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LA TEOLOGÍA DE NEWTON
Guillermo Boido
Introducción
Se ha vuelto hoy un lugar común admitir que, a pleno derecho, los estudios alquímicos
y teológicos de Newton, que lo vinculan con el hermetismo y el neoplatonismo,
desempeñaron un papel crucial en su vida y su obra, e incluso que, al menos durante
prolongados períodos, superaron grandemente en interés a los de carácter matemático,
óptico o mecánico. Subsiste, sin embargo, el problema de decidir cuál habría de ser la
importancia de tales estudios newtonianos para la historia de la ciencia. Como es bien
sabido, los físicos del siglo XVIII eliminaron todo vestigio de aquellos intereses en su
valoración de Newton, extrayendo de los Principia o de la Optica cuanto convenía a su
temperamento mecanicista y transfiriendo el resto a un cajón que, a lo sumo, podría
interesar solamente a filósofos y teólogos. A la muerte de Newton, sus manuscritos “no
científicos” pasaron a poder de su familia, con la recomendación de la Royal Society,
que no quiso adquirirlos, de que no fueran dados a conocer públicamente. Y es
verosímil la anécdota según la cual Samuel Horsley, encargado a fines del siglo XVIII
de reunir su Obra completa, halló en un baúl cartas y manuscritos de Newton de ese
tenor y, escandalizado, los declaró no aptos para su publicación. En cuanto al mayor
biógrafo de Newton del siglo XIX, David Brewster, habló acerca de ellos como de
“poesía alquímica desprecible” y llamó a los autores a los que aludía Newton
“insensatos y rufianes”.
En el siglo XX, difundida gran parte de tales escritos, la actitud de los
historiadores hacia ellos se ha orientado en tres direcciones: [a] declararlos como una
suerte de afición personal de Newton, no muy distinta de la filatelia, sin interés para la
historia de la ciencia; [b] entenderlos, en el caso de sus intereses por la alquimia, como
una anticipación de alguna teoría atómica contemporánea (se ha mencionado a
Rutherford y a Bohr); [c] incluirlos como fondo documental de un estudio
contextualizado, no anacrónico, para decidir si es posible hallar en ellos, por caso, la
génesis de nociones incorporadas luego a sus teorías ópticas o mecánicas. Las dos
primeras alternativas parecen ser perfectamente descartables. Expresa, la una, un
resabio de la concepción positivista y whig según la cual sólo ha de interesar del pasado
aquello que con el tiempo ha venido a conformar la ciencia actual. La otra, por su parte,
resulta de una aplicación forzada y dogmática de algún criterio de racionalidad actual y
supone una reconstrucción que, aunque pueda ser de utilidad para los filósofos de la
ciencia, carece de interés para los historiadores. La tercera, por el contrario, es
absolutamente legítima, y ha sido adoptada, por ejemplo, por el mayor experto en
Newton del siglo XX, el recientemente fallecido Richard Westfall (Never at rest, 1980)
y por todos aquellos que han decidido prestar atención a la eventual incidencia del
hermetismo en los orígenes de la ciencia moderna. Curioso fue, por tanto, el destino de
la obra de Newton: las imágenes pospositivistas de Copérnico, Galileo o Descartes
difieren en mucho de aquellas aceptadas en el siglo XIX, pero ello se ha debido,
esencialmente, a cambios de perspectivas historiográficas; en el caso de Newton,
además, debemos asimilar ahora los millones de palabras escritas por él en textos
inéditos y sólo dadas a conocer gradualmente a partir de la segunda posguerra.
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El contexto histórico
A juicio de Newton, las carencias del sistema del mundo que presenta en los
Principia, su incompletitud, demuestra que el orden de la naturaleza no puede ser atribuido
solamente a la materia en movimiento, y surge necesariamente del designio de una entidad
superior, todopoderosa, Dios. Explícitamente, Newton lo afirma en la más sorprendente de
la cuestiones que aborda en la Óptica: “No es filosófico [...] pretender que [el mundo]
puede haber surgido del caos por medio de las simples leyes de la naturaleza”. Esta
afirmación es coherente con las concepciones religiosas de Newton, que ignoran las
ficciones [sic] de la filosofía griega y abrevan en una prisca sapientia veterotestamentaria
según la cual Dios es una suerte de Rey, cuya presencia real en el universo, a diferencia de
la deidad cartesiana, le permite ejercer el dominio sobre el mundo natural. Para Newton, la
ciencia se ocupa a pleno derecho de Dios, y los descubrimientos científicos tienen, entre
otras, implicaciones religiosas: “Compete a la filosofía natural”, escribe, “tratar acerca de
Él a partir de la apariencia de las cosas”.
