas vivo; su corazon, inaccesible al sentimiento , languidecía aun: todas las virtudes de Zelis, que
el ingrato elojiaba sin conocerlas y acaso sin creérselas , lejos de atraerle a ella, parecían alejarle y
sujetarle. Yo no le veía ni aun conmovido por el tierno y sincero amor que le tenia; pero con todo,
empezaba a inspirarle vivos deseos. Mirábala con transporte, suspiraba, la hablaba con ardor de la
felicidad de que había disfrutado, y parecía esperar con impaciencia que se hubiese concluido ia cena.
Hasta llegó a decírselo ; pero no teniendo ella tal vez tan buena opinion como él de la sobre-cena, estaba
menos impaciente. Sin embargo, le amaba; él la instó, y muy pronto... ¡Ah, Mazulhim! ¡cuan dichoso
hubieras sido si hubieses sabido amar!
Poco despues Zefis salió, y Mazulhim la siguió haciéndola mil protestas de amor y reconocimiento,
que yo creí tanto mas verdaderas, cuanto eran mas merecidas. Zefis era demasiado estimable para poderle
fijar constantemente, era franca, sin disfraz, sin coquetería : Mazulhim era su primer amor; pero lo que
hubiera formado la felicidad de otro cualquiera, no era para aquel corazon corrompido sino un comercio,
en que no encontraba ni placer ni diversión. Solo le satisfacían aquellas mujeres que , nacidas sin
sentimientos ni pudor, tienen mil aventuras sin contar un solo amante, y que según la indecencia de su
conducta , podrían ser acusadas de buscar antes el deshonor que el placer. No es de estrañar que
Mazulhim, que no era sino un fatuo, agradase a las mujeres efe esta clase, y que él a su vez las buscase
también.

Pero, Amanzei, preguntó la sultana, ¿ como un hombre de tan escaso mérito, había podido interesar a
una persona tan estimable como nos habéis pintado a Zefis? Si V, M, hubiese tenido a bien acordarse dea
retrato que de Mazulhim he hecho, respondió Amanzei, hallaría menos estrauo que hubiese podido
agradar a Zefis; poseía muchos atractivos, y sabía aparentar virtudes. Zefis, por otra parte, no sería la
primera mujer juiciosa que hubiese tenido la desgracia de querer a un presumido, y V. M. no ignora que
no se vé otra cosa todos los dias. Sin duda, dijo el sultán . tiene razón; no se vé otra cosa: por lo demás no
me preguntéis porque, pues ignoro el motivo. Tampoco es a vos a quien se lo pregunto, repuso la sultana
; estas son cosas que, coii todo el talento que poseeis , me parece muy natural que no las sepáis.

Que una mujer juiciosa, continuó ella, corresponda a un amor igualmente tierno y constante; que
convencida de los sentimientos y de la probidad de ua hombre que la ama (si algo puede por ventura
asegurárselo jamás) , se entregue en fin a él, es cosa que no me admira; pero ¡ que sea capaz de tener una
debilidad por un Mazulhim! he aquí lo que no puedo comprender. El amor, respondió Amanzei, no seria
lo que es, si... Si, si, interrumpió el sultán, id ambos ahora a hacer el sábio por largo rato, mientras olvidáis
que he prohibido las disertaciones, ¿Qué os importa , decidme, que esa Zefis ame ó no a ese Majtulhim, ni
que la una sea una aturdida, y el otro un tonto? ¿Qué hay que hacer? ella le ama tal como es. ¿Quieres
saber por qué, pues, debías preguntárselo a Amanzei mientras filé mujer? ¿crees que se acuerde ahora de
ello? Tú eres la causa, por fin, con todos tus discursos de 'que las historias que se me cuentan no
concluyan jamás, y esto meimpacienta. Veamos, Emir, ¿dónde estábamos? ¿que se hizo de esa Zefis tan
razonable, que fastidia? ¿como terminó todo

Como debia terminar, contestó Amanzei: no queriendo Mazulhim faltar desde luego a las atenciones
que debia a Zefis, la engañó tan secretamente como pudo; pero ó en su modo de conducirse no fue
bastante hábil para engañarla por largo tiempo, ó las infidelidades que la hacía eran demasiado frecuentes
y manifiestas para poderlas ocultar constantemente. Sea de ello lo que fuere, lo cierto es que ella se quejó;
pero como a toda la delicadeza del mas tierno amor unía toda su ceguedad, consiguió calmarla fácilmente.
Continuó en seguida sus infidelidades, y ella empezó de nuevo sus reproches. Impacientóse él al fin, y no
haciendo caso de su amor ni de sus lágrimas, rompió absolutamente con ella, y la dejó abandonada a la
vergüenza de haberle amado, y al dolor de haberle perdido.

A fé mía, dijo el sultán, hizo muy bien en dejarla, y la prueba es que yo hubiera hecho lo mismo. Sé
muy bien que era muy linda, y que tenia mucho mérito; pero ese mérito, a mi que quiero se me divierta,
Jne hubiera sido tan fastidioso como a él. Sin embar
go, no soy yo un Mazulhim, y no creo se me eche ert cara semejante cosa; pero no deja de ser gustoso el
abandonar mujeres, aun cuando no sea sino para saber únicamente que dicen de ello.

CAPÍTULO XI.

Que contiene mía receta contra los encantamientos»

Tres dias despues de haber yo visto a Zefis por la primera vez, Mazulhim llegó solo. Apenas había
tenido tiempo para dar algunas órdenes, cuando una mujercita de aspecto vivo, indecente, aturdido, y no
obstante amanerado entró en el gabinete. De lejos no dejaba de tener brillo; pero de cerca 110 se veía mas
que una figura mediana, y que sin sus ridiculeces, sus monadas y aquella prodijiosa vivacidad que
afectaba, 110 hubiera fácilmente llamado la atención. Cabalmente esto era la única cosa que había
inspirado a Mazulhim el deseo de alcanzarla, i
¡ Ah! esclamó al verla: ¿sois vos? ¿sabéis que habéis hecho divinamente en llegar tan temprano?

Aquella beldad, apesar de su aire infantil, se acercó hacia Mazulhim con una noble indecencia que
componía casi todas sus gracias, y sin responderle ni mirarle apenas: teníais razón, le dijo, en decirme que
vuestra casita era hermosa; ¡ sabéis que es encantadora ! ¡ amueblada con un gusto, con una
voluptuosidad! ¡es divina! ¿No es verdad, preguntó él, que es

Ja mas hermosa del barrio ? ¿ No diría cualquiera al oíros, repuso ella, que he visto muchas? ¡Ese
gabinete es hechicero! continuó ella; ¡ seductor cuanto es posible! Yo estoy, dijo él, prendado de veros
aquí, y satisfecho de que os guste. ¡ Oh! por mi parte, replicó ella, no he hecho antes de venir todos los
dengues que debía hacer; y no ha sido porque no sepa tan bien como cualquiera otra el arte de conducir y
mezclar alguna decencia en estos asuntos; pero... No le practicáis, interrumpió él: ¡ oh! en cuanto a eso os
hacen justicia. Es que esto, a lo menos, es cierto, repuso ella, ecsactamente, no soy falsa. Ayer cuando me
dijisteis que me amabais, y me propusisteis venir aquí... estuve con todo muy tentada de responderos, no;
pero la sinceridad de mi caracter no me lo permitió; soy franca, natural, me gustáis, y heme aquí. ¿Vos por
esto no formáis tal vez de mí peor concepto? ¡Quien, yo! respondió él encojiéndose de hombros , ¡ vaya
una idea! lo formaría mil veces mejor si me fuese posible. A la verdad, sois hechicero, repuso ella; pero
decidme, ¿hace ya mucho rato que estáis ahí? Acababa de llegar, contestó él, y me avergüenzo de ello;
estoy confundido: pero vos habéis pensado ser la primera en llegar. Verdaderamente hubiera sido chistoso,
dijo ella, y no hubiera dejado de agradecéroslo. Podéis fácilmente concebir, respondió él, que uno no lo
hace espresamente, y que puede suceder a las personas mas interesadas. Sí, sí, repuso ella, lo concibo
perfectamente; pero con todo, no me gustaría. Escuchad; voy a daros algunas noticias. Zo-

brida acaba ahora mismo de despedir a Areb-cham. ¿Y no le ha hecho mas que eso? preguntó él. Y
Sofía, continuó ella, acaba de admitir a Dara. Y ¿no ha ad- niitidn a ningún otro? preguntó él
nuevamente.

Mientras que ella hablaba, Mazulhim que la conocía demasiado para tenerla el menor respeto, se
tomaba las mayores libertades. Lejos de parecerme pof ello mas sentida que él, dirijía sus ojos con
distracción por el gabinete, y poniéndolos despues en su reloj, dijo: ¡pero qué locura! Mazulhim,
¿estaremos por ventura solos iodo el dia? Vaya una pregunta, contestó él, es claro que estaremos solos.
En verdad, respondió ella, no lo había creído yo así. Vaya, añadió , sin deseo alguno de que concluyese,
ni de que continuase (de modo que él no hizo mas caso que ella); y ¿á qué fin estar solos, si gustáis? Me
parece, respondió fríamente Mazulhim, a quien esta conversación no impedia entretenerse, que así lo
habíamos convenido. Convenido, repuso ella; ¿ de donde lo habéis sacado? yo no dije de esto una
palabra, os lo juro; al fin y al cabo me es igual y sabré muy bien conteneros.
Vaya, dejadme, teneis unos modales singulares. No tal, dijo él, me parece que no soy mas singular que
otro cualquiera. Además, estando solos como estamos, me parece que no me propaso, ¡Ah! Zulica, añadió,
vos que teneis gusto, decidme que pensáis de esa techumbre. En esto pensaba, dijo eila, me gustaría menos
cargada de dorados; tal como este me parece sin embargo muy bella, añadió sentándose sobre sus rodillas,
y según apariencias no para estorbarle.

Cuando pienso en ello, repuso, conozco que es preciso que sea bien loca para creer que me sereis fiel,
cuando auna nadie lo habéis sido, ¡ Ah! no hablemos de esto, replicó él ocupándose siempre (gracias a las
bondades de Zulica) con mucha comodidad; acaso os seria molesto si fuese mas constante de lo que me
sospecháis. ¡Con que no quereis dejarme! le dijo ella sin hacer el menor movimiento para escaparle ó
contenerle. Por lo que hace a la constancia, continuó tan fríamente como si 61 no hubiese proseguido, me
atrevo a decir que la tengo en mi caracter. En el dia no es ninguna virtud , respondió él, tan comunmente se
encuentra : y sin vanagloriarse uno puede decir que se reconoce capaz de ella; y con todo, apesar de que os
picáis de ella habéis variado algunas veces. No muchas, dijo ella, no lo creáis. Yo so, repuso él, y vos no lo
ignoráis, todos los amantes que habéis tenido. ¡Y bien ! dijo ella, en este caso convendréis en que en mi
mano ha estado el tener mas; ¡acabad de una vez; me atormentáis! Mucho menos de lo que debiera, replicó
él. Pero de todos modos, repuso ella, siempre es mas de lo que yo quisiera. ¡Como , la dijo él, 110 me
amais! ¿vais a tener ahora un antojo?¿no lo hemos convenido todo? Mas... ¡vamos, Mazulhim! me
desagradáis! Es una locura, contestó fríamente, no puede ser.

Entonces la tendió suavemente sobre mí. Os aseguro, Mazulhim, le dijo acomodándose, que estoy
encolerizada contra vos; os lo prevengo, jamás os perdonan; semejante insulto.

Apesar de esas terribles amenazas de Zulica, Maztilhim quiso acabar de ofenderla. Como entre otras
cosas . tenia la mala costumbre de no esperarse jamás, y ella al parecer la de no esperar a nadie, la ofendió
verdaderamente hasta un punto difícil de presumir. Sin embargo apesar de su cólera aguardó, y su vanidad
la hizo suspender el juicio. En todas las ocasiones en que se había encontrado (y a fé que habían sido
frecuentes) jamás se lahabía faltado a lo que para ella era una prueba incontestable de lo mucho que valía.
Por otra parte aquel Mazulhim que encontraba tan poco digno de aprecio, ¿de cuantos prodijios, si se creía
la voz pública, no era capaz? Si (como le parecía bastante evidente) ella no tenia nada que echarse en cara,
¿porque casualidad Mazulhim, que según se decia, no había faltado a nadie, lo hacía con ella tan
singularmente? Ella había oido decir a todos que era agraciada; la reputación de Mazulhim era demasiado
bien sentada para no merecerla, a lo menos por algún motivo ; por consiguiente lo que ocasionaba sus
numerosas reflecsiones, no era natural, ni podia ser duradero.

Con esas consoladoras ideas y recordando la fama de Mazulhim, se había Zulica armado de paciencia y
disimulaba su despecho del mejor modo que la era posible. Mazulhim sin embargo la hacía los mas
halagüeños elojíos de las bellezas que tan poco efecto parecían hacerle. Era preciso, decia, que para
ponerle en el estado en quo se hallaba, hubiesen trabajado contra él todos los májicos de las Indias, pero,
continuaba ¿que pueden sus encantos contra los vuestros? ¡Amable Zulica! han retardado su poder pero
no triunfarán de él.

A todo eso Zulica, mas incomodada que desconcertado Mazulhim, no contestó desde luego sino con
sonrisas malignas, a las cuales por miedo de acabar de aniquilarle no daba empero toda la espresion que
hubiera deseado. ¿ Estáis, le preguntó con tono burlón, reñido con algún májico ? Os aconsejo que os
reconciliéis con él; una jente capaz de jugar semejantes bur- ks es peligrosa para enemiga. Lo seria menos
si os hubieseis puesto en la cabeza el desmentirla, respondió él; y hasta llego a dudar de que. apesar de su
mala voluntad, si yo os amase con menos ardor, hubiese esper¡mentado.... ¡Oh! he aquí unas palabras que
me merecen muy poco crédito, interrumpió Zulica que habiendo fijado para si el tiempo que podia durar el
encantamiento, creía entonces haber concedido bastante intérvalo. Sé muy bien, repuso él, que si me
juzgáis con rigor no podéis estar contenta: pero cuanto menos lo estáis tanto mas debierais ponerme en el
caso de poderme dar mas culpa. Dudo, replicó ella, que esto fuese decente. Yo os creía con menos apego
a la modestia, contestó él con aire burlón, y me atrevía a esperar... ¡Seguramente os burláis en tiempo
oportuno , interrumpió ella, teneis razón, nada hay tan glorioso para vos como esta aventura! Pero Zulica
¿ liO quereis reconocer que el tono con que me habíais solo puede perjudicarme y perpetuar mi
humillación? Es cosa, os lo juro, dijo ella, que me importa muy poco. Pero, la preguntó él, ¿si tan poco os
importa que os lo que tanto os irrita? Me permitiréis os diga, señor mío, dijo ella, que es muy necia la
pregunta que me hacéis.

Dicho esto se levantó apesar de cuantos esfuerzos hizo él para retenerla. Dejadme, le dijo ella con
aspereza, no quiero veros ni oíros, ¿De veras? preguntó él, otras he visto tan desgraciadas como vos; pero
jamás ninguna tan indignada.

La espresion de Mazulhim no agradó a Zulica; desesperada por el accidente que la sucedia y ofendida
por el tono de frialdad de Mazulhim, se apoderó en su furor de un vaso de porcelana que encontró a mano
y lo rompió en mil pedazos, ¡Cáspita, señora, la dijo Mazulhim sonriendo, nada hubierais encontrado aquí
que romper, si todas las que han quedado descontentas de mí, se hubiesen vengado del mismo modo!
finalmente, añadió sentándose sobre mí, os aconsejo que no os incomodéis.
¡ He aquí una mujer que me gusta del todo ! dijo Schah-Baham; tiene sentimiento y no es como esa
Zefis a quien todo parecía igual y que por otra parte era la mas necia hermosura que haya encontrado en
mí vida. Siento que me interesa muchísimo y te la recomiendo, Amanzei, entiendes; procura que no
siempre se la apesadumbre. Señor, respondió Amanzei, la favoreceré tanto como me lo permita el respeto
que se debe a la verdad.

Mazulhim al acabar de hablar se puso a meditar con a y re distraído. Zulica que había ido a sentarse en
un rincón lejos deé!, sostuvo bastante bien durante algtm tiempo el desprecio é indiferencia que él la
manifestaba , y para corresponder a ellos se puso a cantar, O me engaño mucho, la dijo él, cuando!hubo
acabado, ó el pedazo que acabais de cantarme es de tal ópera. Ella tío contestó. Teneis, continuó él, una
hermosa voz. poco estensa; pero sonora y sus sonidos penetran hasta el corazon. Es una dicha el que os
agrade, respondió ella sin mirarle. Acaso no lo creeis, repuso él, y sin embargo es indudable que podríais
vanagloriaros de ello y que pocos lo entienden tanto como yo. Otra gracia os encuentro y os la. diría si
actualmente pudiera pareceros digno de elojiaros; es una espresion encantadora que nada deja que desear
por su viveza y exactitud, y que vuestros ojos secundan tan oportunamente, que es imposible oiros sin
sentirse Conmover hasta el fondo del corazon. ¿Vais a responderme nuevamente que es una dicha que sea
de mi gusto? i., i

No, respondió ella en tono mas dulce, no me ofende el que me encontréis algo de amable, y cuanto mas
sé que sois intelijente tanto mas deben lisonjearme vuestras alabanzas. He aquí precisamente el motivo,
dijo él, que me haria desear las vuestras. ¡ Ah, sin duda! dijo ella, ¿ Vais ahora a decir que no entendeis en
nada , respondió él, y para llevar al colmo vuestra injusticia llegareis a creer que me es indiferente el que
penseis bien ó mal de mí? ¿Añadiréis esta nueva in-, juria a las que me teneis ya hechas? ¡ Ah Zulica! ¡es
posible que lo que debería aumentar vuestra ternura, no sirva sino para irritaros contra mí!

¡Es también posible, esclamó ella con arrebato, que me creáis bastante simple para mirar como una
prueba de amor la mas atroz afrenta que podáis jamás nacerme! ¡Una afrenta ! dijo él. ¡Amable Zulica!
conocéis muy poco al amor si creeis que vos ni yo debamos avergonzarnos de lo que nos ha sucedido. No
tendré reparo en deciros mas: aquellos a quienes habéis honrado con vuestro cariño os han amado muy
poco sino les habéis encontrado a todos tan desgraciados como a mí. .i!«'.
¡ Oh! por lo que hace a eso, señor mió, dijo ella levantándose, callad <5 bien os dejo; no puedo ya so-'
portar por mas tiempo la ridiculez é indecencia de vuestras palabras. No ignoro que os ofenden,
respondió él, y estraño mucho, lo confieso, que hagan en vos semejante efecto; pero lo que sobre todo me
admira es que os obstinéis en hallarme culpablcv Encontraría muy sencillo que una mujer ordinaria, sin
mundo, sin esperiencia, se ofendiese mortalmentede una aventura semejante; pero ¡vosl ¡que obréis
ecsactamente como quien nada ha visto jamás! en verdad no es perdonable. ¡En efecto, dijo ella, es
preciso ser necia en aillo grado para no tenerla por lisonjera, y me admiro de no haberos aun dado gracias
por la singular im- . presión que os he causado ! Dejando aparte las chanzas, dijo él queriendo levantarse,
voy a probaros que. tengo razón.... 'i..

No, esclamó ella, os prohibo acercaros. Ejecutaré vuestras órdenes, dijo él, apesar de su injusticia, y lo
probaré de lejos puesto que lo juzgáis apropósito. Si, replicó ella, eiso os será seguramente mas cómodo;
pero hagamos mas, no hablemos mas de ello; asi como asi, no soy bastante imbécil paraque podáis
persuadirme jamás, que cuanto mayor es la pasión de uní amante, tanto menos puede manifestarla al
objeto amado. .''. '.:.,'. / '¡..;

¿Es decir, preguntó é! con negligencia, que creeis precisamente lo contrario? Sí, contestó ella,
precisa-i mente; no se puede estar mas persuadido de cosa alguna , que lo que yo lo estoy de esto. Pues
bien, se*, ñora, repuso él, podéis gloriaros de ser la mujer menos delicada de cuantas hay en el mundo,
y si yo no os amase hasta tal punto que nada conozco en la tierra bastante poderoso para arrancaros de
mi corazon,; es confesaría, señora, que este modo de pensar me alejaría de vos para siempre. Seria en
efecto muy es- trafio, dijo ella, que os gustase mucho. 1
¡Oh! no, replicó él con aire de soltura, no estoy tan interesado como quereis hacerme el honor de creer,
en declararme enemigó de él; pero es cosa decidida en todo tiempo, que cuanto mas amor se siente tanto
menos se es dueño del uso de los sentidos, y que solo los corazones groseros é incapaces de ser
penetrados por los hechizos de la voluptuosidad, pueden poseerse en los momentos en que me habéis
hallada tan fuera de mi mismo. Si la esperanza del placer es suficiente para trastornar a un amante.,
juzgad del efecto que debe producir en él la procsimidad de esos venturosos instantes que tan vivamente
ha deseado; de cuanto debe haberse conmovido su alma en los trans-> portes que los preceden: y si ese
desorden que me reprocháis es tan ofensivo para una mujer que sabe pensar , como esa sangre fria de que,
sin duda por falta de reflecsion, quisierais que hubiese sido yo capaz. Francamente, añadió yendo a
arrojarse a sus pies, ¿seria esta la primera vez que os ?.. ¡ Ah! terminad de una vez esa pesada chanza,
interrumpió ella, dejadme, quiero salir y no volver a veros en mi vida. Pero, Zulica, la dijo él
conduciéndola ácia mí ¿no quereis al fin reconocer que parece, según la manera como tomáis mi
desgracia, que no os creeis con bastantes atractivos para hacerla terminar?

Sea que las delicadas distinciones de Mazulhim hubiesen ya dispuesto a Zulica a la clemencia, sea que
la grande repiítacion que había adquirido hiciese mas. verosímiles sus razones, se dejó ella conducir a mí,
haciendo esa lijera resistencia que inflama comunmente mas de lo que contiene. Poco a poco
fue'Mazulhim obteniendo mas, y se volvió en fin a encontrar en la misma situación que había irritado a
Zuliea.

Turbada ya por los transportes de Mazulhim, empezaba a desear vivamente que se dejase este
impresionar menos los sentidos que la primera vez; hasta llegaba ya a esperar, cuando Mazulhim, mas
delicado que nunca , burló cruelmente sus mas dulces esperanzas. Este nuevo acontecimiento la causó
tanta mayor indignación, cuanto (sin vanidad) la hubiera entonces complacido un
comportamientodistinto.
¡ Oh, vaya ! dijo el sultán, pues que acabe también él de una vez; esto me aburre tanto como a ella: no

porque haya tomado ya el partido de Zulica; pero hazme el favor de responderme, si puede haber alguno a
quien tal hecho no impaciente, y si la paciencia de un dervis seria bastante a soportarlo. ¡ Valía, a fé, la
pena de hacerla esperar! Amanxei, no era esto lo que me habías prometido, por lo menos me harás creer al
fin que aborreces a esa mujer; y te lo digo naturalmente, es cosa que no aprobaría. De ningún modo,
Señor, respondió Amanzei; si contara un cuento a V, M, me seria muy fácil arreglar las cosas como mejor
fuesen de su gusto; pero yo cuento lo que he visto, y no puedo sin alterar la verdad prestar a Ma- zulhim
una conducta diferente de la que tenia. ¡Ah! ¡que necio es ese Mazulhim, esclamó el sultán, ,y cuanto me
incomoda! Pero, dijo la sultana, no sé porque tanto le detestáis, 110 lo hacía acaso .espresa- mente. El,
replicó Schah-Baham, que sé yó, era un malvado. Además, dijo la sultana, esa Zulica que tanto os agrada
era la última de las.... Os suplico, señora, interrumpió él, que penseis para vos cuanto de ella os plazca,
pero que no me habléis mal de ella* Sé muy bien que basta que me incline yo a alguno para que al
momento te desagrade, y eso me incomoA- da, te lo'advierto. Vuestra cólera no me asusta, le dijo la
sultana; y además no estrañaría de ninguna manera que esa Zulica que tanto amais actualmente os
repugnase mortalmente mañana. Lo dudo mucho, repuso el sultán, yo no me prevengo como tú; mientras
que llega este caso, veamos de todes modos el resto de su historia. t

so encendió en furor por la nueva afrenta f¡iio hacía Mazulhim a sus gracias; en verdad, señor, le dijo
rechazándole con violencia, si es una preferenA cia la que me tributáis, me atrevo a decir que es muy fuera
de propósito. Hubiera sido el primero en decirlo respondió él, si hubiese podido imajinar que creyeseis
por un sólo momento merecer las faltas que para con Tos estoy cometiendo; pero no veo de ello
probabilidad alguna y confieso sin repugnancia que nada me justifica. Cuando se reconoce uno en cierto
estado, dijo ella, debe dejar en reposo a los demás. Este será sin dada, replicó él, el partido que tomaré si
esto continúa ; me permitiréis sin embargo que me lisonjée de lo contrario. En verdad, dijo ella, no os lo
aconsejo.
Entonces se levantó, tomó su abanico, se puso los guantes y sacando una caja de colorete se colocó
frente a nn espejo. Mientras que con toda la atención posible , procuraba ponerse tal como cuando había
llegado; ]\la/ulhim que se la había acercado por detrás, estorbando su trabajo, la suplicaba tiernamente no
se tomase una molestia que seguramente tendría que volver a emprender. Zulica no le contestó al
principia sino con un jesto que debió probarle la poca fé que tenia en sus predicciones; pero viendo al fin
que continuaba en atormentarla. Y bien, señor mió, le dijo ¿ha de ser esto eterno y no quereis que pueda
salir? no teneis mas que decirlo. Pero, en cuanto puedo recordarlo, respondió él, todo está dicho ya: ¿por
ventura no cenáis aqui? No por cierto, repuso ella. Vereís, dijo él sonriendo, que tampoco habíais contado
con esto. En fin. dijo ella, estoy comprometida y es tarde. He aquí una linda locura, dijo él volviendo a
tenderla sobre mí y queriendo aun probar si encontraría finalmente el medio de hacer menos largas para
ella las horas. Vamos Mazulhim, le dijo con dulzura, creedme si quereis, os lo digo sin cólera; pero el
papel que me hacéis representar es imposible de sostener. Mas bondad por vuestra parte, respondió él, me
hubiera hecho menos digno de lástima; pero ¡sois tan poco complaciente! Verdaderamente, repuso ella,
sería también demasiada inhumanidad el quitaros la única escusa que os puede quedar. El la respondió
con firmeza , que de buena gana quería correr aquel riesgo.

Entonces se dejó persuadir para tener el placer de colmarle de todas las injurias imajinables. Cuanta
mas piedad merecía, tanto mas (pues no había nacido jene- rosa) se sentía indignada. Ofendida de que
hubiese sido tan poco sensible ó sus encantos parecía estarlo aun mas de que hubiese correspondido tan
mal a sus bondades; su sola vanidad la hacía sostener lo que tan vivamente la afectaba. Apenas se
lisonjeaba del triunfo cuando le veía desaparecer. Veinte veces estuvo dispuesta a renunciar a una
esperanza que no parecía presentársela sino para engañarla
despues con mas crueldad. Pero ¿que? ¿despues de todo cuanto ha hecho por Mazulhim le
abandonaría a su destino? un momento mas para vencer su ingratitud. Si bien hubiera sido mas dulce
para ella el deberlo todo a la termira de Mazulhim, debia serla también mas glorioso el arrancárselo
todo. "

Este raciocinio no era tal vez el mas justo que Zu- lica pudiese hacer; pero para la situación en que sé
'encontraba, mucho era el poder raciocinar.

Mazulhim que conocía por su modo de mirarle que para resistir a la tenaz frialdad que apesar suyo la
manifestaba tenia ella necesidad de ser sostenida, la prodigaba sin cesar los mas lisonjeros elojios acerca
su earacter compasivo. ¡Ciertamente, esclamó ella en un instante en que dominando acaso la impaciencia,
la hacía encontrar mas mérito en las bondades que tenía por Mazulhim, ciertamente es preciso convenir en
que tengo un alma muy bondadosa !

AI oir esta esclamacion tan oportuna, Mazulhim no pudo abstenerse de reír; y Zulica que sabía cuan
peligrosa es a reces la risa, se incomodó muy seriamente por ella.

