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LO VIERON CRUZAR EL PUENTE

(Para recordar a Reinaldo Rozas Asenjo, estudiante secundario del Liceo de


Hombres de Osorno, quien fuera asesinado un día de esos malos en
septiembre de 1973)

Para su mamá y sus hermanos, con quienes compartimos, sueños y boleros

Reinaldo se quedó largo rato pensando en aquel personaje que estaba


parado mirando el barco con hambre, que no podía ni siquiera mirar a lo lejos
para no gastar las pocas fuerzas que lo sostenían. Por alguna razón ese
cuento corto nos tocó a todos, María Eugenia miraba siempre muy atenta
cada comentario y se extendía en las respuestas que ella pedía en sus
controles, sin duda porque el personaje era tan sencillo y real, sin duda ella
como nosotros quería que aquello no sucediera, por eso hubieron personas
que apostaron muchas cosas, y así no más sucedió.

Le habían dado a Reinaldo Rozas la última oportunidad para que hiciera


aquel control de lectura. Cuando cerró el libro y que ya había leído dos
veces, “el vaso de leche” pensó que estaba bien. Miró por la ventana y el sol
ya se había arrancado, discretas algunas nubes negras se apoderaban de
aquellos espacios, hasta las estrellas más pequeñas trataban en vano de
sacudirse de aquella hora en esos tiempos, y en esas alturas.

Buscó una hoja blanca y comenzó a escribir una carta, que sin duda por esos
quejidos de los tiempos, por las horas que en determinados momentos
quieren salir de sus condenas para salvar a las horas que están por venir,
estarían siendo testigo de todo aquello

Querida Loly.

No sabes cuanto me alegra saber que me dices que si. Ahora vuelvo al
recuerdo de aquellos días en que te ví pasar por mi lado sin tener la valentía
para levantar una mano y saludarte. Me alegro de quien soy en este hora,
decirte que me gustas es poco, posiblemente mañana podré sentir la forma
de tu mano y jugar con tus dedos, y delicados y finos.

Reirme no puedo, si me has dicho muy sería que entre la cabellera de la


estatua que está frente al Liceo encontraré una carta marcada, en fin, haré lo
que me dices, estaré a las 11.30 frente al correo.

Te envío mi primer beso entre estas letras

Reinaldo

Colocó aquella hoja de cuaderno en el interior de un sobre, y escribió


simplemente Loly. Dejó abierta la ventana de su dormitorio antes de entrar a
los sueños, sin duda debe haberse
dormido sonriendo.

La casa estaba en silencio aquella mañana. Lentamente iban saliendo las


aves del gallinero de aquel día malo, que él no había conocido aún, y
mientras se arreglaba la corbata azul de uniforme del liceo, bebía dos sorbos
del café que le había dejado la señora Juana en el termo sobre la mesa de la
cocina. Pasó a mirarse en el espejo del pasillo y después cerró la puerta a
sus espaldas. Bajó por calle Concepción rumbo hacia el puente. Puede ser
sin duda la casualidad que en ese instante se hubiera encontrado con aquel
maestro de sus primeras letras, Luís Aguila, se sonrió al verle, era el mismo
profesor de sus años primeros en la escuela N° 8, con su abrigo verde que lo
acompañaba ya hacía bastantes inviernos. Los dos se cruzaron algunas
palabras, se juntaron las miradas como sin saberlo, los dos estaban jugando
en el filo de aquella mañana sin haber sido los elegidos.

Fue extraño lo que pasó, era una cosa como si un soplido vestido con un
humo delgado intentara arroparlo. Reinaldo sonreía eso hizo que todo pasara
al olvido en ese instante, así me lo contaría años después el buen profesor
Luís Aguila. Los dos caminaron juntos por varias cuadras y se fueron
hablando de aquel día, de aquellos tiempos, y de aquellas horas, quedé tan
asombrado de él me comentó, el convencimiento en sus ideas, de lo concreto
en su forma de pensar, no habían pasado tantos años en que Reinaldo corría
detrás de una pelota de plástico en los patios de la escuela mientras yo los
miraba. Sin duda eso me ayudó también a mi, con eso logré vivir tantos y
tantos años en tierras lejanas, tratando de aprenderme otros rostros y de
memorizar otras canciones, sin olvidar las que ya conocía, en esos años de
exilio cada día veía cruzar a Reinaldo el puente Rahue con sus pasos
rápidos.

Cuando estaba cruzando aquel puente, me pareció extraño lo tranquilas que


estaban las aguas que normalmente corrían rápidas, estaba haciendo el
recorrido de aquel día, de aquel día malo y podrido.