Las profecías
Newton dejó como testimonio más de un millón de palabras acerca de sus investigaciones
en el campo religioso, entre ellas las que corresponden a un Tratado sobre el Apocalipsis.
En la introducción, encontramos palabras que dejan traslucir una labor compleja. Newton se
sentía moralmente obligado a comunicar el verdadero significado de las profecías. Durante
siglos las profecías de Daniel habían estado envueltas en la oscuridad; ¿no había ocurrido lo
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mismo con la causa de los colores y con las leyes del universo? Daniel había revelado que
las profecías del Apocalipsis estarían ocultas hasta el fin, y sólo entonces los sabios
comprenderían. Newton se sentía, evidentemente, uno de éstos, un elegido de Dios. Por
tanto, los tiempos estaban maduros y estaba próximo el fin del mundo, tanto más próximo
cuanto más cerca se hallara Newton del conocimiento de las escrituras proféticas. Como ya
dijimos, Newton creía estar viviendo los últimos tiempos de la historia, los que permiten y
hacen inevitable comprender el significado de la naturaleza y de los libros proféticos.
Aunque los cálculos sobre la Segunda Venida que hace Newton en su vejez tienden a
situarla hacia el siglo XX o XXI, es indudable que en todo momento se sitúa en una
perspectiva milenarista. Sintetizando, el lenguaje de las profecías, como el de la naturaleza,
procede directamente de Dios, y sólo a unos pocos elegidos, poco antes del Fin, les será
posible comprenderlos. En tanto se siente a pleno derecho como uno de ellos, Newton se
define a sí mismo en un texto manuscrito como una de las «personas esparcidas por el
mundo que Dios ha elegido y que, sin estar guiadas por intereses, educación o autoridad,
pueden ponerse sincera y ardientemente al servicio de la verdad». Y no hay razones para
sospechar que no haya actuado en concordancia con tal exigencia.
Este Dios del orden que surge de las profecías es también, en efecto, quien garantiza
la armonía del universo. Sin embargo, como para Pascal, el Dios de Newton no es el dios de
los filósofos y los científicos. Él es el Señor, el Rey: lo que da también puede arrebatarlo.
No se puede aislar la necesidad de la naturaleza de Dios, de la libertad de su voluntad. El
mundo no tiene una perfeccción intrínseca y está destinado a acabar. La simplicidad del
mundo es solamente un reflejo de la perfección de la voluntad divina que persigue el bien.
Matemática, filosofía, religión, alquimia, cronología: todos estos aspectos se resumen en
una sola verdad desplegada tanto en el macrocosmos como en el microcosmos. Dos son los
caminos de acceso al conocimiento del Dios, es decir, la verdad: el estudio del mundo físico
creado como objeto de su dominio y teatro de sus acciones, y el de sus palabras en la
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Escritura. Estos dos mundos tienen ambos derecho a la plena objetividad porque su causa es
una sola: la libre voluntad de Dios. Por eso la corrupción de la verdad es también una
corrupción del bien moral. Newton atribuía a la prisca sapientia un conocimiento velado,
pero real, de las leyes naturales y morales, y en la última cuestión de la Optica, atribuye
específicamente a Noé y sus descendientes el conocimiento del bien moral. La perfección
de la filosofía natural debería alcanzarse cuando estos dos aspectos de la verdad se reúnan
de nuevo siguiendo el método propuesto por Newton: “Y si la filosofía natural en todas sus
partes, siguiendo este método será al final perfecta, igualmente se ampliarán los límites de
la filosofía moral, ya que cuanto más podamos conocer con la filosofía natural acerca de
cuál es la causa primera, qué poder tiene ésta sobre nosotros y qué beneficios recibimos de
ella, más se nos aparecerá a la luz de la naturaleza nuestro deber para con ella, como el de
cada uno para con los demás.” Dicho de otro modo, las indagaciones de Newton acerca de
la filosofía natural y de la filosofía moral son anverso y reverso de una misma moneda:
apuntan a poner en evidencia las relaciones entre Dios, el mundo y el hombre. Newton
entendía sus investigaciones a modo de redescubrimiento de verdades reveladas por Dios
antes de la Caída y que, al menos en parte, habían sido puestas en evidencia por antiguos
sabios. Y de allí su interés por las cronologías bíblicas y paganas. ¿No ilustra acaso todo
ello la coherencia, al menos en sus intenciones, del pensamiento newtoniano?
