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Apuntes en torno a la Conquista


“El hombre está separado del hombre por la diferencia de lenguajes. Pues si
dos hombres, cada uno ignorante del lenguaje del otro, se encuentran, y no
son forzados a seguir, sino, al contrario, a permanecer en compañía, torpes
animales, aun de distintas especies, podrán tener más fácil comunicación
entre ellos, aunque sean seres humanos”

(Agustín de Hipona, La Ciudad de Dios)


I

Sobre todo –y como fuere que todo


haya sido, lleno de gentilezas: llorando
como se va Azores arriba, cueros, hojas
secas, tablones, óleos en la crisma
por un joven bárbaro enloquecido
–le levantó la espada al Gobernador,
un joven bárbaro más en el baile.
No esperemos nada de la poesía,
compañeros -llena de jóvenes bárbaros
dementes, inventando a pleno sol
países fríos donde nunca hubo nada
sino palacios, y fuertes, y bellos: nadie
creería la cantidad de sangre
para alzarlos. Palpa la mano el hueco
entre las piedras y nada, ni alfileres
ni el aire. Milagro esto –mentira lo otro,
NO EXISTEN-, por más que atruene en las
orejas: Piraguamonte, Piragua,
Piragua, Xenizarizagua, y todo
lo de rigor a la hora de construir sólidamente
patrimonio. Es de eso que esto
se trata –se marea la gente en los barcos,
se recuerda mal siempre: el país del frío
es también el país de la confusión, y por ello
ni siquiera piedras. Tierras abandonadas.
Fantasmas épicos hijos de cabezas calientes
con bencina para hacer arder el país
de norte a sur.
II

Vivíamos en el paraíso –no son


palabras mías. Un amigo lo dijo:
paraíso –sobrevivió naufragios, el día indebido
alzó la bandera. Algo de razón tendría entonces,
es decir: soplaba en la selva austral
la materia blanca, semiresinosa de la que surgieron
misteriosos mensajes en hebreo.
Ludovico Ariosto, germánicas nostalgias:
idiotas buscando encinas tantean
–les sacaron los ojos el 44, les vaciaron
las tripas a balazos el 38-, siempre con el buen viejo
Tácito -nada les dolía, nada les apremiaba.
Cantaban, hacían rondas, día tras día recogían
fresas mientras sus brujos acariciaban
gatos con nombres infernales en las afueras
del pueblo cada semana –azules y sonrientes,
aunque se sabía que en la noche mataban.
Así también acá -mas qué maravillas vivas
sus cuerpos en combate contra
la madera firmísima, den un discurso
más, hagan una proeza heroica:
nos ven desde Madrid, aplauden
llenos estadios aplauden la paz
y la guerra en el país del frío, país
de la ausencia, lejano país, a puros resuellos
antes de morir bajo el peso
de fantásticos seres hechos de niebla.
La etérea niebla del mundo que vivimos
-¿mi amigo, yo, cuántos?-, los monos de la tele, todo eso
tan dañino para mentes en formación.
III

Una imbecilidad encima


de otra: estrato tras estrato
de estulticia, destella el metal
baluarte del mundo, pisa el suelo
y ahora, que no vuelvan sin noticias
dignas de fe. Caminaron
por la vereda, había un circo
donde el curso del río –famoso
por obscenidades de todo género.
He ahí la riqueza, pensaron
-le dijeron de vuelta a mi capitán-
cantan gritan saltan, mano
contra mano arrugada por el deslave
brutal. A lo lejos en Quillota
unas piedras, el fuego -todo sellado,
por ahí se viene el oro, lo trae
esta corriente. Cada invierno
se agolpa, echa a perder
el suelo: en mi vida tierra
más húmeda. Juegan dados,
se emborrachan y brindan
hasta que no dan más –cada muerto
en Flandes se nombra. Hay
espectáculos en la noche.
La capitana corta cabezas.
El capitán hace la vieja rutina
del trigo derramado –en la mañana:
todos terminan aprendiendo
que este suelo es débil, que esta ciudad
se hace pedazos de vez en cuando.
11 de Septiembre: el capitán
llora sobre los registros
destrozados, rasga en pedazos el acta
-la fundación-, quema el papel, acaba ebrio
celebrando lo bien que bailan
los caballerizos, la capitana
entra al edificio, flamante tras
la batahola, arroja monedas blandas
sobre mesas atiborradas de mercaderes,
se divierte, todo tiembla aún
y ella baila porque jota y nueve –once,
once no más la mesa, estrato contra
estrato se friega y se remece; imbecilidad
tras imbecilidad, una encima
de otra. Imagínate. En vez de ratones,
vómitos fugaces y vanos
de pólvora, lado a lado del estero
Marga-Marga.
IV

