Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
ciudad-espejo
natalia gutiérrez
NACIONAL
FAC U LTA D D E A RT E S
© Natalia Gutiérrez
© Universidad Nacional de Colombia
NACIONAL © Facultad de Artes
Primera edición, marzo de 2009
Impreso y hecho en Colombia
FAC U LTA D D E A RT E S ISBN: 978-958-719-182-0
Rector Cubierta
Moises Wasserman Tangrama. Fotografía basada en el Atlas Histórico
de Bogotá. Cuellar, Mejía. Planeta 2007.
Vicerrector sede Bogotá
Fernando Montenegro Diseño editorial
Marcela Godoy
Decano de la Facultad de Artes
Jaime Franky Edición digital de fotografías,
diseño y diagramación
Director del Instituto de Investigaciones Estéticas
Alejandro Medina
Francisco Montaña
Corrección de estilo
Director del Instituto Taller de Creación
Javier Correa
Gustavo Zalamea
Impresión
Director del Centro de Divulgación y Medios
Kimpres Ltda.
Alfonso Espinosa
ISBN : 978-958-719-182-0
Bibliografía 249
1 “Na d a e s t á f l o t a n d o . . . ” 1
Año 2004: Salón Nacional de Artistas número 39. Este salón se convirtió en
un dique que permitió mostrar el interés de muchos artistas colombianos
por la ciudad. Artistas que caminaban por las calles con una cámara de
fotografía o de video.
Parece increíble, pero la pregunta de las personas a mi alrededor,
incluso profesores de arte, era: ¿Por qué en este salón sólo hay fotografías?
La pregunta no se formulaba en ese momento, ni creo que se formula
hoy, de manera inocente; por el contrario, es una crítica que culpa a un
sinnúmero de circunstancias, entre ellas a la universidad, porque, al pa-
recer, en esa institución no se enseña a pintar y los profesores decidieron
sustituir “el oficio” por el facilismo de hacer “clic”.
Todas estas conversaciones estimulaban en mí el interés por
indagar sobre esa tendencia manifiesta de los artistas sobre la ciudad.
Pero el comentario definitivo que me motivó a empezar este trabajo fue
uno, francamente despectivo, de un amigo que incluso ha sido profesor
de Teoría e Historia del Arte en Bogotá, quien comentaba que “ese arte
urbano”. Hablaba en “un tonito sociológico” como si hubiera contraído
una enfermedad peor que la peste negra. Y además, ese desprecio por
un arte que muestra la ciudad en fotografías, aparentemente “objetivas”,
ocultaba la urgencia de un predicador que buscaba en el arte una tras-
cendencia mística. Y no es que el arte no deba tenerla; cada espectador
busca en el arte lo que le falta. Lo que me interesa precisar es que, para
encontrarle un sentido al arte contemporáneo es decir, para que ilumine
nuestra propia experiencia, es necesario tal vez remover la idealización
y mirarlo desde otro lugar; procurar plantearse, frente a las obras, otras
preguntas: ¿cómo ven estos artistas a las ciudades colombianas? ¿Cuá-
les aspectos de la ciudad revelan estas obras que no conocíamos? ¿Qué
métodos se inventan los artistas para vivir y registrar la ciudad?
En realidad, al enfrentarnos al arte contemporáneo y rechazar-
lo de plano y eso ya ha sucedido varias veces en Colombia, estamos
expresando un patrón de conocimiento muy bien definido por George
Steiner: lo que nos rige son las imágenes del pasado que están a menudo
en alto grado estructuradas, y son muy selectivas, como los mitos. Es
por eso que pensamos siempre en un célebre verano que quedó atrás.
Medimos el presente como frío, teniendo en cuenta nuestros recuerdos
1
Pablo Adarme. Entrevista. Para leer las entrevistas citadas, remitirse al capítulo 17.
ciudad espejo 9
o la interpretación selectiva siempre maravillosa, de una época que, si la
miramos con atención, también tuvo no sólo sus fríos, sino sus hielos.
Tejiendo estas y otras ideas, Steiner se propone en El castillo de
Barba Azul, mirar la crisis de la Europa del siglo XIX que se escondía
detrás de los jardines de Renoir y de Monet. Es bueno recordar también
que hasta bien entrado este siglo XIX, los cuentos infantiles, generalmente
terroríficos, se modificaron para que terminaran en final feliz, tal vez
porque la realidad era tan cruda que sólo era posible aceptarla idealizada.
Desde esa época, entonces, el pasado siempre es un paraíso perdido.
Para decirlo de otra manera, la memoria embellece las experien-
cias del pasado; según los psicoanalistas, cuando nos contamos la his-
toria de nuestra vida, siempre es aquella que nos resulta más tolerable;
por su parte, la historia oficial idealiza los conflictos y todo eso impide
entender lo que sucede en el presente. Me parece que en la obra de al-
gunos artistas contemporáneos que miran a Bogotá, la idealización se
erosiona un poco.
Con esa primera motivación, me propuse recopilar algunas
obras de artistas que se interesan por la ciudad y específicamente por
Bogotá. Artistas que usan la cámara de fotografía y de video, y que
la usan como un sentido de hacer conciencia. Me explico: no me voy
referir a todos los fotógrafos y video artistas que participaron en ese
39 Salón, porque no todos me interesan. Por ejemplo no me interesan
aquellos que usan la cámara como reporteros gráficos, porque ponen
frente al espectador una realidad cruda –y tal vez es necesario–, pero
sin desdoblarla; sin ningún giro que estimule el análisis o el comentario.
Es curioso pero la realidad cruda es invisible. Me parece que el campo
del arte es establecer vínculos o ir minando la idealización y el miedo
a enfrentar nuestra propia historia, con ironía y puntos de vista que
logren entrar en el campo visual del espectador y también que permitan
hacer otras preguntas.
Precisamente, para Joan Fontcuberta, una de las características de
la fotografía ha sido dejarse tiranizar por el poder de un objeto que esta
ahí inmóvil y aunque sea violento resulta glamoroso porque se ofrece
como todo un emperador frente a la cámara. Me parece que el reportero
gráfico, a veces, y digo a veces, queda sepultado e inmóvil frente al poder
del objeto; es como si con éste el artista apelara al nivel emocional del
espectador y curiosamente el contexto donde ese objeto esté inmerso,
se hace invisible.
Tampoco voy a referirme al uso hoy tan común, de la cámara como
instrumento para mirar la realidad desde afuera: me refiero a aquellos
artistas que usan la cámara para hacer un inventario del amoblamiento
10 n a d a e s t á f l o ta n d o
urbano en nombre de una supuesta etnografía o arqueología. Estos
métodos de investigación utilizados por las ciencias sociales, nunca
fueron considerados sólo para rescatar fragmentos. Se trata, siempre, de
reconstruir con ellos el sentido que tienen estos indicios en la sociedad
que los creó.
A propósito, nunca he podido olvidar –y tal vez lo que vi guía
mi visión–, una mesa de madera, larga, llena de fragmentos de cerámica,
numerados y dispersos por ahí. Era la mesa del laboratorio de arqueo-
logía, que quedaba justo a la izquierda de la entrada del Departamento
de Antropología de la Universidad de los Andes, en los años 70. Estos
pedazos permanecían ahí, sin sentido, durante meses hasta que un día
comenzaba a aparecer la base y después el cuerpo de urna de la cultura
de Tierradentro. Me daba cuenta, sólo hasta ese momento, que la inmovi-
lidad de los fragmentos era aparente y que, en efecto, se habían movido
a lo largo de la mesa, imperceptiblemente, por lo menos para mí, hasta
encajar y dar forma también a los vacíos.
Tampoco voy a tomar en cuenta las obras que tratan supuesta-
mente lo urbano, con una cámara estratégicamente situada para captar el
gamín o el consumidor de drogas, pero que al final la cámara y la edición
espectacular resulta ser la protagonista. Algunas obras convierten a la
ciudad y su pobreza en un espectáculo de luz y sonido, y entonces el
otro, el espacio o a la idea –lo que sea–, se pierden en los efectos visuales
y sonoros, y el espectador queda asombrado con el dispositivo, flotando
solo en busca de cualquier indicio de sentido.
Me propongo entonces aprender de los artistas que recorren la
ciudad y, específicamente, la ciudad de Bogotá y que la entienden como
un objeto construido de personas, casas y calles, sí, pero sobre todo como
una serie relaciones y de fuerzas que le dan forma y que también son
fotografiables. Esa fue mi guía: artistas que lograron evadir la idea de
convertir un objeto en y logran –vamos a ver cómo–, develar algunas de
las fuerzas en las cuales el objeto está inmerso.
Arthur Danto (2002:49 y 51) en La transfiguración del lugar co-
mún, lo dijo de una manera plástica. Siempre cabe la posibilidad de
suspender un objeto y verlo desde un punto de vista privilegiado:
contemplar sus formas y colores e incluso coleccionarlo. Pero –se
pregunta Danto–, ¿tiene sentido adoptar distancia frente a ciertos
objetos? por ejemplo, ante unos disturbios en que la policía aporrea a
los manifestantes, ¿puede ser posible ver estos enfrentamientos como
una especie de coreografía? O, el aviador de un bombardero, ¿podría
mirar hacia abajo y contemplar la explosión de las bombas como si
fueran crisantemos místicos?
ciudad espejo 11
Adelantando una respuesta, hay que decir que ciertas circunstan-
cias son más importantes que el objeto; tanto, que le dan forma. Y es ahí
donde radica la clave de algunos artistas colombianos contemporáneos.
Lo que intentan es hacer “fotografiables” las fuerzas ideológicas que
tienen como escenario la ciudad.
Y sí, en algunas de estas fotografías la ciudad aparece como un
escenario aparentemente objetivo. Pero, si se mira con atención, se ve
una ciudad nerviosa, gris, con una experiencia humana densa, marginal,
erótica, transitoria, teatral; una ciudad creadora de lugares comunes,
territorios de nadie y, paradójicamente, lugares donde se cumplen al-
gunos de los deseos inconfesables y se conocen aspectos desconocidos
de la propia personalidad.
Entonces, quiero celebrar la ampliación de la percepción que
algunas de estas obras logran en el espectador. Porque la ciudad que
vemos, a pesar de su apariencia desaliñada y desteñida, prosaica, que,
como dice el diccionario, es algo falto de poesía o de elevación, nos res-
cata aunque parezca increíble, de la indiferencia.
12 n a d a e s t á f l o ta n d o
2 M ás allá de la Na t i o n a l Ge o g r a p h i c
ciudad espejo 13
porque no se trata de representar con una fotografía la miseria o las con-
tradicciones políticas. Se trata de estar atentos a sus huellas. En realidad,
algunos fotógrafos colombianos quedan inmóviles, una inmovilidad activa,
ante los indicios que la sociedad y sus vaivenes ha dejado en los objetos,
y no tienen otro camino que fotografiarlos.
Continuemos con Bourdieu. Los personajes en las obras litera-
rias y, podríamos decir, los objetos en las obras de arte, han dejado de
ser los protagonistas para convertirse en posiciones en el espacio social.
Los objetos, entonces, son indicios, pistas, que nos hablan de fuerzas,
de haces de trayectorias que ejercen su poder sobre el objeto y le dan
forma. A esas fuerzas ideológicas en el sentido amplio Bourdieu (2002)
las llama campo.
El campo también son reglas de juego. Y, bueno, es así; en algunas
fotografías aparentemente objetivas, lo que estamos viendo son las reglas
de juego en las cuales los objetos son fichas con vida propia, pero fichas
al fin, participantes de un sistema. Y cuando el interés es la ciudad, aca-
ba revelándose también parte del juego que nosotros como ciudadanos
jugamos. El juego tiene que ver con el poder y sus efectos. Y, entonces,
algunas áreas de la ciudad son coloridas y vistosas y otras de un grisáceo
desvanecimiento, como diría Steiner. Sin el interés por el espectáculo, se
convierten en lugares comunes, tan vistos que no se ven.
14 m á s a l l á d e l a n at i o n a l g e o g r a p h i c
3 Lugares comunes: ¿espejo o
autoconciencia?
ciudad espejo 15
y puede verse sin la ayuda de aquél? Estas preguntas son de una lógica
contundente, y no se alejan demasiado de los críticos desesperanzados de
la fotografía contemporánea, aparentemente tan objetiva.
Danto responde los espejos, sin embargo, tienen ciertas propie-
dades cognitivas: hay cosas que no veríamos sin su ayuda, por ejemplo,
no nos veríamos a nosotros mismos. Mirarse al espejo y reconocerse, no
es una operación tan simple: Narciso se enamoró de su propia imagen,
pero no sabía que se enamoraba de sí mismo (Danto: 31 – 32).
