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ENIGMAS DE LA HUMNIDAD

EL ORO PERDIDO DE ARIZONA:


Quienes buscan la Mina Perdida del Holandés solo encuentran la muerte

La historia de América esta llena de episodios de descubrimiento de oro, pero ninguna


resulta tan enigmática como la de la Mina Perdida del Holandés, situada en algún lugar de
las inhóspitas montañas Supertition , en Arizona. Desde 1890 , nadie ha podido localizar
positivamente esa mina. Sin embargo existen numerosos aventureros que siguen
buscándola, con la esperanza de descubrir un tesoro, dispuesto para el primero que
encuentre el lugar. en esta búsqueda han dejado la vida mas de 20 hombres.

Los indios apaches fueron casi con seguridad los primeros en descubrir la mina. Mucho
antes de que aprendieran a temer al hombre blanco y advirtieran su insaciable apetencia de
oro, los apaches mostraron el yacimiento, aurífero a los monjes hispánicos de México.
Inevitablemente, los, relatos acerca de una rica yeta aurífera, de la que podía extraerse el
oro a manos llenas, se divulga ron en seguida e hicieron hablar y soñar incansablemente a
los hombres. Fueron numerosos los hombres que realizaron, con éxito expediciones a la
mina, hasta que, años más tarde, ésta pasó a ser propiedad de un español, don Miguel
Peralta..

En 1871, su nieto, también llamado Miguel, comunicó el secreto emplazamiento de la mina


a dos Inmigrantes alemanes, Jacob Waltz y Jacob Weiser, que le habían salvado la vida
durante una, refriega que se produjo en Arizpe, en el estado mexicano de Sonora. Don
Miguel contó a sus salvadores que sus antepasados habían obtenido grandes fortunas
extrayendo oro de la mina; para ello —narró— tuvieron que valerse de un ejército privado
de guardias y de trabajadores, suficientemente poderoso para que los apaches no se
atrevieran a atacarlos. Pero en 1864—agregó— su padre y la partida de guardianes que lo
acompañaban fueron. aplastados por los apaches tras una batalla que duró tres días.
Quedaron pocos supervivientes que pudieran regresar a México; pero uno de los que lo
consiguió llevaba consigo un mapa, en el que constaba la precisa localización de la mina.
En esa época, don Miguel carecía del dinero suficiente para organizar un nuevo ejército de
guardias y mineros capaz de emprender la explotación del yacimiento a gran escala. Por lo
tanto, pidió a Waltz y a Weiser que lo acompañaran, junto con un puñado de hombres: se
proponía realizar una incursión por sorpresa al sitio donde el oro, guardado por los apaches,
sólo esperaba ser recogido. Los dos alemanes aceptaron la propuesta; poco después,
ambos, junto con don Miguel, regresaron de su aventura con una parte del oro, valora do en
unos 60 000 dólares. Antes de partir para su incursión por sorpresa, don Miguel impuso una
condición: él recibiría la mitad del oro que consiguieran arrebatar a los apaches Pero,
cuando regresaron a México, don Miguel cambió de parecer y selló un nuevo acuerdo con
Waltz y Weiser, por el cual los alemanes renunciaban a su parte de botín a cambio de la
propiedad de la mina. Antes de que Waltz y Weiser consiguieran regresar al yacimiento,
otro hombre blanco’ recibió la revelación de que la mina existía. Se trataba del doctor
Abraham Thorne, un médico que había atendido a algunos apaches; a fin de retribuir su
bondad, los Indígenas le dijeron que le compensarían con un regalo consistente en oro. SI
estaba dispuesto a recorrer 30 kilómetros ---le dijeron podría--- llevarse tanto oro como
pudiese transportar.

El doctor Thorne aceptó el regalo y fue conducido con los ojos vendados a un desfiladero,
donde aguardaba una enorme fortuna del rico mineral. Los apaches no le mostraron la
mina; pero, mientras cargaba el oro en sus alforjas, el doctor Thorne tomó nota de dos
puntos identificables en el. paisaje circundante: los restos de un fuerte de piedras y una alta
y afilada roca, llamada Aguja del Tejedor, situada a unos mil seiscientos metros al sur de
donde él estaba, Mientras el doctor Thorne se marchaba, cargado con 6000 dólares en oro
decidió que regresaría a ese sitio. Así que, un año más tarde, se llevó a alguna amigos en
una expedición que intentaba localizar el desfiladero; pero Thorne y sus amigos fueron
ahuyentados por un terrible ataque de los apaches.

Cuando Waltz y Wesier consiguieron finalmente regresar a la región aurífera estaban solos.
Encontraron la mina usando como guía el mapa de don Miguel Peralta; inmediatamente
comenzaron a excavar en una de las vetas de cimiento. Pero cierto día Weiser se quedó solo
por un rato; cuando su compañero Waltz regresó, Weiser había desaparecido..

Quedaba, como testimonio e la suerte que había corrido, su camisa empapada de sangre;
sus herramientas, rodeadas de flechas apaches, aparecían abandonadas en el sitio donde
había trabajado por última vez. Con la mayor celeridad, Waltz cargó todo e que podían
contener sus alforjas y se alejó de las montañas Superstitior do lo rápidamente que podía
llevarle su caballo. Finalmente se instaló en Phoenix, donde vivió hasta 1891. Pero, de
manera milagrosa su socio, Weiser, no resultó muerto en el ataque dos apaches. Aunque
recibió graves heridas, consiguió escapar y refugiarse en la casa de un médico, el doctor
John Walker.

Weiser refirió al médico todo que sabía del yacimiento aurífero de las montañas y le pagó su
ayuda con el mapa de don Miguel Peralta. Sin embargo, Walker no hizo uso de aquel
documento, que no figuraba, entre sus pertenencias cuando murió en 1890, última vez que
Waltz visitó la mina fue en el invierno de 1890. Viajó solo regresó a Phoenix dos días más
tarde, con un pequeño saco de oro. Es muy probable que haya sido el último hombre blanco
que visitó el yacimiento donde murió, poco después, el secreto de la localización dala mina
fue enteo con él. Debido a que la gente de Phoenix creía, por el acento con que hablaba,
que Waltz era nativo de Holanda, el yacimiento fue llamado desde entonces la Mima Perdida
del Holandés. Antes de morir, Waltz le contó- a un amigo que el yacimiento estaba situado
en una región tan intrincada, que un hombre puede estar en el mismo centro mina y no
darse cuenta de su existencia. Narró también que la veta era tremendamente rica y el metal
podía ser fácilmente separado de la roca.

A Weiser y a él—agregó— les bastaba golpear las rocas con sus martillos para que pitas del
precioso metal cayeran simplemente en sus manos. La mina a la forma de un embudo, pero
alguien había excavado un túnel a través de la ladera hacia el fondo de la mina para facilitar
la extracción del oro. Waltz confesó también que cierta vez, durante una visita que él y su
compañero Weiser hicieron a la mina, solos, encontraron a dos trabajadores mexicanos,
antiguos miembros de una de sus expediciones, llenando sacos con oro. ,mataron a tiros.

Los jóvenes soldados, que encontraron casualmente el yacimiento en 1880, tuvieron la


misma suerte que los mexicanos. Llegaron a la población mexicana de Pinal con sus
alforjas llenas de las fabulosas pepitas de oro y refirieron o habran hallado una mina, en
forma de embudo, en las montañas Supera ñ. Propusieron a un lugareño que los
acompañara en un viaje de regreso a la mina; para localizarla, se valieron de sus
conocimientos militares: rehicieron el camino guiándose por las huellas que ellos mismos
habían dejado. Algún tiempo después, sus cadáveres fueron encontrados, desnudos, en las
montañas. Al principio se creyó que habían sido víctimas de los apaches. Pero, al estudiar
las balas encontradas en los cuerpos, se comprobó que eran idénticas a las que usaba el
ejército de Estados Unidos de América. Años después, un indio conocido con el nombre de
Apache Jack relató los esfuerzos que su pueblo había realizado para mantener en secreto la
existencia de la mina; esperaban frenar así el flujo de indeseables hombres blancos, que
invadían su territorio en busca de riquezas.

En 1882, contó Apache Jack, se les encomendó a los pieles rojas la tarea de rellenar la mina
con rocas. Luego, la entrada del yacimiento fue igualmente tapada. Además, se produjo un
terremoto en la región y es muy posible que el movimiento sismito haya destruido o
modificado los puntos de referencia. Durante los años que han transcurrido desde entonces,
muchas personas se han desplazado hasta las montañas Superstition en busca del oro.
Ninguna de ellas consiguió su objetivo, y al menos 20 perdieron la vida en el intento. En
1931, Adolph Ruth emprendió el viaje hacia las montañas, después de comunicar a sus
parientes y amigos que había comprado un mapa del camino hacia la Mina Perdida del
Holandés a un miembro de la familia de don Miguel Peralta. Como tardaba en regresar, una
patrulla de rescate salió en su busca: patrulla tuvo que enfrentarse a un macabro
espectáculo.

A Adolp Ruth le habían dado dos tiros en la cabeza y Luego lo habían degollado. En un
bolsillo de su chaqueta tenía un trozo de papel en el que figuraban escritas algunas
direcciones, una frase que rezaba «alrededor de 60 metros de distancia de la cueva» y
luego la locución latina "Veni, vidi, vici" («Llegué, vi, vencí»). Pero no había rastros del
mapa que Adolph Ruth había comprado.

En 1947, se encontró en la misma región el cadáver de otro buscador (lloro; pero no había
ningún indicio de metal aurífero en las cercanías, y el asesino quedó impune. Quizás algún
día algún explorador tenga éxito donde tantos otros han fracasado.

Porque en los innumerables relatos acerca de la roma y de sus enorme!, filones de oro,
existe una multitud de pistas sobre su localización. En 1912, dos aventureros encontraron
pepitas de oro en un pastizal, en el mismo sitio donde el padre de don Miguel Peralta y sus
hombres fueron brutalmente asesinad>,, en 1864. No lejos de la Aguja del Tejedor, un
punto de referencia que surge constantemente en los relatos acerca del yacimiento, existían
pruebas de que muchos hombres habían hecho excavaciones. Entre los indicios de que la
mina estaba cerca, figuraba una gran cantidad de sandalias mexicanas escondida-en una
cueva. Pero a pesar de todas las pistas y de todos los relatos, esa enorme acumulación de
riqueza aurífera oculta bajo la tierra sigue haciendo honor a su nombre: la Mina Perdida del
Holandés.
LA BÚSQUEDA DEL DORADO
Después de todo puede no haber sido un lugar, sino una persona

Muchos aventureros han luchado, asesinado y saqueado en el curso de la búsqueda de El


Dorado. A menudo, también han ofrendado sus propias vidas persiguiendo algo que quizá
no haya sido más que un sueño generado por la codicia. Todo empezó cuando los españoles
invadieron el imperio de los incas, en el Perú, en 1532 y descubrieron una fastuosa
acumulación de oro que incluía muchas y bellísimas obras de arte. Los invasores ocuparon
la ciudad de Cuzco y apenas podían dar crédito a sus ojos cuando vieron el botín que estaba
a su disposición.

En Cuzco, las paredes del templo del emperador estaban enchapadas en oro, e incluso las
cañerías que conducían el agua estaban hechas del precioso metal. Los españoles
invadieron el imperio inca y capturaron al emperador, Atahualpa; luego pidieron por él un
rescate increíble: exigieron que se llenase de oro una enorme habitación de 7.0 X 5.0
metros hasta una altura de más de 2,50 metros. Los incas pagaron el enorme rescate, pero
los invasores, dirigidos por Francisco Pizarro, pisotearon el acuerdo y asesinaron a su rehén
a sangre fría.

No satisfechos con las formidables riquezas de que se habían apoderado, los


conquistadores, en un alarde de rapacidad y de crueldad, desmantelaron el Imperio de los
incas y lo despojaron de la mayor parte de sus riquezas. La codicia de los invasores no hizo
sino crecer cuando oyeron relatos según los cuales existían tesoros aún más grandes en el
norte, más allá de las fronteras del imperio inca, en un sitio que la gente llamaba El Dorado.
Los mitos y las leyendas que rodeaban El Dorado eran muchas y variadas: algunos
afirmaban que se trataba de una ciudad perdida; otros, que era un templo repleto de
tesoros, escondido en lo profundo de la selva; hubo incluso quienes afirmaban que El
Dorado era una montaña de oro macizo. Una de las teorías que actualmente gozan de
mayor aceptación, sin embargo, sostiene que El Dorado era una persona: probablemente el
jefe del pueblo chibcha (o muisca).

Los chibcha ocupaban el extremo norte de los Andes, y su jefe residía en la región donde
hoy se levanta la capital de Colombia, Bogotá. El Dorado recibió ese nombre debido a la
ceremonia chibcha que señalaba u ascenso al trono. El rito comenzaba cuando el pueblo se
reunía a orillas del lago de Guatavita, de forma circular y rodeado de altas montañas; las
celebraciones duraban varios días; en el momento culminante, el jefe que ascendía al oro,
rodeado por sus sacerdotes, embarcaba en una balsa de juncos, que era conducida hasta el
centro del lago. Se quemaba incienso y las flautas entonaban su misteriosa música, que se
difundía sobre las aguas. Una vez la balsa estaba en el centro del lago, el nuevo jefe
chibcha era desnudado y todo su cuerno se revestía con polvo de oro. Mientras el sol
producía resplandores en su cuerno, el nuevo jefe cogía objetos de oro y los dejaba caer en
el lago, como una ofrenda a los dioses de su pueblo. El ejemplo del jefe era seguido luego
por el pueblo reunido en las orillas; cada uno aportaba su tributo, arrojando objetos de oro
al agua. Así fue como el fondo del lago Guatavita llegó a contener una de las más ricas
colecciones de objetos de oro del Nuevo Mundo. Curiosamente, el pueblo chibcha, el pueblo
de El Dorado, no poseía yacimientos de oro propios.