Cae la noche sobre la literatura,


en litorales mal alumbrados
muere gente, se pasan la merca
a la salida y se guarda en el botiquín,
segura para que cuando lleguen –¡o sí,
cuando lleguen!- nada pase. Salen
un día a matar al poeta, no hallan
sino arena agobiante, aromos rubios,
estrellas que titilan ante este melan-
cólico que todavía sueña. Cuando lleguen
-¡o sí, cuando lleguen!- se termina
el juego, así que echan todas las botellas
a la arena, botan toda la basura
al amplio escenario de las olas
y celebran amores y declaman ante el universo
entero, la boca abierta -la vergüenza
a cien kilómetros. Empleados angurrientos
recorren la casa del vate, no hay aspirinas
para este dolor persistente en la cabeza, mas cuando lleguen
-¡oh sí, cuando lleguen!- hasta
lo que ya dimos nos será quitado, y una Aurora
-cadenas rotas, sacros himnos, nuevos
nombres- dará al trasto con toda esta masa
penumbrosa. No saben aún el daño
que hacían. Les gustaba mucho cantar.
Toda la noche contaban historias para que sus hijos
las contaran otras noches –cae la noche, siempre,
sobre la literatura-, y el diablo
les daba clases de guitarrilla, y después
en cualquier umbral, en cualquier
estación, dejan la gorra en el suelo.
Un amplio repertorio para la larga
noche –no olvidar la del arriero, no olvidar
la palomita-, repasan y repasan en la dolida
cabeza (no se les vaya a olvidar);
el poeta va a darse un baño, suban,
compañeros, la felicidad es este rojo
amanecer, ha muerto alguien más
en la esquina, no prendan la radio,
déjenlo dormir.
V

A pesar de todo la vida


es poderosamente alegre, subes
cuatro -¿cinco?- cuadras y en Pacífico
a la vueltecita hay frías, y al frente
buena gente con ganas de conversar:
las noches calan los huesos. Vieran las carretas,
desde lejos, y subían todos, justo
donde hoy está el estadio. La electricidad
bañaba el aire, jamás han puesto
un pie acá sin sentirlo. Una pila
de gente. Ensordecía uno. Mira:
todo eso muerto que revive, esos equipos
no se usaban hace más de diez años y
chazzzz-krak, salta cada músculo
de la emoción. Cinco barcos, aparte
de la principal, la más linda de todas
-gritaban y flotaba entre las olas, temblaban
y fluía como un dulce velero. Los golpes
son un detalle menor. Lo importante
es que ellos sí saben hacer
las cosas –entre los ingleses
y los prusianos hay un mar. Todo el mundo sabe
qué hubo antes de todo esto. Se veía las sombras
de los barcos a la distancia, y en la quebrada
los muchachos cazaban pajaritos,
hacían su ingenuo, su básico
rock and roll, mataban el tiempo. Justo ahí,
encima de las canchas.
VI

Les gustaba la tonterita a ellos


también. Y no es que les faltara fe
-si es que alguien vio a Dios fueron ellos,
los ojos irritados, la lluvia pesada,
las maderas amarradas, el sagrado pan, incluso
en los barrancos cerrados,
traicioneros; se aparecían sin nada encima,
y es pecado ya el pensar. Hace frío,
además. Mírenlos correr. Tostados
bajo el sol, muerden el filo de las espadas
y ni un pequeño temblor –ni el más
mínimo- en la cara. Lástima
que no existan: si existiesen
les pondrían nombres a las cosas,
mi capitán. Imagínese el mundo, nuestro seguro
canon: usted sabe que lo merecemos,
cuánto sufrimos, mi capitán, cuánto
la comunidad internacional, cuánto
luchamos por la libertad. Por eso
el Ser en la punta de su pluma, ahí
lo hemos escondido: lo que amarres
en la tierra, así será en el cielo -las autopistas,
las hidroeléctricas, y también, también
en tus manos, compañero,
la letra nacional. Barre con ellos, oye
nuestra plegaria: queremos publicidad, dinero
y chicas rubias, ropa a la moda,
góticos como en New York, y travestis
y fiestas non stop; que entre ti y nosotros
nada, capitán, clausura el tiempo, jamás murió
Vuesa Merced en Tucapel, jamás
Cristo en la cruz -a vos pedimos
ser los únicos testigos de la gloria. Después
vino la batahola, el sitio, llegaron
unos flaites al bar. Y cuando alguien
nombraba a la revolución, se reían y atizaban
la fogata.
VII