¿Qué se necesita entonces para mirarse en un espejo y recono-
cerse? El reconociendo depende de diferentes niveles de conciencia. El
reconocimiento se puede alcanzar estableciendo diferentes distancias
psíquicas (Danto: 33).
2
Steiner cita las palabras de Julien Sorel, el protagonista de obra de Stendhal, Rojo y negro, para de-
sarrollar la idea “del gran tedio”, como otra forma de ver el siglo XIX (Steiner: 34).
ciudad espejo 17
Carrera 14 A, calle 84.
3
La fotografía del centro de Bogotá que Consuegra presentó en el Salón Nacional, no tiene título.
ciudad espejo 19
paseos peatonales y la construcción de ciclo-vías y alamedas, son una de
las rutas ideológicas sobre las cuales está construida esa nueva ciudad.
Pero hay otras rutas que no son tan visibles. Alrededor de las estaciones
de Transmilenio, símbolo del progreso, crece la ciudad aglomerada –la que
registra Jaime Ávila, de quien hablaremos más adelante–, y a la que le dan
forma procesos económicos y sociales con otros ritmos. Simplemente no
se invierte en ciertas zonas y se transforman poco a poco en pedazos de
ciudad que dejan de seducir a la mirada, y pierden interés.
La ciudad entonces es productora de lugares comunes cuando
amplias zonas se segregan y se olvidan. Pero también cuando barrios
enteros se usan casi como muros transitorios para publicitar un consumo
inestable; pasan de moda, cambian de maquillaje. Son zonas pasivas
esperando que el dinero les dé forma.
El filósofo Georg Simmel4 tiene mucho que decir sobre la ciudad
contemporánea. Fue el primero en concebir el proceso de industrialización
como hilos abstractos que daban forma a las ciudades. Según Simmel, la
industrialización aceleró el movimiento, acortó las distancias y por eso
cambió la manera de pensar de las personas y sus relaciones.
Simmel describe la vida en las ciudades y sus cambios cuando
las prioridades son el intercambio nervioso y transitorio de objetos y de
encuentros. La esencia de la sociedad es el intercambio, de modo que
tienen más importancia para él los conceptos relacionales, que descri-
be como “formas en movimiento”, breves e infrecuentes. Tienen más
importancia que los objetos mismos; éstos pasan de moda, superados
rápidamente por otros nuevos.
Los trabajos de Simmel exploran la psicología del ciudadano:
los gestos de los rostros, el miedo al contacto, el amor, la neurastenia,
y son suyas palabras como indiferencia e indolencia para analizar la
ciudad que se describe, de este modo, como un tejido de grupos hu-
manos sometidos a todo tipo fuerzas. El embotamiento por el exceso
de información que le impide al sujeto percibir las diferencias entre las
cosas, es para él la indolencia5.
4
David Frisby (1988: 52) afirma que las ideas del filósofo alemán Georg Simmel (1859-1918) fueron
tomadas despreocupadamente por la mayoría de los analistas de la modernidad. Sin embargo, una
nueva lectura de sus libros, en los años ochenta, permite ver que este filósofo-sociólogo, anticipa la
importancia del fragmento, la psicología y el dinero, en el análisis de la sociedad moderna y, por tanto,
se convierte en un pensador clave, para analizar la sociedad contemporánea.
5
“ La esencia de la indolencia es el embotamiento frente a las diferencias de las cosas, no en el sentido
de que no sean percibidas, como sucede en el caso del imbécil, sino de modo que la significación y,
con ello, las cosas mismas, son sentidas como nulas” (Simmel, 2001: 383).
ciudad espejo 21
lugares con sabor local están tapados, prácticamente sepultados por le-
treros, gigantescos e iluminados, de bancos y corporaciones financieras.
Además son los mismos en todas las ciudades. Se pierden las particulari-
dades y solo es visible el valor del dinero. Joaquín Sabina (1992) volvió al
mismo pueblo, el verano siguiente, a buscar a “aquella” que era la reina
del único bar, y nos cuenta:
ciudad espejo 23
5 “L a m ir ada s e d e s l i z a r í a , p r i m e r o , p o r
l a mo q u e t a g r i s … ” 6
6
Perec, 1992.
7
José Tomás Giraldo no participó en el 39 Salón Nacional de Artistas. (entrevista p. 197).
ciudad espejo 25
José Tomás Giraldo. Residencia en Bogotá. Carrera 4 calle 74, “Wiedemman”. 2002.
José Tomás Giraldo. Residencia en Bogotá. Carrera 7 con calle 82. “Goethe”. 2002.
26 “la m i r a d a s e d e s l i z a r í a , p r i m e r o , p o r l a m o q u e ta g r i s … ”
José Tomás Giraldo. Residencia en Bogotá. Carrerea 7 calle 81.”Casino” 2002.
José Tomás Giraldo. Residencia en Bogotá. Calle 32 carrera 16. “ Dentistería”. 2002.
ciudad espejo 27
José Tomás Giraldo. Residencia en Bogotá.
Avenida Caracas calle 45. “Boyacá”. 2002.
28 “la m i r a d a s e d e s l i z a r í a , p r i m e r o , p o r l a m o q u e ta g r i s … ”
José Tomás Giraldo. Residencia en Bogotá.
Carrera 9 calle 71.”Cromos”. 2002.
ciudad espejo 29
6 “El poet a s a b e c o n e l c u e r p o , mi r a
des de las ma n o s , d e s d e e l p e l o ” 8
8
Cortázar, 1996: 37.
ciudad espejo 31
años; es “su forma de operar”, apropiándome de sus palabras. Pero en
este caso el grupo no substituye la reflexión plástica por los conceptos
leídos, sino que usan la teoría para ver. Así pues, el libro escrito por
Claude Levi-Strauss, El pensamiento Salvaje, en el cual el autor analiza el
concepto de bricolaje, es una base conceptual del trabajo de este grupo,
pero una base para nada acrítica, ya que el grupo continúa revisando y
enriqueciendo los conceptos con el de otros autores.
Levi-Strauss define bricolaje como un modo de pensar diferente
del pensamiento científico. Si el hombre de ciencia busca reglas abstractas,
el bricolador se guía por las particularidades de las cosas. Y la verdad es
que sobrevivir en Bogotá requiere de ingenio para solucionar problemas
inmediatos. Pero no de cualquier manera; el bricolador ejercita su capa-
cidad de observación sobre las cosas comunes y corrientes y atiende a
los pequeños detalles. Cae en la cuenta, por ejemplo, de la utilidad de las
ruedas de un juguete o del manubrio de una bicicleta; evalúa el tamaño
de cada cosa para que funcione en su nueva utilidad. El bricolador es
un estudioso del medio que lo rodea y por esto, para Levi-Strauss, el
bricolaje es la ciencia de lo concreto.
Podríamos decir también que el bricolador es un habitante de la
ciudad que vive en el presente, diferente de aquel personaje que vaga por
las calles para matar el tiempo; ese habitante moderno, con su cerebro
nervioso, estimulado por la luz eléctrica y la novedad de las vitrinas9.
Al contrario, el bricolador busca el deshecho que en la ciudad es todo
un universo. El bricolador es un recolector atento.
Los artistas de este grupo, Adarme, Mayorga y Salazar, se muestran
desencantados con la ciudad como espectáculo y a la vez maravillados con
lo que ven en ella, en lo prosaico, en los lugares comunes. Y encuentran
otras lógicas que permanecen debajo del predominio de las lógicas del
urbanismo. Encontrar estas lógicas implica otra manera de percibir:
“Nada está flotando. Hay un contexto y esto tiene que ver con la
percepción. Yo no percibo una silla flotando en la nada; la veo en
relación con el piso, con la pared y con los otros objetos; incluso
con la ventana, el edificio y la calle.
Yo percibo los objetos en relación con aquello que lo soporta; a
veces los objetos se soportan por las narraciones de las personas.
Los objetos nos conducen a esas personas que los produjeron”
(Adarme, entrevista).
9
Marshall Berman (1982) analiza al hombre moderno teniendo en cuenta los estímulos de la ciudad
del siglo XIX, con la transformación del espacio público y la novedad, en el capítulo “Baudelaire: el
modernismo en la calle” de su libro Todo lo sólido se desvanece en el aire.
32 “el p o e ta s a b e c o n e l c u e r p o , m i r a d e s d e l a s m a n o s , d e s d e e l p e l o ”
Colectivo Bricolaje. Bricolaje. Fotografías 13x18 c/u. 2003 -2004.
ciudad espejo 33
Bricolaje, según el diccionario, tiene que ver con trabajos ma-
nuales hechos por personas no profesionales10. En francés significa eso
mismo, pero es una palabra que se usa también para algunos juegos,
como el billar, donde un golpe lleva a otro golpe, donde un movimiento
incide en otro (Levi-Strauss, 1997: 35). Es probable que por esta razón
se le da el nombre de bricolador a quien trabaja con lo ya hecho, a
quien construye un “Ready Made” a lo Marcel Duchamp, pero útil.
Precisamente, por el uso de estos objetos para sobrevivir, es que Levi-
Strauss lo diferencia del collage: el collage, dice, es un bricolaje con
fines contemplativos11.
Hemos aprendido históricamente que el arte debe establecer una
distancia con los objetos comunes, limpiándolos o embelleciéndolos. Por
el contrario, este grupo encuentra la belleza en las estrategias que tienen
los habitantes urbanos para sobrevivir.
Las fotografías del grupo bricolaje son de pequeño formato,
porque no quieren darle importancia a un solo objeto para convertirlo
en heroico y glamoroso, como si fuera el registro de una escultura
monumental. Y las pegan diseminados por toda la pared, como estos
vendedores ambulantes y sus carritos que están por todas partes en
la ciudad aunque no nos percatemos de ellos. El modo como instalan
sus fotografías insiste en una red insistente. En este grupo, el pensar
y el hacer están muy cerca. Si la idea es registrar las estrategias de
los habitantes que sobreviven del trabajo “informal” en la calle, es
innecesario mostrar los resultados mediados a través de una comple-
ja intervención técnica. El montaje está cerca de las estrategias que
registran; se llaman a sí mismos Grupo bricolaje, caminan con los
bricoladores, al lado de sus prácticas.
La contraposición que establece Levi-Strauss entre el pensamiento
del técnico y el del bricolador, ayuda a aclarar también el uso mesurado
que hacen estos artistas de la puesta en escena. Así, el técnico interroga
al universo y necesita unas herramientas ilimitadas. Las reglas del juego
del bricolador, por el contrario, es arreglársela con lo que tengan. Reco-
gen elementos a ver si algún día sirven para algo y los ensamblan para
crear otros nuevos en su propia casa, como nos recuerda la definición
del diccionario.
10
Bricolaje: (del francés bricolage) Actividad que consiste en realizar trabajos manuales de decoración,
reparación, etc., en la propia casa, por parte de personas no profesionales (Moliner, 1998).
“La boga intermitente de los collages nacida en el momento en que el artesanado expiraba, podría
11
no ser por su parte mas que una transposición del bricolaje al terreno de los fines contemplativos”
(Levi-Strauss, Op.Cit.: 55).
34 “el p o e ta s a b e c o n e l c u e r p o , m i r a d e s d e l a s m a n o s , d e s d e e l p e l o ”
Colectivo Bricolaje. Bricolaje. Fotografías 13x18 c/u. 2003 -2004.
ciudad espejo 35
El bricolaje es una estrategia también ideológica. El técnico opera
por medio de conceptos, el bricolador opera por medio de signos. El
signo le pertenece a alguien y el bricolador no quiere borrarlo; los ob-
jetos conservan marcas y colores distintivos porque en el fondo quien
ensambla colecciona mensajes.
El bricolador representa el objeto en sus dimensiones sensibles:
a escala humana. Y por eso los objetos construidos con el bricolaje
estimulan en el espectador operaciones parecidas. En virtud de la
contemplación, el espectador se convierte, sin que lo sepa, en coau-
tor. Frente a él se encuentran objetos que él mismo podría hacer si no
fuera un engranaje en la red paralizante del consumo y si confiara de
nuevo en sus manos para construir pequeñas y eficientes cosas. El acto
fotográfico de este grupo es acercarse a los objetos, sin que pierdan sus
dimensiones humanas.