Arrianismo
More falleció en 1687 habiendo publicado dos obras sobre el Apocalipsis. Newton, su
contemporáneo más joven, conquistó su gran reputación a partir del mismo año con la
publicación de los Principia, pero había estado dedicado desde sus años de juventud a
descifrar el mensaje de Dios, especialmente en los libros proféticos de Daniel y el
Apocalipsis1. Sin embargo, no se ha encontrado ningún manuscrito teológico anterior a
1672, año en el cual Newton iniciaba su cuarta década de vida. En aquel tiempo
completaba su cuarto año como Magister en Artes y fellow del Trinity College de
Cambridge y, en los tres años siguientes, según la tradición, debía ser ordenado en el clero
anglicano o enfrentarse a la expulsión de la institución. Según Richard Westfall, éste bien
pudo haber sido el origen de sus estudios teológicos. Existen muy pocas fechas seguras
relacionadas con los manuscritos newtonianos inéditos, pero puede afirmarse casi con
seguridad que hacia 1672 el milenarista Newton llegó a la conclusión de que las fuerzas
del Anticristo se habían adueñado de la Iglesia cristiana en los primeros siglos de nuestra
era y que había que restaurar la “Iglesia auténtica” antes de la Segunda Venida. El episodio
crucial en el que habrían participado una serie de “blasfemos y fornicadores intelectuales”
(como los llamaba) databa del siglo IV, cuando padres con san Atanasio habían impuesto a
la comunidad de los fieles, en contra de Arrio, la falsa doctrina de la Trinidad. Newton se
volvió, por tanto, un arriano convencido de allí hasta su muerte, esto es, en un hereje. El
profesor del Trinity College negaba la Trinidad.
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A grandes rasgos: Newton, nacido en 1642, se ocupó de cuestiones de mecánica en la década de 1660 y
durante la redacción de los Principia (1684-1687); de óptica unos pocos años, alrededor de 1670; de
matemática en 1664-1665 y en algún otro momento posterior aislado; de alquimia, casi sin interrupción, entre
1670 y 1696, año en que abandonó Cambridge. Existen notas sobre teología en un cuaderno de 1663-1665,
época en la cual Newton adhirió al neoplatonismo de More, pero su interés mayor se extendió durante toda
la década de 1670 y hasta alrededor de 1684. Después de publicados los Principia, volvió a los estudios
teológicos, con esporádicas interrupciones, derivadas de obligaciones públicas y revisión de escritos
anteriores, principalmente la Óptica. En su vejez, la teología fue su mayor preocupación. Por ello, a
quienes niegan relevancia a los estudios alquímicos y teológicos de Newton, Westfall responde
lacónicamente: “No puedo hacer desaparecer esos manuscritos, están allí”.
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El Anticristo venía a seducir a los cristianos, afirmaba Newton en su tratado sobre las
profecías, en un mundo de muchas religiones, de las cuales sólo una podía ser verdadera,
“quizás, ninguna de las que conocéis”. Se refería al arrianismo, que en uno de sus artículos
de fe sostiene que sólo el Padre tiene el poder de predecir los acontecimientos futuros. Ya
en los años setenta, Newton creía que la esencia de la Biblia era la profecía de la historia
de la humanidad más que la revelación de verdades sobre la vida eterna, que exceden a la
razón humana. Dios otorgó las profecías para la edificación de su Iglesia y en aquel
momento habían sido escritas para edades futuras, pero el tiempo propicio al fin había
llegado. El interés por las profecías había sido común en la Inglaterra puritana, donde había
surgido un modelo de interpretación protestante de la Revelación, en el cual,
inevitablemente, la Iglesia romana interpretaba el papel de la Bestia o el Anticristo.
Aceptando los principales trazos de la interpretación protestante, Newton alteró su
significado para encajar su nueva percepción del cristianismo. La Gran Apostasía dejó de
ser el romanismo y pasó a ser el trinitarismo.