La alegría de Mazulhim no le fue sin embargo tan funesta como había ella temido. Los encantadores
que hasta entonces le habían tan cruelmente perseguido, empezaron a retirar de encima de él sus manos
enemigas. Aunque faltaba mucho para que la victoria que debía conseguir sobre ellos fuese completa, no
dejó ella de felicitarse en alta voz; no porque con los conocimientos que tenia se hubiese engañado; sino
que quería fortificar a Mazulhim con la confianza que aparentaba tener ; pero le conocía muy poco pues
creía que él la necesitaba.

Apenas Mazulhim, que era el hombre mas emprendedor del mundo, se sintió menos aniquilado, llevó la
temeridad hasta creerse capaz de las mayores empresas. Apesar de lo que le dijo Zulica, que estaba en
disposición de juzgar de las cosas con mas madurez, no pudo detenerle. Sea que imajinase que no podia
diferirlo sin perderse, sea (lo que es mas verosímil) que creyese no tener necesidad de decir para ella nada
mas, quiso probar lo que (aun por la mayor rareza del mundo) solo le había fallado una vez. Zulica que no
se deslumhraba fácilmente, y que además no era la mujer de Agrá que peor pensaba de sí misma; quedó
admirada de la presunción de Mazulhim, y le hizo por su audacia las mas sensatas reflecsiones. No
obstante fueron vanas, y Mazulhim se mantuvo siempre tenaz por una consecuencia necesaria de su
confianza en sus atractivos; para humillarle no se negó como Zefis a un capricho cuya ridiculez no podia
dejar de admirar, ¡ Ah! si, dijo ella con aire desdeñoso. De repente cambió su fisonomía, y juzgué por su
color y su despecho, cuanto por el aire burlón é insultante de Mazulhim, que lo que ella había anunciado
como impracticable no era sino sumamente fácil.

¡ Habéis visto! esclamó el sultán, y despues se quejarán las mujeres ó harán las admiradas: bueno es
saberlo, ¡ Como! le preguntó la sultana. ¿Que admirable descubrimiento acabais de hacer? ¡Oh! yo me
entiendo, respondió el sultán; si a alguien le ocurre hacerme alguna vez algún reproche sé actualmente lo
que debo responder. Siento sin embargo que suceda a Zulica esta mortificación, ia merecia ciertamente
menos que nadie; peío prosigue Emir; hay cosas muy lindas en

lo que nos acabas de contar y esto me da muy buena

opinion de lo restante. ';: m., .u. i¡. .,;,<

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BE LA PRIMERA PARTE...

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PARTE SEGUNDA.

CAPÍTULO XII.

Igual » corta diferencia al precedente. .

'*, " <

Aunque el disgusto que sobrevino a Zulica la mortificó mucho , no la quitó sin embargo la presencia de
espíritu de que necesitaba en lance tan desagradable. Felicitó a Mazulhim , se quejó de todo , menos de
lo que la llenaba de furor; y procurando salvar su gloria, no tuvo inconveniente en hacerle un honor, que
seguramente no merecía.

No sé si fue para mortificar a Zulica , ó si contra su costumbre . quiso hacerse justicia ; pero apesar
de todo , no quiso jamás convenir en que él fuese lo que ella decía. Había, decía él, dias tenazmente
desgraciados; dias, "que á, poderse prever, st. preferiría la muerte al esperarlos.

Znlica convenía en que .los había que no empezaban en efecto de una manera brillante; pero que daban
al fin mayor motivo para alabarse, que para quejarse. Os confieso, añadió, con una pasión bien ajena de
ella en aquel momento, que he tenido lugar de creer que lo que me habéis dicho cien veces acerca de mi
belleza no era sincero, ó que lo que aparentábais admirar, era eclipsado a vuestros ojos por defectos que
os repugnaban tanto mas , cuanto menos los habíais previsto; pero me habéis desengañado.
¡Ah, Zulical eselamó el obstinado Mazulhim, vuestros temores eran pues muy lijeros. Conozco cuanto
debo a vuestra bondad, pero no me ciega; y cuanto mas jenerosa os encuentro, tanto mas aumentais mis
remordimientos. ¡Qué locura! repuso ella; no vayais ahora a dejaros dominar de una idea tan falsa, pues
sería la mayor injusticia del mundo.

Concluidas estas palabras, se pusieron a pasearse por el aposento, ambos bastante embarazados uno de
otro, sin amor, sin deseos, y reducidos por su mutua, imprudencia, y el arreglo que lleva en pos de sí una
cita en un retiro, a pasar juntos lo restante de un dia, que no parecían dispuestos a emplear de modo que
pudiese serles agradable. Zulica tenia motivo para hacer lindas reflecsiones sobre la falsedad de las
reputaciones. Lo que interiormente la desesperaba (pues yo leía claramente en su alma) érala
imposibilidad de vengarse de Mazulhim, Siilo digo, ¿quién lo creerá? decía para sí; ó si lo creen , ¿ la
prevención que hay en favor suyo, permitirá creer que baya sido conmigo

ten culpable, sin creer que haya yo carecido de mérito bastante para impedírselo? Apesar de cuanto
pueda yo hacer, me será imposible desengañar a todo el mundo, i
Esas ideas la ocupaban tristemente. Por lo que hace a Mazulhim, parecía que sobre esto no tenia interés
alguno. Paseáronse algún tiempo sin decirse una pa-, labra: de cuando en cuando, no obstante, se sonreían
de una manera fría y forzada. ... 1 ,

. ¡Vos meditáis! la dijo él en fin. ¿Os admirais de ello? replicó ella con aire de falsa modestia.
¿Pensáis que el hallarse con alguno, como yo estoy con vos, no sea para una mujer prudente una cosa
estraordi- naria? No, contestó él, yo creo a las mujeres prudentes enteramente acostumbradas a ello. Se
conoce, repuso ella, que ignoráis cuanto esto las afecta, y cuantos combates esperimentan antes de
rendirse. Lo que acabais de decir, respondió él, es muy probable, porque según los han disminuido, era
preciso que las fatigasen cruelmente. /

1 le aquí, esclamó ella, una de las peores espresiones que se puedan decir. ¿Creeis haber tenido mucho
talento cuando lo habéis dicho? ¿Sabéis que no es mas que un dicho de petimetre? Por esto no lo tendré
por peor, respondió él. Por lo menos lo tendríais por muy falso, repuso ella, si supiéseis lo que me ha
costado el corresponden». ¡ Como! esclamó él, ¡lo habéis pensado ! es cosa que me ultraja; yo me
lisonjeaba de lo cootrario, y estoy muy lejos de agradeceros que me saquéis de uii error que me halagaba,
sin que nada (Ardieseis por esto en mi concepto. Decidme por fa- tor, ¿os ha costado Zadis tantas
reflecsiones? ¿Qué quereis decir? preguntó ella fríamente: ¿quién es Zadis? Perdonad, respondió él
chanceándose, yo hubiera creído que ie conocíais. . ; ;. r'' Sí, respondió ella, como se conoce a todo el
mundo. Creo que apesar de lo poco conocido que os es, se incomodaría mucho si pudiese saber que estáis
aquí, continuó él: y ó yo me engaño mucho, ó vuestras bondades para conmigo le darían un grande pesar.
Hablad de buena fé, añadió, viéndola encojerse de hombros; Zadis os gustaba antes de que yo tuviese la
dicha de agradaros, y hasta apostaría cualquier cosa que actualmente corréis ambos muy bien...;

. ¡He aquí, dijo ella, una chanza bien inoportuna! Bien mirado, continuó él, aun cuando le hiciérais una
infidelidad, sería todavía demasiado dichoso; un hombre como él es mviy poco merecedor de ser amado,
y siempre me ha admirado el que siendo viva como sois y tan alegre, hayais podido corresponder a un
amante tan frió y taciturno. Mazulhim, respondió ella, no es sino apasionado. Os le he sacrificado; inútil
fuera deciros lo contrario; pero temo mucho no me obliguéis cuanto antes a arrepentirme de ello. Erais
frivola, replicó él, y yo confieso que era inconstante; pero cuanto mas hemos sido hasta aquí incapaces de
unas relaciones sérias, tanto mas glorioso nos será el fijamos uno a otro.

A estas palabras la condujo hácia mí: pero con un aire. que daba fácilmente a conocer que el solo
buenparecer. guiaba sus pasos. Es cierto que sois hechicera , la .dijo él, y sin un aire decente con
alguna demasía , que ni aun conmigo abandonais, no conozco a nadie que pueda mejor que vos formar
la felicidad de tm amante. Confieso, respondió ella, que soy naturalmente > modesta; pero no sois vos
quien puede quejarse de ello. Me hacéis dichoso sin duda, replicó él; pero nacida sin deseos¿ no
concedeis lo bastante a Jos que despertáis; yo encuentro reserva en todo cuanto hacéis por mí; temeis
sin cesar abandonaros dema- siado, y para entre nosotros, yo recelo que sois poco sensible. ' ¡¡'i'jli.
.¡i,!;::,r ; H »k.. i ..

.Mazulhira al hablar a Zulica de este modo, estrechaba sus manos con aire apasionado. Aunque
el es- ceso de vuestras gracias me haya ya perjudicado, prosiguió , no podría renunciar al placer de
admirarlas en so totalidad: aun cuando deba costarme la Aída, tan- tas bellezas. Bo me serán
desconocidas por mas tiem-: po. ;f Dioses! esclamó con transporte: ¡ahí si es posible, hacedme digno de
mí felicidad.

Apesar de lo que había dicho Zulica de su poca sensibilidad , la admiración en que Mazulhim parecía
arrebatado, la vivacidad de sus transportes., y los es- faerzos que hacía para hacerla participar de ellos, la
conmovieron y turbaron. ¿Os quejareis aun? le dijo con ternura. El solo contestó queriendo probarla todo
su reconocimiento; pero Zulica se acordaba todavía de la poca confianza que se podia tener en él, y
temiéndolo todo de la ecsaltacion en que se hallaba. ¡Ah, Mazulhim! le dijo con uri tono que denotaba
todo su te-, mor, ¿vais por ventura a amarme demasiado? Aun» que Mazulhim no pudo abstenerse de reír
al ver su terror, ella se encontró menos amadame lo que había temido serlo. ::;::,.' i

Su mutua felicidad les quitó aquel aire forzado y de fastidio que hacía rato tenían uno para otro. Su
conversación se animó; /ulica , que creía haber libertado a Mazulhim del poder de los encantadores, se
felicitaba por el efecto de sus gracias, y Mazulhim mas contento de sí mismo, se abandonó también a su
jovialidad. ._. .. i..,..,/,;: .............................................. ;;.. u,1,;/..'.

Cuando se hallaban en tan felices disposiciones, sirvieron la cena que fue alegre, /tilica y
Mazulhim, que eran acaso las dos personas peores de Agrá, no perdonaron absolutamente a
nadie. .'..// 'iií'."

¿Podríais decirme, preguntó Mazulhim, porque de. algunos dias a esta parte ha tomado Altun- Can ese
aire de importancia que le reparamos? '..;' . -.'.

i Dios mió! ¿ignoráis por ventura, dijo. ella, que se encuentra con gran favor para con Aischa? Pero, a mi
parecer, esta sería una razón de mas para ser modesto, contestó él. Para otro cualquiera, sí, respondió ella;
pero ¿ acaso no le teneis por demasiado dichoso ?. Os confieso que no, repuso él; por muy ridiculo que
sea Altun-Can no puedo dejar de compadecerle : un hombre que pertenezca a Aischa. es sin
contradicción el mas desgraciado de! mundo.. Lo que hay de particular, dijo ella, es que Aischa hace de
ello un misterio. Vaya un chiste, respondióél, pero eso es calumniarla, jamás ha ocultado sus amantes y
puedo juraros que con la edad que tiene y con su enorme figura, cada dia estará menos dispuesta a
hacerlo. Nada hay mas cierto sin embargo, dijo ella, que lo que os digo. Bien, repuso él, si es asi, será por
que Altun-Can la habrá pedido el secreto.

¿Y la señorita Mesem, preguntó él, me parece que habéis dejado de verla ? Si, no puede vérsela ya,
respondió ella con aire de beata, tiene una conducta miserable. Teneis razón, repuso él muy seriamente,
nada es mas importante para una mujer que se respeta a sí misma, que el tratarse con personas decentes.

Me parece, continuó, que ha embellecido. Al contrario, respondió ella, se ha vuelto deforme. No soy
de vuestro parecer, repuso él; de algún tiempo a esta parte ha adquirido una amarillez y un aire de
abatimiento que la sienta perfectamente: si continúa con el de enfermiza se volverá encantadora.

No acabaría jamás. Señor, dijo entonces Amanzei interrumpiéndose, si quisiese referir a V. M. toda la
conversación que tuvieron. Fácilmente lo concibo, respondió el sultán, y te permito abreviarla: con todo
cuando pienso en ello me harías mucho favor en repetírmela ecsactamente y por entero. Me atreveré a
hacer presente a V, M. que habría en ella muchas cosas que no serían bastante interesantes, dijo Amanzei,
para Si, justamente, interrumpió el sultán, no

me interesarían: pero ¿ por qué, digo yo, en una historia ó en un cuento, como se quiera, no ha de ser
todo interesante? Por muchas razones, dijo la sultana; lo que sirve para conducir un hecho no puede
ser por ejemplo, tan interesante como el hecho mismo: por otra parte s! todo tuviese el mismo grado
de interés constantemente, todo sería pesado a fuerza de continuidad ; el espíritu no puede siempre
estar atento, el corazon no podría soportar el ser sin cesar conmovido, y son necesariamente
indispensables a uno y a otro los intérvalos de descanso. Comprendo, respondió el sultán : como
que para divertirse mejor conviene algunas veces aburrirse : cuando se tiene cierto talento y se
piensa de cierto modo, por mas que se haga, todo se adivina. Prosigue Amanzei.

Mazulhim aun menos sensible despues de cenar a las bellezas de Zulica que durante el dia, entre mu
propuestas de entretenimientos que la hizo, no encontró jamás el que pudiera convenirla; y Zulica se
preparó a salir con un aire que me hizo dudar de que volviese a verla.

No obstante, apesar del mal humor que se la conocía y del modo como i a había tratado, se atrevió
Ma* zulhim antes de separarse a suplicarla que ie volviese a ver, y a añadir con instancia que era preciso
que fuese a los dos días. Aunque en aquel momento tenia ella, a lo que yo creo, muy pocos deseos de
concederle lo que él parecía desear con tanto ardor: respondió que accedía gustosa, pero con tanta
frialdad que no imajiné quisiese cumplirle la palabra.

En esto, hice la reflecsion de que despues de salir Mazulhim, me iba yo a fastidiar en su casita: que
bastaría que volviese cuando él lo haría y que nada podía hacer mejor para divertirme é instruirme, que
seguir i Zulica a su casa: me abandoné a esa idea y subí con ella a su palanquín. En cuanto llegué a su
palacio, por el movimiento de atracción que Brama me había imprimido ful a ocultarme en el primer sofá
que se ofreció a mi vista.

Zulica acababa el dia siguiente de ponerse al tocador, cuando anunciaron a Zadis: mandó le dijesen se
sirviese esperar, ora porque no quisiese aparecer a sus ojos sino con toda la belleza que ordinariamente
tenia despues de adornada, ora porque creyese que sería indecente el que se dejase ver en el desórden en
que se hallaba. Atendida la falsedad de Zulica, esta última razón no era acaso tan imajinaria como pudiera
parecer.

Zadis entró por fin; aun cuando no se le hubiese nombrado le hubiera yo fácilmente reconocido por el
retrato que de él había oido hacer a Mazulhim el dia anterior. Era grave, frió, tímido y tenía todas las
apariencias de tratar los asuntos de amor con aquella dignidad de sentimientos, y con aquella escmpulosa
delicadeza, que son en el dia tan ridiculas, y que tal vez han sido siempre mas importunas que respetables,

Zadis se acercó a Zulica con tanta cortedad como si todavía no la hubiese declarado su pasión ; ella por
su parte le recibió con una urbanidad estudiada y ceremoniosa , y un aire tan modesto como la era preciso
para engañarle constantemente.

Mientras estuvieron presentes las doncellas de Zulica, conversaron indiferentemente de noticias y


delotras cosas igualmente frivolas. Zadis, que creía ser el único a quien Zulica hubiese amado, y que
pensaba que las mayores precauciones no bastaban aun para lo que ella merecía, no se permitía ni la
menor mirada; y Zulica, que contra toda apariencia había encontrado un hombre bastante imbécil para
estimarla, imitaba su reserva ó no le miraba sino con aquellos ojos hipócritas y disimulados que se ven
comunmente en las beatas en todas ocasiones.

Por mucho que fuese el cuidado con que Zadis se reprimía, creyó Zulica observar en sus ojos una
tristeza distinta de la que tenia ordioariameote; pe,ro le preguntó en vano lo que tenia. A todas las
preguntas que le hacía en tono muy dulce, no contestaba sino con profundas reverencias y con suspiros
todavía mas profundos.
Cuando estuvo ya peinada salieron las doncellas, ¿Quereis decirme Zadis, la preguntó ella con aire de
autoridad, lo que teneis? ¿Pensáis que tomando tanto interés como sabéis en todo cuanto os concierne, no
deba incomodarme vuestro silencio? En una palabra, lo ecsijo, respondedme ó no os perdonaré si os
obstináis en callar.
Acaso me perdonareis menos despues de haber hablado, respondió él en fin; pues lo que me trastorna
no debe seros confiado de modo alguno. Zulica insistió y lo hizo con tanta viveza, que Zadis creyó no
poder, sin ofenderla, guardar silencio por mas largo tiempo. ¿ Lo creyérais, señora ? dijo avergonzándose
de lo absurdo de las palabras que iba decirla: tengo zelos.

¡ Vos! Zadis, esclamó ella con aire de admiración ;


jes a mf a quien amais! ¡ yo os amo, y teneis zelos! ¿Lo habéis pensado bien? ¡Ahí señora, replicó él
apasionadamente, no me agovieis con vuestra cólera. Conozco lo ridiculo de mis sospechas y aun mas,
me avergüenzo de ellas. Mi entendimiento se resiste a los movimientos de mi corazon y los desaprueba,
pero no obstante ellos me arrastran y todo el respeto que os tengo y toda la estimación de que os soy
deudor no pueden impedir que me atormenten cruelmente. La vergüenza en fin que yo mismo tengo de
mis ideas no puede sin embargo destruirlas.

Escuchadme, Zadis, le dijo ella con aire majestuoso, y tened siempre presente lo gue voy a deciros. Os
amo, no temo repetíroslo y voy a daros una prueba de mis sentimientos que debe ser sin réplica para vos:
os perdono vuestras sospechas. Podría tal vez deciros que lo mucho que os costó el vencerme y el método
de vida que llevo no debieran dejaros lugar de dudar de mí, y que una persona de mi caracter debe inspirar
confianza : debería también despreciar vuestros recelos ú ofenderme por ellos; pero es mucho mas dulce
para mi corazon el tranquilizaros, y mi amor se digna descender hasta una esplicacion.

¡ Ah! señora, esclamó Zadis postrándose a sus pies, creo firmemente que me amais, y moriría de dolor
si pudiese pensar que unas sospechas en las cuales no me he fijado por mucho tiempo, fuesen para vos un
motivo para dudar de mi respeto. No, Zadis, respondió ella sonriendo, no dudo de él; pero sepamos lo que
ha causado vuestra inquietud. ¿Qué importa, mi bien, cuan
do no la tengo ya? Quiero saberlo, replicó ella. Pues bien, dijo él, las atenciones que Maznlhim ha
parecido dedicaros...... ¡Como, interrumpió ella, es de él de quien estáis zeloso ! ¡ Ah ! Zadis, ¿
mereceis vos temer a Mazulhim y me habéis despreciado en tal manera^ para creer que pueda agradarme
jamás? ¡Ahí Zadis -y ¿debo ni puedo perdoná ros esto?

,'..'...:.),.!',. .1 CAPÍTULO XIII.iv ' "i

. ; .. . i . n .'. ii.j :.v. »:. './

Fin de tina aventura y principio de oír»,

Al acabar estas palabras se humedecieron con ñas lágrimas sus ojos ; y Zadis , que las creía verdade-*
ras, no pudo abstenerse de mezclar conellaslas suyas. Si, soy culpable , la decía con ternura ; y por muy
violenta que sea mi pasión por vos , conozco que no. puede servirme de escusa. ¡ Ah, cruel! respondió ella
sollozando ; tened zelos , si quereis , abandonáos a todo vuestro frenesí, consiento en ello; pero si me
conocéis tan poco que desconfiáis de mi cariño, por lo menos no me creáis capaz de amar a Maznlhim. -.
¡¡

No creo que le améis , replicó él, ni he imaginado jamás que pudiese agradaros ; pero no he podido verle
venir aquí sin estremecerme. Y sin embargo , res-i pondió ella , de cuantos aquí acostumbráis ver, es el'
menos peligroso para mí. Aun cuando no colmase mi corazon la pasión mas viva, aun cuando Mazulhim.
me adorase , aun cuando el número dé sus atractivos escediese , si es posible al de sus vicios ; sería
todavía.
á mis ojos el último de los hombres. ¿Como quisiérais que una mujer, no digo que se respeta, sino que no
ha perdido toda su vergüenza, quisiese por amante a Mazulhim? ¿á un hombre que jamás ha amado, que
dice en alta voz que es incapaz de una pasión, y par» quien es una quimera el nías débil de los sentimienA
tos, aun hombre en fin, que no conoce otroplacer que el de deshonrar las mujeres que conquista? Dejemos
sus defectos, no ciertamente porque no pueda esten» derme; pero en verdad, me avergonzaría de hablaros
de él mas largo tiempo. Por lo demás estoy contenta, aunque encuentro tan injuriosas como inoportunas
vuestras sospechas, de que me hayais confiado el mo» tivo de vuestra inquietud, y os respondo de que no
volvereis a ver aquí a Mazulhim, sino el tiempo que me será necesario para romper con .él sin publicidad.

Zadis, besándola la mano con transporte, la dió gracias mil veces por lo que hacía en su obsequio. Pero,
¿de que me dais gracias? le preguntó ella, no os bago en ello ningún sacrificio. Mas, Zulica', ¿esposible
que Mazulhim «o os haya dicho jamás que la parecíais amable? ¡Vaya una idea gracj osa! esclamó ella
son+ riendo; ¡oh! naA os aseguro'que Mazulhim me conoce mejor que vos, y que apesar de la .lijereza.que
quiere aparentar, no tiene la suficiente para; asardiri» jirse a mujeres de cierta condiciona Con¡rtodó,;no
mf sorprendería de que sin haberme deseado jamás, y sin haberme en su vida hablado de hada«' fneso'por
ahí diciendo públicamente cualquier dia,, que se ha hallado ó que se halla conmigo en gran furor. 1 la.
Tcrdad, añadió riéndose, solo un zeloso como vos podría creerle, ¿no es cierto? No; repuso él, puedo tener
la ridiculez de temerle algunas veces, pero os juro que jamás tendré la de creerle. Y yo no lo juraría,
respondió ella. Con el humor que teneis, debe pare- ceros delicioso el oír hablar mal de vuestra querida y el
venir a hacerla el mayor cargo del mundo por el dicho del primer fatuo que conociendo vuestro caracter ,
haya querido despertar Adiestra suspicacia.
Por favor, disimuladme, la dijo él: y pensad que los zelos que os dignáis perdón arme... No serán acaso,
interrumpió ella, los últimos del di a de hoy: no desearía otra cosa para veros volver a vuestra tristeza, que
la llegada de Mazulhim. No hablemos mas de él, respondió Zadis, y puesto que me habéis perdonado y
que hasta mis injusticias os prueban que os adoro, no perdamos tan preciosos momentos y dignaos
confirmarme mi perdón.

A estas palabras que Zulica comprendía demasiado bien, se revistió de un aire de embarazo y ledijo:
¡Que importuno sois con vuestros deseos! ¿Con que, no me los sacrificareis jamás? | Si supierais cuanto os
amaría si fueseis mas razonable!... De veras, anadió viéndole sonreír, os amaría mil yeces mas; a lo menos
asi lo creería, y no teniendo nada que temer de vos por parte de lo que detesto, me veríais abandonarme
con mucho mas ardor a lo que es de mi gusto.

Mientras decia estas augustas palabras, se dejaba lánguidamente conducir hácia mí. Os juro dijoá Zadis,
toda mi vida volveré -á reñir con vos. Ojalá, dijo él, mas no lo espero, Y yo, respondió ella, por lo que me
cuestan las reconciliaciones empiezo a no dudar de ello.

Apesar de su repugnancia, cedió Zulica por fin a las instancias de Zadis; pero lo hizo con tanta decencia,
tanta majestad y tanto pudor, como no se ha \isto tal vez jamás en semejante caso. Otro que no hubiese
sido Zadis se hubiera sin duda quejado de ello; pero él, apasionado a las mas minuciosas atenciones,
estaba transportado de placer por la inoportuna virtud de Zulica, é imitó del mejor modo que pudo su aire
de grandeza y dignidad, quedando de ella tanto mas contento cuanto menos amor le manifestaba. No sé
con todo como se cambiaron al fin las cosas en la imaginación de Zulica, pero le propuso pasar el dia con
ella. Para que nadie supiese que se hallaban juntos y el tiempo que así permanecían; en una palar bra, mas
para evitar las hablillas que por ninguna otra razón, mandó que se dijese que no estaba en casa. Zadis a
quien los zelos, como suele suceder, habían hecho mas tierno, correspondió dignamente a las bondades cíe
Zulica, y apesar de su taciturnidad 110 la fastidió ni un solo minuto. Salió por fin hacia media noche y dejó
a Zulica persuadido en cuanto cupo de que era la mujer mas prudente y apasionada de Agrá. .'. ,./.,/

Dije que no creía, por el aire con que Zulica se des.r pidió de Mazulhim, y .mucho mas todavía por su
modo de pensar, que quisiese continuar un comercia, tan poco agradable para una mujer de su caracter, i#
en el que no se interesaban ni el amor ni los placeres: sin embargo, su curiosidad prevaleció sobre todas las
razones que podia tener. Dijo a Zadis al dejarle, que un asunto muy importante la impediría verle al dia
siguiente; y apenas liegó el día señalado para la cita, se metió en su palanquín, y con mi alma que la siguió
, tomó el camino de la casita, en la que no encontramos
mas que a un esclavo 'que la esperaba a ella y a Mazulhim ........... '.!. ¡,. r..i..;,íi¡.¡ '¡ ...,.;, ¿Como, dijo
ella bruscamente al esclavo, aun no está aquí? ¡Le encuentro muy gracioso en hacerme esperar! Es
admirable el que haya yo llegado Ja primera. El esclavo la aseguró que Mazulhim iba a llegar. Pero,
repuso ella, es un tono muy particular ej que se dá. El esclavo salió, y Zulica con;aire colérico vino a
echarse sobre mí. Como era naturalmente impe., tuosa, no pudo estarse tranquila, y acusándose en alta voz
de su singular facilidad, juró mil veces n<i volver a verá IVfazulhiim Por fm r oyó parar un car-» ruaje;
preparada para;decir a Mazulhim cuanto la podia inspirar, su cólera, se levanta vivamente y abrien-» do la
puerta ; en verdad, señor mió, teneis un com.r portamientó, le dijo, tan singular, tan raro... ¡Ah. cielos
l'ésclamó, viendo el rostro del que entraba.A ¡; , ' Yo quedé casi tan admirado como ella a ja vista d* un
hombrea quien no conocía. ¡Como! preguntó el sulr tan ¿no era Mazulhim? Noy Señor, respondió Aman-
zei. ¿No era él? dijo el sultán, ¡es cosa particular! ¿y'pimjué no era él? Señor, respondió Amanzei, V, M.
vd a saberlo. ¿Sabéis, repuso el sultán, que ej lance es cómico en estremo ? Al parecer aquel hom.» bre se
equivocaba. ¡ Ah! sin duda, se equivocaba, claro está. Pero dime, Amanzei, mientras me acuerdo,' ¿qué
viene a ser una casita? Desde que lo has dicho por primera vez he aparentado comprenderte, pero no puedo
resistir mi
curiosidad. Señor, respondió Aman.* zei, es una casa aislada, donde sin acompañamiento y sin testigos,
se va.... ¡ Ah! si, interrumpió el sultán, ya lo adivino, es cosa verdaderamente muy cómoda. Prosigue.',' i
Mu

La cólera y la sorpresa de Zulica a la vista del hombre que acababa de entrar, la cortaron la palabra.
Señora, ya sé, la dijo aquel Indiano con aire respetuoso,, cuan admirada debeis estar al verme. No menos
ignoro los motivos que os harían desear aquí a cualquiei* otro que yo. Si mi presencia os causa
embarazo, no me causa,la vuestra menos emocion. No esperaba por cierto que la persona con quien
Mazulhim me había suplicado viniese a disculparle, fuese aquella a quien (si hubiese tenido la dicha de
hallarme en su lugar) hubiera querido» faltar menos en el mundo. No es eso decir que Mazulhim sea
culpable, no, señora, conoce de cuanto es deudor, a vuestras bondades, y anhelaba! el momento de
presentarse a vuestros píes y hablaros' de su reconocimiento; pero ciertas órdenes a las cuales hasta ha
pensado desobedecer, apesar de lo muy sagradas que deben ser para él, lechan arrancado a tan dulces
placeres. Ha creído que debía contar con mi discreción mas bien que con la de un esclavo, y que convenía
no aventurar un secreto en que se encuentra tan particularmente interesada una persona como voí.

