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Núm. 2
Enero - Abril 2007
ISSN: 1988-2769
REDACCION :
MAX Y LEMMY
Capitanes intrépidos
Rudyard Kipling
COLABORADORES :
R AMÓN A LFONSO – N ACHO C AGIGA
A LBA C ERES – J UAN M IGUEL C OMPANY
SHANGRI-LA no comparte, necesariamente, las opi- M ANUEL E SPINOSA – PABLO F ERRANDO
niones que sostienen en sus textos los colaboradores. M ARÍA J OSÉ F ERRIS – L ORENA I ZQUIERDO
L ENTITUD – I RENE DE L UCAS
La reproducción total o parcial de un texto publi-
A NGÉLINE M ARAIS – O LVIDO M ARVAO
cado en SHANGRI-LA en un espacio de la red de in-
ternet debe indicar el nombre del autor y su lugar M OUCHETTE – M ATEO PALACIOS
de publicación. Si la reproducción, tanto parcial G RUMETE PATRICIA - J EAN -L UC P RATT
como total se realiza en un medio impreso debe ser P RINCESADEHOJALATA – J AVIER M. TARÍN
previamente solicitada.
EDITA
SHANGRI-LA EDICIONES EDICIÓN - COORDINACIÓN
shangrilaediciones@hotmaill.com NACHO CAGIGA / JESÚS RODRIGO
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
SUMARIO
TEXTURAS
La morte rouge (Soliloquio), de Víctor Erice.
Max Caution - Pág: 05
C A R P E TA J O A Q U I M J O R D À
I.Introducción.
Pág: 22
I V. M o n o s c o m o B e c k y . E l c o m p l i c a d o m u n d o d e l c e r e b r o .
María José Ferris Carrillo - Pág: 33
V. Ve i n t e a ñ o s n o e s n a d a .
Javier M. Tarín - Pág: 41
V I . “ Yo i n t e n t o c r e a r c o n s t r a s t e s ”
Selección de declaraciones de Joaquim Jordà - Pág: 48
D O C U M E N TO S
La ética del cineasta ante la inevidencia de los tiempos.
Ángel Quintana - Pág: 55
C A R P E TA F L E U R J A E G G Y
I.En el principio...
Pág: 70
I I . L e i d t r a g e n d e : l a q u e l l e v a e l d o l o r.
Olvido Marvao - Pág: 71
I V. L o s h e r m o s o s a ñ o s d e l c a s t i g o .
M. Morillo - Pág: 79
V. E l á n g e l d e l a g u a r d a .
Fleur Jaeggy - Pág: 82
SUMARIO
V I . E l á n g e l d e l a g u a r d a y F l e u r J a e f f y, u n a a p r o x i m a c i ó n .
Max Caution - Pág: 84
VII. ¿Y si...
Olvido Marvao - Pág: 88
ÁLBUM
Gabriela Iacob.
Pág: 103
D O C U M E N TO S
Lalengua no pertenece.
Jacques Derrida - Pág: 104
ÁLBUM
K ä t h e Ko l l w i t z ( 1 8 6 7 - 1 9 4 5 ) .
Pág: 108
TEXTURAS
Robert Walser: 50 años en la nieve.
Robert Walser - Pág: 112
El último McGahern.
Pág: 118
Entre vampiros. Una entrevista con Santiago Estruch a propósito de Bela Lugosi, Pick-
fair 5619 Hollywood.
Entrevista: Nacho Cagiga - Pág: 137
El caballo de Troya (Bug, William Friedkin, 2006 y The Host, Joon-ho Bong, 2006).
Irene de Lucas Ramón - Pág: 141
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
TEXTURAS
Max Caution
"Los espectadores, esos hombres que todo ignoraban los unos de los otros, que en
oleadas sucesivas habían invadido el circo, estaban ahora sentados, metido cada
uno en la esfera absoluta de su asombro... Las manos sobreexcitadas que se
aferraban a las balaustradas de las filas de butacas hacían el efecto de motivos
decorativos, las lámparas de arco balanceaban sus tarros de leche energéticos..."
Carl Einstein
(1)
"Ésta es la historia de un hombre marcado por una imagen de su infancia." Así podría
haber empezado esta película que Víctor Erice construyó con la perspectiva de que
fuera visionada dentro de la exposición titulada Erice-Kiarostami. Correspondencias.
La cita de Marker no es en absoluto circunstancial pues, al igual que pasara en La
Jetée (La Jetée, Chris Marker, 1962), vamos a asistir a un ejercicio de recuperación
de la memoria y de un pasado de cuyas traumáticas consecuencias políticas aún no
estamos suficientemente distanciados. Pero además, como ocurriera con el clásico de
la ciencia-ficción, la utilización de la foto-fija en blanco y negro (si bien aquí coordi-
nada con otras composiciones audiovisuales), pretende ayudar a conjurar ese retorno
al pasado histórico de nuestra memoria, y conseguir así dotarlo de un significado que
nos permita recobrar nuestra identidad social que incluye, además, recuperar el
tiempo perdido de unas formas de entender y amar el arte del cinematógrafo.
TEXTURAS
En este marco, la intensa y dramática voz de Erice, del narrador, nos sumerge a tra-
vés de una suave panorámica en la realidad afectada por sus recuerdos personales.
Lo que nos va a mostrar su cámara va a ser una realidad material, unas estructuras
arquitectónicas que con formas de cubos pretenden dar una paletada de moderni-
dad, de futuro si cabe, a esa costa en la que el mismo mar de todos los veranos pre-
valece. Lo humano es perentorio y la historia de ese edificio, que en los tiempos de
su inauguración (el 15 de Agosto de 1921) se llamó el Gran Kursaal, y que empezó
por alojar un lujoso casino soportado por una burguesía que vivía los últimos ester-
tores de la Belle Epoque, terminó por ser un símbolo de esa transitoriedad. Clausu-
rado como complejo dedicado al juego, al ser prohibida esta actividad en 1924
durante la dictadura de Primo de Rivera, el edificio pasa por diferentes etapas, siendo
la que más nos interesa para esta historia la que comienza con la reconversión de su
espacio en un importante cine para la ciuad de San Sebastián, el Kursaal.
Es allí donde la historia del niño Erice comienza su andadura para nosotros. Lo que el
ahora cineasta nos quiere hacer compartir es, precisamente, el momento crucial de
su vida cuando, a la edad de cinco años, acude con su hermana siete años mayor que
él a ver una película. El filme al que él mismo cataloga como "la primera película que
recuerdo haber visto jamás" es La garra asesina (The Scarlet claw, Roy William Neill,
TEXTURAS
Dos son las perspectivas que quedaron abiertas en esta memorable sesión. La pri-
mera, de orden formal, hace alusión a las fronteras, equívocas, ambiguas, extrañas,
habidas entre la realidad y la ficción. La segunda, más mundana si cabe, la consta-
tación de la realidad social a la que ese niño pertenecía, la que representaba a un
mundo en escombros físicos y morales, tanto por la contienda bélica mundial y el es-
pectro del Holocausto, como por las cuestiones más presentes del paso de una Gue-
rra Civil, la postguerra y la dictadura franquista que le siguieron. Pero, a pesar de la
honda brecha moral que se hizo consciente en ese momento (estimulada por el des-
cubrimiento de la muerte y de la capacidad de matar que tenemos los humanos, y que
se hacía palpable en aquella sesión cinematográfica), con respecto al resto de espec-
tadores y, por ende, con respecto a la sociedad que le tocaba vivir, lo que aprendió
ese niño fue a percibir el miedo como parte de su misma realidad, puesto que entre
fantasía y realidad, entre la ficción de la muerte y la muerte cotidiana que había ad-
quirido forma política y que le vinculaba, ya no podía haber consuelo que le permi-
tiera "callar y seguir mirando", como en el cine habían hecho los espectadores que le
rodeaban ante las muertes que provocaba el falso cartero. Esa misma acitud, de pa-
sividad ante el crimen (en esta ocasión político), era la que también se respiraba fuera
del Kursaal, y que ocurría en el conjunto de la sociedad.
En esta crónica personal (que podría recordar por su tono evocativo a aquella que hi-
ciera en 2001 Manoel de Oliveira en Porto da minha infância), en el que el descubri-
miento de la realidad se hace a través del umbral abierto por la pantalla de un cine,
es donde podemos ver cómo la visión del cine del futuro cineasta se fragua, toma
cuerpo. La pantalla del Kursaal se convirtió ante los ojos de un niño en una auténtica
pantalla diabólica, que no tan sólo iba a marcar los miedos nocturnos propios de la
infancia, sino que esos temores se iban a enraizar en esa cotidianeidad opaca y re-
presiva de la dictadura, de la sociedad española del momento. Así del cartero asesino
de la ficción pasamos al temor infundado por unas cartas reales en las que la efigie
de Franco materializaba la opresión circundante.
El cine aparece entonces como un arte doble, que hiere y da bálsamo al mismo
tiempo, lo suficiente como para que se abra una herida que nos haga conscientes de
la realidad, pero que también nos permita seguir mirando, seguir viviendo. Sin em-
bargo, lo que ya no puede evitarse es ese origen misterioso y temible de la imagen,
que se urde en la penumbra, y que más allá de toda etiqueta académica, se conforma
con los haces de luces y sombras que dieron consistencia al expresionismo alemán ci-
nematográfico, y que acabó por exportarse a un Hollywood donde los exiliados, mu-
TEXTURAS
(2)
El aire de misterio gótico que impregnaba La garra escarlata, estaba realzado por un
blanco y negro de reminiscencias expresionistas. No es que este largometraje estu-
viera a la altura de los filmes que habían hecho Friedrich W. Murnau o Josef von Stern-
berg, por citar a dos cineastas imprescindibles para comprender la obra de Víctor
Erice, pero algún sustrato de ese estilo gravitaba en la película. Hablando de Murnau,
por ejemplo, Eisner comenta que "todas sus películas llevan impresa la huella de su
dolorosa complejidad íntima, de esa lucha que se libraba en él contra un mundo al que
seguía siendo desesperadamente ajeno. Sólo en su última película, Tabú, parece
haber hallado, por fin, la paz y un poco de felicidad en el seno de una naturaleza lu-
minosamente alegre, donde no cabe el sentimiento de culpa inherente a la moral eu-
ropea." (2) Esto resulta importante a la hora de valorar cómo esa primera proyección
marcó al futuro autor de El espíritu de la colmena (1973). Sin renunciar a un realismo
social e histórico de calado hondo, o a una atmósfera de filme de género gótica, que
bien puede reconocerse en una literatura que podríamos representar con los cuentos
de Edgar Alan Poe (recordemos que este escritor fue el autor de un cuento titulado
La máscara de la muerte roja), la impronta dejada por este primer filme visto co-
necta con el legado de los expresionistas alemanes. Como dice Eisner: "El artista ex-
presionista, que no es receptivo sino verdaderamente creador, busca no un efecto
momentáneo, sino la significación eterna de hechos y objetos." (3)
TEXTURAS
Con La Morte Rouge, Víctor Erice nos ha dado muchas claves para entender su fil-
mografía. A la luz de este mediometraje (no renuncio a usar esta palabra, ya en des-
uso, toda vez que ha sido borrada de las definiciones oficiales de las modernas Leyes
del cine) podemos comprender mejor qué significa filmar para él, con qué pasado se
reencuentra, con qué fantasmas nos hace partícipes de su amor por el cinematógrafo.
El regalo que supone esta película va más allá de encontrarnos con una experiencia
única y personal. Su universalidad radica en hacernos ver cómo el cine es una ficción
TEXTURAS
necesaria para hacernos una idea verdadera del mundo que habitamos. Erice no duda
en reubicar al inexistente pueblecito llamado La Morte Rouge, donde transcurre la ac-
ción de La garra escarlata, fuera de la realidad geográfica que le era otorgada en la
película (los alrededores de Québec, en el Canadá francés), para enclavarlo en otro
país que afortunadamente no aparece en mapa alguno y al que llamamos el país del
cinematógrafo, al que Erice pertenece por derecho propio, así como todos aquellos
que llevan semejante pasión en sus corazones.
La memoria recuperada hace posible que el rojo que habita en el fondo del aire, y que
se ha intentado abolir dentro y fuera de la pantalla, no se haya desvanecido del todo.
Veintisiete años después de que el niño Erice tuviera su primera experiencia fílmica
se rodaba El espíritu de la colmena.
Todas las notas están sacadas del libro La pantalla diabólica, Lotte H. Eisner,
Ediciones Losange, Buenos Aires, 1955.
1. p. 9; 2. p. 33; 3. p. 10; 4. p. 12; 5. p. 15; 6. p. 11; 7. p. 93; 8. p. 84; 9. p. 47; 10. p. 49.
TEXTURAS
En 2006 se produjeron unos 150 filmes, lo que representa la mayor cantidad en los
últimos veinticinco años, pero ello no se transforma en una mayor calidad. Lo que
predomina de forma apabullante es la mediocridad. Una mediocridad propiciada por
una producción que vive al amparo de la subvención de la administración estatal o au-
tonómica. Por otro lado, la anquilosada Academia de Cine es incapaz de promover y
apostar por el riesgo creativo en la búsqueda de nuevas fórmulas. Una vez más, lo
hace sobre las bazas más seguras. Nadie pone en duda que aquellos filmes produci-
dos en el 2006 que 'hacen más industria y más cine español’ han sido los nominados.
Desde esa óptica, está claro que no hay mucho más donde mirar. Que la Academia y
la industria se premien a sí mismas, es hasta incluso, digámoslo una vez más, nece-
sario. Pero, ¿sería impensable que, por ejemplo, El ciclo Dreyer de Álvaro del Amo ga-
nará alguna vez el Goya al mejor director, o que, olvidándose de las académicas
fronteras entre documental y ficción, una obra como Más allá del espejo de Joaquim
Jordà, fuera la ganadora del Goya a la mejor película? Lo es, desde luego. Estas pro-
puestas fílmicas no es que no pertenezcan al cuerpo de ese cine español que la Aca-
demia, la industria y los medios de comunicación han conformando a lo largo de los
años, y que nosotros llamamos El Cine Español Institucionalizado, sino que se en-
frentan estética e ideológicamente a él.
TEXTURAS
MANUEL ESPINOSA
TEXTURAS
TEXTURAS
RAMÓN ALFONSO
CUENTO APAGADO
1. La impresión que uno tiene, al término del filme, es que el mundo fan-
tástico no parece ensamblarse bien con el mundo real, es como si se estu-
vieran viendo dos películas en una. Y esta dualidad nos lleva, en la textura
general, a una difícil cohesión fílmica y narrativa.
TEXTURAS
TEXTURAS
nos permite interpretar cualquier significación simbólica más allá del universo mos-
trado. Sólo sirven para resolver unos obstáculos vitales.
Dicho lo anterior, tendríamos que preguntarnos por qué esta película ha recibido tan-
tos premios: seis Goyas en la última edición (guión original, fotografía, montaje, so-
nido, maquillaje y peluquería y efectos visuales), tres en los Bafta del pasado año
(mejor película de habla no inglesa, mejor diseño de vestuario y efectos visuales) y
también ha sido galardonada con tres Oscars (fotografía, maquillaje y dirección ar-
tística): queda claro que la película ha sido aplaudida en los aspectos plásticos y vi-
suales. El público mayoritario también argumenta sus bondades en este mismo
terreno. Por tanto, El laberinto del fauno es un signo fehaciente de nuestros tiempos
en los cuales parece prevalecer la imagen en sí misma. Los espectadores de hoy son
fácilmente seducidos por las generosidades digitales. Esta atracción viene abrigada
por una importante campaña mediática que ha contribuido, de forma insistente, a
acercar a ese público hambriento de mensajes audiovisuales tan vacíos de contenido
como faltos de una dimensión moral. Hay, pues, una apremiante necesidad, por parte
del receptor de estos productos de consumo, de apartar la mirada de la contempla-
ción y reflexión de la realidad histórica, social: “No queremos pensar, sólo disfrutar de
las imágenes (por sí mismas), queremos historias sencillas, intrascendentes”, parece
decir este público. Y hay una industria institucional que alimenta e impulsa este tipo
de producción cinematográfica para esa gran mayoría de población que se desea alie-
nada con la intención de que, de alguna forma, pueda encontrarse en un estado de
aletargamiento mediante su dosis de “morfina”. El cuento apagado que nos regala
Guillermo del Toro viene a convocar una iconografía fácilmente reconocible pero bajo
unas pinceladas melancólicas y sombrías.
TEXTURAS
Una vez visto el resultado y el empeño puesto, da la impresión de ser una operación
diseñada para que la invertebrada industria del cine español (se) demuestre que es
capaz de levantar un producto espectacular de gran presupuesto y competir a nivel de
taquilla con la “engrasada” maquinaria norteamericana que invade y controla el mer-
cado. Pero, eso sí, dejando claro, que es posible tal objetivo, no solamente mostrando
el despliegue de medios que el presupuesto permite, convirtiendo el vacío absoluto
del espectáculo como un fin en sí mismo, que es a lo que nos tiene, mayoritariamente,
acostumbrados el cine USA, sino que la “cacharrería” puede no estar reñida con la ‘ca-
lidad’, ni estar exenta de ‘contenido’, y éste, además, que tenga una óptica progresista.
TEXTURAS
TEXTURAS
transitar (también) por otros caminos, ejemplos a lo largo de su historia donde poder
mirar los hay. Para ello muchas cosas tendrían que cambiar, empezando por la aca-
demicista Academia de Cine y sus Goyas. De momento, todos parecían muy conten-
tos, no hay más que ver la ya comentada foto de los rotativos al día siguiente del
preestreno y comprobar los resultados en la taquilla.
MATEO PALACIOS
Salvador (Manuel Huerga, 2006) parte de esta premisa de hacer memoria de un mo-
mento especialmente delicado de la transición en el que la represión de régimen fran-
quista se endurece por su propia debilidad. Si atendemos a lo que los creadores del
filme –director y actores- declaran sobre las intenciones del mismo, nos encontraría-
mos ante la película necesaria en la historia del cine español para entender un pro-
ceso político complejo como la transición. Sin embargo, es, precisamente, el discurso
simplificador y maniqueo de la narración el que pone en entredicho tal objetivo e in-
cluso lo contradice. El retrato inicial de los personajes fundamentales de la película no
deja lugar a dudas: unas fuerzas del estado represoras y sádicas y unos jóvenes al-
truistas y justicieros que luchan por la libertad. Un planteamiento de este tipo permite
crear un discurso dramático efectista e incluso lacrimógeno pero no deja de ser ex-
cesivamente parcial. Resulta, asimismo, increíble la actitud compasiva de los milita-
res que llevan a cabo la ejecución, en contradicción con el planteamiento de falta de
TEXTURAS
JAVIER M. TARÍN
MANUEL ESPINOSA
JOAQUIM JORDÀ
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
I. PRESENTACIÓN
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SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
Nacho Cagiga
Más allá de etiquetas, en Jordá siempre ha habido unas constantes que le han hecho
ser uno de los puntales de los movimientos cinematográficos a los que en mayor o
menor medida ha pertenecido, sin dejar de ser nunca un director preocupado por
ofrecer una mirada enfrentada a la realidad que retratara. Lo que une a nivel formal
su primerizo periodo asociado a la Escuela de Barcelona y sus últimos documentales
es la voluntad de pulverizar toda frontera entre lo que es la ficción y la representa-
ción fiel de la realidad, con el uso de técnicas empleadas en el cine directo, el repor-
taje y el documental. Jordá ha sido desde siempre un cineasta que ha hecho del
documental su primera herramienta, aunque nunca haya renunciado a la ficción para
acercarse a la realidad cuando el cine directo se lo ha permitido. De igual manera que
sus películas de argumento se dejan seducir por un trasfondo metacinematográfico
que cuestiona constantemente lo real para darle su verdadera dimensión, aquella que
nos habla de la realidad como materia manipulable que nos permita crecer y reali-
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zarnos para convertirnos en las personas que somos, y que a veces están aplastadas
bajo los escombros de los hechos. Aquello que nos puede destruir puede venir de
afuera, véase el capitalismo, la represión psiquiátrica, o una sociedad acomodaticia
con su afán de normalizar, o bien podría venir de nuestro interior, ya sea la enferme-
dad o cualquier tipo de patología, pero en Jordá nunca hay una evitación del con-
flicto, nunca se ahorra una pena. Y eso sin caer en ninguno de los extremos de toda
confrontación, esto es, ni en el triunfalismo ni en el victimismo.
Para Jordá, la batalla (individual o colectiva) contra todo aquello que desvirtúa nues-
tra libertad es lo que está en juego. Y su mirada sabe detenerse en el punto exacto
donde el esfuerzo humano, pierda o gane, tiene significado existencial, o lo que es lo
mismo, allí donde se va a pronunciar lo más valioso de nuestra existencia, nuestro
más preciado humanismo. Luego éste puede aparecer y representarse en diferentes
ámbitos, ya sea en el de lo político -Jordá es el cineasta que mejor ha sabido plasmar
el potencial revolucionario que tuvo la Transición española, no desde luego en su ver-
sión oficial, sino en la manifestación de una sociedad que pergeñó unas más iguali-
tarias relaciones sociales y que se vieron disminuidas con el paso del tiempo-, o en
el plano más psicológico de nuestras vidas individuales, y que nunca pueden enten-
derse fuera de ese marco social que nos envuelve.
Todo este preámbulo es necesario para situarnos en esos dos documentos sobre los
trastornos mentales que son probablemente lo mejor de Jordá, a saber, Monos como
Becky (Mones com la Becky, co-dirigido por Nuria Villazán, 1999) y Más allá del es-
pejo (Més enllà del mirall, 2006). Ambas tienen en común el presentar a los pacien-
tes de estos trastornos psicológicos como las personas que son, evitando cualquier
tipo de prejuicio científico, y mostrando el lado más humano del problema, el día a
día de unos individuos que viven en un cuestionamiento básico y continuo de una re-
alidad que va a tender a menospreciarles y arrinconarles dentro del aparente mundo
de la normalidad. Lo que llevó a Jordá a hacer Monos... fue su historia personal a
partir del infarto cerebral que sufrió en 1998 y que le convirtió en aléxico y agnósico
visual. Desde ese momento, Jordá ya nunca se ha separado del tema y a lo largo de
los años ha ido investigando y filmando su historia y las de otros para entablar su
lucha personal contra lo que le pasó, y que le ha llevado, de manera parecida o dife-
rente al de los otros sujetos retratados, a tener problemas de codificación y decodi-
ficación de imágenes.
