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Desde los primeros tiempos el hombre ha buscado explicaciones a los cambios que
se dan en la naturaleza, de manera aparentemente espontánea, para dominarlos y apr
ovecharlos. Cómo entender, por ejemplo, la acción del fuego que transforma un pedazo
de madera en algo completamente diferente: gases y cenizas durante la combustión;
o, cuando un fuego cercano a una pared rocosa produce un escurrimiento que al e
nfriarse solidifica en un metal.
Lo cierto es que la práctica permitió a los seres humanos aprender primero a transfo
rmar y usar las sustancias, y mucho después tuvo una explicación racional, científica,
del cambio en términos de la química.
Una de las primeras sustancias que atrajo la atención del hombre primitivo fue la
sal común. La necesidad fisiológica de la sal, que tienen tanto hombres como animale
s, tuvo un importante papel en la vida desde tiempos prehistóricos.
Las rutas originales hasta las fuentes saladas fueron establecidas por los anima
les a los que el hombre siguió, y al valorar su utilidad inició la explotación sistemáti
ca. En el continente americano la sal adquirió un alto valor, al grado de transpor
tarse a grandes distancias de los yacimientos para su comercio. Sabemos por fray
Bernardino de Sahagún que los aztecas aprovechaban las costras de sales que en ti
empo de secas quedaban en las orillas del lago de Texcoco; tequixquitl o tequesqu
ite , le llamaban. Se trata de sales alcalinas entre las que abundan el carbonato
de sodio (Na2C03), y el cloruro de sodio (NaCl).
La sal contaminada con tierra era sometida al método más usual de purificación, que co
nsiste en disolver la sal en agua, filtrarla, evaporar una parte por medio del c
alentamiento y dejarla enfriar. La solución saturada de cloruro de sodio a esa tem
peratura deposita cristales cuando la temperatura baja. El método, perfeccionado p
or los aztecas, consistía en disponer de grandes depósitos lacustres, con poca profu
ndidad, en donde se facilitaba la evaporación del agua salada y la cristalización de
l nitrato de cloro. Con este sistema lograron una enorme producción de sal, que le
s permitió establecer un monopolio que comerciaba exclusivamente con los pueblos t
ributarios.
Sabemos que los habitantes precolombinos de casi todo el continente compartían con
ocimientos milenarios de algunas de las sustancias presentes en su entorno. Los
pueblos agrícolas tuvieron especial aprecio por las ventajas fertilizantes obtenid
as al mezclar las tierras de cultivo con pescado, fragmentos de conchas, ceniza
vegetal y guano.
En la zona del continente que ahora ocupa México, el maíz se aprovecha desde hace ci
nco mil años para producir pozolli, bebida fermentada que alivia la sed y alienta
el regocijo. El maíz es al mismo tiempo pan, plato y cuchara. Son muchas las forma
s que existen para prepararlo como alimento, y varía según la región. Con el maíz se ela
boran tortillas, tostadas, dobladas, paseadas, tacos y flautas, chalupas, pastel
es y bolitas de tortilla, por mencionar los productos más conocidos en el centro d
el país.
Entre estos alimentos, el pozole ocupa un lugar destacado, ya que es una comida
completa que resalta el deleite mexicano por el color: hay pozole blanco, verde
o rojo con una amplia gama de variedades.
El maíz con dulce y los pinoles dulces o naturales son también un nutriente apreciad
o. La repostería del maíz evoca festejos familiares o colectivos, gastronomía ritual c
apaz de congregar en la cocina a las mujeres de la familia para, simultáneamente a
l extendido de la masa, soñar, cantar, murmurar o rezar.
Tampoco hay que olvidar las bebidas de maíz fermentado o destilado. El pozol agrio
para las altas temperaturas de las zonas tropicales, la frescura de las chichas
, las variantes del recio tesgüino (tejuino, teshuino) o del bravo yorique, usados
antiguamente para la embriaguez ritual.
El endulzante para su alimentación lo obtenían por evaporación del aguamiel. El mismo
aguamiel fermentado se convierte en pulque. Se hacían bebidas de un gran número de c
ortezas, raíces, hojas y frutos, pero el más grande de los lujos comestibles que el
mundo le debe a Mesoamérica es el chocolate. Su preparación la crearon civilizacione
s del México antiguo en su más alto grado de desarrollo.
El chocolate se prepara con las semillas del fruto del árbol del cacao. Primero se
eliminan todos los cuerpos extraños; sigue después el proceso de eliminación de la cásc
ara (descascarillado). Se tuesta por calentamiento (tostado). En seguida las alm
endras del cacao se muelen (molienda) y se elaboran los diversos tipos de chocol
ate. Aún tibia, la semilla se mezcla en un metate con vainilla, especies y saboriz
antes. La pasta resultante se convierte en tabletas y se deja enfriar hasta que
se endurece.