Conseguían el metal precioso mediante la guerra y el intercambio comercial; eran dueños


de la única mina de esmeraldas de todo el continente y poseían también enormes depósitos
de sal; por lo tanto, trocaban por oro estas dos valiosas mercancías. En junio de 1535,
Georg Hohermuth, gobernador alemán de Venezuela, partió en busca de El Dorado,
contando con un dato que le habían proporcionado los nativos: «De donde viene la sal,
viene también el oro.» Hohermuth salió al frente de una fuerza expedicionaria integrada por
40 hombres; buscaron durante tres años enfrentando las más espantosas condiciones
geográficas y climáticas. Cuando la expedición regresó a Venezuela con 300 de sus
integrantes habían perecido; por una ironía del destino, los expedicionarios habían estado a
sólo 100 kilómetros del lago de oro. Al año siguiente, el formidable conquistador español
Sebastián de Benalcázar partió también en busca del lago; unos meses después, un
aventurero alemán, Nicholaus Federmann, se embarcó en la misma misión.

Al mismo tiempo, el jurista español Gonzalo Jiménez de Quesada organiz6 una expedición al
interior de los Andes. Condujo a sus hombres hasta una región rica en sal y ocupé una serie
de poblaciones chibcha. Los expedicionarios torturaron a los habitantes hasta que revelaron
el origen de las esmeraldas que poseían. Un indio le dijo a Jiménez de Quesada que «el
lugar del oro” en, el pueblo de Hunsa. El conquistador se apoderó del pueblo y descubrió
que en las casas chibcha, construidas de madera y mimbres, había numerosas placas de
oro. También descubrió grandes montones de esmeraldas y sacos que contenían oro en
polvo. Los expedicionarios arrancaban los adornos de oro que los chibcha usaban en las
orejas y en la nariz, antes de sacrificar a los prisioneros.
Al saquear la casa del jefe de la población, hallaron que estaba revestida con láminas de oro
macizo y que contenía un fabuloso trono, hecho de oro y esmeraldas. Jiménez de Quesada
continué su búsqueda de El Dorado y finalmente se reunió con Benalcázar y Federmann en
la región central de Colombia; allí fundaron la ciudad de Santa Fe de Bogotá. La suerte jugó
a los cazadores de fortuna una irónica mala pasada: llegaron al lago de oro, pero no
encontraron El Dorado.

Porque El Dorado ya no existía la dinastía de los jefes chibcha que celebraban la ceremonia
del oro en la balsa habla sido derrocada tras una dura lucha por el poder unos años antes.
En 1545, el hermano de Jiménez de Quesada, Hernán, realizó un enérgico intento para
apoderarse de los tesoros que contenía el lago Guatavita. Esclavizó a un considerable
número de indios chibcha y los obligó a formar una cadena humana desde el borde del lago
hasta la cima de un ceno. Los esclavos cogían el agua en cubos, que pasaban de mano en
mano y eran volcados del otro lado de la montaña. Esta operación se llevó a cabo durante
tres meses y el nivel del lago descendió 2,70 metros; varios cientos de objetos de oro
quedaron al descubierto con el descenso de las aguas, cerca del borde del lago, antes de
que el intento fuera abandonado. Cuarenta años más tarde se organizó un intento aún más
ambicioso de secar el lago.

Un comerciante español reclutó un ejército de 8000 indígenas y lo lanzó a construir un


profundo canal, para drenar el Guatavita. El intento tuvo más éxito que el de Hernán
Jiménez de Quesada: el nivel de las aguas descendió 18 metros. El comerciante pudo
apoderarse de numerosos objetos de oro y de valiosas esmeraldas; pero los corrimientos de
tierra obstruyeron finalmente el canal de drenaje y también este proyecto tuvo que ser
abandonado. A principios del presente siglo, una empresa británica se propuso desaguar
completamente el lago.

Consiguió excavar un canal que hizo descender al mínimo el nivel de las aguas; pero el
fango depositado en el fondo del lago era demasiado blando y demasiado profundo, lo que
impedía caminar sobre él. Luego, el fuerte sol de la región endureció el lodo hasta
convertirlo en una dura roca, y cuando la compañía consiguió hacer llegar al laso un equipo
de perforación, ya era demasiado tarde: el lodo endurecido obstruía el canal de drenaje y
las lluvias habían llenado de nuevo el Guatavita.

A partir de entonces, el gobierno colombiano dictó una ley que protege al ago de las
incursiones de los cazadores de tesoros. Sin embargo, las fabulosas riquezas de El Dorado
continúan atrayendo a los aventureros. Muchos viajeros contemporáneos que han visitado
las tierras de los Incas refieren que muchos indígenas, descendientes de los pueblos que
celebraban el ritual del oro, todavía practican hoy ceremonias similares, lejos de los ojos
ávidos de los extranjeros. Los descendientes de los chibcha se reúnen en un valle secreto,
en la alta montaña, para celebrar sus antiguos ritos; los sacerdotes danzan ante su pueblo,
ocultos sus rostros con máscaras de oro, tal como lo hacían sus ancestros. Por lo tanto, el
espíritu de El Dorado sigue vivo, como vivo permanece el misterio de su fabuloso tesor

EN BUSCA DE LA CIUDAD PERDIDA DE LA ATLÁNTIDA


Era una tierra ubérrima, bendecida por una vegetación exuberante y por la existencia de
valiosos yacimientos minerales, entre ellos los de plata y de oro. Su pueblo gozaba de un
alto nivel científico y cultural. En el mismo de ese reino isleño, sobre la cima de una
pequeña colina, se ataban un palacio y un templo, en torno a los cuales se extendía la gran
dad, que media 19 kilómetros de largo. Alrededor de la colina, un amplio o —en realidad, un
canal— permitía el paso de barcos de vela. Alrededor de urbe, otras vías de agua formaban
círculos concéntricos; el canal que rodeada la ciudadela se comunicaba con el mar abierto a
través de un amplio sistema de muelles y puertos, que exportaban los valiosos productos
del país a todo mundo conocido entonces.

Era un país rico y célebre; tanto que, a pesar de que desapareció de la faz de la Tierra
muchos siglos antes de la era cristiana, su nombre resulta aún más familiar a los hombres
de hoy que muchas de las Balones que le sobrevivieron. El nombre de ese fabuloso reino y
de su gran ciudad es Atlántida.

La única descripción de la Atlántida que nos ha dejado la antigüedad es obra del filósofo
griego Platón, y data de 347 a. de C. Pero ni siquiera Platón es un testigo de primera mano;
el filósofo no hizo más que repetir los relatos escritos por un viajero ateniense, Solón, quien
a su vez repetía lo que había nido contar a los sacerdotes egipcios. La historia narrada por
Platón indica que la Atlántida era una gran nación, pero que entró en un periodo de
decadencia; su pueblo, entonces, cayó en abominables formas de corrupción y se mereció
mal un terrible castigo. «En un día y una noche», la isla entera, de 560 kilómetro de
anchura, fue destruida por una catástrofe de magnitud incomparablemente mayor que todas
las conocidas.

La isla fue destrozada por una explosión volcánica a la que siguió un maremoto; en
veinticuatro horas desapareció bajo el mar.
Platón situaba ese trágico momento de la historia de la Atlántida en un periodo que hoy
podemos fechar en 9600 antes de la era cristiana. En cuanto a la situación geográfica,
indicó que estaba «más allá de las Columnas de Hércules», es decir, lo que ahora
conocemos como el estrecho de Gibraltar. Esto permitirla localizar la isla en algún lugar del
océano Atlántico; pero esta teoría, afirman los geólogos, no puede ser correcta, porque en
el lecho del Atlántico o existe ninguna masa terrestre susceptible de haber sido alguna vez
la isla de Platón ¿Significa esto que Platón utilizaba datos erróneos? O que simplemente
Inventó toda la historia, como una fábula moralizadora? Todo parece indicar que la
narración épica de Platón tiene sólidas apoyaturas en una realidad histórica, a pesar de que
sus datos sobre cronología y geografía de la Atlántida fuesen erróneos. De cualquier
manera, la isla perdida constituye un enigma que durante siglos ha intrigado a los hombres.
A través de los años, diversas regiones han sido señaladas como el sitio donde se desarrolló
alguna vez la civilización perdida. Éstas son algunas de ellas:

Atlántico central. A lo largo del fondo marino del Atlántico norte y sur, se extiende un
vasto dorsal en forma de 8, desde Islandia hasta la isla de Tristán da Cunha. Algunos
sugieren que las partes más altas de esta cadena montañosa, sobre todo las de alrededor
del arco de las Azores, estuvieron alguna vez por encima del nivel del mar, formando la
tierra de Atlántida. Esta teoría fui una de las más generalizadas hasta que en el presente
siglo fue refutada por los científicos; éstos señalan que desde hace miles de años la Dorsal
Atlántica ha estado elevándose desde las profundidades; el lento movimiento es hacia
arriba, no hacía abajo.

América del Norte. El interés público por el reino perdido de la Atlántida si reavivó tan
pronto como Cristóbal Colón regresó a Europa con sus relato!, acerca de las tierras del otro
lado del océano. El filósofo inglés Francis Bacón relacionó íntimamente la leyenda y la
realidad histórica en su obra La Nueva Atlántida. Por su parte, el historiador John Sevain
dejó escrito: «Se puede tener que en un tiempo América formó parte de esa gran región
que Platón Mié la isla Atlántida, y que los monarcas de esa isla mantenían relaciones
comerciales con los pueblos de Europa y África.» Esta teoría parece hoy muy discutible,
entre otras cosas porque las etnias de América del Norte nunca alcanzaron un nivel de
desarrollo científico y cultural comparable al que, según Natán, tenía la Atlántida, ni al que
existía en Grecia en tiempos del filósofo.

Los puentes continentales. Se han propuesto diversas teorías acerca de puentes


continentales que, en tiempos remotos, pueden haber vinculado África con América del
Sur, o Europa —a través de las Islas Británicas, Islandia y Orodrilandia— con América del
Norte. Sin embargo, los geólogos saben hoy que tales puentes no existieron, por lo menos
dentro de los últimos 50 millónes de años.

El mar de los Sargazos. La palabra portuguesa sargoso designa a una alga flotante; esas
algas constituyen, precisamente, el mar de los Sargazos. Se trata de una masa de algas
que abarca casi 4 millones de kilómetros cuadrados, que deriva por impulso de las
corrientes a la altura de la costa de Florida. Durante mucho tiempo, los marineros creyeron
que las algas cubrían bajíos; éstos podrían haber sido alguna vez la Atlántida hundida.
Pero no hay bajíos debajo te los sargazos: el mar tiene allí 456 metros de profundidad
media.

Las islas Scilly. Los historiadores fenicios, griegos y romanos coinciden en referirse a
ciertas «islas de estaño”, situadas cerca de las costas británicas. Esas islas existen
realmente, a la altura de Cornualles, y constituyen los únicos centros. productores de
estaño del Reino Unido. Pero no tienen parentesco alguno con la exuberante isla descrita
por Platón.

Bimini. Un fotógrafo americano llamado Edgar Cayce, en la etapa que va dude 1923
hasta su muerte, en 1945, alcanzó la celebridad como curandero y visionario. A pesar de
que nunca había leído las obras de Platón, afirmaba que, viajando hacia atrás en el tiempo,
había visitado mentalmente la Atlántida. Su descripción coincidía en muchos puntos con la
que el filósofo griego dejara escrita 2300 años antes. Cayce agregó que la Atlántida fue
destruida por una explosión atómica, ya que sus habitantes dominaban la ciencia de la
fisión nuclear. El hecho, dijo el visionario, ocurrió alrededor de 10 000 años antes del
fallecimiento de Cristo: una fecha bastante aproximada a la que estableciera Platón. El
vidente americano situó geográficamente la Atlántida en la isla de Bimini septentrional,
pequeña integrante de las Bahamas, y pronosticó que en 1968 o 1969 «podrían descubrirse
algunos aspectos de los antiguos templos» de la civilización perdida. Parecía una afirmación
ridícula.

Sin embargo, en 1968, un veterano zoólogo y experto buzo americano, el doctor J.


Manson Valentine, descubrió bajo el mar, a la altura de la costa de Bimini septentrional, a
extraña estructura pétrea. Al principio, Valentine sólo consiguió vislumbrar desde el aire;
mas, cuando se sumergió para investigar, encontró que esa estructura constituía al parecer
un enorme puerto, malecones cerrados y muelles.
El muro principal de alrededor de 600 kilómetros de longitud, estaba construido con
inmensos bloques de piedra, de más de cinco metros cuadrados cada uno.

Las expediciones posteriores —y hubo muchas— apoyaron y refutaron, alternativamente,


las conclusiones del doctor Valentine. Estas conclusiones, en lo fundamental, decían que la
estructura pétrea era un puerto construido por el hombre. En 1970, el doctor John Hall,
profesor de arqueología de la Universidad de Miami, dirigió una expedición que investigó el
lugar, Hall señaló luego:

«Estas piedras constituyen un fenómeno natural, llamado erosión costera del Pleistoceno.
No hemos encontrado ninguna evidencia, de ninguna clase) que permita pensar que ese
muro es fruto de trabajo humano. Por lo tanto, lo siento por aquellos que crean en la vieja
leyenda. Una nueva Atlántida ha sido desechada-»

Sin embargo, las dos últimas expediciones americanas a Bimini, realizadas en 1975 y
1977, regresaron con hallazgos que inducen a conclusiones muy diferentes. El jefe de la
expedición, el doctor David Zink, de California, sacó a la superficie un bloque pétreo cuyos
bordes habían sido trabajados con punzones, formando estrías. Su conclusión fue ésta:
«Pensándolo bien, citemos que la estructura de Bimini es de origen arqueológico y no
geológico- Pero el propósito con que fueron hechas esas obras no pasa, por ahora, de ser
un tema de especulación-»

Por lo tanto, el misterio de Bimini está aún por resolver. Pero la posibilidad de que Bimini
sea el sitio donde existió una ciudad perdida, no ha sido descartada.