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Más allá del espejo es su canto del cisne. Jordá no pudo terminar el montaje final del
documental, pero parece que en términos generales todo sigue lo que él tenía plane-
ado. No podemos saber si el film tal y como nos ha llegado hubiera sido al cien por
cien como lo hubiera dejado Jordá, pero creo que podemos convenir que lo que vemos
está muy próximo a la mirada de este singular cineasta. El relato fílmico que se nos
plantea sigue diversas historias de personas afectadas por lesiones cerebrales y los
problemas de percepción de la realidad que les suponen, dentro de un baremo que
va desde la gravedad de la pérdida completa de visión hasta las aristas más leves de
la alexia. Sin embargo, todas y cada una de estas historias cuenta dentro del film
para darnos la perspectiva global de la situación que se crea a raíz de la enfermedad,
aunque las causas y las circunstancias sean diferentes entre sí y varíen de una per-
sona a otra.
La estructura de todo el film queda definida, sin embargo, a partir de la figura cen-
tral de uno de estos casos, la ejemplar trayectoria de Esther Chumillas, que pasó en
unos pocos años de ser una persona impedida en un alto porcentaje a ser una per-
sona independiente y capaz de una vida casi tan plena como la de una persona que
no hubiera pasado por la enfermedad (en su caso provocada por una meningitis). El
recorrido vital de esta joven le sirve a Jordá no sólo para mostrar el caso de una lu-
chadora que con su resistencia y esfuerzo es capaz de darle la vuelta a su situación,
sino que le permite el retrato de una persona en su cotidianeidad y en su búsqueda
de una salidad a su conflicto. De hecho, todas y cada una de las mujeres que retrata
son apuestas personales por superar las limitaciones y las duras consecuencias de
sus respectivas patologías. La aproximación fílmica hacia estas diferentes historias
convierte en personajes a estas personas, porque Jordá nos narra sus experiencias
con un sentido final, el hecho de enfrentarse a su problema y de buscar lo valioso de
esta experiencia. En una de las entrevistas a una de estas pacientes, Jordá le hace
ver a su interlocutora que también la enfermedad le ha dado algo bueno, al hacerla
consciente de la sensación de vulnerabilidad, un sentimiento al que ella se sentía
ajena hasta entonces. Es el descubrimiento de lo que de verdad significa ser humano,
precisamente con las emociones que nos hacen más débiles, más indefensos ante la
vida. Por contra, Jordá se queja de haber perdido el miedo a la muerte y por consi-
guiente la sensación de todos los miedos, que son subsiguientes a éste, precisamente
por lo que esto pueda suponer de merma de su humanidad.
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un mensaje de alguna manera esperanzador. No hay que cejar en esa lucha diaria
frente a la enfermedad, no dejar que nos gane la partida (el propio Jordá recurre con-
ceptualmente a una partida de ajedrez para ilustrar esta perspectiva, lo que quizás le
reste un tanto de fuerza a un relato que no necesitaba de tamaño accesorio), y tirar
hacia delante, aún cuando cada historia tenga sus propias características que no
hacen exportables las acciones particulares, pero sí al menos una actitud general. Lo
cierto es que el propio Jordá, en tanto que sujeto de su narración, aparece como un
enfermo ejemplar, pues su misma historia demuestra que es posible recuperarse
hasta un cierto nivel si uno se empeña en esa recuperación. Y es en todo esto donde
el Jordá cineasta nos da lo mejor de sí mismo y marca la diferencia con otros docu-
mentalistas que trabajan aquí y ahora, incluso de los más cercanos a Jordá, como
podrían ser José Luis Guerín y Marc Recha. Quizás tendríamos que hablar de la reno-
vación de la mirada que autores como Marcel Hanoun y Alain Cavalier han realizado
en Francia. Porque Jordá se sumerge con Más allá del espejo en la realidad sin acep-
tar ninguna coartada intelectual o cultural (como Guerín o Recha estarían más tenta-
dos a hacer, y por eso la imaginería conceptual de la partida de ajedrez resulta
totalmente prescindible), y se enfrenta con la desnuda mirada del cine a unas perso-
nas de carne y hueso a los que convierte en personajes de una narración sin perder
nunca su fisonomía humana y su individualidad.
Al igual que tan sólo unos pocos cineastas actuales que están haciendo el film-diario,
la crónica directa, que nos están ofreciendo el vuelo de una mirada desnuda y austera
sobre su misma existencia y sobre su entorno más íntimo, para devolverle al cine su
fuerza y su fragilidad, su capacidad de mostrar lo que de ficción tiene la realidad y lo
que de verdad tiene el artificio, Jordá ha realizado con su último documental, con su
filmografía también, un retrato sin conservantes ni colorantes de nosotros mismos, sin
adulterar, idealizar o embellecer con esteticismos posmodernos lo mostrado. Al con-
trario, toda su habilidad quimérica se ha volcado sobre algo tan sencillo y cercano
como son nuestros congéneres, además los más desfavorecidos, cotidianos o margi-
nales. Para recordarnos una vez más quiénes somos, y tengamos conciencia de nues-
tras expectativas más auténticas. Si los reality-show, la publicidad, el oficialismo del
lenguaje televisivo, el propagandismo ideológico, los diferentes proselitismos discur-
sivos, la vacuidad del espectáculo comercial, etcétera, de tantos sistemas de repre-
sentación audiovisuales, artísticos y literarios no son capaces de mostrar a un sólo ser
humano, a una sóla persona, en su devenir existencial más humanamente absurdo,
entonces un fragmento del cine de Jordá puede
hacernos recordar al menos que somos hijos
de la tierra, que aspiramos a un mundo más
habitable y solidario, y que apenas nos tene-
mos a nosotros mismos para disfrutar de la
vida, para apoyarnos ante las adversidades.
Para terminar de alguna manera yo propongo
este fragmento de Más allá del espejo: Yo-
landa, la mujer que se ha quedado ciega, se
acerca al río que la hizo soñar cuando todavía
veía, para que el sonido de su corriente le su-
surre al oído algo íntimo que le da vergüenza
compartir con los otros. Dudo mucho que de-
trás de tanto ropaje mediático se pueda en-
contrar, a día de hoy, un momento
cinematográfico más hermoso que éste.
A Teresa,
como señal de complicidad y afecto.
ciones. Sin embargo, no sólo guardan estrechos contactos desde el plano narrativo,
sino que las dos proponen también una extraordinaria versatilidad genérica con el
documental. Ambos filmes tienen claras intenciones didácticas al desplegar en sus
imágenes una emotividad intensa debido a una puesta en escena que tiende la mano
a la representación fílmica para acercarse, de este modo, a la ficción.
Sin ir más lejos, los planos que abren la película ofrecen claramente una lectura mí-
tica que viene reforzado por la voz en off del propio Joaquín Jordá: “Entra, saldrás sin
rodeo, el laberinto es sencillo, no es menester el ovillo que dio Ariadna a Teseo”.
Mientras escuchamos estas palabras, podemos ver un relieve que evoca la escena
mitológica y prepara al espectador a la interpretación de la imagen siguiente: el la-
berinto de Horta (el mismo que se empleara en Nocturno 29 de Pere Portabella, 1969)
que viene a representar el cerebro humano. La sencilla metáfora está significada por
la aparición de una serie de expertos (3) que opinarán acerca del dilema moral de los
tratamientos clínicos agresivos sobre los pacientes mentales. Ellos pondrán en duda
las aportaciones clínicas, y sociales de Egas Moniz, el polémico neurocirujano portu-
gués que aplicó la lobotomía, por primera vez, a seres humanos y a quien se le otorgó
el premio Nobel de medicina en 1949 por tratar de mitigar la agresividad de los en-
fermos mentales.
Cuando comienzan a aparecer los títulos de crédito se cierra el prólogo para mos-
trarnos unas imágenes de archivo sobre la visita de Franco a Portugal en 1949 (el
mismo año que le concedieron el Nobel a Egas Moniz). Los rótulos iniciales vienen
acompañados por unos inquietantes y acompasados alaridos de simios. Junto a ellos
escuchamos la coletilla de las últimas palabras proferidas por el médico-historiador
Antonio Rey, aludiendo a la masificación de los centros psiquiátricos y a la búsqueda
de una solución pragmática que viene a interrogarse sobre un mal que afecta a “toda
la población”. Dichas palabras serán repetidas de forma igualmente rítmica para que
el espectador pueda asociar el vínculo dado a las imágenes de archivo (en el interior
de los rótulos) con la banda sonora. Por lo cual, como señala Santos Zunzunegui (4),
esta operación de montaje permite unir dos niveles de lectura. En primer lugar aque-
lla que vincula al personaje-actor portugués Joâo Maria Pinto, convertido en la figura
de Teseo, buscando por los laberintos de las hemerotecas, los Museos Clínicos y asis-
tiendo a la proyección de los archivos arriba mencionados. Tales efemérides cinema-
tográficas vienen a resaltar el absoluto silencio (5) dado al célebre galardón de Egas
Moniz y, al mismo tiempo, sirve como un paralelismo entre la práctica de la loboto-
mía aplicada a pacientes psíquicos peligrosos y aquella otra empleada a la propia so-
ciedad desde el mismo poder autoritario. Así pues, los ecos sociales e históricos de los
dos países (España y Portugal) nos llevan a vericuetos similares.
En segundo lugar, la maniobra efectuada con la metáfora de apertura nos conduce a las
diferentes representaciones fílmicas que, a su vez, obligan a alejarse de los protocolos
establecidos en el documental. Las transgresiones podemos rastrearlas desde la mera
presencia del realizador integrándose con los pacientes del centro psiquiátrico, pasando
por la atmósfera fantasmal que reina en el Museo de Avanca, realzada por elegantes tra-
vellings y combinados con la voz en off de la guía turística, Rosa Mª Castro Rodrigues,
No olvidemos que las imágenes de video en color (creando así un significante fílmico)
de la obrita de teatral, llevada a cabo por los mismos pacientes, Jordá y el actor por-
tugués, es visto luego por quienes participaron en ella y el espectador compartirá,
junto a ellos, la mirada cómplice de una actitud integradora, solidaria y reivindicativa.
Pero, conviene detenernos en la clausura del documental porque nos servirá para
apreciar el verdadero alcance del enunciado de las imágenes.
Al final del laberinto metafórico, los realizadores del documental tienden la mano al
espectador para llevarles a las declaraciones de Ramsés. Cuando se llega a este punto
estaremos informados ya, adecuadamente, de la semblanza del neurocirujano portu-
gués Egas Moniz. Dicha información será rentabilizada en la clausura de la película con
el fin de que el público pueda advertir el motivo por el cual se han alterado el orden
de los datos biográficos: primero recibirá la noticia del premio honorífico y luego será
acribillado a balazos (justo al contrario de los hechos verídicos), para que, finalmente,
Ramsés sea el que manifieste de forma expresa, en la misma representación, la farsa
del célebre médico portugués. No es casualidad, claro está, que sea un enfermo quien,
de un modo lúcido, pueda protestar al “médico” que denegó al paciente toda posibi-
lidad de defenderse.
Pero Monos como Becky no concluye con las declaraciones de Ramsés. Queda la voz
de los cineastas por pronunciarse. En el epílogo, en correspondencia y como réplica
a quienes se han manifestado sobre Egas Moniz, asistimos a la última representación
ficcional del actor, Joâo Maria Pinto, encarnando al neurocirujano portugués. Al mismo
tiempo que seguimos los pasos del actor-personaje en sendos travellings laterales
dentro de una facultad universitaria, también escuchamos la grabación de archivo so-
noro donde se emiten las declaraciones petulantes y huecas del propio médico luso
en su visita a Brasil. La voz espectral se torna aún más falsa cuando acompañamos
al médico ante un aula magna vacía. Frente a este espacio teatral tan siniestro como
ostentoso, los responsables del documental cierran las imágenes con la compañía de
unos aplausos sacados de los mencionados registros sonoros. La cámara se distancia
de la figura y, tras unos instantes de pantalla en negro, vemos una imagen en color
de un billete de diez mil escudos con la figura de Egas Moniz, mientras seguimos es-
cuchando los aplausos recibidos por su huera oratoria.
El plano que cierra el documental será, pues, la manera de establecer el contraste con
la imagen mítica que abría la película. Así, desde la entrada del laberinto pasamos a
su salida sobre la efigie popular de Moniz que se ha convertido en sujeto efímero, pero
también en un objeto que se agota en sí mismo. Ya nada puede trascender de su fi-
gura convertida ahora en objeto de valor de cambio (9), pero, al mismo tiempo, en
figura pervertida por sus ambiciones envanecidas.
Monos como Becky nos hace pensar, pues, que el hombre contemporáneo se mueve en
una sociedad egoísta que no encuentra sentido ni lugar en la realidad. El hombre ca-
rece de raíces, moral, identidad y rumbo dentro del mundo. Es un individuo hueco,
vacío, alienado y pulsional. Los problemas del ser humano se producen cuando la per-
cepción de la realidad está supeditada a la omnipotencia del pensamiento, lo cual de-
rivará a importantes deformaciones de la mirada sobre nuestro entorno real. Villazán
y Jordá parecen decirnos que la mejor terapia se encuentra en transmitir los pensa-
mientos hacia los demás para proyectarlos y reflejarlos. El ejercicio de la palabra sirve
como espejo del mundo y de las cosas. Y aunque hoy en día, después de 77 años del
estreno de Häxan (La brujería a través de los tiempos), aún hay gente que no reconoce
la gravedad de las enfermedades psíquicas, podemos señalar con certeza, gracias a
este sugestivo y complejo documental, que los pacientes no sólo gozan de un trata-
miento sanitario y benéfico más civilizado, sino que también disponen de la palabra.
En una entrevista publicada en junio de 1992, Jordá ya hablaba del proyecto: "Tengo
el proyecto de una película que voy a empezar el 3 de agosto en Portugal, rodada en
portugués [...} Esta película, Monos como Becky, está centrada en la figura de un mé-
dico portugés, Egas Moniz, que llegó a ganar el Premio Nobel. Fue el inventor de la lo-
botomía, un personaje muy curiososo. Cuando presenté el proyecto en Portugal, me
ofrecieron inmediatamente subvenciones que superaban con mucho el coste de la pe-
lícula, incluso una de ellas de TV. Pero más adelante, cuando presenté un esbozo del
guión, se quedaron horrorizados y dijeron que cómo me había permitido tratar a su
Hay una interrelación entre la estructura formal del filme y su contenido. Consciente
de la imposibilidad de ofrecer una organización teleológica, Jordá renuncia, como
hemos dicho, a tratar la temática de la psiquiatría y el mundo de los enfermos men-
tales desde una óptica de ficción. Nada más alejado de filmes típicos en este sentido:
De repente el último verano (Suddenly Last Summer, Joseph L. Mankiewicz, 1958),
donde hay referencias a la práctica de la lobotomía, Alguien voló sobre el nido del cuco
(One Flew Over the Cucko´s Nest, Milos Forman, 1975), sobre la vida en el interior de
los hospitales psiquiátricos o en las obras más recientes como Hombre mirando al sud-
este (Eliseo Subiela, 1986) o Despertares (Awakenings, Penny Marshall, 1990).
El filme se inicia con una voz en off que dice: "Entra, saldrás sin rodeo. El laberinto
es sencillo. No es menester el ovillo que dio Ariadna a Teseo." La referencia a la mi-
tología clásica y el laberinto de Minotauro es diáfana. Interpretemos esto con deteni-
miento: Minotauro (que poseía cabeza de toro y cuerpo de hombre) era hijo de
Pasifae, esposa de Minos, y de un toro. Asustado al ver el resultado de este amor
contra natura, Minos mandó construir un laberinto a Dédalo para encerrar al mons-
truo. Cada cierto número de años, se le entregaban siete jóvenes y siete doncellas que
Asterión (verdadero nombre de Minotauro) devoraba. Teseo se introdujo voluntaria-
mente y, con la ayuda de Ariadna y la estrategia del hilo "conductor", consiguió in-
molar al animal y hallar el camino de vuelta (3). Creemos que no es casual esta
referencia al monstruo mitológico y al espacio que ocupaba si lo ponemos en conso-
nancia con el tema del filme: los enfermos mentales que, de forma consetuedinaria,
la sociedad ha colocado al margen y ha condenado al encierro y a la reclusión en fre-
nopáticos o manicomios.
Por este laberinto vegetal van a irse turnando las figuras de especialistas: Antonio
Ray y Enrique Jordá, médicos-historiadores; J.A. Burzaco, neurocirujano; Ignasi Pons,
sociólogo; Jorge Larrosa, filósofo. Todas estas voces reputadas y reconocidas van a
informar y documentar. La suya es la cita de autoridad. Su información, aunque apa-
3. Ver una relectura del mito en el relato de Jorge Luis Borges titulado, "La
casa de Asterión" en El Aleph.
Después de esta aplastante afirmación que nos señala en nuestro estatuto de especta-
dores/as presuntamente cuerdos, entra el título del filme, con una banda sonora com-
puesta por sonidos disonantes, por una suerte de chillidos disonantes, por una suerte
de chillidos primitivos que luego recuperaremos: están producidos por los monos del
zoológico donde los enfermos protagonistas del filme (que van de excursión) van a hacer
una incursión. Las últimas palabras del especialista se repiten creando una sensación de
gran desasosiego al coincidir con los gritos de los primates. Una de las letras del título
sirve como marco a unas imágenes de archivo donde aparece Francisco Franco y Car-
men Polo cuando visitaron la universidad portuguesa de Coimbra. ¿Hace falta ser más
explícito? De la mano de la historia médica hemos entrado en la Historia con mayúscula.
El personaje está realizando una investigación sobre Egas Moniz y consulta la heme-
roteca: se nos proporcionan datos fragmentados extraídos de las crónicas de la época
y se nos proporcionan fechas: 1939 (El crimen del loco), 1944 (Premio Nobel), 1974
(Centenario del nacimiento).
Y del espacio del zoológico pasamos a la Casa-Museo de Egas Moniz en Avenca en otra
suerte de equiparación espacial y conceptual. Por su cuidadora y guardesa, sabemos
que el propio neurólogo concibió este lugar como futuro museo. El científico se nos
presenta ahora como alguien sumamente preocupado en apuntalar las bases de su
propia leyenda, como alguien que, en vida, se ocupó, de formalizar el modo en que
quería que la historia futura lo contemplara y que buscaba la gloria sempiterna en el
ámbito de la política (fue miembro fundador de la Sociedad de Naciones, ministro de
Asuntos Exteriores y creador del Partido Centrista) y en el de la ciencia médica. Si el
filme hubiera sido una película de terror, este espacio hubiera sido el caserón ideal
para la aparición de los fantasmas. Porque, no en vano, estamos asistiendo a la re-
cuperación del pasado.
El siguiente segmento está constituido por las declaraciones informativas de una serie
de especialistas portugueses (neurocirujanos, biopsicólogos...). En sus palabras se
percibe la admiración por la figura de su paisano.
37
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
A partir de ahora, con esta última declaración, el filme va a proceder a una mixtura
total de los materiales que ha ido presentando: a las imágenes en blanco y negro se
sucede la intervención quirúrgica del propio Jordá, las imágenes de archivo que re-
cuperan la figura de Egas Moniz, las voces en off de los expertos, secuencias de fic-
ción donde Moniz, en una puesta en escena casi shakespeariana, "representa" la
epifanía de su descubrimiento ante su enfermera, punzando con un estilete en el in-
terior de un cráneo...Para no permitirnos caer en el artificio de la ficción, oímos la voz
del director diciendo "corten" y se nos muestra todo el utillaje técnico de cámaras y
jirafas. A todo esto se suman los ensayos de la obra teatral que van a escenificar los
pacientes en el jardín del centro.
viven una suerte de "esquizofrenia simbólica" que, en palabras de Jordá, es propia del
actor y que aquí alcanza cotas insospechadas de reflejo en un espejo infinito.
4. "En España hay más de 400.000 enfermos mentales, pero sólo un 2 por
100 recibe asistencia de la Sanidad Pública. El resto tiene que convivir con
sus familiares, que jamás han recibido ni la ayuda ni la preparación nece-
saria para atenderlos. [...] Las autoridades argumentan que el coste anual
de los trastornos mentales en España supera el medio billón de pesetas, del
que un 45 por 100 corresponde a gastos de hospitalización, asistencia mé-
dica y farmacológica. El resto, a costes indirectos ocasionados por la pérdida
de productividad". Son datos recogidos en el artículo de María Jesús Güe-
mes, "Asistencia psiquiátrica: una locura" aparecido en la revista Tiempo, 10
de abril de 2000, pp. 34-38.
5. Para profundizar en la configuración social y cultural de la figura del loco,
remitimos a los textos de Michel Foucault, Historia de la locura en la época
clásica I y II, Fondo de Cultura Económica-Breviarios, México D. F. 1967 y a
Historia social de la locura de Roy Porter publicado en Crítica-Los hombres,
1989. Otros textos interesantes sobre las enfermedades mentales: El hom-
bre que confundió a su mujer con un sombrero de Oliver Sacks, en Muchnik
Editores, Barcelona 1987 y el relato de un trastorno depresivo que el escri-
tor William Styron padeció y rentabilizó literariamente en su obra Esa visi-
ble oscuridad: memoria de la locura. Grijalbo-El espejo de tinta, Barcelona
1992.
6. Jordá explica que, como consecuencia de su derrame cerebral, había per-
dido la noción del color y su nomenclatura. Esto nos remite a aquellos ver-
sos del vate ciego por excelencia, Jorge Luis Borges en Los conjurados: "He
perdido el amarillo y el negro".
