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La Ê 


  es el periodo que abarcó los reinados de la dinastía Borbón desde Felipe V en 1700
hasta Carlos IV que finaliza su reinado abruptamente en 1808, recogiendo el movimiento del siglo de las luces que se
inicia en Francia y es la antesala de la Revolución francesa.

Llegada de los Borbones


Felipe V accedió al trono de la monarquía española en virtud del testamento de su tío abuelo, Carlos II,
enfrentándose a la casa de Habsburgo. Castilla aceptó inmediatamente al nuevo rey, pero los reinos de la
Corona de Aragón, proclives en un primer momento, no tardaron en adherirse a la causa de archiduque
Carlos. Felipe V solamente contaba con el apoyo de Francia y de los propios castellanos, contra la hostilidad
del resto, especialmente aragoneses, austriacos, británicos y holandeses, temerosos de que se estableciera en
España una monarquía de corte absolutista al estilo francés. La victoria fue para los partidarios de Felipe V y
los Tratados de Utrecht en 1713 y de Rastatt en 1714 pusieron fin al conflicto, no sin graves pérdidas para la
corona en territorio europeo. La instauración de los Borbones llevó a la firma de los llamados Pactos de
Familia con Francia que dominarían toda la política internacional española a lo largo del siglo XVIII.

La unificación del territorio


En represalia, Felipe V abolió los Fueros de Aragón y Valencia en 1707 deseoso de evitar en el futuro los
conflictos territoriales que habían sacudido a los Austrias, e impuso el Fuero de Castilla, al igual que en
Cataluña. Las Cortes de Aragón, las de Valencia y las de Cataluña dejaron sucesivamente de existir, y las
Cortes de Castilla se convirtieron de hecho en las Cortes españolas. Felipe V premió la lealtad de Navarra y
las provincias Vascongadas a su causa, manteniendo sus fueros. La nueva regulación se formulará a través
de diversas resoluciones como los Decretos de Nueva Planta.