Zulica estaba tan admirada por lo que la sucedía, que el Indiano hubiera podido hablar mas largo rato
sin que hubiese tenido fuerzas para interrumpirle. Su embarazo llegaba a hacerla desear que tuviese que
decirla todavía mucho mas. Consternada y casi sin movimiento, bajaba los ojos, no se atrevía a mirarle,
sus mejillas se encendían de vergüenza y de cólera; en fin, se puso a llorar. El Indiano, tomándola
cortésmente la mano, la condujo hacia mí y sin pronunciar una sola palabra se dejó caer encima.

Lo veo, señora, continuó él, os obstináis en creer culpable a Mazulhim y todo cuanto puedo deciros
para justificarle, aumenta al parecer la cólera que le teneis. ¡Cuan dichoso es! ¡Cuan dichoso! Apesar de
ser mi amigo ¡ cuanto le envidio las preciosas lágrimas que os hace derramar! ¡Como tanto amor!...
¿Quien os ha dicho que yo le ame, señor mió? interrumpió orguliosamente Zulica que había vuelto ya en
sí. ¿No puedo acaso haber venido aquí para asuntos en que ninguna parte tiene el. amor? ¿Por ventura no
es posible ver a Mazulhim sin concebir hácia él los sentimientos que al parecer me atribuís? ¿De que, por
fin, os atreveis a deducir que afecta mi corazon? ,i¡ '.

, Osaré creer, respondió sonriendo el Indiano, que. sino son ciertas mis conjeturas son por lo menos
verosímiles. El llanto que derramais, vuestra cólera y la hora en que os encuentro en un sitio que jamás ha
sido consagrado sino al amor, todo me hace creer que él solo ha tenido poder para conduciros aquí.
Noque- rais negarlo, señora, añadió, vos amais; hacéos si quereis un crimen de vuestro objeto, pero no de
vuestra pasión.

¡ Cómo, esclamó Zulica a quien nada podia hacer renunciar a su falsedad, Mazulhim ha osado deciros
que yo le amaba! Sí, señora, respondió él. ¿Y vos lo creeis? le preguntó ella como admirada. Me
permitiréis deciros, la contestó, que la cosa es tan probable que el dudar de ello sería una ridiculez. Pues
bien, si señor, replicó ella, si, yo le amaba, se lo he dicho y venía aquí a probárselo; hasta dar este paso
había por fin sabido arrastrarme el ingrato. No me avergüenzo de confesároslo; pero el pérfido no tendrá
jamás otras pruebas de mi debilidad que la confesion que de ella le he hecho. Un dia mas tarde ¡oh cielos,
que hubiera sido de mí!

Vamos, señora, dijo fríamente el Indiano, ¿ creeis que haya tenido Mazulhim bastante mala opinion de
mí para no haberme confiado mas que la mitad del secreto? ¿Pues qué ha podido deciros? preguntó ella
ásperamente.;. Habrá por ventura añadido la calumnia al ultraje y podido ser bastante indigno?....
Mazulhim puede ser indiscreto, respondió él, pero no me es posible creerle mentiroso. ¡ Ah. el infame!
esclamó ella, esta es la primera vez que he venido aquí. Convengo en ello, puesto que así lo quereis,
replicó él, y prefiero creer que Mazulhim me ha engañado que dudar de lo que me decís. Pero, señora ¿
ante quien os defendeis de ello? Si quisierais hacerme justicia, me atrevo a lisonjearme de que temeríais
mucho menos el que yo fuese depositario de vuestros secretos. ¡Liorais! i ah, esto es hacer demasiado
honor a un ingrato ! Hermosa como sois, ¿ os corresponde creer que no podéis vengaros? Sí, señora, sí,
Mazulhim me lo ha dicho todo; no ignoro que habéis colmado sus deseos, y hasta sé pormenores de su
dicha que os llenarían de admiración. No os ofendáis de ello, prosiguió, su felicidad era demasiado
grande para que pudiese contenerla : a estar menos contento y transportado, hubiera sido sin duda mas
discreto. No ha sido su vanidad sino su alegría la que ha impedido su reserva.

¡ Mazulhim! interrumpió ella con transporte: ; oh, traidor ! ¡(Ionio! ¡ Mazulhim me sacrifica !
¡Mazulhim os lo ha dicho todo! Ha hecho bien, prosiguió en tono mas moderado, yo no conocía aun a
los hombres, y gracias a su conducta, habré salido bien librada con una debilidad. Vaya, señora,
respondió fríamente el Indiano que finjía creerla , esto no es vengaros, sino castigaros vos misma. No,
contestó ella, no, todos los hombres son pérfidos, lo esperimento demasiado cruelmente para poderlo
dudar; no, todos se parecen a Mazulhim.

. ;¡ Ah! no lo creáis, esclamó él, me atrevo a juraros que si me hubiéseis puesto en su lugar, jamás le
hubiérais visto en el mío. Pero, repuso ella, esas órdenes que le han detenido, no son mas que un vano
pretesto, y me abandona sin duda, ¡Ahí no vaciléis en descubrírmelo. Y bien, sí señora, respondió el
Indiano , inútil fuera el ocultároslo, Mazulhim ha dejado de amaros. ¡ No me ama ya! esclamó ella do-
lorosamentc. ¡ Ah! ese golpe ine asesina ¡ ingrato! ¡ era este el premio que reservaba a mi ternura!

Acabadas estas palabras, hizo todavía algunas es- «lamadones, y representó sucesivamente el llanto, el
furor y el abatimiento. El Indiano, que la conocía, no se oponia a cosa alguna, y finjía constantemente
hallarse penetrado de admiración por ella. Conozco que voy a morir, le dijo ella, despues de haber Durado
largo rato; no es a un corazon tan sensible, tan delicado como el mió, al que pueden impunemente díri-
jirse tan crueles golpes; pero, ¿qué hubiera hecho, pues, si yo le hubiese engañado? Os hubiera adorado,
repuso el Indiano, No comprendo, repuso ella, semejante proceder, no le atino. Si el ingrato no me ama-
baya, y temía anunciármelo por sí mismo, ¿no podia por ventura escribírmelo? ¿Se puede romper con
mayor indignidad con el objeto mas despreciable? ¿Porque , además, ha sido preciso que fueseis vos el es-
cojido para participármelo?

Demasiado veo, replicó el Indiano, que la elección del confidente os desagrada aun mas que la misma
confidencia, y puedo juraros que conociendo como conozco vuestra injusta aversión para conmigo, 110
me hubiérais visto aquí, si Mazulhim me hubiese nombrado la señora con quien me rogaba le disculpase.
Hasta llego a dudar de que (estando para con vos en disposiciones muy diferentes de las que tengo la
desgracia de mereceros) le hubiese creido, si me hubiese nombrado a Zulica: jamás hubiera podido pensar
que hubiese alguien en el mundo que pudiese no creerse feliz, logrando ser amado por ella.
1
Muy inocentemente, pues, añadió, contribuyo a daros el mas sensible pesar que pudierais recibir, y
me hallo mezclado en secretos que seguramente preferiríais ver en poder de cualquier otro. No sé qué
razón teneis para creerlo, respondió ella con embarazo : secretos de tal naturaleza como los que en el día
poseeís, no se confían ordinariamente a nadie; pero no tengo motivos particulares....

Perdonadme, señora, interrumpió él vivamente, vos me aborrecéis, no ignoro que en todas ocasiones,
mi talento, mi figura y mis costumbres han sido constantemente el objeto de vuestras burlas ó de vuestra
mas severa crítica. Confesaré también que si poseo algunas virtudes las debo al deseo que siempre he
sentido de hacerme digno de vuestros elojios, ó de obligaros almenos a hacerme gracia de esos amargos
tiros de que no habéis cesado de colmarme desde que estamos en el mundo.

¡ Yo! señor, dijo ella ruborizándose, jamás he dicho de vos cosa alguna que pudiera ofenderos: por otra
parte apenas nos conociamos: nunca me habéis dado motivo ninguno de queja y no me creo tan ridicula,...
Dejémoslo por favor, señora, interrumpió él, una mas larga esplicacion os seria molesta, pero pues que
estamos en este capítulo, permitidme solamente deciros que por los sentimientos que he tenido siempre
por vos (sentimientos tales que vuestra injusticia no ha podido alterarlos un solo momento), era el hombre
que en todo el mundo era mas digno de vuestra piedad y que menos merecía vuestro odio. Sí, señora,
añadió, nada ha sido capaz de estinguir el desventura- alo amor que me habéis inspirado: vuestros
desprecios, vuestra aversión y vuestro encarnizamiento contra mí, me han hecho jemir; pero no me han
curado de mi pasión. Conozco demasiado vuestro corazon, para lisonjearme de que pueda un dia estar
animado hacia mí de los sentimientos que pudiera yo desear; pero espe-. ro que tni discreción en lo que os
concierne, os desengañará de vuestra preocupación y que si llega a tal punto que no podáis concederme
jamás vuestra amistad, por lo menos no me negareis vuestra estimación.

Zulica seducida por un discurso tan respetuoso, le confesó que en efecto por un capricho, cuyo oríjen
jamás había podido descubrir, se había declarado abiertamente su enemiga, pero que esta era una falta que
contaba reparar de tal manera, que no se hablaría mas de ella entre los dos y que le prometía su estimación,
amistad y reconocimiento.

Despues de haberle suplicado que guardase el mas inviolable secreto, se levantó con intención de

¿Donde quereis ir, señora? la dijo el Indiano deteniéndola. No teneis aquí ninguno de vuestros criados;
yo he despedido a los míos y es aun muy distante la hora en que deben volver. No importa, replicó ella, no
puedo permanecer en un paraje en que todo me echa en cara mi debilidad. Olvidad a Mazulhim, repuso él;
esta casa no le pertenece actualmente pues me la ha cedido; permitid al hombre que en el mundo se
interesa mas verdaderamente por vos. que os suplique mandéis en ella. Reflecsionad a lo menos en lo qu«
quereis hacer. No podéis salir a la hora que es, sin esponeros a ser encontrada. No os haga olvidar vuestra
cólera lo que o» debeis a vos misma. Pensad en el terrible escándalo que daríais; reflecsionad que tal vez
mañana seríais la fábula de todo Agrá, y que con una virtud y unos sentimientos dicnos de todo respeto, se
os creería acostumbrada a esta clase de aventuras.

Zulica resistió largo tiempo a tas razones de Nasses (que asi se llamaba el Indjano), para hacer que se
quedase. Todo estaba aquí preparado para recibiros, anadió él, sufrid que pase yo la velada aquí con vos;
Tuestro caracter y aun el mio¡deben responderos de mi respeto. Yo nw insisto ea mis sentimientos; si me
atrevo a hablaros de ellos todavía, es únicamente para daros a conocer hasta.qué punto me intereso pOr
vos, y para procurar horrar de vuestra memoria las siniestras impresiones que me parece os hfc dejado la
indiscreción de Mazulhim. .'..*;: .¡ ., . Despues de alguna resistencia:, persuadida al fin Ziilica por lo que
Nasses la decía, consintió en que-, darse. Pensando como pensáis, seniora, la dijo él, debeis admiraros
mucho de encontraros tan sensible
¡Bueno! interrumpió el sultán, no sabe lo que se dice- porque, en cuanto puedo recordarlo, era esta
misma señora la que estaba incomodada por el mal comportamiento de Mazulhim. Sin duda, dijo la
sultana, la misma es. Un momento, por favor, repuso el sultán, orientémonos. Si es la misma, ¿por que la
dice... lo que la dice? Bien veis que se equivoca. Esa señora está acostumbrada a tener amantes, y por
consiguien
te' es muy ridiculo que la diga que debe admirarse mucho. ¿No veis que quiere ponerla eu ridiculo?
observó la sultana. ¡ Ah! ese es otro cantar, replicó el sultán. Pero ¿por que no se me advierte? ¿donde
diablos se quiere que vaya yo a adivinarlo? ¡ Ah! se burla de ella, bien lo veo; percb ¿ por que se burla ?
He aquí lo que quisiera saber. Y lo que sin duda os dirá Amanzei, contestó la sultana, si le dejais
continuar. Sea, dijo el sultán, lo que digo no es porque no me sea indiferente, como lo conocéis muy bien;
uno habla por hablar, es cosa que divierte; y lo que es yo, no soy enemigo de la conversación.

CAPITULO XIV.

Que contiene menos hechos que di«» .,;! cursos.

Al día siguiente continuó Amanzei de esta manera. Pensando como pensáis, señora, decía Nasses a
Zulica, debeis admiraros mucho de encontraros tan sensible. Efectivamente, respondió ella, y os aseguro
que es una aventura muy singular en mi vida la que me sucede. No me admiro de que hayais amado, reí.
puso él; muy pocas son las mujeres' que se libran del .amor; pero sí de que haya sido Mazulhim quien
haya triunfado de vuestro corazon, de ese corazon al parecer tan poco propio para conocer el amor: os lo
confieso , 110 puedo comprenderlo.

Tampoco lo comprendo yo, respondió ella; y realmente cuando me ecsamino a mf misma, no puedo
concebir como ha podido agradarme y seducirme. ¡ Ah, señora ! esclamó él con un aire penetrado, ¡ cuan
cruel es nuestro destino! Vos amais a quien ya no os ama, y yo amo a quien jamás me amará. ¿Por que,
contenido constantemente por esa injusta aversión que sabía yo me profesabais, no he de haberos dicho
hasta qué punto me habíais interesado? ¡ Ay de mí! acaso mi constancia, mis cuidados y mi respeto, os
hubieran desarmado. Y acaso también, repuso ella, me hubiérais tratado como me trata Mazulhim. No,
respondió él tomándola la mano; no, Zulica se hubiera visto adorada con tanta veneración como merece.
Ya, repuso ella; Mazulhim me decía lo mismo: ¿por que, pues, he de creer que no hubiérais obrado como
él? .. .

Todo debía haceros dudar de la sinceridad de sus sentimientos, respondió él; Mazulhim, inconstante y
disipado, no ha sabido jamás lo que es amor: era imposible que ignoráseis que es mas indiscreto y falaz
de lo que es lícito. Es cierto, sin embargo, que por muy infiel que fuese, podíais, sin que os arriesgáseis a
ser tenida por orgullosa, pretender alcanzar la gloria de fijarle: la dificultad de agradaros, vuestras
gracias, el placer tan dulce y tan raro de reinar en un corazon que no había sido sometido jamás a persona
alguna, todo debía haceros esperar de su parte un eterno cariño. Lo que en cualquiera otra hubiera sido
una ridicula vanidad, solo podia ser para Zulica una idi?a tan natural y sencilla, que era imposible no la
tuviese. Por lo menos, no hay duda, respondió ella modestamente , de que por mi modo de pensar era
acreedora a algún miramiento. ¡Miramiento! ¡vosl esclamó él, ¡ah! ¿pueden satisfacer los miramientos,
por lo que os es debido? Así pues, por premio de vuestras bondades, ¿no ecsijiríais mas que lo que se
debe hasta a la mujer que menos se estima? Con todo, repuso ella, ya veis que aun he sido demasiado
ecsijente.

Si me fuese permitido hablaros... la dijoNasses.Podéis hacerlo, le interrumpió ella, no debeis dudar de


que lo que actualmente nos sucede a entrambos debe ligarnos con la mas tierna amistad. Sí, señora, dijo
él vivamente, con la mas tierna; pero ¡ámí! ¿á ese Nasses por tan largo tiempo aborrecido, es a quien se
digna Zulica prometer la mas tierna amistad ? Sí, Nasses, respondió ella, os lo dice Zulica que reconoce
su injusticia, que la siente vivamente, y que os jura repararla por unos sentimientos y una confianza a
toda aprueba.
Entonces le miró agradablemente: su tigura era atractiva y aunque menos a la moda que Mazulhim no
le cedia en nada. ¡Como! esclamó él nuevamente, ¡vos me prometeis amarme! Sí, replicó ella, os abriré
mi corazon, leereis en él como yo misma, y os serán conocidos mis menores sentimientos, mis ideas, y
todos mis pensamientos.

¡ Ah, Zulica ! dijo él postrándose a sus pies y besándola la mano con ardor, ¡ cuan bien sabrá pagaros
mi ternura lo que hagais por mí! ¡ con que placer os someteré todo cuanto piense! Dueña soberana de mi
vida, vuestras órdenes serán la única regla de mi conducta. Dejemos eso, dijo ella sonriéndose, y
levantaos , no me gusta veros a mis pies; volvamos a lo que teníais que decirme.

Levantóse él, se sentó a su lado y teniéndola siempre la mano prosiguió de esta manera. Voy a haceros
algunas preguntas, puesto que os dignáis permitírmelo. ¿ Porque medios ha podido Mazulhim agradaros?
¿Por que singular hechizo la mujer mas respetable por sus sentimientos y por su conducta, Zulica en fin,
ha llegado a encontrarle amable? ¿Como un hombre tan vano y tan impetuoso ha logrado persuadir a una
mujer tan prudente y modesta como vos? Que haya agradado a mujeres como él, a esas mujeres frivolas,
ligeras y disipadas a las cuales ningún objeto inspira amor y que son sin embargo vencidas por cuantos se
presentan ante sus ojos, que las haya agradado, repito, no loestraño; pero ¡á vos! . '. ";.'

Para dar principio a la confianza que os he prometido, respondió Zulica, os diré naturalmente que tenia
motivos para no temer que pudiese amar a Mazulhim, y no porque me creyese incapaz de una flaqueza.
Sin haberlo cruelmente esperimentado como lo he hecho despues, no ignoraba que basta un solo
momento para sumerjir a la mujer mas virtuosa en tos mas funes-1 tos estravíos; pero confiada en mis
sentimientos y también en el tiempo que hacía que habiá entrado en el mundo, sin haber faltado ni
levemente a los deberes que nos están prescritos, osaba lisonjearme de que seria eterna la calma de mi
espíritu.

Sin duda; dijoNasses en tono muy serio, nada pierde tanto a las mujeres como esa seguridad de que
habíais. Ciertanfiente, respondió ella: nunca está mas espuesta a sucumbir una mujer que cuando se cree
invencible. Hallábame en esa engañosa calma, continuó , cuando Mazulhim se ofreció a mi vista: 110 os
diré como se manejó para seducirme: lo que sé unir camente es que despues de haberle resistido por largo
tiempo, mi corazon se conmovió y perdí la cabeza. Sentí al mismo tiempo .ciertos movimientos que me
.dominaban tanto mas cuanto eran nuevos para mí. JVlazulhim que sabia mejor que yo cual era la
naturaleza de mi conmocionr se aprovechó de ella para empeñarme en ciertos pasos cuya consecuencia
desconocía: al fin me indujo a venir aquí; Yo creía, como él me había prometido, que solo deseaba
hablarme con mayor libertad que en el tumulto del gran:mundo. Vina, y su presencia me afectó mas de lo
que había yo penf sado: a solas con él, me encontré menos fuerte contra sus deseos, y sin saber
lo que concedía no pude negafl- me a cosa alguna: el amor en fm me sedujo ¿asta «i
estremo ..... :.,»i .......... ;i;/

AI decir estas palabras tenia los ojos humedecidos por algunas lágrimas que se esforzaba en derramar.
Nasses, que aparentaba tomar, sinceramente parte en .su dolor, finjiendo consolarla, la decía todo cuanto
podía desesperarla mas. Sobre todo insistía malignamente en el poco tiempo que la había tratado
Mazulhim: no será seguramente, la dijo, porque carezcais de cuanto puede hacer feliz a un hombre; por lo
menos así se debe creer. Es cierto sin embargo que esa tan pronta inconstancia de Mazulhim, con
cualquiera otra que no fuese con vos, haría sospechar muy desfavorablemente.
A estas últimas razones contestó Zulica con un jesto que probaba bastantemente el concepto en que
estaba de no tener en cuanto a esto nada que reprocharse.
Sabido es, repuso Nasses, que los hombres son bastante desgraciados para no poder gozar por largo
tiempo ni del objeto mas amable, sin que se entibien sus deseos; pero a lo menos se ama durante tres
meses, seis semanas, ó hasta quince dias poco mas ó menos: jamás se ha visto abandonar a una mujer tan
bruscamente como os ha abandonado Mazulhim: ¡ a vos t ¡ vaya una ridiculez I no se puede imajinar otra
mas abominable, ¡ Ah, Zulica I añadió, me atrevo aun a repetirlo, yo hubiera sido para con vos mil veces
mas constante. Zulica le respondió que estaba muy persuadida de ello, pero que no queriendo ya volver a
amar, la era indiferente el que los hombres fuesen constantes ó lo dejasen de ser; que deseaba además,
movida por la sincera amistad que le tenía, que el amor que la había dicho sentir, no fuese verdadero, y
que la pesaría vivamente que conservase unos sentimientos que jamás podría ver recompensados.

Sí, la respondió Nasses con semblante aflijido, comprendo cuanto deeis. Encuentro en vuestro caracter
esa firmeza que siempre he temido en vos y que no puedo abstenerme de admirar aun cuando forma mi
desventura. Si fueseis menos estimable, sería yo menos digno de lástima; porquo al fin me sería lícito el
'creer que pues habéis amado a Mazulhim, no sería imposible me amaseis también: esta idea podría
tenerse de todas las mujeres del mundo sin ofenderlas; pero desgraciadamente no os pareceis a ninguna,
y si habéis tenido una flaqueza, ha sido sin consecuencia ninguna para lo venidero.

Zulica, que sin duda se reía interiormente del equivocado concepto que Nasses parecía tener de ella, le
aseguró que la hacía justicia y se estendió difusamente acerca el feliz modo de pensar que la había
concedido la naturaleza, la poca disposición que tenia a la sensibilidad y la frialdad en que la dejaba todo
aquello que para otras muchas mujeres era un placer sumamente estremado, aun apesar del violento amor
que Mazulhim había sabido inspirarla.

Tanto peor para vos, señora, la dijo Nasses: cuanto mas estimable sois mas digna sois de lástima.
Vuestra insensibilidad va a hacer la desgracia de vuestra vida. Mazulhim estará siempre presente a
vuestra imajina- cion: la manera humillante con que os ha abandonado no saldrá ni un momento de
vuestra memoria: será un suplicio que os agoviará en la soledad y del cual jamás podrán distraeros
bastantemente ni la disipación, ni los placeres del mundo. ¿Que hacer pues, le prer guntó ella, para borrar
de mi mente una idea tan cruel? Convengo con vos en que un nuevo amor podría librarme del recuerdo de
Mazulhim, pero sin contar las nuevas desgracias que me podría acarrear; ¿ puedo esperar que mi corazon
quisiese entregarse a él tanto como convendría para asegurar mi curación ? No, Nasses, creedme, una
mujer que piensa como corresponde, no puede amar dos veces. ; Que idea tan falsa! esclamó él, yo
conozco muchas que han amado mas de seis y no por esto se tienen en menos. Además, vos os encontráis
en un caso que os pone fuera de Jas reglas, y si se supiese vuestra aventura, aun cuando se os viese amar
a diez hombres a la vez, se creería que no os indemnizabais todavía lo bastante. Seguramente habría
bondad de sobras, en creerlo, replicó ella sonriendo. No tal, repuso él, lo encontrarían mas natural de lo
que pensáis: al fin y al cabo, bien conocéis que no lo digo para aconsejaros que lo hagais, pues bastaría
uno soló para hacerme morir de dolor.., .| : Ah! dijo Zulica pensativa, se nos encuentra tan reprensibles
cuando amamos, que aun con una solfe pasión ;la mas duradera y franca que pueda vefse, nos cuesta
infmito el librarnos del desprecio: y es tal nuestra desgracia que lo que se tiene en nosotras por virtud, se
nos achaca siempre a vicio. Cierto: en otro tiempo se pensaba asi, respondió él; pero como lia u variado
las costumbres han cambiado también con ellas las ideas. ¡Oh! no, sino fuese mas que el temor de la
censura el que os contuviese, bien podríais entregaros al amor. En éi fondo, repuso ella, no os falta razotí;
porque ¿ que importa que una ocupe esencialmente su corazon? yo no veo en ello mal alguno. Y sin
embarr go, replicó él, con un talento que os hace tan bien discernir lo falso de lo verdadero ¿os sacrificáis
a las preocupaciones como una persona que no supiese discurrir? Heos ahí
determinada a llorar toda vuestra vida vuestra debilidad para con Mazulhim, en lagar de cuidar
discretamente de consolaros de ella; creeis que una mujer de cierto caracter no debe amar mas que una
vez; conocéis perfectamente en vuestro interior que el principio que parece dirijiros en esto no es
verdadero; pero os resistís a vuestras luces para gozar del noble placer de aflijiros y también a lo que
parece para que se diga sin cesar que quereis llorar eterna* mente la pérdida de Mazulhim. ¿No es
efectivamente gracioso loque se dirá, de vos? ¡De mí! respondió ella, me lisonjeo de que nadie dirá nada.
:: »

Lo creo muy bien, replicó él, no dudo de que vos¿ señora, no diréis palabra de ello, es seguro que
por Jo que hace a mí no despegaré mis labios., en cuanto a MazuHiim le es tan poco honroso, que estoy
cierto '<fe que lo callará; y sin embargo si no mudáis de sistema lo sabrá todo el mundo. Pero ¿porque?
preguntó etl».

¡ Diantre ! repuso él, ¿ creeis que se os verá ailij ¡da sin procurar indagar porque lo estáis, y que si ,$e
tra* te de saberlo con empeño, no se descubrirá al flii í Pensáis que hasta el mismo Maüulhim a quien
lisott-i jeará vuestro dolor, podrá resistir al placer de hacer saber que es su pérdida lo que le causa? Es
cierto, ¡dijo ella, pero, Nasses ¿depende de mí por ventura el no estar aflijida? Sin duda, respondió él;'en
vuestra mano está: porque vamos a ver ¿que es lo que echáis menos actualmente? ¿á Mazulhim? ¿Si
volvia a vuestros pies le admitiríais? ¡ Yo! esclamó ella, ¡ ah! primero me entregaría al último de los
hombres. Si ape- Mr de cuantos esfuerzos pudiese hacer, contestó él, nada podría ya restituirle vuestro
corazon, es por consiguiente en estremo ridiculo el que lloréis su pérdida. Dime por favor, preguntó el
sultán ¿ va eso todavía a durar mucho? Sí, Señor, respondió Amanzei. ¡Por Mahoma ! tanto peor, replicó
Schak-Baham, he aquí unos discursos que me amuelan horriblemente, te lo advierto. Si pudieses
suprimirlos ó abreviarlos por lo menos, me harías un gran servicio que no dejaría de agradecerte.

