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LA GRAN MAGIA

EDUARDO DE FILIPPO
TRADUCCIÓN Y ADAPTACION DE DANIEL SUÁREZ MARZAL

1
ILUSIÓN, DULCE QUIMERA
por Giorgio Strehler

Conferencia de prensa en el Piccolo di Milano del once de junio de 1984, cuando los dos
grandes del teatro italiano se reencontraron. Giorgio Strehler declaró a Eduardo de Filippo:

“Tu comedia, querido Eduardo, no fue comprendida en su tiempo, yo quiero

quitarte esa espina del corazón y quiero demostrar que los críticos miopes se

equivocaban al dudar sobre tus condiciones como escritor.

Yo quiero probarles a todos, que después de Pirandello, eres el más grande

dramarturgo italiano del siglo XX”

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PERSONAJES

Clientes del Hotel y falso público


porque el verdadero se debe confundir
con el mar

Signora Locascio
Signora Marino
Signora Zampa
Signorina Zampa, su hija
Marta Di Spelta
Calogero Di Spelta, su marido
Mariano D'Albino, amante de Marta
El camarero del Hotel Metropole

Falsos clientes del hotel y falso público


porque el verdadero se debe confundir
con el mar

Gervasio, que se presenta como Dottore D'Aloisi


Arturo, que se presenta como Commendatore Taddei
Amelia, su hija
Otto Marvuglia, profesor de ciencias ocultas,
célebre ilusionista especialista en sugestión y
transmisión del pensamiento
Zaira, nombre de escena de la mujer de Otto
El Inspector
Roberto Magliano

En la casa de Calogero

Gennarino, servidor de Calogero


Gregorio, hermano de Calogero
Matilde, su madre
Rosa, su otra hermana
Oreste Intrugli, su cuñado
además clientes del hotel.

Daniel Suárez Marzal

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ACTO PRIMERO

El telón se levanta sobre un vasto jardín del gran Hotel Metropole sobre el mar en Nápoles. Dentro
de las posibilidades de cada teatro es muy importante que la platea se convierta en un mar
imaginario donde las olas y la brisa se muevan blandamente. Unos sólidos pilares marcan el final
del jardín, que coincide con el proscenio.
Es importante dejar bien claro que hay dos clases de espectadores: los que asistirán al espectáculo
de magia que se dará en el jardín y nosotros los espectadores que hemos ido a ver “La Gran
Magia”, lugar coincidente con el mar.
Hay un grupo de reposeras y pequeñas mesas a las cuales se sentarán los clientes del hotel para
ver el espectáculo de magia. Cuando se emplace el pequeño escenario del mago lo que veremos en
proscenio es el “detrás de escena” donde los trucos son preparados.
Es la tarde. Hay algún cliente sentado en las reposeras y en una de las mesas la signora Locascio,
la signora Marino, la signora y la signorina Zampa están jugando a las cartas, alternando esto con
algún chapuzón en la pileta. En el lado opuesto Gervasio, solo, ha terminado de beber un café y
fuma con tranquilidad su pipa. Arturo y su hija Amelia parecen ausentes. Ella es una adolescente
de tipo escuálido con unos ojos enormes, sus gestos son infantiles y puede pasar de la risa al
llanto en un instante.
El espectador percibirá de una manera sutil que el grupo de mujeres son auténticas clientes y que
en cambio Gervasio, Arturo y su hija pertenecen a un juego que aún resulta confuso pero es
evidente que no se trata de clientes del hotel.