A pesar de todo, el lugar más probable donde tal vez haya existido alguna vez la
Atlántida, entre los numerosos sitios que se han propuesto, no está en ci Caribe. Ni siquiera
está en el Atlántico. En la actualidad, muchos arqueólogos creen que Platón cometió dos
errores de bulto, en su descripción de la isla perdida.

En primer lugar, es casi seguro que la Atlántida, si realmente existió alguna vez, no
estuvo «más allá de las Columnas de Hércules», sino en el mismo Mediterráneo. En
segundo término, cuando Platón afirma que el holocausto de la Atlántida se produjo 9000
años antes de Cristo, tal vez debió haber escrito 900. De esta manera, la fecha de la
desaparición de la Atlántida quedaría situada aproximadamente 1500 años antes de Cristo,
en lugar de los 9600 que cita Platón, Y, más o menos en 1500 antes de la era cristiana, el
Mediterráneo fue escenario de uno de los más espantosos cataclismos de la antigüedad.

Los arqueólogos saben hoy que la civilización de la Atlántida, tal como la describe Platón,
es muy similar a la desarrolladísima cultura minoica, que floreció durante la Edad de
Bronce, hasta el siglo XV a.J.C., en las islas del mar Egeo La cultura minoica desapareció
bruscamente alrededor de 1470 a.J.C., y hasta ahora nadie ha podido explicar por que.

Sin embargo, hoy sabemos que alrededor de esa fecha el centro de la isla de Minos de
Kalliste —que se conoce actualmente como Santorín y está a mitad de camino entre Creta y
Grecia continental— estalló por obra de una erupción volcánica de incalculable poder
destructivo. El cráter abierto en medio de la isla fue cubierto de inmediato por el mar.

Los arqueólogos excavan en la actualidad los depósitos de ceniza volcánica, de 30 metros


de profundidad, que cubren lo que una vez fuera la fabulosa isla descrita por Platón. Los
hallazgos realizados hasta ahora permiten a los científicos precisar un cuadro estremecedor
de los sucesos que se produjeron en la isla hace casi 3500 años.

La escasez de restos humanos hace suponer que los habitantes de Minos recibieron, antes
del desastre, algún tipo de advertencia, seguramente sismos y una serie de erupciones
volcánicas menores.

Es probable que, después de esos avisos, los ciudadanos de Minos hubieran subido a sus
embarcaciones y puesto rumbo a Creta, situada a 130 kilómetros hacia el sur. Pero, antes
de que consiguieran llegar a su objetivo, la isla estalló en una vorágine de lava ardiente.

El cráter lanzó al aire roca fundida y vomitó ceniza y piedra pómez sobre las
embarcaciones hacinadas; la gente de los barcos, imposibilitada de escapar, sufrió una
muerte lenta, horrible, mientras el torrente de lava ardiente crecía hacía irrespirable la
atmósfera. Para algunos, la agonía terminó con la llegada de una ola gigantesca, tal vez de
60 metros de altura, que Sarrió la isla y destrozó las embarcaciones. La enorme ola, que
viajaba a más de 240 kilómetros por hora, alcanzó pronto Creta, corazón del imperio
minoico; el agua arrasó todas las ciudades y aldeas a lo largo de la costa septentrional y
destruyó el puerto que abastecía a la capital, Knossos.

La ola gigantesca prosiguió su marcha hacia la costa norte de África; allí sus efectos
pueden haber dado origen al relato del Viejo Testamento acerca de la separación del mar
Rojo, que permitió el éxodo de Moisés. También se ha propuesto una teoría según la cual la
lluvia de cenizas provocada por el volcán habría sido responsable de las plagas que azotaron
Egipto y en las cuales se basó el relato bíblico. La lluvia de cenizas abarcó un área de más
de 16.000 kilómetros cuadrados.

El alcance de la devastación provocada por el estallido del volcán puede calcularse si se


tiene en cuenta el ejemplo de la explosión ocurrida en la isla Indonesia de Krakatoa en
1883. El estallido destruyó unas 300 poblaciones de las vecinas islas de Java y Sumatra,
donde murieron 36.000 personas. El terremoto se percibió hasta una distancia de 5600
kilómetros, en Australia.

La onda expansiva dio tres veces la vuelta al mundo; el polvo volcánico llegó hasta África
e incluso hasta Europa; las olas gigantescas cruzaron el océano Pacífico dañaron
embarcaciones ancladas en la costa de América del Sur.

El destino de Minos de Kalliste debe de haber sido similar. Hoy, cuando figura en los
mapas con el nombre de Santorín, la isla aparece dividida en fragmentos y desolada bajo
una estéril capa de cenizas; en realidad, se ha convertido en un grupo de pequeñas islas:
las dos principales, Thesa y Therasia, se caracterizan por sus inaccesibles acantilados, de
300 metros de altura; está” divididas por una vía de agua de doce kilómetros de ancho, qué
en algunos tramos tiene 300 metros de profundidad.

El agua del mar ha cubierto la caldera, el corazón muerto del volcán, formada cuando la
roca fundida se enfrió y SL! Desplomó. En el centro del gran cráter cubierto ahora por el
mar—en el punto donde vez pudo haberse levantado el palacio y el templo principal de la
Atlántida— existen dos islotes, que surgieron de las profundidades muchos después de la
catástrofe. Están constituidos por rocas de lava negra, y a de ellos se elevan perezosas
columnas de humo: pálido pero amenazas recuerdo del cataclismo que tal vez destruyó el
legendario reino de Atlántida.

La Atlántida de Platón

En el centro de la Isla (Atlántida) extendiese una llanura, reputa da como la más bella y
fértil de todas las llanuras. Y, casi en el centro de esta planicie se levantaba una colina, no
demasiado alta. Alrededor de la colina, como medas de cano, aparecían dos anillos de
tierra, rodeados de tres anillos de mar. En el centro de la colina estaba situado un santuario
consagrado a Poseidón ya Cleito; rodeaba al templo un muro de oro, que estaba vedado
traspasar.

Otro templo, dedicado sólo a Poseidón, estaba hecho enteramente de plata excepto las
estatuas, que eran de oro. Dos fuentes, una cálida y otra fría, proveían a la isla de
ilimitadas cantidades de agua; junto a ella se habían construido cálidas termas, destinadas
a los reyes y a los plebeyos, a las mujeres y a los caballos. En los anillos exteriores de tierra
se asentaban los astilleros y los puertos, rodeados por un muro denso de edificios, de casas.
De esta área, donde vivía una población muy numerosa, surgía un constante estrépito de
voces y ruidos, durante e día tanto como durante la noche. Más allá se extendían las
llanuras donde alcanzaban la perfección esas aromáticas sustancias que también hoy
produce la tierra y están hechas ya de raíces, ya de hierbas de árboles, flores o frutos. Todo
esto producía en abundancia aquella; isla santificada, cuando aún estaba bajo el sol. Critias y

Timeo, de Platón

EXISTIÓ REALMENTE ROBIN HOOD?


Quien fue realmente este personaje de legendario de la Edad Media?

A principios del Siglo XIV por las profundidades del bosque de Sherwood vagaba un
proscripto cuyas hazañas lo convirtieron en el principal héroe popular de su época. Su
nombre es hoy conocido como Robin Hood. La historia de sus hazañas ocupan muchos
volúmenes Pero es cierta? Existió realmente este hombre?

Algunos historiadores creen que los relatos del héroe-duende están vinculados con el
espíritu de los bosques, que forma parte de la mitología pagana. Robin era un nombre que
los paganos daban generalmente a los seres sobrenaturales, y el color verde, que era el que
distinguía la vestimenta del héroe, es el color tradicional atribuido al espíritu del bosque.
También está extendida la teoría según la cual Robin Hood era sencillamente uno de los
personajes de las antiguas ceremonias del primer día de mayo, que a través de los años
pasó a ser primero una leyenda y luego un presunto personaje histórico.

La doncella Mariann, que comparte las aventuras del héroe, puede ser una derivación de la
Reina de mayo en esas mismas celebraciones paganas. Sin embargo, las pruebas
documentales indican que entre los siglos XIII y XIV un hombre llamado Robin Hood vivió
en Wakefield, en el condado de York; él puede haber sido el proscrito de la romántica
leyenda. Robin Hood (cuyo nombre de bautismo era Roberto) nació alrededor de 1290; su
padre, Adam Hood, era un guardabosque al servicio de John, conde de Warenne y lord del
señorío de Wakefield.

El apellido del guardabosque y de su hijo figura en los antiguos documentos de juzgado con
distintas grafías: a veces aparece como Hod, otras como Hode o Hood. El 25 de enero de
1316, según indica un documento, la criada de Robin Hood aparece acusada de robar
madera seca y vert (antiguo término inglés que designa a los árboles reservados para dar
refugio y alimento o los ciervos) de un viejo robledal. Se la condenó a pagar una multa de
dos peñiques. En otros registros judiciales> de 1316, consta que Robin Hood y su esposa
Matilde tuvieron que pagar una multa de dos chelines «por permitir que 32 construyera una
casa de cinco habitaciones en una parcela vacía perteneciente al señor del condado».

En 1322, el amo del país de Robin era Thomas, conde de Lancaster. El conde convocó a sus
súbditos a las armas para rebelarse contra el rey Eduardo II; los súbditos no tenían más
opción que la de obedecer incondicionalmente. Robin se unió a las tropas del conde como
arquero; la revuelta fue aplastada y Lancaster fue capturado, juzgado por traición y
decapitado; sus propiedades fueron confiscadas por el rey y se proscribió a sus seguidores.
Robin se ocultó en el bosque de Barnsdale, que en esa época cubría unos 48 kilómetros
cuadrados y terminaba uniéndose al bosque de Shem’ood, que ocupaba otros 40 kilómetros
cuadrados en el condado de Nottingham. Los bosques estaban atravesados por la Gran Ruta
del Norte, construida por los romanos; esa ruta proporcionaba pingües ganancias a los
ladrones de caminos. En esta región nació la leyenda de Robin Hood.

En una de las supuestas aventuras de Robin Hood a lo largo de la Gran Ruta, el papel de
antagonista corresponde al arrogante obispo de Nereford, que viajaba hacia York cuando vio
al cabecilla proscrito y a algunos de sus hombres en trance de asar un venado para la cena-
Tomándolos por campesinos y enfurecido por su flagrante violación de las leyes del bosque,
el obispo los increpó. Los proscritos le contestaron con toda calma que no los molestase,
porque estaban a punto de cenar- Entonces el obispo de Nereford ordenó a los guardias de
su escolta que apresaran a Robin Hood y los suyos.

Los proscritos rogaron clemencia, pero el clérigo juró que no la habría para ellos. Fue en ese
momento cuando Robin hizo sonar su cuerno y, en un abrir y cerrar -de ojos, el desdichado
obispo se vio rodeado por arqueros; el episodio ocurrió en el prado de Lincoln. Los
proscritos tomaron prisionero al dignatario y a sus guardias y pidieron por ellos un rescate.
Mientras permaneció cautivo, el obispo fue obligado a bailar la jiga alrededor de un gran
roble; el árbol ya no existe, pero el sitio donde se levantaba es conocido hoy como la Raíz
del Árbol del Obispo. En Barnsdale y Sherwood hay otros robles vinculados a Robin Hood y
su banda: del llamado Árbol Central, a mitad de camino entre Thoresby y Welbeck, se dice
que constituía el punto desde el cual surgía la red de caminos secretos dé Robin Hood, que
se extendía por todo el bosque.. Pero el árbol más famoso es el Roble Mayor, en Birkland.

Se afirma que tiene 1000 años y es por Id tanto anterior a la conquista de Gran Bretaña por
los normandos; tiene un diámetro de 9 metros. Lord Alfred Tennyson visitó este roble, el
siglo pasado, y en su poema Los leñadores lo utiliza como metáfora para referirse al
Pequeño John; el poema habla de éste como «ese roble en cuyo follaje pueden ocultarse
nueve hombres sin tocarse». Entre las anécdotas que se han transmitido a lo largo de los
siglos acerca de la valentía de Robin Hood, figura la visita que Robin, acompañado de su
íntimo amigo Pequeño Johñ~ hizo a la abadía de Abbey.

El abad les pidió a ambos que mostraran su pericia con el arco; Robin y Pequeño John
dispararon desde el tejado del monasterio y las flechas cayeron, una frente a la otra, a
ambos lados de una calle de Whitby Lathes, a más de un kilómetro y medio del monasterio.
El abad hizo erigir pilares de piedra en los sitios donde se clavaron los venablos; estos
pilares sobrevivieron hasta fines del siglo XVIII. Los campos donde cayeron las flechas
fueron llamados desde entonces Cercado de Robin Hood y Cercado de Pequeño John.