La letra es robo, mi niño –se movía


lenta, pesada-, y sexo, sexo mojado, niño
-se movía lenta, pesada-: fue un héroe ella,
un héroe –en las malas épocas comía perros,
se agarraba a los salvajes barranco
abajo. Ahora se desplazaba lenta
y pesada: la letra es robo, mi niño
-guantazos de pastel sobre la cara. De este metal
nacemos, me decían quienes conocían
ese oscuro pasado, de este metal, la vieras
con el pellejo de los canes encima –pero la época
es otra: la letra es sexo mojado, niño,
y apila formularios, dicta sentencias.
Los muchachos nunca estuvieron conformes
con ella. Toda la ciudad temblaba
cuando el capitán se la mandaba
a guardar. Pero en fin, qué se hará.
Dice que está despojada, que la han
herido –ya conocen la canción-, que merece.
Se va guardando bolsas de oro
entre las ropas. Se comenta que se las llevan
-Valparaíso mar afuera. Creemos cualquier cosa
de ella y el capitán a estas alturas, y de dónde
diablos salió ésta. La letra es robo, mi niño
–lenta y pesada premia a quien la premia-;
es sexo, sexo mojado –cuatro meses de picholeo
en las chinganas-; me han herido, despojado
–lenta y pesada junta las monedas,
ya vendrá el día de conocer al Rey:
sonríe, llora y sonríe.
VIII

Corre el agua, atraviesa la fundación;


va el curso y no se detiene, no tiene
piedad –los animales muertos
en la orilla sin luz ni esperas, los ojos
reventados-; los miserables buscan
amparo –vacíos los surcos. Todos
esperando que algo –cualquier cosa-
suceda: hablan de la difunta, la medalla,
las boticas abiertas, el fraile inocente
en las Agustinas –todas esas obscenidades:
se refriega en los cojines, mas ¿qué es lo que él sabe?
Tan buena cuna, tan bendito y oleado,
con barba densa y tan infantil el santísimo.
Hay que sujetarlo en las noches de luna
-incomprensible su delirio: de cara a años
de desarrollo efectivo, en pos de la plena
incorporación, el orden de las instituciones.
Cuánto penan las hermanas -incluso levita,
dice que ve al Padre en la Plaza de San Pedro, dice
que no hay Dios, que está frente a él.
Pero enfrente sólo la hermana Lucía
que lo guarda con ojos de madre -hierve
la ciudad del apóstol fraterno. Semillas
que no debían haberse echado ni al mar.
Malas señales. Los dominicos, el puño
de hierro: chanchos empujados convento adentro
y este inocente con sus cuentos
de la República, del centro de todo un círculo
infernal justo acá en el ala boreal
del Convento de Agustinas -los chanchos,
hijos del brazo armado de la fe
con el fraile abrazados en el suelo; vuela
la arena sucia, más obscenidad y humillación-;
que ciegos los gendarmes, que sólo
quede la intensa visión, que santo,
santísimo sea, que se detenga esto; que terminen
las querellas, que uno y solo babee y hable
este inocente –lejos, lejos de las barricadas,
se queman inertes, estúpidamente,
libros, cajas de ellos.
IX