. No teneis razón en quejaros, dijo la sultana, esta conversación que tanto os fastidia es por decirlo así
un hecho por sí misma. No es una disertación inútil que nada significa, sino un hecho.... ¿No se le llama
a esto un diálogo? preguntó sonriendo a Amanzei. Si. Señora, respondió él. Esa manera de tratar las
cosas, repuso ella, es muy agradable, pinta mejor y mas umversalmente los caracteres de los personajes;
pero esr tá sujeta a algunos inconvenientes. A fuerza de quererlo profundizar todo y espresar las menores
circunstancias , es fácil caer en nimiedades, que, aunque finas tal vez, no son objeto bastante importante
para llamar la atención, y se importuna con los detalles y la duración a los que están escuchando.
Entretenerse precisamente donde interesa hacerlo, es acaso mas difícil que inventar. El sultán hace mal
queriendo que en el punto en que os hallais corráis rápidamente; pero vos lo haréis peor en mi concepto
y en el de cualquiera persona de gusto, si la manía de hablar os arrastra, y no sabéis sacrificar de cuando
en cuando hasta las cosas que os parezcan mas agradables, cuando no podáis decírnoslas sino despensas
de las que vendrán despues. ¿El .sultán hace mal ? dijo Schah-Baham, esto pronto está dicho: y yo
sostengo que ese Amanzei es un charlatan que se pavonea en todo lo que dice, y que, ó mucho me
engaño, ó tiene el vicio de gustar de las conversaciones largas y de hacer el sabio. Esto te disgusta,
añadió volviéndose hácia Amanzei; pero yo soy franco y si lo eres tú también, apuesto cualquiera cosa
que confesarás que tengo razón. Sí, Señor, respondió Amanzei, y dejando a un lado la deferencia de
cortesano, me veo tanto mas obligado a convenir en ello, cuanto hace ya mucho tiempo que encuentran
en mí el defecto que me reprocha V. M. Pues corríjete, dijo Schah-Baham. Si me hubiese sido tan fácil el
cor- rejirme como me lo ha parecido el convenir en que lo tenia, repuso Amanzei, V. M. no hubiera
tenido lugar de reprendérmelo.

La fuerza del raciocinio de Nasses hizo en Zulica mucho efecto, prosiguió. Bien mirado, no os falta
razón , le dijo ella, asi es que no lloro ya a Mazulhim, sino mi debilidad y el haberme entregado a un
hombre tan indigno de mí. Confieso , replicó Nasses con sencillez, que la pasada que os está jugando, no
debe hacerle amable a vuestros ojos; no obstante si quereis juzgarle sin prevencion.no dudo deque le
concedereis algunos atractivos; porque al fm los tiene. Si gustáis, dijo ella desdeñosamente; en primer
lugar no es nada bien hecho. No sé, repuso él, pero nadie sin embargo tiene mas gracias que él; tiene la
cabeza mas bella, y la mas hermosa pierna del mundo, el aire noble y elegante, y un talento vivo, agudo
y agradable. SI, contestó ella, no niego que es un juguete bastante bonito; pero al fin y al cabo no es mas
que esto : además os aseguro que le falta mucho para ser tan agradable como se le cree. Acá para entre
nosotros, no es mas que un fatuo que tiene una presunción, una vanidad,... Yo perdono un poco de
orgullo a un hombre bastante afortunado para haberos agradado, interrumpió Nasses; con menos motivo
se envanece uno todos losdias,."

Pero, Nasses, respondió ella, para un hombre que me dice que me ama y que al parecer quiere ser
creí.» do, me decís cosas singulares. Apesar de lo odioso que os es Mazulhim actualmente, replicó él, le
odiáis aun menos que a mí, y creería aventurarme mashablándoos de un amante a quien jamás amareis,
que haciéndolo de uno a quien tan tiernamente habéis amado. Os ocupa tan vivamente todavía, que
jamás pronuncio su nombre sin que broten algunas lágrimas de vuestros ojos; aun en este momento se
llenan de ellas y en vano quereis ocultármelas. ¡ Ah! contened vuestras lágrimas, amable Zulica,
esclamó, pues me parten el corazon. No puedo sin enternecerme dolo rosa mente, verlas correr por
vuestro rostro.

Zulica, que hacía ya mucho rato que no tenia gana de llorar, no pudo oir estas espresiones sin creerse
obligada a derramar algunas lágrimas. Nasses que se divertía en los papeles que a su arbitrio la hacía
representar, la dejó por algún tiempo en aquel fmjido dolor. No obstante para no perder su tiempo, se
entrettivo en besarla los pechos que tenia Descubiertos en estremo. Ella estuvo bastante tiempo sin
dignarse cuidar de lo que hacía, y únicamente despues de haberle dejado obrar con entera libertad se
acordó de ello, Nasses, le dijo, teniendo siempre el pañuelo en los ojos ¿que hacéis? esas son libertades
que me ofenden, ¡De veras! lo creo, respondió él; ¿acaso lo tomáis por «n favor? miradme, añadió;
dejadme contemplar vuestros ojos. No, repuso ella; han llorado demasiado para ser hermosos. Sin
vuestro llanto, replicó él ¡cuan menos bella me pareceríais !

Escuchadme, continuó; el. estado en que os veo me aflije en estremo, y quiero absolutamente que
salgais de él. Os he probado la necesidad en que estáis de amar nuevamente, y voy actualmente a
probaros en cuanto.me será posible, que es a mí a quien conviene que améis. Dudo, respondió ella, que
lo consigáis. Eso es lo que vamos a ver, repuso él. En primer lugar, convenís en que me aborrecisteis sin
motivo; esta es una injusticia que no podéis reparar sino amándome con furor. Zulica se sonrió. Además,
continuó, yo os amo, y apesar de lo muy fácil que os es el inspirar a cualquiera aun mas amor del que
quereis tal véz, jamás encontrareis a nadie tan dispuesto como a mí a amaros con toda la ternura que
mereceis.

Tengamos ó no razón, es constante que en jeneral pensamos mal de las mujeres; estamos persuadidos
de que no son ni fieles, ni constantes, y bajo este supuesto no creemos deberlas ni constancia, ni
fidelidad. Por consiguiente, no se ven muchas pasiones duraderas; sería necesario para determinarnos a
ello, que supiésemos que una mujer merece sentimientos menos li- jeros que los que comunmente se la
dedican, ecsaminar su caracter y su modo de vivir y de pensar, y regular por ellos el grado de estimación
que la debemos... ¡Y bien ! interrumpió ella, ¿quien os lo impide? Os burláis, señora, respondió él, este
estudio necesita de algún tiempo; mientras nos ocuparíamos en él, nos ganaría una muger la mano en
inconstancia; y eso es para nosotros un accidente tan cruel, que para no vernos espuestos a él, las
abandonamos a menudo antes de saber si merecen que las amemos por mas largo tiempo. Pero, preguntó
ella: ¿qué consecuencia sacais de todo eso?
Vedla ahí, respondió él; pero ¿ este pañuelo ha de estar eternamente ocultándome vuestros ojos? ¿Por
ventura no os he mirado? contestó ella. No lo bastante, replicó él; no quiero que este pañuelo Tuelva a
aparecer, ú os aborrezco, si es posible, tanto como me habéis vos aborrecido.

Entonces le miró ella sonriendo de un modo muy cariñoso. Continuad pues, le dijo inclinándose hácia
él. Sí, respondió él estrechándola fuertemente entre sus brazos, voy a continuar, no lo dudéis. Lo que he
visto aquí de vos, prosiguió, vale para mí tanto como el estudio de que os hablaba, puesto que os ha
adquirido toda mi estimación, y por consiguiente ha redoblado mi amor por vos. De consiguiente,
ningún otro puede amaros tanto como yo os amo; otro no vería en vos sino vuestras gracias, y la belleza
de vuestra alma sería una cosa de la que jamás podría estar seguro, puesto que nada le probaría hasta qué
punto lleváis vos la delicadeza de vuestros sentimientos. Lo conocería, diréis, por mi conducta. ¡ Como!
señora (voy a decir mal de nosotros), ¿pensáis" que un hombre disipado, libertino, sin costumbres, y en
particular relativamente a las mujeres, y no hallando medio mas seguro para despreciarlas siempre, que
el no hacerlas jamás el honor de ecsaminarlas; pensáis, repito, que pueda advertir lo que debiera
aseguraros su estimación , ó que no os acuse de forzar vuestro caracter, y de adornaros a sus ojos con
virtudes de que careceis? Sí, lo creo, dijo ella, lo que acabais de decir es en cst remo juicioso.

Nasses, para darla gracias por este elojio, quiso desde luego besarla la mano; pero hallándose mas
cercano a la boca de Zulica, juzgó a propósito dirijirse a ella para manifestarla su reconocimiento. ¡ Ah,
Nasses ! le dijo ella blandamente, reñirémos. Veis muy bien por consiguiente, prosiguió él sin
responderla, que puesto que yo soy el hombre que mas os estima en el mundo, y que mas motivos tiene
para ello, debo ser también el único a quien vos podáis amar. No, respondió ella, el amor es demasiado
peligroso. Antigua mácsima de comedia, tan vieja, tan gastada, replicó él, que en el dia no se admitiría ni
en un madrigal, y que al fin y al cabo no impedirá de modo alguno el que me améis. Os lo advierto.

Si no es ella la que me lo impide, dijo Zulica

Pero ¿ú que fin pedirme amores? ¿no os be prometido ya mi amistad? Sin duda, replicó él, ¡el esfuerzo
es jeneroso por cierto ! no hay duda de que si no os amase, estaría satisfecho con esto, y tal vez aun con
menos; pero los sentimientos que por vos me animan, no pueden ser pagados sino por la mas tierna
correspondencia de vuestra parte, y puedo juraros que nada olvidaré para inspiraros todo el ardor que de
vos .solicito. Yo os protesto también, respondió ella, que nada olvidaré para librarme de él. ¡ Ah! ¡ ah!
dijo Nasses, ¿quereis tomar precauciones contra mí? me alegro de ello; esto es para mí una prueba deque
me creeis peligroso. Teneis razón. Amándoos como os amo, lo seré para vos, mas que otro alguno. Con
cualquiera otra mujer menos estimable que vos, no estaría yo tan seguro de mi victoria. c¡

. Sin embargo, répuso, ella, cuanto mas estimable soy, mas resistiré. Al contrario, replicó él, solo las
coquetas son difíciles de vencer: se las persuade fácilmente que son amables, pero no se las conmueve; y
de todas las conquistas, la menos costosa es la de una wiujer discreta. Por cierto no lo hubiera creido,
dijo ella. Con todo, nada es mas cierto, respondió él. Vos, por ejemplo, no podéis dudar de que os amo:
responded, ¿lo dudáis? hablad de buena fé. Acabo de ser tan neciamente crédula, repuso ella, que no
pienso sea fácil persuadírmelo en mucho tiempo. Pero, dejando a un lado áMazuIhim, insistió él, ¿qué es
lo que creeis? Ella respondió que creía que no la aborrecía; él se obstinó, y por fin obtuvo de ella ¡a
confesion de que estaba persuadida de que la amaba, ¿Y Vos, prosiguió él, no me encontráis ya odioso?
Odioso, dijo ella, no sin duda, yo puedo desear permanecer indiferente; pero ya no quiero ser injusta.

Creeis que os amo, esclamó él; no me aborrecéis; ¿y os imaginais que me resistiréis por mucho
tiempo? ¡Vos, con la sinceridad de vuestro caracter! ¿os lisonjeáis de poder hacerme desgraciado,
cuando vuestros propios deseos os hablarán en mi favor? ¿de que fijareis un término para ceder, y que solo
despues de cumplido creereis poderos rendir decentemente? No, Zulica, no, tengo devos mejor opinion
que vos misma. No tendreis bastante falsedad para querer desesperar a un amante a quien amais, ignoráis
el arte pérfido de conducirme de favor en favor hasta aquel que debe para siempre colmar y reanimar mis
deseos: el instante en que os enternezca será aquel en que moriré de placer entre vuestros brazos, y esta
boca encantadora, añadió con transporte .....................................................................

Muy bien va, muy bienr interrumpió el sultán, me sacas de un apuro. ¡A fé mia! empezaba a temer que
no llegase jamás... ¡ Ahí ¡que necia era esa Zulica con sus melindres ! ¡ En efecto! dijo la sultana, es
preciso convenir en que no se puede hacer esperar sus favores por mas largo tiempo. ¡Como pues resistir
una hora ! ¡ Esto no tiene ejemplo! Lo que hay de cierto, respondió el sultán, es que ya me fastidiaba tanto
como si hubiese durado quince dias. y que por poco masque Amanzei lo hubiese prolongado, yo hubiera
muerto de pesar y de vapores ; pero antes le hubiera costado a él la vida, y le hubiera enseña
do a hacer morir de fastidio a tina testa coronada.
CAPÍTULO XV.
Que no divertirá » lo* que ge hayan fas» titilado con los precedentes.
Por el silencio que reinó" eu aquel instante de que estaba V. M. tan contento, dijo Amanzei al dia
siguiente , juzgué que Nasses impedia a Zulica que hablase , y que ella le privaba de proseguir. ;Ah,
Nasses ! esclamó ella así que pudo hacerlo. | Nasses! ¿pensáis en lo que estáis haciendo? ¿Si me amais?..
Cuanto mas temía Nasses los reproches de Zulica, tanto menos la dejata libertad para hacérselos. Jamás
he concebido mejor que en aquel instante, cuan ventajoso es el ser tenaz coq las mujeres. Pero,
escuchadme, decía Zulica, ¡Nasses! ¡Escuchadme! ¿Con que, quereis que os deteste?... Estas y otras
espresiones, entrecortadas y pronunciadas débilmente, perdían su fuerza, y no imponían el menor
respeto. Zulica conoció muy bien que era inútil el hablar mas a un hombre perdido en sus transportes, y a
quien se hubieran dicho vanamente las mas bellas razones del mundo. ¿Qué hacer? Lo que hizo. Despues
de haberse precavido contra lo que Nasses en medio de su delirio intentaba con toda la posible temeridad,
y haberse puesto respecto a ello fuera de peligro, esperó pacientemente que estuviese en estado de oir los
discursos que le preparaba acerca sin impertinencias. Nasses, sin embargo, ora fuese para obtener mas
fácilmente su perdón, ora porque Zulica le hubiese en efecto afectado vivamente , no la dejó en libertad
sino para caer en su seno, y en un abatimiento que no debia dejarle sensible a ninguna otra cosa que al
estado en que se encontraba.

Nuevo embarazo para Zulica: porque ¿ de que sirve hablar, a quien no es posible que oiga? Lo que en
aquel instante, podia hacerla menos penoso el silencio a que se veía obligada, era que según las
apariencias, Nasses no tenia el espíritu bastante libre para hacer comentarios sobre ello. Con todo probó
el retirarse enteramente de entre sus brazos; pero no pudo conseguirlo. Cuando él volvió en sí, ¡tenia un
aire tan tierno ! i sus primeras miradas vagaron sobre Zulica da una manera tan espresiva! ¡ volvió a
cerrar sus ojos, tan lánguidamente ! ¡ecshaló tan profundos suspiros! que lejos de poder manifestarle
tanta cólera, como había pensado manifestar, empezó apesar de su natural insensibilidad, a sentirse
conmovida, y a participar de sus transportes. Esa virtuosa mujer era perdida, si Nasses hubiese podido
percibir los movimientos que la ajitaban. Vuelto este en fin en sí mismo, tomó la mano de Zulica. Nasses,
le dijo ella en tono ayrado, ¿es así como creeis haceros amar?

Nasses se escusó con la violencia de su ardor que , según decía, no le había permitido tenerla mas
atenciones. Zulica le sostuvo que el amor cuando es sincero va siempre acompañado de respeto, y que no
se tenían modales tan poco decorosos como los suyos, sino con las mujeres a quienes se desprecia,"

Él por su parte sostuvo que únicamente se faltaba al respeto con las que inspiraban deseos, y que nada
debia probarla mas la fuerza del suyo que el arrebato que se obstinaba en condenar en él.

Si os hubiese tenido menos estimación, prosiguió, os hubiera pedido lo que acabo de robaros: pero por
lijeros que sean los favores que os he arrebatado, no' ignoraba que me los negaríais. Si hubiese estado
seguro de obtenerlos de vos, no hubiera querido no deberlos sino a mí mismo. Cuanto mejor concepto se
tiene de una mujer, tanto mas se vé uno forzado a ser culpable para con ella de demasiada osadia; nada es
mas cierto. De ningún modo lo creo, respondió Zuli- ca, pero aun. cuando fuese cierto lo que acabais de
decirme , es regla ya establecida el no empezar la declaración de los sentimientos, con acciones tan
singulares como las que ejecutáis,.;. ,.
Aun dando por supuesto que yo hubiese obrado tan bruscamente como decis, replicó él, sería todavía
una atención para con vos que deberíais agradecerme. No, repuso ella con impaciencia, teneis unas ideas
tan es- Iravagantes que mas no pueden. Es muy chocante, contestó él, que esas ideas queivos tratais de
estravagau-¡ tes, sean todas muy fundadas en razón. La que me reprocháis actualmente es tan positiva que
no dudo de hacéroslo conocer, porque no sólo teneis talento, sino que lo teneis también juicioso; mérito
bastante raro en vuestro secso y del cual por lo mismo os felicito.. Vuestro cumplimiento está muy lejos
de seducirme, dijo ella en. tono brusco.,'Y os adviertp que no hago

mas caso de él que el que debo hacer. Me es ciertamente muy desagradable, respondió él, hallaros tan
poco sensible a los obsequiosos discursos que os dirijo. En una palabra, señor mió, interrumpió ella, para
ciertas cosas es fuerza por lo menos haber llegado a persuadir: tened a bien que os lo advierta.
Os comprendo, señora, repuso él, quereis que os confunda con la muchedumbre. Pues bien, lo haré* Yo
os quería poner en disposición de amarme, sin que nadie absolutamente lo sospechase siquiera; pero puesí
to que ese cuidado mió os disgusta; os dedicaré mis obsequios, señora; todos sabrán que os amo, y no de.1
jaré de ejecutar ninguna de las tiernas indiscreciones que puedan manifestar al público los sentimientos
que me inspiráis. Pero ¿que quereis decir? le preguntó ella. Sois un hombre bien estraño. ¿Por respeto me
hacéis una impertinencia que no debiera perdonaros jamás? ¿por una inmensa atención me atacais como a
la mujer que menos atenciones mereciera en este mundo? Vos sois quien hace mil cosas impropias ¿y yo
quien no tiene razón? Decidme, por favor ¿como pue* de ser todo eso ? : -;; -,,iri,.;:. ;. .u

Si fueseis menos novicia en amor, replicó él, me ahorraríais todas esas esplicaciones. Os diré con todo,
que por desagradables queme sean, prefiero sin ponderación mil veces el daros lecciones sobre este'punto;
al veros bastante instruida para no necesitarlas. ¿Ignoráis todavía que menos pierden a una mujer las
bondades que tiene por su amante que el tiempo que se las hace esperar? ¿Creeis que pueda yo amaros y
ser desgraciado, sin que mis atenciones con vos, sin que el afan que tendré para enterneceros , dejen de ser
advertidos por el público? Me pondré triste y (apesar de toda mi discreción) nadie ignorará que solo
vuestros rigores causan mi melancolía. Por fin, me haréis feliz, porque de todos modos es preciso que así
suceda. ¿ Pensáis que por mucha atención que yo ponga en mí mismo, vuestros ojos, los mios, y esa tierna
familiaridad que. pese a todos nuestros esfuerzos, brotará entre nosotros, no descubrirán nuestro secreto?
:

Znlica por su admiración y su silencio parecía aprobar lo que Nasses la decía. Bien veis, prosiguió él,
por consiguiente, que cuando os insto para que me hagais prontamente feliz, lo hago aun menos por mí
que por vos. Siguiendo mis consejos, si bien me ahorrais algunos tormentos, evitáis también la publicidad
que sobreviene constantemente a los principios de toda pasión. Además en la situación en que ambos nos
hemos hallado no podría yo, sin descubrirlo todo, manifestaros amor desde luego. Estando de acuerdo,
enteraremos al público de nuestros asuntos cuanto juzgaremos apropósito; persuadido de que me
detestáis, jamás podrá imajinar que do un sentimiento tan contrario hayais pasado tan rápidamente a
tenerme amor. Por fin, os será muy fácil el proporcionar naturalmente una reconciliación,

Ea la corte ó en casa de la primera princesa en que nos encontremos, aprovechareis cualquiera ocasion
de hacerme un cumplimiento; no os inquietéis por la coyuntura, yo tendré euidado de prestárosla. Yo
conte*taré con ahinco a lo halagüeño que me hayais dicho, y ponderaré en voz alta el deseo que tengo de
que no me aborrezcáis mas. Hasta os haré proponer por alguno de nuestros comunes amigos que os
digneis consentir en recibirme; vos diréis que con mucho gusto; han1; que me presenten y volveré a
visitaros, ponderando al mismo tiempo los encantos de vuestro trato y mi desgracia en haberme visto
privado de él por tanto tiempo. Ninguna otra cosa será necesaria para justificar mi asiduidad que parecerá
sencilla y natural, y nosotros encontraremos tanto mas placer en amarnos, cuanto disfrutaremos del de
ocultarlo a todo el mundo. No, contestó ella reflecsionando, si os hiciese feliz con tanta prontitud, temerla
demasiado vuestra inconstancia. Confieso que no sentiría establecer con vos unas relaciones fundadas en
mayor estimación, confianza y amistad, de lasque se encuentran ordinariamente en el mundo; y os diré
mas, no tendría aversión al amor, si un amante pudiese no ecsijir de una mujer mas que la declaración de
su carino.

Lo que vos pedis, repuso él tiernamente, es una cosa mas difícil con vos que con cualquiera otra mujer.
Confieso también que por poco que concedáis, debe ser para cualquiera mas lisonjero que el obtenerlo
todo de otra que vos. Pero, Zulica, creedme, yo os adoro, vos me amais, haced la dicha del hombre que
siente en el mundo la mas viva pasión por vos. Si supieseis limitar vuestros deseos, respondió ella con
emocion, y que lo que se os pudiese conceder no fuese para vos un derecho de pedir mas, se podría probar
el haceros menos desgraciado, pero No, Zulica;

interrumpió él vivamente, quedareis contenta de nú docilidad.


Bajo esta promesa que reconocía Zulica por tan peligrosa como en efecto lo era, se inclinó neglijente-
mente sobre Nasses, quien precipitándose hácia ella, «isó sin medida de los favores que se le acababan de
conceder. ¡ Ah, Zulica! la dijo tiernamente un momento despues, ¿ con que solo a vuestra
condescendencia deberé yo tan dulces.momentos? ¿no querreis que lo sean también para vos tanto como
lo son para mí? Zulica no contestó, pero Nasses no se quejó mas. Muy pronto hizo pasar al alma de Zulica
todo el ardor que devoraba la suya, y olvidó también la promesa que la 'había hecho, sin que ella misma sé
acordase tampoco de lo que le había ecsijido. Es cierto que se quejó, pero tan débilmente, que la especie
de queja que se la escapó fue menos un reproche que un tierno suspiro. Conociendo Nasses hasta que
punto la enardecía, creyó no debia perder tan preciosos instantes, i Ah, Nasses, la dijo ella con voz
sofocada, si no me amais cuan digna de lástima me vais a hacer!'

Aun cuando los recelos de Zulica acerca el amor de Nasses hubiesen sido tan verdaderos y tan vivos
como parecían, los transportes de este los hubieran disipado sin duda. Asi es que casi convencido de que
ella no dudaría por mucho tiempo de su ardor, no juzgó a- propósito perder en contestarla , un tiempo que
debia emplear en tranquilizarla de una manera mas evidente, que no hubiera podido hacerlo con los mas
espre-r sivos discursos. Zulica 110 se ofendió de su silencio; y hasta muy pronto (porque muy amenudo
basta una bagatela para hacer perder de vista las cosas mas importantes), pareció no ocuparse ya de un
temor que sin hacer a Nasses una mortal injuria creía no poder conservar mas largo tiempo. Otras ideas
mas dulces, sin duda, sucedieron a aquellas. Quiso hablar; pero no. pudo proferir sino algunas palabras
cortadas y que no espresaban otra cosa que la turbación de su alma.

Cuando hubo concluido, se echó Nasses a sus pies. ¡ Ah! dejadme, le dijo ella rechazándole
débilmente, ¡Como! respondió él con aire admirado ¿habré tenido la desgracia de disgustaros, y será
posible que tengáis de mí alguna queja? Sino me quejo, repuso ella, no es porque no tenga motivo. Vaya,
replicó él ¿de que podríais quejaros? ¿no debiais estar ya cansada de tan cruel resistencia? Convengo,
respondió ella, en que muchas mujeres se hubieran rendido mas pronto; pero nO por esto conozco menos
que hubiera debido resistiros por mas largo tiempo. Entonces le miró con aquella emocion y languidez
que anuncian y avivan los deseos. ¿Me amais? la preguntó Nasses tan tiernamente como si él la hubiese
amado. ¡ Ah! Nasses, esclamó ella i que placer podría causaros una declaración que vuestro» transportes
me han arrancado ya! ¿me habéis dejado en cuanto a esto, algo que deciros? Sí, Zulica, respondió él; sin
esa hechicera confesion que os pido, no puedo ser feliz: sin ella no puedo tenerme jamás sino por un
robador. ¡ Ah! ¿querreis que tenA ga que hacerme tan crue! reproche? Sí, Nasses, le dijo ella suspirando,
os amo.
Nasses iba a manifestar a Zulica su agradecimiento, cuando el esclavo de Mazulhhn entró con la cena,
y le obligó a suspirar.... ¡Diantre! lo creo muy bien, interrumpió el sultán ¡he aquí como obran los
criados! Jamás se les ve el pelo sino cuando menos se les necesita. ¡ No tengáis cuidado de que haya
venido poco hace mientras que Nasses y Zulica me fastidiaban tanto ! Era preciso cabalmente que viniese
a interrumpirles cuando yo tenia mayor placer en escuchar. He quedado pasmada, dijo la sultana, de no
haberos oido decir nada. ¡Canario! replicó él, ni soñaba en estorbarlos; tenia demasiados deseos de saber
como acabaría todo aquello. Me ha gustado mucho, añadió volviéndose hacia Amanzei; he aquí una
situación bien tierna, todavía tengo las lágrimas en los ojos. ¡Como! le dijo la sultana ¿lloráis por esto?
¡Y porque no! preguntó él. Es cosa muy interesante, ó mucho me engaño. Para mí es como una trajedia, y
si tú no lloras es porque no tienes buen corazon. Al acabar estas palabras que tomaba por un picante
epigrama contra la sultana, mandó con aire satisfecho a Amanzei que prosiguiese.

Nasses suspiró por haberse visto interrumpido, prosiguió Amanzei, no porque estuviese apasionad o,
pero tenia aquella impaciencia, aquel ardor que, sin ser amor, produce en nosotros unos movimientos que
se le parecen y que son siempre mirados por las mujeres como síntomas de una pasión verdadera, ora
porque conozcan cuan necesario las es con nosotros el aparentar creerlo, ora porque efectivamente lo
entiendan así. Zuüca que solo atribuía a sus gracias la impaciencia que en Nasses observaba, sen lia por él
el mayor reconocimiento; pero para sostener ese caracter reservado de que se había revestido, le hizo
señal estrechándole la mano, de tener un poco de circunspección delante del esclavo de Mazulhim, y
pusiéronse en fin a Ja mesa.

Despues de cenar....Poco a poco si te place, interrumpió Schah-Baham, quiero si no es molestarte


verles cenar. Gusto sobre todo de las conversaciones de mesa. ¡ Teneis en vuestra cabeza singulares
inconsecuencias ! le dijo la sultana; os habéis impacientado mil veces por discursos que eran necesarios,
y ahora ecsijís la relación de unos que, absolutamente ajenos a la historia que os cuentan, no pueden
hacer mas que prolongarla. Y bien, respondió el sultán, si se me antoja ser inconsecuente ¿hay aquí
alguien que pueda impedírmelo ? ¡ Veamos! Quiero que se sepa que un sultán puede raciocinar como le
parezca, que todos mis antepasados han tenido el mismo privilejio que se me disputa, que ninguna
marisabidilla ha tenido jamás facultad para impedirles que hablasen como quisiesen, y que hasta mi
misma abuela con quien creo no tendreis la audacia de compararos , no tuvo jamás la de contradecir a
Schah-Riar, mi abuelo, hijo de Séhah-

Mamoun, que enjendró a Schah-Thechni el cual

Lo que estoy diciendo por fin, continuó con mas moderación , es mas para haceros conocer que sé
mije- nealojía que para contrariar a nadie, y puedes proseguir, Ainan/ci.