Pequeño John, segundo de Robin, recibió su irónico apodo a causa de su gran estatura. Se
afirma que murió en Hathersage, en el condado de Derby; la tumba en que yacía fue
abierta en 1784 y en ella se encontraron los huesos de un hombre excepcionalmente alto.
Robin y sus hombres se hicieron célebres, entre otras razones, porque desplegaron una
actividad incesante en un territorio muy amplio. La bahía de Robin Hood, que dista muchos
kilómetros de las costas del condado de York, fue bautizada así en recuerdo del proscrito,
cuya banda tenía fondeadas allí - numerosas barcas, que utilizaba para pescar y,
eventualmente, para huir de las autoridades. Durante uno de sus viajes, Robin visitó la
iglesia de St. Mary, en Nottingham; una monja de la congregación lo reconoció y dio aviso
al sheriff. Robin echó mano a su espada y, antes de ser capturado, mató a 12 soldados. No
pudo ser llevado a juicio porque Pequeño John, al frente de un numeroso grupo de
proscritos, cayó sobre Nottingham y rescató a su jefe; de paso, buscaron a la monja y le
dieron muerte.

Pero lo que transformé a Robin Hood en un héroe popular fue su defensa de los
desamparados. Se apoderé de las riquezas de los poderosos y las distribuyó entre los
pobres; además, al burlarse de las impopulares autoridades de esa época, se ganó el apoyo
de los campesinos oprimidos. Uno de los más célebres relatos surgidos de los robledales de
Shetwood, es la leyenda sobre el encuentro de Robin Hood con el rey Eduardo II. Narra que
el rey, al saber que el número de ciervos reales de Whetwood disminuía debido al apetito de
Robin Hood y su banda, decidió limpiar de proscritos el bosque. El rey y sus caballeros se
disfrazaron de monjes y se internaron a caballo en el bosque. Cuando encontraron a Robin
Hood y a parte de su banda, éstos les exigieron dinero; el rey les dio 40 libras y afirmó que
eso era todo lo que tenía.

Robin tomó entonces 20 libras para distribuir entre sus hombres y devolvió las otras 20 al
rey. En ese momento, Eduardo II mostró a Robin el sello real y comunicó al proscrito que el
rey quería verlo en Nottingham; Robin pidió a sus hombres que se arrodillaran ante el sello
real y juraran fidelidad al rey. Más tarde, la banda invitó a los «monjes» a comer la comida
consistió en venado realza la brasa. Poco después Eduardo II reveló a todos su identidad y
perdoné a los proscritos, con la condición de que se instalaran en la corte y se pusieran a su
servicio.

La leyenda aparece en A Lytefl Geste of Robyn ¡-Iood, un libro pub!icado en 1459. Puede
que todo esto no sea nada más que una leyenda; pero el rey estuvo realmente en
Nottingham en noviembre de 1323, y el relato de su encuentro con Robin Hood es
coherente con lo que se sabe de su personalidad. Además, el nombre de Robin Hood
aparece meses después, en 1324, en los registros de la casa de Eduardo II. Allí figuran
constancias de los salarios que se pagaron a Robin hasta noviembre de ese mismo año. A
partir de esa fecha, el nombre de Robin desaparece de los documentos oficiales para
sumergirse nuevamente en el folklore. Es posible que, después de disfrutar durante tanto
tiempo de la libertad en el bosque, Robin fuera incapaz de ponerse al servicio de nadie, ni
siquiera de su rey.

Las aventuras de Robin Hood en los bosques continuaron hasta cerca de 1346; se dice que
murió en ese año, en el monasterio de Kirkiees. Parece que la priora aceleró la muerte de
Robin cuando éste le pidió que pusiera fin a los dolores que padecía: la religiosa —se dice—
practicó a Robin una sangría tan prolongada que ya no pudo recuperarse.

La historia termina cuando Robin Hood consigue hacer sonar por última vez su cuerno de
caza, aportado por su fiel compañero, Pequeño John. Antes de morir, Robin disparó una
flecha desde la ventana de su habitación, en dirección al bosque, y pidió que lo enterraran
en el sitio donde la flecha hubiese caído. Aún hoy es posible ver el sitio que Robin eligió
como tumba. La de Robin Hood es una historia romántica, que se ha mantenido viva y ha
sido narrada y vuelta a narrar durante 600 años. Pero si se trata de un mito o de una
historia real, de un hecho histórico o de una leyenda, es algo que permanece en el misterio.

EL BUQUE FANTASMA LLAMADO "MARY CELESTE"


La tripulación que ha desaparecido sin dejar rastros

Había algo extraño en ese velero de dos mástiles que daba bandazos, sacudido por el oleaje
del Atlántico. Al principio no fue fácil discernir qué era lo que tenía de raro, pero sin duda
algo no andaba bien en él. La tripulación del bergantín De! Grano, reunida en cubierta,
observó el rumbo errático que llevaba el misterioso barco, al que un tiempo antes había
visto emerger como una pequeña mancha blanca en el horizonte grisáceo. El Dei Gratia se
fue acercando lentamente al velero, hasta que, a primeras horas de la tarde, el capitán
David Morehouse tomó un nimbo paralelo y comenzó a observar el extraño aspecto que
ofrecía el barco a través de sus catalejos.

Morehouse advirtió que el barco misterioso era,


como el suyo, un bergantín sólidamente
aparejado; pero éste sólo mantenía desplegadas
dos velas; las otras aparecían hechas jirones o
estaban recogidas. La enigmática embarcación,
empujada por las suaves ráfagas del viento,
viraba de izquierda a derecha como si el timonel estuviera borracho.

Pero el capitán Morehouse no tardó en averiguar por qué ese barco no navegaba en línea
recta y uniforme: cuando el Dei Gratia se acercó al barco misterioso, el capitán pudo
comprobar que no habla nadie al timón, no aparecía nadie en la cubierta y, en general, no
se observaban signos de vida. Morehouse hizo señales, pero nadie contestó desde ese
velero fantasmal desconocido. Ordenó que se bajara una lancha y que tres hombres
trasbordaran; los tres marineros, cuando se hubieron aproximado al velero, gritaron «Ah del
barco!... iAh del barco!» Pero no obtuvieron respuesta. En la lancha se desplazaron hasta la
popa del velero y leyeron el nombre que allí estaba pintado: Mary Celeste, Nueva York.

La última vez que se había visto al Mary Celeste había sido un mes atrás, el 1 de noviembre
de 1872, cuando el barco zarpó de Nueva York con rumbo Génova, portando una carga de
1700 barriles de alcohol en bruto. A bordé estaban el capitán, Benjamin Spooner Briggs —
un americano de 37 años— i ¡su primer oficial, Albert Richardson, que comandaban una
tripulación compuesta por siete marineros. También viajaban a bordo Sarah, la esposa del
capitán, y su pequeña hija de dos años, Sophie. Briggs, un hombre barbudo, honesto y
creyente, hacía su primer viaje en el Marv Celeste; anteriormente habla sido, capitán de un
barco y luego de una goleta; obtuvo su oportunidad de mandar el Mary Celeste cuando el
consorcio dueño del barco le ofrecía tener una participación, la tercera parte del velero que
anteriormente ostenta, A el nombre de The Amazon. Los propietarios dieron al velero su
nuevo nombre y lo sometieron a reparaciones que en realidad no resultaban
imprescindibles. antes de enviarlo hacia el invierno del Atlántico.

El Mary Celeste zarpó del East River de Nueva York y puso proa hacia las Azores, que según
el libro de a bordo fueron avistadas el 24 de noviembre. En ese lapso, el tiempo fue bueno y
la señora Briggs pudo pasar muchas mañanas en cubierta; por las tardes trabajaba con su
máquina de coser o tocaba el armonio (había persuadido a su marido para llevarlo con
ellos). Sin embargo, una vez pasadas las Azores, el tiempo empeoré. Soplaba una
considerable galerna, algo que no era suficientemente serio como para preocupar a un
capitán experimentado. Briggs se limitó a ordenar que se recogieran algunas velas. No
cundió el pánico y así lo demuestran las anotaciones del cuaderno de bitácora, que sólo
consigna hechos ordinarios. El día siguiente fue 25 de noviembre; por la mañana se anotó
en el libro de a bordo la orientación del barco. Y ése fue el último apunte que registraba el
libro.
Diez días después, el bote del Dei Gratia atracó a un costado del Mary Celeste. El primer
oficial, Oliver Deveau, y el segundo de a bordo, John Wright, subieron al velero y dejaron al
tercer marinero atrás, a fin de asegurar la lancha. Deveau y Wright examinaron el barco, y
lo que encontraron no hizo más que profundizar el misterio. El viento agitaba libremente el
cordaje. El timón oscilaba en silencio; el agua entraba y salía por la puerta de la cocina, que
estaba abierta; los marinos encontraron una brújula aplastada; el bote de desembarco
había desaparecido Pero bajo las cubiertas, el panorama era aún más extrañamente
normal: todo parecía en orden, salvo que no habla persona alguna. En el camarote del
capitán estaba el armonio de la señora Briggs, fabricado de palo de rosal; sobre el
instrumento aparecía una partitura abierta. La máquina de coser descansaba sobre la mesa;
los juguetes de la pequeña Sophie, tiernos polizones, aparecían cuidadosamente ordenados.

En los camarotes de la tripulación, la escena era igualmente normal; la ropa lavada colgaba
de una cuerda, donde la habían puesto a secar, y la ropa seca se apilaba sobre las literas en
orden, tal como la hablan dejado. En la cocina era evidente que se esto yo preparando el
desayuno, aunque sólo la mitad de las raciones parecía había sido servida. Deveau y Wright
volvieron a su bergantín e informaron a Morehouse de sus descubrimientos. El capitán
sugirió que tal vez el Mary Celeste hubiera sido abandonado por su tripulación durante una
tormenta.

Pero Deveau preguntó ¿Por qué, entonces, la botella con jarabe para la tos permaneció
abierta sobo la mesa sin derramarse? ¿Y cómo no se rompieron los platos y los adornos
encontrados en el camarote del capitán? Un motín, sugirió Morehouse; peo en el Mary
Celeste no se encontraron indicios de que se hubiera producido una lucha; y además ¿no
era improbable que los amotinados abandonaran el barco junto con sus víctimas? Quizá el
barco había comenzado a hacer agol Deveau admitió que en la bodega el agua subía casi a
un metro y que en la cubierta yacía abandonada la vara de sondeo. Pero un metro de agua
es cantidad normal que se acumula en un viejo barco de casco de madera después de diez
días de navegación, y se la podría haber achicado fácilmente bombeándola. Morehouse
decidió dejar de lado preguntas que no tenían respuesta y centrarse por entonces en los
problemas más importantes: salvar lo que se diera, por ejemplo. De manera que envió al
barco a la deriva a algunos de tripulantes que en unas pocas horas de bombeo dejaron la
bodega constantemente seca. Al día siguiente, los marineros repararon el aparejo.

El capitán sólo podía utilizar a tres de sus siete tripulantes para conducir a puerto al Mary
Celeste. Eligió para esa tarea a Deveau y a los marineros Augustus Anderson y Charles
Lund. En lo que constituye una proeza de habilidad náutica, los tres hombres consiguieron
conducir al Mary Celeste, a lo largo de 1.100 kilómetros, hasta el que curia su primer puerto
de escala, Gibraltar; allí estaba esperándolos el Dei Gratia. Las autoridades británicas de
Gibraltar se hicieron cargo del Mary Celeste y ordenaron una investigación. Morehouse,
Deveau y sus hombres fueron sometidos a largos interrogatorios. Se supo que bajo la litera
del capitán Briggs se había hallado una espada con manchas de sangre: ¿no probaba esto
que en el Mary Celeste tuvieron que ocurrir cosas muy graves? Pero una vez que se
examinó la espada, quedó claro que sus manchas no eran de sangre.

La investigación comprobó que nueve barriles de alcohol estaban vacíos y que otro estaba
abierto: ¿no se habría sublevado la tripulación mediante una borrachera? Deyeau explicó
pacientemente a la comisión investigadora que bajo las cubiertas el barco estaba en
perfecto orden. ¿No habría cedido Briggs al pánico durante una tormenta y ordenado que se
utilizara el bote salvavidas? No habla señales de nada semejante: el camarote del capitán
estaba todo lo ordenado que pueda esperarse de la habitación de un caballero; la mesa del
desayuno estaba puesta, e incluso el capitán había retirado cuidadosamente las cáscaras de
los huevos hervidos, que permanecían intactos en su plato. Pero el problema que más
desconcertó a los investigadores lo constituyó el encontrar respuestas convincentes para
estas preguntas: ¿Cómo pudo el Mary Celeste mantener el rumbo, sin tripulación, durante
diez días y 926 kilómetros?

Cuando el Dei Gratia se emparejó con el misterioso velero, Morehouse navegaba rumbo a
un puerto; el Mary Celeste estaba rumbo a estribor. Según la comisión, resultaba
inconcebible que el Mary Celeste hubiera navegado un trayecto tan largo con el velamen tal
corno lo encontró Morehouse. Alguien hubo abordar el barco durante algunos días, después
de la última anotación en el cuaderno de bitácora. Las autoridades de Gibraltar estaban
seguras de que el bote salvavidas del Mary Celeste aparecería pronto, para dar respuesta a
todas las preguntas. Pero el bote no apareció jamás y, el 10 de marzo de 1873, el tribunal
de la comisión Investigadora acordó compensar a Morehouse y a sus hombres con la poco
generosa cantidad de 1700 libras, muy escasa si se tiene en cuenta lo que éstos habían
salvado del mar al rescatar al Mary Celeste: alrededor del 15% del valor de ese barco de
200 toneladas de carga.