Signora Locascio: (después de haber pescado una buena carta) ¡Gané otra vez! (las otras tres
cuentan los puntos y se disponen a pagar...)
Signora Zampa:¡Otra vez nos gana la Signora Locascio! Bueno, ¡basta! Abandono el juego.
Signora Locascio:¿Al final cuánto habrá perdido?, ¿unas mil liras?
Signora Zampa: Estoy haciendo una broma; si no fuera por este jueguito nos estaríamos muriendo
del aburrimiento..
Signora Locascio: Sí, en el mar uno se aburre...
Signora Marino: Es verdad, uno se aburre en el mar.
Signorina Zampa: Sobretodo nosotros, los más jovenes...
Signora Zampa:Eso sí que no lo acepto, el mar nunca es tedioso: él viene...él va...
Signora Locascio: Yo decía que es uno el que se aburre, no que el mar sea aburrido...
Signora Marino: Puede ser que a veces sea un poco aburrido, pero uno viene aquí por el aire, por
el sol,¿dónde va a encontrar uno calma semejante? Estoy en el “Metropole” desde hace un mes y no
he tenido que ir ni una sola vez al cine ni o al teatro...
Signora Zampa: No vale la pena ir al teatro, aquí siempre estamos de “temporada” y cada año hay
una pareja que nos da un función por noche.
Signora Locascio:Y este año nos tocaron los Di Spelta. ¡Ah, sí! Si los hubieran visto ayer en la
playa; eso sí que fue una función de teatro de la buenas: el marido, Calogero, ¡hay que tener coraje
para llamarse asi.!..digo yo) llegó justo cuando Mariano D'Albino fotografiaba a su mujer..D'Albino
sacaba la foto y Calogero no daba crédito a lo que veía...El pobre Calogero venía con un trozo de
sandía en la mano y viendo la escena terminó más rojo que la propia sandía. Luego encendió un
cigarrillo por la parte de atrás y así D'Albino, que ya se sabe la clase de desfachatado que es, en un
abrir y cerrar de ojos se esfumó y los esposos se quedaron el resto de la tarde sin hablar ni mirarse.
Signora Zampa: Ella es una linda mujer; los celos se justifican un poco.
Signora Locascio: Pero él haría mejor demostrándolos. Pero no: revienta de rabia pero se controla
hasta lo imposible con tal de evitar las miradas suspicaces. Se equivoca: cuanto menos se desahoga
más nervioso se pone. Y así se muestra desagradable con todo el mundo,¿lo han notado?

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Signora Marino: Pero,¿cómo justificar que no deje a su mujer ni a sol ni a sombra al punto de
encerrarla en la habitación cuando sale?
Signorina Zampa:No la deja respirar ni un minuto.
Signora Locascio: Hay hombres a quienes les parece que demostrar amor a sus mujeres es signo
de debilidad, de inferioridad y se harían matar antes de reconocer que son celosos. Creen que
despreciándolas son más hombres y más fuertes. Yo me pongo feliz cuando alguno de ellos se
inscribe en un “Club para hombres solos”...
Signora Zampa: ¿ Y D'Albino cómo reaccionó?
Signora Locascio: Se puso él también nervioso. A pesar de todos sus trucos no logra estar cinco
minutos a solas con ella. Ayer a la tarde me dijo: “ con esta foto la tengo atrapada, no se me escapa
más;¡tengo que decidirme a hablar a solas con ella!,¡ya veremos si ese maridito me lo impide!”
Signora Zampa: Ahí llegan: ella con aire de condenada a muerte y él parece un funebrero de cuarta
categoría.
Signora Locascio: Yo no entiendo, cuando dos personas llegan a ese punto,¿por qué no se
divorcian y listo?
Signora Zampa:¡Ay, Signora Locascio!, ¿quién le dice que esta vez no sea la excepción y los Di
Spelta se divorcien? (Entran Marta y Calogero, hombre de mediana edad con aire inseguro. Viste
con una elegancia rígida y con su sombrero de paja flamante, parece un muñeco de exposición.No
puede esconder una tristeza grotesca. Ella es bellísima y bastante más joven; parece nerviosa e
indiferente al mismo tiempo y la relación entre ambos se diría que está a punto de explotar. Están
haciendo un paseo “obligado” por el jardín.)
Signorina Zampa: Signora Di Spelta, siéntense un rato con nosotras y charlemos de las últimas
novedades del hotel...
Signora Zampa:...siempre tan sabrosas...
Marta: Gracias. (se sienta con ellas)
Signora Locascio: Siéntese Usted también, Signore Di Spelta, déjese de hacerse el snob.
Calogero: ¿Yo snob?No lo soy con nadie y menos con las personas que me resultan antipáticas.
Signora Zampa: ¿No les acabo de decir...? Ni bien llegado ya nos lanza una grosería.
Calogero: Tengo el defecto de decir siempre lo que pienso, Signora Zampa.
Signora Locascio: No importa,a Usted se le perdona todo porque está de pésimo humor.
Calogero: ¿Quién dijo éso? , yo odio los juicios a la ligera, parecen sentencias inapelables. Todo
lo contrario: hoy estoy particularmente contento. Si Ustedes supieran la poca importancia que le
doy a las personas y a los hechos. Métanselo en la cabeza: yo soy feliz porque no me hago
ilusiones, ¡jamás! Para mí el pan es pan y el vino: vino y el agua del mar es salada y amarga.
Signora Locascio: Explíquese mejor .
Calogero: Quiero decir que no espero nada de la vida, porque no confío en nadie, ni en mí mismo,
naturalmente.
Signora Zampa: ¿Tampoco en las mujeres?
Calogero: Especialmente ellas me producen desconfianza... perdonen le signore aquí presentes.
Marta: (por lo bajo a su marido)¿No te das cuenta que estás haciendo el ridículo? Disculpen: mi
marido es muy chistoso.
Calogero: Si,si: hay algo de lo que pueden estar seguras le signore: nunca he soñado tomar en
serio...
Signora Marino:(interrumpiéndolo) Nosotras sospechamos que Usted , sin embargo,se toma en
serio a algunas personas...
Signora Locascio: ...a Mariano D'Albino, para ser más explícitas.
Calogero: ¡Ustedes están locas de atar! Es una persona que me tiene sin cuidado;mi mujer puede
atestiguarlo. No he estado jamás celoso de nadie...y menos de semejante farabute. (intenta irse...)
Signora Locascio: No es como para que salga Usted disparando. Yo nombré a Mariano D'Albino
porque precisamente lo estaba viendo llegar. Ahí lo tiene.

