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Título de la ponencia: Problemas ambientales en torno al Acueducto de Bogotá, 1886-1927

Autora: Laura Cristina Felacio Jiménez


Correo electrónico: lauracrisfj@hotmail.com
Evento: XV Congreso Colombiano de Historia
Lugar: La Candelaria, Bogotá D. C.
Fecha: 26-30 de Julio de 2010

PROBLEMAS AMBIENTALES EN TORNO AL ACUEDUCTO DE BOGOTÁ


1886-1927
Laura Cristina Felacio Jiménez

Esta ponencia, que constituye un avance de una investigación en curso, busca analizar los problemas
ambientales que enfrentó el Acueducto de Bogotá y las medidas que se adoptaron para darles solución.
Enmarcándose en la perspectiva de la historia ambiental urbana, se sugiere que la deforestación de los
cerros orientales y la contaminación de los ríos que alimentaban al acueducto fueron problemáticas
ambientales generadas por el impacto de los habitantes de la ciudad sobre su entorno natural y, en
particular, por la extracción de leña, la instalación de chircales y el depósito de desechos sólidos y
líquidos en los ríos. Estos procesos de apropiación de recursos y eliminación de desechos propiciaron la
contaminación de las aguas y la reducción de los caudales, lo cual afectó la potabilidad y la cantidad de
agua disponible y, por tanto, deterioró las condiciones de salubridad de la ciudad e incrementó la
vulnerabilidad de la población ante enfermedades de contagio hídrico. No obstante, la impotabilidad y
escasez del agua también motivó la realización de obras de captación, conducción y purificación que
permitieran solventar estos problemas y mejorar el funcionamiento del Acueducto de Bogotá.

Así pues, esta ponencia presentará algunas consideraciones sobre los fundamentos y conceptos básicos
de la historia ambiental urbana, para luego adentrarse en los problemas ambientales relacionados con el
Acueducto de Bogotá y en las obras y medidas que se plantearon como soluciones a estos problemas,
durante el periodo que se extiende de 1886 a 1927.

La historia ambiental urbana

La historia ambiental urbana es un campo de estudio reciente que emergió en Estados Unidos a
principios de la década de 19901 y que, si bien se enmarca en la perspectiva investigativa general de

1
SCHOTT, Dieter. “Urban environmental history: What lessons are there to be learnt?. En: Boreal Environment Research.
Vol. 9, No. 6 (diciembre, 2004). < www.borenv.net/BER/pdfs/ber9/ber9-519.pdf>. p. 519.

1
historia ambiental, ha trascendido el limitante enfoque sobre el mundo rural, la agronomía, lo salvaje,
lo inexplorado y lo inhóspito, para reconocer en la ciudad la existencia de incesantes relaciones entre
los seres humanos y el medioambiente. Académicos norteamericanos como Martin Melosi, Joel Tarr y
Christine Meisner Rosen han intentado plantear los principios fundamentales de la historia ambiental
urbana partiendo de una crítica a posturas como la de Donal Worster, quien restringe la labor de los
historiadores ambientales al estudio del rol que en la vida humana ocupa una naturaleza netamente
rural y agraria pues, según él, “it was inappropriate for environmental historians to study the built
environment because it is wholly expressive of culture, and as such, separate from the proper object of
the environmental historian’s concern: nature, the nonhuman sphere”2.

La apreciación de Worster denota la distinción que se ha establecido entre el ambiente natural e


inalterado del campo y el ambiente culturalmente construido de la ciudad, una distinción que ha
propiciado la expulsión de los problemas urbanos de la esfera de investigación de la historia ambiental
pero que también se ha nutrido de la resistencia de los historiadores urbanos a involucrarse con
temáticas de tipo ambiental pues, como lo expresa Andrew Isenberg, “the disinterest of Worster and
other environmental historians in urban places was aqually matched by urban historians’ long-standing
disregard for the natural environment”3.