Por la verdadera Iglesia --a la cual se dirigían las profecías-- Newton no entendía
a todos los que se llamaban a sí mismos cristianos, “sino a un grupo, un escaso número de
personas aisladas, elegidas por Dios, no guiadas por el interés, la educación o las
autoridades humanas, capaces de dedicarse seria y sinceramente a buscar la verdad”. No
hay dudas de que Newton, como hemos señalado, se colocaba a sí mismo entre esos
elegidos. Apenas nos sorprende que un hombre cuyo primer paso en cualquier inicio de
estudios era organizar metódicamente su conocimiento previo, quisiera proceder con la
Revelación de la misma forma. Newton se quejaba de los interpretes que no establecían
previamente un método para descifrar la significación de las profecías: “Al mundo le gusta
ser engañado, no entiende, no considera nunca la igualdad y se guía siempre por el
prejuicio, el interés, los elogios del hombre y de la autoridad de la Iglesia en la que vive;
como lo evidencia el hecho de que todas las partes se adhieran a la Religión en la que se
han inmerso. Y sin embargo, en todas partes, igual que sabios y cultos hay locos e
filósofos. En cuanto a sus estudios alquímicos, abandonados en los últimos años del siglo XVII y que no
hubiesen merecido censura de haber sido publicados, es probable que la razón obedezca a que Newton
no alcanzó los resultados esperados.
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ignorantes. Hay muy pocos que deseen entender la religión que profesan, y aquellos que
estudian para entenderla, lo hacen más con fines mundanos o para defenderse, que para
examinar la verdad y elegir y profesar la religión que entienden como verdadera”.
Habiendo buscado, y por la gracia de Dios, habiendo obtenido el conocimiento de las escrituras
proféticas, he creído estar obligado a comunicarlo para beneficio de los demás. [...] No me gustaría
que nadie se echase atrás por la dificultad y el fracaso que hasta ahora han encontrado los hombres
en sus intentos. Esto es exactamente lo que necesariamente había de ser. De hecho, le había sido
revelado a Daniel que las profecías referidas a los últimos tiempos deberían estar ocultas y selladas
hasta el momento del fin; pero entonces los sabios comprenderían y el conocimiento crecería. Y por
ello, cuanto más tiempo han permanecido los hombres en la oscuridad, mayores esperanzas existen
acerca de la inminencia del tiempo en que aquellas serán manifestadas. Si no deben ser
comprendidas jamás, ¿con qué fin las ha revelado Dios?
Así como el mundo, que a simple vista muestra una gran variedad de objetos, parece muy simple
en su constitución interna cuando es contemplado por un intelecto filosófico, y tanto más simple
cuanto mejor se comprende, así ocurre con estas visiones [proféticas]. Se debe a la perfección de
las obras de Dios el que todas hayan sido hechas con la mayor simplicidad. Él es el Dios del orden,
no el de la confusión.
Newton consideraba, pues, que era posible y deseable una lectura “científica”
del texto sagrado, y que una interpretación del mismo realizada sobre la base de las reglas
que él había formulado proporcionaría idénticas certezas y las mismas seguridades que
ofrece la verdad científica. Para ello elaboró una serie de reglas pare interpretar el texto del
Apocalipsis. Las reglas para filosofar, que se encuentran a comienzo del Libro Tercero de
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los Principia, parecen ser una depuración y una simplificación posterior (!) de las reglas
para interpretar el lenguaje de la Escritura. Sobre el punto, escribe Mauricio Mamiani:
[A propósito de las profecías] Newton presenta una réplica de la estructura metodológica de los
Principia, adaptándola al objeto profético: reglas de interpretación, definiciones, proposiciones. Y
probará estas últimas, exactamente como en la Óptica, de dos maneras: mediante las reglas y las
definiciones (equivalentes a los principios matemáticos), y haciendo referencia directa al texto sa-
grado (equivalente a la confrontación con los fenómenos, a los experimentos). [...] Encontramos,
pues, un desarrollo notable de la idea de Dios como Rey y Señor. El universo es como un reino: las
partes del primero corresponden a las del segundo en una proporción determinada y cognoscible.
Así, el Sol representa, en las profecías, al Magistrado Supremo; la Luna, al siguiente en dignidad, y
las estrellas, al resto de la Corte. La Tierra y el Mar indican la condición de los hombres de bajo
rango. (Mamiani 1990, 136-137.)
Newton y el judaísmo
desprecio por todo lo que significara judaísmo fue reemplazado por la certidumbre de
que el fondo documental del mismo tenía mucho que decir acerca de candentes
cuestiones que afectaban el pensamiento europeo de aquel entonces. La literatura judía
podría iluminar a los cristianos acerca de la naturaleza de las profecías y del
Apocalipsis, sobre el pasado de los paganos y del propio cristianismo, y muchas otras
cuestiones vinculadas con la Biblia. Libros judíos fueron traducidos al latín a fin de que
una vasta audiencia europea tuvieran acceso a aquellas ideas, y muchos estudios
eruditos encontraron en el pensamiento judío la forma de apuntalar argumentaciones en
materias controversiales. Ocasionalmente algunos filósofos del judaísmo, como
Spinoza, crearon las conexiones entre entre la tradición judía y la crisis europea
emergente, pero mucho más comúnmente fueron sabios cristianos los que esgrimieron
su nuevo conocimiento del judaísmo para el análisis de la crisis.