Javier M. Tarín
Pero a pesar de la intención divulgativa de este género, no deja de sorprender que filmes docu-
mentales de referencia por su compromiso político estén ausentes en esas aproximaciones, es-
pecialmente en lo referido al caso español. Me parece que el caso de Joaquín Jordà es muy
llamativo, en particular, Numax presenta… (Joaquim Jordà, 1979), caso bastante atípico por su mi-
litancia y crítica frontal a la ejemplar transición -modelo de modelos en la que se refiere a un
cambio político de una dictadura a un estado de derecho-. En ese sentido apuntaría la propia tra-
yectoria de la película que se proyectó por primera vez el 1 de mayo de 1979 en la Filmoteca de
Cataluña. Para muchos de los partidos políticos y movimientos obreros el filme constituía una
afrenta por el pesimismo que encerraba esa historia de un fracaso. Por ello quedó marginada en
los circuitos paralelos de exhibición controlados por el Partido Comunista y fue olvidada intencio-
nadamente. Pero la historia del filme no queda ahí: el negativo permaneció guardado en los al-
macenes de Fotofilm hasta que hizo suspensión de pagos y fue embargado por el juez junto con
otros materiales. La propia trayectoria de la película, tanto su estreno como su posterior desapa-
rición física, parece obedecer a la historia del país que prefiere recordar su pasado más reciente
en versiones de ficción edulcoradas en formato televisivo; mucho más amables por ser
narradas desde un punto de vista infantil que lo determina todo y que indica la percep-
ción de la sociedad española como necesitada todavía de una tutela parental que la ayude
a enfrentarse a su biografía histórica.
Jordà se plantea hacer una segunda parte 20 años más tarde con la intención de radio-
grafiar la evolución de la sociedad española tomando como narradores a aquellos que
protagonizaron una experiencia obrera tan excitante y comprometida como la de Numax.
El intento podría ser fallido por la facilidad del propio planteamiento de caer en un bar-
niz nostálgico que deformara el verdadero objetivo y que el filme se convirtiera final-
mente en el simple reencuentro de gente, como si de una convención de antiguos
alumnos se tratara. No creo que sea el caso, si bien ciertos momentos, especialmente
en la última secuencia, son de gran intensidad emocional. Sin embargo, están plena-
mente justificados porque son coherentes con las fuertes peripecias vividas por los per-
sonajes veinte años antes, cuando como obreros y obreras se plantean hacer frente al
capital con la solidaridad, el compañerismo y la lucha de clases como bandera.
Veinte años no es nada (Joaquim Jordà, 2005) comienza con las imágenes de la última
secuencia de Numax presenta…: la fiesta de despedida y cierre de la experiencia de más
de dos años de autogestión de la fábrica. Cada uno comenta sus planes de futuro, sus
aspiraciones por conseguir unos objetivos vitales personales que les permitan escapar
de la explotación capitalista. Es asombroso ver como desde el punto de vista político la
conciencia ideológica es enorme si lo comparamos con el escenario presente- a saber,
sindicatos invisibles y reducidos a logotipos, es decir, modernizados. Es precisamente lo
que la mayoría de personas de Numax que hablan desde el presente destacan: el con-
traste que existe entre la concienciación política de los años setenta y la extendida
idea de lo colectivo como principio básico de la sociedad a construir, frente al indivi-
dualismo atroz que preside este estado democrático actualmente – que tan ejemplar
debe ser para otros países que salen de la dictadura. En realidad, el tan traído mo-
delo español lo es, en último término, porque supone la aceptación total y sin resis-
tencia alguna de los parámetros económicos del nuevo capitalismo, con la renuncia
gradual a los derechos adquiridos por los trabajadores a lo largo de años.
Este filme documenta a la perfección cual es la situación de nuestro país y deja una
cierta tristeza porque el punto de partida a finales de los setenta era mucho más pro-
metedor, por la entereza y resistencia de la gente que anteponía lo colectivo, lo social
a lo particular, por la politización de la vida y de las calles. En la actualidad nuestra so-
ciedad se haya sumida en cierto letargo político porque el mercado mediático dispone
unas reglas muy claras de aquello que ya no es discutible porque forma parte de la
idiosincrasia del propio sistema político. Una situación que se ve claramente sintetizada
en un anuncio televisivo de una marca de muebles que nos ayuda a redecorar nues-
tras vidas. El eslogan habla de la republica independiente de nuestras casas, invitán-
donos a no preocuparnos
demasiado o nada de todo lo que
acontece más allá de los endebles
muros de los pisitos en los que vi-
vimos, que cuestan una fortuna y
que pagamos, gracias a hipotecas
que heredarán nuestros hijos. No
creo que Jordà fuera pesimista
con Numax presenta… ni tampoco
con su continuación. Lo depri-
mente y realmente lamentable es
que sin darnos cuenta y sin hacer
nada hayamos renunciado a la
actividad política retratada por
Jordà en este filme en dos tiem-
pos sin haber recibido a cambio
demasiado. Veinte años no es nada, Joaquim Jordà, 2005
Ramón Alfonso
se reconocen como sus dos films más aparentemente militantes, quizá por la relativa
facilidad para acceder a ellos a día de hoy, en prejuicio de títulos mucho más invisi-
bles como los citados, el díptico que componen Numax presenta… (1979) y Veinte
años no es nada (2005).
años. Esa falta de triunfalismo en el conjunto hizo que la película, estrenada el pri-
mero de mayo, no fuera bien acogida por determinados grupos políticos, y poco a
poco fuera relegada a una distribución cada vez más marginal, buena parte del ne-
gativo se creyó incluso perdido, hasta hace relativamente escasos años, al ser recu-
perada por la Filmoteca de Catalunya.
(…) En realidad en la Pompeu Fabra hay dos referencias, una soy yo y la otra es José
Luis Guerín, aunque somos muy diferentes. Él, siguiendo un poco el modelo de Víc-
tor Erice, hace una película cada diez años y yo, en cambio, procuro hacer una pelí-
cula cada tres meses, y aunque no lo consigo, últimamente sí hago una cada ocho
Si me hubiérais preguntado hace unos años (la aparición de Jordà en sus propias pe-
lículas), habría dicho que me divertía. Ahora se ha convertido en algo necesario, es
una necesidad de organizar el plano desde dentro, de hacer la puesta en escena no
a través del objetivo, sino del otro lado del objetivo, organizando el espacio. Y tam-
bién para intervenir. Antes era más caprichoso, incluso lo hacía como una broma,
como el cocinero que interpreto en Un cosc al bosc, para poder hablar del indepen-
dentismo. En Dante también; las cosas han ido variando del narcisismo de verse ahí
hasta la necesidad de organizar el plano.
La literatura continúa siendo mucho más rica que el cine porque la imagen que das en
cine, por mucho que la trabajes, es muy unívoca. En cambio la literatura puede ser más
equívoca, engendra muchas más cosas. La imagen cinematográfica solamente en el
montaje puede convertirse, y después de mucho trabajo, en una imagen equívoca; si no,
es una imagen muy limitada en sí. En mis películas intento que el montaje resuelva
todas esas cosas. El montaje que predicaba Eisenstein, el de asociaciones y de contras-
tes, sigue estando en muchos elementos del cine actual. Yo intento crear contrastes…
más activa que la que tiene habitualmente en mis planos. Tiene que estar en un lugar
concreto, el movimiento tiene que estar prefijado y ensayado. Hay todo un concepto
diferente del trabajo de la puesta en escena donde el azar cuenta mucho menos. In-
tento no cerrarlo, pero hay toda una puesta en escena elaborada, premeditada y pen-
sada. Estos planos largos, que me piden hablar con cada uno de los miembros del
equipo técnico, son una manera diferente de trabajar. Yo normalmente llego, pongo
la cámara y miro a ver qué pasa. Hay escenas que reflejan exactamente el presente
y hay que manipular lo menos posible, sólo hay que estar ahí. Pero hay otras que
parten de algo que ocurrió y que, en cierta manera, van hacia algo que ocurrirá. Esto
sí que pide una mayor elaboración.
A partir del infarto cerebral, hace siete u ocho años, yo vivo en el presente más ab-
soluto, entre otras razones porque me cuesta muchísimo memorizar el pasado, salvo
cuando ya está fijado. De hecho, lo que me cuesta es memorizar el presente como pa-
sado. Mi máxima dificultad desde que tuve el infarto es saber qué tengo que hacer el
día de hoy, pero en cambio sé lo que hice ayer porque ya está hecho. Pero lo que to-
davía no existe debo llevarlo anotado en una agenda, minuto a minuto, porque si no
se me escapa. Cuando me olvido de mirarla o he escrito algo con una letra que no en-
tiendo, me salto una cita. Hay que tener en cuenta que el infarto, que coincide con el
setenta por ciento de mi carrera cinematográfica, marca unas condiciones físicas y
mentales que son muy concretas.
(…) A partir de la etapa que yo empìezo a trabajar como director dentro de este gé-
nero mal llamado documental, que empezaría con Mones com la Becky, mi concien-
cia del tiempo es de una vaguedad tremenda. Diré que todas las reflexiones que hago
sobre el tiempo casi son involuntarias, parten de mi propia dificultad de entenderlo.
Yo tengo la impresión (creo que Nuria también) de que el documental frente a otros
géneros tiene la virtud de su inmensa apertura. En el documental pueden caber mu-
chísimas cosas que no caben en las películas llamadas de ficción, que vienen muy
arropadas por la existencia de un guión, de un guión que significa una estructura muy
cerrada. El documental, aparte de ser un género muy abierto, muy ambiguo, tiene la
ventaja y la grandeza de que cabe todo: cabe la ficción, la reflexión, el ensayo, la de-
mostración, la película militante... Cuando los pobres cineastas se empeñan en hacer
sus primeras armas con esa enorme proliferación de cortometrajes, de pequeñas his-
torias de ficción, creo que se equivocan, se confunden y harían mucho mejor practi-
cando a través del documental, que es un género que permite una enorme libertad.
En unos momentos en que el cine está ahogado por los enormes presupuestos, por
esa nutricidad del cada vez más (más dinero, producciones cada vez más mastodón-
ticas), de ese deseo del cine español de competir con el cine americano y de mane-
jar cada vez mayores presupuestos, tengo la impresión de que el regreso al
documental (que no quiero calificar, porque lo considero un género incalificable y, por
tanto, un género con muchas posibilidades), sería una mejor escuela y un mejor
aprendizaje.
Pienso que hay que intentar volver a un cine de bajo coste por todos los medios.
Cuando nos encontramos con una película de ficción, esos bajos costes no se consi-
guen a través de dejar de estimarla, es decir, de dejarla exhausta, de descarnarla, de
dejarla en nada, es decir, de empobrecerla. ¿Por qué? Porque es normal, una película
de ficción requiere la existencia de unos actores determinados y una serie de presu-
puestos previos que, por más que se rebajen, que se corten, convierten algo en pro-
ducto, en algo miserable, deleznable, en nada, en una pequeña porquería.
Sin embargo, géneros como el documental, por su propia naturaleza, van con costes
menos cargados y, cuando hablo de documental, hablo de todos estos híbridos, hablo
de una cantidad de cosas que pueden hacerse. No es que esté defendiendo el gé-
nero, estoy hablando de una manera de hacer que abarca también eso que podemos
llamar documental, pero abarca también otro tipo de cine que tiene que saber jugar
con muy escasos medios, pero medios suficientes, es decir, no trabajar a partir de la
miseria. La austeridad crea algunas costumbres, como todo el mundo sabe. Y, entre
otros, crearía una buena costumbre, tal vez, de volver a recrear.
Ante la inflación del cada vez más, más caro, más costoso, más medios..., cinemato-
grafías como la española tienen que volver a plantearse un cine de austeridad, que
no es un cine de pobreza. Y esto el documental lo permite sobradamente.
En realidad, lo que ocurre cuando creas una imagen, una imagen que se aparta de la
normal imagen de la realidad, siempre se refiere a algo. Uno lo puede referir a una
cosa inmediata, luego en el plano semántico se puede referir a muchas cosas. De
hecho pienso que es otro de los significados de la puesta en escena, es decir, que es-
capa a la voluntad del que la pone en escena. Y el porqué luego vuela por su cuenta.
Está bien y pienso que es la ventaja, que es una de las cualidades de montar una pe-
lícula que no respete el guión. Porque en el guión toda cosa que no sea unívoca está
fluida, el guión va a al grano siempre, o sea, rehuye, tiene un miedo espantoso a si-
tuaciones que no sean clarísimas, porque confunden. En cambio, cuando trabajas así,
se producen cantidad de escenas que son interpretables de muy diferentes maneras.
Y eso está bien, admitir esta equivocidad.
(Monos como Becky). Se estuvo jugando con la diversidad de imágenes entre el pri-
mer término, que es la imagen real, el segundo término, que es la imagen reflejada
pero, al mismo tiempo, la tercera imagen respecto a la primera imagen, que refleja
la imagen de la cámara. Era un juego que rompía mucho... Si hubiéramos seguido otra
línea de montaje esto habría sido importante. No lo fue porque estorbaba.
NUMAX PRESENTA…
Quizá no hicieron todo lo que querían, pero no hicieron nada que no quisieran hacer.
sabido mantener una cosa: la idea de que no podían caer en determinadas bajezas,
no podían ser engañados, que eran responsables de mantener una historia que ha-
bían vivido. Una historia ejemplar.
Es la historia más consecuente. Es la historia que lleva a la práctica lo que todos los
demás han pensado. Habían organizado un enfrentamiento colectivo con el capital
que la transición les había hecho perder. Algunos la continuaron individualmente a
través de lo que entonces llamaban expropiaciones y ahora atracos.
No sé qué nostalgia podría haber. Se mira al pasado como punto de partida del lugar
en el que estamos hoy.
Ellos no fueron ingenuos. Fueron muy listos y muy inteligentes. Lo que encontré ro-
dando estas dos películas es la inteligencia colectiva obrera.
Hoy el trabajo es un bien deseado. Ha sido tan fuerte la reconversión de estos años,
que la figura del obrero se ha convertido en una situación soñada. Seguramente lle-
gará un momento en que esta figura ya no será deseada y entonces habrá una si-
tuación radicalmente nueva, un nuevo rechazo al trabajo, esta vez total. Pienso que
tiene que producirse. Ojalá me la pudiera imaginar.
FILMOGRAFÍA
1960. Día de los muertos. Dirección y guión: Joaquim Jordà y Julián Marcos. Pro-
ducción Uninci. Duración: 12 minutos.
1967. Dante no es únicamente severo. Dirección y guión: Joaquim Jordà y Ja-
cinto Esteva. Producción: Filmscontacto. Duración: 78 minutos.
1969. Maria Aurèlia Campany parla d’Un lloc entre els morts. Dirección: Joa-
quim Jordà. Guión: Joaquim Jordà y Joan Enric Lahosa. Producción: Films de For-
mentera. Duración: 52 minutos.
1969. Portogallo, paese tranquilo. Dirección: Joaquim Jordà. Guión: Carles Duran.
Producción. Unitele Film. Duración: 36 minutos.
1969. Il perche del disenso. Dirección: Joaquim Jordà. Guión: -. Producción: Uni-
tele Film. Duración: 20 minutos.
1969. I tupamaro ci parlano. Dirección: Joaquim Jordà. Guión: -. Duración: 60 mi-
nutos.
1970. Lenin vivo. Dirección: Joaquim Jordà y Gianni Tutti. Guión: -. Producción:
Unitele Film. Duración: 31 minutos.
1971. Spezzianmo le catene. Dirección: Joaquim Jordà y Ivo Barnabó Michele.
Guión: -. Producción: -.
1979. Numax presenta… Dirección y guión: Joaquim Jordà. Producción: Asamblea
de trabajadores de Numax. Duración: 100 minutos.
1990. El encargo del cazador. Dirección y guión: Joaquim Jordà. Producción: Ins-
titut de Cinema Català para Televisión Española. Duración: 100 minutos.
1996. Un cos al bosc / Un cuerpo en el bosque. Dirección y guión: Joaquim Jordà.
Producción: Sogedasa, Els Quatre Gats, Films de l’Orient. Dirección: 90 minutos.
1999. Mones com la Becky / Monos como Becky. Dirección y guión: Joaquim
Jordà y Nuria Villazán. Producción: Els Quatre Gats, La Sept Arte, Master documen-
tal de creación de l’IDEC-Universitat Pompeu Fabra. Duración: 96 minutos.
2003. De nens / De niños. Dirección: Joquim Jordà. Guión: Joaquim Jordà y Laia
Manresa. Producción: Massa d’Or. Duración: 186 minutos.
2004. Vint anys no és res / Veinte años no es nada. Dirección: Joaquim Jordà.
Guión: Joaquim Jordà y Laia Manresa. Producción: Ovideo. Duración: 117 minutos.
2006. Més enllà del mirall / Más allá del espejo. Dirección: Joaquim Jordà.
Guión: Joaquim Jordá y Laia Manresa. Producción: Enrique Camín, Ovideo TV. Dura-
ción: 123 minutos.
DOCUMENTOS
Ángel Quintana
I. EL AÑO CERO
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shangrilatextosaparte.blogspot.com - issn: 1988-2769
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
DOCUMENTOS
gen movimiento es la imagen sujeta a la idea de acción en la que los héroes ven que
algo les afecta y deciden actuar, utilizando como fuerza el impulso de la acción. La
imagen movimiento es la imagen del cine clásico, en la que los conflictos se resuel-
ven por la presencia de alguien que se propone liberar la situación del mal y actúa.
En el caso de Edmund, en Germania Anno zero de Rossellini, se produce un hecho sig-
nificativo ya que el protagonista observa una realidad que le afecta -Berlín en la in-
mediata posguerra- pero se siente impotente para poder actuar frente a una realidad
que le supera. Para Deleuze, esta película, junto a la mayoría de obras clave del ne-
orrealismo italiano, inaugura un cine de vidente, en el que la acción de ver se opone
al modelo establecido por el cine de la acción. “Por más que el protagonista se mueva,
corra y grite, la situación en la que se encuentra desborda por todas partes su capa-
cidad motora, le hace ver y escuchar aquello que de derecho ya no se corresponde
con una respuesta a una acción. Más que reaccionar, registra. Más que comprome-
terse a una acción, se abandona en una visión”. (1)
De igual manera que en el pensamiento, resulta imposible en el terreno del cine esta-
blecer una reconciliación entre los cineastas -hijos de un tiempo de crisis- y lo visible.
Después de la Segunda Guerra Mundial dejó de existir la posible armonía entre los
seres y las cosas, entre los individuos y el mundo. El compromiso del cineasta frente
DOCUMENTOS
Para contestar con cierta comodidad todas estas cuestiones, podemos exigirnos un
cierto rigor conceptual y comenzar nuestro recorrido definiendo qué es lo que enten-
demos por cineasta. La cuestión no ninguna obviedad ya que no podemos entender
como cineasta únicamente a aquella persona que se dedica profesionalmente a hacer
películas. Actualmente, tras la idea de hacer películas y la idea de profesional se es-
conden numerosas contradicciones. La primera contradicción puede ser de carácter ter-
minológico y estar condicionada por la categoría artística que queramos otorgar al cine.
Desde una cierta herencia romántica, certificada en los años sesenta por los cineastas
de la Nouvelle Vague francesa y su política de autores, el cineasta como autor es aquel
que domina el arte del cine e imprime su personalidad a los productos que elabora. La
figura del autor, por tanto, adquiere una cierta transcendencia como figura pública capaz
de realizar las grandes obras que formarán parte del canon cinematográfico.
Para fijar una definición práctica de lo que entendemos por cineasta y poder contem-
plar cuál es su postura ética, el paso fundamental que hay que llevar a cabo consiste
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en establecer un proceso de “desacralización” del cine. Hay que dejar de ver el cine
únicamente como un arte y empezar a entender que el estatuto de “arte” no es im-
prescindible para que el cine pueda mantener una existencia saludable, sino todo lo
contrario. El cine es, sobre todo, un medio de expresión con imágenes y el cineasta
debe ser considerado un artesano de este medio de expresión. Que, de vez en cuando,
este medio de expresión proporcione obras que puedan provocar un impacto estético,
y que podemos llegar a calificar como arte, no nos ha de preocupar. El cine no ha de
imponerse, como creen obsesivamente algunos críticos, la misión de crear periódica-
mente algunas obras maestras sin que antes hallamos reflexionado sobre qué quiere
decir una obra maestra y cuáles son los atributos que deciden que una determinada
obra artística puede ser considerada como obra maestra. La rendibilidad cultural del
cine no ha de venir dada forzosamente, tal como se ha creído y se continua creyendo,
por la asignación de un espacio privilegiado en el canon de las artes, ni debe estar de-
terminada por su reconocimiento intelectual o académico. Su rendibilidad debe deter-
minarse por la posición que el cine pueda llegar a ocupar respecto a la historia y por
su capacidad para llegar a convertirse en un vehículo capaz de generar pensamiento.
Para articular mejor una posible definición de lo que podemos llegar a entender como
cineasta, podemos tomar prestada la definición que establecía Jean Claude Biette en
un sugerente artículo sobre el tema. Para el analista francés, un cineasta es “aquel
que expresa un punto de vista sobre el mundo y sobre el cine en el acto de hacer su
film”. (4) La definición nos puede resultar útil ya que propone la posibilidad de un
doble movimiento. Por un lado, el cineasta es quien vela para que podamos llegar a
mantener una percepción particular de la realidad que esté absolutamente relacionada
con su contemporaneidad y que exprese un claro compromiso con la lógica del tiempo.
Sin embargo, ese cineasta no puede quedarse como un simple observador objetivo de
la realidad o como un simple constructor de historias que, a través de un relato y de
un trabajo de puesta en escena, afirmen sus preocupaciones personales en el marco
de los problemas de su tiempo. El cineasta moderno debe tener un elevado grado de
autoconciencia ante su propio mundo y no puede mantener una actitud inocente
frente al propio medio de expresión. El cineasta se encuentra en la obligación de ex-
poner cuál es su punto de vista sobre la práctica fílmica que lleva a cabo. Este pro-
4. Jean Claude Biette, “Qu’est-ce qu’un cinéaste?”. En: Traffic, 18. primavera
1996. Pág. 8.
DOCUMENTOS
Tomando como base la definición de Jean Claude Biette, podemos concluir que la ver-
dadera actitud ética del cineasta sólo puede llegar a surgir partiendo de dos premi-
sas básicas: la implicación con la realidad y la reflexión sobre los límites formales del
propio medio de expresión.