Todas estas observaciones del grupo bricolaje son posibles por un
hecho importante: su puesto de observación es la calle, que les permite
mirar las pequeñas cosas y relacionarse con ellas, como unos Autonautas
de la cosmopista de nueva generación. Es bueno recordar aquí un ejercicio
que Julio Cortázar consideró cercano al sen y que deja al descubierto
una de las actitudes claves en el arte. Se trata de rescatar la decisión de
manejar el tiempo, consciente de que se vive inmerso en el tiempos de
las obligaciones del trabajo y del reloj –recordando a Simmel–, pero que
se puede estar fuera de él, darse vacaciones de ese tiempo impositivo por
instantes y así aprender a observar los pequeños eventos que suceden
en medio del caos de la vida contemporánea.
Pues bien: en el verano de 1982, Julio Cortázar (2004: 149, 59,100)
y Carol Dunlop decidieron escaparse de la rutina de sus trabajos para
imponerse ellos una, y viajar por la autopista del sur desde París
hasta Marsella. Planearon detenerse en cada uno de los “parkings”
que encontraron en el camino. Hicieron un viaje con anotaciones en
un diario de ruta que incluye el menú del desayuno, el almuerzo y
la comida, “castillo fortificado a la izquierda”, el estado del tiempo y
observaciones científicas:
36 “el p o e ta s a b e c o n e l c u e r p o , m i r a d e s d e l a s m a n o s , d e s d e e l p e l o ”
Observamos una cantidad anormal de urracas que dan la impre-
sión de querer disfrazarse de cebras.
“15.30h. Hora en que todos los autos se detienen para que los
perros hagan pipí”.
“Observaciones científicas: en el segundo paradero habíamos
observado una babosa de color terracota, que metía la cabeza en
una botella de cerveza vacía tirada en el suelo”.
ciudad espejo 37
7 “Cans a m ás el v i a j e q u e e l e m p l e o ” 12
De nuevo Julio Cortázar resumió en una frase el rumbo definitivo que iba
a tomar la ciudad contemporánea. Una ciudad donde las historias se viven
en la calle y en el bus. Y Milena Bonilla (Bogotá, 1975) entra en el flujo de
la ciudad y se deja llevar por sus recorridos. Tal vez porque la ciudad se
ha vuelto más de puntos de cruce que de puntos de llegada. Una ciudad
líquida, dice el antropólogo Manuel Delgado (1999), una red de ríos de
tránsito interrumpidos por las acciones intempestivas de la gente atrapada
en sus flujos y por la indiferencia.
Para Milena Bonilla, la ciudad es ante todo un plano de circulación.
12
Cortázar, 1997:132.
13
Milena Bonilla (entrevista p. 175).
14
Osman Lins, Avalovara. En: Cortázar, 1997, Epígrafe.
ciudad espejo 39
llegada y al permanecer en el
flujo, dejarse sorprender por los
eventos que por insignificantes
que sean pueden llegar a ser de-
safiantes, ese es el problema de
percepción de este trabajo.
Es posible afirmar que
una característica de los artistas
que hemos nombrado hasta
Milena Bonilla. Plano Transitorio. ahora, es “permanecer ahí” y
Mapa bordado. 2002-2004.
no fugarse en una metáfora. Y
es que uno de los recursos del
arte era “trastear” la realidad gris y obvia, a otra distinta, “mejor vista”
en palabras de “la buena educación”. Milena Bonilla se encuentra con
lo que está viviendo en el momento, la cojinería de los buses rota, y
resuelve remendarla como una acción que le permite permanecer en
el desplazamiento, “en la carretera”.
Plano Transitorio (2002-2004) está compuesto por fotografías con
el método tan conocido del “antes y después”. Antes, se ven los rotos de
los cojines de un bus, huellas que dejaron cuchillos y navajas. Después,
se ven los remiendos hechos por ella con hilos de colores, y un mapa
de Bogotá con las rutas de los buses por las que ha transitado, cosidas
también con hilos de colores. Ella comenta:
40 “el p o e ta s a b e c o n e l c u e r p o , m i r a d e s d e l a s m a n o s , d e s d e e l p e l o ”
Milena Bonilla. Plano Transitorio.
Intervención urbana/registros fotográficos. 2002-2004.
ciudad espejo 41
Los procesos mentales quedan en evidencia también en obras
posteriores. En Jardín urbano (2003), Milena siembra plantas en empaques,
como las abuelas de la zona cafetera quienes siembran toda clase de matas
en tarros de avena “Quaker”. En Jardín urbano, las materas tienen una
carga económica y política: una mata de coca en una caja de Coca-cola
o una de maíz en una caja de Corn-flakes. El arte hace visible el hilo que
conecta la vida cotidiana con procesos de globalización. Hace visible el
poder de ciertas lógicas sobre otras.
Mantenerse alerta a los hilos conductores que modifican la conducta
pero que no se ven, hace que los lugares comunes tengan para esta artista una
connotación política. Su obra Lugares comunes: bocetos para jardín (2004), son
parejas de fotografías, una de nombres de ciudades o países, al lado de otra
fotografía de “maticas” urbanas, de esas que crecen en las esquinas y en los
andenes de cualquier ciudad. Esta obra parte de una experiencia profunda:
constatar que la naturaleza vuelve a renacer después de un terremoto. Se re-
fiere al terremoto de Armenia del 25 de enero de 1999, a la una de la tarde.
ciudad espejo 43
Milena Bonilla. Jardín urbano. 2003.
15
Auster, 1996: 45.
ciudad espejo 45
A propósito, para Erving Goffman (1979) uno de sociólogos
interesados en el comportamiento del urbanita en el espacio público,
resulta clave estudiar las micro-relaciones que los sujetos establecen en la
vida cotidiana. Los territorios, como él llama a los lugares de encuentro
consigo mismo del sujeto en sus recorridos, tienen límites que a veces
son fijos (por ejemplo, el paradero, la cafetería) y otras son flexibles
(miradas, ropa, gestos). Estos territorios son para Goffman territorios
de yo; son casi necesidades existenciales porque el hombre en constante
movimiento necesita defenderse en algún territorio que puede decir
“es mío”: territorios-gesto, territorios-mirada. Uno de esos territorios
es la forma de vestir, último refugio del cuerpo en el trajín de la calle y
entonces es un problema de micro-política usar cierta ropa y aprender
a leerla. El vestido revela, por ejemplo, cómo se mueven los símbolos
culturales, y, en este caso, cómo hay sujetos que necesitan exhibir el logo
de una multinacional y otros se evaden de ser “marcados” y buscan otras
imágenes en el archivo cultural disponible.
“Es muy curioso porque las “Gothic Lolitas” del Japón, por ejem-
plo, usan carteras de Vivian Westwood que valen 500 dólares. Y
ni qué decir de los zapatos y las camisas que son todas de marcas
especializadas y costosísimas, mientras que muchas de las góticas
del Chopo mexicano diseñan su propia ropa en la casa, imitando
las prendas que ven en las revistas; ¡las que usan las japonesas!...
El resultado es un Frankenstein increíble que más que hablar de
las grandes marcas, habla de lo complicado que es el deseo y
de todo lo que se está dispuesto a hacer para satisfacerlo, así el
resultado sea un híbrido monstruoso. Eso para mí es una forma
de individualidad” (Idem).
ciudad espejo 47
Precisamente, Lo uno y lo otro (2000-2004) es el título la obra de
María Isabel Rueda que consiste en una serie de fotografías de transeúntes
bogotanos con camiseta del Che. Me recuerdan esas imágenes, que según
el punto de vista, se ven de una manera o de otra. En este caso, se trata
de una imagen en la que interactúan el lenguaje privado con el lenguaje
colectivo, sin que sea posible precisar la imposición de lo uno o lo otro.
Y, además, deja inservibles ciertas palabras, como identidad, que es una
etiqueta que pretende agrupar a las personas como si compartieran los
mismos valores, para dar paso a múltiples identificaciones del sujeto,
a veces por casualidad, en el uso del lenguaje. Estos sujetos usarán la
camiseta del Che hoy, pero no es seguro que la usen mañana porque de
ninguna manera es un uniforme permanente.
María Isabel Rueda comparte “la locura” de muchos fotógrafos
por los retratos. Con una cámara de 35 milímetros –una fotógrafa en
tránsito a lo digital en ese momento–, ha retratado, entre otros, góticas,
vampiras, roqueros y transeúntes con camisetas del Che. A ellos los
detiene de su flujo y les pide que posen en los sitios de la ciudad que
resaltan su personalidad. Y un buen retrato es asunto de miradas. Las
que captan sus fotografías le dan un carácter único: las miradas de sus
modelos resultan cómplices, aburridas, sonrientes, distantes, a veces
coquetas; quién sabe qué les estará diciendo ella detrás de la cámara,
porque, como buena retratista, la cámara es un instrumento para rela-
cionarse con los demás; es un pretexto cortés. Ya nos lo habían enseñado
a todos las obras de Jaime Ávila: la cámara no es para robar una imagen
y salir corriendo. Es para establecer un diálogo.
Estas fotografías, como todo buen retrato, son un autorretrato.
No hay nada más refrescante que dejarse sorprender por los otros, y
dejar que sus actitudes definan, en secreto, los fragmentos de muchas
posibilidades de nuestra personalidad.
Lo uno y lo otro nos pone a pensar en una identidad contamina-
da, una palabra liberadora porque quiere decir que es una sustancia
permeable construida con los residuos procedentes de una actividad
humana. Contaminarse implica escuchar y aceptar. Exige contar con
acciones dispersas en el espacio y en el tiempo que se encuentran por
coincidencia y van apareciendo con ellas rutas de sentido.
48 “traes l a m i s m a c a m i s e ta q u e e l l a … e s u n a c o i n c i d e n c i a c u r i o s a ”
María Isabel Rueda. Lo uno y lo otro. Fotografías 50x70 c/u. 2004.
ciudad espejo 49
9 “El m undo e s t á e n m i c a b e z a . M i
c uer p o e s t á e n e l m u n d o ” 16
16
“En 1944 encontré un cuaderno de mis tiempos de estudiante. Lo usaba para tomar notas, para guardar
mis ideas. Hubo una cita que me impresionó especialmente: “el mundo está en mi cabeza. Mi cuerpo
está en el mundo”. Tenía diecinueve años y mi filosofía sigue siendo la misma. Mis libros se limitan
a desarrollar esa constatación” (De Cortanze, 1996: 31).
17
“Los procesos de segregación establecen distancias morales que convierten a la ciudad en un mosaico
de pequeños mundos que se tocan pero que no se compenetran. Esto hace posible que los individuos
pasen rápidamente de un medio moral a otro, y estimula el fascinante pero peligroso experimento
de vivir al mismo tiempo en varios mundos diferentes y contiguos, pero por lo demás muy alejados
entre sí” (Delgado: 98).
18
Según el diccionario: Peatón: “Con referencia al tránsito por las calles o caminos, persona que anda
(marcha a pie). Transeúnte: “Se aplica a las personas que pasan por un sitio en el momento de que se
trata… Se aplica a la persona que está en el sitio de que se trata, solamente de paso (Moliner).
ciudad espejo 51
Jaime Ávila. La vida es una pasarela. Matthew. 2002-2004. Jaime Ávila. La vida es una pasarela. Pollock. 2002-2004.
Creo que es una novela que Erving Goffman, con su interés por los com-
portamientos en el espacio público, hubiera disfrutado enormemente.
El protagonista de la novela de Auster (1996: 66), mientras camina
por las calles de Nueva York piensa en la importancia de los peinados
y las vestimentas de la gente en la calle, muchas veces extravagantes y
por momentos sorprendentes pero que inexplicablemente y después
de un tiempo pasan desapercibidos. Para el protagonista hay algo más
corporal aún, y es el modo de actuar dentro de la ropa.
Jaime Ávila. La vida es una pasarela. Picasso. 2002-2004. Jaime Ávila. La vida es una pasarela. Gauguin. 2002-2004.
ciudad espejo 53
Jaime Ávila. La vida es una pasarela. Oiticica. 2002-2004. Jaime Ávila. La vida es una pasarela. David. 2002-2004.
“Margen de error.
En 1993 llegó Fernando de Boston, estudiaba literatura, lo conocí
en la barra de un bar y nos hicimos amigos, nunca entendí por qué
gritaba de pánico cada vez que pasábamos el semáforo en verde de
la circunvalar con 84, tampoco entendí por qué después de vivir
cuatro meses juntos la vecina del cuarto piso me contaba más cosas
de lo que yo veía, tampoco entendí el día que se lo llevaron en una
ambulancia por sobredosis, ni los llantos monótonos de su refinada
madre que le hacía visita en un BMW rojo. Lo único que entendí es
que su mirada nunca tenía foco y que por eso nunca veía lo que le
hablaba, maldije haber sido su amigo, maldije a todos mis amigos
que perdí, maldigo la herencia maldita del narcotráfico, y maldigo
haber perdido a David. La última vez que lo vi fue en la zona rosa
a las dos de la madrugada, lo vi entre una caneca escarbando y mi
corazón se desplomó como si hubiera caído en coma.