¡ Es muy singular, dijo Zulica un momento despues de haberse sentado a la mesa, el modo de
presentárselos acontecimientos mas señalados de nuestra vida! Quien dijera a una mujer, esta tarde
amareis con delirio a un hombre, en quien no solo no habéis pensado jamás, sino a quien además
aborrecéis, no sería creído, y con todo este suceso no carece de ejemplo. Yo os respondo de ello, repuso
Nasses, y sentiría en el alma que no aconteciese así. Además es cierto que no hay cosa mas común que
ver a las mujeres amar violentamente a alguno a quien ven por primera vez ó a quien han aborrecido.
Hasta sucede que de ahí es de donde nacen las pasiones mas vivas. Y con todo, contestó ella, no falta
quien sostiene, y no son pocos, que no acontecen casi nunca los golpes simpáticos.

¿ Sabéis, respondió Nasses, quienes son los que lo dicen? ó bien algunos jóvenes que no conocen aun
el mundo, ó mujeres cuya imaginación es devota y el corazon de hielo; mujeres indolentes que no
adquieren una pasión sino con todas las precauciones posibles, no se inflaman sino por grados, y hacen
comprar muy caro un corazon en el que se encuentra siempre mas remordimientos que
ternura y del que jamás se puede gozar completamente. Y bien, respondió ella, esas mujeres apesar de su
ridiculez tienen todavía partidarios, y yo que os estoy hablando, no hace mucho tiempo que pensaba
como «lias.

¡ Vos! replicó él, ¿ sabéis que reunís todas las preocupaciones posibles? Puede ser muy bien, repuso
ella; pero actualmente tengo una menos, pues creo en la simpatía. En cuanto a mí, dijo él, sé
perfectamente que se hace sentir con mucha frecuencia: hasta conozco a una tan sujeta a sus efectos, que
los esperimenta ordinariamente tres ó cuatro veces al dia. I Ah, Ñas- ses, esclamó ella, eso no es posible!
¿Aun cuando dijeseis sencillamente que no es muy común, repuso él, sabéis, que todavía os engañaríais y
que una mujer que tiene la desgracia de haber nacido demasiado sensible (si desgracia puede llamarse) no
puede responder un instante de sí misma ? Supongamos que teneis necesidad de amarme ¿que haréis? Os
amaré, respondio ella. Pues bien suponed ahora, continuó él, una mujer que tenga necesidad de amar
diariamente a tres ó cuatro hombres. La encuentro muy digna de lástima, dijo ella. Sea, prosiguió él,
convengo en ello; pero ¿ que quereis que haga ? Que huya, diréis; pero no se va muy lejos en un mismo
aposento; cuando se ha paseado por él durante algún tiempo, se encuentra uno cansado y es preciso
volverse a sentar. Aquel objeto que os ha afectado está siempre presente a vuestros ojos, los deseos se han
irritado por la resistencia que les habéis hecho, y la necesidad de amar, lejos de haberse disminuido, no ha
hecho mas que aumentar. Pero, respondió ella como reflecsionando, ¡amar a cuatro! Puesto que el
número os repugna, replicó é.l, quitaré dos.
¡ Ah! dijo ella, esto es ya mas verosímil, y hasta mas posible. ¡Y sin embargo, esclamó d, cuanto no OS
ha costado el amar a uno solo! Callad, le dijo ella sonriendo, no sé de donde sacais todas las razones que
me decís, ni de donde saco yo todas las respuestas que os doy. De la naturaleza, respondió él. Sois sincera
sin artificio, me amais lo bastante para no querer ocultarme nada de lo que pensáis, y yo os estimo tanto
mas, cuanto hay muy pocas mujeres que tengan un caracter tan franco.

Con estas y otras conversaciones, que no fueron mas interesantes, llegó el fin de la cena. Apenas
concluida, viéndose Nasses sin testigos, se levantó con ardor, y poniéndose a los pies de Zulica, ¿me
amais? la dijo. ¿Por ventura no os lo he dicho ya bastantes veces ? ¡ Cielos! esclamó él levantándose y
tomándola en sus brazos, ¿puedo yo oíroslo decir demasiado, y podéis vos probármelo en esceso ? ¡ Ah,
Nasses , respondió ella abandonándose sobre él y sobre mí, que uso hacéis de mi debilidad !

¿Y que diablos, dijo el sultán, quería pues que hiciese de ella? Esto no es malo. Yo creo que hubiera
sentido mucho que la hubiese dejado mas tranquila. No, las mujeres tienen una singularidad... muy
singular. Jamás saben lo que quieren. Uno ignora siempre como se halla con ellas... ¡ Que cólera!
interrumpió la sultana, ¡que torrente de epigramas! ¿Que es lo que os hemos hecho? No, dijo el sultán;
todo esto lo digo sin cólera. ¿Para encontrar ridiculas a las mujeres, es por ventura forzoso estar irritado
contra ellas? Sois estraordinariamente cáustico, le dijo la sultana, y temo que apesar de vuestro odio a los
pedantes, vendreis a parar en uno de tantos. Zulica es quien
ha incomodado, repuso el sultán, pues no gusto de los falsos melindres. V. M. puede quererla menos mal.
dijo Amanzei, puesto que no los hizo largo tiempo.

CAPÍTULO XVI.

Que contiene una disertación que no será agradable a todo el mundo.

Despues de haber dicho esas pocas palabras que han desagradado a V. M., calló Zulica. ¿Creeis, la
preguntó al fin Nasses, que Mazulhim os amase mejor que yo? Me alababa mas, respondió ella; pero me
parece que vos me amais mejor. No quiero dejaros la menor duda en cuanto a mi ternura, repuso él; si,
Zulica; pronto sabréis cuan inferior me es Mazulhim en sentimiento,

¡ Vaya! ¡ como ! replicó ella ¡ como!... Nasses no la permitió continuar, y ella no se quejó de haber sido
interrumpida. ¡ Ah, Nasses ! esclamó ella tiernamente , ¡ cuan digno sois de ser amado! Nasses no
respondió a aquel elojio, sino como quien cree que se le alabaría menos por lo presente, si no se
pretendiese haciéndolo, estimularle paralo futuro. Había enternecido a Zulica y llegó a pasmarla : así es
que la mereció una consideración y hasta una especie de respeto, que visto el motivo que se los granjeaba,
venían a ser muy divertidos, y debian lisonjear a un hombre tanto mas. cuanto no son en las mujeres
efecto de la prevención como el sentimiento. Nasses, satisfecho de si mismo, creyó que podia suspender
por un momento la admiración que causaba a Zulica. Haber triunfado de ella, nada era para ól: la conocía
demasiado para enorgullecerse por ello, y las bondades que le prodigaba, lejos de disminuir el odio que la
tenia, lo habían aumentado. Sentía hácia ella aquel profundo desprecio que nos hace imposibles las
atenciones y el disimulo con los que nos lo inspiran; y en esta disposición, creía no poder apresurarse lo
bastante en manifestarla toda la impresión que su conducta con él habla hecho en su alma.

¿Con que os parece, la preguntó, que no os alabo tan bien comoMazulhim? Si, respondió ella, pero me
parece al mismo tiempo que sabéis amar mejor que 61. He aquí, replicó él, una distinción que no
comprendo , ¿que valor dais actualmente a ¡a Voz amar ? El que efectivamente tiene, repuso ella, solo le
conozco uno, y únicamente de este pretendo hablar; pero vos que, a mi parecer, amais tan bien ¿ porque
me preguntáis lo que es amor ? Si lo pregunto, replicó él, no es porque lo ignore; pero como cada uno
defme ese sentimiento según su caracter, quería saberlo que Vos entendeis en particular, al decirme que
os amo mejor que Mazulhim. No puedo conocer la diferencia que entre él y mí hacéis, si no me
manifestáis cual era su modo de amar. Es, respondió ella afectando rubor, que tiene agotado el corazon.
¡El corazon agotado! repuso él; he aquí una es- presión que, a mi modo de ver, no tiene sentido
determinado. El corazon se agota, no hay duda, por una pasión demasiado duradera; pero Mazulhim no
podía encontrarse con vos en este caso, puesto que a su vista y para su imaginación, érais un objeto
enteramente nuevo. Por consiguiente, lo que de él me decís no es lo que debiérais. Con todo, no diré mas
que esto, respondió ella; lo que sé muy bien (á lo menos así lo creo) es que hay muy pocos hombres menos
propios que él para amar; y no me preguntéis mas, porque sobre este artículo no tengo ya nada que
responderos.

¡ Ah! os entiendo, replicó él; sin embargo, no reconozco a Mazulhim en el retrato que de él me hacéis,
Pero, repuso ella, me parece que nada suyo os digo. ¡ Ah! perdonad, continuó él, es fácil conocer de que se
acusa a un hombre, cuando se dice de él que tiene agotado el corazon: la espresion es modesta y
comedida, pero se entiende. No obstante, me sorprende que hayais tenido de él motivo de queja. Yo no
me quejo, Nasses, respondió ella; pero puesto que quereis saber lo que pienso de ello, os diré que es cierto
que quedé sorprendida. ¡ Ah! ¡ahí dijo él, ¡como! ¿le encontrasteis?... ¡Es cosa que pasma! repuso ella,
por lo menos a lo que yo creo.
¡Oh! mucho me basta que vos lo creáis. Sin duda, respondió ella irónicamente ¡laesperiencia ir»
hadado sobre el particular tan grandes conocimientos!... Esperiencia ó no, replicó él, se sabe muy bien lo
que debe ser un amante, cuando se tiene la bondad de no dejarle ya nada que desear: hay establecida en
este punto una tradición ; pero repito nuevamente que me sorprendéis, porque Mazulhim.... Y bien,
Nasses, interrumpió ella, llega a un estremo, que es imposible imajinarlo. ¡ No puedo volver de mi
sorpresa , respondió Nasses; sé de él cosas increíbles, prodijios ! Habrá sido él sin duda quien os los habrá
contado, dijo ella. Aun cuando no hubiese atendido mas que al amor propio, hubiera yo desconfiado,
contestó él, de semejantes relaciones. No, de nada me ha hablado; mas os diré, tiene en este asunto una
verdadera modestia. En cuanto a modesto, respondió ella, no lo es; pero algunas veces se hace tal vez
justicia.

Señora, señora, la dijo él, una reputación tan brillante como la de Mazulhim debe tener algún
fundamento , y jamás me haréis creer que aquel de quien tan bien piensan todas las mujeres de Agrá, sea
un hombre tan poco estimable. ¡Como! ¿Pensáis, respondió ella , que una mujer descontenta de
Mazulhim (si es cierto que pueda encontrarse alguna que sea sensible al caso de que hablamos), dirá a
cualquiera la razón de su descontento ? Precisamente, repuso él. tío la dirá a cualquiera, pero la
manifestará a alguno, y la prueba es que vos me la decís a mí. No ignoro que debo únicamente esta
confidencia al estado de nuestras relaciones; pero Mazulhim ha gustado a otras antes que a vos, esas
mismas han amado despues de él a otros a quienes sin duda confiaron sus aventuras: ecsisten tal vez en
Agrá mas de mil mujeres que no han resistido a Mazulhim; por consiguiente debería haber cuarenta mil
hombres, a corta diferencia, que supiesen ecsactíshnamente lo que vale; ¡ y quereis vos que entre mujeres
picadas y hombres humillados, hubiese quedado sepultado un secreto de semejante naturaleza ! Esto no
es probable: no, señora, repito, no; un hombre tal como os ha parecido Mazulhim, no lo hubiera
disimulado tanto tiempo.

Os diré mas. Conocéis a Telmisa; por cierto no es ya ni jóven, ni bonita; pues hace a lo mas diez dias
que Mazulhim la probó toda la estimación posible, y que mereció y adquirió toda la suya. Es un hecho:
Telmisa lo dice a quien quiere oirlo; ya veis que no es mujer que esté acostumbrada a decir bien de nadie
gratuitamente, y nosotros no conocemos otra cuyo voto nos haga mas honor, y nos sea mas difícil de
obtener que el suyo. ¿Podéis despues de esto pensar mal de Mazulhim ? No, respondió ella secamente, fe
creo incomparable. Fue culpa mia, sin duda, añadió con una desdeñosa sonrisa, si no le encontré así. No
soy capaz de pensarlo, repuso él; pero ello es que hay en el particular algo inconcebible. Al cabo, acaso
no creeríais una cosa; si fuese yo mujer, los que fuesen tales como os ha parecido Mazulhim, me
gustarían mas que los otros. Creo, respondió ella, que no sería esto un motivo para no quererlos ó para
despedirlos; pero os confieso que no veo por que razón se les debiera dar la preferencia.
Porque aman mejor, dijo él; solo ellos conocen las atenciones y cuidados; cuanto mas ven que se les
hace un favor amándoles, tanto mas se esfuerzan en ser amados: sumisos necesariamente , son menos
amantes que esclavos; sensuales y delicados, imajinan sin cesar mil indemnizaciones, y acaso les debe el
amor lo mas injenioso que ecsiste en los placeres. ¿Les acontece que se transporten? No es a un
movimiento ciego, y por consiguiente de ningún modo lisonjero para una mujer, que debe ella el ardor de
que se llena su alma; es únicamente ella, son sus encantos los que subyugan la naturaleza. ¿Puede jamás
haber para ella mas dulce ni mas verdadero triunfo ?

No me admirais, le dijo Zulica, sois partidario de las opiniones singulares. Teneis demasiado buen
juicio para que esta os lo parezca, repuso Nasses, y sé yo que mas de una mujer... Dejemos eso,
interrumpió ella, jamás he disputado sobre lo que no me interesa. Por fin, a lo que me parece, os toca
menos a vos que a Mazulhim el procurar que semejante opinion sea jen eral mente admitida.

Tiene razón, dijo el sultán. ¿Cuando se marcha? ¡ Qué impaciente sois! dijo la sultana. No es que me
fastidie de mucho, repuso el sultán; pero, aunque esté muy divertido, me parece que me gustaría oir ya
alguna cosa nueva. Yo soy así. ¿Que quereis decir? dijo la sultana. ¿ No lo entiendes? respondió él; me
parece que hablo claro. Cuando digo que soy así, pienso que un placer no impide a veces que se desee
otro. Voy a esplicarme aun mejor. Hay mil cosas que pierden en ser esplicadas, interrumpió la sultana; os
entendemos; ¿quereis algo mas? Sí, dijo el sultán; quiero que Amanzei concluya su historia. Para esto es
nreciso que la continúe, respondió la sultana. Al contrario, repuso Schah-Baham, me parece que si la
dejaba ahí, Ja concluiría mucho mas pronto; pero como yo soy la misma complacencia, le permito
proseguir, con la condicion, sin embargo, de que no servirá de ejemplar.

De todos modos, prosiguió Zulica, me haríais mucho favor si teníais a bien no hablarme mas de
Mazul- him. Con mucho gusto, respondió él; ese corazon agotado de que me hablasteis, es el que nos ha
metido en una disertación efectivamente muy inútil, y por la cual me acusaría a mí mismo, puesto que os
ha disgustado, si no recordase que solo mi carino hácia vos, y el deseo de saber por que creíais que os
amaba mejor que Mazulhim, la han promovido. Cuanto mas caros me son los sentimientos que roe
manifestáis, tanto menos debiérais reprenderme una curiosidad sostenida únicamente por el amor que os
tengo. No, respondió ella con un aire triste; me parece que hace algunos momentos no me amais ya tanto
como me amabais: no sé porque lo creo; pero lo creo, por fin, y esta ¡dea me aflije.

Tengo un placer en vérosla, replicó Nasses; esta clase de inquietudes, que no por carecer de objeto
atormentan menos vivamente, no pueden ser sentidas sino por un corazon igualmente tierno y delicado;
vos me hacéis una injusticia; pero esta misma injusticia me prueba cuanto me amais, y hace que me seáis
mas amada.Tranquilizaos, prosiguió, amable Zulica: ¡cielos ! ¡ cuanto placer encuentro en disipar
vuestros temores! ¡encantadora Zulica! ¿puedan por vuestra ventura y la mía renacer sin cesar! Diciendo
estas palabras, tomaba a Zulica en sus brazos, y la colmaba de las mas tiernas caricias. ¡ Cuantos
transportes me causais! esclamó ella: todos los .vuestros los siento pasar a mi corazon, le llenan, le
enardecen, le penetran. ¡Ah, Nassesl ¡que placer me causa el debéroslos tan dulces y tan desconocidos
para mi! Solo vos... sí, vos solo... Pero, Nasses... ¡Ah, cruel!... .

Aunque Zulica no dejó de hablar, no me fue posible entender lo que decía. Sin duda, hablaba
demasiado bajo, dijo el sultán. Es verosímil, dijo Amanzei. Y además, continuó el sultán, lo que hay de
cierto es que no perdiste gran cosa en no entenderlo, porque , ó mucho me engaño, ó lo que decía no tenia
sentido común; por lo menos yo, nada he entendido. Soy de vuestro parecer, Señor, repuso Amanzei,
nada era menos intelijible. No obstante, ó Nasses lo entendía , ó no tenia en aquel momento masjuicio
que ella; porque decía a corta diferencia lo mismo. ¿No te lo he dicho? replicó el sultán; esa jente no tenia
sentido cc- mnn.

Cuando Nasses y Zulica vinieron a ser mas razonables , continuó Amanzei, Zulica mirándole
tiernamente : sois hechicero, Nasses, le dijo; ¡ ah, porque no os he amado hasta ahora! Vos teneis menos
motivo de sentirlo que yo, respondió él; yo, repito, a quien cada instante hace conocer, que no he
empezado a vivir s¡ no desde que me amais. Cuando pienso a cuantas gracias ha cerrado Mazulhim los
ojos, ¿cuanta lástima le tengo ? ¡ Como, Zulica, en estos sitios en que estamos, en este mismo lugar que
vuestras bondades para conmigo me hacen tan querido, como las que por él habéis tenido, me le han
hecho al principio odioso, el ingrato ha podido no avergonzarse de haber amado a otras, y no renunciar
para siempre a su inconstancia ! ¡ Que jénio ó que dios velaba por mí, cuando despues de haberle hecho
insensible a tantos encantos , le inspiró el designio de elejirme para descubriros su perfidia! ¡ Ah, Zulica,
cual hubiera sido mi desgracia si os hubiese sido fiel, ó si otro que yo!.. Deteneos , interrumpió
majestuosamente Zulica : si me hubiese sido fiel, jamás hubiera amado a otro ; pero, para arrojarle de mi
corazon, era preciso nada menos que un Nasses. Creo, puesto que me habéis escojido, respondió él, que
yo era en efecto el único que pudiese agradaros: pero cuando pienso en el estado en que aquí os
encontrábais, en lo que de vos hubiera
podido ecsijir un atolondrado que os hubiese enviado Mazulhim , y qué precio habría tal vez puesto a su
silencio , no puedo menos de estremecerme.

No veo bien por que, respondió ella; resuelta a no conceder, me hubiera sido muy indiferente que se
me hubiese ecsijido cualquier cosa. Vos no podéis asegurarlo , dijo él; ecsisten para las mujeres terribles
situaciones, y aquella en que os he visto, era acaso una de las mas horrorosas. Tanto como queráis ,
interrumpió ella; pero os ruego creáis que es mucho menos cruel para una mujer que tiene sentimientos,
el verse abandonada por un hombre que la ama, que el entregarse a otro a quien no aprecia. Esto no tiene

replicó él; pero es cosa terrible el ser sorprendida en una casita. No sé, si fuese mujer y me
sucediese, lo que yo haría; pero me parece que estaría muy contenta de que el que en ella me
sorprendiese, no lo dijese a nadie.

¡ Estaría muy contenta! repuso ella, ya se vé, es muy natural; y yo también lo hubiera estado de que
quien quiera que fuese que me hubiese sorprendido aquí, lo hubiese callado. ¡ Vaya una idea! Es preciso
que perdáis la cabeza para decirme semejantes tonterías, ¿Pensáis que para callar tenga un hombre
honrado necesidad de que se le comprometa al silencio por lo que vos imajinais, y creeis además que
puedan hacerse ciertas proposiciones a mujeres de cierta clase? Si, por cierto, respondió él. Toda mujer
sorprendida en una de estas casitas, prueba que tiene el corazon sensible: de esto se sacan terribles
consecuencias; y comunmente cuanto mas amable es la mujer, tanto menos es el hombre jeneroso.

¡ Oh ! esa es grilla, repuso Zulica; únicamente el gusto, y aun tan solo el mas vivo puede escusar a una
mujer por haberse rendido, y no creo, apesar de cuanto pueda decirse, que hubiese una que quisiese
comprar tan cara como vos creeis la discreción que necesitaría, y el honor... ¡Bueno! interrumpió él,
¿creeis que una mujer vacile jamás en sacrificar su honor a su reputación? En fin, respondió ella, yo no lo
haría, y no conozco una situación por terrible que fuese, que pudiese determinarme a conceder a un
hombre lo que mi corazon quisiera negarle absolutamente. Es preciso ser muy delicada, repuso él, para
hacer esta distinción y fijarse en ella. Esperando poder ganar el corazon, se procura desde luego ganar
una mujer, de manera que lo que mejor la quede que hacer sea entregarósle, y muy amenudo sucede que
se tiene ella por muy dichosa de poder acabar así.

Empiezo a entenderos, señor mió, le dijo ella; quereis hacerme conocer que creeis deberme
únicamente a la situación en que aquí me habéis encontrado, y preferís imajinar que carecíais de prendas
para agradarme a dejar de pensar mal de mí. He aquí, añadió llorando, la felicidad de que me había
lisonjeado. ¡ Ah! Nasses ¿debia esperar de vos tan cruel proceder? Pero , Zulica, respondió él, ¿ creeis
que haya yo olvidado la resistencia que me habéis opuesto, y cuanto me ha costado el obtener de vos mi
ventura? ¡ Qué! ¿pensáis , repuso ella que no conozco que me echáis en cara el no haberme defendido lo
bastante? ¡ Ay de mí! arrastrada por el gusto .que por vos sentía, mas aun que por el que vos me
manifestabais, he cedido, sin pensar que un dia me haríais un crimen de mi escasa resistencia. Vamos
¡que ideas teneis! respondió él acercándosela. ¡Yo reprocharos el haber labrado mi dicha ! ¿ podéis
creerlo ? yo os adoro, añadió sin olvidar nada de cuanto podia probarla que hablaba de veras. Dejadme, le
dijo ella rechazándole débilmente, si es posible; dejadme olvidar cuanto os he amado.
La resistencia de Zulica era tan blanda, que aun cuando los esfuerzos de Nasses hubiesen sido menos
vivos, hubieran igualmente triunfado de ella. ¡Vos dejar de amarme, la decía con un aire tierno,
añadiendo a sus palabras todo lo que podia hacerlas mas persuasivas; vos, que debeis formar eternamente
mi felicidad! No, vuestro corazon no es posible que me aborrezca, cuando el mió guarda solo para vos sus
mas tiernos sentimientos. No, respondió Zulica en un tono en que empezaba a no poder ya manifestar
ninguna apariencia de cólera; no, traidor; no me engañareis mas. ¡ Cielos ! añadió todavía con mas
dulzura, ¿no sois acaso el mas injusto y cruel de todos los hombres?

1 Ah! dejadme No, no os creo ya No debo

perdonaros..,. ¡ Cuanto os aborrezco!

Apesar de todas esas protestas de odio que hacía Zulica a Nasses, no quiso este creer ni por un solo
momento que pudiese ser aborrecido, y Zulica en efecto parecía no interesarse mucho en que creyese que
no era ya amado. No sé si me engaño, la dijo él en fin; pero casi juraría que me aborrecéis menos de lo que
decís. ¡Bello triunfo! dijo ella encojiéndo- se de hombros ¿creeis que por eso os detesto menos? ¿Es culpa
mía si?... Pero no hay duda, os aborrezco infinito. No riáis, añadió, nada es mas cierto que lo que os digo.
Os estimo demasiado para pensarlo así, respondió él, y en tal manera no lo pienso, que aun cuando os
viera inconstante, no lo querría creer. Estoy y quiero estar persuadido de que me amais tanto como podéis
amar. En este caso, repuso ella, os amo por consiguiente cuanto es posible; mi corazon no es capaz de
sentimientos moderados. Lo creo, replicó él, y así es que esto es lo que quise decir. Cuanta mas
delicadeza se tiene, mas vivas son nuestras pasiones; y cuando lo reflecsiono, conozco que una mujer es
muy desgraciada cuando piensa como vos. En verdad, me atrevo a decirlo, la depravación es tal en el dia,
que cuanto mas estimable es una mujer, por mas ridicula se la tiene; no digo que sean solo las mujeres las
que la hagan esta injusticia, esto sería muy natural; pero lo inconcebible es que sean los hombres. ¡ Ellos
que sin cesar las ecsijen sentimientos! Demasiado cierto es, dijo ella.

Lo veo en el gran mundo, continuó Nasses, ¿ qué buscamos en él? ¿el amor? no sin duda. Queremos
satisfacer nuestra vanidad; hacer hablar de nosotros sin cesar; pasar de mujer en mujer, para no dejar una
sola digna de estimación; buscar sin descanso, y no amarlas jamás. ¡ Ah, cuanta razón teneis ! esclamó
ella; pero es también culpa de las mujeres; vosotros las despreciaríais menos sí todas pensasen de cierto
modo y tuviesen sentimientos capaces de granjearlas respeto. Lo confieso con disgusto, respondió él;
pero es cierto que no se puede negar que los sentimientos han decaído algún tanto. ¡ Algún tanto! dijo ella
con admiración. ¡ Ah! decid infmitamente. Hay todavía mujeres razonables, no tiene duda, pero son en
muy corto número. No hablo ahora de las que aman, porque creo que vos mismo las encontráis mas
dignas de lástima que de reprensión; pero por cada una que obra inspirada únicamente por el amor, ¿
cuantas no ecsisten que lejos de escusarse con él, hacen todo lo posible para que ni siquiera se pueda
sospechar que le conocen ? Muy pocas mujeres hay, repuso él, bastante justas para hablar como vos. ¿De
que sirve, respondió ella, querer disimular cosas tan sabidas? Os diré por mi parte que cuanto quisiera que
las mujeres prudentes fuesen respetadas, otro tanto quisiera que se colmase de oprobio a aquellas cuya
conducta es tan escandalosa. Toda debilidad es escusable; pero ciertamente no puede el vicio ser
condenado lo bastante. Se le condena, replicó él, pero se le tolera; el vicio no aparece tal como es, sino en
las que son incapaces de inspirar deseos: y el mayor atractivo tal vez de las mujeres del dia, es ese aire
indecente que anuncia la facilidad de triunfar de ellas. .

No ignoro, respondió ella, que a esas es a quienes buscáis con mayor ahinco; jamás es el corazon lo
que pedís. Como no amais, os importa muy poco el ser ó no ser amados, y con tal que triunféis de la
persona, la conquista de lo restante os parece siempre inútil.
Un momento, Amanzei, dijo e! sullan. Vamos, ¿cuando acaba de despreciarla? 1 Bella pregunta!
esclamó la sultana. Lo que digo, respondió el sultán, no es por malicia. Una pregunta me parece que es una
pregunta, yá mi ver no es ningún disparate el hacer la que he hecho. Se me aburre, y aun no quieren que
hable. ¡Vaya! ¡es cosa divertida! Se me vende por cuento una coleccion de conversaciones en que no hay
nada que haga reír sino cuando nadie habla, y ¿soy yo quien tiene la culpa? En una palabra, Amanzei, con
mil diablos, si mañana no ha despreciado Nasses a Zulica, no te digo mas que esto; tendrás que habértelas
conmigo.
CAPITULO XVII.

Que enseñara a las mujeres novicias, el

las hay, a eludir las preguntas

embarazosas.

V. M., dijo Amanzei al dia siguiente, se acuerda

sin duda Si, interrumpió bruscamente el sultán;

me acuerdo de que ayer me morí de fastidio; ¿era esto lo que me preguntabas? Si el cuento os fastidia,
dijo la sultana, no hay mas que dejarlo. No, si gustas , respondió el sultán, quiero que se continúe y que
no se me aburra, si es posible, se entiende, porque yo no pido imposibles. Amanzei prosiguió de esta
manera.

Vos, por ejemplo, continuó Zulica, sois tal vez poco delicado. Me hacéis una injusticia, respondió él
con aire tranquilo, naturalmente soy muy susceptible de amor. Confieso sin embargo que he alcanzado
mas mujeres de las que he amado. Pero es una infamia, replicó ella; ho concibo como hay quien pueda
vanagloriarse de ello. Estoy muy lejos de hacerlo, repuso él, yo digo simplemente lo que es. Creo, dijo ella
, que habéis engañado a muchas mujeres. He abandonado a algunas, pero a ninguna he engañado,
respondió él: ellas no me habían pedido que las fuese constante, por consiguiente yo no las había
prometido serlo; y fácilmente conoceréis que cuando se entablan relaciones sin pactos anteriores, ninguna
de ambas partes puede quejarse de que se haya violado alguno.

