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Leyenda personal, por Paulo Coelho

Permanecer abiertos al amor


A veces destruye a la persona que decide entregarse por completo

Existen momentos en los que desearíamos ayudar a alguien a quien queremos, pero no podemos hacer
nada. Bien sea que las circunstancias no permiten que nos aproximemos, bien que la persona está cerrada a
cualquier gesto de solidaridad y apoyo. Entonces, sólo nos queda el amor. En los momentos en que todo es
inútil, todavía podemos amar, sin esperar recompensas, cambios, agradecimientos.

Si somos capaces de actuar de esta forma, la energía del amor comienza a transformar el universo que
nos rodea. Cuando aparece esta energía, siempre consigue realizar su trabajo. «El tiempo no transforma al
hombre. El poder de la voluntad no transforma al hombre. Lo transforma el amor», dice Henry Drummond.

Leí en un periódico acerca de un niño, en Brasilia, que había sido brutalmente golpeado por sus padres.
Como consecuencia, perdió la capacidad de moverse y hablar. Internado en el Hospital de Base, estuvo al
cuidado de una enfermera que a diario le decía: «Te quiero». Pese a que los médicos le aseguraban que no
podía oírla y que sus esfuerzos eran inútiles, la enfermera seguía diciendo: «Te quiero, no lo olvides».

Tres semanas más tarde, el niño había recuperado la movilidad. Cuatro semanas más tarde, volvía a hablar
y sonreír. La enfermera no concedió entrevistas, y el periódico no publicó su nombre. Pero he aquí lo que ha
quedado para la posteridad: el amor cura.

El amor transforma, cura. Pero, a veces, prepara trampas mortales y acaba destruyendo a la persona que
decide entregarse por completo. ¿En qué consiste este complejo sentimiento que, en el fondo, constituye la
única razón para seguir viviendo, luchando, intentando mejorar?

Sería una imprudencia intentar definirlo, porque, como todo el resto de los seres humanos, yo sólo
consigo sentirlo. Se han escrito miles de libros, se han representado obras teatrales, se han producido
películas, se han compuesto poemas, se han tallado esculturas en madera o mármol, y aun así, lo único que
el artista puede comunicar es la idea de un sentimiento, no el sentimiento en sí.

Pero yo he aprendido que este sentimiento está presente en las pequeñas cosas, y que se manifiesta en
la actitud más insignificante que adoptamos. Por eso hay que tener presente el amor tanto cuando actuamos
como cuando dejamos de actuar. Coger el teléfono y decir la palabra de cariño que dejamos para otro día.
Abrir la puerta y dejar entrar a quien necesita nuestra ayuda. Aceptar un empleo. Abandonar un empleo.
Tomar la decisión que dejábamos para más adelante. Pedir perdón por un error que cometimos y que no nos
deja tranquilos. Exigir un derecho que tenemos. Abrir una cuenta en la floristería, que es más importante que
el quiosco. Poner la música bien alta cuando la persona amada está lejos, bajar el volumen cuando está
cerca. Saber decir ‘sí’ y ‘no’, porque el amor lidia con todas las energías del hombre. Descubrir un deporte
que se pueda practicar en pareja. No seguir ninguna receta, ni siquiera las de este párrafo, porque el amor
necesita de la creatividad.

Y cuando nada de eso es posible, cuando sólo queda la soledad, recordar entonces una historia que un
lector me envió una vez:

Una rosa soñaba día y noche con la compañía de las abejas, pero ninguna iba a posarse en sus pétalos. La
flor, sin embargo, seguía soñando: durante sus largas noches, imaginaba un cielo donde volaban muchas
abejas que se acercaban cariñosamente a besarla. Así aguantaba hasta el día siguiente, cuando volvía a
abrirse con la luz del sol. Una noche, la luna, sabiendo de su soledad, le preguntó a la rosa:
–¿No estás cansada de esperar?
–Tal vez. Pero hay que seguir luchando.
–¿Por qué?
–Porque si no me abro, me marchito.
En los momentos en que la soledad parece aplastar toda la belleza, la única forma de resistir es continuar
abiertos.

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