Maldigo la estupidez de Paola, y sus estrafalarios atuendos de niña
ruda. Maldigo a todos mis amigos ricos que se visten con ropa engra-
sada artificialmente, deshilachada, con dobladillos desleídos como
si trataran de cumplir una resistente penitencia contra su educación
antiséptica de mundo millonario y exclusivo. Maldigo a Douglas por
venirse de Pereira y dejarse llevar por la miseria. Maldigo el bazuco
y el olor a mierda. Maldigo a Jenny y sus harapientos toques de
muñeca sucia. Maldigo el vaho de sus ropas después del aguacero.
Los maldigo porque son miles y el día que le los encuentre no les
miraré su pupila negra sin fondo y su boca sin dientes”19.
19
Este escrito parte de la obra La vida es una pasarela. Catálogo Salón Nacional de Artistas 39. Ministerio
de Cultura IDCTB. Bogotá, 2004: 131.
ciudad espejo 55
Jaime Ávila. La vida es una pasarela. Etíope. 2002-2004.
ciudad espejo 57
y con los estímulos de la ciudad. En la obra de Ávila, la calle y el sujeto
se presentan en una relación que los transforma a ambos.
Cuando se vive en la calle, la transformación del cuerpo se hace to-
davía más importante. En las fotos de Ávila los protagonistas se exponen a
los otros en performances esporádicos y la calle se vuelve una pasarela.
¿A qué me refiero con performance? A una acción literal que no
tiene un objetivo. Un gesto, el gesto humano imperceptible, dice Barthes
(1995)20, y que no lo puede captar sino la fotografía. Ocurre en ese sitio,
es una reacción al aquí y al ahora.
Definitivamente pensar es un acto moral y algunos artistas como
Ávila se preguntan por las barreras sólidas e invisibles que construimos
entre nosotros.
Otros artistas también lo hacen. Por ejemplo, el ruso Ilya Ka-
bakob, quien reflexiona acerca de la basura; y no hay que olvidar que
a los “ñeros”, que por lo menos es la sombra de la palabra compañero,
también los llamamos “desechables”.
Kabakob se pregunta si la basura es distinta de las otras cosas
del mundo o es la manifestación de una actitud de separación de algu-
nas de ellas de nosotros mismos. Acercamos, dice, las cosas con las que
queremos entrar en relación y separamos aquellas que no nos interesan;
a éstas las llamamos basura y por eso quedan fuera de nuestra vista y
de una experiencia sensorial con ellas. Kabakob establece una diferencia
entre la basura mojada, que se vuelve masa, de la seca que es un estado
intermedio de las cosas antes de pasar al olvido.
Kabakob ha trabajado los materiales a partir de la anterior re-
flexión, como basura seca, porque piensa que la basura subvierte la usual
distinción entre sobrevivencia y la muerte. Es consiente de que la basura
seca, por intermedio del arte, se impregna de respeto (Groys, 1998).
Las fotografías de los hombres que llamamos “desechables”
entran al museo y la operación, además de respeto, en el fondo es una
pregunta por el arte. Es una pregunta acerca de si el museo se puede
convertir en un espacio para ver y discutir los límites de hierro que
construimos para relacionarnos con los demás y donde sean posibles
transacciones más amplias.
20
Delgado (Ibid: 134), en Ciudad líquida ciudad interrumpida, escoge algunas teorías sobre el Performance,
que tienen un denominador común: una acción que no tiene objetivo, ni juzga, ni pretende regular o
argumentar. Es una acción que acontece. Es, a lo sumo, una reacción.
Sin pretender abarcar todas las definiciones de performance, éstas son muy pertinentes para entender
las actitudes de las fotografías de la obra la vida es una pasarela. Precisamente Ávila, a mi modo de
ver, aprende de lo que ve en la calle y lo lleva al arte.
21
Paredes, 1997: 139, 140.
22
“Contaminados”, Nuevos Nombres, Biblioteca Luis Ángel Arango, Bogotá, 1996: 11.
ciudad espejo 59
Bueno, pero ¿a dónde quiero llegar? A que el interés que pone
Rosario López en el comportamiento de la materia, sólida, amorfa o casi
invisible, como el viento –recuerdo sus Trampas de viento de 1998–, pone
en evidencia su voluntad de observación de la no-forma. En sus recorri-
dos cotidianos, esta voluntad que la hace estar pendiente de bojotes y
masas tal vez sin proponérselo, la habilita para “saltar” sobre “la presa”
sin pensarlo demasiado. “Lo cotidiano se inventa con mil maneras de
cazar furtivamente” (De Certeau, 2004: 242). A esta frase de Michel De
Certeau, quería llegar.
En noviembre de 2000, en la VII Bienal de Arte de Bogotá, en
el Museo de Arte Moderno, Rosario López presentó una serie de 11
fotografías y una escultura. La obra se llamó Esquinas Gordas y obtuvo
el premio –único– del evento. El proyecto empezó con un cambio en
su vida. El interés de una mujer joven por independizarse, la llevó a
trabajar como funcionaria del Ministerio de Cultura en una casa de la
calle once con carrera quinta en Bogotá, en pleno centro de la ciudad.
De pronto se vio a sí misma desterrada de su taller, caminando de su
casa al trabajo todos los días. Es una funcionaria, pero no se resigna a
serlo por completo; me parece genial. Y digo que no se resigna, porque
en su recorrido de su casa a la oficina, un recorrido manso como el de
cualquier funcionario, de pronto encuentra una masa, una “escultu-
ra” que estaba ahí en las esquinas, pero que no había visto. Yo, por lo
menos, no las había visto a pesar de recorrer las calles del centro de
Bogotá con cierta frecuencia. En realidad en este proyecto no se trata
de fotografiar lo marginal, sino la ciudad que funciona todos los días
ante nuestros ojos y que no vemos.
Para referirme a este trabajo me acompaña un texto que se llama
Andares de ciudad, y en él encuentro que el caminante en la ciudad usa
de manera sorpresiva y silenciosa el espacio urbano; entra en un diálo-
go con las calles y “produce” e “inventa” sin hacer demasiado ruido o
demasiadas metáforas. Ella nos cuenta en la entrevista (Capítulo 16):
60 “una a pa r i c i ó n i m p u r a q u e p u d i e r a c o n ta m i n a r l o s c o n s u a l i e n t o ”
Rosario López. Esquinas Gordas. Serie de fotografías. 2000.
ciudad espejo 61
Mi trabajo en ese momento era el de una burócrata en el Mi-
nisterio de Cultura, y como yo no tenía taller en mi casa, la
única manera de continuar vinculada con mi trabajo artístico
la encontré en la documentación fotográfica. Me inspiré en lo
más próximo en ese momento y, ya ves, descubrí esas relacio-
nes entre lo escultórico y la nueva ciudad que se abría para mí.
Siento que me apropié realmente de ese espacio y a su vez el
espacio se apoderó de mi”.
62 “una a pa r i c i ó n i m p u r a q u e p u d i e r a c o n ta m i n a r l o s c o n s u a l i e n t o ”
Rosario López. Esquinas Gordas. Serie de fotografías. 2000.
ciudad espejo 63
Francesco Careri (2002) escribe sobre la “emergencia” de un
nuevo paisaje descrito por los caminantes urbanos, errabundos, sin
objetivo; un paisaje construido de formas en movimiento, un espacio
mutante. En algunos casos esto puede ser verdad, pero a mi modo
de ver, el trabajo de las Esquinas Gordas se trata de otra cosa. “Uno
está en lo que ve”, y la fotografía entonces es un “espejo construido”
donde el fotógrafo encuadra sus referencias. Se trata de un paisaje
que se busca conciente o inconcientemente. Me acuerdo de Steiner:
“Lo que nos rige son las imágenes del pasado que están a menudo
en alto grado estructuradas, y son muy selectivas como los mitos”.
Podemos cruzar esta idea con el pensamiento de Roland Barthes y con
Michel De Certeau para mostrar que el caminante no sólo describe
un espacio cambiante; el caminante busca sus intereses, los busca y
los caza furtivamente. Para Barthes (1995) por ejemplo, la fotografía
está más cerca del teatro que de grabar con luz, como se creía en el
siglo XIX. Para él, la fotografía no tiene que ver con un objeto que
“aparece” casi de manera mágica en una superficie sensible por
acción de la luz; la fotografía es poner en escena “lo que yo quiero
mostrar”. Para De Certeau, el caminante caza lo que le interesa, y
escondido en el acto de cazar hay un deseo. Si alguien se detiene con
una cámara frente a otro, se evidencian más que espacios cambiantes,
duraciones. El recorrido de esta artista se parece más un desarraigo;
me dejo llevar y podría decir que es la búsqueda de un lugar y de un
tiempo perdidos, el tiempo y el lugar de su taller de escultura que se
encuentran de otra manera en el recorrido. Para De Certeau, andar es
no tener lugar; se trata de un proceso indefinido entre estar ausente
e ir en pos de algo propio.
Considero necesario reiterar las constantes en el pensamiento
de Rosario López, ya que se apoyan en el conocimiento de los proble-
mas escultóricos que plantea el arte contemporáneo (Krauss, 1996)
y que modifican radicalmente la manera de ver y el problema de la
forma. Encuentro significativa, por ejemplo, la idea de que la escul-
tura contemporánea suma otras dimensiones a la forma más allá del
material con la cual está hecha. Suma el contexto donde se encuentra
y entonces, en el caso de las fotografías de las Esquinas Gordas, vemos
la basura, los desechos orgánicos, los graffiti, las alcantarillas desta-
padas, los vidrios rotos, en fin, acciones de transeúntes y vecinos.
Estas fotografías suman también el cuerpo del indigente ausente que
se intuye. Pienso que Esquinas gordas se convierte en un manifiesto,
para decirle al espectador que vea lo que no ve y para situarlo en el
espacio donde vive.
64 “una a pa r i c i ó n i m p u r a q u e p u d i e r a c o n ta m i n a r l o s c o n s u a l i e n t o ”
“La fotografía en este proyecto era una forma de tomar posición
frente a “lo escultórico”. Creo en la propuesta de Rosalind Krauss
de expandir el espacio y los propios términos de la definición de
escultura. Expandir el pensamiento escultórico. Los parámetros
tradicionales en los que se basa la definición de escultura: que se
sostiene por sí misma, que está en un pedestal, que es transparen-
cia o solidez, en fin, los parámetros clásicos tienen la posibilidad
de ampliarse y redefinirse. En el conjunto de fotografías de las
Esquinas gordas pueden estar condensadas propiedades escultóri-
cas convencionales tales como el peso, el volumen, la ubicación.
Lo que sucede en el recuadro fotográfico conecta al espectador
con un lugar. Puede crear la experiencia de lugar.
Lo escultórico en esta definición ampliada puede no construirse,
no fabricarse; puede en cambio sí fotografiarse, y traducir los
gestos de una problemática escultórica. La fotografía es un pro-
blema de situación del objeto. En las fotografías uno ve al objeto
en relación con los detalles del contexto, las alcantarillas, las rejas,
lo grafitos” (Rosario López, entrevista).
ciudad espejo 65
La Corporación del barrio La Candelaria evita actuar según
sus propias reglas y no toma decisiones acerca de las construcciones
en las esquinas, porque es más fácil decidir a medias sobre la forma
y el diseño de una ciudad que enfrentar la solución de los problemas
humanos. Entonces, en la ciudad hay unos “usuarios” que “ablandan
las esquinas” para defenderse.
Los perros de Tíndalos, flacos y hambrientos, en ellos se concentra
toda la maldad del universo. Halpim Chalmers, un escritor ermitaño
que vive en Central Square en Londres, interesado en extrañas geome-
trías, reconoce en ellos a los muertos que recorren los ángulos de las
habitaciones:
66 “una a pa r i c i ó n i m p u r a q u e p u d i e r a c o n ta m i n a r l o s c o n s u a l i e n t o ”
Según esta noticia, amasar una materia para redondear las
esquinas no es tan gratuito ni inofensivo como parece. Rosario López
(entrevista) recuerda a Joseph Beuys.
ciudad espejo 67
11 “H E aqu í , p u e s , m i s c i t a c i o n e s
a l a a u d i e n c i a ” 23
Los artistas que se interesan por la ciudad no sólo muestran lo que no que-
remos ver. También muestran tensiones. Jaime Iregui (Bogotá, 1956) hizo
un “giro” en su práctica como artista. Un “giro de mirada” del cubo blanco
hacia los trabajos de la gente común y corriente que vive en la ciudad. Me
acuerdo de una de sus obras que, me parece, sintetizó sus primeros intereses.