Tarr, al igual que Isenberg, considera que el abismo construido entre los estudios urbanos y las ciencias
ambientales es insostenible y es así como plantea la complementariedad e incluso superposición entre
la historia urbana y la historia ambiental, ya que “it would be difficult to write urban history without
touching on some environmental elements”4. De hecho, Joel Tarr y Christine Meisner Rosen parten de
los vínculos entre estas dos formas de hacer historia, para identificar los principales enfoques que han
caracterizado a la historia ambiental urbana y que incluyen el estudio de los efectos de las ciudades y la
vida urbana sobre el medioambiente, del impacto del ambiente natural sobre las ciudades, de la
respuesta social ante los problemas ambientales, del papel de la clase, la raza y el género en los
conflictos ambientales, y de la función del ambiente construido en la vida humana.

2
ROSEN, Christine Meisner; y TARR, Joel Arthur. “The importance o fan urban perspective in environmental history”. En:
Journal of urban history. Vol. 20, No. 3 (mayo, 1994). p. 299.
3
ISENBERG, Andrew. “Introduction: New directions in urban environmental history”. En: ISENBERG, Andrew (editor).
The nature of cities: culture, landscape, and urban space. Rochester: University of Rochester Press, 2006. p. xii.
4
TARR, Joel. “Urban history and environmental history in the United States: complementary and overlapping field”. En:
BERNHARDT, Christoph (ed). Environmental problems in european cities in the 19th and 20th century. Münster:
Waxmann, 2001. p. 25.

2
Profundizando en estas líneas investigativas, Rosen y Tarr afirman que el crecimiento poblacional de
las ciudades alteró drásticamente el medioambiente en la medida en que se pavimentaron bosques y
praderas y se construyeron edificaciones, acueductos y alcantarillados que beneficiaron el consumo
humano pero afectaron las dinámicas naturales. Sin embargo, los pobladores urbanos no se limitaron a
transformar aquellos espacios sobre los cuales se erigieron las ciudades, sino que también extendieron
su impacto a los territorios circundantes, pues la demanda de alimentos provocó una progresiva
intensificación del uso del suelo en el campo y potenció el uso de pesticidas, fertilizantes y técnicas
agrícolas de modificación genética. Asimismo, se minaron las montañas para obtener metales y
minerales necesarios para la construcción y se modificaron los cauces naturales de los ríos y los arroyos
con el fin de canalizarlos para su máxima utilización, lo cual alteró el ciclo hídrico, generó
inundaciones y propició la contaminación del agua.

“La historia ambiental urbana concibe a la ciudad como un ecosistema abierto, no autosuficiente, que
requiere de su entorno, por lo que parte de la premisa de que los modelos sociales, económicos y
tecnológicos tienen implicaciones ambientales de distintas magnitudes y en diferentes circunstancias
espaciales y temporales”5, implicaciones que pueden ser dilucidadas a través de conceptos como el de
metabolismo urbano, que explica los flujos de materia y energía entre la ciudad y la naturaleza y
ratifica la existencia de una relación de reciprocidad e interdependencia entre el ambiente natural y el
ambiente construido. Tarr comparte esta forma de entender el metabolismo y, si bien afirma que
“historians have paid limited attention to the effects of cities on the environments of their hinterlands or
the flows of commodities between the hinterlands and the city”6, reconoce la existencia de importantes
investigaciones que abordan el metabolismo urbano desde el estudio del manejo de los desechos
sólidos, de la polución del aire y del abastecimiento de agua para los hogares y las industrias.

Así pues, la ciudad es descrita como un organismo vivo que se nutre de los recursos que ofrece el
medioambiente, los transforma y los consume en su interior, y expulsa desechos líquidos y sólidos que
se revierten en este mismo ambiente natural causando graves daños. Pero la ciudad no puede
concebirse como el único actor activo en este proceso metabólico si se tiene en cuenta que el
medioambiente influye sobre el proceso de urbanización, determinando el lugar de fundación de las
ciudades de acuerdo a los recursos naturales que ofrece, incidiendo sobre los sistemas económicos,

5
CHÁVEZ Ortiz, César Rafael. “Las ciudades en la historia ambiental”. En: Investigación ambiental: Ciencia y política
pública. Vol. 1, No. 2 (2009). <www.revista.ine.gob.mx/article/view/77/61>. p. 200.
6
TARR, Joel. Op.cit. Página 29.