Tengo muchísima curiosidad, dijo Zulica, de saber todo cuanto habéis hecho. ¿ Desearíais una historia
circunstanciada de toda mi vida? la contestó él. Sería cosa larga, y temería importunaros mucho. Puedo no
obstante obedeceros sin peligro, suprimiendo los detalles. Hace diez años que entré en el gran mundo;
tengo veinte y cinco y vos sois la trijésima tercera beldad que he conquistado en buena guerra. ¡Treinta y
tres! esclamó ella. Con todo es cierto que no he pasado de este número, respondió él; pero no lo estrañeis,
pues jamás he sido hombre de moda.

¡ Ah, Nasses, esclamó ella, cuan desgraciada soy en amaros, y cuan difícilmente podré confiar en
vuestra constancia! No veo el motivo, respondió él, ¿creeis que por haber alcanzado treinta y tres mujeres
deberé amaros menos? Sf, repuso ella; cuanto menos hubieseis amado, tanto mas podría yo creer que os
quedarían recursos para amar todavía, y que en fin vuestros sentimientos no serían absolutamente
gastados. Creo, replicó él, haberos probado que no tengo el corazon agotado; además a hablaros con
franqueza, hay muy pocas relaciones en que se empleen los sentimientos. La ocasion, ia conveniencia, la
ociosidad, son el oríjen de casi todas. Nos decimos sin sentirlo que nos parecemos amables, nos ligamos
sin creernos; vemos que en vano esperamos el amor, y nos despedimos por miedo de aburrirnos. Sucede
algunas veces que uno se engaña acerca de lo que siente, que cree esperimentár una pasión cuando no es
mas que un simple gusto; movimiento, por consiguiente, poco duradero y que se estingue en los placeres,
muy diferente del amor que parece renacer en ellos. Todo eso, como veis muy bien, hace que despues de
haber tenido muchas relaciones, muchas veces no se ha llegado todavía a la primera pasión.
¿Entonces vos no habéis amado jamás? le preguntó ella. Perdonad, replicó él, he amado dos veces con
frenesí, y conozco por el modo como principio con vos, que si desde entonces no se ha conmovido mi
corazon. no ha sido como yo creía porque no pudiese ya serlo, sino porque no había
aun encontrado el objeto que debia despertar en él mas sentimientos de los que creía haber perdido.
¿Pero a vos que me interrogáis, me será permitido a mi vez preguntaros, cuantas veces se ha inflamado
vuestra alma? Si, respondió ella, y os lo permitiría aun con mas gusto sino os lo hubiese dicho ya; no
ignoráis que Mazulhim y vos sois los únicos que habéis podido agradarme. ,

Cuando nos conocíamos menos, repuso él, era natural que tuvieseis conmigo este lenguaje. Hasta nada
he tenido que decir en que, apesar de lo imposible que era el negarme vuestra pasión por Mazulhim,
hayais querido hacerlo sin embargo; pero ahora que nuestra confianza debe haberse establecido, y que yo
mismo nada tengo oculto para vos, me parecería muy singular, lo conlieso, que no me hicieseis
depositario de vuestros secretos. Lo seríais seguramente, respondió ella, si yo me hubiese reservado
algunos; pero os juro que nada tengo que echarme en cara sobre el particular, y que hasta me parece
estraordinario que con el poco tiempo que hace que os amo, tenga en vos una confianza tan grande; y que
crea en fin deber estar de vos tan segura como lo estoy de mí misma.

Os lo agradezco infmito, señora, respondió él con aire picado; me atrevo a deciros no obstante que
despues de la manera como yo me he franqueado, tenía derecho de esperar de vos algo mas. .

Dichas estas palabras quiso alejarse; pero reteniéndole ella, le preguntó tiernamente, ¿ qué fantasía es
esta? ¿como es posible que ahora poco os hiciérais un crimen de dudar de kx que yo os decía, y que
actualmente parece os reprochéis el creerme? Si he de decir verdad, señora, entonces no os creía, por
cierto; pero ocupado por un interés mas importante para mí, he creido/que valía mas trabajar en
persuadiros, que no entrar en detalles que en aquel instante no podian menos de desagradaros y que
tampoco tenía yo derecho para ecsijir de vos. Pero, Nasses, insistió ella, 09 juro que nada mas tengo que
deciros, que lo que os he dicho ya.

Esto no es posible, señora, interrumpió él bruscamente. Despues de mas de quince años que estáis en
el gran mundo, no es creíble que no hayais sido muchas veces atacada, y que por lo menos no hayais
sucumbido alguna vez. Seríais la primera que durante un espacio de tiempo tan considerable, no hubiese
tenido mas que dos amantes, ú os vereis obligada a convenir en que el gusto de la galantería os ha entrado
muy tarde. No sería esto bastante nuevo, señor mió, para tenerse por increíble, respondió ella; y ó yo me
engaño mucho, ó ha sucedido también a muchas otras el vivir largo tiempo indiferentes, por no haber
encontrado sino muy tarde el objeto a quien estaba reservado el hacerlas sensibles. Ciertamente no tengo
nada que deciros; pero cuando fuese cierto que tuviese sobre este artículo algo que confiaros, el temor de
perderos me impediría constantemente el hacerlo. He visto casi siempre seguir el desprecio a esta especie
de confidencias; y aunque por habar anteriormente amado, no seamos culpables para con el objeto que
nos ocupa, sucede sin embargo raras veces, que su vanidad nos perdone el no haber sido el primero en
afectar nuestro corazon.

¡Que idea! la dijo él, ¿quien, yo? ¿yo despreciaros porque me diéseis, confesándome todo cuanto
habéis hecho, una nueva prueba de vuestra ternura, y acaso la mas convincente de todas, por lo que
comunmente cuesta de alcanzar? ¡ Y bien! habéis amado a Mazulhim; ¿me ha admirado esto, por
ventura? ¿Os estimo menos por ello? ¿porque pensáis que algunos amantes de mas hiciesen en mí una
impresión desagradable? ¿tengo yo algo que ver con los que me lian precedido? ¿es culpa vuestra si el
destino no me ha ofrecido el primero a vuestros ojos? No, Zulica, no; no soy tampoco de! parecer de los
que creen que una mujer que ha amado mucho, no es ya capaz de amar de nuevo. Lejos de pensar que
amando se gaste «1 corazon, estoy a! contrario persuadido de que cuanto mas se ama, cuanto mas se
empican los sentimientos , tanta mayor delicadeza se tiene.

Según este principio, respondió ella, no os lisonjearía el ser el primer amante de una mujer. Me atrevo
a decir que no, replicó él, y he aquí en lo que fundo un modo de pensar, que acaso os parecerá ridiculo.
En esa tierna edad en que no ha amado todavía, si desea una mujer ser vencida, es menos aun porque la
instigue el sentimiento, que porque quiere conocerlo; anhela, en fin, menos amar que agradar. Se la
deslumhra , mas bien que no se la conmueve. ¿Como creerla, cuando dice que ama? ¿tiene por ventura,
para asegurarse de la naturaleza y de la fuerza de su sentimiento actual, punto alguno de comparación? En
un corazon en que por su novedad los mas débiles movimientos son objetos considerables, la menor
emocion parece ajitacion, y el simple deseo un transporte; en fin, no es cuando uno conoce tan poco el
amor, cuando puede lisonjearse de tenerlo, y lo que es mas persuadirlo.

Tal vez uno se ecsajera en efecto sus movimientos, respondió Zulica; pero por lo menos no dice sino lo
que cree sentir, y bien parta del corazon aquel desórden , bien no ecsista sino en la imaginación, ¿es por
esto menos venturoso el amante? Ño, Nasses, por mucha que sea la desventaja en que pintáis los primeros
sentimientos, os amaría, si fuese posible, mil veces mas de lo que os amo, siendo la primera a quien os
hubieseis dedicado.

Perderíais en ello mas de lo que pensáis, replicó él. Actualmente me encuentro en estado de conoceí mil
veces mejor lo que valéis, que no lo hubiera hecho en la época en que vos quisierais que os hubiese amado.
Todo se me escapaba entonces, talento, delicadeza, sentimientos; siempre tentado, y sin amar jamás, mi
corazon no se conmovía ni aun en aquellos momentos en que arrastrado por mis transportes, me hallaba
fuera de mí. Sin embargo se me creía enamorado, y yo también pensaba estarlo. Se envanecían de poder-,
me hacer tan sensible, y yo mismo me felicitaba por ser capaz de tan delicada voluptuosidad: me parecía
que nada había en la naturaleza tan dichoso como yo, para sentir tan vivamente los encantos del amor. Sin
cesar, a los pies del objeto amado, algunas veces lánguido, pero jamás agotado, encontraba en mi alma mil
recursos que estrailaba poder emplear tan poco. Una sola mirada enardecía y turbaba mis sentidos; mi
imaginación. volando siempre mas allá de mis placeres ¡Ah, Nasses! esclamó vivamente Zulica,

¡cuan amable debíais ser! No, no amais ya como amabais entonces. ;

Mil veces mas, replicó él; en la época de que os hablo, yo no amaba. Arrastrado por el ardor de mi edad,
a él debia y no a mi corazon todos aquellos movimientos que yo tomaba por amor y he conocido muy bien
despues.... ¡Ahí interrumpió ella, es imposible que no hayais perdido en quedar desengañado. Los zelos, la
desconfianza, mil monstruos que os hubierais entonces hecho un escrúpulo tan solo de imajinar,
emponzoñan actualmente vuestros placeres. Mas iiistruido, sois por consiguiente menos feliz. Vuestro
espíritu no ha podido ilustrarse sino a espensas de vuestro corazon; raciocináis mejor acerca el
sentimiento; pero ya no amais tan bien.

Este raciocinio, respondió él, resultaría tanto contra vos como contra mí; y debo creer, suponiendo»
siempre que Mazulhim ha sido vuestro primer amante , que no podéis ya amar tanto como le habéis
amado. No me sorprendería absolutamente el que tuvieseis esta idea, replicó ella; Vio os complacéis en
tener sino aquellas a las que puedo yo oponer pero dejemos esto. De ningún modo, dijo él, no lo dejemos.

Por lo demás, continuó ella agriamente, por el modo como habéis vivido, no es estrado que penseis mal
de las mujeres. ¿Y si fuese, interrumpió él, su modo do vivir la causa de que yo no piense bien de ellas?
Vais a contestarme que es imposible que asi sea. No, os lo juro, respondió ella con aire desdeñoso, no me
tomaré esta molestia. ¡ Ah! ya entiendo, repuso él, temeríais que fuese inútil. Con que ¿no quereis
absolutamente decirme a quien habéis amado?

¡Como! esclamó ella, ¿todavía pensáis en esto? Si me amais, ¿podéis dudar de lo que os digo? En
verdad , /ulica, la dijo él, tal vez no querreis creerme, pero esto es en estremo ridiculo.
Zulica, que, como V. M. ha podido ver, dijo Amanzei, procuraba, hacía largo tiempo, cambiar el jiro
de la conversación,,. Hacía bien, interrumpió el sultán; pero tú hubieras hecho mucho mejor si no la
hubieses desviado, y así me habría ahorrado todas esas disertaciones que has amontonado a diestro y
siniestro. ¿Confiesas que no eres mas que un charlatan, y no lo confiesas sino para hablar aun mas?
¿Gomo quieres que se sufran semejantes perfidias? En una palabra, con mil diablos, concluye tu historia.
Zulica, continuó Amanzei, opuso todavía por largo tiempo inútiles escusas a las instancias de Nasses.
En fm, pareció rendirse despues de haberla él dado palabra de que no por ello la estimaría en.menos.
Cuanto mas me he resistido a satisfacer vuestra curiosidad, le dijo, tanto menos debería ceder
actualmente a ella. Acaso me agradecereis menos la confesion que me arrancais, de lo que sentireis que
os la haya rehusado, por tan largo tiempo, Pero no tendreis razón. No debéis ignorar quedes mas fácil
inspirar a una mujer un nuevo gusto, que hacerla confesar los que ha .tenidov No sé sq es la falsedad lo
que hace que algunas piensen así; pero por lo¡que a mí hace, puedo juraros que mi silencio no era efecto
de tan indigno motivo. Creo que es imposible que recuerde nadie con placer una debilidad., que lejos de
ofrecerse a la imaginación con los encantos de que estaba antes adornada, no se la presenta jamás sino
acompañada de los remordir mientes que causa, ó de la memoria dolorosa de los malos procederes de un
amante. Esto es ecsactamente «íerto, dijo Nasses; una mujer delicada, es muy digna de compasion.

Muy bien, dijo el sultán; pero por el gusto que tengo en escucharte, deseo que dejes para mañana la
continuación (pues no me atrevo aun a decir el fin) de esta incomparable conversación.
CAPÍTULO XVIII.

i..: f

Meno de Alusiones muy difícil e*

' i ..I de aplicar.' ... ' j

Sabed pues, continuó Zulica. que a mi enerada en el mundo (sin ser mas bella que otra cualquiera), no
dejé de encontrar mas'amantes de los qué deseaba, apesarde loignorante que era entonces aceiv ca de lo
que se llama, el imperio de la hermosura i Cuando digo amantes, quiero decir esa turba de ociosos, que
dicen que aman, mas por costumbre que por sentimiento; a quienes se escucha porque es forzoso, y que
mas fácilmente logran hacernos creer que somos amables, que serlo ellos a nuestros ojos; Halagaron largo
tiempo mi vanidad, sin que por ello me Volviese mas sensible. Nacida con mucha delicadeza, temía al
amor, conocía que difícilmente encontraría un corazon tan tierno, tan franco como el mió y que la mayor
desgracia que puede sobrevenir a una mujer juiciosa, es el tener una pasión por dichosa que ser pueda.
Mientras fui indiferente, estas consideraciones me animaron; pero conocí en fin que no habían con 7-
tenido mi corazon, sino porque nadie había aun sabido interesarle, y que esta calma, de que nos
vanagloriamos , es menos en nosotras obra de la razón que efecto de la casualidad. Un momento, un solo
momento basta para ajitar nuestro corazon. Ver, amar; auu mas , adorar, sentir a la vez y con estremada
violjencia los mas dulces y los mas crueles movimientos que puede causar clamor; hallarme entregada a la
mas lisonjera esperanza, y caer de nuevo en la mas cruel incertidumbre; todo esto fue obra de una mirada
y de un minuto. Admirada y confundida de un estado tan nuevo para mi alma; devorada de deseos
desconocí dos hasta entonces para mí, ésperimentando la necesidad de averiguar su causa y temiendo
conocerla; absorta en aquella dulce emocion y aquella divina languidez que habían sorprendido todos mis
sentidos, no osaba ausiliarme con mi razón para destruir unos movimientos que, aunque tan confusos y tan
inespli- cables como eran para mí, me hacían gozar ya de aquella dicha que no se puede defmir, ni cuando
se siente, ni cuando se deja de sentir. * / ;

Reconocí en fin que amaba. Apesar del imperio que aquel sentimiento había ya tomado sobre mí, probé
combatirlo. Las lecciones del deber, el temor de perderme, suspiros, lágrimas, remordimientos, todo fue
inútil, ó, por mejor decir, todo aumentaba todavía aquel cruel sentimiento que me tiranizaba, ¡ Ah, Nasses!
¡ cual fue mi placer, cuando en las respetuosas atenciones, aunque apasionadas, de aquel a quien adoraba,
hube conocido que era amada! ¡ Qué turbación ! ¡Que transportes! ¡Con que cuidado, con que delicadeza
me manifestaba su pasión ! ¡ Qué dolor me causaba el verme obligada a reprimir la mia !
¡ Cuan dichosos sois, Nasses, de poder, al primer movimiento que ajita vuestra alma , manifestárselo al
objeto que lo causa, y de estar libres de este disimulo

tan necesario para conservarnos vuestra estimación, pero tan penoso para un corazon sensible! ¡ Cuantas
veces al oirle suspirar a mi lado suspiraba yo de dolor por no atreverme a hacerlo por él! Cuando s.us ojos
se fijaban tiernamente en los mios, encontraba en ellos una espresion dulce y lánguida, veía en ellos en
fin el amor mismo, ¡ Ah! ¿como, en aquellos instantes que me ponían tan fuera de mí, tenía fuerzas para
sustraerme a aquel deleite que me arrastraba? Por fm habló. Nasses, vosotros ignoráis el placer que causa
aquella tierna y encantadora declaración. A vosotros no se os dice que se os ama, sino despues de
habéroslo hecho desear, y a veces por demasiado tiempo, y aun
despues de haberos mil veces hecho repetir que amais; pero ver a un amante adorado que ignora su
ventura, penetrado de sentimiento, de ternura y de respeto, postrarse a nuestros pies y declararnos todo
cuanto siente para descubrírnoslo; temblando tanto por la emocion que su amor le causa, como por el
temor de no ser correspondido; esperar con ansia nuestras palabras, repetírselas para sí, grabarlas en su
corazon; al responderle que no se le cree, hacerse interiormente un crimen de aquella mentira; hasta
ecsajerarse lo que nos dice, añadirá todo el amor que nos manifiesta el que por él sentimos; Nasses, creed
me, de todos los espectáculos, de todos los placeres, aquellos de que os hablo son seguramente los mas
dulces. . „

Si la vanidad es bastante para haceros agradable el espectáculo que me pintáis con tan vivos colores,
respondió Nasses, concibo muy bien que cuando el amor añade a ella el interés del corazon no puede
haber para vosotras otro mas satisfactorio. Pero por fm ¿aquel amante tan tiernamente amado habló? ¿le
respondisteis?

Figuraos mi embarazo, replicó ella: combatida por el amory por la virtud, si la última no triunfó, me
sirvió por lo menos para encubrir el primero; pero no

tanto como yo deseaba Entregada por demasiado


tiempo a sus discursos, mi emocion descubrió el se-i creto de mi pecho, y creyendo no responderle sino
fríamente, mi boca y mis ojos le dijeron mil veces que mi ternura igualaba a la.suya, . . ¡ ¡

Esta es una desgracia que ha sucedido a muchas otras, respondió fríamente Nasses. Y bien ¿quien era
ese hombre tan peligroso, a quien apesar de vuestra natural esquivez visteis y amasteis a un mismo
tiempo? ¿Que os importa su nombre? respondió ella. ¿No os he dicho ya lo que deseabais saber? No todo
j replicó él; no podéis dejar de conocer que la cpnfian« za no ha sido aun completa. Pues bien, respondió
ella, era el raja Amagí.;;.:......,

/ Amagí! csclamo él, ¿ pues en que tiempo le amasteis? Es amigo mió, .no me oculta cosa alguna, y sé
que desde que entró en el mundo no ha amado verdaderamente sino a Canzada. ¡ Amagí! repitió él.t
¿acaso os engañaríais?

¡ Por cierto, esclamó ella a su vez, he aquí una duda singular ! es Unica en su género. De ningún modo,
repuso él, vais a ver que es muy natural. Amagí me ha dicho mil veces que apesar de su estremado carino
hacia Canzada, y su poco deseo de hacerla traición, se había divertido algunas veces coit otras, porque hay
mujeres que hacen avances tan manifiestos y nosotros somos tan codiciosos, que el desprecio que Tíos
inspiran no nos impide el agradecerlas, a lo menos por el momento, lo que por nosotros ha-, cen. Al
hablarme de las infidelidades que había hecho a Canzada, me ha confesado que se arrepentía de ellas tanto
mas, cuanto entre las mujeres que le habían a veces arrancado a ella, no había encontrado una sola que
mereciese estimación ni afecto y que no hiciese por él, únicamente por mala cabeza, lo que había atribuido
neciamente algunas veces a un sentimiento tan vivo, que le había hecho olvidar hasta el buen parecer. Vos
no sois por cierto mujer de esta clase;' por consiguiente debo creer que no os ha amado. Bien veis que no
os lo dice todo, respondió ella; porque me amó mas de tres años con todo el ardor posible. Si no me lo ha
dicho, repuso él ¡ no ha sido porque quisiese hacerme de ello un misterio, sino que; sin duda no se ha
acordado de tal cosa. ¿ Fuisteis vos quien le hizo una infidelidad? ¿Me haréis muchas preguntas
semejantes? preguntó ella. Os suplico me perdoneis , repuso él; pero mereceis tan poco ser abandonada
que no debe sorprenderos. ¡ Con que, os dejó I y ¿quien le sucedió? ,
1
Nadie, respondió ella con aire de sencillez. Entregada largo tiempo al dolor de haberle perdido, me
lisonjeaba de que no podría ya ser jamás sensible, pero apareció Mazulhim y falté a mi propósito.

.; Caramba I esclamó él, ¡ las mujeres son bien desgraciadas y están bien cruelmente espuestas a la
calumnia ! Demasiado cierto es, dijo ella ; pero ¿que es k> que os sujiere ahora esta reflecsion? Sois vos,
repuso él, a quien, puesto que es preciso decíroslo, han tenido la injusticia de atribuir mayor número de
aventuras que las que según veo habéis tenido. ¡ Oh I respondió ella, esto ni me ofende ni me admira. Con
tal que una mujer no sea tan fea que cause miedo, se cree inmediatamente que es mas sensible de lo que
conviene: y muy amenudo el público la atribuye relaciones, principalmente con aquellos a quienes menos
ha querido escuchar; de todos modos nada me importa., ¿Con que no es posible obligaros a hablar de otros
asuntos? ¿Con que no es cierto que habéis tenido to.A dos los amantes que se dice ? la preguntó él
nuevamente, Zulica no contestó a esa nueva impertinencia sino encojiéndose de hombros. No os
incomodéis por lo que os digo, continuó él, si fueseis menos amable, creería mas fácilmente que nada
suprimís en vuestra historia. Perdonadme, respondió ella agriamente, he tenido a todo el Orbe. En fin,
repuso él, he aquí lo .que me han dicho.

Vuestros principios son dudosos; se sabe con todo que en vuestra juventud, apasionada a los talentos, y
persuadida de que el mejor medio para adquirirlos y perfeccionarse en ellos, era interesar vivamente a
todos los que los poseían, no desdeñasteis a vuestros maestros, y que este es el motivo de que cantéis con

tanto gusto y bailéis con tal perfección.

¡ Ah, gran Dios! ¡ que horror I esclamó" Zulica. Teneis razón de esclamaros por ello, señora, respondía
él fríamente, porque en efecto es horrible. En cuanto a mí, yo no os condeno, y hasta no puedo estimaros lo
bastante, puesto que en una edad en que las mujeres que deben algún dia llegar a ser menos reservadas ,
tienen todas las preocupaciones imajinables, tuvisteis bastante fuerza de espíritu para sacrificar las que
debían haberos dado vuestro nacimiento y educación.

A vuestra entrada en el mundo, convencida de que por falsa que fueseis, nunca lo seríais en esceso,
ocultásteis bajo un aire modesto y fino la inclinación que teneis a los placeres. Nacida, poco sensible, pero
es- cesivamente curiosa, todos los hombres que visteis entonces, despertaron esta última cualidad vuestra,
y en cuanto pudisteis, los conocisteis a fondo. Cuando se tiene tanto talento y penetración como vos, el
estudio de un hombre no es cosa muy difícil; y he oido decir que el que mas os dedicasteis a observar, no
os ocupó siquiera ocho dias. Estas recreaciones filosóficas se traslucieron, y se dió a vuestras intenciones
una mala interpretación; vos, sin renunciar a vuestra cu*- riosidad, la moderásteis; sin embargo, no fue por
largo tiempo. No mereciendo vuestras ocupaciones particulares la aprobación de los que las presenciaban,
creísteis deber sustraeros a su vista, renunciásteis a la soledad, y fuisteis a llevar entre el jentío del gran
mundo la inclinación natural que os determinaba a conocerlo todo.

La princesa Saheb tenia entonces a Iskender por amante; vos quisisteis juzgar por vos misma si se podia
fiar en su gusto, y se lo quitasteis. Ella no os lo ha perdonado jamás, y se queja aun de ello todos los dias.

¡ Ah, justos cielos! esclamó Zulica transportada de furor, ¿hay en el mundo mas abominables
calumnias?

Se me ha asegurado, continuó él con la misma sangre fría con que había principiado, que muy pronto
abandonasteis a Iskender por Akebat-Mirza, a quien, porque apesar de ser todo un príncipe,
os fastidiaba, asociásteis el visir Atamulk y el emir Nuradino; que tío habiéndoos el príncipe, sino del
mal estado de su salud, que vos reconocíais por mas deplorable de lo que él mismo decía, estando el
visir demasiado ocupado con los negocios del estado, para ocuparse en vuestras gracias tanto como
hubiera debido, y no conversando jamás sino sobre detalles de profunda política, y el emir sobre las
grandes acciones que había ejecutado en la guerra, os cansásteis de tres personajes mas importantes que
amables.

Se atreven a añadir, que sabiendo cuan peligroso es en la corte hacerse enemigos, les habíais dejado
ignorar vuestras disposiciones respecto a ellos, y obligada a tenerles atenciones, os habíais arrojado, con
todo el misterio posible, en brazos del jóven Velid, que menos grande, menos profundo, menos guerrero,
pero mas agradable que sus rivales, os había por sí solo indemnizado durante algún tiempo del fasNdio
que ellos os causaban. Se dice además, que viendo a VeHd menos fervoroso, y teniendo necesidad para
despertar su ardor, de causarle alguna inquietud, habíais admitido a Jemla; que ofendido Velid de tener un
rival, espiándoos con cuidado había descubierto en fin a los otros tres, y que todo aquel manejo,
conducido hasta entonces tan juiciosamente, había terminado para vos con la mas injuriosa publicidad,
habiéndoos causado las mas crueles y públicas mortificaciones.

¡ Ah ! esto es demasiado, interrumpió Zulica levantándose, y voy Un momento mas si os place, señora,
dijo Nasses deteniéndola, se ha llevado la impudencia hasta decirme, que viendo que las relaciones
arregladas no os salían bien, aborreciendo el amor pero gustando aun de los placeres, no os habíais
permitido ya sino diversiones pasajeras, bastante agradables para ocupar vuestro tiempo, pero jamás
bastante vivas para interesar vuestro corazon; especie de filosofía que, para decirlo de paso, no ha dejado
de hacer prosélitos en este siglo y cuyas ventajas y utilidad fueran muy fáciles de demostrar si se tratase
ahora de ello.

Al fin de esta relación se puso Zulica A llorar de indignación, y Nasses finjiendo no advertirlo continuó
de esta manera: no dejais de conocer que os hago demasiada justicia, y que actualmente os conozco
sobrado para creer absolutamente todo lo que me han dicho. Me hacéis demasiado favor, respondió ella.
No, repuso él modestamente, lo que hago por vos es muy natural; y para saber la opinion que debo tener
de vos, no tengo que atender mas que al modo como habéis cedido a mis deseos J pero aun cuando no lo
crea todo, conocéis también perfectamente que es imposible que no crea algo.

¿Porque no? preguntó ella. Todo lo que os han dicho es tan probable que no puedo concebir como
quereis tenerme unas atenciones tan fuera de sazón. Creo

pues únicamente, repuso él ¡Oh! Creedlo todo,

señor mió, interrumpió ella, creedlo todo, y no nos volvamos a ver jamás. Aun cuando lo merecieseis,
respondió él, este es un esfuerzo de que no sería capaz; juzgad pues si creyéndoos inocente podría tener
valor y ser bastante bárbaro para hacer lo que parece me aconsejáis. No, no señor, replicó ella; .vos
creeis todo lo que os han dicho, lo creeis, y no sois digno de que os desengañe. ¿Así pues, repuso él,
vamos a quedar reñidos? Una misma velada habrá visto nacer y morir vuestro ardor, porque no quiero
hablar del mío, añadió suspirando; demasiado conozco que será eterno.

