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Hasta aquí viene todo el mundo. Niños y mayores, hombres y mujeres. Gentes del
lugar y turistas extranjeros, los de siempre, los nuevos y los que aún estén por venir,
conocidos, desconocidos, ella y él... Pongamos que eran las 17:02.
En la Costa del Granito Rosa el tiempo pasa como siempre muy lento. El viento
frenado por los bloques avanza sigiloso y una chica que no llego a distinguir
permanece quieta, sentada cara al mar leyendo un libro que no llega a entretenerle
más que el vuelo de las gaviotas sobre las aguas del Atlántico. Un perro salta y
juega en la arena blanca mientras su dueño recoge piedras que tira para que su
mascota las encuentre.
En la Costa del Granito Rosa dos desconocidos retornaron al silencio y esta vez ya
a la misma altura de estatura y emoción se miraron frente a frente mientras sentían
nerviosos que el espacio que les separaba entre sus rostros iba en disminución
lentamente pero sin vacilar. Al término del recorrido se encontraron sus labios y la
piel con la piel hizo contacto al principio fugaz y temeroso pero pronto convertido en
voraz y eterno. Así estuvieron otros dos minutos...
En la Costa del Granito Rosa una pareja lloraba mientras nadie más les hacía caso.
Ella negaba con la cabeza y él le agarraba por la barbilla y se miraban, con ojos
vidriosos y sinceros, pero doloridos. Se abrazaron fuerte, muy fuerte. Lloraron más y
se dijeron cosas al oído. Perdones y disculpas, lo siento y jamases desfilando por
las bocas de quienes tiempo atrás se besaron y ahora solo se pueden despedir.
Arrepentimientos y dolor pero sinceridad y crudeza era lo que les cubría. Abrazados
una vez más se mantuvo el silencio por dos minutos más...
En las Costa del Granito Rosa ahora son exactamente las 17:11 y niños y mayores,
hombres y mujeres pasean con gente del lugar, extranjeros de turismo, los de
siempre, los nuevos, los que aún estén por venir, ella, el y su historia...