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Que toma su nombre de la ciudad de Ur, en Sumeria, en el curso inferior del río Éufrates. Según la teoría y
las tradiciones históricas, el rastro de los antepasados arameos de Israel se localizaría aproximadamente en
dicha ciudad.
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pervivencia del alma después de la muerte, adoraron a sus antepasados como espíritus
benevolentes. Este culto resultó ser la base de los panteones (templos) egipcios, caldeos,
griegos y romanos, y consistió en el culto de Noé y sus hijos (con nombres cambiados) y
aplicados a los planetas y metales esenciales. Abraham, en mérito a su reconocimiento al
verdadero Dios, obtuvo una nueva oportunidad para restaurar la religión verdadera. Pero
sus descendientes comenzaron nuevamente a corromper el simple credo con metafísica
cuando se instalaron en Egipto y allí tropezaron con otras versiones corruptas llevadas
cabo por los egipcios a partir de las enseñanzas de Noé. Moisés tuvo la oportunidad de
restaurar la religión verdadera a los descendientes de Abraham, y si bien nada cambió de
las doctrinas morales originales, la Ley que él enseñó tuvo el carácter de un pacto y
también fue un conjunto de hieroglíficos apocalípticos a ser descifrados en los Últimos
Días. El resto del Viejo Testamento es sencillamente la historia de las corrupciones de la
simple religión, los castigos a los responsables, y la continua reeducación de los judíos por
sus profetas.
más bien la de lograr que las gentes apreciaran el actuar de la Providencia en aquellos
aspectos de las profecías que ya se hubieran cumplido. No obstante, ciertos aspectos del
futuro apocalíptico son claros, tal como la conversión de los judíos y la llegada del
milenio.
Escritura y su significado para todas las generaciones sobre bases científicas, lo cual podría
evitar la crisis de la Escritura de una vez para siempre.
Los grandes logros que Newton expuso en los Principia y en la Óptica llevaron finalmente
a ignorar el notable proyecto filosófico-teológico que había concebido para diseñar
coherentemente una visión del mundo a la vez material y espiritual. Todos los ámbitos de
interés de Newton, matemática, óptica, mecánica, filosofía, religión, alquimia, cronologías
comparadas, forman parte de una sola verdad, Dios. Por eso la culminación de la filosofía
natural y de la filosofía moral, ambos aspectos de la verdad, se haría manifiesta cuando
confluyesen nuevamente siguiendo el método propuesto por Newton para comprender la
naturaleza:
Y si la filosofía natural en todas sus partes, siguiendo este método será al final perfecta, igualmente
se ampliarán los límites de la filosofía moral, ya que cuanto más podamos conocer con la filosofía
natural acerca de cuál es la causa primera, qué poder tiene ésta sobre nosotros y qué beneficios
recibimos de ella, más se nos aparecerá a la luz de la naturaleza nuestro deber para con ella, como
el de cada uno para con los demás.
En sus últimos años, rastreando hacia atrás la historia de la Iglesia hasta los primeros días
del judaísmo, Newton escribió que todas las naciones tenían originalmente una sola
religión basada en los preceptos morales de los hijos de Noé. Esta religión fue transmitida
por los grandes patriarcas hebreos Abraham, Isaac y Jacob. Más tarde Moisés la llevó a Is-
rael. Los griegos la aprendieron a través de los viajes de Pitágoras, que la transmitió a sus
discípulos, y se difundió también a Egipto, Siria y Babilonia. Los dos grandes
mandamientos de esta primitiva y auténtica religión eran profundamente simples: amar a
Dios y amar al prójimo como a uno mismo. Así, Newton consideraba a los judíos y a sus
primeros patriarcas no como otro reino secular sino como los progenitores de la auténtica y
eterna Iglesia, un antiguo pueblo separado de todos los demás. La encarnación de Cristo
era apenas la señal para el establecimiento de una segunda alianza. Él y sus discípulos
habían predicado un sencillo mensaje: arrepiéntete y libérate del pecado. Esta religión de
los hijos de Noé, establecida por Moisés y Cristo, nos dice Newton, “puede por tanto ser
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llamada Ley Moral de todas las naciones”. Cuando Jesús fue interrogado sobre cual era el
más grande mandamiento de la Ley, repuso que sin duda era el amor a Dios, y añadió que
el segundo mandamiento era el amor al prójimo. Todo esto se enseñaba desde el principio
en la Iglesia primitiva. Imponer luego cualquier dogma de fe que no fuera tal desde el
comienzo, como la doctrina de la Trinidad, era algo equivalente a la prédica de otro
Evangelio.