Theodor Adorno y Max Horkheimer publicaron en los Estados Unidos, donde se en-
contraban exiliados en 1944, con el título de Fragmentos filosóficos, una obra que
daría paso, tres años después, a Dialéctica del iluminismo, un libro que no consegui-
ría ocupar espacio en el debate filosófico hasta los años sesenta, cuando empezó a ser
considerado como una lúcida reflexión sobre los excesos del proyecto ilustrado y sobre
la forma en que la idea de modernidad, que surge de la ilustración, entra en crisis
desde el momento en que entra en contacto con los elementos de la barbarie que
han anunciado los límites del concepto de progreso. En la parte final de Dialéctica del
iluminismo, en un capítulo titulado “Apuntes y esbozos”, se pueden leer algunas lúci-
das reflexiones escritas en 1944, antes del final de la guerra, sobre el nazismo y la
toma de conciencia frente a la barbarie: “En Alemania el fascismo ha vencido con una
ideología groseramente xenófoba, anticultural y colectivista. Ahora que devasta la
tierra los pueblos deben combatirlo; no hay otro remedio. Pero no está dicho que
cuando todo termine deba difundirse por Europa un aire de libertad, no está dicho que
sus naciones puedan convertirse en menos xenófobas, anticulturales y pseudocolec-
tivistas que el fascismo del que han debido defenderse. La derrota no interrumpe ne-
cesariamente el movimiento del alud”. (5) ¿Cómo pudo combatir el cine de la
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inmediata posguerra el alud de barbarie que había inundado Europa? ¿De qué armas
disponía?
Roma, città aperta de Roberto Rossellini fue concebida inicialmente con el título Sto-
rie di ieri -Historias del ayer- y debía rememorar una serie de hechos reales que tu-
vieron lugar en los años de la ocupación, que asumían la función de convertirse en
verdaderos símbolos de hasta donde podía llegar la ignominia nazi. Roma, città aperta
es, no obstante, una película que estremeció los límites que el cine se había marcado
en el campo de la ética. Y ello porque su gran reto consistió en plantearse, sin nin-
gún miedo, cómo mostrar el horror.
Uno de los momentos clave de Roma città aperta es una escena de tortura. Un oficial
de la Gestapo somete a una serie de inhumanas humillaciones a un miembro de la re-
sistencia comunista y hace escuchar sus gritos a un cura prisionero, convertido en
símbolo de una cierta lucha cristiana que apoyaba la causa de la resistencia. Rosse-
llini muestra frontalmente el horror y nos enseña el rostro desfigurado del líder de la
resistencia. El cineasta contempla el horror sin subrayar sus efectos, considerándolo
como un hecho perfectamente delimitado a una realidad histórica. El gesto acaba im-
plicando la pérdida de la inocencia del cine frente a la crueldad del mundo real. Ros-
sellini no puede esconder la verdad y ha de desvelar el horror para combatir aquella
historia oficial que se había dedicado a esconder la realidad. Atreverse a contemplar
frontalmente el horror supuso uno de los grandes avances morales del cine italiano
de la inmediata posguerra e inauguró una nueva forma política de entender el hecho
cinematográfico.
El cineasta Víctor Erice, en una conferencia leída el año 1994 en Girona, en el marco
del Centro Cultural de la Mercè, evocó la importancia fundamental de este momento:
“La complicidad emocional, a flor de piel, que la película de Roberto Rossellini despertó
entre la docena de privilegiados espectadores (sólo hemos de pensar en alguno de sus
temas: la resistencia contra el fascismo, el compromiso entre católicos y comunistas,
unidos en un frente común), nos impidió, quizás, percibir con claridad aquello que de
verdad existía detrás de algunas -no todas- de sus imágenes más genuinas: la nece-
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sidad de mostrarlo todo, de no callar, que nos parecía unida a la noción de crueldad
en la escena en la que el comunista Manfredi era torturado por un miembro de la
Gestapo ante los ojos de un tercer personaje. Justamente allí donde un cineasta clá-
sico hubiera utilizado, en el noventa por ciento de los casos, una elipsis, el director
de Roma, città aperta no lo hacía. Rossellini no escondía a nuestra mirada el acto del
horror; por eso, unos años después, se puede escribir que allí, en aquel preciso ins-
tante de Roma, città aperta, había nacido el cine moderno”.
¿Hasta dónde condujo en el cine aquella voluntad ética de mostrar el horror? En el año
1975, después de haber filmado los tres capítulos que integraban la trilogía de la vida,
Pier Paolo Pasolini se propuso en Salò o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 gior-
nate de Sodoma, 1975) el reto de trasladar el universo del marqués de Sade a la Re-
pública de Salò. El resultado fue una película extraña en la que Pasolini, el cineasta
que creía que el cine no era más que la lengua escrita de la realidad, se proponía ex-
plorar los límites de la visibilidad fílmica. La película mostraba un grupo de nazis que
se dedicaban, con exquisita complacencia, a contemplar el proceso de degradación al
que eran sometidos una serie de jóvenes obligados a comportarse como esclavos con
el objetivo de avivar el placer sadomasoquista, especialmente orientado hacia la di-
mensión más voyeurista, de sus patronos. Pasolini no sólo mostraba la tortura fron-
talmente sino que se atrevía a mostrar la humillación sexual, acompañada del proceso
de destrucción del alguno de los valores éticos fundamentales del ser humano. Paso-
lini había llevado al cine a un callejón sin salida ya que después de la experiencia de
Salò nunca más otro cineasta volvería a ir tan lejos.
Pocos días después del estreno de Salò, Pasolini fue entrevistado en la RAI por el pe-
riodista Furio Colombo. El título de la entrevista, sugerido por el propio Pasolini, era
premonitorio: “Estamos todos en peligro”. Pasolini recordó que los individuos que re-
almente habían pasado a la historia eran aquellos que habían aprendido a decir no.
Para Pasolini, la Italia de los años setenta, que había puesto en evidencia los prime-
ros síntomas derivados de los excesos del milagro económico, había entrado en una
profunda crisis. El drama del mundo se definía para el cineasta en los siguientes tér-
minos: “La tragedia es que ya no hay seres humanos, hay extrañas máquinas que
chocan las unas con las otras. Y nosotros, los intelectuales, cogemos el horario de tre-
nes del año pasado o de hace diez años, y después decimos: pero qué extraño; si
estos dos trenes no pasan por allí”. (6) La entrevista fue el último acto público de Pa-
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En Francia, Jean Renoir, que durante la época del Frente Popular se había convertido
en uno de los cineastas más comprometidos con la situación política y que después
del fracaso de la política de Leon Blum se sintió desconcertado y amargado por el
destino que iban adquiriendo las diferentes ilusiones de cambio social, decidió rodar,
en el año 1939, La regla del juego (La règle du jeu), una de las radiografías más in-
cisivas que se han llevado a cabo sobre el estado de desconcierto moral que reinaba
en la Europa de antes de la guerra. El objetivo de Renoir consistía en contemplar los
juegos estériles de una clase social condenada a la autodestrucción.
Para Jean Renoir, la estrategia no consistía en mostrar los numerosos peligros que
amenazaban la sociedad, encarando frontalmente la situación política de la época,
sino reflexionar sobre una Europa a punto de caer en la barbarie mediante la obser-
vación de una serie de personajes que se entretenían bailando -como si nada pasara-
cerca del cráter de un volcán que está a punto de entrar en erupción. La actitud de
Renoir ante los hechos históricos no consistía en mostrar el compromiso, ni en des-
cribir el horror y sus efectos, sino en retratar la existencia de unos seres que niegan
su presente, que se refugian en sus juegos estériles. En un estudio sobre La regla del
juego, Francis Vanoye llama a esta actitud denegación: “Todos los personajes son
seres estériles, sin futuro, condenados a una situación trágica, pero lo disimulan fin-
giendo que piensan en otras cosas: en la casera, en los autómatas y en el amor. Es
lo que se llama denegación y que Renoir pone en evidencia mediante la coexistencia
constante en el interior de su película de motivos de fiesta, placer y muerte”. (7)
Mientras los autómatas que el Marqués de la Chesnaye ha coleccionado bailan al ritmo
de un gran órgano, entre el público que asiste a la fiesta que ha organizado en su finca
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¿Cuál era la situación política que negaban los aristócratas de La regla del juego?Jean
Renoir empezó la película el mes de Septiembre de 1938. En aquel momento Francia
y Gran Bretaña acababan de firmar los llamados acuerdos de Munich con Italia y Ale-
mania. Estos acuerdos permitían a Hitler tomar posesión de una serie de territorios
checoslovacos situados en la frontera alemana, fomentando así la política de expan-
sión del Tercer Reich. Cuando la película fue estrenada, en septiembre de 1939, se de-
cretó la movilización general en Francia, ya que había empezado la invasión alemana.
El gobierno alemán no tardó mucho en ocupar Francia y en provocar la firma de los
acuerdos de Vichy que regulaban una determinada forma política de colaboración con
el fascismo. La regla del juego se estrenó cuando en Europa acababa de estallar el pol-
vorín de la guerra. La película fue un fracaso; nadie hizo caso de sus insinuaciones y
su verdadera dimensión no fue reconocida hasta algunos años después de la guerra.
Nadie creyó la ficción cinematográfica, nadie creyó que aquella aristocracia que bai-
laba la danza la muerte acabaría apoyando al gobierno de Vichy.
V. MOSTRAR LA INEVIDENCIA
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La muerte de Cesare Pavese tuvo lugar en una Italia que había surgido de la oscdad y
del régimen de corrupción de la inmediata posguerra para empezar a forjar un camino
hacia las promesas de la sociedad del bienestar. Pavese, sin embargo, no pudo superar
la angustia interior. Las promesas de transformación económica que surgieron en su
país no hicieron más que afianzar el sentimiento de vacío y la constatación de que se
había abierto una vía que acabaría conduciendo de la miseria física -la pobreza de la pos-
guerra- a la miseria moral -la alienación-. No deja de ser curioso que el suicidio tuviera
fuerte presencia tanto en la literatura como en el cine italiano de los años cincuenta.
Antonioni mostró cómo se opera una mutación importante dentro de una Europa que en
los años cincuenta continuaba profundamente marcada por el peso de las principales or-
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Jacques Rivette consideraba que un simple travelling hacia delante con la finalidad de
resaltar el efecto dramático del acto de morir para buscar una determinada belleza es-
tandarizada capaz de llegar a conmover al espectador no era más que un abuso de la
10. Calvino, Italo. “La sfida al laberinto”. En: Aristarco, Guido. Su Antonioni.
Roma: La Zattera di Babele, 1988. Pág.155
11. Rivette, Jacques. “De l’abjection”. Cahiers du cinéma, 126, diciembre de
1961, Pág.54-55.
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forma que ponía en cuestión la moralidad del punto de vista del realizador. La abyec-
ción consistía en el subrayado, en no saber mantener la distancia, en forzar, utili-
zando los recursos más estrafalarios, la posición afectiva del espectador frente a una
expresión en imágenes de la barbarie. Rivette acaba constatando que en el cine los
temas nacen libres y que lo que realmente cuenta es el tono, el acento que quiere uti-
lizar el autor frente al tema tratado. Este acento no sólo se evidencia en la construc-
ción de guión sino básicamente en el proceso de puesta en escena. No basta con que
Kapo sea una película de izquierdas con mensaje, es necesario que muestre una ac-
titud justa frente al tema.
Un año después, José Luis Guarner se hizo eco de la polémica aparecida en Cahiers du
Cinéma en un artículo titulado “Las gafas de Parménides”. Guarner se adhería a la re-
flexión y denunciaba: “Nada más fácil que desenmascarar a los cineastas insinceros, a
quienes tras una apariencia brillante de profundidad sólo buscan deslumbrar o impre-
sionar al espectador sin reparar en los medios. No basta mostrar una fila de hombres
y mujeres desnudos haciendo cola ante la entrada de una cámara de gas para lograr
una denuncia válida contra el nazismo, como han creído los autores de Kapo”. (12)
La reflexión puede resultar sorprendente después de que buena parte del cine actual se
haya articulado a partir de la voluntad manifiesta de buscar formas expresivas de exal-
tación del famoso travelling de Kapo sin que en ningún momento exista un debate sobre
la moralidad de la forma de las imágenes. Las filas de seres humanos desnudos dis-
puestos a entrar en las cámaras de gas se convirtieron en uno de los principales puntos
de referencia iconográfica de una película oscarizada, La lista de Schindler (The Shin-
dler’s List, 1994) de Steven Spielberg. En esta ocasión, el cineasta americano decidió no
imponerse límites morales y reconstruyó la solución final, el momento en que las vícti-
mas son gaseadas y exterminadas. Spielberg, sin embargo, se cubrió las espaldas y
ofreció una imagen del holocausto en blanco y negro. Su decisión, no obstante, no es-
tuvo condicionada por un simple efecto estético, sino por un deseo de llevar a cabo un
acto de simulacro. El holocausto fue reconstruido como ficción, tomando como base la
estética de las imágenes documentales. En este caso, como en buena parte de los pro-
ductos de la posmodernidad, el problema no consistía en la propia retórica de las imá-
genes sino en la forma como los audiovisuales sustituyen y camuflan el mundo.
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Serge Daney decidió recuperar la polémica sobre el travelling de Kapo en los años
ochenta y, a la manera de José Luis Guarner, realizar un ejercicio de revisión de la fun-
ción de la crítica. Después de examinar cómo en el terreno audiovisual habíamos aca-
bado sufriendo una mutación que nos había conducido desde el mundo -el cine- a la
sociedad -la televisión- con el objetivo de examinar nuestros desperdicios, Daney aca-
baba insistiendo en la importancia que para la crítica puede continuar teniendo la cre-
encia firme en que la moralidad cinematográfica se pone siempre de manifiesto en el
buen uso de la forma, de los recursos de puesta en escena. Daney reconocía que si
algo había aprendido en el ejercicio de su oficio eso era la creencia de que se debe
“tener en cuenta que la esfera de lo visible ha dejado de estar enteramente disponi-
ble, que hay ausencias y huecos, imágenes que faltarán siempre y miradas para siem-
pre insuficientes”. (13) Quizás, la verdadera ética del cine consiste en el respeto hacia
aquellas áreas de visibilidad que no están disponibles, en no querer verlo todo y no
forzar la imagen de aquello que no quiere -o no necesita- dejarse ver.
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FLEUR JAEGGY
CARPETA FLEUR JAEGGY
I. EN EL PRINCIPIO...
Fleur Jaeggy
SHANGRI-LA. Derivas y Ficciones Aparte Nº 2 - Enero-Abril 2007
I I . L E I D T R A G E N D E : L A Q U E L L E VA E L D O L O R
Olvido Marvao
"En aquella época no pensaba en los muertos. Éstos tardan en salir al encuentro de uno.
Llaman cuando notan que nos hemos convertido en presas y es hora de ir de caza" *
Acerico.
Es curioso porque el frío también. Abrasa. ¿No lo habéis notado cuando pegáis los la-
bios al hielo y ellos mismos deciden que no se pueden despegar?
Parece que Jaeggy para estar cómoda ha elegido la nieve, como lo hizo su querido
Walser de quien tan cerca estuvo. Visitó el manicomio donde el eterno paseante se
hizo ingresar. Jaeggy vagando también por los mismos valles de "gritos y silencios".
"Todo era increíblemente bello". Arranca. "Caminar es un modo de salvación. Cami-
nar, sin más, por ese bellísimo paisaje. Como una meditación".
Los narradores de Jaeggy, más que fríos, parece que ni siquiera se perdonasen a ellos
mismos. Mantienen una dureza radical, que a menudo como en sus cuentos de El temor
del cielo, comienzan desde la primera línea a hacernos presagiar cómo será la historia.
Baquetea.
Como el magnífico cuento que abre El temor del cielo, ese "Sin destino" cuando en sus
primeras líneas dice: "Y es que la aborrecía. Marie Anne había estado podando toda la
tarde, más de lo debido. Se deja llevar por la furia. La limpieza ante todo". ¡Booom! Es
en esas pocas frases donde se encuentra todo el germen del cuento y, cuando lo leemos
por segunda y tercera vez, disfrutamos al seguir la huella de los pasos del narrador.
Caverna.
No quiere emotividad y la combate, igual que al orden. Pero a cambio Jaeggy es im-
pecable vistiendo las frases con palabras, es ordenada. Escribe con cuidado, despa-
cio "Yo escribo poco, es una cuestión de carácter, de naturaleza". Confunde. Escribe
en italiano, a pesar de nacer en Zurich, de padre alemán, (atención a este padre ale-
mán que se cuela en Proleterka). A pesar de ello las primeras palabras que dirá son
en francés, luego en alemán y a partir de los seis años, en italiano. Colegio. "Nación
inconcreta". Más colegios. Los hermosos años del castigo. "Cuanto más escribe uno
de esta adolescencia, menos sabe y más desaparece". "Yo la recuerdo como un
tiempo bastante solitario y por una gran prisa por salir de ella". Condena. Este viaje
es la última oportunidad que tienen para conocerse. "Mi padre. Ni una confidencia. Sin
embargo, un vínculo anterior a nuestras existencias. Un conocimiento en la más ab-
soluta amenidad". "Los padres no son necesarios". "Hay pocas cosas necesarias".
Cactus.
Un viaje a la iniciación desde la soledad más profunda, entre fantasmas del pasado a
los que se abandona tan fríamente, como a esos marineros a los que entregará su
cuerpo por vez primera, para no sentirse virgen por más tiempo, no tocada, no vivida.
Construye. Mientras recuerda su enfermiza niñez entre palabras y sufrimientos. "Du-
rante meses, la habitación y yo saboreamos el aire mefítico de un sufrimiento que aún
no se ha producido".
Cruel.
Padre e hija, abandonados por la madre cuando ella aún es pequeña, navegan a la de-
riva en un barco con una estrella roja en la chimenea. (Jaeggy incluyó este detalle a
última hora llamando a la imprenta, siete meses después de pensar que había aca-
bado el libro). Compasión. Por ellos, mientras la escritura de la/s narradora/s y sus
voces machacan con sus frases cortas: "Que venga a buscarme, que los muertos
hagan exactamente lo que hacían cuando estaban vivos".
Choca.
Mientras la lectura sucede una voz más pregunta continuamente si ‘la hija’ se man-
tiene aún viva por la putrefacción y el hedor de la perdida de sus padres. "La hija no
ha llorado nunca" escribe el padre en ese frío diario en tercera persona. No hay res-
puesta posible. Desconcierto. A veces la vida se mantiene mientras dura el dolor.
Dolor.
Las letras se desnudan y lo hacen con los personajes que ella elige mientras provoca
chasqueos de dientes, sintiendo a la vez un chorro que desciende. En su mano la po-
sesión del hielo que se desliza por el cuello y la espalda, deshaciéndose en escalofríos.
Escarpelo.
Creo que ella quiere que no dejen de ser oscuros. Son lo que son. Frío. Pero de una
intensidad que nos conmueve continuamente.
El libro está plagado de frases donde exige parar y abrirnos para encontrar algo den-
tro de la propia voz, obedientes entonces, nos detenemos, pensamos. "La oscuridad
se desliza por el Proleterka" mientras el furor oculto de ella se hace sumisión ante las
envestidas violentas y desnudas de uniformes. "Experimenta placer en el disgusto".
Fango.
No, no quiero contar qué ocurre con ella, Johannes ya sabemos que muere desde el
principio, pero, ¿y él?, el Padre con mayúsculas, ¿muere alguna vez el Padre?, el que
hablaba alemán, el de verdad, ¿el oculto bajo las letras?
Fantasmas.
"A mi padre y a mí nos une un vínculo, una especie de voluntad superior, que no per-
tenece a esta tierra. Cuando era pequeña le decía: '¿Sind Sie mein Vater?', ¿es usted
mi padre?, 'Her Johannes, ich bin Ihre Tochter', yo soy su hija. Legalmente le perte-
necía a él. Era su compañera de catorce días invernales, de algunos estivales. Y ahora
de forma excepcional, fuera de norma, en primavera. La primavera le hiere. También
la naturaleza".
Génesis.
Jeroglífico.
las palabras variablemente llenas, desde, por y hacia un entierro que ya ha sucedido
desde antes del comienzo.
Kirileison.
Me quedo con el antes y con el mientras tanto de ellos. Ellos dos, ella, ‘la hija’, y ‘el
padre’. Hay momentos a lo largo del la lectura que incomoda la humedad en sus ojos
porque no acaba de salir. Lentamente. Llanto.
Y el padre, el otro padre "Quiere a la hija cerca. Quiere hablar. Mirarla. Matarla,
pienso. El instinto homicida de aquel hombre rico, sano, que sabe hablar y usa mu-
chas palabras compuestas. El paterno instinto homicida. El instinto de lo mío y de lo
tuyo. De la posesión. Dein Vater. Meine Tochter. Tu padre. Mi hija. Una espiral de po-
sesiones sin sentido". Metralla.
¿Donde están las caricias? Inexistentes. Mimos. Nada. Mientras "la oscuridad se des-
liza por el Proleterka". Ñubloso… No se verbalizan las olas pero aún así el lector se ma-
reará por dentro, cuando rompan las olas contra todo. Océano. Y la madre, una
historia póstuma que quiere aparecer, resucitar una y otra vez, pero no la deja y
madre es Piano. Península. La voz de la hija cambia y hablará en alemán, buscando
entenderse, aunque al final las palabras, las malditas palabras que quieren arreglar
lo que no se debe, acaban rodando por todas las habitaciones vacías "parecía que las
hojas de papel surgieran de repente del suelo, como pequeños espectros". Quebrar.
Quejido.
Jaeggy elabora cada obra nueva con una contención premeditada tratando a los na-
rradores como a personajes. No es fácil imaginar un proceso tan elaborado mientras
el vacío continúa a su espalda.
"De mis libros apenas puedo hablar, me quedo paralizada", afirma, "Yo escribo poco,
es una cuestión de carácter, de naturaleza. Quizá hay mucho peso, una carga consi-
derable, pero lo que queda es poco". ¿Poco?, pregunto. ¿Poco? Rastrillar contesto.
Rastro, me digo.
Recobrarme, insisto.
Silencio.
No podría ser de otra manera. Todos los diccionarios personales están inacabados.
Fleur Jaeggy
Y es que la aborrecía.
Marie Anne había es-
tado podando toda la
tarde, más de lo de-
bido. Se deja llevar
por la furia. La lim-
pieza ante todo. El te-
rreno estaba mullido,
había llovido. Y pare-
cía sucio. Su jardín
era un patio, el sol no
conseguía llegar
hasta la tierra. Dudoso, el calor se detiene en el muro que lo circunda. Poca cosa,
aquel jardín. Húmedo. En invierno era blanco. Blanco sucio. En primavera estaba aún
más sucio, el frío y la podredumbre no querían marcharse de aquel trozo de terreno.