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Calogero: ¡Ah! (muy incómodo por la metedura de pata)
Signorina Zampa: (por lo bajo)Un hombre como Mariano D'Albino es un consuelo en estas tardes
aburridas. Yo la entiendo a Marta Di Spelta.
Mariano: ¡Heme aquí, Signora Marta!, siempre puntual a las citas. Pegué una vueltita hasta la
ciudad para pasar por la casa de fotografía y revelar las fotos . Aquí las tengo,¡salieron
maravillosas! Signora Marta:Usted también está.
Signorina Zampa: ¿Salieron todas?,¿también la que nos sacamos con el perrito?
Mariano: Sí...y también la de la Signora Marta.
Signora Locascio: ¿Y la foto de todo el grupo que nos sacó en la playa?
Mariano: Salieron todas,¡todas!
Calogero: Yo creo que ni durmió , de tan preocupado que estaba con sus fotos...
Mariano: Las promesas que se hacen a las mujeres deben cumplirse escrupulosamente.(todas
miran las fotos y se congratulan mutuamente)Querida Signora Marta, la suya ha salido tan
maravillosa que me he permitido hacer seis copias.
Marta: Gracias, muy amable.
Mariano: Incluso se lo ve al Signore Di Spelta con un trozo de sandía en la mano. Cuando tomé la
foto no me di cuenta del detalle. Está muy gracioso: parece un vendedor ambulante.
Calogero: ¿Y las seis fotos de mi mujer?
Mariano: Aquí las tiene.
Calogero: Aquí no hay más que cinco.
Mariano: Seguramente han revelado una de menos.
Calogero: ¿Tendrá Usted el negativo, no? (Prende un cigarrillo y se lo lleva a la boca)
Mariano: ¡Claro!, aquí lo tiene.
Calogero: (lo toma y lo mira a contraluz) Está muy lograda. (con el cigarrillo quema el celuloide)
¡Qué pecado! El negativo se estropeó y las cinco fotos me las llevo yo de recuerdo.
Mariano: No me queda más que la satisfacción de haberlas tomado. Con permiso...(se va)
Signora Zampa: (Pretendiendo cambiar de tema) Esta noche tenemos espectáculo asegurado, aquí
en el jardín.
Calogero: ¿Y quién la invita a venir?Si quiere seguir riendose de las pequeñas desdichas de los
demás, puede quedarse en su habitación.
Signora Zampa: No entiendo lo que dice.
Calogero: Usted piensa que estamos dando un espectáculo: mi mujer y yo.
Signora Zampa: Signore Calogero, ¿No pensará que desde que nos levantamos a la mañana
estamos todos pendientes de Usted , su señora y el tercero en discordia? Yo digo que esta noche nos
visita un prestidigitador que viene con su esposa, cantante de tangos de salón.
Signorina Zampa: (con sorna) Nos darán una velada inolvidable...¡Uff!
Calogero: Detesto los prestidigitadores; lo de los tangos:vaya y pase.
Marta: A mí en cambio me encantan los magos.
Calogero:Hoy la gente vive todo el tiempo metida en el juego de las ilusiones,no necesita de un
mago para ilusionarse falsamente. En otras épocas , un espectáculo de magia podía llegar a
fascinar,la gente era más ingenua. ¿Cómo vamos a creerle hoy a un ilusionista de mala muerte.
Gervasio :(que ha sentido el diálogo desde fuera, entra a él e interviene) “De mala muerte”, ¿ha
dicho?,ya verá: se quedará con la boca abierta. Y esta vez las risotadas por el ridículo me tocará
largarlas a mí. Quiero presentarme: Dottore D'Aloisi.
Calogero: Perdone, pero, ¿por qué ha dicho eso de “esta vez las risotadas”...”?
Gervasio: Porque conozco muy bien al prestidigitador. Él actúa sólo en los grandes hoteles. Sus
espectáculos son extraordinarios.
Marta: ¿Es realmente tan bueno?
Gervasio: “Bueno” no es la palabra adecuada, es un verdadero mago, yo no alcanzo a entender si
realmente se trata de trucos.