Las ideas ilustradas se abren camino


Tras la confiscación de los bienes de los jesuitas y la desaparición de la orden en todo el mundo en 1773 por
resolución papal, las universidades que estaban en manos de la Iglesia pasaron a formar parte de la Corona.
Pablo de Olavide se hace cargo de la Universidad de Sevilla e introduce las primeras reformas educativas
que dan al traste con la escolástica que dominaba la enseñanza universitaria hasta la fecha.
Por su parte, Benito Jerónimo Feijoo, acompañado por su fiel escudero Martín Sarmiento había ido creando
en sus obras el caldo de cultivo para combatir las ideas supersticiosas. Desde la propia Corte, Campomanes
y otros propusieron reformas económicas para adecuarse a la nueva situación. Junto a estos movimientos, las
universidades españolas empezaron a imitar a la sevillana, y pronto recorría España el espíritu ilustrado por
las aulas. La Universidad de Salamanca se opuso a la reforma del gobierno, pero en sus aulas estaba
germinando un renacimiento del pensamiento, a raíz de la labor de Ramón de Salas y Cortés, que acabó en
una contrapuesta de reforma que a la postre se impuso, aunque sin resultados duraderos por la invasión
francesa de 1808. El colofón a este proceso desencadenado desde 1720 lo constituyeron las traducciones de
las obras de los filósofos y pensadores franceses como Voltaire o Montesquieu que se difundieron
rápidamente.
La extensión de los conocimientos tecnológicos y su aplicación práctica no sólo corrió de la mano de la
educación, sino también de un modelo de encuentro entre pensadores, intelectuales, religiosos y científicos
que fueron las Sociedades Económicas de Amigos del País. La primera fue fundada por un grupo de nobles
vascos en 1774. La más importante de ellas fue la Real Sociedad Económica de Madrid, en 1775, ciudad que
será el centro y reflejo del nuevo modelo social. Sin distinción de clases, estas sociedades acogían a todos
los sectores en el afán común de procurar el desarrollo económico de las regiones donde estaban
implantadas: técnicas nuevas de cultivo, escuelas de oficios, difusión de la mecánica y la producción. Fue
Carlos III el principal impulsor de estas sociedades y de la puesta en común de los conocimientos de las
mismas. Son las primeras asambleas abiertas y embrión de futuros encuentros políticos. Aparecerán, entre
otras, la Real Academia Española, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y la de la Historia.
eformas políticas
La unificación en manos de los Borbones de la Corona de España y la concentración de poderes en Castilla
trajo como consecuencia importantes reformas, además de la pérdida de los fueros y de la desaparición de
las Cortes de los Reinos de la Corona de Aragón.
Se realizó un proceso de armonización y de saneamiento de las instituciones y la incorporación de miembros
en los gabinetes italianos y franceses ayudó a superar los graves problemas de corrupción política que se
arrastraban. Los Consejos que regían hasta entonces en un complicado y engorroso sistema, fueron
sustituidos por secretarios a modo de ministros divididos por áreas de gobierno. Los Consejos fueron
perdiendo competencias en beneficio de los nuevos departamentos. Igualmente se crearon las denominadas
Ê    al modo francés, directamente dependientes del Rey y que trataban asuntos de carácter local o
general.
Se reestructuró el sistema fiscal introduciendo un concepto más moderno del catastro, aunque las virtudes
del mismo fueron pocas como apuntaría constantemente Juan Sempere y Guarinos. La reforma de la
administración local fue intensa. El trabajo se centró en eliminar a los regidores que actuaban como señores
feudales en sus localidades. La tarea quedó inconclusa, pues en las zonas muy pobladas todas las reformas
chocaban con la autoridad de hecho, aunque no legal, de quienes ostentaban el poder económico. La idea de
que las leyes eran la reforma esperada, chocó con la realidad en la que el texto de la norma poco o nada se
cumplía. Sólo en algunas zonas menos pobladas, pudo la monarquía ilustrada poner en práctica su tarea
centralizadora creando colonias de nuevos pobladores regidos según los decretos del gobierno en un intento
de economía planificada.

eformas económicas y de la enseñanza


Las dificultades para que la estructura social fuera capaz de solventar las situaciones de crisis en las
epidemias y hambrunas de la época, llevaron a los ilustrados españoles a defender un nuevo concepto
económico: el mercado debe ser abierto y debe desregularse de una parte de las normas del tráfico mercantil.
Las primeras medidas fueron la eliminación de las trabas comerciales en el interior peninsular, la
desaparición de los precios estables y controlados de muchos productos, fundamentalmente el trigo (1765) y
la desvinculación, aunque solo parcial, de las propiedades a los mayorazgos improductivos.
Por otra parte se liberalizó parcialmente el comercio exterior, y totalmente con América en 1778,
permitiendo la creación de compañías internacionales al modo de holandeses y franceses, que no tenían que
pasar por la Casa de Contratación instalada desde 1717 en Cádiz. Se abrieron puertos en la península y
América para el comercio libre. La irrupción de un nuevo modo de comerciar fue el más significativo hecho
económico de la época y permitió la incorporación de los productos españoles a Europa (seda, lana, hierro,
cobre, etc). Valencia, Barcelona y Bilbao se convirtieron en grandes puertos comerciales. Además, se unió
Madrid con la red de puertos, y se crearon fábricas reales que introdujeron la elaboración de manufacturas a
gran escala en una Castilla que, desde sus orígenes, tenía problemas para acceder al mar.
Uno de los efectos de este proceso fue la progresiva especialización productiva de las zonas de la península,
no tanto en función de la economía interna, sino también de los intercambios con el extranjero. Este proceso
se acentuaría en los siglos siguientes. La periferia de Castilla era comerciante; el centro, productor. Unas
zonas estaban muy pobladas (Andalucía), otras apenas tenían población (Extremadura). Los puertos del
norte allegaban los productos de toda Europa; el sur sólo podía abastecer su autoconsumo y cierta
exportación interior de grano y aceite. A un lado el desarrollo hacia el Atlántico; al otro, hacia el
Mediterráneo.
Otra de las preocupaciones del rey Carlos III fue aumentar la población de las zonas poco pobladas del
interior de la península, para lo que creo una serie de poblaciones, principalmente con inmigrantes alemanes,
como La Carolina o La Carlota (llamadas así en su nombre).
Carlos III fundó una serie de manufacturas de lujo; en Madrid, la de porcelanas del Retiro, la Real Fábrica
de Tapices o la Platería Martínez; en la Granja de San Ildefonso, la real fábrica de cristales, pero también
una gran cantidad de fábricas para producir artículos de consumo, como la de Paños de Ávila.
Consecuentemente con las necesidades de mano de obra especializada para estas manufacturas, se fundaron
las escuelas de Artes y Oficios (que habrían de pervivir hasta bien entrado el siglo XX), en la mayoría de las
ciudades importantes de España. No fue menos la Enseñanza superior y se creó en Madrid el real Jardín
Botánico, cerca del Retiro. La corona promovió una serie de expediciones científicas a los territorios de
ultramar, como las de Alejandro Malaspina, Celestino Mutis y otras.
 