De este tipo de bebidas, la más difundida fue el pulque (octli), producido con la
fermentación del jugo del maguey (Agave americana). Cuando la planta se acerca a l
a madurez,
su centro o corazón se socava y se forma un recipiente en donde, por gravedad, esc
urre
la savia de la planta. De ahí se recoge para ser depositada en barriles que ya con
tienen un poco de pulque, que acelera el proceso de fermentación.
Las telas más comunes del mundo prehispánico se hacían con fibra de maguey y agave (he
nequén). Los dirigentes y sacerdotes empleaban telas de algodón blanco en sus vestid
os. Para su decoración usaban pigmentos minerales, especialmente óxidos de hierro, m
alaquita o carbonato básico de cobre. También preparaban afeites con cinabrio (sulfu
ro de mercurio), galena, pirita, mascasita y hematita. El color púrpura que obtenían
de la cochinilla (nocheztli), o sangre de tunas, fue estimado por los europeos,
especialmente como colorante textil.
Además del sentido decorativo y ritual, la coloración del cuerpo tenía la virtud de pr
oteger de los insectos. Los pigmentos inorgánicos que utilizaban se obtenían de una
variedad de minerales que recogían en la superficie del terreno y en excavaciones
realizadas con ese propósito. El blanco lo hacían con piedra caliza en polvo, yeso y
kaolin. El rojo lo preparaban con hematita pulverizada, con ocre rojo (óxido de h
ierro) más o menos arcilloso. Los amarillos con arenilla y ocre amarillo (óxido de h
ierro hidratado) y arcilla; los verdes y azules con varios minerales de cobre; e
l negro con grafito pulverizado, carbón mineral y carbón vegetal.
Al llegar los primeros europeos registraron el amplio conocimiento que los indígen
as tenían de las propiedades de cortezas, líquenes, raíces, semillas y otros productos
naturales. Los grupos más civilizados de México y Perú utilizaban diversos tipos de s
ales para lograr tonalidades y fijar el color de los tintes vegetales. A lo ante
rior hay que agregar los numerosos pigmentos vegetales, como los obtenidos del p
alo de Campeche, la madera de melocotón, el palo de Brasil, etcétera.
Las hembras, una vez que habían desovado, eran recogidas en platos de madera y sum
ergidas vivas en agua hirviendo, para más adelante deshidratarlas al sol o en un h
orno. Esta técnica fue creada hace más de dos mil años. Dependiendo del tratamiento qu
e se dé a la cochinilla, se puede obtener una gran variedad de tintes. De una mane
ra directa produce un carmesí brillante, que puede variar al naranja aplicando alg
unos ácidos, o al violeta, aplicando algunas bases (álcalis). Otros procesos que les
permitían manejar numerosos cambios de color incluían el uso de sosa, potasa, alumb
re y otras sales minerales, así como diferentes jugos vegetales.
La utilización de barniz en la cerámica parece ser una constante en los pueblos orig
inarios a lo largo del continente americano. Se ha encontrado en piezas y fragme
ntos de cerámica en tumbas, vestigios de centros ceremoniales y poblaciones abando
nadas. En la mayoría de los casos la decoración de la alfarería se hizo con pigmentos
minerales y vegetales aplicados casi siempre con pinceles.
La alfarería de mesoamericanos y peruanos fue la más elaborada, llegó a tener en mucho
s casos la dureza del ladrillo. Las piezas de tal alfarería parecen haber sido cub
iertas con una capa gruesa de arcilla, que una vez seca fue decorada con bajorre
lieves, con pigmentos que finalmente se fijaron con una segunda horneada. En el
caso de los antiguos mexicanos, la arcilla horneada también fue utilizada para hac
er acueductos con elementos de terracota unidos con un cemento que se hacía al mez
clar cal con arcilla negra.
Debido a su gran utilidad, el cobre se estimaba casi tanto como el oro. Se empleó
para hacer herramientas y objetos de ornato de muy diversos tipos y tamaños. Era c
ostumbre hacer con él objetos de ornato de gran calidad para uso de la población en
general, semejantes a los de oro. Pero la mayor cantidad de objetos de cobre que
han llegado hasta nosotros son: cascabeles y hachas de dos tipos, unas de mayor
tamaño, que se usaban como herramientas, y otras pequeñas que, en algunas regiones,
servían como moneda.
Una forma que se usaba con frecuencia para obtener los metales en general consis
tía en hacer una pequeña hoguera junto a la veta para recoger el metal derretido en
algún recipiente de barro. Otro método común, aunque más elaborado, era el después llamado
de torrefacción , que consiste en calentar la pared de roca por medio de fogatas, pa
ra después enfriarlas violentamente con agua fría y provocar desgajamientos. También s
e valían de cuñas de madera que, una vez insertadas en las ranuras de las paredes de
roca, se mojaban para que la madera una vez hinchada rompiera la roca.
Como este caso, hay muchos otros descubiertos y desarrollados por la práctica ance
stral indígena, que, en conjunto, fueron los primeros pasos sobre los que se asentó
una parte importante de la industria química moderna.