El curso se tuerce, juega,


se deshace, vuelve a hacerse
-quietos seres observan, ni siquiera
respiran. Cortan el campo porción
y porción, tráficos hacen –mas están
quietos; el sereno palpa al santo
franciscano y es cera, su farol
es cera, la llama es cera. Sellado
el tiempo, cuadrado el orbe y suena,
como piedra sobre el agua. Dios
ha visitado la estación, y les dice
a sus ángeles que todo estuvo
bien –siguen quietos, acá abajo:
no termines de vender esa gallina,
no acabes de anunciar las seis-,
es el Grande quien vela, y sin lluvia
ni sol este bendito año. Imposible ya
temer a bárbaro alguno. Sumergirse
en el espasmo del carisma. La ciudad es eterna.
Mi capitán no muere. La capitana
sostiene aún la cabeza del toqui, no cesa
en su éxtasis; y a la hora del invierno
los nubarrones dejan sin alma
a la eternidad –como si huyeran,
todos de cabeza a la Alameda: juegan
con la fe de la gente, esos cristales
no sirven, las cámaras no registran,
la moneda no está donde debiera
estar. Anhelante la cera del moldaje,
detenida maqueta, feliz copia
de la Quietud -como si tuviera ojos
el río mira hacia otro lado, vuelve a su curso,
se va.
X

La paternidad debe ser el problema


mayor, y la orfandad puede ser
esto: un insomnio imposible y él
se levanta y toma café, para que siga
la conciencia sin dormir. Despiertos
sueñan siempre. Despojados velan
su distancia insalvada –fantasía
el regreso: la moneda no está
donde debiera, el río es más pequeño,
un hilillo a veces en la garganta,
los ojos abiertos y en pleno
deslumbre. Llega violento el animal,
bañado en sangre, gritos y sudor y gritos
–el agua, el agua de la lluvia, el frío
de la lluvia. Yo quiero ser el primero,
yo sé más de caballos: dame esa espada
-muerdo el acero y sin sangrar la lengua
cuando hablo sin parar contándote
del lejano pasado: París, Moscú,
Habana, Mozambique, país tras país,
amores y estadios llenos que escuchaban,
que nos amaban –para que me creas. Ahora
la moneda no está donde debiera, jamás
hemos vuelto, dicen: como hijos de inmigrante
-telas y relojes, guerras, purga; el problema
bien puede ser la orfandad
o el no dormir. Mañana es el Santo Día
de la Patria. Habrá que disparar caballos
por la calle. Habrá que firmar
decretos, archivar el petitorio,
conversar de política en la mesa
familiar.
XI

En esta poesía hay un muerto,


entre el verso que queda y el que sigue
un muerto no reposa: mastica
flores, se rocía del agua azul.
Las letras son piedras, los niños semi-
desnudos se cascan los pies, a su madre
maldicen con palabra nueva –un muerto
en el agua, varios muertos por el río. ¿Es ésta
razón para detenerse? Habla el río,
pero no conoce el agua su propio curso,
sus propios nombres -inocentes, esos mestizejos
del diablo, véanlos: todos, la carne
cual metal. Ellos a la vanguardia
-venceremos. El problema sigue siendo
este poema, que debe sacarse un muerto
de encima, y salta baila se debate
-el muerto no sale, el fonema
lo deja adentro, las piedras
lo guardan, por amor de Dios grita:
mas sin amor ni gentileza. Werther
y toda el alma romántica lo dejan adentro,
el sistema comercial moderno lo dejó
adentro, doce años de instrucción obligatoria
lo dejan adentro; el muerto no sale –en este poema
hay un muerto, no hay justicia, hay ratones
en el río, los hijos matan a sus padres
y a sus madres en la noche de Arauco;
la palabra justa está entre un verso
y otro, imposible el reconocimiento.
Deténgase, deténgase el curso
del agua.
XII

Luz en la noche, el aroma del diablo


entre los árboles, sucia la vieja Luna,
ensordece todo, ensordece. Sin beber, sin comer
nada, sin calor del día; junto a mí los huesos
de animales desconocidos. Es el Mal esto,
el Mal. Un tan puro Mal en la danza
y en el canto –jerigonza incomprensible,
sin silencios entre la masa de ruidos-,
como si en el fondo, el fondo oscuro
del alma. Ondas de radio: el primer balazo
se escucha en ondas, y los que iban a matar
acaban muertos, todo sale disparado
de vuelta hacia atrás -los criminales
tienen enormes monumentos en todas las plazas
de alguna significación-, niños degollados a un lado,
al otro están todos esos apiñados: se cuentan
mentiras noches enteras y bailan,
bailan y mienten, siguen mintiendo,
no dejan de mentir –no saben el daño que hacen.
Detengan esto, háganlos bailar fuera
de la ciudad, mátenlos a todos si quieren,
pero lejos de esta ciudad -ENSORDECE TODO
ENSORDECE. Luz en la noche, imposible
saber cómo tanta luz, todos matan y todos
mueren, toda tragedia y toda épica
se cierra, el país es como otro país
y otro país y otro país; debería
ser de noche alguna vez, ser de noche
al fin, de verdad.
XIII