La  
fue un movimiento cultural europeo que se desarrolló ±especialmente en Francia e Inglaterra± desde
principios del siglo XVIII hasta el inicio de la Revolución francesa, aunque en algunos países se prolongó durante los
primeros años del siglo XIX. Fue denominado así por su declarada finalidad de disipar las tinieblas de la humanidad
mediante las luces de la razón. El siglo XVIII es conocido, por este motivo, como el    c  .
Los pensadores de la Ilustración sostenían que la razón humana podía combatir la ignorancia, la superstición y la
tiranía, y construir un mundo mejor. La Ilustración tuvo una gran influencia en aspectos económicos, políticos y
sociales de la época. La expresión estética de este movimiento intelectual se denominará Neoclasicismo.

«La Ilustración significa el movimiento del hombre al salir de una puerilidad mental de la que él mismo es culpable.
£  es la incapacidad de usar la propia razón sin la guía de otra persona. Esta puerilidad es culpable cuando
su causa no es la falta de inteligencia, sino la falta de decisión o de valor para pensar sin ayuda ajena.   
es, por consiguiente, el lema de la Ilustración.»
Immanuel Kant,
   

La Ilustración en frase de uno de sus más importantes representantes, D'Alembert, «lo discutió, analizó y agitó todo,
desde las ciencias profanas a los fundamentos de la revelación, desde la metafísica a las materias del gusto, desde la
música hasta la moral, desde las disputas escolásticas de los teólogos hasta los objetos del comercio, desde los
derechos de los príncipes a los de los pueblos, desde la ley natural hasta las leyes arbitrarias de las naciones, en una
palabra, desde las cuestiones que más nos atañen a las que nos interesan más débilmente». Esto mismo nos indica que,
más que el contenido mismo de sus doctrinas, lo original del movimiento fue la forma de pensamiento.
Desde Gran Bretaña, donde algunos de los rasgos esenciales del movimiento se dieron antes que en otro ul gar, la
Ilustración se asentó en Francia, donde la anglofilia fue difundida por Voltaire, y produjo aquí su cuerpo ideológico, el
enciclopedismo, y sus más representativas personalidades (Montesquieu, Diderot, Rousseau, etc.
En España, la Ilustración coincidió con los reinados de Fernando VI y Carlos III. Si bien la decadencia profunda en
que se encontraba el país en el punto de partida obstaculizó una posterior eclosión, el auge dinámico de algunas de sus
zonas geográficas (especialmente Cataluña) a lo largo del período y la actuación desde el poder político facilitaron la
aparición de un nutrido y valioso grupo de ilustrados (Cabarrús, Cadalso, Campomanes, Capmany, Cavanilles, Feijoo,
Jovellanos, Mutis, etc.) condicionado, no obstante, por el arraigo y la preponderancia del pensamiento teológico
tradicional. La creación de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia, de la Medicina o del Museo de Ciencias
Naturales, fueron algunos de los logros de la Ilustración española.