3
políticos y culturales adoptados por las sociedades urbanas, y asumiendo, en ocasiones, un rol
destructivo a través de los desastres naturales.

Dieter Schott concibe al metabolismo urbano como el carácter que asume el metabolismo social en el
contexto propio de la ciudad, siendo el metabolismo social “the sum of all imput and output between
the biosphere, geosphere and society”7, que en caso del metabolismo urbano se traduce en el ingreso de
comida, energía, agua, aire, materias primas y productos industriales a la ciudad, y en la salida de
excrementos, aguas residuales, humo, basuras y productos industriales. El metabolismo implica una
interacción entre naturaleza y sociedad que inicia cuando las sociedades se apropian de materiales y
energías de la naturaleza, continúa cuando los elementos apropiados circulan, son transformadas y
consumidos en el interior de la sociedad, y finaliza cuando estas mismas sociedades depositan desechos
en los espacios naturales8. En este sentido, Víctor Toledo y Manuel González de Molina afirman que en
el metabolismo social participan flujos de materias y energía de entrada, de interior y de salida que, a
su vez, actúan en el marco de cinco fenómenos o procesos esenciales que corresponden a la
apropiación de recursos naturales por parte de la sociedad, la transformación de los recursos de su
forma original a su forma de consumo, la distribución o circulación de esos recursos en el espacio
social, el consumo de dichos recursos por parte de los miembros de la sociedad y, finalmente, la
excreción o expulsión sobre el medioambiente de aquellas materias y energía que son producidas por la
sociedad como residuos9. Toledo y González añaden que el funcionamiento del metabolismo social
puede verse afectado cuando los residuos no pueden ser asimilados por la naturaleza, cuando la
cantidad de desechos supera la capacidad de reciclaje, y cuando la apropiación de recursos naturales
sobrepasa los límites productivos de un ecosistema, lo cual conlleva a una explotación forzada de la
naturaleza y hace que el ecosistema, en lugar de renovarse, tienda a desaparecer10.

Los problemas ambientales en torno al Acueducto

Bogotá fue construida en las faldas de los cerros orientales, un sistema montañoso que se convirtió en
el límite de expansión oriental de la ciudad, que contrastó con la extensa sabana que se extendía al
occidente, al norte y al sur, y que ofreció los recursos naturales necesarios para la supervivencia de la
7
SCHOTT, Dieter. Op.cit. Página 523.
8
TOLEDO, Víctor M.; y GONZÁLEZ de Molina, Manuel. “El metabolismo social: Las relaciones entre la sociedad y la
naturaleza”. En: GARRIDO, F.; GONZÁLEZ de Molina, M.; SERRANO, J. L.; y SOLANA, J. L. (editores). El paradigma
ecológico en las ciencias sociales. Barcelona: Icaria Editorial, 2007. p. 92.
9
TOLEDO, Víctor M.; y GONZÁLEZ de Molina, Manuel. Op.cit. p. 92-94.
10
TOLEDO, Víctor M.; y GONZÁLEZ de Molina, Manuel. Op.cit. p. 98.

4
población. Pero los cerros, además de proporcionar recursos como arcilla, leña y agua, articularon la
expansión de la ciudad siguiendo el eje norte-sur y propiciaron una forma de representación
cartográfica que situó al oriente geográfico en la parte superior de los mapas, evidenciando la
influencia de las condiciones medioambientales, en este caso orográficas, sobre la configuración de la
ciudad. Según Germán Palacio, “la reiterada representación del plano de la ciudad colocando el oriente
en la parte superior del mapa, es decir, donde debería quedar ubicado el norte, hace parte del
imaginario más arraigado de Bogotá”11 y se ha mantenido desde la colonia hasta nuestros días.