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Arturo: Yo opino lo mismo, lo he visto trabajar en París.
Amelia: El año pasado pasamos una noche inolvidable. ¡Qué impresionante! (ríe sin convicción,
con una risita infantil)
Signora Locascio: No exageremos; un ilusionista es al fin y al cabo un charlatán,un falsificador.
Arturo: Yo pensaba lo mismo, permítanme presentarme: CommendatoreTaddeo (señalando a
Amelia): Ella es mi hija Amelia. Yo también pensaba que estábamos ante un charlatán, pero tuve
que cambiar de idea.,¡y de qué modo!
Gervasio: A mí me hizo pasar un momento realmente espeluznante.
Arturo: Mi hija se desvaneció.(Amelia vuelve a soltar unas risitas tontas)
Marta: ¿Pero qué es lo verdaderamente extraño?
Arturo: Nosotros asistimos al espectáculo, mi pobre mujer y mi hija.
Gervasio: Perdone si lo interrumpo, pero nadie puede asegurar haber pasado por un momento más
trágico que el que me hizo pasar el Profesor Marvuglia a mi. Después de los primeros juegos,
divertidos pero no excepcionales: desapariciones, reapariciones, sustituciones de objetos, las cosas
habituales, inició una serie de experimentos de transmisión de pensamiento y sugestión. Y ahí vino
la apoteosis: invitaba a personas del público a acercarse y yo fui el estúpido que se prestó.Me
miraba fijo a los ojos y me decía: “A Usted lo andan persiguiendo y desde ya le digo: está
condenado a muerte. ¡Huya o estará perdido!En el bolsillo va a encontrar un pasaporte. Con él
tómese el tren y:¡que tenga suerte!” Con ese pasaporte recorrí medio mundo: Francia, Inglaterra,
Rusia, Japón... por años y años sin parar y siempre con el temor de ser arrestado. Escalé montañas,
estuve en medio del hielo, de la nieve... atravesé desiertos, selvas.
Calogero: ¿Siempre con el mismo pasaporte?
Gervasio: Mire: ese pasaporte no existía... o quizá sí: yo actuaba por sugestión . En fin, que al final
del viaje me encontré en presencia del profesor y del público. No había pasado ni un segundo, pero
yo tuve la impresión de haber viajado durante años.
Calogero: No pongo en duda sus afirmaciones, Señor...
Gervasio: D'Aloisi...Commendatore D'Alosi.
Calogero: D'Alosi, pero su historia me parece un poco “exagerada”.
Gervasio: Esta noche lo verá con sus propios ojos.
Amelia: Y yo me desmayé porque él había transformado a mi papá en ciervo.
Signorina Zampa: ¿En ciervo?
Arturo: La transformación se hizo en un instante. Una cosa escandalosa: un hermoso ciervo.
Calogero: ¿Pero cómo puede ser posible?
Arturo: ¿ Qué interés puedo tener yo en mentirle a Usted? Fue una impresión colectiva, porque
todo el mundo dijo que yo saltaba de un lado al otro con una agilidad sorprendente.
Signora Zampa: (a Amelia) Y Usted,¿cuándo fue que se desvaneció?
Amelia: Cuando vi los cuernos sobre la cabeza de papá.
Arturo: Ustedes comprenderán que fue una cosa absolutamente impresionante: que los otros me
viesen saltar cuando yo estaba tranquilamente sentado en una silla. Sentí gritar: “¡los cuernos,los
cuernos!” y yo me pasaba la mano por la frente y no sentía nada.
Calogero:¡Un fenómeno de hipnosis colectiva!
Gervasio: Puede ser, pero ,¿cómo hacer para quedar insensible ante semejante espectáculo?
Signora Zampa: ¿Qué clase de tipo es ese mago?,¿qué facha diría Usted que tiene?
Gervasio: No es joven, debe andar por los sesenta, una cara muy marcada, atormentada, habla
lentamente, pronunciando las palabras más con sus dedos que con su boca; pero lo que es
verdaderamente extraordinario son sus ojos: uno los siente todo el tiempo fijos sobre uno mismo.
En suma: al verlo desplazarse, vestirse con una ropa algo anticuada, uno diría que es un pobre
diablo, pero cuando él fija sus ojos sobre uno, algo extraordinario ocurre, fatalmente.
Signora Zampa: Yo creo que voy a disculparme de no poder asistir al espectáculo...
Signorina Zampa: ¡No exageremos mamá!