excepciones, los pensadores de la Ilustración tuvieron poco apego por los cálculos
apocalípticos, la llegada del Anticristo o la interpretación de las profecías. Por otra parte,
el conocimiento de la naturaleza y el conocimiento moral transitaban por caminos
gradualmente divergentes. Como lo ha señalado Ludovico Geymonat, el gran proyecto de
Newton se convirtió, en manos de sus continuadores, no en la garantía inquebrantable de
un acuerdo entre ciencia y fe sino, por el contrario, en el punto de conflicto entre una
religión “racional” y aquella que se funda en las Escrituras. El newtonianismo, en suma,
triunfó al precio de haber traicionado a Newton.
En la física de mediados del siglo XVIII, un Dios ausente reinaba fuera del vacío infinito
del espacio absoluto, en el que las fuerzas de interacción atraían a los cuerpos y los
obligaban a moverse de acuerdo con las leyes matemáticas newtonianas. Pero ya no era el
Dios de Newton. Para éste, la existencia de tales fuerzas demostraban la presencia activa
en el mundo del Creador y la insuficiencia del mecanicismo. Pero ahora, como Roger
Cotes y Voltaire habían proclamado persuasivamente, el atributo se había convertido en
sustancia, y las fuerzas newtonianas en propiedades intrínsecas de la materia. El “absurdo
filosófico” del que hablaba Newton había dejado de ser tal.
El universo finito de la nueva cosmología, infinito en duración así como en extensión, en que la
materia eterna, de acuerdo con leyes eternas, se mueve sin fin y sin objeto en el espacio eterno,
heredó todos los atributos ontológicos de la divinidad. Pero sólo esos: todos los demás, al
marcharse la divinidad, se los llevó consigo.
Que es como decir: el siglo XVIII fue el séptimo día de la Creación. Dios descansó,
halló que el mundo creado por él era bueno y se marchó. Y desde entonces no ha
regresado.
(1717), amén de su correspondencia, en particular la que mantuvo su alter ego Clarke con Leibniz, y su
tratado sobre el Apocalipsis, publicado poco después de su muerte.
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Como muestra el caso de Newton, lo que llamamos ciencia en el pasado jamás debe ser
considerado por los historiadores como un producto acabado, sino como una serie de
intentos de enfrentarse con problemas que entonces no estaban resueltos, con criterios,
argumentos, disposiciones, filosofías, intereses, técnicas, en suma, un arsenal de recursos
que luego, en su mayoría, fueron expulsados de la ciencia. Hablamos de coherencia y
racionalidad de los agentes históricos, pero, ¿qué significan estos términos que para ciertos
filósofos de la ciencia tienen un valor absoluto y ahistórico? Como escribe Brian Vickers,
el término “razón” es un término proteico. Lotte Mulligan ha mostrado convincentemente
que, en el siglo XVII, designaba una facultad mental otorgada por Dios mediante la cual el
hombre podía llegar a conocer a la creación y el Creador, y que no podía ser desligada,
complementariamente, de la fe o la Revelación. No parecen ser éstas las actuales
concepciones de “razón”, de “racionalidad” o de “lo racional”, sean cuales fueren, tal como
nos las presentan aquellos filósofos.
Termino con una cita de Paolo Rossi, ya que no podría decirlo mejor: “La
historia de la ciencia puede ayudarnos a adquirir conciencia de que la racionalidad, el rigor
lógico, la posibilidad de verificar las afirmaciones, la publicidad de los resultados y de los
métodos, la misma estructura del saber científico como algo que es capaz de crecer sobre sí
mismo, no son categorías perennes del espíritu ni datos eternos de la historia humana, sino
conquistas históricas, que, como todas las conquistas, son por definición susceptibles de
desvanecerse. En cuanto a los orígenes que pueden parecer turbios de muchos valores
vinculados con el saber científico, y que actualmente los asumimos como positivos e
irrenunciables, ¿acaso no ha sucedido también algo muy parecido con los valores políticos
de la libertad y de la tolerancia?”.