La investigación fue cerrada, pero las discusiones continuaron se afirmó que u los
tripulantes del Mary Celeste habían sido capturados por piratas o atrapados por un pulpo
gigantesco, o que habían chocado contra un i~ muerto de E fiebre amarilla; algunos
supusieron que el capitán habla enloquecido. Sin ¡embargo, la más extraordinaria de las
teorías sobre el caso del Manry Celeste fue sugerida cuarenta años más tarde, en 1913.
Howard Linford, director de un colegio de Hampstead, Londres, dio a conocer un manuscrito
sorprendente que un antiguo empleado del colegio le había ¡dejado en herencia. El
empleado se llamaba Abel Fosdyk y en su juventud había realizado numerosos viajes. En el
documento que en su lecho de muerte entregó al director del colegio, Fosdyk revelaba que,
aunque no quedó registrado oficialmente entre los pasajeros, había sido uno de los hombres
que viajó en el Mary Celeste, de cuya tragedia era el único sobreviviente. El manuscrito de
Fosdvk dice que durante el viaje el capitán Briggs encontró a su pequeña hija jugando cerca
del bauprés, la yerga que sobresale de la proa en los veleros. Entonces ordenó al carpintero
que hiciera una plataforma segura, para que la niña pudiera jugar sin peligro en su sitio
favorito.

A fin de asegurar la plataforma el carpintero practicó profundas muescas en el casco de


madera, debajo del bauprés, a ambos lados de la proa. Ése era el origen de las misteriosas
marcas que, ciertamente, fueron observadas en el Mary Celeste. Un día de calma, Briggs —
dice el manuscrito— sostuvo con su primer oficial una discusión acerca de la capacidad
humana para nadar con la ropa puesta. El excéntrico capitán, en el calor de la discusión,
saltó del barco al agua para probar su teoría. Todos los tripulantes y pasajeros se
precipitaron hacía la plataforma recién construida, para ver mejor el espectáculo fue
entonces cuando las maderas de la plataforma se quebraron arrojando al mar a todos.

Pronto aparecieron los tiburones, que dieron cuenta de todos los pasajeros con excepción de
Eosdyk, que se aferré a los restos de la plataforma hasta que las comentes lo arrastraron a
la costa de África. Aunque impresionó vivamente a los lectores de todo el mundo, el relato
fue rechazado por inverosímil. Así, lo que en verdad sucedió a la tripulación y a los
pasajeros del Mary Celeste sigue siendo hasta hoy un misterio.

Veamos qué destino tuvo el barco. Cuando el tribunal de la comisión investigadora de


Gibraltar dio por finalizada su labor, el Mary Celeste volvió a estar disponible pero los
marineros se. negaban a trabajar en ese barco creían que era un barco maldito. El Mary
Celeste cambió de manos diecisiete veces durante los once años siguientes, hasta que en
1884 fue adquirido por un grupo de empresarios de Boston. Los nuevos dueños aseguraron
el barco por una gran suma de dinero y lo fletaron rumbo a Haití. Allí, un día claro y con la
mar en calma, el capitán puso proa hacia un arrecife de coral, donde el barco se hizo
pedazos-El intento de fraude fue descubierto y el capitán y los empresarios tuvieron que
comparecer ante un tribunal. Mientras tanto, el viejo casco de madera del Mary Celeste se
pudría, invisible, en un remoto arrecife caribeño.

EL NAUFRAGIO DEL "LUSITANIA"


La Teoría de la conspiración bélica acerca del lujoso transatlántico torpedeado

Torpedo!... Torpedo a estribor!» Ése fue el aterrorizado grito que lanzó el vigía del
trasatlántico británico Lusitania, que surcaba las aguas a gran velocidad, a la altura de la
costa meridional de Irlanda, el 7 de mayo de 1915. Pero no hubo tiempo para corregir el
rumbo, para tratar de evitar la acción del proyectil, que se estrelló contra su objetivo.

A veinte kilómetros de distancia, en la Old Head Kinsale, una punta que se ama al mar, al
sur de Cork, una multitud admiraba el paso del gigantesco trasatlántico construido por la
Cunard Steam Ship Co. Quienes tenían prismáticos quedaron perplejos al ver cómo
empezaba a elevarse del barco una débil columna de humo. Un hombre controló su reloj:
eran las 2:11 de la tarde. Dieciocho minutos después, el Lusitania se había hundido bajo las
olas arrasando consigo a 1198 personas, 124 de las cuales eran americanas.

El último dato terminó por cambiarle curso de la historia, porque la muerte los pasajeros
norteamericanos condujo a la intervención de Estados Unidos América en la Primera Guerra
Mundial y aseguró así la victoria de los aliados.
El hundimiento del Lusitania no fue sólo uno de los sucesos clave en el curda la guerra más
sangrienta que el mundo hubiera conocido hasta entonces, también enfrentó a los
historiadores con un misterio que hasta hoy todavía no ¡Ido resuelto. El misterio puede ser
descrito en pocas preguntas: ¿Era el ¡(tonto un barco de pasajeros o era un buque de
guerra? ¿Es cierto que transportaba armas? ¿Fue el trasatlántico sacrificado de intento, a fin
de obligar Estados Unidos de América a intervenir en la guerra?

El Lusitania fue proyectado con el objetivo de ganar la Cinta Azul, condición reservada al
barco que cruzaba el Atlántico en menos tiempo; dos líneas marítimas alemanas se habían
repartido el trofeo anual desde 1897. La construcción del trasatlántico fue subvencionada
por el almirantazgo británico mediante acuerdos secretos con la Cunard, que no fueron
revelados hasta mucho tiempo más tarde. El buque medía 203 metros de largo; estaba
capacitado para transportar, con gran lujo, a 2300 pasajeros y a los 900 tripulante
Navegaba a 25 nudos y estaba artillado con doce cañones de 6 pulgadas.

El último viaje del trasatlántico, de Nueva York a Liverpool, comenzó el de mayo de 1915.
Los alemanes advirtieron a los pasajeros que pensaban viajar en el Lusitania que desistieran
de su propósito y cancelaran sus reserva Subrayaron que todo barco de pasajeros
perteneciente a un país enemigo que entrara en aguas de la zona de guerra se exponía a
ser atacado. Se prevenía los gobiernos neutrales de que no deberían permitir que sus
«tripulaciones, pasajeros o mercancías» utilizaran esos barcos.

La embajada alemana en Washington llegó incluso a publicar en los periódicos americanos


anuncios que advertían: «A los viajeros que proyecten embarcarse en una travesía por el
Atlántico, se les recuerda que existe estado de guerra entre Alemania y Gran Bretaña, y que
los barcos de bandera británica pueden ser destruidos. Los pasajeros que viajen por la zona
de guerra en bu cos de Gran Bretaña o de sus países aliados, lo harán bajo su propia
responsabilidad»

A pesar de todo, 188 americanos reservaron pasajes a bordo del Lusitania en cuya
“inocente» declaración de carga no figuraban las más de 4000 cajas de municiones que
transportaba, destinadas a contribuir al esfuerzo de guerra de los aliados.

Mientras el trasatlántico se alejaba de Nueva York, muchas personas, a otro lado del
Atlántico, temían por la suerte del Lusitania.
Winston Churchill por entonces primer lord del almirantazgo, organizó una reunión en la que
participaron lord Fisher, jefe de la marina, y varios expertos en inteligencia naval; éstos
habían recibido el encargo de preparar un informe sobre las consecuencias probables del
hundimiento de un trasatlántico con pasajeros norteamericanos a bordo. Casi al mismo
tiempo, el embajador de Estados Unidos da América en Londres se preguntaba, en una
carta dirigida a su hijo, qué baila ‘<el Tío 5am si un trasatlántico lleno de pasajeros
americanos fuera volado en pedazos». Por su parte, el rey Jorge V concedió una audiencia
al cornijal Edward House, enviado especial del presidente Woodrow Wilson; durante la
entrevista, se dice, el rey formuló al coronel esta pregunta: ¿Qué haría Amén’ a si los
alemanes hundieran el Lusitania?

Todos los elementos estaban preparados para el desastre. El 7 de mayo, al Lusitania se


aproximaba a la costa irlandesa; el capitán, comandante Willliam Turner, apodado Bowler
Bill, (Bill, el Lanzador), sólo había recibido un aviso del peligro que tenía delante: se
trataba de un radiomensaje firmado por al vicealmirante sir Henry Coke —cuyo cuartel
general estaba situado en Queenstown, Cork— que rezaba: «Submarinos en actividad a la
altura de la costa meridional de Irlanda.»

Uno de esos submarinos era el U20, y estaba bajo el mando del comandante, Schwieger; el
U20, que había permanecido en el mar desde el 30 de anterior y viajaba de regreso a su
base, en Wilhelmshaven fue el primero avistar el barco. Pero al principio Schwieger no
reconoció el trasatlántico; solo pudo describirlo como “un bosque de mástiles y chimeneas»:
por entonces Lusitania era el más imponente de los bancos del mundo.

Cuando se acercaba a la punta de Kinsale, el trasatlántico cambió de rumbo “A partir de


ese momento se dirigió en línea recta hacia nosotros —contaría Schwieger—; no podía
haber elegido un rumbo más perfecto si hubiera tratado deliberadamente, de ofrecemos un
blanco.»

Cuando el barco se hubo acercado a solamente 365 metros, el capitán Schwieger ordenó
que se disparara el torpedo. Hizo blanco en el barco, sobre estribor debajo del puente. El
agua entró con una presión demasiado fuerte y pudo ser contenida por los 119
compartimentos estancos de que estaba ¡do, La proa desapareció bajo un mar calmo, al
tiempo que el barco comenzaba a inclinarse hacia estribor.

Cuando la proa chocó con el fondo del mar, a 96 metros de profundidad, la it quedó un rato
al aire, con sus enormes hélices apuntando hacia el cielo.
Luego, el inmenso casco del trasatlántico se deslizó, arrojando humo y burbujas, hacia el
fondo del mar. La superficie marina se pobló de pronto con patéticas figuras; el Lusitania
estaba bien equipado con salvavidas, pero no hubo tiempo de usarlos. De las 1198 personas
que perecieron, 785 eran pasajeros, y de éstos 125 eran niños, Una mujer embarazada, que
dio a luz durante el viaje, pereció junto con su pequeño hijo.

A partir de entonces, se ha desarrollado una rigurosa controversia entre los historiadores.


Se trata de saber silos alemanes tenían razón al juzgar al Lusitania como un objetivo de
guerra legítimo; también se intenta aclarar si el trasatlántico iba armado y si transportaba
un cargamento bélico. Pero la pregunta 1 más inquietante es ésta: ¿Envió el gobierno
británico al Lusitania a u a ruta suicida, a través de aguas infestadas de submarinos
alemanes, con el objeto de forzar a los americanos a entrar en la guerra?

Los misterios que rodean el hundimiento del Lusitania han sido exhaustiva mente
examinados por los historiadores, de manera especial por el escritor Colin Simpson, cuyo
libro sobre el tema propone varias y polémicas conclusiones acerca de la tragedia del
Lusitania.

La primera de ellas indica que el barco iba armado con, por lo menos, doce cañones de 6
pulgadas y que transportaba un abundante cargamento de municiones y explosivos.
Simpson dio cuenta de que el Lusitania fue sometido, en un dique seco de Liverpool, en
1913, a modificaciones que lo capacitaban para ser dotado de artillería pesada en caso
necesario. Así el trasatlántico quedó en realidad transformado en crucero de guerra auxiliar.
El autor sostiene que una de las calderas del buque fue convertida en un depósito de
cartuchos, dotado de montacargas que podían elevar los proyectiles hasta la cubierta.

Más discutible es la segunda aseveración de Simpson, según la cual el almirantazgo


británico (y esto culpa directamente a Churchill) retiró los destructores escolta que
protegían el Lusitania, a pesar de que se sabia que los submarinos alemanes interceptarían
su ruta.

Lo cierto es que el capitán Turner no recibió nunca la información de que los barcos de
guerra que custodiaban barco habían sido desviados y enviados a otro destino.

El propio Turner, que sobrevivió al hundimiento, afirmó durante el resto de su vida que
había recibido un mensaje en código naval, con la orden de modificar el rumbo de la nave y
dirigirla hacia el punto donde el submarino alemán la estaba esperando.
Durante los años que dedicó a la investigación, Simpson exhumó documentos hasta
entonces no publicados, procedentes de los archivos nacionales le Washington, del
almirantazgo y de la empresa naviera Cunard. Estos documentos lo llevaron a creer, igual
que a otros muchos historiadores, que después del desastre norteamericanos y británicos se
pusieron de acuerdo para tender sobre el caso un tupido velo encubridor. Se afirma hoy que
la declaración de carga del buque fue falsificada; además, en los partes oficiales de Henry
Coke, tanto como en el registro de señales del almirantazgo, faltan las entradas
correspondientes al 7 de mayo: son las únicas páginas perdidas de los documentos oficiales
en todo el periodo de la guerra.de los grandes misterios que ha dejado perplejos a los
investigadores es a de que el Lusitania se hundiera tan rápidamente.

El torpedo dispara el submarino alemán era del tipo G, cuyo poder de destrucción y de
penetración es sólo moderado. Sin embargo, ese único torpedo hundió un o transatlántico
en sólo 18 minutos: este hecho no ha sido explicado. Afirma que el transatlántico tenía un
peligroso defecto de diseño en su estructura. Los motores y la maquinaria ocupaban
demasiado espacio, por lo arte del carbón que transportaba el barco tenía que ser
almacenado en armamentos que no habían sido proyectados para ese fin.

Fueron los mecánicos quienes eligieron, para almacenar el carbón, los compartimentos
estancos especiales, un elemento destinado a aumentar la seguridad del barco,
compartimentos o cámaras de aire, que deberían haber mantenido el rilo a flote, estuvieron,
durante el trágico viaje, cargados de carbón hasta el tope.