Si, señor mió, respondió Zulica; si, quedaremos reñidos, y para siempre, ¡Para siempre! esclamó él, es
decir que me dejais con tanta prontitud como me habéis admitido, A la verdad es esta una cosa que no
creía posible. Pero ¿como esa constancia tanprodijiosa de que os picáis y esa alma tan delicada en cuanto
a los sentimientos pueden acomodarse con semejante proceder? ¡ Que violencia tan cruel tendreis que
haceros para cumplirme vuestra palabra! ¡ Cuanto os compadezco ! Por fin es una dicha para mí, puesto
que debíais variar, el que haya sucedido tan pronto; un trato mas largo entre los dos me hubiera hecho
demasiado dolorosa vuestra inconstancia. Con todo me lisonjeo todavía de que re- flecsionareis sobre
esto, y que si es cierto que vuestra inclinación hácia mí haya enteramente desaparecido, temereis a lo
menos que pueda yo decir que, colmado de vuestras mas esquisitas bondades, y teniendo vos todos los
motivos del mundo para estar contenta de mí, no habéis podido lograr de vuestro caracter el ser constante
solamente veinte y cuatro horas. Despues de las pequeñas libertades que me habéis permitido, encontrarán
muy feo vuestro proceder, os lo advierto. No, continuó acercándosela y estrechándola tiernamente entre
sus brazos; no haréis semejante injusticia al amante mas apasionado del mundo. ¿Quien? ¿yo? esclamó
ella esforzándose violentamente para escapar de entre sus brazos, ¿ yo sería vuestra todavía ? Zuli- ca
añadió a estas palabras todo cuanto podia manifestar vivamente a Nasses la indignación que la causaba.
En vano quiso él triunfar de sus esfuerzos; ausiliada por su despecho mejor de lo que lo había sido por la
severa virtud por la cual combatía tan inoportunamente, le obligó a disputarle hasta unos favores tan
insignificantes, que ni siquiera había él creído tenerlos que pedir. Seguía ella defendiéndose tenazmente
contra él, cuando el ruido de un carra aje que oyeron parar a la puerta, suspendió el ataque y la resistencia.

He aquí sin duda mis criados, señor mío, le dijo ella; me voy. No os invito a que reflecsioneis acerca
lo que entre nosotros ha pasado, porque os sería inútil;
cnanto mas capaz es uno de un mal proceder, tanto menos es propio para conocerlo.

Dichas estas palabras se levan tó, é iba salir, cuando k> que diré mañana a V, M. la obligó a quedarse.
¿Porque mañana? preguntó el sultán: ¿piensas que no me lo dirías hoy si así se me antojaba? Felizmente
para tí, no tengo sobre ello la menor curiosidad; y sea mañana, sea otro dia, me es absolutamente
indiferente.

CAPITULO XIX.
¡AU! ¡Tanto mejor!

Despues de lo que había pasado entre Zulica y Ma- zulhim, poco debia ella esperar volver a verle; él
era sin embargo el que entonces entraba. Al verle Zulica, retrocedió sorprendida, y sucediendo el llanto a
la admiración , se dejó caer sobre mí. Mazulhim finjió no reparar en el estado en que la ponia su
presencia, y acercándosela con soltura: vengo, hermosa, la dijo, a pediros perdón. Una serie de negocios,
molestos, pesados, desespera dores, me ha impedido ponerme a vuestras órdenes.... ¡Como! ¡lloráis! ¡Ah,
Nasses ! esto es mal hecho; habéis abusado de mi facilidad, de mi amistad, de mi confianza... Pero a decir
verdad, no entiendo nada de lo que pasa. ¿Estáis incomodada? lo siento vivamente, lo lloro, jamás me
consolaré de ello. ¡ Esta es una aventura singular, admirable, ori-jinal !..¿no es posible, por fin, que
sepamos lo que significa todo esto? Decid, vamos, ¿sois mudos por ventura? ¡ Ah! ya veo lo que es; yo
soy la causa inocente de ello. Me creeis infiel, ¿no es así? ¡Cuan poco conocéis mi corazon! Vuelvo a
vuestro lado cien veces ¡ que digo! mil veces mas tierno, mas apasionado, mas amante que nunca.

Cuanto mas cariño aparentaba Mazulhim, Zulica, desconcertada y abatida, se obstinaba tanto mas en
callar. Nasses, que se gozaba malignamente en su confusion, temía que si respondía a Mazulhim, se
aprovecharía ella de aquel tiempo para serenarse, y esperaba con impaciencia que respondiese por sí
misma ; pero lo esperó en vano. Durante algún tiempo permanecieron los tres en silencio. Por favor,
aclaradme este misterio, dijo en fin Mazulhim a Nasses, ¿de quien puede quejarse esta señora, de vos ó de
mí? ¡ No me ama ya, os ama tal vez a vos! De ningún modo, contestó Nassos; a mí es, puesto que es
forzoso decirlo, a quien la infiel no quiere ya amar.Hemos reñido. ¡Ah, pérfida! dijo Mazulhim. Despues
de los juramentos que me habíais hecho de serme siempre fiel... ¡ Que horror! Solo a costa de muchos
esfuerzos lie conseguido consolar a esta señora de vuestra pérdida , respondió Nasses ; es justicia que
debo hacerla: y para cumplir del todo mi deber, voy, cuésteme lo que me cueste, a dejaros probar si
podréis consolarla de la mía con mas facilidad. Adiós, señora, prosiguió dirijiéndose a Zuüca, mi dicha
110 ha durado mucho; pero cono/co demasiado la ventura que vuestra prevención contra mí me hace
perder actualmente. En caso que os digneis acordaros de mí, estad segura de que estaré constantemente a
vuestras órdenes.

Cuando Nasses hubo partido, Zulica se levantó bruscamente, y sin mirar siquiera a Mazulhim , quiso
también salir. No, señora, la dijo él en tono respetuoso , no puedo determinarme a dejaros sin haberme
justificado: podría ser también que tuviéseis algunas pequeñas escusas que darme; y de cualquier modo
que sea, no me parece decente que nos separemos sin habernos esplicado. ¡ Os obstináis en guardar
silencio ! ¿Habéis olvidado ya que me prometisteis una constancia eterna? ¡Ah, señor! respondió ella
llorando, no añadais a vuestras indignidades, la de hablarme aun de un amor que jamás habéis sentido.
¡Vaya, replicó él, he aquí como son las mujeres ! Falta uno, apesar suyo; lo siente, sufre por ello, muere
de dolor , y cuando debiera esperar ser compadecido, vuelve lleno de los mas dulces transportes a
arrojarse a los pies de su amada, y se encuentra aborrecido. Con todo, seríais menos injustas, si fueseis
menos delicadas : para con las almas sensibles, jamás son lijeras las faltas que se cometen. Por lo tanto, os
doy gracias por vuestra cólera; sin ella hubiera ignorado acaso toda mi vida cuanto me amais, y yo mismo
os hubiera amado menos. Pero decidme por fin, añadió, acercándosela familiarmente, ¿ estáis
verdaderamente muy incomodada?
Zulica no respondió a esa pregunta, sino mirándole con desprecio. Lo digo, continuó él, porque me
sería muy fácil justificarme; si, añadió viéndola encojerse de hombros, muchísimo; nada digo que no
sea. Porque, veamos, ¿cuales son mis culpas para con vos?

En verdad, esclamó ella, admiro vuestra impudencia; hacerme venir aquí, no comparecer; apesar de Jo
infame, de lo impertinente, hasta de lo despreciable que es este proceder, es propio de vuestro caracter;
así es que no me ha admirado: pero unir a él la mayor perfidia del mundo; enviarme aquí un desconocido
, a quien instruís de mi debilidad, cuando debierais ocultarla a todos.,, ¿ Si? ¿ocultarla? interrumpió él;
¡este sería un bello misterio, y ciertamente muy útil! ¿ Pensáis que unas relaciones entre personas como
nosotros, puedan ser ignoradas ? Pero supongo que, contra vuestra propia esperiencia, os hubiéseis
cegado lo bastante para creer que no se os nombraría, ¿en que (permitidme preguntároslo) os he espuesto
? ¿ No está mejor vuestro secreto en poder de un hombre de cierto rango, que en el de un esclavo?
Además, ¿tenia yo entonces por ventura a mi disposición , para poderle enviar, al esclavo que ejerce en
mi casa estas funciones, y no estaba acaso aquí para esperarnos? El tiempo urjía. Escojí para instruiros de
lo que me sucedía, al amigo que entre todos los míos conozco con mejores costumbres, Nasses en fin, que
además de su buena mora! tiene talento , es el hombre que seguramente merece mas ser visto con placer ,
y a quien, me atrevo a decirlo, se debe el mayor aprecio y consideración.

Por fin me tomaré la libertad de deciros que no veo porque, despues de! agradecimiento que le habéis
tau jenerosamente puesto en el caso de manifestaros, os quejáis de que os le haya enviado. Entre nosotros
este punto podría acaso merecer algunas aclaraciones, sin embargo no me las haréis sino en el caso de que
así lo queráis; porque, dicho sea sin ofenderos, no soy ni tan curioso ni tan ecsijente como vos.

1 Cuanta impertinencia y cuanta fatuidad ! esclamó Zulica. Poco a poco si gustáis, señora, en las escla-
macioues de esta especie, dijo vivamente Mazulhim; tal como me veis hay mil cosas sobre las que podría
esclamarme , y os pido por favor que no me obliguéis a tomar mi revancha. Si quereis hacerme el honor
de creerme, hablaremos como buenos amigos y acaso ganareis en ello tanto como yo. Veamos. La
presencia de Nasses os ha incomodado al pronto, no lo dudo; y tampoco dudo de que, para hallaros con él
en menos sujeción, le habéis colmado de todos los favores que teníais la bondad de destinarme. Cuando
así fuese, respondió orguliosamente Zulica..., Entiendo, interrumpió él, es así, ¡Y bien! Si, repuso ella
valerosamente, si, le he amado. No abusemos de las palabras, replicó él, de ningún modo le habéis
amado, pero lo mismo ha sido. Convenid, puesto que ahora le conocéis un poco, en que es hombre de raro
mérito.

Lo que sé, contestó ella fríamente, es que si bien es fatuo, insolente y desatento, tiene medios por lo
menos para hacerselo perdonar, y que tal hay que se atreve a tomar el mismo tono que tendría mas de una
razón para ser modesto.

Apesar de lo vago de este epigrama, repuso él, conozco perfectamente que se dirije a mí, y
quiero, siempre sin consecuencia, daros el pequeño consuelo de oírmelo confesar. Llevaré mis
atenciones aun mucho mas lejos, y no me permitiré una justificación que acaso ofendería la
urbanidad.

¡ Que miserables discursos! dijo ella mirándole con aire de lástima ¡ cuan mal sienta ese tono frivolo y
burlón a un enír como vos I Por mas que hagais, señora , respondió él, no me apartaré en un ápice ni del
respeto que os debo, ni del plan sobre el cual he resuelto hablaros. Me será muy grato el ofreceros en mi
persona un modelo de moderación; tal vez al ver que no dejo de conservarla, os vendrán tentaciones de
imitarme. En todo caso esa moderación tan decantada la practicareis a solas, repuso ella levantándose,
porque voy No, si gustáis, señora, dijo él deteniéndola, no me dejareis; no es así como deben acabar dos
personas como nosotros: por vuestro
honor como por el mió, debemos mutuamente prestarnos a una aclaración y evitar un escándalo que sería
mucho mas temible para vos que para mí. En una palabra, Zulica, me escuchareis.

Sea que Zuiica conociese el perjuicio que podría causarla aquella aventura si se hacía pública, que
creyese que, bien reflecsionado todo, nada debia olvidar para inducir a Mazulhim al silencio; sea que
demasiado despreciable para estar largo tiempo ofendida del desprecio que se la manifestaba, empezase
su cólera a calmarse, se dejó caer nuevamente sobre el sofá, pero sin mirar a Mazulhim, que, indiferente a
aquella muestra de despecho, continuó de este modo su discurso. Convenís en que habéis admitido a
Nasses; cualquier otro os diría que comunmente una mujer no contrae nuevos compromisos, sino cuando
los que tenía están enteramente terminados, y por consiguiente os colmaría de todo el desprecio que en
apariencia parece merecer esa conducta : loque es yo, que tengo bastante conocimiento del mundo para
no ignorar como esto ha sucedido, lejos de haceros por ello la menor queja, os amo todavía mas.

No es este sin embargo el efecto que deseaba yo producir en vuestro corazon, respondió ella. ¡Ohl vos
no podíais saberlo, replicó él; en la turbación en que os hallabais, ¿era posible que distinguieseis los
motivos que os determinaban ? Me creíais inconstante, se os instaba para que os comprometieseis; si me
hubieseis amado menos, no lo hubierais hecho, y Nasses hubiera vanamente intentado llevaros tan lejos
como lo ha conseguido. Creed me es propio tan solo de la pasión mas viva el inspirar esos movimientos
que no dejan tiempo ni libertad a la reflecsion. No puedo volver de mi admiración al ver que Nasses ha
sido tan poco delicado para querer aprovecharse del estado en que os hallabais, 6 tan ciego para no ver
que, aun entre sus brazos, pertenecíais a otro, y que, sin vuestro amor hácia mí, jamás le hubierais hecho
feliz.

¡ Oh! no, repuso ella, me ha gustado y os he hecho por cierto una infidelidad en toda regla. Pura
vanidad vuestra, replicó él, no creáis tal cosa, nada es menos cierto,

¿Como pues? dijo ella. ¡ Nada es menos cierto! Muy singular me parece que queráis saberlo mejor
que yo. Lo sé no obstante tan bieu,que podría deciros palabra por palabra, de que medios se ha valido
para seduciros, respondió él: le habéis parecido hermosa: ha preferido instruiros de las sensaciones que
le causabais a justificarme, y hasta apostaría que lejos de hablaros en favor mió, ha.... Es muy cierto,
interrumpió ella, ¿No os lo decía yo? continuó él. ¡ Que miserable triunfo ha conseguido y cuan poco
lisonjero! En fin, hay personas a quienes es preciso perdonar esas pequeñas estratajemas de las cuales
necesitan para agradar.

¡Como! le dijo ella admirada, ¿osaríais sostenerme que no me habéis sido infiel? Ciertamente, repuso
él, no lo he sido, y he aquí lo que hace tan graciosa vuestra aventura. ¡No erais culpable! repitió ella, ¿que
os habíais hecho pues? No he salido, repitió él, del palacio del emperador, hasta la hora en que me habéis
visto llegar; y el mismo Zadis a quien, entre paréntesis, se han hecho mil bromas por haber ayer estado
perdido todo el dia, no me ha dejado un instante; él puede decíroslo.

Al nombre de Zadis, Zulica se estremeció y miró ruborizándose a Mazulhim, que, sin advertir al
parecer ninguno de sus movimientos, continuó así.

Aunque siempre tendré por vos el gusto mas vivo, conocéis muy bien que no viviremos ya en adelante
en esa intimidad que me habíais permitido: no porque no os lo perdone todo; pero uu comercio sostenido
no nos conviene. Mas uos atrajo el capricho que el amor; no era el sentimiento lo que nos unía, lo que
acontece no debe ni mortificaros ni disgustarme , ni impedirnos ceder a nuestra fantasía, si sin querer
ligarnos de nuevo, nos inclina uno a otro alguna vez. Me lisonjeo, respondió ella desdeñosamente, de que
al formar este plan, conocéis toda su ridiculez y no esperáis hacerme consentir en él. Perdonad, repuso él,
sois demasiado juiciosa para no conocer cuantas atenciones y miramientos se deben a los amigos
antiguos: por otra parte no ignoráis que en el dia es
ya una costumbre establecida el entablar tantas relaciones como se puede, y el concederlo todo a los
nuevos conocidos sin quitar por esto nada a los antiguos. Tendreis a bien que se arregle todo como tengo
el honor de deciros, y que mire este punto como decidido ya entre nosotros.

Al oir tan vergonzoso convenio, Zulica, muy digna de que se la propusiese, se ofendió no obstante de
que Mazulhim osáse creerla capaz de lo que estaba haciendo todos los dias, y quiso revestirse con él de
una dignidad que haciéndola tan solo mas despreciable, le incitó aun mas a no contemporizar con ella.

Si no fuese tarde, la dijo, os probaría que lejos de que tengáis motivos de quejaros de mí, teneis mil
cosas que agradecerme. No ignoro que Zadis pasó ayer en vuestra casa, y solo con vos, todo el dia y una
gran parte de la noche. Mas bien por curiosidad que por zelos, y seguro como estaba de que faltaríais a la
palabra que me habíais dado de no volver a verle jamás, os hice observar a ambos.,.. No había ucee*
sidad, interrumpió ella, de que os tomaseis esa molestia. No pretendí hacer de ello ningún misterio. El
motivo de haber recibido ayer a Zadis en mi casa, jamás puede serme sino hooroso. ¡ Ah ! ¡ ah! dijo él
con aire de sorpresa, ¡ es muy particular! Vuestro tono burlón no impedirá que diga la verdad, replicó
ella; no había aun roto absolutamente con él, y solo para anunciarle que no volvería a verle jamás...
Pasásteis, interrumpió él, todo el dia y toda la noche juntos. No os contradigo en cuanto al motivo, apesar
de lo es- traordinario que es; porque en fin, debeis confesar, que es raro que una mujer se encierre por
veinte y cuatro horas con un hombre, cuando quiere únicamente romper con él. Pero como una cosa, por
ser sin ejemplo , puede sin embargo no ser por esto menos sensata , concibo, procurando tan solo
justificaros, que Zadis recibiendo de vos la confirmación de su desgracia, llegó casi a morir de dolor a
vuestros pies, y que compadecida del abatimiento en que le postraba vuestra inconstancia, le
consolasteis con toda la humanidad de que sois capaz, sin que vuestros cuidados para con él,
menoscabasen en lo mas mínimo la fidelidad que me habíais jurado. Un hombre desesperado, es poco
juicioso, cuesta mucho el hacerle tener una conducta sensata, es preciso decir, repetir y volver a decir mil
veces lo mismo; arrostrar quejas, reproches, lágrimas , furor; nada requiere mas tiempo. Por fin, os diré
que no debeis sentir el que empleasteis en procurar calmarle, pues estaba hoy poseído de la mayor
alegría. ¡Zadis alegre! ¿Os parece bieu? Si, como me guardaré de dudar, me decís la verdad, o" vuestros
consejos tuvieron sobre él mucho imperio, ó para sentir tan poco vuestra pérdida, era preciso que os
amase con mucha tibieza. Si una de estas dos cosas hace honor a vuestro talento, la otra honra muy poco
a vuestras gracias; pero yo no os digo nada nuevo, vos sabéis sobre esto a que ateneros. De todos modos
debíais haberle recomendado mucho que aparentase tristeza , por lo menos durante el tiempo que podíais
tener necesidad de engañarme.

Zulica, al oir estas palabras, quiso é intentó justificarse ; pero Mazulhim interrumpiéndola , la dijo:
todo cuanto pudiérais decirme, señora, sería inútil. Ahorráos pues una justificación que no ospido ni
quiero recibir, y que os sería costosa sin satisfacerme. Adiós, añadió levantándose: es tarde, y rato
hace que debiéramos habernos ya separado. A propósito, ¿que vais a hacer de Nasses?

Zulica pareció admirarse por la pregunta. Lo que os digo me parece muy cuerdo, prosiguió él. Os ha-
ieis despedido picados, y me parece que en esto no habéis sido muy prudente. Si pensáis como debeis,
volvereis a verle, creedme, evitareis un escándalo. No ha de seros mas difícil el conservarle
aborreciéndole , de lo que os lo ha sido el admitirle sin amarle. Si os obstináis en no querer verle, tal vez
hablará, y aunque nada hay ciertamente mas natural que lo que vos habéis hecho, no faltaría quien fuese
bastante severo é injusto para teneros por culpable, y para con vertir una cosa tan común en una historia
la mas singular y ridicula. En el fondo lo que dirán no es lo que debe inquietaros; cuando se tiene cierto
apellido y se pertenece a cierto rango, un lance mas ó menos no es cosa que se haya de mirar con tanta
escrupulosidad; lo que conviene evitar es el hacerse enemigos. Mañana os le presentaré. ¡ A mí! esclamó
ella; ¡ yo volver a veros! ¡Vaya! si, señora, respondió él presentándola la mano para bajar ; será preciso
resignaros a ello. Si por casualidad
Zadis es bastante estrambótico para no tenerlo a bien, contad conmigo; ó se verá obligado a dejaros, ó se
acostumbrará al fin a vernos haceros asiduamente la córte.

Dicho esto la ofreció otra vez la mano, y viendo que se obstinaba en rehusarla: ¡ que miseria! la dijo
tomándosela apesar suyo. ¡ Hacéis unas niñadas insoportables en estremo I

Entonces salieron. ¡Salieron! esclamó el sultán, ¡ ah! santa palabra: para mi gusto la mejor de tu
historia ; ¿ y no volvieron ? No vi mas a Zulica, respondió Amanzei; pero vi todavía por mucho tiempo
a Mazulhim. Y siempre, dijo el sultán, como sabes ya... ¡ Canario! ¡vaya un muchacho estraño ! ¿Que
mujer reemplazó a Zulica ? Se sucedieron muchas que no valían mas que ella, contestó Amanzei, y
algunas que jio merecían tratarle, y cuyo destino me .movía a lástima. Pero a propósito, preguntó
Schah-Baham a la sultana, ¿no te ha parecido que Mazulhim ha tratado muy mal a esa pobre Zulica?
Para mí es tan despreciable , le dijo esta, que quisiera que la hubiese castigado todavía mas si fuese
posible. A mí me ha pare-
eido, repuso el sultán, demasiado blanda para con él; esto no es natural. Y yo creo lo contrario, dijo la
sultana; a una mujer tal como Zulica, no la queda ningún recurso contra el desprecio; y como la
ignominia de su conducta la espone a los insultos mas crueles , la bajeza de su caracter y aquella
vergüenza interior de que, apesar suyo, se siente agoviada, no la dejan fuerzas para rechazarlos. Por otra
parte, cuando fuese cierto que Amanzei hubiese ecsajerado la humillación de Zulica, lejos de
reprendérselo, le daría por ello las gracias. Sería en cierto modo dar preceptos del vicio el pintarle
afortunado y triunfante. ¡ Oh I si, repuso el sultán; es cosa muy necesaria, Pero, dejémoslo aquí; el
disputar me ecsaspera, y no dudo de que me incomodaría &i hablásemos por mas largo tiempo. ¿Cuando
hubiste dejado áMazulhim, donde fuiste, Amanzei?

CAPÍTULO XX.
Deleites del alma.
Por mucho placer que encontrase en permanecer en la casita de Mazulhim , el interés de mi alma me
obligó a salirme de ella; y persuadido de que no sería allí donde encontraría mi libertad, corrí en busca de
una casa en que, si era posible, lograse ser mas afortunado que en todas las que había habitado ya,
Despues de muchas idas y venidas, que solo ofrecieron a mis ojos cosas que ya había visto, ó hechos
poco dignos de ser contados a V. M., entré en un vasto palacio, que pertenecía a uno de los mas ilustres
señores de Agrá. Anduve por él errante por algún tiempo, y fijé al fin mi morada en un gabinete
adornado con suma magnificencia y con estremo gusto, aunque una de estas circunstancias parece
incompatible siempre con la otra. Todo en él inspiraba deleite; los adornos, los muebles, el olor de los
perfumes que allí se quemaban sin cesar, todo le representaba a la vista y le comunicaba al corazon;
aquel gabinete en fin, hubiera podido pasar por el templo de la molicie y la verdadera mansión de los
placeres.

Un instante despues de haberme colocado allí, vi entrar a la diosa a quien iba a pertenecer. Era la hija
del omra, posesor del palacio. La juventud, las gracias, la hermosura, aquel no sé qué, único que las da
valor y que mas poderoso y perceptible que ellas mismas , no puede sin embargo ser definido jamás,
todo lo que ecsiste en fin en encantos y atractivos, componía su figura. Mi alma 110 pudo contemplarla
sin emocion , y esperimentó a su vista mil deliciosas sensaciones, de que no la creía capaz. Destinado a
sostener de cuando en cuando a tan linda persona, no solo cesé de atormentarme acerca de mi suerte,
sino que hasta empezé a temer el verme obligado a comenzar una nueva vida.

¡ Ah, Brama! me decía yo a mí mismo; ¿ cual es pues la felicidad que preparas a los que te han servido
bien, cuando permites a las almas reprobadas poi. tu justo enojo, que gozen de la vista de tantos
hechizos! Ven, continuaba con transporte; ven, encantadora imájen de la divinidad, ven a calmar a una
alma inquieta, que se hubiera ya confundido con la tuya, si ks órdenes mas crueles no la retuviesen en su
prisión.

Pareció que en aquel instante quiso Brama colmar mis votos. El sol estaba entonces en su mayor
altura, y hacía un calor escesivo; Zeinís se preparó para gozar cuanto antes de las dulzuras del sueño; y
corriendo por sí misma las cortinas, no dejó en el gabinete sino aquella escasa luz tan favorable al reposo
y a los placeres, que sin robar nada a las miradas, aumenta su voluptuosidad, y que hace en fui menos
tímido ai pudor, y le permite conceder mas al amor.

Una simple túnica de gasa, casi enteramente abierta , fue bien pronto el único vestido de Zeinís que se
arrojó sobre mí con neglijencia, ¡Cielos ! ¡con que transportes la recibí! Brama, al condenar a mi alma a
vivir en los sofás, la había concedido la facultad de colocarse en ellos donde quisiese: ¡ con que placer la
ejercí en aquel instante!
Busqué cuidadosamente el punto en que mejor podia observar los hechizos de Zeinís. y me puse a
contemplarlos, con el ardor del mas tierno amante, y la admiración que el hombre mas indiferente no
hubiera podido negarla. ¡ Cielos! ¡ cuantas bellezas se ofrecieron a mi vista ! El sueño vino por fin a cerrar
aquellos ojos que me inspiraban tanto amor.

Ocupéme entonces en detallar todas las gracias que me quedaban aun que ecsaminar, y en volver a
contemplar las que había ya recorrido. Aunque Zeinís dormía con bastante sosiego, se volvió algunas
yor.es, de modo que, separando su túnica cada movimiento que hacía, ofrecía nuevo campo a mis ávidas
miradas. Tantas perfecciones acabaron de ajitar a mi alma. Ago- viada por el número y la violencia de sus
deseos, todas sus facultades permanecieron durante algún tiempo suspendidas. En vano quise formar una
sola idea; conocí únicamente que amaba, y sin prever ni temer las consecuencias de tan funesta pasión, me
abandoné a ella enteramente.

¡Objeto delicioso ! esclamé por fin. No, tu no puedes ser una mortal. Tantos atractivos no pueden per-
tener a ningún ser humano. Hasta entre los seres aéreos no hay ninguno a quien no eclipses. ¡ Ah! dígnate
admitir los homenajes de una alma que te adora; guárdate de anteponerla ningún vil mortal. ¡ Zeinís! I
divma Zeinís ! No, no hay quien te merezca; no, Zeinís, porque no ecsiste quien pueda pareeérsete.

Mientras que me ocupaba de Zeinís con tanto ardor, hizo ella un movimiento y se volvió. La posicion
en que acababa de colocarse me era favorable, y ape- sar de mi ajitacion procuré aprovecharme de ella.
Zeinís estaba echada sobre uno de sus costados, su cabe/a descansaba en un almohadon. del sofá, y su boca
casi le tocaba. Yo, a pesar del rigor de Brama, podia conceder alguna cosa a la violencia de mis deseos; mi
alma fue a colocarse en el almohadon, tan cerca de los labios de Zeinís, que logró por fm aplicarse
enteramente a ellos...;

Ecsisten sin duda para el alma ciertas delicias, que


la palabra placer no puede espresar, y que ni aun la de deleite es capaz de pintar. Aquella dulce é
impetuosa embriaguez en que se sumerjió mi alma y que ocupó tan deliciosamente todas sus facultades,
aquella embriaguez es imposible describirla.

Embarazada tal vez nuestra alma con los órganos a quienes anima, obligada a graduar sus transportes
en proporcion a su flaqueza, no puede cuando se encuentra aprisionada en un cuerpo, abandonarse a ellos
con tanta fuerza, como cuando se halla libre enteramente. Hasta'la sentimos algunas veces en un vivo
placer, queriendo forzar las barreras que la opone el cuerpo, esparcirse por toda su prisión, comunicarla la
ajitacion y el fuego que la devora, buscar vanamente una salida, y rendida por los esfuerzos que ha hecho,
caer en una languidez, que durante algún tiempo parece haberla aniquilado. Tal es, por lo menos ¡í lo que
yo creo, la causa de la flaqueza en que nos deja el esceso del deleite.