Los cerros orientales se caracterizaron por tener una importante capa de arcilla debajo de la cobertura
vegetal, lo cual fomentó la extracción de este material y el establecimiento de tejares o chircales en los
que se fabricaron ladrillos y tejas que respondieron a la demanda de materiales para la construcción de
edificaciones. La explotación de arcilla a lo largo del siglo XIX propició el derrumbe de sectores de las
montañas y también perjudicó el cauce de las fuentes de agua en la medida en que generó un proceso
de deforestación y erosión en los cerros orientales, pues con el fin de extraer la arcilla se removió gran
parte de su cobertura vegetal, lo cual se vio complementado por el uso de madera y arbustos, también
extraídos de los cerros, para alimentar los hornos en los que se cocían ladrillos y tejas.

El trabajo en los chircales generó varios derrumbes, pero fue el derrumbe de 1890 uno de los más
significativos, pues obstruyó una de las tuberías madre del acueducto e impidió que los habitantes se
abasteciera de agua mediante este sistema durante siete meses, de modo que debieron recurrir a aljibes
de aguas subterráneas que parecían no dar abasto con la alta demanda, debieron lidiar con la escasez
del líquido para sus tareas cotidianas, y debieron soportar el estancamiento de desechos en los caños,
pues no había agua que los arrastrara hasta sacarlos de la ciudad. Finalmente, en marzo de 1891, “el
problema pudo solucionarse mediante una ingeniosa construcción de puentes sobre el terreno que se
había hundido, de los que se colgó la tubería sobre un tramo como de 100 metros”12, lo cual permitió
continuar con el abastecimiento regular de agua. Debido a los constantes derrumbes, en 1894 el

11
PALACIO Castañeda, Germán. “Urbanismo, naturaleza y territorio en la Bogotá republicana (1810-1910)”. En:
PALACIO Castañeda, Germán (ed.). Historia ambiental de Bogotá y la Sabana, 1850-2005. Leticia: Universidad Nacional
de Colombia- Instituto Amazónico de Investigaciones IMANI, 2008. pp. 25 y 26.
12
GUTIÉRREZ Cely, Eugenio. Historia de Bogotá, Segundo Tomo: Siglo XIX. Bogotá: Villegas Editores- Alcaldía Mayor
de Bogotá, 2007. pp. 38 y 39.

5
Concejo Municipal de Bogotá tomó la decisión de prohibir la explotación de chircales en los cerros
orientales, desde el sector de San Cristóbal hasta el barrio suburbano de Chapinero13.

De los cerros orientales se extrajeron materias primas como arcilla, arena, cal, magnesia y carbón
mineral14, pero quizás fue la apropiación de madera la que más fuerte impacto tuvo sobre las fuentes de
agua de las que se nutría el Acueducto de Bogotá, situación que tuvo su origen en el hecho de que
desde la fundación de la ciudad hasta principios del siglo XX, la energía utilizada en los hogares y en
las industrias se extrajo de leña que se obtenía de los árboles de los cerros orientales. A mediados del
siglo XIX, debido al aumento demográfico que empezaba a presenciar la ciudad, a la ausencia de otra
fuente energética conocida por la población y al precedente de varios siglos de explotación de madera,
los bosques nativos de los cerros se habían extinguido y las montañas estaban completamente
deforestadas, lo cual perjudicó a los ríos y quebradas que descendían de los cerros en la medida en que
quedaron sin ninguna protección vegetal que garantizara la conservación de sus caudales. De esta
forma, Julián Osorio concluye que “la extracción de leña que redujo la cobertura vegetal de los cerros
orientales, consumiendo la totalidad de la flora, sumada a la explotación de los chircales y las
alfarerías, que terminaron de remover lo que quedaba de vegetación, provocaron al final del siglo XIX
el colapso en el abastecimiento de agua de la ciudad”15.