En verano está seco. Y los años pasaban. Marie Anne se sienta en el jardín y con el pie
empuja el cochecito hasta el muro. Después lo atraía hacia sí con la cuerda. Así, la pe-
queña se movía un poco. La niña miraba alelada a su alrededor. Marie Anne la había
aborrecido desde que apareciera en el mundo. Apareció entre un centenar de recién
nacidos, había un cartel, y aquella era su hija. Normal. No era ciega, oía bien. Su amiga
Johanna, a la pequeña, quería tenerla. Es mestiza. "Si no te gusta, ¿por qué no me la
das a mí?" Johanna había insistido mucho. Y también los señores a donde iba a tra-
bajar -ella hacía de asistenta- habrían querido a la pequeña. Si no te gusta, confíanosla
a nosotros. La adoptaremos. Marie Anne había observado la hermosa casa de los se-
ñores de Johanna. Y el hermoso jardín. Las poltronas blancas de mimbre, bonitas e in-
cómodas. Le enseñaron incluso la habitación de la pequeña. Una habitación que daba
al jardín. Con la camita que parecía de nata y helado de fresa. En otra habitación es-
taban los juguetes. Los juguetes de la niña muerta de los señores de Johanna. Nadie
los había vuelto a tocar. A veces la madre, por la noche, hacía balancearse al caballito.
No se puede jugar con los juguetes de los muertos. Eso le decía el marido. Una per-
sona sensata, también él habría querido jugar con las muñecas de su niña muerta. Las
muñecas se reían de aquella pareja que no conseguía olvidar a la niña. Estaban aún
intactas. A la niña no le había dado tiempo de romperles la cara o de arrancarles las
piernas o un brazo. Esto afligía a la señora: como no se utilizaban, no se podían re-
novar. Juguetes prematuros. También la ropa de las muñecas estaba intacta. Plan-
chada. Y los cabellos. Un montón de peluquitas suaves en las cajas. Rubias, morenas,
también con los cabellos. Rizados como los de Johanna. La niña nunca los peinó. Pero
tal vez ahora lo esté haciendo. En su frívola tumba peina una y otra vez los cabellos,
como Lorelei. Esto se pregunta la señora. Pero el marido decía que era imposible y que
su esposa no debía pensar en esas cosas. Que en el fondo también él pensaba. En la
tumba su niña estaba creciendo. Ahora tendría cinco años. Y no le importaba que fuera
un montoncito de polvo que juega. Ya no tendrían más hijos. Y ahora sentían una gran
satisfacción al mostrar la habitación de su niña a Marie Anne. Marie Anne lo observó
todo minuciosamente y con estupor. Elogiaba cada cosa con generosidad, pensaba que
eso haría feliz a la señora, que alguien le dijera que había decorado muy bien la habi-
tación de la hija muerta. Sobre el papel pintado, cerezas rojas y gladiolos blancos con
hojas. Para la niña había también una mesita con un espejo. En el que se había mi-
rado mientras Johanna le trenzaba los cabellos. Todo preparado, como si ya fuera una
señorita. Los vestidos de la niña estaban todavía en el armario. Todos rosa. Los zapa-
titos abajo. Listos para correr. Algunos blancos. Otros de piel azul. En el armario,
arriba, los sombreritos de paja. Era verano, arriba, los sombreritos de paja. Era verano.
Johanna tenía tanto calor que no podía trabajar. Por la noche, antes de irse a dormir,
se quedaba con las piernas separadas junto a la ventana. También el prado sudaba.
Se oían voces a lo lejos. También éstas parecían sudadas. El cielo era incoloro. Cuando
hace mucho calor, se convierte en una sábana infecta y en la sábana infecta veía malos
presagios. Pero luego se dormía casi enseguida, un sueño pesado. Su existencia no le
gustaba demasiado. Marie Anne decía que era porque no le iban los hombres. A Jo-
hanna lo que le gustaba era fregar horas y horas el suelo, encorvada. Luego dormir.
Todavía era bella. No había nada que le gustase de verdad. Tal vez los señores donde
trabaja. Porque estaban tristes y lo escondían. Cuando ella sirve la mesa, fingen ale-
gría. No hace falta reír para fingir que no se está triste, pensaba. Johanna sí, si ríe es
grosera. Río de felicidad cuando nació la niña de Marie Anne. En el hospital la habían
oído todos. Pero Johanna no era el marido de Marie Anne. Aun cuando una vez habían
estado en una cama juntas. Johanna no podía hacerle un hijo a Marie Anne. Tal vez
todo había sucedido después de que Marie Anne estuviera en la cama con Johanna.
Hacia la madrugada salió a dar un paseo. Y nueve meses más tarde Johanna se había
reído en el hospital. Habían pasado nueve meses. Mentalmente se sentía el padre.
"Dámela, dame a la niña", había insistido durante mucho tiempo. Y ahora también sus
señores insistían. Johanna se daba cuenta de que los señores tenían todas las de ganar.
Se convertiría en una niña rica y respetable. Ella sería su asistenta, como lo había sido
de la niña muerta. Marie Anne mira a su alrededor y encuentra la habitación a su gusto.
"Desde luego", dijo, "a mi niña le iría realmente muy bien." Y entretanto pensaba en
la habitación donde estaba durmiendo su niña, que era estrecha y sin ventanas. Pero,
al dejar la puerta abierta, le llegaba un poco de luz gris desde la ventana de la cocina.
Johanna le había regalado la camita, las camisetas y todo lo demás. Johanna entraba
en las tiendas, pedía prendas de vestir para su hija: "Porque, sabe, he tenido una niña
hace pocos días", contaba. Las dependientas le daban la enhorabuena. La felicitaban.
Lo compraba todo de primera calidad y volvía orgullosa a casa de Marie Anne, que es-
taba todo el día en el jardín, podando -y maldiciendo.
Johanna sentía temor del cielo cuando oía aquellas maldiciones. Abrazaba a la pequeña.
Para esconderla del cielo. Los señores de Johanna invitaron a Marie Anne con frecuen-
cia. La invitaron a almorzar. Marie Anne se comportaba casi como una señora. Miraba
cómo se servía la señora y hacía lo mismo. Sonreía al marido de la señora, con genti-
leza. Contó algunas cosas de sí misma, ocultando lo peor. Johanna le había regalado
también vestidos de noche. Trajes negros, de buena confección. Un día el marido de la
señora le regaló un
collar de perlas. Otro
día la señora le regaló
un brazalete de oro
con un diamante. Ob-
jetos que sin duda ha-
brían pertenecido a la
pequeña muerta. Pero
ahora era necesario
adornar a la madre de
una niña que estaba
Pasaron unos meses más. Marie Anne cada vez más enjoyada. Ahora Johanna ya no
decía: "Me darás a tu pequeña". La pequeña ya estaba prometida a sus señores. Vio
a sus señores abrazar a Marie Anne. Tenían lágrimas en los ojos. Entraron en la habi-
tación de los juguetes y los tres, inclinados en el suelo se pusieron a jugar. Marie Anne
subió a la grupa del marido y la señora reía con una muñeca en la mano. Como si
fuera una alabarda. Johanna les llevó algo de beber. Lo celebraron. Pusieron las pelu-
cas sobre los vasos. Aquella noche los juguetes ya no fueron un culto de muertos, sino
muñecas que destripar, que destruir con suavidad. Las vistieron y desvistieron, tam-
bién la señora se quitó el vestido. Jugaron a ser felices. La felicidad hería como un hie-
rro candente. Se estrecharon las manos para sellar el pacto. Marie Anne mostró una
mirada de triunfo. Daba su palabra de honor. La dio abiertamente ante los señores. Era
un día de primavera y se había hecho tarde. Marie Anne no tenía costumbre de hablar
tanto, o sea, de alargar las cosas. Para ella, maldecir era el origen de la palabra. Y de
la creación. Ahora Marie Anne ha prometido. "Mi niña será vuestra".
En casa, Marie Anne fue a ver a su pequeña. Dormía. La observó un buen rato. La ma-
ñana siguiente la llevó al jardín lleno de fango. Marie Anne ya no encontraba nada que
podar. Llevaba las tijeras en la mano. Y no sabía hacia quién dirigirlas. Miró a su niña.
No tendrá un destino hermoso. No se la daré a esos señores. No tendrá una casa her-
mosa. ¿Por qué aquella pequeña a la que aborrece iba a tener una vida mejor? Es-
cribió una carta a los eñores de Johanna. "He cambiado de idea. Ha sido una broma".
Saludos. La señora se ahorcó cinco minutos después. Como el caballito-balancín, su
cuerpo oscilaba. La niña creció. Marie Anne la aborrece. Ayer pasó con su hija por de-
lante de la mansión de los señores y se lo contó todo. La había prometido a aquella
casa. La muchacha tiene ahora quince años, pasa a menudo por delante de aquella
casa. Dicen que es un poco lela. Pero no es así. Tan sólo mira su destino. Mejor dicho,
mira por dónde ha pasado su destino.
I V. L O S H E R M O S O S A Ñ O S D E L C A S T I G O
M. Morillo
Los hermosos años del castigo es el recuerdo, en boca de una mujer adulta, de una
parte de su infancia y la adolescencia transcurridas en internados femeninos de Suiza.
Pero sobre todo, es la historia de su estancia en el Bausler Institut, en Appenzell,
pocos años después de la Segunda Guerra Mundial. Y decir Bausler Institut para la
anónima narradora de estas memorias es casi sinónimo de Frédérique, la nueva
alumna que un día inesperadamente irrumpe en el refectorio del colegio con todo su
afilado esplendor y su aire de otro mundo, de otra naturaleza incluso. De este modo,
en aquello que parecía una autobiografía, un diario íntimo hilvanado a conciencia en
el que la narradora ejercía también de protagonista, se inmiscuye Frédérique, la chica
rara, verdadera protagonista de la narración.
Con una dosificación soberbia de la información y una palabra que seduce por lo que
no dice y calla, Fleur Jaeggy nos encierra, a través de la memoria metálica y las afo-
rísticas reflexiones de su narradora, en un mundo extraño, alejado de la realidad, es-
cenario de delirios, "un lugar no alcanzado por las deformaciones humanas", un
microcosmos hecho de ambigüedades, afín a aquél del atribulado Törless de Robert
Musil. Un mundo distorsionado donde "la infancia es vetusta", la obediencia volup-
tuosa y el amor mudo, impronunciado, como el más bello de los pensamientos.
Los hermosos años del castigo es quizá el libro más conocido de Jaeggy. Cuando se
publicó en Italia, en 1989, obtuvo un gran éxito de público pero también fue muy
bien recibido por la crítica.
Los hermosos años del castigo es un libro de una belleza terrible y temible. Es el
miedo que producen las cosas descarnadas, las cosas puras. En este sentido, el ini-
cio de la novela no podría ser más premonitorio: el viejo escritor encerrado pasea
solo por la nieve. Se deja caer. Muere. Jaeggy comparte con Robert Walser no sólo el
paisaje próximo al manicomio en el que el escritor estuvo recluido más de veinte
El asunto en sí, la historia de la muchacha que, con una madre-padre católica de in-
clinaciones teutónicas que desde la exótica distancia dispone y ordena su vida y un
padre-madre protestante que habita hoteles y tiene amigos viejos, ve marchitarse su
juventud en colegios femeninos y un día se siente fascinada por la nueva, la de la
"frente alta donde podían tocarse los pensamientos", el asunto en sí, digo, es simple,
sencillo, lo enjundioso está en la adecuación del lenguaje a la trama y en el lenguaje
mismo, que todo lo transforma.
Me aventuro a decir que una de las causas posibles de esa terrible belleza es la ten-
sión conceptual del lenguaje de Jaeggy, la antinomia que practica: "Una Arcadia de la
enfermedad". Como ella misma indica en una entrevista para el suplemento literario
de El País del sábado 13/03/04 en un artículo, por cierto muy acertadamente titulado:
"Fleur Jaeggy, la pasión fría" (después del cual encontrar otro mejor es muy difícil):
"una cierta glacialidad también revela sentimientos". Tensión presente en la conten-
ción con la que escribe; en sus frases, eficaces como píldoras: la cantidad necesaria
en el momento adecuado. En ese mismo artículo, se dice que Jaeggy, en la elabora-
ción de sus novelas, practica el "corta y pega"; y añadiría yo que quizás practica más
lo primero que lo segundo, pues se intuye tal la densidad de lo que corta y no pega,
de lo que sabe y calla, que está más que si estuviera escrito. El lenguaje evoca una
ausencia. En esa ausencia el silencio habla. Se diría que hereda mucho de la actitud
del escribiente de Henry Melville por todo cuanto preferiría no decir, o no escribir, y
no dice, o no escribe; de ahí la justa parquedad de su escritura, hecha de renuncia,
y su estilo, lacónico.
Hay, en Los hermosos años del castigo, muchos temas interesantes y dignos de aná-
lisis. El mundo enfermo, desvinculado de la realidad, de los colegios que conforman
media vida de la narradora; ese otro lado del mundo donde se está protegido y cui-
dado, y donde el tiempo no existe, está embalsamado con el aire amniótico de los os-
curos pasillos: "Nos retiramos a nuestros cuartos, la vida la hemos visto pasar a
través de las ventanas". Siempre un reflejo, un reflejo que parece relegado a los bal-
cones, o la mujer ventanera y la imaginación como vivencia: "Hemos imaginado el
mundo". ¿Qué otra cosa puede imaginarse si no es la propia muerte? La relación con
la familia distante. La herencia católica y protestante.
La inversión de los roles tradicionales en la figura de los padres de ella. La casi cari-
catura de esa misma inversión en los Hofstetter. Las figuras masculinas. La ausencia
La escritura de Jaeggy necesita un lector sin prisas, un lector amoroso y lento que
pasee por las páginas como Walser por la nieve si lo que se quiere es captar el alma,
que no está cifrada, y cubrir el alcance de las reflexiones que la autora pone en boca
de la narradora. Un lector, quizá, de otro siglo.
Se dice que Fleur Jaeggy es una mujer tímida, que sufre al ser fotografiada. Se sabe
que, en Barcelona, donde estuvo para presentar su último trabajo, Proleterka, no se
dejó fotografiar. Una mujer, en fin, poco amiga de la plaza pública, que escribió en se-
creto muchos años antes de publicar su primera novela (Il dito in bocca, 1968), quizá
reivindicando calladamente que el oficio de escritor no es publicar sino escribir; o tal
vez para honrar a esa larga lista de Bartlebys que prefirieron no publicar. Pero a pesar
de acceder a publicar, publica poco: seis novelas en más de treinta años; además de
las ya citadas, L´angelo custode, 1971 (El ángel de la guarda); Le statue d´acqua,
1980; la obra que nos ocupa y La paura del cielo, 1994 (El temor del cielo). Afín a
Henry Melville, al heroico escribiente pero también a Billy Budd, y a Robert Walser.
V. E N Á N G E L D E L A G U A R D A
Fleur Jaeggy
JANE: Nuestras habitaciones: una gran cortina divide mi zona de la de Rachel. Las dos
tenemos un espejo ovalado idéntico, que refleja las mismas cosas, una hilera de mi-
niaturas en la pared, otra hilera de dibujos, con repisas de pitch-pine, después un es-
pacio de pared floreado, y debajo un respaldo y dos brazos de un sillón desfondado.
Si me levanto de puntillas veo a Rachel sentada en el sillón que se hunde, y me siento
en el otro sillón. Rachel se levanta, hasta que el espejo refleje tan sólo su figura. De-
bería tapar o emparedar el espejo. Es insoportable cuando alguien se entromete in-
cluso en el propio espejo.
(...)
JANE: De este parecido sacaremos provecho. Por otra parte, estando tan próxima
esta semejanza, no podemos evitar el hablar de ella, o simplemente observarla con
atención. Con la excusa de que una cosa se parece a otra nunca nada se destruye.
Porque cada recuerdo urgiendo en la memoria se transforma en la substitución de
aquello que se recuerda. Yo misma no sé recordar, el recuerdo es un préstamo para
mí. Nosotras pensamos como de prestado. Tampoco estará ningún día lejano de otro,
si ha de ocurrir alguna cosa. Quizá nosotras jamás seremos algo. La sola idea de que
se pueda ser algo me asusta. Prefiero las cosas que al tiempo que nacen se acaban.
Yo, señores, podría elevarme de entre la gente, y decir: yo soy lo que parezco. La niña
que me acompaña es mi imagen, en la trastienda hay otros seres igualmente seme-
jantes. Sin embargo sabría frenar mi elocuencia, porque mirando a la gente que me
escuchase vería que sus rostros no son distintos del de Rachel. Rachel misma, con-
fundida entre la gente, sería irreconocible. Es el poder de la gente, el poder de la hu-
manidad y el poder de la identidad. Por lo tanto, hermana, permanezcamos entre
nuestras cuatro paredes, para no salirnos del modelo, ajustémonos la una a la otra y
volvamos sobre nuestros pasos. Un intercambio de similitudes, prefiero callarme.
Aquello que se empequeñece puede abarcar todas las dimensiones. Casi como un
juego de pulgas. Y en ese juego vemos el transcurso de nuestros días.
En pocas palabras nos asaltan un montón de similitudes, y cuando todos estos mon-
tones estén archivados en una perfecta semejanza, quizás entonces nos daremos
cuenta de que no existe ninguna huella de auténtica similitud. Y será un día glorioso.
Borrar las huellas, el origen perfecto. ¿Cuándo? Jamás.
(...)
(...)
(...)
RACHEL: Por lo tanto, hermana, permanezcamos entre nuestras cuatro paredes, para
no salirnos del modelo, ajustémonos la una a la otra y volvamos sobre nuestros pasos.
Un intercambio de similitudes podría ser letal para nosotras. Tú eres mi ejemplo dis-
minuido frente a otras dimensiones, prefiero callarme.
El ángel de la guarda
Tusquets Ediciones, Cuadernos ínfimos, Barcelona, 1974
Traducción: Mariano Solivellas
V I . E N Á N G E L D E L A G U A R D A Y F L E U R J A E G G Y,
UNA APROXIMACIÓN
Max Caution
(Rachel) Fleur Jaeggy es, como Agota Kristof, una escritora de la dualidad. No es lo
único que tienen en común la escritora suiza alemana que escribe en italiano y la es-
critora húngara que escribe en francés. Ambas se han encaprichado de las palabras
que rezuman crueldad, dándoles una carácter binario. Ambas han quedado fascina-
das por la mismidad del otro, por la otreidad de lo mismo. Los gemelos de Kristof,
Claus y Lucas, tienen su eco y su parangón en tantas parejas creadas en la máquina
de escribir de Jaeggy. A las dos les interesa las perversas relaciones de dominio que
aparecen en toda familia. Las dos describen el amor y la amistad como una forma de
sumisión, sea por el defecto del temor, sea por el exceso de la admiración. Las dos
nos describen a unos seres atrapados en sus mismas trampas, marcados a fuego por
un pasado que les condena a una frialdad y distanciamiento terrible. Y tanto una como
otra cortan por lo sano, allí donde el corte produce más significado y expresión que
si se siguiera escribiendo. Su literatura es, en ambos casos, un ritual austero, conciso,
lacónico, breve. Su prosa se encuentra desnuda de todo lo que es digresivo, acceso-
rio, lo que no ocurre por necesidad dentro de la lógica y estructua del relato, de la his-
toria que envuelve a sus personajes. Son ficciones que tienen un mismo origen, aquel
que el escritor judío Imre Kertész ha explicitado a través de su obra, que desde la con-
templación del horror al que nos enfrenta la vida aparezca algo que nos sirva como
antídoto ante el veneno, que nos permita aquello que escribió Chantal Maillard, "Es-
cribo / para que el agua envenenada / pueda beberse." Pero el veneno letal sólo puede
combatirse de dos maneras, con un corte aséptico, o con más veneno. Con un enve-
nenamiento largo y progresivo que nos haga inmunes.
pre ha estado ahí compartiendo todas tus posibilidades, en la sombra, pero con el
que no se deja de tener una relación de destrucción y de reconstrucción.
Cae el telón sobre la sombra y la inmutabilidad. Botvid es un testigo mudo. Jane y Ra-
chel guardan el silencio necesario para que Fleur Jaeggy siga escribiendo desde ese
dolor íntimo que nos ofrece de manera fragmentada y elíptica, como la dosis de ve-
neno que necesitamos para seguir viviendo en un mundo como éste.
VII. ¿Y SI...
Olvido Marvao
¿Me creería alguien si le dijese que, años atrás, hubo un accidente de coche en el que
Rachel, de cinco años entonces, perdió a sus padres y a su gemela Jane? ¿Y que Ra-
chel, después de aquello, pasó dos años internada al cuidado de un psiquiatra lla-
mado Botvid?
Pues bien, voy a intentar contarlo.
Puede que el lector que se enfrente por primera vez a El ángel de la guarda sólo ob-
tenga la extrañeza que se mantiene a lo largo de una historia difícil de explicar, na-
rrada con un lenguaje oscuro, en ocasiones simbólico, o la deconstrucción de todo lo
que en esa ‘extraña casa’ sucede y más de una vez se pierda con las, digamos, his-
torias intermedias, digresiones aparentemente sin sentido que se cuelan en el texto,
y que más tarde intuí que debían ser otros casos clínicos.
Tal vez por esa tozudez que ofrecían las palabras a ser interpretadas, como si fueran
producto de una mente enferma, me interesó todavía más este texto corto protago-
nizado por dos hermanas y su particular "ángel de la guarda", publicado en 1971.
La relectura me trajo atisbos de que, posiblemente, las gemelas, en realidad ya no
eran dos. El enigma se abría. Y así sucesivamente me perpetué desmenuzando pá-
rrafos, frases, yendo de atrás hacia adelante en un ruido continuo de hojas y seña-
les, haciendo círculos, trazando flechas, subrayados y nuevos apuntes paralelos,
enzarzándome en una interpretación, quizás demasiado personalizada, y que, aunque
tal vez no sea importante, no sé si algún otro lector acaso la comparte.