Me refiero a la que presentó en el Planetario Distrital para El Premio Luis
Caballero en el año 2000. Se llamaba Del cielo y, según el crítico Jaime Cerón,
incorporaba rasgos formales de la cúpula y de los eventos “astronómicos”
del Planetario de Bogotá. Esta pintura mural ocupaba toda la pared blanca
con mucha fuerza, con el impulso de un intruso. Directamente sobre el
muro, dibujó líneas de fuerza y entre ellas sobresalían poliedros blancos en
madera y rectángulos y cuadrados de colores, naranjas, lilas y verdes. Era
una descripción abstracta de intensidades y tensiones.
Después de esta obra, no me parece difícil que tomara la decisión
de recorrer las calles de Bogotá y tratara de traducir en fotografía las in-
tensidades y tensiones que encontraba. La primera de estas incursiones
fue Constelaciones (2002). Esta obra consiste en una serie de fotografías “de
caminante” por diferentes calles y barrios de Bogotá: el barrio Restrepo,
la calle 53, la vía a La Calera, la Avenida Jiménez, el barrio Gaitán, las
calles cercanas a la Carrera 30 y el barrio Siete de Agosto. Iregui se detuvo
en las tácticas de exhibición de mercancía de vendedores y artesanos y
las registró en estas fotografías.
Constelación es una palabra clave para los estudiosos de Walter
Benjamin. Sin pretender agotar su definición, me parece que tiene que ver
con establecer un punto de vista a partir del cual se describen las tensiones
en un universo aparentemente en caos pero que sin embargo, se manifiesta
de una determinada manera. Un punto de vista que, para Benjamin, tiene
sentido si se compromete con desenmascarar las tensiones y fuerzas del
sistema capitalista. En este razonamiento creo que Jaime Iregui va por pa-
sos; uno muy importante es “aterrizar” el punto de vista desde “el cielo”, y
localizarse con su cámara frente a toda a una serie de personas que, desde
el subempleo, crean tácticas de exhibición para sobrevivir.
23
Zalamea, 2000: 12.
ciudad espejo 69
Jaime Iregui. Constelaciones. Barrio Siete de Agosto, Bogotá. Fotografías 25 x 32 cm. c/u. 2002.
70 “he a q u í , p u e s , m i s c i ta c i o n e s a l a a u d i e n c i a ”
De nuevo De Certeau me ayuda a ver esta obra con su insis-
tencia en la creatividad del sujeto escondido en la gran masa urbana.
En cada párrafo de La invención de lo cotidiano, este autor desarrolla la
idea de que los usuarios en general y los de la ciudad en particular, han
sido considerados por la sociología moderna como pasivos, y para él
no lo son en absoluto. El uso que el “consumidor” le da a la televisión
cuando cambia de canal, a la ciudad cuando la recorre, a la memoria
con su irrespeto por las convenciones de tiempo, a la lectura, en fin,
todos estos usos son creativos. Nos dice que cada uno de nosotros nos
ingeniamos estrategias a veces silenciosas, apelando a nuestro instinto
de cazadores, para “vivir a nuestro aire” –para decirlo de alguna mane-
ra– y la mayoría de las veces silenciosamente. Nos habla por ejemplo de
acontecimientos-trampa para reescribir las normas y así acomodarlas
a las propias necesidades.
Acontecimientos-trampa describe las tácticas de los vendedores
ambulantes de Bogotá que tienen que llamar la atención de los tran-
seúntes. Los vendedores ambulantes disponen sus productos como una
instalación (espacio, formas, colores, ritmos visuales, combinaciones)
y se apropian de un “campo” sobre la acera o los muros. En el barrio
Restrepo las “copas de los carros, robadas” parecen estrellas; las lajas de
piedra de la calera son agudas señales. Los zapatos del barrio Restrepo
son un cuadro abstracto de colores-diseño. Las bicicletas y los “metros de
manguera” son dibujos. Los asientos parecen un desfile de dignatarios.
Los aparadores de metal en la calle del barrio Gaitán, son bultos gigan-
tes, “surrealistas” esculturas. La calle 53, ¡dios!, en la calle 53 desfila el
fenómeno de gusto: Artesanía-París-Miami; simulacros, adaptaciones,
apropiaciones. Todas estas “ instalaciones” aparentan que tienen un
lugar. Aparentan, sí; los vendedores se ingenian un acontecimiento-
trampa momentáneo, que les permita exhibirse y también esconderse,
camuflarse o salir corriendo cuando llega la policía.
Me voy a devolver en el tiempo unos años, porque me parece
importante recordar que en los años noventa, Jaime Iregui hizo parte de
un grupo de artistas –el grupo GAULA (1990)–, quienes se manifestaban
“desesperados” con el cubo blanco. Lo intervinieron de muchas mane-
ras. Parecía que en vez de trabajar colgando pinturas en él, trabajaran
como “aspirando” materiales comunes que iban a parar a la superficie
bidimensional. Enchapes de fórmica, tablas recogidas en la calle, bom-
billos de neón, eran “atraídos” por el muro24. Empezó a sentirse en el
24
Me refiero a la obra de Danilo Dueñas. Al grupo GAULA pertenecieron Jaime Iregui, Carlos Salas y
Danilo Dueñas.
ciudad espejo 71
ambiente artístico una tensión entre el “cubo blanco” (los museos y las
galerías de arte), un cubo blanco limpio, vacío, cada vez más solitario, y
la calle. Me parece que estos artistas de GAULA nos hicieron sentir que
el museo era un lugar apartado de los acontecimientos de todos los días
y de los modos de hacer de los “no artistas”, es decir, de todos nosotros.
Y también nos demostraron que ese cubo blanco podía convertirse en
un laboratorio experimental.
Es interesante darse cuenta de las transformaciones de la mirada
de un artista. Un cambio de interés en la mirada abre mundos. Caminar
como todos los días por la Carrera Séptima o por la avenida Jiménez de
Bogotá y de pronto interesarse literalmente por otras “cosas”, es darse
cuenta también de que aquello del espejo es construido. “Metido” como
estaba en el cubo blanco, Jaime Iregui enfocaba eventos abstractos. In-
cómodo y deportado de la costumbre de remitir todas las experiencias
a la pared blanca, de pronto enfoca y “refleja” eventos humanos, curio-
samente insisto, en el mismo recorrido de todos los días que no había
visto. Con este “giro” del espejo, Jaime Iregui comenzó a reconocer las
actividades anónimas coloridas que tenían “cosas” que decir, sobre la
condición de vida de estos usuarios.
72 “he a q u í , p u e s , m i s c i ta c i o n e s a l a a u d i e n c i a ”
Jaime Iregui. Constelaciones. Barrio Quiroga, Bogotá. Fotografías 25x32 cm. c/u. 2002.
ciudad espejo 73
¡OH delirante confusión de comercio de las cosas nimias y
necesarias! El comerciante cuenta en fracciones de céntimo sus
ganancias…”
QUE vengan también los herboristas y el sacamuelas; el botero y
el guía; el alfarero y el tejedor de mimbres; el astrólogo y el sastre;
el homeópata y el acupuntista…
Los colectores de boñiga;
Los cornacas;
Los hombres que cuidan de los monos
en los templos olorosos a orina y benjuí;
Los remendadores de babuchas;
¡Oh inacabable necesidad de las manos que ofrecen su trabajo!
¡Oh codicia fatal de las manos que reciben el trabajo!” (Zalamea:
15, 16, 17).
ciudad espejo 75
represión se manifiesta en las expe-
riencias más cotidianas y casi imper-
ceptibles, los situacionistas cayeron en
formas tradicionales de expresión que
se unieron al espectáculo y al dinero.
Los situacionistas (Debord,
1999) indudablemente tienen como
antecedente también a Walter Benjamin
y su observación de un hombre urba-
no, el flâneur, que va de aquí para allá
como una mariposa y se deleita con el
brillo de las vitrinas y de las mercancías
(Back-Morss, 1989). Benjamin celebra
en los surrealistas y en los dadaístas esa
acción radical de desplazar la mirada
Jaime Iregui. Constelaciones. Barrio Restrepo,
desde las representaciones idealizantes
Bogotá. Fotografías 25x32 cm. c/u. 2002. –la ciudad incluida–, hacia el sub-
consciente humano, caótico, pulsional
–como la ciudad y sus escondites–. Benjamin celebra también en estos
artistas la actitud de sentirse extraños en su propio lugar, una estrategia
muy interesante para recorrer la ciudad. Celebró ese “efecto de extraña-
miento”, siempre y cuando los artistas no se acomodaran en una realidad
paralela y apartada; al contrario, “el extrañamiento” podía permitirles
“volver” enriquecidos, para denunciar el silencio y la oscuridad en la
que quedaban las grandes masas de trabajadores.
“PERO ya están aquí las víctimas con nosotros, sobre las escali-
natas. Y tienen voz y voto y veto en nuestro pleito.
¡CRECE, crece la audiencia!..
¡Que numerosa audiencia!
¡Que tumultuosa audiencia!” (Zalamea: 34, 30, 31)
76 “he a q u í , p u e s , m i s c i ta c i o n e s a l a a u d i e n c i a ”
escalinatas; el hombre rodeado por gentes de toda condición;
el hombre obsedido por la belleza del mundo y agobiado por
la infinita tristeza de la condición humana; el hombre que echa
sobre sus hombros el censo de la miseria; este pobre hombre
sobresaltado por su propia audiencia; tiene ¡Oh Río! que bajar
hasta tus aguas para decirte:..”
¡POBRES hombres!
¡POBRES dioses!
¡POBRE Río!
¡ACUSA, acusa la audiencia!” (Ibid: 43, 45)
ciudad espejo 77
Jaime Iregui. Constelaciones. Calle 53, Bogotá. 2002.
78 “he a q u í , p u e s , m i s c i ta c i o n e s a l a a u d i e n c i a ”
protagonista para describir su condición y los cruces de miradas. A veces
toma fotografías sentado desde una cafetería y esa posición elimina la
visión del otro un poco desde arriba, que siempre es sutilmente clasifi-
catoria. Sentado, parece que Iregui no es sólo fotógrafo, sino que es una
mezcla ambigua de paseante-permanente, que se decide a usar la cámara
después de un tiempo de estar en el lugar, o a no usarla, y en ese caso se
dedica a escribir lo que ve.
De Certeau dice que, dedicada compulsivamente a mostrar, la
sociedad necesita volver a una lectura-escritura, y en los ejemplos que
acabamos de leer, Iregui pasa de la cámara a la posibilidad de comentar
la imagen en el texto, de derivar, poco a poco, de las historias de la calle
a su historia personal y combinarlas. Es como una especie de técnica de
archivo, donde imagen y relato son inseparables. Y también donde cada
situación lleva a cambiar la manera de registrarla. ¡Qué delicia no caminar
con la obligación de tomar fotografías! Caminar y luego decidirse o no.
Me parece que la deriva es volver a enriquecer los caminos mentales.
¿Qué hacer con ellos? Vendrá después.
Cuando leo y veo sus “situaciones” me parece que Bogotá se
repite. Recuerdo a Omar Calabrese, y pienso que lo que encontró Iregui
en la calle del 2005 se parece al orden de la repetición en las series de
televisión; siempre los mismos protagonistas: el poderoso espacio público
contra los excluidos vendedores ambulantes. La estructura por capítulos
es la misma: capturar el espacio urbano mediante estrategias. En cada
capítulo está planteada aparentemente la misma situación histórica pero
cada situación, cada vendedor callejero, es un capítulo en sí mismo y la
historia se abre. De pronto los protagonistas se repiten pero con varia-
ciones, sobre todo los vendedores ambulantes que son los mismos pero
distintos. Mutan; asumen tan diversas cualidades y estrategias, sus ves-
tidos y pregones son mezclas de tiempos. Por eso es clave describirlos,
censarlos, insistir en que son la historia urbana. El que ha cambiado es
quien mira y la cámara espejo ve otras cosas diferentes a las de 1946 y
1957 y de 1990 al 2006.
Tal vez estos “capítulos” que las fotografías y los relatos muestran
permitan pensar que estamos asistiendo a un sistema en el que el “duro”
protagonista de paso a una combinación flexible de sensibilidades, aun-
que este espejo sólo sea la manifestación de un deseo.