Pero la disminución en el caudal de las fuentes de agua que proveían a la ciudad no fue el único
problema ambiental relacionado con el funcionamiento del acueducto si se tiene en cuenta que la
calidad del agua fue un motivo de preocupación para las autoridades administrativas e intelectuales de
Bogotá. Para entender esta situación, se puede empezar diciendo que las fuentes de agua que
abastecieron a la ciudad durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX fueron
los ríos San Francisco, San Agustín, del Arzobispo y San Cristóbal y algunas quebradas como La Vieja
y Las Delicias. Estas fuentes nacían en los cerros orientales o en los páramos ubicados detrás de estos y
proporcionaban la mayoría del agua necesaria para las actividades cotidianas de los habitantes de la
ciudad, es decir, para la hidratación, la cocción de alimentos, el aseo personal y la limpieza de las
casas; aunque los ríos también cumplieron la función de mover los molinos de trigo, de poner en

13
OSORIO Osorio, Julián Alejandro. “Los cerros y la ciudad: crisis ambiental y colapso de los ríos en Bogotá al final del
siglo XIX”. En: PALACIO Castañeda, Germán (ed.). Historia ambiental de Bogotá y la Sabana, 1850-2005. Leticia:
Universidad Nacional de Colombia- Instituto Amazónico de Investigaciones IMANI, 2008. p. 181.
14
MEJÍA Pavony, Germán Rodrigo. Los años del cambio: Historia urbana de Bogotá, 1820-1910. Bogotá: Centro Editorial
Javeriano CEJA, 1999. p. 60.
15
OSORIO Osorio, Julián Alejandro. Op.cit. p. 181.

6
funcionamiento algunas máquinas de las industrias y, desafortunadamente, de servir como letrinas
públicas, desagües de los caños y depósito de las basuras.

Así pues, la disminución en la cantidad de agua para el consumo debido a la deforestación de los cerros
se sumó a la contaminación del agua a causa de la utilización de los ríos como lugares de depósito de
desechos, lo cual generó una crisis sanitaria que se acentuó desde finales del siglo XIX y afectó
enormemente la salud de los habitantes, quienes se hicieron más propensos a la adquisición de
enfermedades hídricas, es decir, de aquellas enfermedades como la gastroenteritis, la disentería y la
fiebre tifoidea, que se contagiaban mediante el consumo de agua contaminada y que encontraban un
aliciente en la imposibilidad de llevar a cabo una rutina de higiene básica. De hecho, durante el periodo
que se extiende desde la década de 1880 hasta la década de 1910, la mayoría de enfermedades que
afectaron a los habitantes de Bogotá fueron enfermedades hídricas y, si bien la neumonía apareció
como la primera causa de la mortalidad general, el conjunto de las tres enfermedades hídricas
mencionadas cobró muchas más vidas16.

La escasez y la impotabilidad del agua se convirtieron en dos problemáticas características del


aprovisionamiento hídrico en Bogotá que, durante la mayor parte del siglo XIX, se hizo mediante la
recolección de agua de los ríos o de las pilas públicas, pues muy pocas familias gozaron del privilegio
de contar con una conducción de agua que llegaba hasta sus casas. Solo hasta 1886, el Gobierno
Municipal firmó un contrato de concesión con los señores Ramón Jimeno y Antonio Martínez de la
Cuadra, quienes se comprometieron a expandir las redes del acueducto y a abastecer gratuitamente las
fuentes públicas por un periodo de setenta años a cambio del recaudo de las tarifas de las conexiones
domiciliarias que realizaran en Bogotá y Chapinero durante ese mismo tiempo17. En 1888 se iniciaron
las actividades de la Compañía del Acueducto de Bogotá, la cual remplazó las deterioradas acequias
coloniales por una red de tuberías de hierro alimentada por las aguas de los ríos San Francisco, San
Agustín y del Arzobispo.

La tubería de hierro empleada por esta Compañía permitió aislar el agua de la contaminación generada
por los desagües superficiales, evitó la pérdida de agua en la conducción, potenció el uso de la presión
resultante de la gravedad y multiplicó las conexiones domiciliarias, pero el servicio suministrado no

16
OSORIO Osorio, Julián Alejandro. Op.cit. pp. 182 y 183.
17
RODRÍGUEZ Gómez, Juan Camilo (director de la investigación). El agua en la historia de Bogotá. Tomo 1: 1538-1937.
Bogotá: Villegas Editores, 2003. pp. 205 y 206.