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Camarero del Hotel: (llega y pidiendo ayuda a alguno de los huéspedes más jóvenes entran los
bártulos del mago y hasta un sarcófago cubierto desprolijamente con una frazada)¡Pongamos todo
por aquí y de la forma que indique el Professor.e ¡Hagamos rápido! Es tarde y el Professore está por
llegar.
Calogero: ¿Se refiere al prestigitador?
Camarero: Sí, trae estos accesorios... pero no se imagina la cantidad que faltan por entrar...(un par
de huéspedes colaboran de buena gana con el Camarero para entrar el resto de los accesorios del
mago))
Calogero: ¡Puro truco!
Gervasio: Sí, trucos, trucos...pero le aconsejo estar muy atento.
Marta: ¿Ya llegó el mago?
Camarero: Está entrando en este momento, va hacia el despacho del Director del Hotel. ¡Mire... ya
lo tenemos con nosotros! (El Profesor Otto entra por la puerta principal. Con la mirada algo
perdida, va a paso lento, vestido con una ropa desgastada, de corte anticuado, con algún toque de
elegancia como una corbata moño. Parece cansado, pero en su movimiento hay una dignidad
grotesca que lo hace diferente... También parece un Inspector, por la forma escrutadora de su
mirada sobre cada persona) Este es el espacio... ¿le parece bien?
Otto: Es un lugar muy bello.
Camarero: Todo el mundo encuentra este sitio muy encantador... (ambos van al proscenio y el
Camarero dice...mirando hacia la platea...el mar, en realidad)...mire qué colores maravillosos y
cambiantes toma el mar... el mar es grandioso...
Otto: ¿Así que te parece grandioso el mar? (mirando al muchacho con conmiseración) ¡Pobre
criatura... bah, pobre imbécil! Alguna vez he sentido yo también lo mismo y me sumergía tranquilo
en un mar tan inmenso e infinito como éste... sin embargo estando dentro no lograba encontrar el
más mínimo resquicio para moverme con facilidad. La humanidad entera ya se había arrojado a él
antes que yo y miles de manos me empujaban violentamente hacia la orilla, al punto de partida.
(mostrando la platea) Es una gota de agua el mar, muchacho. Una gota que tiene el prodigioso
mérito de no secarse nunca... y si lo hace, el proceso es lento, imperceptible al el ojo humano . Una
gota de agua en medio de la oscuridad que reina sobre todas las cosas, aún en las horas en que
imaginamos que el sol la ha destruido. (lentamente su mirada pasa de la platea-mar al escenario: y
se diirge al verdadero público de La grande Magia, los huéspedes del Hotel) Sí, Signore è Signori...
yo en pleno sol veo la oscuridad. El sol pasa, sí, pero pasa a disgusto... como un condenado... y su
intención no es destruir la oscuridad. La oscuridad las podemos destruir solamente con nuestro
tercer ojo, si es que conseguimos tenerlo, claro está... Es el ojo sin ventana, el ojo del pensamiento,
el único que me queda... Al contrario de los otros dos, que perciben las cosas visibles, esos que en
mi juventud veían al mundo enorme y sorprendente. Esos ojos que he perdido. Pasados los
cincuenta años esos ojos se han apagado.
Signora Zampa: (estúpidamente)¿No me digan que el pobre es ciego?
Sinorina Zampa:¿Es ciego, mamá?
Otto: No, Signora, no soy ciego... Usted sí que lo es, porque forma parte de esa inmensa masa de
ciegos que es el mundo, y que carece del tercer ojo. Pero, por lo demás, esto no es algo grave sino
casi conveniente. No puedo imaginarme una sociedad en que todos lo tuviesen. Afortunadamente
son casos rarísimos. Mi tercer ojo no es muy importante ni peligroso: con él sólo logro crear
pequeñas ilusiones y mis juegos son inocentes y simples. En cambio hay otros que se valen de él
para crear ilusiones de gran porte , ilusiones peligrosas que producen grandes daños; ilusiones que
se multiplican al infinito, planificadas con todos los medios, con todos los trucos y provocando
daños a todo y a todos. Usted, Signore D'Aloisi, puede atestiguar que mis juegos son sencillos e
inocentes. Yo los hago viajar, es cierto, pero no eternamente, sólo por un instante. A Usted abogado
Taddei, ¿le disgustaría si lo hiciese saltar un rato como un ciervo en libertad?
Arturo: ¡No Professore!, ¡dejémonos de bromas esta vez!