Nuestra suerte es tal, que inquieta constantemente nuestra alma aun en medio de los mayores placeres,
se vé reducida a desear todavía mas de los que disfruta. La mia, adherida a la boca de Zeinís, abismada en
su felicidad, intentó proporcionarse otra todavía mayor. Quiso, aunque en vano, deslizarse enteramente en
el cuerpo de Zeinís; contenida en su prisión por las crueles disposiciones de Brama, todos los esr fuerzos
que hizo no pudieron alcanzarla la libertad. Sus repetidos ananques, su ardor y el furor de su? degeos
acaloraron al parecer la de Zeinís. Apenas advirtió mi alma la impresión que en la suya causaba, redobló
sus esfuerzos. Vagaba con mayor viveza por los labios de Zeinís, se lanzaba con mas rapidez, se «nía a
ellos con mas ardor. El desórden que empezaba a apoderarse del alma de Zeinís, aumentó la ajita - cion y
los placeres de la mía. Zeinís suspiró, y yo también ; su boca pronunció algunas palabras mal articuladas,
un hechicero encamado coloró su rostro, y el sueño mas lisonjero vino por fin a ocupar sus sentidos. Unos
movimientos suaves
sucedieron a la calma en que había estado sumerjida. ¡Sil ¡tú me amas!, esclamó tiernamente. Algunas
espresiones interrumpidas por los mas tiernos suspiros se siguieron a ello, ¿Dudas aun. continuó, de que
eres amado? Menos libre aun que Zeinís, la escuchaba con transporte y no podia responderla. Pronto tan
enardecida u alma como la mía , se abandonó completamente al luego que la devoraba; un dulce
estremecimiento... ¡ Cielos! i cuan hermosa se puso Zeinís!

Mis placeres y los suyos se disiparon despertándose. Solo la quedó la dulce ilusión que había
embargado sus sentidosy una tierna languidez, a la cual se abandonó con una voluptuosidad, que la hacía
muy digna de los placeres de que acababa de gozar. Sus miradas, en las que reynaba el amor mismo,
estaban aun poseídas del fuego que circulaba por sus venas. Cuando pudo abrir los ojos habían perdido ya
la impresión voluptuosa que mi amor y la ajitacion de sus sentidos les habían comunicado; pero ¡cuan
divinos eran todavía! mortal debiéndose la dicha de verlos de tal modo, 110 habría espirado por el esceso
de su cariño y su alegría!

¡Zeinís! esclamaba yo con transporte ¡ amable Zei- nis! yo soy quien acaba de hacerte dichosa; a la
unión de mi abna con la tuya has debido únicamente tus placeres. ¡ Ah, ojalá puedas deberselos
eternamente y no corresponder jamás sino a mi ardor! No, Zeinís jamás encontrarás otro mas tierno ni
mas fiel. ¡Ahí si yo pudiese sustraer a mi alma al poder de Brama , ó él pudiese olvidarla, eternamente
unida a la tuya, solo por tí, podría llegar a ser para ella una dicha la ¡inmortalidad, y podría creer que
perpetuaba su ecsisten- cia. Si llego a perderte algún dia, alma idolatrada ¿como en la inmensidad de la
naturaleza y sujetado por los lazos crueles de que Brama acaso me cargará, podré llegar a encontrarte? ¡
Ah, Brama! si tu supremo poder me arrebata a Zeinís, haz, a lo menos, que por muy dolorosa que me sea
su memoria, no llegue a perderla jamás.

Mientras que mi alma hablaba a Zeinís tan tierna., mente, esa encantadora joven parecía entregarse a la
mas dulce meditación, y yo empezé a alarmarme por la tranquilidad con que había tomado aquel sueño
por el que algunos instantes hacia me felicitaba yo tanto. Zeinís. me decia a mí mismo, está sin duda
acostumbrada a los placeres que acaba de esperimentar. Por mucha impresión que hayan hecho en sus
sentidos, no han pasmado su imaginación; ella medita, pero no parece se pregunte la causa de los
movimientos que la han ajitado. Familiarizada con los mas tiernos transportes que tiene el amor, no he
hecho mas que trazarla una idea de ellos. Un mas dichoso mortal ba desarrollado ya en el corazon
do/eim's aquel jérmen de ternura que puso en él la naturaleza. Su imájen y no mi ardor es lo que la ha
enardecido; conoce el amor, ha hablado de él, parecía que en medio de su ajitacion la ocupaba el cuidado
de tranquilizar a un ¡únanle que, tal vez, está acostumbrado a manifestarla entre sus brazos sus temores y
su inquietud. I Ah Zeinís! si es cierto que amais i cuan horrible va a ser mi suerte en el estado en que me
ha puesto la cólera de Bramat

Mi alma divagaba entre todas estas ideas, cuando oí llamar ligeramente a la puerta. El encarnado de
que se cubrió el rostro de Zeinís al oir aquel imprevisto rumor aumentó mis temoresi Se repuso
prontamente del desorden en que la habían dejado los errores de su sueño y mas en estado de ser vista,
mandó que entrasen. ¡Ahí me dije a mí mismo con sumo dolor; tal vez es un rival el que vá a ofrecerse a
mi vista; sí es afortunado ¡ que suplicio! Si ha de serlo todavía, si Zeinís es tal como yo la supongo
algunas veces, y si a ella es a quien debo yo mi libertad | que desgracia taa horrorosa para mí viéndome
obligado a separarme de ella despues de los sentimientos que me ha inspirado 1

Aunque por el conocimiento que tenia de las costumbres de Agrá, debiese estar libre del temor de
abandonar a Zeinís, y aunque fuese bastante verosímil que a la edad de quince anos poco mas ó menos
que aparentaba tener, no poseería todo lo que ecsijia urania para llamarme a una nueva vida, podia
también suceder que tuviese de ella que temerlo todo, y por muy cruel que fuese para mí el ser testigo de
sus bondades para con mi rival, prefería aquel suplicio al de perderla.
A la voz de Zeinís entró en el gabinete un jóven ln' diano de una figura arrogante. Cuanto mas me
pareció digno de agradar, tanto mas escitó mi ódio que se acreció al ver el modo como Zeinís le recibía. La
aji-r tacion, el amor y el recelo, se pintaron alternativamente en su rostro, y le miró por algún tiempo antes
de hablarle. Él me pareció tan conmovido como ella; pero por su aire tímido y respetuoso, juzgué que si
era amado no era favorecido todavía. Apesar de su turbación y de su est rema da juventud; (pues no mo
pareció de mucha mas edad que Zeinís) parecía no ser aquella su primera pasión, de modo que comenzé a
esperar que no tendría en aquella aventura sino el pesar que me era mas soportable. .'., ¡ Ah Feleas! le dijo
Zeinís con emocion ¿que venís a buscar en este sitio? A vos, a quien confiaba encon-. tsar aquí, respondió
él arrojándose a sus pies; a vos, sin quien no puedo vivir; a vos, que os dignasteis ayer prometerme una
entrevista sin testigos. I Ahí no espereis, repuso ella vivamente, que os cumpla la palabra; salgamos, no
quiero permanecer mas largo tiempo en este gabinete. Zeinís, replicó él ¿os pesa que tenga yo la dicha de
estar un momento a solas con vos, y es posible que os arrepintáis tan pronto del primer favor que me
concedeis? Pero, respondió ella con embarazo, ¿no puedo por ventura hablaros en. cualquiera otra parte; y
si me amais os obstinareis todavía en pedirme una cosa que me causa tanta repugnancia?

Peleas, sin contestarla, la tomó una mano y se la besó con todo el ardor de que hubiera sido yo capaz.
Zeinís le miraba lánguidamente, suspiraba, conmovida aun por aquel sueño que la había representado a su
amante tan ecsijente y en el que había ella sido tan débil, dispuesta todavía mas al amor por las
impresiones que de él la habían quedado; cada vez que sus ojos se dirijian hacia Peleas, tomaban una
espro- sion mas tierna, y recuperaban insensiblemente un po-; co de aquella voluptuosidad qUe mi amor
los había comunicado algunos momentos antesV ¡¡1 '/."' i'" 'i*

Apesar de la poca esperiencia de Peleas, su ternura, que le hacia atender a todos los movimientos de
Zeinís, se los dejaba advertir lo bastante para no dudar de que le veía con placer. Zeinís por otra parte
sencilla y sin arte, no ocultando a Peleas sino por pudor el estado en que la ponia su presencia, creyendo
ocultarle mucho la turbación que la ajitaba, se la manifestaba todo entera. Peleas no sabia lo bastante para
triunfar de una coqueta cuya falsa virtud y aire hipócrita le hubieran asustado: pero no era sino peligroso
en estremo para Zeinís que, instigada por su amor, ignoraba, aun temiendo ceder, el modo como hubiera
podido defenderse.

Por mucho que fuese el placer que tenia en ver a Feleas a sus pies, le rogó que se levantase. Lejos da
«bedecerla estrechó él sus rodillas con una espresio» tan tierna, y con tan vivos transportes que Zeinís
suspiró. ¡Ah, Peleas ! le dijo con emocion. salgamos de aquí, 05 conjuro de ello. ¿Me temereis
eternamente? la preguntó él con ternura. ¡Ah. Zeinís, cuan poco os afecta mi amorl ¿Que es lo que podéis
temer de un amante que os adora, que, casi desde que nació, quedó sometido a vuestras gracias, y que, en
lo sucesivo, únicamente prendado de ellas,, no ha querido vivir sino para vos? ; Zeinís, añadió derramando
lágrimas, mirad el estado a que me reducís! ¡ ""

Dichas estas palabras levantó hácia ella sus (jos preñados de lágrimas; ella los contempló durante algún
tiempo enternecida, y cediendo en fin a los transportes que el amor y el dolor de Peleas la causaban: ¡ ah
cruel! le drjo con una voz ahogada por el llanto que procuraba contener ¿he merecido por ventura los red
proches que me hacéis ? ¿que pruebas puedo yo daros de mi ternura, si, despues de todas las que habéis ya
recibido, persistís todavía en dudar de ella? ¿Si me amaseis, repuso él, no os olvidaríais conmigo en está
soledad; y lejos de querer salir de ella, tendríais otro temor que no fuese el de que viniesen aquí a
interrumpirnos? ¡ Ay de mf! respondió ella cándidamente ¿quien os ha dicho que tenga yo otros?" i.;..
Peleas a estas palabras, dejando bruscamente sus rodillas, corrió a la puertay la cerró. Al volver,
encontró a Zeinís, que, adivinando lo que iba a hacer, se había levantado para impedírselo; tomóla entre
sus brazos y apesar de la resistencia que le oponía, la yelvió a sentar sobre mí y se colocó a su lado.
;.< ,e . . .»
CAPÍTULO XXI.
Conclusión.
No sé si Zeinís imajinó que cuando una puerta está cerrada es inútil defenderse, ó si temiendo
menos el ser sorprendida, se temió nías a si misma; pero apenas estuvo Peleas a su lado cuando
ruborizándose menos por lo que él hacía, que por lo que recelaba que quisiese hacer; aun antes de que
la pidiese la menor cosa, cou voz temblorosa y tono suplicante le rogó que tuviese a bien no pedirla
nada. El tono de Zei- nis era mas tierno que imponente, y por lo tanto no incomodó ni contuvo a
Peleas. Recostado junto a ella, la estrechaba cotí tanto furor; que Zeinís, empezando a conocer cuanto
debía temerle, apesar suyo, participó de sus transportes. .

Aunque muy conmovida, procuró escaparse de sus brazos; pero con tantos deseos de permanecer en
ellos, que para hacer inútiles sus esfuerzos no tuvo Peleas necesidad de hacerlos muy grandes. Miráronse
algún tiempo sin hablar, hasta que Zeinís sintiendo aumentar su ajitacion, y temiendo en fin no poder
triunfar de ella, rogó, aunque con dulzura, a Peleas que la dejase.

¿Con que no querreis hacerme feliz jamás? la preguntó él. i Ah ! respondió ella con una lijereza que no
la he perdonado todavía, demasiado lo sois, y antes de llegar lo habéis sido aun mucho mas. Cuanto mas
oscuras parecieron a Peleas estas paia-

hras tanto más necesario le pareció el saber de ella lo que significaban. Instóla largo tiempo para que se
las esplicase y por mucha repugnancia que tuviese en decir mas, la instaba tan tiernamente y la miraba con
tanta pasión que al fm acabó de turbarla. Si os lo digo , contestó con Yoz poco segura, abusareis de ellor
Él la juró que no, con unos transportes que, lejos de tranquilizarla en sus temores, no debian dejarla dudar
de que faltaría a su palabra. Demasiado conmovida para poderse formar semejante idea ó sobrado
inesperta para conocer toda la fuerza de la confidencia que iba a hacerle, despues de haberse defendido
todavía débilmente cohtra sus instancias, le confesó que un momento antes de entrar, estando dormida, se
le había representado, pero con Unos transportes que no había imajinado jamás, ¿Me hallaba por ventura
entre vuestros brazos? la preguntó él eátrechandola en los 'suyos. Si, respondió ella, mirándole con ojos
tur.i bados. i Ah! continuó él con estremada emocion, en* tonces me amabais mucho mas; que ahora. Era
imposible que os amase mas, replicó ella; pero es cierto que temía menos el decíroslo. ¿Y despues? Ia
pregun.» tó él. ¡ Ah Peleas! esclamó ella ruborizándose ¿que me preguntáis? Erais mas dichoso de lo que
yo quiero, que seáis jamás, y no por ello erais menos injusto..; Peleas al oir estas palabras, no pudiendo
contener ya su ardor, y aumentada su temeridad por la confianza que le había hecho Zeinís, levantándose
un poco é inclinándose hacia ella, hizo todo lo posible para aeercar su boca a la de su amada. Por grande
que tóese aquel atrevimiento, tal vez no'hubiera ofendido a Zeinís; pero ocupado Peleas únicamente de la
idea de su felicidad, llevó tan lejos su audacia, que ella no creyó deber perdonarle sus acciones. ¡ Ah
Feleas! es- clamó ¿son estas las promesas que me habéis hecho? ¿tan poco temeis el incomodarme?

Aunque eran muy violeotos los transportes de Feleas, Zeinís se defendió tan seriamente y le dejó Yef
tanta cólera en sus ojos, que creyó no deber obstinarse mas en una victoria que no podia conseguir sin
ofender a aquella a quien adoraba, y que por la resistencia de Zeinís hasta llegaba a ser para él en estremo
dudosa. Fuese por respeto, fuese por;:timidez se detuvo en fin, y no atreviéndose ya. a mirar é Zeinís: no,
la dijo tristemente, por muy cruel que seáis no me espondré mas a desagradaros. Si une tuvieseis mas
cariño, sin duda temeríais menos el hacer mi ventura;. :perb aun cuando nadebüya esperar, el interesaros
j no por esto os ariiaré coa menos ternura.! r.'; .>»í.f ú
Dicho esto se levantó y salió. Mortabnente ofendida de que la dejase, y no atreviéndose sin embargo a
llamarle,, había quedado Zcínfaen el sofá con la cabeza apoyada en sus manos y'llorando. Inquieta.no
obstante por la partida db su amante, se levantaba para saber que era de él, cuando conducido por su
amor, entró de nuevo en el gabinete. ..'

Ella se ruborizó al verle y se dejó caer sobre mí (¡cabalando un profundo suspiro. Peleas corrió a
arrojarse a sus pies, la tomó tiernamente la mano y no esando besarsela, la bañó con sus lágrimas. ¡ Ah!
le.: yantaos, le dijo Zeinís sin mirarle. No, Zeinís, dijo él, a vuestros pies quiero esperar mi
sentencia; una sola palabra ...... ¡ Pero lloráis! ¡Ah, Zeinís! ¿soy yo quien promueve vuestro llanto?
•1 'i ........... 1
La bárbara Zeinís en aquel momento le estrechó la mano1 y dirijiendoliácia él sus ojos, embellecidos
por las lágrimas que derramaban, suspiró sin responderle. La ajitacion que reynaba en aquellos ojos no
fue mas oscura para Feleas de lo que lo era para mí mismo. I Cielos! esclamó abrazándola con furor, ¿
seria posible que Zeinís guardase silencio todavía? ¡Pardiez! Feleas no perdió nada de lo que parecía
pedir, pues sin preguntar mas a Zeinís, fue a buscar hasta en su misma boca la declaración que al parecer
se le negaba todavía. '.',/; ...,/£..-. i,/. .-.i. riA . En aquel instante no oí ya mas que algunos suspiros
entrecortados. Feleas.se había apoderado de aquer Ha boca hechicera en laque mi alma un instante antes
que él,,.. Pero ¿porque traigo a la memoria un recuerdo tan cruel todavía para mí? Zeinís se había prer
«pitado en los brazos de su amante; el amor, y un resr tó de pudor que solo servia para hermosearla mas
( animaban sus ojos y su ro.stro: aquella primera ecsal- tacion duró largo tiempo: Feleas y Zeinís
inmóviles, respirando mutuamente sus almas, parecían agovia- dos por sus placeres.,,'. i.! ',//. ij,.i ,;.i
..i.Todo eso, dijo entonces el sultán, no te .causaba mucho placer ¿no es cierto? ¿como diablos fuiste a
¡enamorarte cuando no tenias cuerpo? era una locura inconcebible; porque hablando de buena fe ¿ que
podías sacar de semejante antojo? Bien ves que es ciso algunas veces saber raciocinar. Señor, respondió
Amanzei, solo cuando mi pasión estuvo ya bien establecida, conocí cuanto debia atormentarme, y como
sucede ordinariamente, las reflecsiones llegaron tarde. Siento sinceramente tu desgracia, dijo el sultán ;
porque me gustabas mucho en los labios de esa joven que has nombrado, ciertamente es lástima que te
hubie-> sen desalojado.. i' » ,,',

Mientras que Zeinís había resistido a Peleas me ha- bia yo lisonjeado de quenada seria capaz de
vencerla; y cuando llegué a veija mas sensible creí todavía que contenida por las preocupaciones de su
edad, no llevaría su debilidad hasta un punto que pudiese causar mi desgracia. Confesaré sin embargo
que, cuando la oí contar aquel sueño que yo había creído que no debia sino a mí, cuando supe de su
misma boca que la imáj'en de Peleas era la única que se le había presentado , y que al influjo que él tenia
sobre sus sentidos, y no a mis transportes, había ella debido sus placeres, me quedaron muy pocas
esperanzas de escapar a la desgracia que tanto temía. Menos delicado no obstante de lo que hubiera
debido serlo, me consolaba de la dicha de Peleas, por la certidumbre que tenia de participar de ella.
Apesar de lo que había dicho a Zeinís de su pasión, y de la fidelidad que la había constantemente
guardado, no me parecía posible que hubiese llegado a la edad dequinceó diez y seis años, sin haber
tenido por lo menos alguna curiosidad que le impidiese el librar a mi alma de aquella cautividad que
durante largo fiempo me había parecido tan cruel, y que prefería en aquel instante al mas glorioso destino
que una alma pudiese tener. Desesperado como estaba por 1» debilidad de Zeinís, aguardé sus
consecuencias con menos dolor, asi que me hube persuadido de que, sucediese lo que sucediese, no me
vería obligado a separarme de ella.

Aunque era horroroso para mí el tierno letargo en que estaban sumerjidos, y que parecía aumentarse
aun con cada suspiro que ecshalaban; retardaba a lo menos las temerarias tentativas de Feleas, y aunque
me probaba hasta que punto gozaban de su felicidad ¿ suplicaba ardientemente á
Brama que no permitiese que se disipase. ¡ Inútiles votos! era yo demasiado criminal para que me fuesen
sacrificadas dos almas inocentes y dignas de ser dichosas.

Feleas despues de haber languidecido algunos instantes en el seno de Zeinís, impelido por nuevos
deseos , que la debilidad de su amante había hecho mas ardientes,, la miró con unos ojos que espresaban
la deliciosa embriaguez de su corazon ..Zeinís, deslumhra.ida por las miradas de Feleas, desvió sus ojos
suspiran.A do, ¡ Como! ¿huyes mis miradas? la dijo él. ¡ Ah! di- rije mas bien hácia mí tus bellos ojos.
Ven á' leer 'eA los míos todo el ardor que me inspiras, r/'V.1 '

Entonces volvió a tomarla en sus brazos. Zeinís intentó todavía sustraerse a sus transportes; pero ora
no quisiese resistir mucho tiempo, ora engañándose a sí misma y cediendo, creyese resistir* Feleas fue
muy pronto mirado tan tiernamente como deseaba serlo.

Aunque las recientes bondades de Zeioís la hubiesen comunicado una tierna languidez poco distinta
de aquella en que la.habían sumerjido.mis transportes, y apesar de que miraba a Peleas con toda la
voluptuosidad que de ella había él deseado, pareció arrepentirse de haberse abandonado escesivamente a
su ardor, y procuró retirarse de los brazos de Peleas. ¡Ah, Zei- nís! la dijo él, en ese sueño de que me
habéis hablado, no temíais hacerme feliz. ¡ Ay de mil respondió ella, apesar del grande amor que os
profeso, sin él, sin la ujitncion que ha comunicado a mis sentidos, no hubierais obtenido tanto.

Imaginad, Señor, cual fue mi pesar cuando supe que mi rival solo a mí me debia su. felicidad. Debeis
estar satisfecho de vuestra victoria, continuó ella, y no podéis sin ofenderme quererla llevar mas allá. He
hecho mas de lo que debia para probaros mi cariño; peno... ¡Ah, Zeinís! interrumpió el impetuoso Peleas,
s¡ fuese cierto que me, amases, temerías menos el de- cirmelo ó ;$or lo; menos me. lo dirías mejor. Lejos
de no i. entregarte a mi..amor sino con timidez, te aban- donarías a todos¡ mis transportes y creerías no
hacer todavía, ¡bastante por mí. Ven, continuó lanzándose jmito % ella, con. una viveza que me hubiera
hecho morir si una alma fuese mortal, ven, completa mi ventasa : .; „- ¡i- „i-.

. ¡ Ah,, Peleas ! ¡esclanió con voz tem blorosa la tímida Zeinís ¿no piensas .en que me pierdes? ¡Ay de
mí! ¡ tu me habías jurado tanto respeto! ¡ Peleas! ¿ es as1, respeta a quien se ama?

El llanto de Zeinís, sus ruegos, sus órdenes, sus amenazas, nada contuvo a Peleas. Aunque la
túnica de gasa que había entre ella y él no dejase disfrutar sino demasiado de la vista de sus gracias,
y apesar de que sus transportes la habían vuelto a poner en el estado en que se hallaba durante el
sueño de Zeinís; menos satisfecho de las bellezas que ofrecía a su vista, que transportado por el deseo
de ver las-que le ocultaba todavía; levantó en fin aquel velo que el pudor de Zeinís defendía aun
débilmente, y precipitándose sobre los encantos que su temeridad presentaba a su vista, la colmó de
caricias tan vivas é impetuosas que no la quedó mas fuerza que para suspirar.

El pudor y el amor no obstante combatían aun en el corazon y en los ojos de Zeinís. El uno se lo
negaba todo al amante, el otro no le dejaba ya casi nada que desear. No se atrevía a mirar a Peleas y le
devolvía con estremada ternura los transportes que le inspiraba. Prohibía una cosa para permitir otra mas
esencial; quería y dejaba de querer; ocultaba una de sus gracias para dejar otra en descubierto; le
rechazaba con horror y se le acercaba con placer. La preocupación triunfaba a veces del amor, y un
instante despues le era sacrificada; pero con unas reservas y unas precauciones que, vencida como había
parecido ser, la hadan triunfar de nuevo. Zeinís se avergonzaba alternativamente de su facilidad y de sus
repugnancias; el temor de disgustar a Peleas, la emocion que la causaban sus transportes, y el cansancio
de tan largo combate, la obligaron al fin a rendirse.
Abandonada a su vez a todos los deseos que inspiraba, no soportando sino con impaciencia unos placeres
que la irritaban sin satisfacerla, buscó el deleite que la indicaban y no la daban jamás.

En aquel momento ecsacerbado por el espectáculo que se ofrecia a mi vista y empezando a temer, por
ciertas ideas de Peleas que me probaban su inesporiencia, que arrojase a mi alma de un sitio que apesar de
los pesares que sufría se complacía en habitar, quise salir por algunos instantes del sofá de Zeinís y eludir
los decretos de Brama, En vano lo intenté; aquella misma potestad que me había encerrado en aquella
clase de muebles se opuso a mis esfuerzos y me forzó a aguardar en mi desesperación la decisión de mi
destino.
Feleas ¡ó recuerdo horroroso! ¡momento cruel

cuya idea no se borrará jamás de mi alma! Feleas ébrio de amor y dueño, por las tiernas complacencias de
Zeinís, de todas las bellezas que yo adoraba, se preparó a colmar su felicidad; Zeinís se prestó
voluptuosamente a los transportes de Feleas; y si los nuevos obstáculos que se oponían aun a su dicha, la
retardaren , no por esto la disminuyeron. Los bellos ojos de Zeinís derramaron lágrimas, sus labios
quisieron pronunciar algunas quejas y en aquel instante no fue solo su ternura la que la hizo lanzar
algunos suspiros, Feleas autor de tantos males no era sin embargo aborre- eido; Zeinís de quien se
quejaba Feleas fue aun mas tiernamente amada. Por fin un grito mas penetrante que arrojó y una alegría
mas viva que vi brillar en los ojos de Peleas me anunciaron mi desventura y mi rescate, y mi alma llena de
su amor y de su pena, se fue murmurando a recibir órdenes de Brama, y a sujetarse a nuevas cadenas.

¡ Como! ¿es esto iodo? preguntó el sultán, ó fuiste sofá muy poco tiempo ó viste muy poca cosa
mientras lo eras. Contar todos los hechos de que he sido testigo durante mi permanencia en los sofás seria
querer molestar la atención de V. M. respondió Amanzei; y yo he tratado mucho menos de referiros todo
lo que he visto que de hacer mención únicamente de las cosas que podían agradaros y divertiros. Cuando
los hechos que has relatado fuesen mas brillantes que los que has suprimido, dijo la sultana, creo (puesto
que es imposible compararlos) que siempre podría reprochársete el no haber sacado en escena sino unos
pocos caracteres mientras que podías disponer de todos, y el haber voluntariamente reducido un asunto de
suyo tan estenso. He hecho mal, sin duda, Señora, respondió Amanzei, si lodos los caracteres son
agradables ú llevan el mismo sello, si he podido presentarlos todos sin incurrir en el inconveniente de
esponer a vuestros ojos hechos comunes ó muy sabidos, y sí he podido estendenne mucho en un asunto
que, por mucha variedad que hubiese dado a los caracteres, debia llegar a ser enfadoso por la inevitable y
continua repetición de su esencia.

líu efecto, dijo el sultán, creo que si se quisiese atender a todo esto, podrías muy bien tener razón ? pero
prefiero que no la tengas a tomarme el trabajo de ecsaminarlo. ¡ Ah, abuela mia ! continuó suspiran» do,
110 era así como vos contabais.

Cap. Pag.

W VM, INTRODUCCION 1 )mtt£fc<X/.

I. F es eZ que menos encocora 9

II. Que no gustará a todo el mundo. .. 16

III. Que contiene hechos poco verosímiles.. 23

IV, Donde se verán cosas que tal vez no se han

previsto , .. 32

V, Mejor para saltado que para leído. .. 40


VI, Que no tiene mas de estraordinario que de

divertido 49

VIL En que habrá mucho que criticar.. . 59 VIH 70

IX. En que se hallará una gran cuestión que decidir.

83

X. En que entre otras cosas se hallará el medio de

matar el tiempo. ... 101

XI. Que contiene una receta contra los encan-

tamientos ....... 122

XII. Igual a corta diferencia al precedente. . 139

XIII. Fin de una aventura y principio de otra. 150

XIV. Que contiene menos hechos que discursos. 163

XV. Que no divertirá a los que se hayan fastidiado

con el precedente .................... 180

XVI. Que contiene una disertación que no será


agradable a todo el mundo, ... 193 XVII. Que

enseñará a las mujeres novicias, si las hay, a

eludir las preguntas embarazosas 207

XVIII; Lleno de alusiones muy difíciles de

aplicar........... 216

XIX, ¡Ahl¡ Tanto mejor ! ...... 227

XX. Deleites dd alma ....... 239

XXL Conclusión................. 250

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