7
logró ofrecer una solución satisfactoria a los problemas de escasez e impotabilidad del agua, debido a
las limitaciones técnicas y financieras de la empresa y a la actitud indiferente de sus dueños, quienes
desatendieron la realización de mejoras y la instalación de nuevas conexiones domiciliarias cuando en
1890 se modificó el contrato advirtiendo que la Compañía sería entregada al Municipio una vez se
hubieran instalado 5.000 plumas sin importar el número de años que hubiesen trascurrido. La actitud de
los empresarios y la persistencia de los problemas de escasez y contaminación del agua, motivaron la
municipalización del servicio de acueducto, que inició en 1911 y concluyó en 1914 con la creación de
la Empresa Municipal del Acueducto de Bogotá.

Las soluciones proporcionadas por el Acueducto

La Empresa Municipal del Acueducto de Bogotá, que administró el servicio de acueducto desde 1914
hasta 1925, cuando fue reemplazada por la Dirección de las Empresa Municipales, tuvo la labor de
desarrollar obras que permitieran solucionar, o por lo menos aminorar, los problemas de calidad y
cantidad del agua de consumo. En efecto, sobre la calidad del agua el doctor Eliseo Montaña, quien
analizó la situación general del Acueducto en 1915, afirmaba que para que un agua fuera potable debía
ser limpia, inodora, incolora y fresca y no debía sobrepasar ciertos niveles de materias minerales,
orgánicas y microbios, lo cual no sucedía en el caso de Bogotá, pues sus aguas que contenían gran
cantidad de amoniaco y nitritos, materias orgánicas que favorecían la proliferación de microbios que
provocaban enfermedades como disentería, gastroenteritis y fiebre tifoidea18.

La creciente conciencia de la contaminación microbiana de las aguas hizo que los medios mecánicos de
depuración que empleaba el Acueducto de Bogotá, consistentes en la decantación y la filtración,
resultaran insuficientes y debieran ser complementados con la purificación del agua mediante
procedimientos químicos como la clorificación, la cual fue adoptada en 1920 como método para
desinfectar las aguas de consumo, pues “está demostrado que el procedimiento más efectivo, más
práctico y menos costoso para obtener esa desinfección es el empleo del cloro líquido”19. Si bien la
población se mostró un tanto reticente al empleo del cloro por considerarlo una sustancia tóxica, se
presenciaron notables mejoras en el control de las enfermedades hídricas, lo que permite afirmar que el

18
MONTAÑA, Eliseo. “Bogotá se muere de sed: el problema del abastecimiento de agua para la ciudad”. En: Gaceta
Republicana, Año VIII, No. 1745. Bogotá (22, abril, 1915). p. 3.
19
GARCÍA Medina, Pablo. “Resolución N° 64, por la cual se dispone la desinfección de las aguas del Acueducto de Bogotá
por el cloro líquido”. En: El Tiempo, Año X, No. 3100. Bogotá (10, mayo, 1920). p. 5.

8
uso de cloro como mecanismo de purificación fue una medida exitosa en el esfuerzo por mejorar la
calidad del agua de Bogotá.

No obstante, estos esfuerzos también incluyeron la compra de los predios de las hoyas hidrográficas
por parte del Gobierno Municipal con el fin de adelantar medidas más eficaces de protección de los ríos
y de impulsar políticas de reforestación que frenaran la disminución de los caudales, conservando la
humedad del suelo y disminuyendo la evaporación del agua pues, como afirmaba el ingeniero Miguel
Triana, “las plantas que cubren una superficie mojada, no solamente la precaven del contacto de los
vientos disminuyendo así la evaporación, sino que le comunican por las raíces las condiciones porosas
de una esponja, para almacenar el agua durante el tiempo lluvioso a fin de irla soltando paulatinamente
durante el tiempo seco”20.