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Otto: ¿Qué diría Usted, Signore Di Spelta si durante el espectáculo , yo lo convirtiese en un
papagayo?
Calogero: ¿Cómo sabe Usted mi nombre, caballero?
Otto: Yo conozco a todo el mundo... (señalándolos) Signora Locascio, Signora Zampa, Signora
Marino, yo los conozco a todos... para algo tengo el tercer ojo. Les aseguro que nos vamos a divertir
muchísimo. El espectáculo será muy interesante y sé que Ustedes estarán aquí...
Todos: Por supuesto, sin ninguna duda.
Signora Zampa: (disponiéndose a partir) ¿Me permiten?
Signorina Zampa:Pero mamá, no exageres,¿qué te puede hacer un mago tan sabio como el
Professore Marvuglia?
Marta: ¡Hasta más tarde! Y mis deseos de mucho éxito...
Otto: Dentro de un momento llegará mi esposa, que es una artista exquisita... (una parte de los
clientes se retiran para vestirse para la noche, otros en cambio esperan la llegada de Zaira. Otto
dirigiéndose a Gervasio y Arturo) ¡Cuidado!, que los veo demasiado juntos y no quiero que
empiecen las sospechas...
Gervasio: (confidencialmente a Otto) Conozco mi trabajo. ¿Y tu mujer no ha venido?
Otto: No.
Gervasio: ¿Qué?, ¿se pelearon de vuelta?
Otto: Es una mujer tremenda. A la mañana cuando me despierto dejo los ojos cerrados y me digo:
“si los llego a abrir, ésta se va a dar cuenta de que estoy despierto y va a volver a torturarme”.
Arturo: La vida, de por sí, ya es demasiado triste como para hacerla todavía más amarga con
desconfianzas: Zaira es una buena mujer.
Otto: ¿Está todo listo?
Gervasio: Todo a pedir de boca...
Arturo: (dándole una hoja de papel)Esta es la lista completa de todos los clientes del Hotel, no
falta nadie.
Gervasio: Y esta es la foto de la Signora Di Spelta (se la da)
Otto: Es la mujer que estaba todo el tiempo con el marido... ¿está parecida en la foto?
Gervasio: No te preocupes, está idéntica.
Otto: Y Mariano D'Albino... ¿ha dado señales de vida?
Gervasio: Lo he visto hace una hora, pero su lancha (indicando hacia la platea) está allí preparada
en el muelle. Hemos hecho un trabajo de primera categoría.
Otto: Eso espero... (comienza a poner sus bártulos en orden de modo tal que los clientes mirarán
hacia la platea. Es importante insistir en la “inversión del escenario” de modo que quede bien
claro que nosotros... espectadores, somos también cómplices de los trucos del Profesor)
Arturo: (con preocupación por su hija)¿Estás bien hija?
Amelia: Sí, papá.
Arturo: (sacando del bolsillo un cartuchito con un huevo) Es fresquito, fresquito... lo vas a comer,
¿no es cierto?
Amelia: ¡No quiero comer huevo!, ¡no me gusta!
Arturo: Lo traje del campo, lo busqué yo mismo en el gallinero y lo pagué cincuenta liras.
Amelia: Aunque te hubiese costado un millón. En algún momento llega la náusea... No lo quiero
papá.
Arturo: Pero... ¿por qué?
Amelia: Porque es inútil.
Arturo: Me estoy volviendo loco... Sólo Dios sabe el sacrificio que hago. Porque para el médico es
muy fácil: “Dele esto, dele aquello”... Pero para “esto” y para “aquello” hace falta plata...
Amelia: Pero por qué pensar en lo que dijo el Doctor, yo me siento bien. Deberás entenderlo de
una vez : si lo que ha dicho el Doctor es verdad... si yo he logrado entenderlo, vas a tener que
entenderlo también. ¿Por qué no convencerte de la verdad? Cuando llegue el momento, nos