82 “he a q u í , p u e s , m i s c i ta c i o n e s a l a a u d i e n c i a ”
12 “J am ás t an c er c a a r r e me t i ó l o l e j o s ” 27
Empiezo con una entrevista que le hice a José Alejandro Restrepo (París 1957),
en 1996, porque describe de manera densa la obra a la que voy a referirme:
Atrio y Nave Central (1996). Digo que describe la obra de manera “densa”,
porque el artista cuenta lo que va a suceder en esta video-instalación y sus
complejas –míticas–, motivaciones. Doce años han pasado después de la
última vez que la vi, y con este texto cumplo el deseo de visitarla de nuevo.
27
Vallejo, 1985.
ciudad espejo 83
de pronto entré. Me fui, claro, con vergüenza, dando toda clase
de excusas. Lo maravilloso de la historia es que yo sé que hay
gineceos y según mi punto de vista, enriquece la manera como
tú, hombre, te relacionas con el mundo de la mujer.
“Pero esta experiencia se teje poco a poco con muchas otras. Por
ejemplo con un mito griego que siempre me ha impactado que
es el de Diana y Acteón. Diana, la mujer inaccesible, cazadora,
intrépida, hermosa mujer, y Acteón, que ha conquistado a todas
las mujeres, menos a Diana. Acteón se inventa una estratagema
y se disfraza de venado para observarla en el momento en que
Diana toma sus baños (fíjate de nuevo el agua). La observa pero no
la toca; su goce es simplemente ver su cuerpo desnudo. Mientras
él está en ese éxtasis, casi místico, no cuenta con los perros furiosos
que la acompañan y que finalmente lo devoran.
“Y mira como las cosas se entrelazan: aquí en Colombia tenemos
unos dispositivos sexuales que me parecen encantadores y son las
residencias de Chapinero y del Centro. Su sofisticación logística
es lo que podríamos llamar la estética de la desaparición y el
disimulo; las materas y el bambú en el andén y el “lujo” de los
pisos de mármol y las paredes de espejo… Los relacioné con el
mito y fue el momento de ponerlos en escena.
“El trabajo tiene que ver entonces con esos intersticios de la
vida cotidiana que aparecen de pronto y te permiten entrar al
mito. Como ese encuentro en San Basilio de Palenque: pasé de
la anécdota al mito atemporal, a-histórico. O como los que se
encuentran en esta ciudad. Esos pasajes por donde te cuelas, que
yo quiero convertirlos en entradas, no a un mundo profano, sino
a un mundo mítico. La obra se llama Atrio y Nave Central, como
los espacios de una catedral.
“Ya en el museo te encuentras con una entrada, como la de los
hotelitos que te cuento, camuflada con materas en bambú y cua-
tro monitores en el piso con una imagen continua de parejas que
pasan frente a la puerta y desaparecen. Se oye el sonido de la calle
y de los carros. Entras a un cuarto oscuro con dos monitores, uno
en el piso con el agua corriendo sobre el pubis de una mujer, y
otro vertical con la mirada del ciervo nervioso. Y se oye la música:
una aria de Isolda, seguida por truenos, la tormenta y finalmente
el ladrido de los perros. Va a sonar a todo volumen para que de
verdad el sonido sea un choque.
84 “jamás ta n c e r c a a r r e m e t i ó l o l e j o s ”
siguieron allí como substrato rescatado por algunos movimientos
como el de los simbolistas. Ahora ha empezado a ser reconsidera-
do pero no como mentira o como verdad; el mito evade la trampa
racionalista y se convierte en una alternativa para la historia.
Está al lado del problema. No se trata de imponer el mito sobre
la razón; simplemente cuando hay realidades complejas, como
ciertos episodios de crueldad que exceden cualquier explicación
“lógica”, es cuando aparece esa fisura, y me atrevo a pensar en
santa Bárbara o en Diana y Acteón que son como diásporas que
proyectan el problema y le dan múltiples significados.
“El mito también es un problema musical. Lévi-Strauss encontró
analogías entre mito y música primero, porque tienen una na-
turaleza discontinua, aparecen y desaparecen en intervalos de
tiempo. Y segundo, porque al ser interpretados por diferentes
culturas tienen que ver con la composición. Los mitos están ahí
para ser reinterpretados”28.
“Estoy en Texas
o en Berlín occidental?
Y de todos modos,
¿qué hora es?
¿Hay algún pensamiento
que sea mi aliado?
Rezo pidiendo que se suspenda
todo pensar
Absoluta suspensión
espacio en blanco.” (Shepard, 1985: 20).
28
Cruces. Natalia Gutiérrez. IDCT. Bogotá, 2000.
ciudad espejo 85
Decidirse a entrar en suspenso, dejarse raptar para entrar en
suspenso, tiene que ver, a mi modo de ver, con la primera parte de
Atrio y Nave Central. En este Atrio, que es el espacio que antecede al
lugar “sagrado” y el más cercano a la calle, las parejitas caminan por
el andén y de pronto son absorbidos por un inesperado pasadizo.
Caminantes -aspirados. En verdad el habitante de la ciudad usa el
espacio público de maneras impredecibles. En la ciudad, el caminante
es un interlocutor y lo que piensa, (¿quién puede asegurar lo que pien-
sa un caminante?) sus pensamientos son sitios y muchos, y muchas
relaciones. Aparentemente los bogotanos aceptamos las condiciones
del tiempo mecánico y del trabajo en las oficinas y el rebusque, pero
el deseo abre huecos, y en las mañanas o en las tardes las parejas se
escapan y se esconden.
“Una y otra vez las tardes suspendidas” escribió Miguel Ángel
Rojas, en una de sus fotografías del teatro Faenza de Bogotá (otro escon-
dite) al que entraba a la una y media de la tarde en 1979. El Faenza era un
teatro donde se encontraban los homosexuales; era un espacio robado a
la sociedad y resultó para muchos un “lugar” de identificación más que
la propia casa. Pero esa es otra historia. Por el momento me quedo con
poner en suspenso, como una forma de prolongar el tiempo.
Igual que con el clima, es difícil saber cómo es ese asunto del
tiempo en Bogotá. Se podría decir que es una ciudad donde se manifiesta
una superposición de tiempos pero sería una manera de salir del paso.
De Certeau escribe sobre Nueva York y entiendo al leerlo que las ciuda-
des se definen más por sus tiempos que por sus espacios. Se definen por
una superposición de tiempos o mejor por cómo viven sus habitantes el
presente, el pasado o el futuro, y lo que entienden por esas clasificaciones
tan complejas. El autor dice acerca de Nueva York:
86 “jamás ta n c e r c a a r r e m e t i ó l o l e j o s ”
y fotocopiadoras, ventas de arepas,
edificios de apartamentos donde
viven algunas familias, personajes
solitarios, estudiantes. Los aparta-
mentos se ven un poco sospechosos
con las cortinas a punto de caerse de-
finitivamente y letreros de antiguas
oficinas abandonadas, universidades
“aprobadas” o “reprobadas”, toda
clase de “institutos”, cines en ruina o José Alejandro Restrepo. Atrio y Nave Central.
“convertidos” en foro permanente de Video- Instalación. Atrio. Fragmentos del video. 1996.
alguna iglesia cristiana. En fin, calles
de andenes por donde no ha pasado el urbanismo oficial y la iniciativa
del ordenamiento urbano está a cargo de los dueños de los grandes o pe-
queños negocios. Y no me refiero a la ciudad segregada que muestra Rolf
Abderhalden o Jaime Ávila. Me refiero a algunos lugares de Chapinero,
Quinta Camacho o La soledad, satélites sólo un poco alejados del centro.
Los “oficios varios” no convierten las calles necesariamente en “zonas
rojas”, por lo menos de día, ya que hay que recordar que en Bogotá, la
misma calle, cambia de “color” según la hora.
Detengámonos en sus andenes. Algunos de ellos, los de La So-
ledad por ejemplo, han conservado, como una especie de reliquia, los
mismos huecos y grietas, por años. Pero a veces sobre esos restos del
pasado, aparecen unas materas cuadradas de cemento y en ellas crece
una mata frondosa para ocultar una puerta siempre abierta que deja ver
un pasadizo. En algunos se insinúan mosaicos de baldosas y espejos. Al
ras de suelo no se necesitan demasiados rodeos de los caminantes; sólo
decidirse a entrar. La primera parte de Atrio y Nave Central entonces, es a
ras de suelo. La obra empieza en una callecita perdida “el lugar invisible
donde viven los practicantes urbanos” (Ibid: 263).
A pesar de tratarse de moteles de carretera, que son muy diferen-
tes a estos, porque, como alguien me dijo, están diseñados para esconder-
se por meses, cambiar de identidad o planear un asesinato, sin embargo,
Sam Shepard “suelta” algunas impresiones claves en sus crónicas.
ciudad espejo 87
Las parejas del video de Atrio y Nave Central van vestidas de
manera convencional. Él, de Everfit (la marca del vestido que siempre
encaja) y ella, de minifalda y chaqueta. Se trata –quién podría saberlo–,
del jefe y la secretaria o de compañeros de trabajo por la mañana o a la
hora del almuerzo. Sólo sabemos que son absorbidos.
88 “jamás ta n c e r c a a r r e m e t i ó l o l e j o s ”
los significados, escuchar los miles de dialectos que hablan dentro de
él, cuando construye atajos, flujos subterráneos o manchas de aceite,
entonces toma decisiones políticas29.
Bueno; retomo el hilo de la ciudad y sigo “pegada” al recorrido
de De Certeau por Nueva York. Nos dice que es probable que de esta
ciudad tengamos visiones de conjunto desde la altura de algún edificio
(la cámara ha sobrevolado tantas veces las cúpulas y terrazas de Man-
hattan). Al contrario, Bogotá es difícil de ver como un conjunto. No
imposible. Desde el avión que aterriza o desde Monserrate, podemos
establecer relaciones “macro” de la ciudad con los cerros, con la Sabana
y ahí, inevitables, los cultivos comerciales que la cubren con plásticos.
Una panorámica:
29
Decidirse a parafrasear a Deleuze no es fácil: Deleuze (1997).
ciudad espejo 89
La ciudad que se piensa en general, está llena de vacíos y de espacios de
escape. El arte, la eterna invención de estrategias, completa la idea de ciudad,
explorando la propia vida y la vida de sus habitantes; muestra el uso íntimo
de las calles y los cuartos. Esos moteles al ras de la calle abren boquetes en el
“continuum” espacial y rompen los nexos; son islotes separados de tiempo
y de prácticas (De Certeau: 271).
90 “jamás ta n c e r c a a r r e m e t i ó l o l e j o s ”
de Atrio y Nave Central. En los te-
levisores vemos las parejitas que
entran por una puerta-escondite y
cuando pasamos al segundo espa-
cio, a la Nave Central, resulta que
nos encontramos con fragmentos de
imágenes y de sonidos. En el piso,
una pantalla plana de televisión con
la imagen del tronco de una mujer
desnuda bañándose en un río de José Alejandro Restrepo. Atrio y Nave Central.
aguas cristalinas. En la pared, un Video- Instalación. Atrio. Fragmentos del video. 1996.
televisor con un ciervo ¿desatento?
¿nervioso? en fin, “atravesado” por los ladridos de los perros. Se oye
una voz femenina, un aria de Tristán e Isolda, la ópera de Wagner.
Resulta, pues, que al entrar nos encontramos con un universo
“opaco”. La Nave Central nos propone un mito, y el mito es un espejo
opaco porque frente a él nos “entrevemos”. Los personajes y sus dramas
se desenvuelven frente a nosotros de manera paradójica. Por momentos
nos reconocemos en algún matiz del carácter de uno de los personajes o
en un gesto, que, como un resplandor (me robo las palabras De Certeau),
deja ver el comportamiento de otro.
Espéculo es una palabra que tiene que ver con “especular” y sus
definiciones: aprovecharse o sacar ventaja (del mito). Comerciar, nego-
ciar (con nuestras propias experiencias). Examinar (recorrer, vincular,
reconocer en el mito los pedazos escondidos de nosotros mismos).
Joan Fontcuberta nos cuenta que al seguirle el rastro al uso de la
palabra “especular” se encontró con una de las tradiciones de observación
que tiene “fama” en el mundo de la percepción, de ser científica y exacta.
Fontcuberta (1998: 39) se refiere a la astronomía. Su investigación etimo-
lógica lo llevó hasta Italia en el siglo XVI y a los hombres dedicados a la
observación de los astros. Las estrellas se reflejaban en un espejo. Pero este
reflejo tal cual, algunas manchas luminosas, bellísimas, eran incomprensi-
bles. Para entender sus movimientos y sus relaciones, tenía necesariamente
que cruzarse otro espejo, un poco transversal y “ especulativo”, que es el
de la interpretación. La observación de los astros en el espejo entonces es
una operación intelectual y especulativa. Por rutina cultural creemos que
ese reflejo uno a uno lo dice todo y olvidamos que dentro de la naturaleza
ciudad espejo 91
José Alejandro Restrepo. Atrio y Nave Central. Video-Instalación. Nave Central. Fragmentos del video. 1996.
especular hay que proponer una interpretación a ese reflejo. Entonces, como
la astronomía, los mitos están ahí para ser reinterpretados.