No se juega acá: sólo se escribe, se canta


a coro las aventuras de las gallinas,
del astuto zorro, el dolido león,
en las tardes de hambre tras las lluvias
de flechas, tras atabales, chirimías,
dianas horrísonas –las paredes llueven,
exudan milagros. Canta el Santo
Hermano, absortos frailes cantan,
desnudos y sin defensa ante las olas
–mientras el barco del Gobernador
se marcha por siempre, y todos con el beso
del adiós guardado tras los labios. La capitana
se queda acá pintada en la pared –y si le hablan
no responde, porque para tanto no hay
milagros. Ni una voz en la noche, nadie
capaz de la mínima respuesta: así el silencio
tras las llamas del fuerte de Tucapel.
Andan sueltos, cantan, escriben,
fruncido el ceño, sin jamás ni un minuto
de gratuita gracia: que se echen
al mar de una vez –ni su nombre
conocen, más allá de los muros
deberían pasar el día. Mientras tanto:
sabias facciones y santas, el fraile inocente
a revuelcos por un amor a toda corrupta
carne, alumbrado. Nadie es capaz
de aprender nada de la historia. Y siguen,
la noche entera, contando mentiras.
El fraile era, al fin, la capitana:
jamás creyó en Dios, escupe y grita, demente,
se la come el temblor.
XIV

Arde el veneno en la sangre de la ciudad capitana:


fantasmas espantan a la gente
–los muros de las Agustinas perversos,
postizos como de nieve bajo la sombra
de una estrella de género y palo: inclinada,
ominosa, opaca. Esquirlas y barbudos en tropel
gritando Santiago! -dañado el tiempo permite
a las células muertas contaminarlo todo.
Mujeres con casco vigilan los fosos: fríos
los encuentran. Una labor dolorosa, mas tan
necesaria -y si no fuera por la Gloria nadie pondría los pies
en esta mierda de perros, toda esta carroña.
No habría quién sin manos y sin pies armara
de hierba negra leyendas de cuerina. Duele la entraña
y el veneno culo arriba: Cristo alza la vista,
mira de frente a Don García y le dice que es mortal
–miente, sigue mintiendo. Observad ahora
la índole especial del veneno volcado en las aguas
de la capitana, tiemblan las tripas, indolentes
agonizan –Wonder Bar, calle Nueva York,
el Olímpico, el Siete: armando la revolución a tripazos,
a lágrimas, todo duele, el tanquetazo,
el gol, la olla de oro al final
del arcoiris, el milenio.
XV

No lleva piedras el agua, no hay obstáculo


al curso: amanecerá limpio cualquier día
de éstos –y por esto hemos llegado a amar
a las ciencias. Vimos a Juan de Austria batirse,
entre hierbas azules en la cueva del mago
-decenas de sangrados héroes corren, agonizan,
danzan en brevísimos espejos de agua. Renace
la épica de Arica a Magallanes: salta
el mundo, salta; los gendarmes disparan en la frontera
-la gris humedad se come a la gente de un zarpazo
en el lejano Sur. Todo, todo en un momento
único: perfecto diamante de veinticuatro
caras. Se hieren los ojos ante el agua limpia: la línea
escalonada, el art nouveau, las hidroeléctricas
–nada sino el agua y su cauce. Un prodigio:
la perla que lava los malos recuerdos
de la memoria, oculta entre huesos mondos
en Puerto Hambre -no tiembla, jamás los milicos,
quieta la cera sella las salidas de madre
tras el cristal. El pavor mata de inmediato,
la herida cicatriza y el gusano se duerme, detenido
en el fulgor exacto y primero de la aurora:
limpia amanece el agua.
XVI

