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EDUARDO KROW

SOGNATORE

También Aman…
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Era una fiesta escandalosa. Luces psicodélicas por todos lados,
música, baile, disfraces y muchas drogas para agitar el ambiente. El
suelo era un espejo que reflejaba todo lo que se movía y el ambiente
con cada segundo se tornaba más tenso entre el humo y la
indumentaria de cigarrillos delirantes. ¡Era la fiesta del año, todo el
mundo quería estar ahí! Los disfraces eran grotescos, pero las
posibilidades eran infinitas. Por una sola noche todo era posible, y
mientras el alba marcaba casi la llegada del amanecer, tanto mujeres
como hombres se despojaban de sus ropas guiándose por el compás
de la música, endulzando la atmosfera con un toque erótico y
prohibido. La música causaba tanto estruendo que se escuchaba por
toda la ciudad, y como arte de magia, a una hora incierta, parecía
que solo aquella noche todo hombre y mujer había encontrado lo
que no existía en sus vidas… Habían encontrado amor.

Pero una sola alma en aquella fiesta no había encontrado tal


sentimiento. Vagaba entre los cuerpos, solitaria y escéptica,
ignorando pretendientes y abusando de sus encantos. Ella era una
belleza alternativa disfrazada de ángel, un disfraz perfecto para una
mujer que no tenía pisca de tal ser, reflejando en sus ojos la más
pura expresión de odio. Nadie podía odiar como ella, nadie. Ella
cantaba:

“Estoy cansada de ver tantas almas. Todas sonrientes y danzantes,


asquerosas y repugnantes. Quisiera que todas murieran; que el cielo los
destruyera o que la tierra se los tragara. No quiero odiar este mundo, no
quiero odiar nunca más, pero ¿Quién me podrá liberar? Odio es estar sola,
sí, siempre sola con gente a mí alrededor. Y todos los pretendientes, fugases
e insolentes, ninguno de ellos demuestra su amor. Ya no quiero odiar, pero
¿Quién me podrá liberar?...”

Las luces se apagaron. El escándalo se congeló cuando aquel


apagón, silencio repentino tan profundo como dañino, salió de la
nada e hizo que la fiesta parara. La música se detuvo, pero los
presentes continuaron con sus actos indecorosos causados por la
atmosfera apasionada que se había formado con tanto festejo. Solo la

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luz del alba, suave como tenue, reflejaba los cuerpos de las
multitudes mientras se embriagaban con sus acciones inmorales,
suficientemente fuerte para distinguir sus figuras, pero no como
para reconocerlas entre sus singulares formas. La muchacha,
desconcertada, siguió tarareando su canción:

“…El odio es lo que queda si la noche es oscura y no hay luna llena.


Y retando al destino, a lo pagano y divido, libero mil gritos y con sangre yo
escribo, ¡Ya no quiero odiar!, ¿Quién me podrá liberar?”

Pero repentinamente, un caballero desconocido y extravagante


se aparece ante ella, disfrazado de algo que no podía distinguir,
tarareando la misma canción, pero continuando con el resto de la
letra:

“Soy la expresión más pura del odio ignorando su ardiente rencor,


expresando palabras y escribiendo canciones para expresarte un poco de
amor. Por ti seré luz, esperanza y pasión, esperando intranquilo que seas
sincera y digas ya mismo si puedo ser yo…”

Los dos se miraron fijamente a los ojos, como si un fuerte


sentimiento los flechara involuntariamente. Poco a poco,
acercándose el uno al otro, sus cuerpos estuvieron juntos y sus bocas
apunto de tocarse. Los dos parecían nerviosos, como si ambos
supieran que estaban frente a una alma gemela. Pero antes de sellar
aquel momento con un beso electrizante, ella preguntó a su ser
amado en tono bajo y con cierta inseguridad, “¿Realmente me vas a
liberar?”. Y sin ningún titubeo, él respondió, “Ambos nos
libraremos de este mal”. Y acercando sus labios lentamente, aquel
beso selló sus almas como nunca antes un beso lo había hecho en la
historia de la humanidad.

La música empezó a sonar otra vez, marcando el fin del


apagón. Pero mientras las luces aún no se encendían del todo, el ser
desconocido se intentó marchar. Ella lo siguió hasta que logró
detenerlo, tomándolo de una mano y gritando con fuerzas, “¿Te vas
así, sin más?”, mientras él, nervioso y aterrorizado respondió

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simplemente, “Yo me quiero quedar”. Ella lo soltó al percatarse de
algo que no había notado hasta el momento; las manos del hombre
estaban demasiado frías como para tratarse de algo con vida, y su
cuerpo no se reflejaba en el espejo del suelo. Ella lo vio a los ojos, y
sin poder distinguir si eran blancos o rojos, dijo con voz
entrecortada, “¿Te volveré a ver si te vas?”. Él respondió, “No lo
creo en realidad”. “¿Y si voy contigo me amarás cómo hoy?”.
“Puede que mucho más”. “Entonces que se haga realidad”. “¿Para
siempre y por la eternidad?”. “Para siempre y por la eternidad…”

Las luces se encendieron de golpe. Los presentes detuvieron la


danza y muchos gritos empezaron a sonar. Ahí estaba, el cuerpo sin
vida de una joven muchacha, tendida ilesa sobre un charco que no
era su sangre, con ojos vacíos y expresión radiante. La fiesta
terminó, y hasta ahora los presentes, investigadores oficiales e
independientes, se preguntan con el mismo grado de confusión,
¿Qué fue lo que realmente sucedió?...

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