Pero hay otra razón, más siniestra, que explicaría el rápido hundimiento del buque. Los
buzos que descendieron hasta el fondo del mar para revisar el transatlántico hundido,
informaron que uno de los costados y la parte inferior del o habían sido destruidos por una
explosión producida en el interior de la nave.

Esta explosión debió haber sido mucho más poderosa que la causada un torpedo de tipo G.
Lo que pudo causar una explosión de esa naturaleza es lo que continúa siendo un misterio.

Una explicación plausible sería que, en las bodegas del Lusitania, a pesar de lo que
aseguraba la declaración oficial de carga, no sólo se almacenaba manteca y queso, planchas
de latón y conservas de carne. ¿Estaban allí las 4000 cajas municiones que, como se
admitió más tarde, viajaban clandestinamente a o? ¿Era el Lusitania en realidad un
transporte de material bélico, que camuflaba su verdadera naturaleza detrás de 1198
personas inocentes y vidas al sacrificio?
CUAL ES EL ROSTRO DE DIOS?
La imagen que aparece sobre el
sudado de Turín asombra al mundo
cristiano

En 1898, la fotografía sólo era un hobby,


un entretenimiento para quienes se
dedicaban a ella. El arqueólogo italiano
Secundo Pia era uno de esos meros
aficionados; pero la fotografía que
obtuvo en la capilla de los duques de
Saboya, en la catedral de Turín, alcanzó
para el conjunto de la cristiandad una
profunda significación.

Porque el negativo conseguido por Pia


parecía mostrar el rostro de Cristo. El
joven arqueólogo era la primera persona
a la que se permitió fotografiar más
famosa reliquia de la catedral, el sudario
de Turín, en el cual —se afirmaba—
Cristo fue envuelto después de la
crucifixión. Siempre se dijo que el darlo
contenía el contorno borroso del cuerpo
de Cristo, aunque lo mismo afirmaba de
cuarenta o más piezas de lino
conservadas en diversas iglesias de toda
Europa. Pero cuando tomó su fotografía,
obtuvo como resultado un neto negativo
fotográfico que muestra a un hombre
crucificado. Debido a que la fotografía
científica era una disciplina relativamente
nueva desconocida, la sorprendente
placa obtenida por Pia no fue al principio
acertada como genuina por todos.
Hubo que esperar hasta 1931, cuando el sudario fue nuevamente fotografiado, esta vez por
el fotógrafo profesional Giusepe Enri,. que contaba con medios técnicos más adecuados- Y
la sorprendente placa que éste obtuvo terminó por convencer a los escépticos, al mismo
tiempo que llamaba la atención de todo el mundo sobre la reliquia de Turín. Hoy, después
de largos años de investigación científica, el Santo Sudario d Turín puede ser «lerdo» casi
como un libro. Y nana una historia que se prolonga durante 2000 años. El sudario de Turín
tiene 4,25 metros de largo y 1 metro de ancho. Su tela una mezcla de algodón y de lino,
tejido con una trama en forma de espiga, u estilo propio de Palestina durante el primer siglo
de nuestra era.

Los científicos suizos han llegado incluso a analizar el polen que contenía la tela, y lo ha
datado también del siglo La tela, de color crema, aparece marcada con u borroso contorno
castaño que dibuja el cuerpo de un hombre; tiene también manchas de sangre, más oscura
y del color de la herrumbra Las marcas indican que el hombre estaba desnudo, medía 1,55
metros de estatura, tenía un cabellera que le llegaba hasta los hombros y llevaba barba.
También muestra claramente que el hombre fue torturado y crucificado. Las manos fueron
clavadas por las palmas; los pies fueron fijados juntos, con un solo clavo Las manchas de la
tela muestran que el cuerpo recibió más de cien latigazos, muchos de ellos infligidos con un
tipo de látigo formado por un mayal, al que se sujetaban bolas de metal pesado. Y
muestran también que el hombre recibió t lanzazo en el costado.

Es fácil aceptar que la sangre haya manchado el sudario, pero no resultó sencillo
comprender cómo pudo la sangre marcar el contorno del cuerpo en -tejido y permanecer
visible durante tantos siglos. Una explicación popular indica que la resurrección provocó una
liberación sobrenatural de energía que marcó perdurablemente la tela. Más científica parece
la teoría de que las manchas fueron fijadas al sudario por las emanaciones de la piel
(probablemente amoníaco), o por el sudor, mezclado con las esencias funerarias del ritual
judío.

La más reciente y la más asombrosa de las teorías, sin embargo, es la que han propuesto
los científicos de la Fuerza Aérea de Estados Unidos de América; para ellos, la imagen que
aparece en el sudario fue grabada por un estado, calculable en microsegundos, de intensa
radiación. Se han llevado a cabo numerosas investigaciones, tratando de rastrear los sus
orígenes el viaje del sudario.
La primera referencia al sudario de la crucifixión aparece en el Evangelio de San Marcos,
donde se nana que la vestimenta en la que Cristo había sido envuelto apareció en la tumba
vacía- Transcurrieron trescientos años antes de que el sudario volviera a ser mencionado:
reencuentra en los relatos de los peregrinos a Jerusalén. Por aquel entonces prenda sagrada
pasó de Palestina a Constantinopla, y de allí a Francia, adonde llegó en el siglo XIII. A fines
del siglo XV, el sudado pasó a manos de Luis I, quien se comprometió a resguardarlo de
todo peligro; a tal fin construyó una capilla en Chambeiy, donde el sudado permaneció un
tiempo.

Pero en 1532, el fuego arrasó la capilla y dañó la arquilla de plata en la que reposaba la
reliquia. Se supone que fue entonces cuando el sudado plegado recibió las marcas
simétricas de que madura que ahora ostenta. La tela fue cuidadosamente zurcida por las
monje. y finalmente, en 1572, se trasladó a la catedral de Turín.

Si la historia del sudario, como hemos visto, es tan incierta, ¿por qué tanto, cristianos están
convencidos de que representa el único retrato genuino le Jesucristo? Miles de personas
fueron crucificadas por los romanos en Palestina: ¿Por qué pensar que justamente esta
prenda sepulcral es la de Cristo? La respuesta a esta pregunta la han proporcionado los
científicos. Éstos sostienen que la figura impresa sobre el sudario demuestra que os cabellos
de le víctima estaban intensamente manchados de sangre.

La fuente de esa sangre eran rasguños a lo largo de su frente. Es una evidencia que
concuerda con el relato del Nuevo Testamento acerca de la corona de espinas que fue
clavad,,, con cruel soma, alrededor de la cabeza del "Rey de los judíos”.

LA MALDICIÓN DE "TUTANKAMON"
La muerte cayó sobre quienes osaron perturbar el
sueño de los faraones.

De pronto, en medio de la noche, un perro comenzó a


aullar en aquella casa decampo de Inglaterra. El
constante, lastimero aullido terminó por despertar la
familia que ocupaba la casa. Pese a los esfuerzos de la
familia, el perro no pudo ser calmado: el desdichado
animal siguió aullando hasta que sin aliente, exhausto,
cayó muerto.
Este extraño suceso ocurrió en Hampshire, en la casa que poseía lord Carnarvon, un
arqueólogo aficionado de 57 años, perteneciente a la nobleza. En el momento en que el
perro comenzó a aullar, el propio lord Carnarvon agonizaba, a miles de kilómetros de su
casa, en una habitación del hotel Continental, de El Cairo. La maldición del rey niño, el
faraón Tutankamon, se cobraba a sus dos primeras víctimas, a las que seguirían muchas
mas.

La maldición faraónica era algo que lord Carnarvon conocía bien; no solo porque el
aristócrata era un entusiasta egiptólogo, sino porque alguien se recordó cuando todavía
estaba en Inglaterra preparando la última y más ambiciosa de sus expediciones a Egipto: la
que debía llevarlo hasta la fabulosa tumba de Tutankamon, llena de inapreciables tesoros.
Lord Carnarvon recibió un, misteriosa advertencia, formulada por un célebre místico de
aquella época, el conde Hamon. Su mensaje decía: «Lord Carnarvon. No entre en tumba.
Peligroso desobedecer. Si ignora advertencia enfermará sin recuperación. La muerte lo
reclamará en Egipto.» El aristócrata tomó tan en serio esta advertencia que consultó dos
veces a una adivina. Las dos veces, la vidente le predijo que moriría muy pronto y en
misteriosas circunstancias.

A pesar de todo, Lord Carnarvon siguió adelante con la expedición; es que con ella se hacía
realidad una ambición que lo habla absorbido durante largos años. Cuando llegó a Egipto, se
mostró airosamente valiente, restando importancia a la maldición faraónica; en ese mismo
momento, la maldición de Tutankamon tenía aterrorizados a los trabajadores nativos,
empleados en la excavación de Luxor. Arthur Weigall, uno de los socios más importantes de
expedición, se sintió impulsado a declarar: «Si Carnarvon baja a la tumba con ese humor
despreocupado, no le doy mucho tiempo de vida.»

El 17 de febrero de 1923, Carnarvon y su equipo se abrieron camino has! la cámara


funeraria del rey niño egipcio. En ella, lord Carnarvon y su colega norteamericano, Howard
Carter, se encontraron tesoros que ni siquiera hubieran sido soñados: oro, piedras y gemas
preciosas, así como el ataúd de oro macizo que contenía el cuerno momificado de
Tutankamon. Sobre la tumba había una inscripción, que los expedicionarios consiguieron
traducir. Rezaba: «La muerte llegará a los que perturben el sueño de los faraones.»

Dos meses más tarde, el ya famoso lord Carnarvon despertó en su habitación del hotel
Continental y dijo: «Me siento muy mal.» Cuando su hijo acudió verlo, Carnarvon estaba
inconsciente. Murió esa misma noche. El hijo del aristócrata estaba descansando en el
cuarto contiguo en el momento en que Carnarvon moría. Tiempo después, el muchacho
recordó que «las luces se apagaron en toda la ciudad de El Cairo; encendimos velas y
rezamos».

La muerte de Carnarvon fue atribuida a la infección que le transmitió un mosquito; la


infección, se dijo, lo debilitó y causó el comienzo de una pulmonía. Se agregaba un dato
extraño: el cuerpo momificado del faraón egipcio tenía una pequeña mancha sobre la mejilla
izquierda, exactamente en el mismo sitio donde el mosquito había picado a lord Carnarvon.

Poco tiempo después se produjo otra muerte en el hotel Continental. El arqueólogo


norteamericano Arthur Mace, uno de ‘los miembros más destaca dos de la expedición
Carnarvon, comenzó a quejarse de cansancio y súbita mente entró en coma; murió antes de
que los médicos pudieran diagnosticar el mal que padecía.

Los egiptólogos comenzaron a morir uno tras otro. Un íntimo amigo de lord Carnarvon,
George Gould, viajó precipitadamente a Egipto tan pronto como se enteró de la muerte del
aristócrata inglés. Gould visitó la tumba del faraón y al día siguiente sufrió un colapso,
caracterizado por la fiebre alta. Murió doce horas más tarde.

El radiólogo Archibald Reid, que examinó con rayos X el cuerpo de Tutankamon, fue
enviado a su casa, en Inglaterra, apenas comenzó a quejarse de agotamiento. Murió poco
después. Richard Eethell, que durante la expedición actuó como secretario personal de
Carnarvon, fue encontrado muerto en la cama, víctima de un ataque cardíaco.

El industrial británico Joel Wool fue uno de los primeros invitados oficiales, ver la tumba
del faraón; murió poco después, víctima de una misteriosa, fiebre. En un lapso de seis años
—los que duró la excavación de la tumba d, Tutankamon—, murieron doce de los
arqueólogos presentes en el momento del descubrimiento. Y, al cabo de siete años, sólo dos
de los miembros del equipo original de excavadores estaban aún con vida. No menos de
otras veintidós personas vinculadas a la expedición murieron de manera prematura entre
ellas figuran lady Camavon y el hermanastro del aristócrata arqueólogo Este último se
suicidó, aparentemente en medio de una crisis de locura súbita.

Uno de los afortunados supervivientes fue el codirector de la expedición, Howard Carter.


El arqueólogo siguió mofándose de la legendaria maldición faraónica y murió por causas
naturales en 1939.
Pero la maldición de los faraones siguió cobrando su precio en víctimas. muchos años
después de la desaparición de Carter. En 1966, el gobierno de El Cairo encargó a
Mohammed lbrahan, director de Antigüedades de Egipto que organizara una exposición de
los tesoros de Tutankamon en París. lbraham se opuso a esa decisión y tuvo un sueño
premonitorio, según el cual debería enfrentarse personalmente a un peligro de muerte silos
tesoros del faraón salían de Egipto.

Cuando lbraham salía de la última reunión, en la que había tratado infructuosamente de


convencer a los funcionarios gubernamental, fue atropellado y muerto por un coche. Tres
años después, el único superviviente de la expedición Carnarvon a la tumba faraónica,
Richard Adamson, de 70 años de edad, concedió a la televisión británica una entrevista. En
ella se proponía «demoler el mito de la maldición egipcia».

Adamson, que habla actuado como guardia de seguridad de loo Carnarvon, explicó a los
telespectadores: «No creo y no he creído en ese mito, ni por un solo momento.» Más tarde,
cuando abandonaba los estudios de tele visión, el taxi que lo llevaba chocó; Adamson fue
arrojado sobre la carretera un camión, que giraba en ese momento, estuvo a escasos
centímetros de aplastarle la cabeza.

Era la tercera vez que Adamson hablaba en público para desmentir la leyenda faraónica.
La primera en que explicó francamente su incredulidad, su mujer murió veinticuatro horas
más tarde. La segunda vez, su hijo se fracturó la columna vertebral en un accidente de
aviación.