A partir de 1916, el Gobierno Municipal adquirió la mayor parte de los predios de las hoyas
hidrográficas y se los cedió a la Empresa Municipal del Acueducto para que los protegiera y los
reforestara. La Empresa procedió a desalojar a los habitantes de estas zonas, destruir las viviendas,
cercar los terrenos vulnerables y dar inicio a los trabajos de arborización, pero “como el Acueducto no
tenía semilleros preparados y los únicos árboles que se conseguían eran eucaliptus, al principio la
siembra se hizo únicamente de esta clase de árboles”21, luego se irían introduciendo pinos, nogales,
cedros y arbolocos. No obstante, debido a que la mayoría de árboles plantados fueron eucaliptos y
pinos, en gran medida por su rápido crecimiento y su potencialidad como especies maderables, se
generó un empobrecimiento del suelo que conllevó a pensar que desde un principio “debió
implementarse un proyecto para el abastecimiento y la reforestación con las especies nativas de la zona,
conservando así las características bióticas y, por tanto, el suelo”22.

Paralelamente a la adquisición y reforestación de estos predios, la Administración Municipal inició


estudios para la captación de nuevas fuentes hídricas que mitigaran la falta de agua. El río San
Cristóbal, que para este momento se ubicaba más allá del límite sur de la ciudad, fue visto como la
fuente más adecuada para obtener un mayor abasto de agua, pues poseía un abundante caudal y su
conducción no resultaba tan costosa como la del los ríos Tunjuelo, Blanco y Bogotá, los cuales se
20
TRIANA, Miguel. La arborización y las aguas. Bogotá: Casa Editorial de El Liberal, 1914. p. 5.
21
“El gran problema de Bogotá: el Acueducto y las hoyas hidrográficas”. En: El Tiempo. Año X, No. 3015. Bogotá (10,
febrero, 1920). p. 6.
22
PRECIADO Beltrán, Jair; LEAL, Roberto; y ALMANZA, Cecilia. Historia ambiental de Bogotá, siglo XX: elementos
históricos para la formulación del medio ambiente urbano. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas, 2005. p.
70.

9
encontraban mucho más alejados del núcleo urbano. Así pues, la captación del río San Cristóbal se
convirtió en una de las principales tareas que asumiría la Empresa Municipal del Acueducto de Bogotá.

En 1923, la Dirección Técnica del Acueducto elaboró un proyecto de obras que incluía la captación de
las aguas del río San Cristóbal, la construcción de dos decantadores y de una máquina de aplicación de
cloro, y la creación de un estanque de 3.800 metro de capacidad en el Alto de Vitelma23. Este proyecto
mejoró la cantidad y las condiciones del agua consumible, pero la necesidad de que el acueducto y
otros servicios públicos continuaran mejorando su cobertura y calidad con el fin de proporcionar
mejores condiciones de vida a una población urbana cada vez más amplia condujo a que, en 1924, el
Concejo Municipal aprobara un empréstito por $10’000.000 otorgado por la firma neoyorkina Dillon,
Read & Co. y destinado a realización de obras de gran urgencia para el bienestar de la ciudad, como lo
eran el ensanche y terminación del acueducto, la extensión de la red del tranvía, la construcción y
dotación del Matadero Municipal, la ampliación de las zonas de mercado, y la construcción de escuelas
públicas y barrios obreros24.

A pesar de las difíciles condiciones de pago impuestas por Dillon, Read & Co., el empréstito fue
aprobado y en diciembre del mismo año se firmó un contrato con la empresa norteamericana Ulen &
Co. para llevar a cabo las obras25. La Dirección de las Empresas Municipales, que fue instalada el 1° de
enero de 1925 y administró los servicios de acueducto, tranvía y buses hasta finales de la década de los
veinte, se encargó de coordinar y supervisar dichas obras durante el periodo de treinta meses que se
concedió como plazo para su entrega. En 1927 terminó la construcción de estas obras que, en lo que
respecta al servicio de acueducto, incluyeron el diseño del proyecto general de la red de distribución
para la ciudad, la instalación de cámaras de reducción de presión para que en ningún punto de la red
hubiera presión excesiva, la instalación definitiva de la bocatoma del río San Cristóbal, la construcción
de los dos decantadores de San Cristóbal, y la instalación de nuevas tuberías, válvulas e hidrantes26.