El siglo XVIII constituye, en general, una época de progreso de los conocimientos racionales y de perfeccionamiento
de las técnicas de la ciencia. Fue un período de enriquecimiento que potenció a la nueva burguesía, si bien se
mantuvieron los derechos tradicionales de los órdenes privilegiados dentro del sistema monárquico absolutista. Sin
embargo, la historia del siglo XVIII consta de dos etapas diferenciadas: la primera supone una continuidad del
Antiguo Régimen (hasta la década de 1770), y la segunda, de cambios profundos, culmina con la Revolución
Estadounidense, la Revolución francesa y Revolución industrial en Inglaterra.

Esta corriente abogaba por la razón como la forma de establecer un sistema autoritario ético. Entre 1751 y 1765 se
publica en Francia la primera Enciclopedia, de Denis Diderot y Jean Le Rond D'Alembert, que pretendía recoger el
pensamiento ilustrado. Querían educar a la sociedad, porque una sociedad culta que piensa por sí misma era la mejor
manera de asegurar el fin del Antiguo Régimen (el absolutismo y las dictaduras se basan en la ignorancia del pueblo
para dominarlo). En su redacción colaboraron otros pensadores ilustrados como Montesquieu, Rousseau y Voltaire.
Los líderes intelectuales de este movimiento se consideraban a sí mismos como la élite de la sociedad, cuyo principal
propósito era liderar al mundo hacia el progreso, sacándolo del largo periodo de tradiciones, superstición,
irracionalidad y tiranía. Este movimiento trajo consigo el marco intelectual en el que se producirían las revoluciones
Guerra de la Independencia de los Estados Unidos y Revolución francesa, así como el auge del capitalismo.
Otro destacado movimiento filosófico del siglo XVIII, íntimamente relacionado con la Ilustración, se caracterizaba
por centrar su interés en la fe y la piedad. Sus partidarios trataban de usar el racionalismo como vía para demostrar la
existencia de un ser supremo. En este periodo, la fe y la piedad eran parte integral en la exploración de la filosofía
natural y la ética, además de las teorías políticas del momento. Sin embargo, prominentes filósofos ilustrados como
Voltaire y Jean-Jacques Rousseau cuestionaron y criticaron la misma existencia de instituciones como la Iglesia y el
Estado.
El siglo XVIII vio también el continuo auge de las ideas empíricas en la filosofía, ideas que eran aplicadas a la política
económica, al gobierno y a ciencias como la física, la química y la biología.

En la historia nada es casual, un hecho es la consecuencia inevitable de otros que lo precedieron. La Revolución
francesa, si bien tuvo otras causas, no hubiera sido posible sin la presencia del iluminismo que, poniendo luz sobre el
oscurantismo de la Edad Media, época en que se impedía pensar libremente, se alejó de los dogmas religiosos para
explicar el mundo y sus acontecimientos, para hacerlos a la luz de la razón.

El iluminismo tampoco hubiera existido de no haberlo precedido un debilitamiento del poder de la Iglesia a causa de
la reforma protestante, que dividió al mundo cristiano; y del humanismo, movimiento filosófico que centró en el
hombre el objeto de las preocupaciones terrenales, quitando a la religión ese privilegio y desechando el teocentrismo.
Ya se ha dicho que, socialmente, la Ilustración se halla inscrita en el ámbito de la burguesía ascendente, pero sus
animadores no fueron ni todas las capas burguesas, ni solamente éstas. Por un lado, tuvo sus adversarios en
determinados sectores de la alta burguesía comercial (como, por ejemplo, el dedicado al tráfico negrero), y, por otra
parte, ciertos elementos del bajo clero o de la nobleza cortesana e incluso el propio aparato estatal de despotismo
ilustrado (Federico II, Catalina II, José II), la apoyaron, aunque, en este último caso, en sus manifestaciones más
tímidas y, muchas veces, como simple arma de política internacional.