Empezaré por Botvid ya que en su voz aparece el primer indicio al realizar el maca-
bro juego de hablar a Rachel en plural, pues necesita ganar la confianza del paciente
para poder ayudarlo. En este caso la dolencia es un complejo síndrome de doble per-
sonalidad. Jane vive dentro de Rachel, dominándola en ocasiones, llamándola siem-
pre...:
"Deberíais llevar una vida más sana, caminar al aire libre. Me gustaría veros caminar
al aire libre. Me gustaría veros pasear por los alrededores, en plena naturaleza. Sé que
debo velar por una de las dos, pero aún no sé por cuál."
Cuando la voz de Jane describe la habitación y el espejo, al principio parece que sólo
existía una de ellas, que la otra no es sino un reflejo de la realidad, algo así como un
juego a lo Alicia atravesando el espejo, pero no es tan sencillo. Por eso seguí tratando
de ver al otro lado, correr esas cortinas que dividen la habitación como en los hospi-
tales, tras presentir que ese alguien que se entromete entre ambas, es la propia cor-
poreidad superviviente:
"Nuestras habitaciones: una gran cortina divide mi zona de la de Rachel. Las dos te-
nemos un espejo ovalado idéntico, que refleja las mismas cosas, una hilera de mi-
niaturas en la pared, otra hilera de dibujos, con repisas de pitch-pine, después un
espacio de pared floreado, y debajo un respaldo y dos brazos de un sillón desfon-
dado. Si me levanto de puntillas veo a Rachel sentada en el sillón que se hunde, y me
siento en el otro sillón. Rachel se levanta, hasta que el espejo refleje tan sólo su fi-
gura. Debería tapar o emparedar el espejo. Es insoportable cuando alguien se entro-
mete incluso en el propio espejo."
Rachel y Jane se mueven, aparentemente, por una casa y un barrio, que en realidad
no serán tales, y esos supuestos vecinos son los pacientes que ocupan las otras ha-
bitaciones de la planta. El hospital será su nuevo mundo, que a través de los ojos de
la infancia sabrán interpretar con un lenguaje especial. Jane:
"Pero me gustaría hablar también de los demás. Te describiré a Ursi y así la liquida-
mos de una vez, la última visita."
Ursi, otra niña internada, que además de padecer la enfermedad de Basedow (hiper-
tiroidismo), se cortó un ribete de grasa de su pie, será también esta pelirroja quien
mencione una pista importante al decir que en el hospital hay treinta y cuatro pa-
cientes internados. Cifra que se reducirá al final de la historia.
Rachel, y sobre todo Jane, no quieren ir a ver a nadie porque se encuentran bien jun-
tas, tal vez porque ya no tengan otra familia, en ese mundo interior tan fuerte que
han creado. El único que conocían. El verdadero, hasta que todo dejó de ser. Rachel:
"Tengo la impresión de que han llamado" y Jane negándole siempre la realidad afirma:
"Sí, pero nosotras no lo oímos."
Jane a veces acepta su verdadera condición:
"Yo, señores, podría elevarme de entre la gente, y decir: yo soy lo que parezco. La
niña que me acompaña es mi imagen, en la trastienda hay otros seres igualmente se-
mejantes. Sin embargo sabría frenar mi elocuencia, porque mirando a la gente que
me escuchase vería que sus rostros no son distintos del de Rachel. Rachel misma,
confundida entre la gente, sería irreconocible. Es el poder de la gente, el poder de la
humanidad y el poder de la identidad. *Por lo tanto, hermana, permanezcamos entre
nuestras cuatro paredes, para no salirnos del modelo, ajustémonos la una a la otra y
volvamos sobre nuestros pasos. Un intercambio de similitudes, prefiero callarme*.
Aquello que se empequeñece puede abarcar todas las dimensiones. Casi como un
juego de pulgas. Y en ese juego vemos el transcurso de nuestros días."
Esos seres semejantes en la trastienda bien podrían ser otros muertos. Encontramos
aquí una de las primeras claves de su similitud, de que son gemelas, aunque apare-
cerán muchas más a lo largo del texto, pues las gemelas por separado, son una per-
sona cualquiera, en cambio cuando iban juntas, pese a que no podían diferenciarlas,
resultaban claramente identificables entre el resto de esa gente, que ya no puede ver
más que a una, a Rachel, la única que ha sobrevivido.
Pero el tiempo pasa y mientras ella sigue creciendo en un mundo sin límites, la otra
se detuvo y al ser su actitud tan paralizante y poderosa, Botvid teme "verlas inmóvi-
les ante sus ojos". A Rachel. Muerta. Porque la fuerza del pasado, cuando todo su
mundo era perfecto y doble, se refugia en la magia de lo pequeño, en no crecer, para
que el tiempo se detenga antes de la llegada del dolor. Pero no es posible evitar que
Rachel siga creciendo y así la oímos hablar a Jane como un libro de texto porque debe
seguir construyendo el mundo de la hermana muerta, enseñándola, aunque ya no
esté, para que sea posible el mismo ritmo de conversación, de confidencialidad y ex-
periencias, para que sigan siendo dos, iguales. Para que Jane nunca muera. Y así Ra-
chel le hablará de filosofía o de la creación, y lo hace mediante frases que parecen
dictados leídos de los libros en los que sigue estudiando.
Pero las preguntas se suceden y ellas mismas murmuran sobre el jardín rodeado de
una tapia y se preguntan sobre la locura y verifican que también todos los locos, como
ellas, se parecen.
Y se acercan a las habitaciones de esos otros, como puede ser la que ocupa "el hom-
bre metódico", que aparecerá más tarde o ese otro "inquilino de la casa de al lado",
o Mary de quienes más tarde hablaremos. Pero mientras sigamos con los indicios
esenciales de la historia. Jane describe un viaje:
Rachel presiente que si por un momento dejase de pensar en Jane, Jane moriría de-
finitivamente en ella. Por eso su cerebro enfermo continúa cebándose de recuerdos,
viejos y nuevos, por miedo a aceptar la verdadera muerte de su hermana, ¿la mejor
de las dos aunque fueran iguales?, y así evitar la realidad. Regresar al lamento. Ser
ella misma otra persona enferma como "el hombre metódico", otro paciente, alguien
acomplejado, frustrado por su padre (de nuevo, el padre, un tema recurrente en
Jaeggy), quien está ingresado siguiendo una terapia.
Se presiente el peso del azar en todo, y así más tarde Jane extiende una ‘fundamen-
tal’ baraja de cartas del Tarot. Setenta y ocho cartas donde se mezclan los arcanos
con las señales de tráfico, y dice:
"Setenta y ocho la locura, setenta y siete un gran éxito. El círculo del obstáculo, un
retraso fatal está sembrado de líneas trasversales, las penas acaban en un triángulo
partido por la mitad, el camino, la pérdida, el pésame, la soledad. L’Extrême espada
gigante está vuelta hacia lo alto. Los círculos."
Lo sé. De alguna manera aquí se encuentran símbolos y claves del accidente. Por ello
me puse a dibujar una espada grande hacia arriba metida en un triángulo, así, los cír-
culos y el triángulo partido, se convirtieron en una señal de stop. La cruz, un cruce.
Y luego la pérdida, el pésame… Pero quedan tantas incógnitas en el aire que la misma
Jaeggy se burla de todos estos esfuerzos y dice:
"Estaba agarrada a los tubos, y los tubos estaban agarrados a ellos mismos."
Mientras, las cartas del tarot siguen sobre la mesa, Rachel dice:
Lentamente las conversaciones entre ellas van cambiando, Rachel se desespera y co-
mienza a recriminarle a su hermana que se invente cosas, que no la deje en paz.
Jane se defiende. ¿Acaso Rachel empieza a asumir su pérdida?:
"Está hablando Rachel, tengo que escuchar bien porque no capto lo que dice y no es
la primera vez. Tampoco ella escucha cuando hablo yo. Por otra parte también esto
es una manera de conversar."
"Es precisamente sola cuando te engañas tan fácilmente. Ese poco de engaño te hace
feliz. En realidad, todas las apariencias te gustan. La apariencia es la gran prueba, es
el resarcimiento de todas las enfermedades."
"Aquellas dos, una vez más, aquellas dos, la más pequeña me ha acompañado un
trecho del camino, ¿estaría esperándome? Me he despertado por la noche y me es-
taba hablando, la otra mañana hallé un dulce en la mesita de noche, la pequeña se
hace notar. No vi cómo iba vestida. Me hace ver cosas que no existen. Se sentó sobre
mis rodillas. Dijo que había soñado con un asno que huía, me regaló cintas para los
zapatos. Dice que ella necesita compañía. Insistía en que nadie lo sabía. ¿Quién más
que un viudo tiene necesidad de compañía?"
"Se ha puesto trajes de mi mujer. Hace años que soy viudo y sufro de melancolía."
Juegos de fantasmas donde Jaeggy podía haber derivado hacia un cuento gótico de
posesiones pero no quiere, lo evita, quizá no tiene elección, aunque sin embargo deje
en algún momento un cierto, involuntario aroma, de Otra vuelta de tuerca de Henry
James.
No sería Jaeggy si el dolor no apareciera por debajo y sobre los renglones:
"Al día siguiente fui a ver a Botvid, que me dio una bofetada, y me ha gustado. Que
lo sepa Jane.”
Rachel empieza a sentir, aunque sea dolor, a sentir hacia fuera. A diferenciar su cuerpo
del de la hermana imaginada.
En las sucesivas lecturas de El ángel de la guarda me desesperaba porque cuando pa-
recía que había encontrado algo, lo volvía a perder en cuestión de segundos, o bien
dos renglones o un párrafo más abajo, eso me ocurrió con la historia de Nikolau, quizá
el primer caso que atendió Botvid cuando era joven, alguien que le deslumbró con su
inteligencia y se dejó llevar, quizá un compañero, psiquiatra también, con quien com-
partía el caso de una familia suicida. O posiblemente una historia real de su juven-
tud. Un Botvid interesado entonces por la teología y que tiene nombre de santo
austriaco que fue asesinado por su esclavo, al que instantes antes había dado la li-
bertad.
Botvid pena esa culpa, es un ángel de la guarda fallido, no pudo hacer nada en el sui-
cidio colectivo de la familia de Nikolau, ocho muertos. No era su ángel. Nikolau, eje-
cutor y recluido en un monasterio sin volver a decir una sola palabra en toda su vida,
frente a un Botvid pasivo que recuerda su derrota, o tal vez la utilice para que Rachel
valore la vida que podría quitarse si quisiera. Una familia muy enferma, con la que
Botvid convivió cuando tenía veinte años, de la que asegura: "Indudablemente había
algo allí que me gustaba."
Un precioso caso clínico, está vez contado de otro modo, pero con el mismo y ex-
traordinario extrañamiento con el que está escrita toda la narración, como el de la
pobre Mary, que conoceremos porque Rachel cotillea en su historial clínico, y nos lo
comenta a ráfagas por las que se cuela la historia de una chica muy joven, que ha in-
tentado el suicidio varias veces y que, finalmente, se tirará por la ventana. Pero la ve-
getación detendrá su caída. Jaeggy y su pequeña ironía siempre entre líneas.
O el último caso, ‘el turista’, una historia en la que el sadismo se adereza con críme-
nes de guerra nazis. Esta vez será Botvid quien lo relate comenzando con alguien que
lanza un discurso en una esquina del jardín. Aquí Jaeggy utiliza la voz inglesa "spea-
ker", provocando con ello cierta similitud fonética que nos remite al término "span-
ker", el que golpea, grita y se burla de las víctimas de los campos de exterminio,
como quien visita un circo.
Botvid está a punto de rendirse, pero las cosas empiezan a cambiar poco a poco, Ra-
chel parece recuperar lentamente su propia vida, su futuro, y Jane odia a Botvid por-
que contribuyendo a que su hermana acepte que ha muerto, la está destruyendo:
"en pocos años me ha llevado al borde del precipicio. Es él quien nos mete en la ca-
beza esas ideas sobre la vida, la muerte y todo lo demás. Me ha metido en la cabeza
la eternidad. Cuánto lo odio."
Mientras Jane, su voz, comenta que ha visto un cementerio judío y a lo largo de sus
palabras empieza a aparecer el ‘yo’ y continuamente en contraposición el presente,
ese ‘ya’, que parece haberla excluido porque es entonces cuando Rachel comienza a
obviarla, a interpretarla como un recuerdo…
"Así podría haber vivido toda su vida. Era como una persona que desaparece, tran-
quilamente. Rachel habla ya de ella como de un recuerdo. Botvid, ausente, bajaba la
cabeza. Ya, decía. Por otra parte Jane se mostraba amable con ellos, casi afable. Mu-
chas veces, viniendo de la calle, volvía tan cansada y pálida que Rachel hacía como
si no la viera y esto también se transformó en costumbre, el no darse cuenta de la
presencia de las personas cercanas y parecidas. De vez en cuando Jane podía oír
decir: -¿Te acuerdas cuando Jane hacía esto o aquello? ¿De cuando Jane hablaba? "
"Botvid ha vuelto a visitarme con los treinta y dos de la casa colonial y también la roja
que aplaude por todos, su entusiasmo contagioso desencadena la multitud. ¿Qué es
la multitud, hay de nuevo algo que me arrastra, son todos ellos que han venido a ver
a Jane? ¿Jane? No está."
Ya no son treinta y cuatro. Falta alguien. "Jane, te lo ruego, no hables, has desapa-
recido". Pero no es fácil. Habrá nuevas recaídas tras la recuperación obsesiva de la
imagen del accidente. Aquel día en que su mundo se detuvo, derrumbándose:
"Jane se encontraba en un brezal y extraños objetos crecían aquí y allá dando a la na-
turaleza un aspecto anormal: -¿Cuáles son los casos de peligro en la vida? -Se pre-
guntaba Jane.- ¿Son quizá los presentimientos?"
"Las sombras están tomando otra vez posiciones. Las veo. Están netamente incisas
en mi memoria, en mi brazo izquierdo, Jane, me retengo, evito decir sangre, corre la
sangre lentamente por el estuario, el balbuceo está hinchando mi lengua. la hincha-
zón, te conjuro, el desorden disuelve mi lengua."
Rachel lucha. Es ella nuevamente, o por primera vez, pero sobre todo, ya no está
abandonada a la voluntad de Jane. Finalmente:
"Por lo tanto, hermana, permanezcamos entre nuestras cuatro paredes, para no sa-
lirnos del modelo, ajustémonos la una a la otra y volvamos sobre nuestros pasos. Un
intercambio de similitudes podría ser letal para nosotras. Tú eres mi ejemplo dismi-
nuido frente a otras dimensiones, prefiero callarme."
Rachel sabe que tendrá que vivir siempre con ella, sentirla, pero también que deberá
callarla. Sabe que ha muerto, pero vivirá eternamente en su memoria, dentro de ella,
sólo así ella también podrá vivir.
El ángel ha hecho su trabajo.
Quizá Jaeggy sonriera con esta interpretación trenzada con coincidencias, indicios
subjetivos que buscan explicar un desorden tan a propósito desordenado. Repito que
tal vez me equivoque, pero a cambio he disfrutado aún más de la lectura, quizá por
lo innecesario de esa búsqueda impuesta. Sería interesante que otros ojos leyeran la
narración con otro enfoque, quizá descubriendo otras historias que nada tengan que
ver con lo que he contado. Aunque también puede que todo sea más sencillo. Acaso
"soy como el viudo que ve lo que no hay, soy como cualquier otro que cree ver ficcio-
nes en mentes simples, el hundimiento de mi pensamiento, ¿quién llama a la puerta?"
V I I I . “ U N A C I E RTA G L A C I A L I D A D TA M B I É N
R E V E L A S E N T I M I E N TO S
Fleur Jaeggy nació en Zúrich y vive en Milán. Ésa es toda la información que aparece
en la solapa de sus libros. Lo demás hay que intuirlo por el texto. La familia distante,
el ambiente burgués y fríamente luterano, el internado femenino, la soledad, las en-
fermedades y los suicidios son temas recurrentes, y en ellos hay algo de autobiográ-
fico. La escritora reside efectivamente en un elegante piso milanés. Es una mujer
tímida, muy bella, muy cortés, en cuya conversación asoman fogonazos autoritarios
que ahoga de inmediato en una duda o una sonrisa. No le entusiasman las entrevis-
tas y sufre al ser fotografiada. Sus obras son breves, tersas, tragedias afiladas y os-
curamente irónicas. La más reciente es Proleterka, la historia de un crucero por el
Mediterráneo que reúne una despedida, una iniciación sexual, un cortejo fúnebre y un
misterio.
RESPUESTA. Sí, Herman Melville, me gusta muchísimo Melville. Y Billy Budd es una
historia maravillosa. El inocente castigado... La leo a menudo, y cada vez consigue
conmoverme.
R. Porque Proleterka trata del viaje de una nave y al escribirlo me vino a la mente el
barco de Billy Budd. Y dada mi particular inclinación por Melville, decidí incluir esa
frase. También me gusta mucho el relato del gallo en la chabola de la familia pobre.
Y Bartleby, el escribiente, ¿recuerda?: "Preferiría no hacerlo...".
*http://www.elpais.com/articulo/semana/Jaeggy/_Fleur/cierta/glacialidad/revela
/sentimientos/elpeputec/20040313elpbabese_1/Tes
R. No lo he pensado. La protagonista no parece tener una vida fácil, hay una cierta
soledad en torno a ella... Los castigos le pasan cerca, la rozan. El desastre... Hablar
de mi libro es... Hace años escribí un libro que se llamaba Los hermosos años del cas-
tigo.
R. El padre parece un ser un poco romántico, que no pide nunca nada. Permanece dis-
tante del mundo. Quiere estar con esta hija, pero no... Johannes pide poco.
R. Porque en un libro uno hace ciertas elecciones y... Tengo la impresión de que a Jo-
hannes le aflora algún sentimiento. Quizá entre líneas. Yo me limito a estar sentada
ante la máquina de escribir y a golpear las teclas; si luego resulta que los personajes
no exteriorizan nada, ¿qué puedo hacer yo? Creo que, en realidad, algunos persona-
jes son bastante extremos. Una cierta glacialidad también revela sentimientos.
R. Sí. Me digo que un día usaré el ordenador, pero ese día aún no ha llegado. Escribo
a máquina desde hace más de treinta años, y me gusta el ruido de los tipos golpete-
ando sobre el papel.
R. No me gusta hablar de eso, porque publico poco. Creo que el anterior apareció
hace seis o siete años. Son pocas páginas para tantos años, ¿no?
R. No suelen ser muy largos, pero con Proleterka, que escribí durante años, acumulé
mucho papel. Llegado un cierto punto me fui a Alemania, a una región de la antigua
RDA, y me alojé en un lugar bastante bello, un castillo con un lago y un bosque que
pertenecía a Achim y Bettina von Arnim y ahora es del Estado. Me invitaron. Me llevé
un puñado de libros, las primeras pruebas de la novela y papel. Aquello no podía se-
guir así, tenía que terminar. Pasé dos meses en el castillo, cortando, pegando con
cola nuevos fragmentos sobre el original, y finalmente me dije que estaba más o
menos acabado. Eso ocurría en un mes de marzo. Pero de regreso a Milán seguí tra-
bajando sobre el texto. Y en septiembre aún hice una última llamada telefónica al ti-
pógrafo, con el libro ya en imprenta, para añadir un pequeño detalle.
P. ¿Cuál?
R. Creo que era la estrella roja pintada sobre la chimenea del barco. Y finalmente ter-
miné. Aquí en casa me costaba mucho avanzar, hay demasiados libros. Sin embargo,
necesito escribir con una pared desnuda a mi espalda.
R. Porque me gusta el vacío y no lo tengo. Saber que a mi espalda la pared está vacía
es un alivio. Ahora tengo menos libros porque a principios de año me desprendí de
muchos de ellos. Lo invadían todo, se amontonaban por el suelo. Hoy esto está bas-
tante ordenado porque venía usted. Simpatizo mucho con las paredes vacías. ¿Puedo
añadir una cosa? Como veo que a usted le gustan los gatos... [El periodista ha aca-
riciado a Tsanga, el gato de Jaeggy]. En el castillo alemán tenía un amigo, Erich, un
cisne que salía del agua cuando le llamaba y venía a mi habitación. A menudo pase-
ábamos juntos. Le daba de comer. Pero hay que tener cuidado, porque los cisnes pue-
den ser crueles, muerden. Él encontró en mí una compañía. Antes siempre estaba
solo. Y, ¿quién sabe?, quizá se estableció una simpatía mutua. Mire, aquí tengo una
foto con el cisne. Un domingo llegaron dos señoras que me pidieron visitar el casti-
llo. Me preguntaron por "mi cisne" y yo, feliz, les mostré la finca. Nos tomaron la foto,
al cisne y a mí, y me la enviaron. Tengo tanta relación con los cisnes...
P. Y...
R. No sabría responder. Escribo desde hace muchos años, desde que era una niña. Lo
interesante es topar con dificultades, porque el placer de escribir está en resolverlas.
Quizá.
R. Sí. He publicado poco pero he escrito siempre. El primer libro apareció en 1968,
pero había estado en elaboración durante varios años.
R. No sé, es una inclinación mía. Siempre se puede cambiar. Hasta ahora ha sido así.
P. Intuyo que no deben gustarle las presentaciones, las giras promocionales, las en-
trevistas.
R. Al principio no hacía nada de eso. Luego me comprometí con una gira por univer-
sidades de Estados Unidos que fue muy complicada. Tuvo que acompañarme una
amiga, sin ella no me habría atrevido. Soy muy tímida. Pero aquel viaje americano fue
una lección y he mejorado un poco en la cuestión de enfrentarme a audiencias. Hago
lecturas en Alemania, y consigo leer alemán. Que no es mi lengua.
P. ¿No?
R. No, no.
P. Pero sus libros abundan en términos alemanes. Sobre todo términos compuestos.
P. ¿Me hace un favor? ¿Podría leerme algún párrafo de Proleterka? Elíjalo usted.
R. Ja, ja, sí. Veamos... Me cuesta encontrar lo que busco; una vez publicado un libro,
intento olvidarlo. ¿Pruebo con el suicidio? Quizá no le interese.
P. Sí, claro.
R. No he pensado en eso, he leído como si fuera un libro de otro. Me alejo de mis li-
bros ya terminados. Cuando me toca leer en Alemania, me hago a la idea de que esas
páginas no son mías. Están en alemán, en otra lengua.
R. Sí. Quizá.
R. Durante un tiempo pensé introducir conversaciones en las que cada uno contaba
sus propios intentos.