La obras realizadas por la Ulen & Co. entre 1925 y 1927 concretaron las mejoras en la captación y
purificación del agua, a la vez que intentaron extender el alcance y la eficiencia de la red de
23
RODRÍGUEZ Gómez, Juan Camilo (director de la investigación). Op.cit. pp. 408-412.
24
RODRÍGUEZ Gómez, Juan Camilo (director de la investigación). Op.cit. p. 437.
25
“Acuerdo número 55 de 1924”. En: Acuerdos expedidos por el Concejo de Bogotá, 1924-1925. Bogotá: Imprenta
Municipal, 1927.
26
PÉREZ, Ricardo. “Informe del Interventor”. En: Memoria Municipal de Bogotá correspondiente al bienio de 1923 a
1925. Bogotá: Imprenta Municipal, 1925. pp 5-28. URIBE, Álvaro. “Informe del Interventor de las Empresas Municipales”.
En: Memoria Municipal de Bogotá correspondiente al bienio de 1925 a 1927. Bogotá: Imprenta Municipal, 1927. pp 148-
152.

10
distribución. De tal forma, la purificación del agua mediante el cloro líquido, la adquisición de los
predios de las hoyas hidrográficas, la reforestación de estos mismos terrenos, la captación de fuentes
hídricas como el río San Cristóbal, la construcción del tanque de Vitelma y la instalación de nuevas
tuberías, válvulas, decantadores, bocatomas e hidrantes, conformaron el conjunto de obras que llevó a
cabo el Acueducto de Bogotá en su afán por solucionar la situación de escasez e impotabilidad de agua
resultante de problemas ambientales como la extracción de arcilla y leña de los cerros orientales y la
contaminación de las fuentes de agua que descendían de este mismo sistema montañoso.

Conclusión

A través del análisis de los problemas ambientales en torno al Acueducto de Bogotá y de la solución
que se intentó dar a ellos, se puede dar cuenta de las relaciones de mutua determinación que se
establecieron entre la ciudad de Bogotá y las montañas, árboles y ríos que hicieron parte de su
medioambiente. Así pues, los cerros orientales determinaron la ubicación de la ciudad y
proporcionaron los recursos necesarios para la supervivencia de una población que, a lo largo del
periodo que se extiende desde finales del siglo XIX hasta las primeras décadas del siglo XX, estableció
un proceso metabólico con la naturaleza en el que se hace posible identificar varios procesos o fases.

En primer lugar, los habitantes de Bogotá llevaron a cabo una apropiación cada vez más intensiva de
arcilla, leña y agua que encontraron en los cerros orientales y que satisficieron necesidades como la
hidratación, la cocción de alimentos, el aseo personal, la dotación de materiales para la construcción y
la realización de actividades industriales. Sin embargo, la apropiación de arcilla y leña por encima del
límite de renovación del ecosistema de los cerros se sumó al depósito de desechos sólidos y líquidos en
los ríos de los que se abastecía el Acueducto de Bogotá, para generar una crisis sanitaria que se
caracterizó por la deforestación de los cerros, la multiplicación de los derrumbes y la contaminación de
las aguas, tres problemas ambientales que condujeron a la escasez e impotabilidad de agua para el
consumo y que hicieron necesaria la aplicación de soluciones oportunas por parte de la empresa
administradora del acueducto. En tal sentido, la compra de los predios de las hoyas hidrográficas, la
reforestación de los terrenos, la captación de nuevas fuentes hídricas y la clorificación de las aguas, se
convirtieron en medidas fundamentales que, por una parte, intentaron regular, organizar y controlar la
apropiación de agua y, por otra, pretendieron transformar las condiciones originales de este recurso
natural con el fin de hacerlo consumible para la población.

11
Bibliografía

“Acuerdo número 55 de 1924”. En: Acuerdos expedidos por el Concejo de Bogotá, 1924-1925. Bogotá:
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