Volvamos a los Andares de ciudad. El caminante urbano crea “lap-
sus” de visibilidad; en sus decisiones cambia de dirección o desaparece.
Después de lo literal, de las parejitas en la calle, La nave central reintroduce
una historia opaca y especular. Escribe de nuevo o, mejor, combina mitos
sobre el amor y diferentes encuentros de miradas y conversaciones. Lo
que sucede en esos cuartos de hotel es difícil de ver en una panorámica.
Paris, Texas: ver y no ser visto, hablar para verse.
Bueno; a veces son necesarias las preguntas “esencialistas” y llegó
la hora de preguntar: ¿Qué es un mito? Es una manera de organizar los
datos de la experiencia sensible en una narración (Lévi-Strauss, 1969:
206). ¿Por qué proponer un mito en una obra que se refiere tan explí-
citamente a la ciudad? Tal vez porque el sentimiento y las prácticas de
los habitantes de una ciudad no son tan evidentes y se “intuyen” mejor
a través de un espejo opaco, un espejo que no refleja completamente y
que necesita del punto de vista de quien mira. ¿Para qué proponer un
mito? En realidad el arte está para darle otro orden a lo dado y en esta
obra una mujer, un ciervo, y ciertos intermediarios permiten construir
una especie de “arte combinatoria”. Lo que quiero decir es que Atrio y
Nave central se toma la libertad, como pocas obras en el arte colombiano
contemporáneo, de convertirse en un “arte combinatoria”.
Siguiendo a Levi-Strauss, los mitos siempre nos llegan por fragmen-
tos y los ordenamos de diversas maneras según nuestras preocupaciones.
En la Nave Central, incluso están organizados espacialmente para hacer más
evidente la confusión de los protagonistas. Las miradas se orientan en muchas
direcciones, el desnudo femenino en el piso, el ciervo “voyerista” en la pared,
y sonidos que resuenan en el espacio. Los temas del mito están organizados
como espejos oblicuos, no frontales, donde la mujer a la vez se ofrece desnuda
a la mirada y la recibe del espectador y del ciervo, por instantes.
92 “jamás ta n c e r c a a r r e m e t i ó l o l e j o s ”
Diana es un personaje con muchos matices: la luna, la diosa celosa
de su virginidad que sin embargo se hace acompañar por ninfas desnudas
que corren por los bosques y, entonces, siempre se encuentran asediadas
por la mirada de los cazadores que pasan por allí. Diana se abandona
a su propia desnudez. ¿Tal vez solo es posible en un anónimo cuarto
de hotel? Diana es también la hermana gemela de Apolo, lo convierte a
veces en su rival y maneja con destreza el arco y la flecha. Bondadosa,
consejera en asuntos de amor y cruel en sus decisiones.
Acteón se esconde para ver y en la obra aparece ya convertido en
ciervo, detenido justo antes de morir. La muerte de Acteón queda en sus-
penso y es el momento en que las interpretaciones pueden diversificarse
más todavía porque no hay una historia con un final definitivo. El ciervo
aquí resulta ser un “voyerista” tontamente inquieto. El “voyerista” cree que
tiene el poder pero queda atrapado en la imagen. Es como si este hombre
“moderno” del que hablaba Baudelaire, con sus sentidos agudos y vibran-
tes, su espíritu dolorosamente sutil, casi un héroe (Berman, 1989: 130), se
convirtiera, por esa misma exceso de imágenes en esta época en un ciervo
manso, devorado. Claro; otras interpretaciones del mito podrán hacerse.
Alguien que conoce la naturaleza humana me dijo que Acteón es como el
crítico de arte que mira pero es devorado más tarde por los mismos artistas
a quienes mira. La venganza de Acteón sería entonces dejar de mirar. Los
mitos entonces se pueden reorganizar por “temas y variaciones”.
Ladridos de perros y el aria de Tristán e Isolda, otro mito. Tristán,
es el encargado de custodiar a Isolda que, desconsolada, va a casarse con
un rey anciano. Su madre le prepara un bebedizo de amor para tranqui-
lizarla y lograr que se enamore del rey y así consolidar el matrimonio
perfecto. Pero la historia toma un “giro” y Tristán e Isolda lo beben y se
enamoran. Isolda, aunque se casa con el rey, se encontrará con Tristán a
escondidas y cometerán adulterio eternamente hasta su muerte. La mú-
sica abre otros caminos diferentes a los de la mirada. Del tema principal
surge otro en una estructura de formas intercaladas.
Es probable que el hombre urbano cada vez más separado de
una sola explicación del universo, necesite organizar los temas mito-
lógicos a su manera para entender las trasformaciones ambiguas de su
propia naturaleza. En el caminante siempre hay una historia personal,
una manera de organizar su experiencia, que lo lleva a dar “vueltas” y
“giros” simbólicos. Los mitos, porque proporcionan interpretaciones a
una existencia urbana tan fragmentaria, “medios para salir y volver a
entrar, y por tanto espacio de habitabilidad” (De Certeau, 2004: 280).
Atrio y Nave central, porque la ciudad tiene espacios aquí tan cerca con
su propio tiempo y no recuerda que jamás tan cerca arremetió lo lejos.
ciudad espejo 93
13 “A m odor r a d o e n e l f o n d o d e u n
S a h a r a b r u mo s o … ” 30
En 1979, el teatro Faenza en Bogotá31 era un escondite para Miguel Ángel Rojas
(Bogotá 1946). Él entraba a eso de la una y media de la tarde, a ver una película
de vaqueros o de karatekas. Era también un teatro de encuentro de los homo-
sexuales. Un día Miguel Ángel decidió tomar fotografías de estos encuentros,
y en una de ellas escribió: “una y otra vez las tardes suspendidas”. Esta frase
me parece clave para describir lo que sucede en ciertos espacios de la ciudad
que son como una bolsa con un tiempo propio. Frente al tráfico de la calle y
cuando el comienzo de la tarde se hace agobiante, una forma de hacer callar
el desasosiego es entrar en una sala de cine, que es el templo de la ilusión.
El sociólogo Georg Simmel describe al hombre urbano en medio
de las carreras de la ciudad: su seguridad interior se convierte en “un débil
sentido de tensión y una vaga nostalgia”, en una “insatisfacción oculta”,
por una “urgencia desasistida”, que “se origina en la hiperactividad y la
excitación de la vida moderna” (Frisby, 1988: 62). Y es que es tanta la infor-
mación simultánea que reclama la atención y las respuestas de quien vive
en la ciudad, y en temas que, la mayoría de las veces, no le interesan y en los
que no quiere participar, que tal vez por eso es mejor esconderse y rescatar
la posibilidad de suspender el tiempo.
Corte en el ojo (2000) es una obra de Miguel Ángel Rojas, y en ella
se percibe esa sensibilidad privada característica del habitante urbano. Se
trata de un video de doce minutos, en el que el artista recoge y revisa la
experiencia vivida en las salas de cine en el 79. Para Corte en el ojo, Miguel
Ángel grabó las fotografías que tomó en ese año, las grabó en video, ilumi-
nadas con luz estroboscópica; por eso se siente un pulso intermitente que
30
Charles Baudelaire (Citado por Steiner, 2001).
31
El teatro Faenza, calle 22 # 5-50 en pleno centro de Bogotá, fue construido en 1924. Diseñado por
Arturo Tapias y Jorge Muñoz, es un ejemplo de las influencias francesas en la ciudad que fueron
substituyendo poco a poco a la ciudad colonial. Los arquitectos llaman a este período como Re-
publicano, y se caracteriza por fachadas con puertas y decoraciones en cemento que recuerdan los
movimientos de las enredaderas y las olas del mar. La puerta del teatro está enmarcada por un gran
arco de cemento con molduras, cariátides a los lados y la fachada está rematada por tres acroteras. Al
comienzo fue el escenario donde los bogotanos podían ver las obras de teatro que venían de Europa
y con el desplazamiento de las clases altas fuera del centro, el teatro cambió de uso hasta convertirse
en una sala de cine. En el 2004 fue restaurado por la Universidad Central. www.ucentral.edu.co
ciudad espejo 95
se hace más intenso cuando se oye por momentos un ritmo de flamenco.
Esas secuencias, constituyen la primera parte de la obra.
Digo que este video permite leer las más humanas, casi inexpre-
sables actitudes de un ciudadano y voy a intentar explicarlo. Ya vivir
una experiencia erótica en la sala de cine, permite definir los lugares de
la ciudad no sólo arquitectónicamente sino por las prácticas que cada
sujeto vive en ellos. Esa es la esencia de las definiciones de “lugar” y “no
lugar” de Marc Augé. Este antropólogo define los espacios urbanos por la
manera como sus habitantes los viven, y esas vivencias son paradójicas.
Por un lado, los ciudadanos van y vienen en permanente movimiento,
pero, por otro, hay sentimientos que permanecen. La experiencia que
describe Augé es como un tejido entre la duración y el movimiento, en-
tre una cierta presencia de las emociones y la memoria, y este presente,
rápido y globalizado, en cada uno. En lo urbano, entonces, no todo es
cambio: hay sentimientos que permanecen, aunque sea en la ilusión.
Miguel Ángel Rojas. Corte en el ojo. Video. Fragmentos del video. 2000.
ciudad espejo 97
parte del video, desocupados, mirones, exhibicionistas, voyeristas,
todos estos habitantes urbanos, aparecen allí.
La obra no explora la sensibilidad urbana solo en lo sexual. El
video tiene una segunda parte que son las grabaciones que hizo Miguel
Ángel cuando volvió a entrar al Faenza, en el 2000, veinte años después,
a la una y media de la tarde. El teatro estaba aparentemente vacío; se
oían los tiros y los gritos de una película de detectives. Con una cámara
de video, lentamente, con atención afectuosa, Miguel Ángel grabó cada
una de las sillas de cuero rojo, el único color en el video. La cámara reco-
rre los balcones, los detalles de la madera y el zócalo. Al final se abre la
platea frente al espectador, y la cámara se encuentra por casualidad con
un hombre solitario, de camisa blanca, hundido en la penumbra, atento
a la pantalla, una imagen arenosa, casi un dibujo, otra ilusión.
Veo esta segunda parte de la obra, como un homenaje a las salas
de cine, un espacio que le permitió a Miguel Ángel dejar pasar las horas,
superar el día en esa bolsa de tiempo, en un encuentro consigo mismo.
A mí me parece interesante pensar en espacios que permiten guardar
un tiempo en el que el sujeto se sumerge y puede hacer toda clase de
vínculos nuevos. Me acuerdo de una imagen del video de Bill Viola,
The Passing (1991), en la cual el estudio del artista se inunda y todos los
objetos flotan. Así mismo habla Orhan Pamuk (2007: 57) de su mesa de
trabajo en una habitación donde todo se toca y todo se relaciona.
Esta idea del espacio especial con su propio tiempo, puede ser
una manera menos metafórica y más cercana para definir el oficio del
artista. Por eso quiero pensar que Corte en el ojo es un homenaje también
a un espacio que le permitió a Miguel Ángel afirmarse como artista; allí
decidió cambiar su papel de protagonista de los encuentros sexuales,
a fotografiarlos. Quiero recordar también que Miguel Ángel Rojas no
aprendió fotografía en la universidad sino en un ejercicio experimental
y solitario a los nueve años. En su Primera Comunión, recibió el mismo
regalo varias veces, cámaras Kodak, y empezó a explorarlas hasta que una
noche dejó la cámara con el obturador abierto e hizo unos autorretratos
Miguel Ángel Rojas. Corte en el ojo. Video. Fragmentos del video. 2000.
ciudad espejo 99
cine en el 79 y en el 2000, y también la experiencia del blanco, negro y
el gris que mutan; asistimos a un imagen que también es experiencia.
Para André Bazin, en el mismo texto citado, la fotografía y el cine
pudieron satisfacer el deseo (de todas maneras en la ilusión), de ver la
vida, tal cual. Por esta razón, estos dos medios tienen el encanto para
nosotros de establecer de alguna manera un vínculo con un espacio y
un tiempo conocidos.
Este hombre en la platea del Faenza, un poco borroso, puede ser
cualquiera de nosotros. Es una imagen, esa sí, que tiene el encanto de
vernos a nosotros mismos embelezados frente a una película, protegidos
por la oscuridad de la sala aunque sea por unas horas.