P. Pero no lo hizo.
R. No.
R. No, escribo una página, dos páginas, y leo en voz alta para saber cómo va. Cuando
leo noto lo que sobra.
R. Depende. A veces no tengo ningún proyecto ni ganas, pero sigo yendo a la máquina
de escribir. Aunque callar es lo mejor.
P. ¿Sí?
R. Sí. Quizá después de la entrevista me siente a la máquina. Pero no, tengo la im-
presión de haber contado ya demasiado. Siempre es mejor dejarlo correr, callar.
R. La primera vez me hizo ilusión. Ahora ya no. Es simplemente algo que ha salido.
Al recibir el paquete lo dejo en un rincón, porque no quiero verlo. Una cosa publicada
está terminada.
R. En Italia no suelo hacer esas cosas. En Alemania, con otro idioma, se trata de otra
persona y es distinto. En cualquier caso, cuando hablo delante del público, sin leer, es
mejor. Tantas veces se ponen de por medio las cámaras, las grabadoras... Es mejor
lo que se dice y se esfuma, adiós. ¿Me entiende? ¿Me da la razón?
R. Lo suficiente.
R. Me gusta Salinger. Si esta entrevista resultara demasiado breve, ¿no podría apro-
vechar el espacio hablando de Ingeborg Bachmann? Era una escritora muy buena,
amiga mía. Cuando la conocí, no le dije que escribía. Después me dio consejos pre-
ciosos, fingiendo que no me los daba. Y corrigió las pruebas de mi primer libro. Murió
hace 30 años. Escucho a menudo una cinta en la que lee sus poemas.
BIBLIOGRAFÍA
Original en italiano:
Il dito in bocca, Adelphi, Milan,
1968.
L’angelo custode, Adelphi, Milan,
1971.
Le statue d’acqua, Adelphi,
MIlan, 1980.
I beati anni del castigo, Adelphi,
Milan, 1989.
La paura del cielo, Adelphi, Milan,
1994.
Proleterka, Adelphi, Milan, 2001.
En castellano:
El ángel de la guarda, Tusquets
Editores, Barcelona, 1974.
Los hermosos años del castigo,
Tusquets Editores, Barcelona,
1991.
El temor del cielo, Tusquets Edi-
tores, Barcelona, 1998.
Proleterka, Tusquets Editores,
Barcelona, 2004.
ÁLBUM
GABRIELA IACOB
DOCUMENTOS
L A L E N G U A N O P E RT E N E C E
Jacques Derrida*
(…) la cuestión de “habitar como poeta”, evidentemente Hölderlin es una de sus gran-
des referencias. ¿Qué cosa es “habitar una lengua”, allí donde se sabe que no hay
nada propio en ella, que no es posible apropiarse una lengua...?
DOCUMENTOS
(...) “mantenerse vivo” es también acoger la mortalidad, los muertos, los espectros.
(...) Si es una manifestación de la vida el exponerse a la muerte y guardar la memo-
ria de lo mortal o de la muerte, sí. No quisiera ceder -y estoy seguro de que usted no
me invita en esa dirección- a una suerte de vitalismo de la lengua. Se trata de la vida
en el sentido en que no es separable de una experiencia de la muerte. Entonces, sí,
la primera forma de contradicción es esa, es decir que la vida de la lengua es tam-
bién la vida de los espectros, es también el trabajo del duelo, es también el duelo im-
posible. No se trata sólo de los espectros de Auschwitz o de todos los muertos que uno
puede llorar, sino de una espectralidad propia al cuerpo de la lengua. La lengua, la pa-
labra, en cierto modo la vida de una palabra, tiene una esencia espectral. Esta sería
como la différance: se repite como ella misma y es cada vez otra. Hay una suerte de
virtualización espectral en el ser de la palabra, en el ser mismo de la gramática. Y es
DOCUMENTOS
(…) Quienquiera que haga en carne viva la experiencia de esta errancia espectral,
quienquiera que se entregue a esta verdad de la lengua, es poeta, escriba o no poe-
sía. Se puede ser poeta en el sentido estatutario del término en la institución litera-
ria, es decir escribir poemas en el espacio que se denomina “la literatura”. Llamo
poeta a aquel que hace el pasaje con acontecimientos de escritura que dan un cuerpo
nuevo a esta esencia de la lengua, que la hace aparecer en una obra. No quiero tomar
esta palabra “obra” en un sentido fácil. ¿Qué es una obra? Crear una obra es dar un
nuevo cuerpo a la lengua, dar a la lengua un cuerpo tal que esta verdad de la lengua
aparezca allí como tal, aparezca y desaparezca, aparezca en retirada elíptica. Creo que
Celan, desde este punto de vista, es un poeta ejemplar. (…)
DOCUMENTOS
ÁLBUM
K Ä T H E K O L LW I T Z ( 1 8 6 7 – 1 9 4 5 )
Aufruhr, 1899 Kopf eines Kindes in den Händen der Mutter, 1900
ÁLBUM
Arbeiterfrau im Profil nach links, 1903 Arbeiterfrau im Profil nach links, 1903
ÁLBUM
ÁLBUM
Kreidezeichnung, 1924
TEXTURAS
El paseo
TEXTURAS
EL RETIRO
TEXTURAS
DAS RUHEPLÄTZCHEN
Geh’ nur dorthin, es ist dort alles / ganz leicht,
ich meine, wenn Du dort bist, / genügst Du Di,
hast an Dir selber / fortwährend Freude. Alles
Gute / ist in und neben Dir, und rings / ist’s hell,
und auch Du nur immerfort / mit Dir un mit der
Welt zufrieden, / und mit dem Leben einig bist.
/ Dort ist die Erde grün und braun / und tep-
pichweich, und wünschest Du / Dir Blumen, nun,
so glaub’ ich, dass sie / gewiss auch dort ge-
deihn, un dass auch / der blaue Himmel dort
nicho fehlt. / Singvögel zwitschern in den Zwei-
gen, / und Stühl’ und Tische stehn herum, /
damit Du auf ein Blatt Papier, / hinzeichnen
knnst, was Du empfindest, / falls Du zu solchen
Zeitvertreib / Lust hättest. Schöner aber wird’s
für / Dich sein, zu ruh’n und bloss zu sinnen /
Und träumen ud Dich nichts als wohl / Zu fühlen.
Geh nur hin. Das Plätzchen / ist leicht zu finden.
Wenn Du wünschest, / so kann ich Dich ja hinbegleiten; / wir können dann zu zweien
uns / am Lieblichen erfreuen und uns / zusammen satt am Schönen schauen, / Du
musst Dich nur mir anvertrauen. / Gewiss begegnet Dir dort nur / Erwünschtes und
geschieht uns nichts, / Als was uns glücklich machen kann.
TEXTURAS
NOCHE DE INVIERNO
Ein Winterabend
Wenn der Schnee ans Fenster fällt, / Lang die Abendglocke läutet, / Vielen ist der
Tisch bereitet Und das Haus ist wohlbestellt. / Mancher auf der Wanderschaft / Kommt
ans Tor auf dunklen Pfaden. / Golden blüht der Baum der Gnaden / Aus der Erde küh-
lem Saft. / Wanderer tritt still herein; / Schmerz versteinerte die Schwelle. / Da er-
glänzt in reiner Helle / Auf dem Tische Brot und Wein.
TEXTURAS
NOCHE ALADA
Invisible,
Lo que pareció pardo,
de color de pensamiento y salvaje-
mente recubierto de palabras.
Tú, tú mismo:
acostado en el ojo
ajeno que esto contempla.
Flügelnacht
Flügelnacht, weither gekommen und nun / für immer gespannt / über Kreide und
Kalk. / Kiesel, abgrundhin rollend. / Schnee. Und mehr noch des Weissen. / Unsicht-
bar, / was braun schien, / gedankenfarben und wild / überwuchert von Worten. / Kalk
ist und Kreide. / Und Kiesel. / Schnee. Und mehr noch des Weissen. / Du, du selbst:
in das fremde / Auge gebettet, das dies / überblickt.
TEXTURAS
COLINA DE CASCOTES
Sckerbenhügel
Vorn Frost begattet die Gärten - / das Brot in den Ófen verbrannt - / der Kranz aus
den Erntelegenden / ist Zunder in deiner Hand. / Verstumm! Verwahr deinen Bettel,
/ die Worte, von Tränen bestürzt, / unter dem Húgel aus Scherben, / der immer die
Furchen schürzt. / Wenn alle Krüge zerspringen, / was bleibt von den Tränen im Krug?
/ Unten sind Spalten voll Feuer, / sind Flammenzungen am Zug. / Erschaffen werden
noch Dámpfe / beim Wasser- und Feuerlaut. / O Aufgang der Wolken, der Worte, /
dem Scherbenberg anvertraut!.
TEXTURAS
E L Ú LT I M O M C G A H E R N
Max Caution
TEXTURAS
1.www.manueltalens.com/articulos/resenas/puffofwind.htm
TEXTURAS
Ramón Alfonso
TEXTURAS
TEXTURAS
deforma cada vez más descarnada, aún estamos en el 68 y parece quedar todavía es-
pacio para filosofar, para llamarse a sí mismos maoístas, y creer que la revolución
cambiará el mundo. François como centro del relato romperá el carácter colectivizado
de la narración y después de la noche en las calles, Garrel comenzará a esbozar el re-
trato individual de sus personajes. En primer lugar nos mostrará el regreso a sus ho-
gares cubiertos de polvo y magullados, y se comportarán como chiquillos ingenuos e
indefensos mientras reciben las atenciones y cuidados de sus madres. El relato no
comenzará, sin embargo, su conversión al intimismo hasta el encuentro entre Fran-
çois, su madre (Brigitte Sy) y su abuelo (Maurice Garrel), el encuentro entre dos tiem-
pos diferentes. La mujer se da cuenta de que ya no sabe donde está, el tiempo de su
padre se está acabando y el de su hijo, pese a lo indefinido que pueda parecer, no ha
hecho más que comenzar, el suyo parece, sin embargo, haberse apartado, haberla
abandonado, escurrirse a su alrededor sin que pueda hacer nada por remediarlo. La
cámara de Garrel se centrará, de todas formas, sobre todo en el rostro de su padre,
cada vez más apagado, en un hermoso primer plano y rendirá un bello homenaje al
maravilloso artificio del actor gracias a una improvisada sesión de magia con un cu-
chillo, frente a un plato de sardinas. A partir de este momento Los amantes regula-
res empezará a dejar de lado la búsqueda de la revolución político-social, ésta apenas
quedará presente en unas breves conversaciones, y el 69 comenzará con la búsqueda
del amor, de la revolución interior, de la educación sentimental. La mirada de Fran-
çois se cruzará con la de Lilie (Clotilde Hesme), hablarán y se enamorarán, como An-
toine Doinel frente a Christine Darbon, pero sin la fantasía de éste que lo situaba casi
fuera de la realidad. El encuentro está cargado de ingenuidad, silencios, miradas aver-
gonzadas, y tímidas sonrisas, la resolución será un precioso plano sostenido sobre el
rostro de Lilie sonriendo (Garrel parece diseccionar con la cámara el alma, la moral
de su personaje) mientras fuera de campo François le devuelve la mirada mientras se
dan cuenta de que acaba de comenzar su historia de amor; así, la pareja, tema re-
currente en la filmografía del cineasta, se convertirá, sin por supuesto desdeñar al
resto de los personajes, en el centro de la película. Las calles de un nocturno París,
TEXTURAS
las paredes del caserón de Antoine, serán testigos del nacimiento del amor ("ya no
pienso en la poesía" -confesará François- "ahora sólo pienso en ti") de los recuerdos,
de los sueños perdidos, Lilie hablando de su padre, que soñaba con ser pintor pero
nunca pudo abandonar la fábrica en la que trabajaba, de las inseguridades, de la ter-
nura de los personajes. El tiempo, de todas formas, se acaba, y la historia de amor
que comienza con dos miradas que de pronto se cruzan, termina también con Lilie,
poco antes de marcharse a los Estados Unidos, frente a François en el pequeño piso
que ahora comparten, rodeados por el silencio y con sus miradas cruzándose una vez
más antes de separarse. El tiempo tan fundamental en esta película se les escapa a
sus protagonistas. El tiempo, el tiempo que Garrel maneja brillantemente, los largos
planos de conversaciones, miradas, o caricias, auténticos protagonistas de Los aman-
tes regulares, en contraste con una espléndida utilización de la elipsis durante todo
el metraje, mayo reducido a una única noche y a un titular de periódico, la infidelidad
de Lilie, una relación amorosa que se acaba.
François tendido ahora sobre su cama, después de un hermoso reencuentro entre los
sueños con su amada Lilie, aún pueden sonar por última vez los hermosos acordes de
la partitura de Jean-Claude Vannier que durante todo el metraje acompaña a las imá-
genes. Quedan ya atrás las largas noches en compañía de Antoine, Jean-Christophe,
Shad, o Luc, rodeados por el humo del opio, hablando, imaginando, soñando. Suenan
los Kinks y su This time tomorrow, su utópico viaje hacia un futuro que sabemos no
existe, asi que ahora sólo podemos intentar reencontrarnos con la revolución, con-
vertirnos en anarquistas en los Estados Unidos, marcharnos a Marruecos, o tratar
como podamos de sobrevivir aunque tengamos que cerrar los ojos. El tiempo impla-
cable continúa, y François en su cama, sin embargo, como Marcus o Paul deambu-
lando por París, se da cuenta de que el tiempo le ha dejado atrás.
TEXTURAS
Nacho Cagiga
Luces en la oscuridad
El irrepetible Aki Kaurismäki ha vuelto a los cines con otra de sus encantadoras his-
torias de seres arrastrados por la corriente de la vida, perdedores natos cuyas exis-
tencias se encuentran al borde del abismo, sino en el abismo mismo. Según el propio
director con este film se cierra una especie de tríptico -comenzado con Nubes pasa-
jeras (Kauas pilvet karkaavat, 1996) y continuado con El hombre sin pasado (Mies
vailla menneisyyttä, 2002)- que nos habla sobre unos personajes arruinados mate-
rialmente, sujetos que sufren las inclemencias del mercado laboral y sus temibles
consecuencias de explotación, paro, falta de recursos y, finalmente, de miseria y so-
ledad. Son seres desterrados del beneficio que la sociedad reparte únicamente a los
que aceptan la integración propuesta por los satisfechos, aquellos que asumen sin
ningún atisbo de rebeldía el papel que el propio estado de las cosas les ha impuesto.
Pero Kaurismäki es, entre otras muchas cosas, un bohemio. Y cree en ese sentido de
la vida en el que el amor, el humor y la poesía se entremezclan haciendo caso omiso
a todas las contradicciones y paradojas que se presentan para aguarnos la fiesta,
siempre atento a un recorrido en el que al final prevalezca la persona por encima de
cualquier convención, ya sea burguesa o marginal.
Luces al atardecer es la película más oscura de su última etapa, y quizás la más os-
cura de su filmografía junto a La vida de Bohemia (Boheemielämää, 1992). Aunque
Kaurismäki siempre consigue dotar a sus relatos de alguna luz que titile en el hori-
zonte para darnos retazos de esperanza, un atisbo de comunicación, por insignifi-
cante y mínimo que éste pueda parecernos. Las tribulaciones de Koistinen (Janne
Hyytiäinen), un guarda de seguridad que es utilizado por unos gángsters, a través del
poder de manipulación de una hermosa mujer que lo ha seducido con su glacial dul-
zura, para perpetrar un robo a gran escala, conducen al protagonista del relato a un
descenso en caída libre hacia la destrucción, llegando hasta un peligroso límite del que
TEXTURAS
Luces en la oscuridad
parece que sólo saldrá entero gracias a la compasión de un niño y al cariño de una
mujer tan solitaria y necesitada de amor como él.
TEXTURAS
una tipografía al menos tan antigua como el mismo lenguaje cinematográfico. Un sus-
trato dramático que se encuentra ya situado en nuestro inconsciente colectivo.
Es por ello que los films de Kaurismäki juegan continuamente con las expectativas del
espectador, para cambiarlas de tal forma que nunca dejen de sorprender, pero sin
dejar al mismo tiempo de funcionar con la misma fuerza que proporciona el tópico.
En Luces al atardecer los arquetipos que son la base de los personajes principales no
dejan de funcionar como tales, y sin embargo las relaciones entre ellos están pre-
sentadas de tal forma que nos da la sensación de estar contemplando algo totalmente
nuevo. Esta originalidad viene del distanciamiento con el que están siendo retratados
habitualmente. Cuando, por ejemplo, Koistinen sale en defensa de un perro maltra-
tado, acaba recibiendo una paliza que, junto a su fracaso para liberar al perro, de-
mostrará su incapacidad como héroe. A pesar de lo cual él continuará imperturbable
con su vida. Lo que con cualquier otro director hubiera sido una posibilidad para ilus-
trar la cualidad del protagonista, en Kaurismäki no es más que otra vuelta de tuerca
para describir la crueldad del mundo y la soledad a la que están condenados aquellos
seres que intenten luchar contra ella. El hecho de haber situado la acción a otro nivel
de lectura, propiciando una interpretación de la realidad, antes que proporcionándo-
nos una resolución de la acción prototípica y esperable, da la clave de su estilo. Este
esquema de trabajo busca constantemente el extrañamiento, es decir, que lo apa-
rentemente natural nos resulte extraño, y viceversa, que lo que nos había parecido
raro sea ahora sorprendentemente familiar. Ese vuelco de la percepción es lo que po-
sibilita, hace creible, el final de la historia, ese contacto físico de unas manos que
anuncian una nueva vida para los solitarios Koistinen y Aila.
La salvación del protagonista de Luces al atardecer podrá ser subjetiva, débil o mo-
mentánea, pero queda definida como factible. Lo imposible ha dejado de serlo por-
que lo extraño ha dejado de serlo también. Koistinen y Aila ya no serán extraños entre
sí, como el mundo de Kaurismäki ya no lo será para el espectador cuando llegue al
último plano del film. Al otro lado de la balanza, sin embargo, lo normal quedará bajo
sospecha, recuperándose la distancia necesaria frente al mundo tal cual se nos apa-
rece ante nuestros sentidos, y el extrañamiento nos quedará como un comporta-
miento humanista que nos salvaguarde de la realidad mezquina y desencantada de
los que tan sólo anhelan poseer, hablemos de dinero, poder o almas.
Luces en la oscuridad
TEXTURAS
EL LEGADO DE INTOLERANCIA
Esa búsqueda eterna de la inmortalidad es el vínculo argumental que une las tres his-
torias aderezando la narración fragmentada con cruces narrativos (la mujer enferma
del científico escribe el relato sobre el Conquistador y a su vez señala la nebulosa
hacia la que se dirige el astronauta). No obstante, si hubiera que señalar el vínculo
temático que realmente liga los tres hilos argumentales en una única historia, para
Aronofsky la respuesta es sencilla: “The Fountain es una historia de amor simple”. Y
así es. La película habla del amor pero mostrado a través del tiempo, de la Historia,
porque como él señala “es difícil mostrar una historia sobre la búsqueda de la inmor-
talidad en una sola época”.
Sin embargo –contra toda predicción- el proyecto que ha costado seis años de su vida
llevar a la pantalla, no está teniendo tan buena acogida como la premiada Réquiem
por un sueño. Abucheada en Cannes, los comentarios de los espectadores hablan de
confusión y las críticas coinciden en que es difícil de seguir y en que, víctima de sus
ambiciones poco focalizadas, el mensaje se pierde en la nebulosa de un relato des-
articulado e inextricable.
TEXTURAS
irónicamente impiden leer el mensaje que vincula, engloba y avala las tres historias
individuales. El espectador no sale del cine con la sensación de haber entendido el
mensaje, sino sumido en una gran confusión fruto de una reflexión turbia ilustrada por
un relato titubeante.
TEXTURAS
The Fountain
Lo cierto es que la exitosa fórmula del rescate griffithiano funcionaba siempre en torno
a un único hilo argumental. El problema viene cuando se desarrollan acciones de dis-
tintos tiempos históricos (Babilonia, la Era moderna…) y en distintos espacios –lo que
implica la existencia de más de un hilo argumental- que, en lugar de presentarse in-
dependiente y consecutivamente, se estructuran en un relato fragmentado, como en
Intolerance. La distancia temporal entre los cuatro episodios, los hilos argumentales,
en su combinación con la narración fragmentada, produce un nivel de desarticulación
que hace incomprensible el relato. Eisenstein se refirió específicamente al problema
temporal para explicar el fracaso del filme: "los cuatro episodios elegidos por Griffith
eran demasiado dispares. El fallo formal de este ensayo de sintetizar en una única
imagen la intolerancia no es más que un reflejo de un error temático e ideológico. Ahí
está la clave de por qué el montaje de Griffith tropieza con el problema de la abs-
tracción. El secreto de su fracaso no es técnico-profesional sino ideológico-intelec-
tual. No es que esta representación no pueda ser, con una buena presentación y
tratamiento, elevada al nivel de una metáfora, comparación, imagen. No es que en
esta ocasión Griffith haya perdido su método o su capacidad ni que su trabajo impida
al pensamiento abstraerse de los fenómenos. Pero él ha pretendido sacar una con-
clusión demasiado general de acontecimientos muy diversos en su naturaleza y en sus
fechas históricas. Ese fue su gran error".
TEXTURAS
The Fountain
temático y abstracto para unificar los distintos hilos argumentales. En Intolerance los
cuatro episodios se unen por una ligadura común precisada en el subtítulo del filme
: ‘Love struggle through the ages’. Volviendo a la comparación inicial, éste es el mismo
vínculo temático que unifica las tres historias The Fountain.
TEXTURAS
Sin embargo, la coincidencia más interesante entre ambos filmes viene de su estruc-
tura y de su ‘vínculo temático’. Con una publicidad que ya estima necesario resumir-
nos el mensaje del filme de antemano, "el amor y el dolor son sentimientos
universales" -quizás en un intento de compensar el fracaso del director en imprimirlo
cinematográficamente- Babel también cuenta varias historias mediante la narración
fragmentada, de la que al parecer, Iñárritu jamás alcanzará a desprenderse por hacer
de ella su –repetitivo- sello de identidad. Mismo mensaje, misma estructura, distinto
resultado. Babel no sólo está siendo un éxito rotundo en taquilla sino que es candi-
data a todos los premios habidos y por haber. El filme del director mexicano sí se
comprende, y esta comprensión parece fruto de las dos diferencias formales entre el
relato de González de Iñárritu y el de The Fountain o Intolerance.