Lo que pasó después no tiene nombre. Por la radio se enteraron todos de lo


que sucedía allá en Santiago, en Osorno comenzó a llover despacio, era una
mañana que a pesar de ser septiembre era como si aquel día se hubiera
negado a correr las cortinas que tiene la luz del sol. Cuando Reinaldo estaba
entrando al Liceo algo le dijeron al oído, él movió la cabeza serio y cruzó el
patio, sintió miradas en sus espalda, apretó los dientes y se acordó del
control de castellano, María Eugenia entendería sin duda este nuevo atraso
de Reinaldo

Reinaldo cerró sus puños, la determinación estaba ya tomada, haría lo que


siempre dijo en cada asamblea, en cada reunión, lo que le comentó alguna
vez a la su madre mientras ella preparaba la comida de la noche. La señora
Juana veía en los ojos de su hijo una generosidad que nació sin fondo, allí
tenía ella también sus sueños, y los millones de palabras que había escrito
su esposo, un maestro primario, Don Lucho, Reinaldo había colocado las
cosas en su lugar.
Aquella mañana en el Liceo de Hombres de Osorno nadie levantó la voz, se
habló entre susurros, así se iban dando los nombres, las calles, los lugares
y los números, ese ejercicio que habían hecho años antes Robles, Alamos y
Pino, llegaba la hora de los siguientes y Reinaldo se lo aprendió, será en
Rahue Alto.

Las horas que siguieron fueron confusas, cada minuto traía una verdad y
una mentira, cada rostro tenía sus limitaciones y sus pasiones, cada uno
sabía hasta donde podía estar, pero con los que estaban con las horas en la
palma de las manos, esos eran los de más largo aliento

Esa mañana no sonó la campana del Liceo, nadie quería que hablara, podía
ser para estar o irse. Son esos momentos en que las miradas comienzan a
jugar un rol determinante, son los ojos los que de forma desesperada buscan
y buscan en libros de todos los tiempos explicaciones, respuestas porque sin
duda al día siguiente ya será demasiado tarde para tratar de terminar lo que
aquella mañana si era pedido de manera urgente.

Reinaldo se acordó, sabía que llevaba aquella carta que necesitaba que
fuera leída, era también aquello una cosa extremadamente importante en su
vida, Reinaldo caminaba en sus dieciocho años….y Loly también.

Hay que de defenderse le dijo una voz al pasar, Reinaldo lo miró y movió la
cabeza de manera afirmativa, cruzo nuevamente el patio del Liceo, vio detrás
de los cristales de la sala de profesores, el rostro serio de María Eugenia.
Años después por esas casualidades en el libro de clases del Cuarto C, ella
había escrito “Reinaldo se tomó en serio ese cuento y el destino de aquellos,
y de todos los hombres”

Cuando iba bajando hacia las poblaciones que quedaban en lo alto de la


ciudad, dobló por calle Por la razón o la Fuerza y pasó frente a la que había
sido su escuela primaria. No dudó un instante avanzó rápido hacia la entrada
y mientras buscaba la carta de Loly en sus libro de cuentos buscaba entre
todos los rostros de de don Luís Aguila. Se extraño cuando lo vió acercarse
entre serio y sonriendo, le dijo dos palabras al oído y le pasó aquel sobre que
sin duda en ese tiempo, en esas horas eran todo. Después todo quedó en
manos de las horas. Algunas se vistieron de carroña y buscaron sus
guadañas. Una de esas se fijó en Reinaldo y no se apartó de él, lo buscó en
el instante más inocente, el más ingenuo, en el momento más bueno sin
duda.

Conociendolo, sin duda debe haber sonreído mientras derribaban la puerta


de aquella casa que lentamente se iba llenando de olor a pólvora y una a una
esas vidas se despedían entre ellas. Su cuerpo joven y bello, inconcluso y
violentamente fértil se tensó para escupir la felonía aquella vuelta a la
prehistoria del hombre.

Cuando lo encontraron, estaba tendido en una mesa de la morgue del


hospital de Osorno. Don Lucho lo vistió, le colocó entre sus ropas el libro que
Reinaldo más quería, un libro de cuentos cortos y después dejó que el llanto
de vistiera de hombre, de maestro rural.

Alguien llegó con la noticia al liceo, en el patio de boca en boca se


comentaba que Reinaldo y unos cuantos duendes, la muerte y su hora se los
había llevado. María Eugenia seguía detrás de los cristales frente a la sala de
profesores y de tarde en tarde en tarde me contó que lo ve, riéndose,
rodeado de personajes que son iguales a los del “vaso de leche”.

En su entierro estaban todos, muchos abandonaros las cárceles para ir a


despedirle, para decirle que nada de lo que él había creído y apostado sería
olvidado. Con los años los mismos ya más viejos seguimos pensando que
aquello era tan justo, y tan plenamente vigente.

Luís Aguila volvió de su exilio, así supimos que la Loly recibió ese beso que
iba en aquella carta. Tenía razón cuando nos contó que a Reinaldo lo había
visto rápido cruzar el puente.

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