Los medios de que se valió el movimiento para su difusión fueron múltiples (entre otros, las sociedades secretas, como
la masonería), pero, en primer lugar, hay que señalar las sociedades de pensamiento, específicas de la época, como los
Amigos del país en España, o conocidas ya antes, pero potenciadas ahora, como las academias y los salones. Otros
vehículos de enorme importancia fueron la prensa periódica y la internacionalización de las ediciones. Por otra parte,
la independencia económica del profesional de las letras, antes sujeto al mecenazgo, dio mayor autonomía a su
pensamiento.

Aunque existieron diversas tendencias entre los ilustrados (que, a veces, dieron lugar a largas polémicas entre ellos ²
por ejemplo, en torno a problemas de la propiedad, que enfrentó a fisiócratas y utópicos² y a enemistades duraderas,
como la de Diderot-Rousseau), reconocieron también una línea maestra común, que los hizo solidarios en su lucha. Su
arma es la razón, desprovista de contenido preestablecido y convertida en un seguro instrumento de búsqueda. Con
ella luchan contra la superstición las formas religiosas tradicionales y reveladas (llegando al deísmo o al ateísmo), al
argumento de autoridad y las estructuras políticas y sociales anquilosadas, intentando eliminar cualquier elemento de
misterio, extrañeza o milagro; es, por lo tanto, una ideología antropocéntrica , llena de un optimismo activo frente al
futuro, porque cree en el progreso conseguido a través de la razón, en la posibilidad de instaurar la felicidad en la
tierra y de mejorar a los hombres, de por sí buenos. Al mismo tiempo, la Ilustración, forma de pensamiento de una
economía de intercambio basada en el contrato comercial, tiene como rasgos distintivos el individualismo, el
igualitarismo formal, el universalismo, la tolerancia y el postulado de la libertad.

En la segunda mitad del siglo XVIII, pese a que más del 70% de los europeos eran analfabetos, la intelectualidad y los
grupos sociales más relevantes descubrieron el papel que podría desempeñar la razón, íntimamente unida a las leyes
sencillas y naturales, en la transformación y mejora de todos los aspectos de la vida humana.
Como característica común hay que señalar una extraordinaria fe en el progreso y en las posibilidades de los hombres
y mujeres, para dominar y transformar el mundo. Los ilustrados exaltaron la capacidad de la razón para descubrir las
leyes naturales y la tomaron como guía en sus análisis e investigaciones científicas. Defendían la posesión de una serie
de derechos naturales inviolables, así como la libertad frente al abuso de poder del absolutismo y la rigidez de la
sociedad estamental del Antiguo Régimen. Criticó la intolerancia en materia de religión, las formas religiosas
tradicionales y al Dios castigador de la Biblia, y rechazó toda creencia que no estuviera fundamentada en una
concepción naturalista de la religión. Estos planteamientos, relacionados íntimamente con las aspiraciones de la
burguesía ascendente, penetraron en otras capas sociales potenciando un ánimo crítico hacia el sistema económico,
social y político establecido, que culminó en la Revolución francesa.

En geografía se termina de cartografiar todo el globo, a excepción de los círculos polares y algunas regiones de África.
En el arte se abre paso el Neoclasicismo tras el que surgirá como rebelión, el Romanticismo del siglo XIX. En física,
óptica y matemáticas, los avances son impresionantes gracias a las contribuciones de sir Isaac Newton y otros
estudiosos. Surge la economía política como ciencia moderna gracias a las aportaciones de los fisiócratas y sobre todo
del liberalismo de Adam Smith y su monumental obra c 
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