Después de su choque en la carretera, Adamson, que se restablecía de su” heridas


craneales en un hospital, confesó: «Hasta ahora me he negado a creer que mis desgracias
familiares tuvieron algo que ver con la maldición de lo” faraones. Pero ya no me siento tan
seguro.»

El temor a la maldición de los faraones volvió a surgir en 1972, mientras la máscara de


oro de Tutankamon era embalada antes de viajar a Londres, don de había de ser exhibida
en el Museo Británico. El hombre que tenía a su cargo en El Cairo la operación del traslado
era el doctor Gamal Mehrez, que había sustituido al malogrado Mohammed lbraham en el
cargo de director de Mil antigüedades de Egipto.

El doctor Mehrez no creìa en la maldición faraónica. Decía: «Yo, más que ninguna otra
persona en el mundo, he estado en contacto con las tumbas y las momias de los faraones;
sin embargo, todavía estoy vivo. Soy la prueba viviente de que todas las tragedias
vinculadas con los faraones han sido una simple coincidencia. Por el momento, al menos, no
creo en la maldición.»

El doctor Mehrez estaba en el Museo de El Cairo, organizando los último detalles de la


mudanza, el día que los exportadores llegaron para instalar la inapreciable carga en los
camiones. Esa tarde, después de haber observado 1, operación de carga, Mehrez murió.
Tenía 52 años; las causas de su muerte fueron atribuidas a un colapso circulatorio.

Imperturbables, los organizadores de la exposición continuaron con los preparativos. Un


avión del Comando de Transportes de la Real Fuerza Aérea, destinado a la tarea de llevar
las reliquias a Gran Bretaña. En los cinco año que siguieron al día del vuelo, seis miembros
de la tripulación de la aeronave fueron víctimas del infortunio o fueron visitados por la
muerte. El oficial Riel, Laude, piloto jefe del avión Britann la, y el ingeniero de vuelo
gozaban de un excelente salud. Pero ambos estaban destinados a morir muy pronto. La
esposa Parkinson informó que, a partir del vuelo, el aviador habla sufrido un ataque
cardíaco anual, siempre en la misma época del año en que había transportado las reliquias
egipcias. El último ataque acabó con él, en 1978; tenía ente 45 años.

El comandante Laurie había muerto dos años antes también víctima de un ataque
cardíaco. Cuando Laude murió, su esposa dijo: «Es maldición de Tutankamon, esa
maldición lo ha matado.» Laude no tenía que 40 años.

Durante el vuelo del Britannia, el oficial que mandaba a los técnicos, Ian Landsdowne,
golpeó con el pie, en broma, la caja que contenía la máscara mortuoria de Tutankamon.
Comentó, riendo: «Acabo de patear el objeto más del mundo.» La pierna con la que dio el
golpe estuvo escayolada durante meses: sufrió graves fracturas cuando, de manera
inexplicable, una escalera la que había subido se derrumbó bajo su peso.

El oficial de navegación, teniente aviador Jim Webb, perdió todas sus pertenencias cuando
su casa resultó destruida por un incendio. Una joven que viajó a bordo del avión Britannia
en aquel vuelo tuvo que abandonar la RAF después de sufrir una e operación.

Un camarero del Britonnia, el sargento Brian Rounsfall, reveló, en el vuelo de regreso a


Londres jugamos a las cartas utilizando el ataúd como mesa. Por turno, nos sentábamos
sobre la caja que contenía la máscara mortuoria, do y bromeando acerca de ella. No
fuimos irrespetuosos: sólo nos divertíamos un poco.» En la época del vuelo, Rounfall tenía
35 años de edad. En los años siguientes sufrió dos ataques de corazón.

Existe alguna manera lógica de explicar esas muertes misteriosas y esa acumulación de
desgracias sobre tantas personas vinculadas a las reliquias de Tutankamon?

El periodista Phillip Vandenburg estudió, durante años, la leyenda sobre la maldición de


los faraones y aportó dos sugerencias interesantes. En su libro The Curse of tire Pharaohs,
demuestra que las tumbas, dentro de las pirámides, eran ambientes propicios para la
supervivencia de bacterias; a lo largo de los siglos, dice el autor, éstas podrían haber
desarrollado nuevas y descocidas especies cuyo poder se hubiese mantenido hasta la
actualidad.

Vandenburg señaló también que los antiguos egipcios eran expertos en el o de venenos; y
algunas drogas no necesitan ser ingeridas para matar: pueden ser letales por contacto, por
penetración en la piel. Así sugiere que los egipcios podrían haber mezclado sustancias
venenosas con la pintura de las redes interiores de las tumbas, que luego fueron selladas y
convertidas en reductos herméticos.

Por esta razón, los antiguos ladrones de tumbas, que incursionaban en éstas, practicaban
un pequeño orificio en la pared de la cámara, a fin de que el aire fresco circulase, antes de
atreverse a forzar la cámara.

Pero la explicación más extraordinaria acerca de la maldición de los faraones fue propuesta
en 1949. Su autor fue el profesor Louis Bulgarini, quien aclaró: «Es definitivamente posible
que los antiguos egipcios hayan usado radiaciones atómicas para proteger sus lugares
sagrados.

LA GRAN PIRÁMIDE GIZEH


Una edificación ante cuya construcción se hubieran acobardado los ingenieros
modernos

La gran pirámide de Gizeh, en Egipto, debía ser el último monumento, un gran monumento,
digno del hombre al que conmemorada: el rey Khufu, más conocido por su nombre griego,
Keops; uno de los gobernantes más poderosos que haya conocido el mundo antiguo. A lo
largo de los terraplenes del Nilo, se elevan alrededor de cuarenta pirámides, pero una de
ellas puede ser comparada con la gran pirámide de Gizeh. Este monumento mide más de
137 metros de altura y abarca una superficie cuadrada de unos doscientos treinta metros de
lado.

Los bloques de piedra usados en su construcción —2.300.000— fueron cortados con gran
precisión y tienen un peso que varía de 2 a 15 toneladas. Los grafos de Napoleón calcularon
que contiene piedra suficiente como para construir un muro de 2,73 metros de altura y 91
centímetros de grosor alrededor toda Francia. base de la pirámide es un cuadrado perfecto;
los cuatro lados encaran exactitud a los cuatro puntos cardinales. Las esquinas constituyen
ángulos os que rozan la perfección.

Todavía hoy, a pesar de la difusión de la fotografía, resulta difícil imaginar imponente es la


pirámide sin haberla visto con los propios ojos. Pero O años atrás el monumento era todavía
más impresionante: estaba revestida con una reluciente caliza blanca (saqueada desde hace
mucho tiempo para utilizada como material de construcción en otras zonas) y coronada por
un casquete de oro batido, que medía nueve metros...muchos se preguntan si la gran
pirámide es sencillamente una maravilla técnica de la antigüedad o un monumento que
posee una significación más profunda, una significación mística. medida que se conocen
nuevos aspectos de la antigüedad, surgen pruebas irrefutables de que las civilizaciones
pretéritas alcanzaron, frecuentemente, asombrosos niveles de sabiduría científica. Algunas
de ellas parecen haber poseído, incluso, conocimientos de los que hoy carecemos.

Por ejemplo: Como se las arreglaron los antiguos egipcios, que ni siquiera habían
descubierto rueda, pera levantar la gran pirámide, valiéndose solamente de palancas y
rodillos? ¿Cómo pudieron tallar los gigantescos bloques de granito con asombrosa
precisión? ¿Cómo pudieron endurecer el bronce de sus herramientas hasta dotarlo de una
resistencia que hoy resulta inimitable? ¿Cómo adquirieron la audacia que les permitió
acometer un proyecto de tal magnitud Intimidada incluso a los más inquietos y aventurados
arquitectos o ingenieros modernos? gran pirámide está asentada sobre una meseta rocosa,
a 16 kilómetros de Cairo. Se cree que, antes de levantarla, los egipcios construyeron una
base exactamente nivelada, para lo cual debieron edificar un muro de barro alrededor de la
meseta. Luego, seguramente inundaron el área cercada. A medida que el agua fue luego
gradualmente drenada, aparecieron los sitios salientes, protuberancias, que emparejaron
hasta que quedó una vasta superficie plana. Sobre esta base, más profunda que la que
sostiene nuestros rascacielos modernos, las cuadrillas de trabajadores comenzaron a
arrastrar los gigantes bloques de arenisca, desde las canteras. El material para construir la
cobertura de caliza brillante tuvo que ser traído desde más lejos: de las canteras situadas
en los terraplenes del Nilo. Las rocas fueron arrastradas en trineos, través de suaves
rampas; una vez llevadas al sitio adecuado, los canteros se encargaron de cortarlas con
toda exactitud.

La tumba se cavó, como un profundo túnel, en el basamento de roca maciza sobre el que se
levantaría la pirámide; ésta fue la tumba que se previó utilizar en el caso de que el
emperador muriera antes de que el monumento estuviera terminado. Luego se construyó
otra tumba, ya dentro de la pirámide, pero a un nivel inferior a la que debería ser la
verdadera cámara funeraria: ésta fue emplazada en el corazón mismo de la pirámide, a
unos cuarenta y dos metros sobre el nivel del suelo. A esta cámara mortuoria se llegaba por
un pequeño pasadizo, que desembocaba en una majestuosa galería de 7,5 metros de altura.

Dentro del pasadizo fueron emplazados enormes «tapones» de granito. de manera que éste
pudiera ser bloqueado para siempre una vez que los sacerdotes hubieran completado los
ritos fúnebres dentro de la cámara funeraria. Pero a pesar de todos estos complicados
preparativos, parece que jamás se depositó un cadáver en la gran pirámide. Los egiptólogos
están divididos en dos grandes grupos: los que creen que os monumentos poseen alguna
significación profunda y misteriosa y los que creen que son simples tumbas. Pero, si la gran
pirámide es una mera tumba, por qué esa ausencia de un cuerpo sepultado y por qué esa
matemática precisa de cada muro, de cada pendiente, corredor y cavidad.

Tal como demuestran las tumbas del Valle de los Reyes —donde los arqueólogos
encontraron la tumba de Tutankamon— los cadáveres eran habitualmente enterrados junto
con obras de arte y objetos de valor. Cuando los ladrones hacían sus incursiones en las
tumbas, robaban lo que encontraban de valioso, difícilmente se llevarían un cadáver. Sin
embargo, cuando la gran pirámide fu violada por primera vez, en el año 800 de nuestra era
(el violador fue un joven califa de Bagdad, Al Mamun), no se encontró ningún cuerpo eh
ella. De hecho, después de penetrar en la pirámide, Al Mamun no se convirtió e un
saqueador.

El califa había oído leyendas según las cuales la gran pirámide contenía cartas y mapas
astronómicos, el cristal que no se rompía y los metales más puros. Después de una
peligrosa y ardua perforación de las grande defensas de granito, llegó finalmente a la
cámara mortuoria del rey.

Todo lo que encontró en ella fue un sarcófago vacío y sin tapa y el ataúd de piedra Al califa
le parecía imposible, después de haber visto los grandes tapones d roca, inviolados hasta
ese momento, que alguien le hubiera precedido en si penetración en el monumento.
Investigó en busca de pruebas, tales como un entrada forzada o rastros de saqueo, pero no
encontró nada de eso. De manera que se fue, decepcionado y perplejo, preguntándose para
qué fines se habían construido el vasto monumento. Desde ese momento, la gran pirámide
no volvió a ser perturbada durante siglos, hasta que los científicos y matemáticos británicos
y franceses comenzaron a interesarse por ella, en los siglos XVII y XVIII.

En 1683, John Greaves, un estudiante de Oxford, exploró la cámara mortuoria del rey y
quedó maravilla do ante la precisión de sus medidas, que no se apartaban de la simetría «n
siquiera en una milésima parte de un pie».

Los descubrimientos de Greaves atrajeron la atención de otros universitarios británicos,


entre los que se contaba sir Isaac Newton; todos trabajaron empeñosamente para descubrir
el secreto de la pirámide, pero fracasaron. En la década de 1830, un aventurero inglés, el
coronel Richard Howard Vyse, dirigió un equipo de investigadores; su principal hallazgo fue
el de los dos conductos, de 23 centímetros de diámetro, que comunican los frentes norte
sur de la pirámide con la cámara mortuoria real. Cuando estos conductos fueron
despejados, el clima dentro de la cámara mortuoria permaneció inamovible, a -2°C,
cualquiera que fuese la temperatura que reinaba fuera de la pirámide. Se trata de una
temperatura ideal para la preservación de los modelos de pesas y medidas científicas que,
según las narraciones legendarias acerca de la tumba, habían sido guardados en ella.

Treinta años más tarde, otro inglés, John Taylor —hijo del director y editor del periódico The
Observer— realizó otros descubrimientos sin siquiera mover-se de su gabinete. Taylor
sometió a un examen crítico todo lo que hasta entonces se sabía acerca de la gran pirámide
y escribió su libro- The Great Pyrarnié Why Wes It Built ond Who Built It?; en él llegó a la
conclusión de que los egipcios que construyeron la pirámide «sabían que la Tierra era una
esfera’. mediante la observación del movimiento de los cuernos celestes en relación a la
superficie terrestre, calcularon la circunferencia del planeta. Deseaban dejar para la
posteridad el más correcto e imperecedero registro que pudieran conseguir».