Mientras que Griffith y Aronofsky apostaron por mostrar el amor mediante la simul-
taneidad histórica, alternando hilos argumentales muy distantes en el espacio y en el
tiempo, Babel es un relato fragmentado de simultaneidad espacial, sus historias están
separadas tan sólo por el espacio pero transcurren en el mismo tiempo. Ésta es la fór-
mula más común que adoptan actualmente las narraciones fragmentadas en el cine,
Vidas cruzadas, Traffic o Syriana son sólo algunos ejemplos, y siempre son com-
prendidas por el público. Lo cierto es que la narración fragmentada con simultanei-
dad espacial no es más que una variación del esquema de un filme clásico de montaje
alterno -mismo tiempo pero distinto espacio- con la diferencia de que las narraciones
fragmentadas funcionan con varios hilos narrativos y por tanto alternan historias ade-
más de espacios. La clave del funcionamiento de los relatos de simultaneidad espa-
cial es que el vínculo temporal entre todas las historias sí existe y funciona de anclaje
para las distintas historias, unifica. Al compartir un mismo eje temporal la vinculación
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The Fountain
entre los relatos está asegurada y, en el caso de Babel, reforzada por los cruces na-
rrativos y múltiples conexiones fortuitas entre los distintos relatos, algunos pueril-
mente forzados: ¿es un fusil suficiente justificación para conectar la inconsistente
historia de Tokio al conjunto?. Y aunque Gozález de Iñárritu reivindique en sus de-
claraciones que sus historias se vinculan por conceptos abstractos, entre ellos el amor,
lo cierto es que su película no lo necesita, no depende de éstos para obtener una co-
herencia de conjunto –de ahí que el penoso recurso del fusil pueda ser ignorado-
Pero en Babel no hay que leer entre líneas porque no hay ningún mensaje metafórico
sino una conclusión. No pretende que un concepto abstracto, como el amor o el dolor,
impregne y englobe todas las historias a través de metáforas visuales -dentro de cada
relato y como vínculo de unión entre todos ellos- como sí ocurre en Intolerance y The
Fountain. González de Iñárritu no se esforzó por que esta idea abstracta estuviese
presente a lo largo de todo el filme, ni siquiera para que fuese el vínculo real entre
las diferentes historias, ya que, de haberlo, éste sería la casualidad o la interconexión
global, antes que el dolor, la incomunicación o el amor. El director recurre a una fór-
mula que hasta ahora no le ha decepcionado: emite un juicio moral y abstracto, que,
al tiempo que exalta su condición de demiurgo, funciona a modo de epílogo sobre el
conjunto de historias literales que ha contado. Ésta reflexión pseudo-filosófica final,
ya sea explícita –como en 21 gramos, donde parece ser el motor y única razón de ser
del filme- o silenciosa –como en Babel (subrayada por su publicidad y las declaracio-
nes del director)-, es tan pretenciosa como banal, pero, una vez más, funciona. Y si
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bien hay que reconocer su mérito de saber explotar hasta la saciedad una mezcla de
tragedias individuales para así extraer juicios morales generales -en el último minuto
de metraje-, no debemos perder de vista que la fórmula del veredicto final no es más
que un atajo. Intentar plasmar un concepto abstracto a lo largo de toda una narra-
ción, pretender que se intuya su presencia en todos y cada uno de los relatos, a tra-
vés de todas y cada una de las imágenes y durante el transcurso de todo el filme, es
tarea más ardua que venderlo como gancho publicitario o añadirlo, como golpe de
efecto, en voz en off y en el último minuto. Tal vez no más efectivo, puede que tam-
poco más dramático, pero sí más cinematográfico, y sin duda más audaz y poten-
cialmente mucho más interesante aunque el riesgo sea el fracaso.
Tanto Intolerance como The Fountain comparten este fracaso. Y, salvando las distan-
cias que establecen Intolerance como una obra maestra del cine y de la innovación
técnica y narrativa, no deja de ser sorprendente que con estructuras formales tan pa-
recidas (la narración fragmentada a través de la simultaneidad de tiempos y espacio)
y para expresar el mismo concepto abstracto (la lucha del amor) también surja la
misma palabra para explicar su fracaso: incomprensión. Igualmente, no deja de ser
revelador que las razones que esgrimieron críticos y teóricos del cine para explicar
dicha incomprensión hacia Intolerance sean perfectamente aplicables a The Fountain.
Sin duda hay muchos otros condicionantes que pudieron llevar a cada una de las dos
películas al fracaso. Tal vez si Aronofsky hubiese dispuesto de los 80 millones las me-
táforas visuales hubiesen esclarecido su mensaje. Puede que si Griffith hubiera ele-
gido episodios históricamente más cercanos Intolerance hubiese sido un éxito. O
puede que no. Quizás The Fountain escogiese un camino que ya se demostró inope-
rativo en los primeros compases de la narración cinematográfica. Tal vez la conclusión
de Sadoul sea tan categórica como cierta y la simultaneidad de Griffith en Intolerance
–una narración fragmentada espacial y temporalmente- sea una fórmula que "el pú-
blico era –y será siempre- incapaz de comprender y asimilar". O puede ser que, des-
pués de todo, un siglo no sea suficiente para comprender, ni para expresar
simultáneamente la lucha del amor a través de los tiempos.
The Fountain
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compuesta por su hermano Carles. Del trabajo de ambos ha surgido este tributo hacia
aquello que en estos momentos se encuentra en vías de extinción.
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ya de un pretérito que apenas nada tiene que ver con nuestro presente; los libros,
cuya textura se visualiza con la constante caricia de la cámara, y la voz pausada y
atenta de un buen lector; la recuperación de una relación epistolar, donde los sobres,
las postales o las imágenes enviadas son ritualísticamente representadas como los
elementos iniciáticos de una ceremonia que alcanzará su clímax en el tramo final, con
la llegada del vampiro hasta ese remoto lugar desde el que ha sido convocado.
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U N A E N T R E V I S TA C O N S A N T I A G O E S T R U C H ,
A P R O P Ó S I TO D E
B E L A L U G O S I , P I C K FA I R 5 6 1 9 H O L LY W O O D
Todo surge por una pasión por el personaje de Bela Lugosi. Al principio iba a hacer un
documental basándome en el libro de Edgar Lander, Bela Lugosi, biografía de una me-
tamorfosis. Se trataba de recuperar fragmentos de ese texto, haciendo un documen-
tal ficcionado. Era para hacerlo en super 8, pero se frustó por el tema del revelado de
las películas, que no podía controlar. Unos años después cerca del 50 aniversario
pensé en rescatar el mismo documental, pero ví que se podía sacar un film de ficción,
dando inmortalidad a su personaje en estos tiempos, en la actualidad. El proyecto se
comenzó a materializar en el 2004, y se ha ido grabando durante dos años. Trans-
formé la historia en una historia vampírica que desplazaba el tema de Bela Lugosi
para dar cabida a otras reflexiones. Quería hablar de Bela Lugosi en su esplendor, no
quería mostrar la imagen de su decadencia, como aparece en los films de Ed Wood o
Tim Burton, sino que me interesaba el personaje de las primeras películas.
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Conozco a Santiago Estruch ya hace unos siete años. Conozco su trayectoria como
cortometrajista independiente y amateur, y sé lo difícil que resulta abarcar una ca-
rrera dilatada como cineasta, trabajando a contracorriente y navegando contra la
marea, sin dinero y sin equipo técnico y artístico, casi trabajando en soledad o con
unos pocos amigos. Le pregunto por cómo ha sido la experiencia de este su primer
largometraje.
Nos planteamos hacerla con pocos medios, como los cortometrajes, pero quisimos
arroparla mejor técnicamente, sin que se notara que estaba hecha con una cámara
de vídeo digital 8. También el tiempo de producción y el tiempo de rodaje nos lo ha
permitido, y creo que al final ha salido mejor acabada que otros trabajos anteriores.
Sigue la misma línea que los cortometrajes, con mejor acabado, y era un punto y
final a una etapa concreta. Para mí es un poco una obra de transición con vistas a me-
jorar el resultado final cuidando más la producción. Aunque todavía no podemos sa-
berlo y quizás tengamos que seguir con la línea en la que estamos funcionando
actualmente. Es importante contar la historia de acuerdo a tus medios, pero a menudo
puede más la pasión de hacer algo que los medios con los que realmente cuentas.
Echo una mirada a mi alrededor. La casa de Estruch está llena de referencias al cine
fantástico y de terror de género, especialmente a la serie B y Z, de las que tanto él
como yo somos seguidores. Pero en su caso hay todavía una mayor devoción. Le co-
mento sobre esta influencia en su largometraje.
La película sería un poco atemporal. Aunque sabes cuando transcurre por las fechas
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El final sería donde aparece lo siniestro, por eso era fundamental mostrar a Bela Lu-
gosi, ver su presencia física. Queria que ellos, los personajes protagonistas, Joan Her-
vás (Ximo Santandreu) y Víctor Selgui (Aureli Mansanet), admitieran el ser
vampirizados. Cuando Victor Selgui clava la estaca al crucifijo admite ser vampiri-
zado, el vampirismo es el que gana al final. El cine (más aún que otras disciplinas cre-
ativas, incluso la literatura) y el vampirismo se suelen relacionar. Hay algo hipnótico
en el fluir de las imágenes, en cómo se absorben por el espectador. Incluso en el cine
es todavía más manipulable que en la fotografía, por su movimiento, por ser más vi-
vido. La fotografía representa una ubicación, un espacio, que al ser captada en cine
necesita de otra forma generada por la unidad del espacio-tiempo.
Bela Lugosi... ha supuesto un pequeño éxito al conseguir salir del reducto amateur a
que en principio estaba destinada, para acabar llegando a otras posibilidades de dis-
tribución de mayor impacto cultural o comercial. Al hablar de ello Santiago Estruch me
enseña la cantidad de publicaciones que se han hecho eco de la película.
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También estoy contento porque fue seleccionada a concurso a mejor largometraje va-
lenciano por los Premis Tirant 2007. Fue la única película que se rodó en valenciano
de todas la presentadas, y al final acabó nominada a los efectos especiales y a la
mejor banda sonora original.
Al hablar de la música del filme se hace inevitable pedirle unas palabras a Santiago,
pues es su hermano Carles quien la ha compuesto.
Cuando se filmó la película sabíamos que la parte musical estaría muy presente. Como
en trabajos anteriores no podía faltar el trabajo de mi hermano, Carles, que cada vez
se adapata más a mis proyectos, consiguiendo una unión especial entre la historia y
lo que transmite la música. El hace la música por su cuenta, sin ver imágenes. Ha-
blamos de la historia, pero nunca ve lo que ruedo porque pensamos que entonces las
imágenes le condicionarían. Este es un proceso con el que él puede interiorizar más
la expresión musical.
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Pero, y ya que hablamos de clichés, las reglas están para saltárselas, y una feliz coin-
cidencia ha querido que dos filmes, aparentemente distantes entre sí, crucen esta
línea de la mano sacudiendo las expectativas que genera el género de terror en car-
telera. Un americano, que se remite a la más pura tradición de aquella –ya tan lejana-
Cuando ruge la marabunta (The Naked Jungle, Byron Haskin, 1954), y un coreano,
que bebe de la fuente de la mítica Godzilla (Ishiro Honda, 1954): ambos recurren a
fórmulas asentadas y estereotipadas, plenamente reconocibles para el espectador,
para subvertirlas desde los primeros minutos de metraje. Los insectos ‘invisibles’ de
Bug y el perpetuo confinamiento del espectador en una habitación de motel junto con
los protagonistas, desafían los cimientos de los filmes de terror psicológico, donde la
amenaza se muestra incesantemente y persigue a los personajes por todos los luga-
res posibles… De forma similar, The Host presenta a la criatura ya en la primera es-
cena (posiblemente la más larga del filme) y a plena luz del día, rompiendo con todos
los esquemas narrativos del cine de monstruos, que suele administrar sus aparicio-
nes con cuentagotas y rara vez muestra a la criatura de forma identificable hasta los
últimos compases del filme. ¿Qué inspira a Friedkin y a Bong Joon-ho a utilizar es-
quemas reconocibles como punto de partida para retorcerlos y transgredirlos? Lo
cierto es que para transmitir algunos mensajes el camino más recto, el literal, no es
el más acertado, como ilustran estos dos filmes, a veces es más conveniente tomar
un desvío…
Agnes es una mujer sola y atemorizada, marcada por dos sucesos trágicos de su pa-
sado: la desaparición de su hijo en un descuido en el supermercado y el maltrato de
su ex marido, recién salido de prisión. Mediante un plano general de acercamiento que
sobrevuela el desierto para situarla en su hogar, una habitación de motel aislada,
Friedkin nos regala desde el comienzo las claves del personaje: Agnes es una víc-
tima. Pero, a diferencia de la mayoría de películas de terror, su condición de víctima
no viene determinada por el contexto sino por el personaje. Su problema no es estar
sola en un motel en mitad
de ninguna parte. Su pro-
blema es que se siente
sola en ese motel y que
tiene miedo de esa sole-
dad: son sus sentimientos
los que la harán vulnera-
ble.
Si Bug no es un filme de
terror que siga las reglas
del género es porque opta
por reflexionar sobre el
miedo en lugar de intentar
provocarlo. Los dos prota-
gonistas del filme son per-
sonas atemorizadas por
Bug
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pérdida definitiva de su
hijo, a acabar sola en ese tugurio, a degradarse lentamente con las drogas y el alco-
hol) que a los de otro, por muy espeluznantes que estos puedan llegar a ser…
Por muy descabellada que en un principio parezca la teoría de Peter, nadie podría afir-
mar que traspase los límites de lo posible, y puesto que para Friedkin es crucial que
el espectador crea en sus miedos, que dude si son ciertos, el guión recurre a diver-
sas estrategias para reforzar los delirios de conspiración de Peter. No en vano, algu-
nas de las acusaciones que pone en boca de Peter sí son ciertas (la experimentación
con soldados en Vietnam o Iraq) y las únicas tres voces discordantes son despojadas
de cualquier tipo de credibilidad (una camarera que consume cocaína, un supuesto
médico de discurso manipulador, del que nada sabemos y que irrumpirá en escena,
como colofón, de la mano del ex-marido maltratador –magnífico alter ego de Peter en
la presentación del filme que nos empuja a una identificación mayor con éste-). De
forma que, conforme avanza el filme, sólo una cosa nos diferenciará de Agnes y Peter:
a pesar de que asistimos al origen, al crecimiento y al apogeo de sus miedos, nosotros
nunca veremos los insectos. Pero ¿quién puede asumir la falacia de la inexistencia de
todo aquello que no es visible?
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Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, dijo que “es tan razonable representar un
tipo de encarcelamiento con otro, como representar cualquier cosa que exista real-
mente con algo inexistente”. Bug es un ejemplo de este raciocinio. Un Friedkin de 71
años vuelve para indagar una vez más en lo irracional, y, disfrazada de filme de te-
rror, nos regala una reflexión sobre cómo un insecto invisible o una amenaza exterior
inexistente son más bien la materialización de una obsesión muy real o de un miedo
–contagioso- que, en la realidad y en la película, es tan visible como terrorífico.
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LA HUMANIDAD FRENTE A
LA MANIPULACIÓN
GUBERNAMENTAL
Y MEDIÁTICA: THE HOST
The Host narra la historia de la búsqueda desesperada de una familia por rescatar a
uno de sus miembros, una niña, engullida por el monstruo al comienzo de la película
pero viva, prisionera en la ‘despensa’ de la criatura. Con la espada de Damocles pen-
diendo sobre su cabeza, la familia emprende un rescate entorpecido en todo momento
por la labor de los gobiernos coreano y americano, quienes, más preocupados por
mantener su reputación, el statu quo y el control sobre la población, tan sólo se cen-
tran en crear una tupida cortina de humo. Así pues, a este argumento que gira en
torno al valor de la familia y la dificultad de las relaciones personales, que nos per-
mite asistir a la evolución tanto en el carácter de los personajes como en su modo de
afrontar las relaciones con sus familiares, le subyace una crítica social y política mucho
más dura y sólida que la que exhiben, con gran torpeza, numerosos filmes con marca
de fábrica… Todo ello en el contexto de filme de monstruos, aunque la criatura no sea
más que una excusa, casi diríamos un macguffin, para desarrollar los temas princi-
pales de la historia que emanan de la búsqueda que lleva a cabo la familia, los sen-
timientos que experimentan y los obstáculos –políticos- que tienen que superar. Este
director también escoge guiarse por ciertos elementos identificatorios de un género
concreto, para retorcerlos jugando a sorprender al espectador y aportando una sutil
ironía en el tratamiento de los clichés del género en el que se inscribe.
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Un trailer ‘comercial’ (en todos los sentidos que encierra la palabra) es un efecto co-
lateral de la inscripción en un género, pues los productores no dudan en explotar la
ventaja que ello supone a la hora de promocionar el filme. Preguntado acerca de la
necesidad de catalogar su filme dentro de un género, Joon-ho señala que “Cuando se
trata de pelÌculas comerciales tengo limitaciones reales, como el interés de los in-
versores, el reparto, el marketing, etc. Pero mi intención no es suficiente para hacer
una pelÌíula. Así que tengo que presentarla como una declaración: por ejemplo, yo
puedo interpretar el género de The Host de determinada manera, pero al público
tengo que explicarle exactamente qué tipo de entretenimiento va a obtener de mis pe-
lículas.” Sin duda ignora que el trailer de su filme pretende despistar al público de
aquello que va a ver en lugar de guiarle, pues si bien al inscribir el filme dentro del
género de monstruos hace honor a una evidencia (el argumento se desarrolla a par-
tir de un monstruo), la originalidad del tratamiento y el punto de vista –que es pre-
cisamente el objeto de un trailer- brilla por su ausencia en la publicidad.
En cambio el trailer francés sí da una idea mucho más fiel de la naturaleza atípica de
The Host. Conscientes de que el público francés se mueve por intereses y gustos ra-
dicalmente distintos de los americanos, las productoras suelen hacer una versión di-
ferente de los trailers para las salas francesas, y con frecuencia es mucho mejor que
el que se exhibe en España (que suele ser una adaptación de la versión estadouni-
dense), y sin duda merece la pena verlo antes de formarse una idea del filme (1). Y
es que este trailer sí refleja la singularidad del tratamiento visual y sonoro, así como
de la peculiar lectura de los códigos del género que hace el director.
Joon-ho retuerce los esquemas del cine de monstruos a todos los niveles, empezando
por el hecho de desvelar el misterio de la criatura desde los primeros minutos de me-
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También el guión se edifica en torno a una continua lógica de contraste brutal que per-
mite al director indagar en todo un abanico de emociones en lugar de limitarse al ob-
jetivo que marca el género. Las escenas más dramáticas se alternan con momentos
inusualmente cómicos, sacudiendo los cimientos del género de terror y de cualquier
género, con cierta reminiscencia al cine primitivo, cuando la lógica del ‘feriado’ im-
ponía la unión de emociones y géneros tan dispares en un mismo espectáculo e in-
cluso en un mismo filme… Cuando se le pregunta al director acerca de esta mezcla de
situaciones angustiosas y cómicas al mismo tiempo, éste subraya que no sólo es una
herramienta narrativa sino que esta disparidad forma parte de la realidad cotidiana:
“Las catástrofes son angustiosas y trágicas, pero al mismo tiempo suelen ir acompa-
ñadas de situaciones cómicas. Cuando me enteré de que los grandes almacenes Sam-
poong se habían desplomado me quedé horrorizado y muy triste. Pero fue gracioso
que hubiera gente que se agolpó allí tras el accidente para robar palos de golf y bienes
de lujo de la sección de importación. Cuando sucede una catástrofe de esa magnitud,
la tragedia y la comedia se entremezclan. Es inevitable, porque la gente está fuera de
control. The Host trata sobre todo de una familia que lucha contra un monstruo. Pero
es gracioso, porque no luchan con pistolas láser de última generación. Desde luego
la película no pretende provocar risas fáciles. En Corea las catástrofes son así. Como
obras de teatro del absurdo.”
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The Host
Y sacada de una obra de teatro del absurdo, pero irónica y tristemente realista, pa-
rece también la reacción gubernamental en la película ante la presencia del monstruo.
Si bien debería ser inconcebible que un gobierno opte por ocultar un suceso de tal
magnitud, como debería ser impensable que extienda el rumor de un virus conta-
gioso para tapar la verdad o debería ser absurdo que el poder mediático colabore en
dicha manipulación, lo cierto es que todo ello es tan deplorable como plausible. Me-
diante la tragedia individual de una familia de clase obrera (pues el director confiesa
que “la gente perfecta es lo peor ¿cómo podría hacer un drama con gente que lleva
una vida fácil?", Joon-ho despliega una contundente crítica al poder gubernamental
y la manipulación mediática que se ceba especialmente en el gobierno estadouni-
dense. No en vano, el origen de la catástrofe es fruto de la indolencia de un médico
americano y tan incompetente como éste serán todos los médicos que manda EEUU
para ayudar a la población coreana. Paradójicamente, uno de los médicos es el que
le sugiere al protagonista que pida ayuda al gobierno para encontrar a su hija, en una
escena repleta de ironía que provoca una suerte de indignación y patetismo en el es-
pectador. Y en segundo plano pero también presente, está la crÌtica a la erosión eco-
lógica que provocan las negligentes decisiones gubernamentales para lavar su
imagen, soluciones frecuentemente más devastadoras que el problema que preten-
den resolver (una vez más, idea de los americanos en el filme). Un retrato de un
poder cruel y deshumanizado, hipócrita y sometido por la prioridad del control de los
ciudadanos en lugar de por su bienestar. Sin embargo, al contrario que otros filmes
fallidos porque el peso de la crítica del discurso esclaviza el argumento individual
(como fue el caso de la malograda El Jardinero Fiel de F. Meirelles), en este filme la
crítica social y política es tan omnipresente como invisible, aguda y perspicaz. Se edi-
fica en la sombra, una sombra que el director se procura, en parte, al recurrir al gé-
nero de monstruos para ocultarla astutamente y dejarla entrever tan sólo cuando
nadie se lo espera…
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