Cada noche los gendarmes vomitan del asco:


azulada carroña de siglos Biobío abajo.
El futuro esplendor oscurece las tripas -matan, matan
al capitán, conchas de almejas hierven,
vuelcan el alma en mesas cojas. Acá mismo
estuvo hermoso Miguel con las mejores de todas
y mares de borgoña -los fierros se arrastran
en la negra noche, Agüita adentro. Pues acá nunca
entraron, y nunca un poeta marica,
y nunca jovencitos católicos repartiendo leche.
Su derrota en el alma, cual tesoro; las mejores
entre las cepas, las salvadas de la Ley
de Defensa. Mueren obreros el día de su pago,
mueren obreros en los barriles junto a las húmedas,
violentas márgenes del Itata –fruto celestial
de la madera y los parásitos: se eleva el alma.
Vomitan del asco en el corazón del ágora,
vomitan los gendarmes: nosotros fundamos esta joya, dicen,
vimos morir al capitán, esta poesía
no tiene sentido. ¡Limpia esta Atenas queremos!
-desarrollo libre del espíritu, camiones
atiborrados de justicia el martes a primera, primerísima hora,
justo frente al foro.
XVII

Arriba, como de pie las cabezas:


verán a su hijo criando caballos, uniendo falange
tras falange- no hay piedra
que se resista. Hechos lava los muros,
y cañones deshacen y recrean el cauce
-viejos idiotas que matan gente con la pura
voz, gallinas y monedas en jarras de bronce.
Monstruos rubios destrozan los huesos, rezan
en holandés y quién sabe qué idiomas para joder
a la gente decente: calle abajo se caen,
con mochilas y lo último del genio tecnológico
se revientan a las chicas en la noche cerrada.
Hoy estamos rodeados de enemigos.
El que lleva el balde de agua les avisa la hora
de la siesta, y la vieja de las tortillas
vende algo más que tortillas. El conserje reparte
panfletos, el zapatero quiere matar curas,
abolir el capital. No hay muro que sirva:
invierten, compran, disparan, matan
al capitán, rompen la autonomía
del campus, se comen hectárea
tras hectárea -son los judíos, seres de otras galaxias
entre las islas, Hitler duerme en los hielos.
Sin cabeza de pie los viejos alzan su maldad
en Copayapu, el veneno corre en el agua,
tiemblan las tripas; todo aquello nuestro
puede no serlo en un segundo
bajo la prístina pureza original
de la Traición.
XVIII

El que les paguen es señal de corrupción;


rizados cabellos moros colman las vías,
remecen los huesos del patrimonio, tocados de luto:
blancos. Pero han hecho que el oro circule. Cusco
está lleno de tristes animales, proxenetas,
desorejados, fantasmas: todo mal y corrupción.
Matan viejos allá, los descabezan –éste, por ejemplo,
reventado a la mitad del chisme. Sin dientes
hervía de ambición, y chorreaban sus encías
una poesía estúpida, incomprensible, un habla
de lenguas -nunca supimos bien por qué encima
nos echaba los óleos; pájaros cantando
o esta abismante y persistente helada, cualquier cosa
podría ser el origen, el Grund de nuestra concepción.
Cortan las cabezas de los más jóvenes, desnombran,
bárbara fábrica alzan en vez del viejo muro.
Piden dinero por ver el rostro del Señor y la Santa
Madre, nadie reza tras esa amarillez húmeda
llena de blasfemia –muerte al capital, onces y veintiunos;
marchan a peso el tranco, echan agua a la fiesta
grande; siembran árboles en cuadrícula
sobre la arena de Tirúa, corrompen
el lenguaje, hacen poemas estúpidos
que nadie entiende.
XIX

No nombra el agua –no hay letras


que la detengan. Ese muerto y ese otro
quedan muertos –les hincha el cauce, les borra
el rasgo, el carácter, la historia.
No hay lenguaje que cargo
pueda hacerse, la poesía coja, muda, ciega,
arma su reino fuera de este mundo. Bajo una carpa de circo
discursean payasos, bailan rameras -no las han traído,
ya estaban acá: por un trozo de pan, por un techo
en invierno, abrían las patas, y parían. Mudo el mundo
sino por lamentos: y la poesía no es eso, sino
celebración; dígame, señor García,
si habrá ganado la guerra, si tan grande y fiera bestia -anchas espaldas
el agua, arremolinada, muda, sorda, ciega:
cobran por esto, nos miran. Ni Vietnam
ni Stalingrado tuvieron tanta publicidad gratis: el consumo
de la épica está al alcance de todos.
Un joven bárbaro ve a la belleza hundirse Azores
al oeste, sabe ya que algo muy, muy profundo
ya ha sido quebrado, Felipe no entenderá,
ni Bernardo, ni Salvador, ni nadie
va a entender: llora, llora Alonso de Ercilla,
ante la sorda Europa.

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