Los estudios de Taylor revelaron que la relación entre la altura de la pirámide y su


perímetro es la misma que la que existe entre el radio de un círculo y su circunferencia.
Esto parece demostrar que los egipcios conocían el valor de Pi, el inapreciable principio
matemático que, hasta hace poco, todos creían que se había descubierto 3500 años
después del florecimiento de la civilización egipcia. Los análisis de Taylor fueron confirmados
por el brillante matemático Charles Piazzl Smyth, que fue astrónomo real de Escocia. A
partir de entonces, surgieron a raudales nuevas teorías acerca de las pirámides. Algunas
eran realmente Interesantes, otras sólo excéntricas; algunas tenían un profundo sentido
místico y religioso, otras se mostraban prácticas y científicas.

Una de las explicaciones que se propusieron consistía en que la gran pirámide había sido
diseñada como un reloj gigantesco. En 1853, el físico francés Jean Baptiste Biot dedujo que
el ancho y nivelado pavimento que se extiende junto a las caras sur y norte de la gran
pirámide eran en realidad una superficie graduada para recibir la sombra del monumento.
En invierno, la pirámide proyectaría su sombra sobre el pavimento norte; en verano, el
revestimiento de caliza pulida reflejaría el sol sobre el pavimento sur. De esta manera, era
posible leer en ellos el día del año y la hora del día. David Davidson, un ingeniero británico
de Leeds especialista en estructuras, y su colega de Yorkshire, Moses E. Cotsworth,
adoptaron y profundizaron la propuesta de Biot.

Según ellos, los egipcios, utilizando la pirámide, podían medir la duración real del año con
una exactitud de milésimas de segundo. Otra de las explicaciones afirmaba que la gran
pirámide constituye en realidad un inmenso observatorio astronómico. En el siglo XIX, el
astrónomo británico Richard Proctor demostró que uno de los corredores de la gran
pirámide, conocido como pasaje descendente, estaba exactamente alineado con la estrella
que señala el polo norte de la Tierra. En los días en que la pirámide fue construida, el papel
actual de la estrella Polar correspondía a Alfa Draconis, pero el leve desplazamiento del eje
de la Tierra a través de los siglos modificó las cosas.

A medida que la gran pirámide se ha movido con la Tierra, el pasaje descendente aparece
ahora alineado con la estrella Polar, Proctor conjeturís que las diversas muescas y ranuras
que aparecen en el interior de la gran pirámide, en la galería mayor, pudieron haber tenido
la función de sostener bancos y plataformas móviles, para que los observadores estudiaran,
con sus instrumentos ópticos, el paso de las estrellas a través de la entrada de la galería.

Los miembros del Instituto de Piramidología, de Londres, creen que la gran pirámide
profetiza con precisión el futuro de la humanidad. Según este instituto, puede demostrarse,
mediante un complicado sistema de mediciones y cálculos matemáticos, que el gran
monumento egipcio predijo el éxodo de los judíos desde Egipto, la crucifixión de Cristo, el
estallido de la Primera Guerra Mundial (episodio que, según los miembros del instituto,
constituyó el comienzo de la desintegración de antiguo orden, tal como profetizaron Daniel y
Jesús) y el comienzo del milenio en el otoño de 1979. Esta fecha —postula el instituto -
londinense— marca el comienzo de los 1000 años (milenio) en que Cristo reinará sobre la
Tierra; esta era terminará con Armagedon y el día del juicio en 2979.

El escritor Peter Tompkins, autor de un exhaustivo estudio sobre los mistes de Gizeh,
publicó en 1971 un libro en el que intentaba resolver el enigma e rodea a la gran pirámide.
Tompkins asegura que los sacerdotes egipcios metieron al faraón Khufu o Keops una tumba
gigantesca. Pero una vez que monarca sancionó y doté de fondos el proyecto, los
sacerdotes comenzaron construir no una tumba, sino un inmenso edificio destinado al
conocimiento científico. Y, cuando murió, el iluso Khufu no fue enterrado allí.

En colaboración con el doctor Livio Strechini, profesor de historia antigua en Wliliam


Paterson College de Nueva Jersey, Tompkins resumió las conquistas científicas de los
constructores de las pirámides y llegó a las siguientes conclusiones:

La gran pirámide constituye un centro, cuidadosamente elegido, desde el cual pudo


establecerse toda la geografía del mundo antiguo.

El monumento fue utilizado como observatorio, desde el cual se trazaron los mapas y las
clasificaciones de las estrellas con una precisión notable.

Los lados y ángulos de la pirámide se utilizaron como medidas base en toda la cartografía
antigua.

La estructura de la gran pirámide tuvo en cuenta el valor matemático Pi,

El monumento pudo ser una “biblioteca» práctica del sistema de pesos y medidas vigente
en el mundo antiguo

Los constructores conocían la circunferencia exacta de la Tierra y la duración exacta del año
(incluyendo unos márgenes de error calculables en la dos mil cuatrocientos veintidós avas
parte de un día). Es probable que los egipcios conocieran también la medida de la órbita de
la Tierra alrededor el Sol, el peso especifico del planeta, el ciclo de 26 000 años de los
equinoccios, la aceleración de la gravedad y la velocidad de la luz. - hecho de que los
antiguos egipcios, 3000 años antes del nacimiento de o, hayan podido saber todo esto
constituye un enigma. Y, si realmente dan estos conocimientos ¿cómo los consiguieron y
por qué fue olvidado ate tantos siglos?.
Para todo aquel que contempla la gran pirámide, resulta evidente que fue construida por
una civilización muy avanzada. Y uno no puede menos que preguntarse si esa civilización
poseyó también poderes con los que los hombres hoy sólo pueden soñar.

El «poder» de las pirámides

Durante mucho tiempo se ha afirmado que las pirámides generan misteriosas fuerzas, cuya
naturaleza no puede explicarse. Se han efectuado numerosas pruebas a fin de demostrar
que las estructuras piramidales constituyen imanes para los rayos cósmicos, o que obran
como verdaderas centrales de electricidad estática. También existen abundantes relatos
acerca de personas que, tras visitar las pirámides, han adquirido el poder de predecir su
propio destino. A menudo, los turistas sufren un shock o se desmayan cuando visitan los
monumentos del antiguo Egipto.

El 12 de agosto de 1799, Napoleón visitó la cámara mortuoria del faraón en la gran


pirámide. Después de un rato, Napoleón pidió a su guía que lo dejara solo. Cuando
finalmente salió, el conquistador de Europa se mostraba pálido y perturbado. Cuando le
preguntaron qué le habla sucedido, respondió bruscamente: «No quiero referirme nunca
más a este asunto.» Luego, en distintas etapas de su vida, él mismo confesarla que habla
previsto su futuro mientras permanecía solo en el interior de la gran pirámide. Poco antes
de morir, parece que estuvo a punto de revelar su secreto a uno de sus ayudantes.

Pero se interrumpió para decir: «De qué sirve hablar de esto? no me creería.» Pero los
casos más extraordinarios que parecen poner de manifiesto el poder de las pirámides han
sido protagonizados por gente común, sin mentalidad científica, que nunca han estado en
Egipto. Se trata de gente que confiesa haber obtenido notables éxitos utilizando modelos de
cartón, metal o plástico construidos a la escala exacta de la gran pirámide. Se afirma que
estos modelos tienen el poder de mantener afiladas las hojas de afeitar durante largo
tiempo, de conservar frescos los alimentos, de promover sentimientos de paz y de armonía
e Incluso de ayudar a predecir el futuro.

En la década de 1850, un francés llamado Bovis visitó la gran pirámide y, entre los
habituales desperdicios que dejan los turistas, descubrió el cuerpo de un gato muerto: un
cuerpo notablemente bien conservado, como si hubiera sufrido un proceso de momificación.
Cuando regresó a Francia, Bovis experimentó con modelos de pirámides, construidas a
escala, y comprobó que ayudaban a conservar frescos los alimentos. Cien años después, el
ingeniero checoslovaco Karel Drbal leyó las investigaciones de Bovis.
En los países de allende el telón de acero había una aguda escasez de bojas de afeitar, y
Drbal quiso averiguar si el poder de las pirámides alcanzaba también a los metales.
Construyó un modelo de pirámide y comprobó que las hojas de afeitar que guardaba en el
modelo no se desafilaban nunca. Cuando se presentó ‘en la oficina de patentes de Praga, en
1959, los funcionarios no le creyeron. Pero, una vez el jefe de la oficina hubo comprobado la
eficacia del procedimiento, Drbal recibió la patente número 91.304. Nadie sabe mediante
qué mecanismos operan las pirámides. La única pista al respecto es una vieja leyenda, que
data de la Primera Guerra Mundial, según la cual las hojas de afeitar que se dejan a la
intemperie, a la luz de la Luna, amanecen desafiladas.

El filo de esas hojas está compuesto de diminutos cristales; y, si la energía generada por los
rayos de la Luna puede desafilar una hoja de afeitar, ¿por qué no puede la energía generada
por una pirámide ayudar a mantenerla afilada? Para que una pirámide funcione, existen
ciertas reglas invariables a -seguir. Debe ser construida de modo que la base y una cara
guarden la relación 15,7 a 14,94; y sus caras deben estar alineadas con los cuatro puntos
cardinales. La hoja de afeitar debe descansar a 3,33 unidades de altura, y los filos deben
orientarse en la dirección este-oeste. Nadie puede explicar cómo funciona el secreto poder
de las pirámides, pero hay miles de personas en todo el mundo que juran haber
comprobado su eficacia.

A Jesús lo clavaron en la cruz por los pies y las manos. Además, le pusieron una corona de
espinas y una vez muerto, le clavaron una lanza en el costado. En siglos posteriores se han
repetido las noticias de personas vivas con heridas espontáneas que coinciden con una o
varias de las llagas de Cristo.

ESTIGMAS: Marca o señal en el cuerpo. En su sentido religioso se refiere al fenómeno de


llevar las llagas de la crucifixión de Cristo físicamente. Estas llagas se manifiestan en las
manos, pies, el costado y la cabeza de ciertos santos como signo de su participación en la
pasión de Cristo.

Los estigmas pueden ser: Visibles o invisibles; sangrientos o no; permanentes, periódicos
(generalmente resurgiendo en días o temporadas asociadas con la pasión de Cristo) o
transitorios. Los estigmas invisibles pueden causar tanto dolor como los visibles. Los
estigmas pueden permanecer muchos años, como el caso del Padre Pío, quien los llevó por
50 años y fue el primer sacerdote que se conoce estigmatizado. (San Francisco tenía las
estigmas pero no era sacerdote). Al morir sus estigmas desaparecieron milagrosamente.
Therese Neumann (1898-1962) le aparecieron por primeras vez en 1926, provocando una avalancha de curiosos

LOS ESTIGMAS SAGRADOS:

Los estigmas (del griego stigma. picadura, punto, señal) pueden adoptar diversas formas.
Algunos de ellos no pasan de ser hematomas o manchas en la piel, pero en otros casos
pueden llegar a causar dolor. Lo más habitual es que sean heridas abiertas que al cabo de
un tiempo terminan sanando, pero en algunos casos son permanentes aunque no supuran
ni se infectan. El fenómeno de la estigmatización parece estar limitado casi exclusivamente
a ios católicos romanos, y afecta en particular a mujeres.

LOS PORTADORES DE LAS HERIDAS

Hasta el momento han sido santificadas 80 de las personas estigmatizadas. Los estigmas
por si solos no son motivo de santificación para la Iglesia, que se rige según otros criterios.
La autenticidad de los estigmas es cuestionada una y otra vez, sobre todo debido a la poca
fiabilidad de las fuentes históricas. En algunos casos se da por sentado que la descripción de
los estigmas de una persona es una prueba del vínculo de dicha persona con Jesús.

Uno de los primeros que habló de las «señales de Cristo» fue el apóstol Pablo en su epístola
a los Gálatas. No obstante, aunque algunas fuentes posteriores lo afirman, no está del todo
claro que se refiriera a los estigmas. En cambio, san Francisco de Asís (hacia 1181-1226) es
un caso comprobado de estigmatización.

LAS HIPÓTESIS

Existe una teoría que sostiene que el hombre es capaz de influir sobre su cuerpo a través de
su mente. Se tiene noticia de personas que han sido capaces de realizar actos
sobrehumanos en situaciones extremas, como levantar objetos pesadísimos. Dado que los
estigmas aparecen principalmente entre los católicos, seria lógico pensar que esas personas
son tan devotas que su cuerpo se provoca de alguna forma esas heridas. Sin embargo,
también se han dado unos cuantos casos de estigmas en no cristianos. Otra posibilidad es
que los afectados padezcan una forma peculiar de histeria, es decir, una sobreexcitación
que puede provocar distintos síntomas, como hemorragias subcutáneas. Se ha intentado
respaldar esta teoría con sesiones de hipnosis y, en efecto, a las personas objeto de estudio
les salieron manchas oscuras en los lugares de las llagas de Cristo.

Los estigmas pueden ser don de Dios (como en los santos) o falsificación o causados por el sujeto por problemas mentales.
En algunos casos de carácter diabólico. Es por eso que la iglesia ha establecido criterios para determinar la autenticidad de
los estigmas.
Algunos criterios: Las llagas están localizadas en los lugares de las cinco llagas de Cristo.

¿HERIDAS AUTENTICAS?

Alrededor de los estigmas también ha habido impostores. Hay quien se contenta con
explicar que una vez llevó los estigmas sagrados, pero otros llegan a infligírselos ellos
mismos para poder mostrar las cicatrices como prueba. Los casos más extremos están
protagonizados por personas que mantuvieron abiertas durante mucho tiempo las heridas
que ellos mismos se habían causado, en perjuicio de su salud. A pesar de no ser un
fenómeno demasiado frecuente, en fechas recientes se han conocido algunos ejemplos de
estigmatización, que, además, han sido documentados por la ciencia. No obstante, todavía
no se ha podido ofrecer una explicación del todo convincente.

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