Vuelvo a la pregunta: ¿por qué en el arte colombiano hay sólo
fotografías y videos? Porque en la fotografía podemos admirar el origi-
nal que nuestros ojos no habrían podido amar, dice Bazin. Porque en el
“campo” que nos movemos, no nos enseñan a amar los lugares comunes,
grises, desaliñados, las cosas sin elevación pero que nos rescatan, aunque
parezca increíble, de la vida sin sentido y de la indiferencia.
Miguel Ángel Rojas. Corte en el ojo. Video. Fragmentos del video. 2000.
32
Mendoza, 1997.
Limpiezas de los establos de Augías. Fragmentos del video. Colectivo Mapa teatro-Proyecto C’úndua, dirigido
por Rolf y Heidi Abderhalden. 2004. Fotografía, Lucas Maldonado
102 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
Se terminó el milenio y con él, Santa Inés; El Cartucho cedió su
suelo para un parque. Quedarán atrás casas y vecinos, experien-
cias, recuerdos y memorias de un barrio que vio desfilar por sus
calles varios hitos que dibujan a la vez, en un recorrido imper-
ceptible, la historia del país” (Ibid:47).
En fin, en el imaginario de los bogotanos del 2000, El Cartucho
era el lugar de las “ollas de bazuco”, un espacio invisible para los demás
habitantes de Bogotá, pero que en la conversación con Rolf Abderhalden
se percibe como un colectivo más complejo. Él cuenta:
33
Entrevista p. 143.
104 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
todos aquellos artistas cuya práctica o modo de hacer es generado
por múltiples, heterogéneos, eclécticos procesos de contaminación,
hibridación, interacción, entre la esfera íntima y la esfera pública: se
trata originalmente de actos de resistencia de los cuerpos contra la
materia inmutable, contra el consumo, la acumulación, la perma-
nencia, lo inalterable, en fin, contra todo aquello que promulgue el
orden definitivo de las cosas y los fanatismos estético-religiosos.
“Los franceses lo adjetivaron y lo volvieron Arts vivants (todo lo
que no cabe ni en el teatro ni en la plástica ni en la danza ni en la
arquitectura); allí perdió su origen político y se cristalizó en una
idea formal (obras efímeras, esquematizando un poco).
“ Las Artes vivas (noción geográfica por excelencia) constituyen
un modo de enmarcar todo tipo de actividades que, por decirlo
de algún modo, son más conceptuales y dirigidas por ideas, que
referentes a la forma o a la técnica. Son actividades que no están
constreñidas por conceptos de lugar o espacio, sino que se basan,
en cierta manera, en ideas de presencia.
“ Las Artes vivas acechan en las grietas y exploran los huecos y, los
artistas, al erosionar las fronteras entre las estructuras artísticas
formales, contribuyen a derrumbar todo tipo de categorizaciones
culturales y sociales, desafiando al mismo tiempo la naturaleza
y la experiencia del arte contemporáneo y quebrando los modos
aprendidos de ordenar el mundo”34.
34
Entrevista p. 143.
106 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
invención de intervenciones, a medida que el artista conoce la comunidad
y, al mismo tiempo, la comunidad va planteando estrategias a medida
que va reconociendo su propia voz.
Le pregunto a Rolf cómo empezó a trabajar en El Cartucho.
35
Natalia Gutiérrez. Cruces. IDCT. Bogotá, 2000.
“Los mitos son relatos y hay que traerlos a colación porque resul-
tan ser muy estratégicos en el acercamiento, en el encuentro, en
el diálogo. Yo no creo que sea efectivo llegar con una grabadora
y decirle a una persona: “cuénteme un relato”. El mito, por el
contrario, es un mediador de la conversación a partir del cual
surgen los relatos del sujeto pero como respuesta al mito. El
mito es detonante. Además, lleva implícita la posibilidad de una
construcción poética. En el segundo acercamiento al barrio El
Cartucho, comenzamos directamente con Prometeo”.
36
Versión que se utilizó en los talleres de El Cartucho. Traducción de Heidi Abderhalden de la versión
de Heiner Müller.
108 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
Proyecto Prometeo Segundo Acto. El Cartucho Bogotá. Colectivo Mapa teatro-Proyecto
C’úndua, dirigido por Rolf y Heidi Abderhalden. 2004. Fotografía: Fernando Cruz.
37
Entrevista p. 143.
11 0 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
Sigamos con el rastreo del uso del mito como trabajo artístico en
una comunidad. El mito permite entender las paradojas del propio com-
portamiento y “abrir” el espacio a la historia privada; y lo permite, porque
en las historias que recogen los mitos –o en un libro–, lo sorprendente es
que “otros” vivieron algo semejante “a lo que yo viví”, incluso experiencias
que no me había atrevido a expresar. Así, el mito o un libro le permite al
lector decir: “El libro soy yo”, “porque el libro, o eso me parecía, explicaba
para qué estaba yo en el mundo” (Pamuk, 2006: 23). La historia de otro,
incluso en lugares desconocidos, es más vinculante que la descripción
directa de mis propias condiciones. Hablo de otro pero a la vez hablo de
mí, a escondidas.
También encuentro que dentro de la cultura tradicionalmente
católica, las parábolas del sermón y los mitos se parecen; sin embargo,
como el mito no es “la palabra de Dios”, es posible interpretarlo libre-
mente y en su ambigüedad evadir el juicio.
Para De Certeau, la estructura de lo cotidiano aparece como es-
tructura mítica. Los caminantes trazan en la calle recorridos que tienen
que ver con su propios recuerdos e historias; actualizan su propia historia
cuando se detienen en un lugar, conversan con otros, se esconden, perci-
ben olores, “caminan por la sombrita”, maldicen, violan la ley, recuerdan.
Esas pequeñas historias personales crean vacíos o agujeros en los relatos
de la planificación urbana, en los mandatos “oficiales”. Precisamente,
debido a las prácticas uniformizantes de la sociedad moderna sobre el
espacio urbano, el autor habla de la ciudad como una simbología en
suspenso a la espera de un sujeto que la construya. Es el sujeto con sus
“usos de ciudad” la que le da sentido. Las historias de cada uno son la
ciudad-posibilidad. De Certeau (Op. cit: 280) dice sobre los mitos:
11 2 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
Testigo de las ruinas. Colectivo Mapa teatro-Proyecto C’úndua, dirigido por Rolf y Heidi Abderhalden. 2004.
Fotografía: Malcom Smith.
38
Versión que se utilizó en los talleres de El Cartucho. Traducción de Heidi Abderhalden de la versión
de Heiner Müller.
ciudad espejo 11 3
El hombre, que me miraba como algo insignificante que podía de-
vorar cuando quisiera, carramaniao y con un suspiro agonizante,
sobre todo cuando consumía, también descargaba sus porquerías
sobre mí. Yo me alimentaba de esta porquería y lo devolvía en mi
propia degradación sobre el suelo de este lugar”39.
39
Carlos Carrillo, antiguo habitante del barrio Santa Inés. Citado por Thierry Lulle, en Abderhalden
(2004: 63).
40
La travesía del vidente es un libro de cuentos de Mario Mendoza, y es diferente de sus novelas poste-
riores, en las que se despliegan las condiciones de vida marginales de la ciudad. En estos cuentos –un
homenaje a Ray Bradbury y Edgar Allan Poe, como lo expresa el autor en la Introducción– es probable
que se entrevea, como me lo advirtió un conocedor de la obra de Mendoza, la relectura de Cuatro
años a bordo de mí mismo (1934), de Eduardo Zalamea Borda. El libro de Mendoza (1997) propone una
travesía personal que se transforma en historias míticas.
11 4 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
En el cuento hay una promesa de salir del encierro:
“Allí estuve seis días y seis noches, amarrado a una columna que
dividía el lugar en dos partes. Por ser una estancia subterránea, el
sol no entraba y el aire era escaso. Muy pronto mis excrementos
dieron origen a una fetidez insoportable y el cuerpo se me fue
cubriendo de pequeñas manchas violáceas. De esta manera, como
cadáver insepulto, comencé a orar (Mendoza, 1997: 34).
[…] No resisto más. Hoy, cuando el sol desaparezca, me mataré.
¿Para qué prolongar una agonía que me desgasta y me reduce a
una pestilente masa de carne?
En la noche:
Tengo en mis manos un afilado pedazo de madera. Dentro de
algunos segundos habré partido para siempre. No sé por qué
ahora, pensando en Kintyre y en los vastos océanos que juntos
atravesamos, siento la necesidad de evocar mi infancia. ¿Serán
los recuerdos una forma de abrir con dulzura los surcos de la
muerte?” (Ibid: 36).
Vestidos de gala, cada uno leía o repetía el texto que había escrito
en el taller, recorrían el espacio “propio” o los espacios de los otros es-
pontáneamente. Pantallas de video reproducían la experiencia.
ciudad espejo 11 5
Recojo apartes del testimonio de un asistente al evento:
Testigo de las ruinas. El Cartucho Bogotá. Colectivo Mapa teatro-Proyecto C’úndua, dirigido por Rolf y
Heidi Abderhalden. 2004. Fotografía: Rolando Vargas.
11 6 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
Un año después, el 12 de diciembre de 2003, con la participación
adicional de 100 antiguos habitantes de esta zona y con El Cartucho
completamente demolido, se hicieron varios eventos: Testigo de las ruinas,
es un video en el que un señor que vivió en la última casa antes de ser
demolida, recorre la zona. La limpieza de los establos de Augías son relatos
e imágenes de los habitantes en el momento del desalojo. Se instalaron
monitores de televisión en el límite entre la zona construida del parque
y la zona arrasada y esas imágenes se transmitían en directo al Museo
de Arte Moderno de Bogotá, donde se exhibía el 39° Salón Nacional de
Artistas del 2004.
Luego se realizó Prometeo Segundo acto, una exposición en Mapa
Teatro. En la entrevista, Rolf Abderhalden comenta:
41
Jacques Lacan. El estado del espejo como formador de la función del yo tal como se nos revela en la experiencia
psicoanalítica (2001).
42
Así se refiere al mito José Alejandro Restrepo: “El mito es un aparato de visión. Una manera de ver bajo
otra luz o desde otra perspectiva de tal manera que las cosas adquieran una significación distinta.”
Cruces, p.82.
ciudad espejo 11 7
volver al lugar en el que he sido desalojado y habitarlo simbólicamente;
en la galería, mostrar para ser vistos y oídos. Las Artes vivas se inventan
estrategias porque reclaman la presencia de un grupo de personas que
desapareció de nuestros ojos y de nuestro afecto. Las artes vivas son un
acto de resistencia, de testimonio de estar al tanto, de vincular:
11 8 “y s a l d r á s d e t i h a c i a n u e v o s y va s t o s t e r r i t o r i o s d o n d e l a pa l a b r a . . . ”
15 – ¿ D ónde m ier d a e s t o y ? – E n K e n n e d y,
c h u r r o . ¿ No c o n o c í a ? 43
43
Gamboa, 1997: 82.
ciudad espejo 11 9
ser un espejo en el que el sujeto se refleja, pero no nos damos cuenta de
que incluye una imagen cultural predeterminada invisible, en la que él
queda irremediablemente inscrito.
Esther Cohen (1999: 16) nos dice que el Golem o el Frankenstein, cria-
turas sin nombre, muestran la fuerza del nombre como lugar y su ausencia
como no lugar. Ambos, por carecer de nombre, son criaturas sin territorio.
Pero también podría ser cierto que Laidí o Jacqueline pueden convertirse
en un no-lugar debido al nombre, difícil de escribir, de pronunciar, con una
imagen tan poderosa con la que habría que competir… Bueno, también
podría ser todo lo contrario: podría ser un pasaporte para el ascenso social;
cada uno tendrá su propia experiencia con su nombre. Lo que importa aquí
es que el interés por el nombre como mito fundacional de un sujeto y de un
barrio que, me parece, fue entre otras la motivación de este trabajo. Johnes
y Jackelines es una de las obras de este proyecto y consistió en impresiones
serigráficas de fotografías de retratos de tantos Johnes y Jackelines que el
artista, en este caso el mismo Raúl Cristancho, encontró en las crónicas de
prensa, algunos en el barrio y otros a quienes el artista conocía en otros lu-
gares y le donaron sus imágenes para ser usadas en el proyecto en el barrio”.
Detrás del nombre hay lo que no se nombra”44.
El barrio Kennedy, al sur occidente de Bogotá, es gigantesco. A
veces sitiado por la delincuencia pero también motor de cambios y asimi-
laciones muy rápidas de flujos culturales casi imposibles de describir.
44
Jorge Luis Borges. Citado en Esther Cohen (Op. cit.: 9).