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saludamos y “buenas noches”.
Arturo: Escuchen cómo habla mi hijita... Según ella yo debiese estar feliz... Amelia, te lo digo por
última vez... yo creo que con una buena alimentación...
Amelia: Lo mío no depende de la alimentación papá.
Arturo: Dale el gusto a tu pobre padre y comete este huevo...
Amelia: Más tarde... Mas tarde papá...
Gervasio: Bueno, Arturo, vamos a recorrer un poco el Hotel. Continuemos desparramando
pequeños rumores. Pero tiene razón Otto, no tienen que vernos juntos: es muy sospechoso. Hasta
luego “Professore”... ¡que salga bien el trabajo!... (Gervasio sale con Arturo y su hija Amelia)
(Sin cruzarse con estos llega Mariano D'Albino)
Mariano: Professore.
Otto: Buenos días.
Mariano: ¿Estamos de acuerdo, entonces?
Otto: No se preocupe.
Mariano: ¿Su amigo le dió la foto?
Otto: ...somos profesionales.
Mariano: (le entrega el dinero) Aquí están las cincuenta mil liras. Para Usted. Yo necesito un
cuarto de hora para estar con ella.
Otto: ¿Un cuarto de hora? ¿es una broma?
Mariano: No inventemos historias, yo he hablado con el propietario del Hotel y lo he convencido
de hacerlo venir a Usted; ¿quiere que me conforme con menos de un cuarto de hora?
Otto: Un cuarto de hora es demasiado ¿cómo hago para distraer al público tanto tiempo?
Mariano: Eso es una problema suyo...
Otto: No se preocupe... me las voy a arreglar...
Mariano: Bien, yo esperaré en mi lancha. Y Usted cumpla con su deber.
Otto: Muy bien...
Mariano: Professore... respete nuestro contrato... (sonriente y amenazante al tiempo) de lo
contrario vamos a tener un problema... Adiós.
(Desde el fondo, entra como una furia Zaira dirigiéndose amenazante a Otto. Es una mujer de
cuarenta y cinco años, exuberante, vulgar y “pesada”. Viste con la afectada elegancia de vieja
Diva de Café Concert. Trae consigo varios paquetes y está vestida con el traje de su espectáculo
apenas cubierto por un abriguito de mala muerte.)
Zaira: ¡Tendrás que escucharme bien, “Padre-eterno”, que es como te gusta que te llamemo, no?:
“Padre-eterno”: otra vez me plantaste sola con los paquetes en la mano, y dejándome parada
mientras estábamos discutiendo, la próxima vez te encajo una piña que te hará volar la magia por
los aires!(sintiendo que se ha excedido frente a algunos pocos clientes que ya han buscado un sitio
para la función de la noche reacciona para presentarse) Signore e Signori, ahí como me ven, un
poco cansada por el exceso de actuaciones que se nos superponen, Ustedes están frente a una Diva y
antes de ocuparme de todos estos bártulos, cantaré para quienes vayan llegando para la función de
la noche, la de la “Gran Magia”, algún tango... mientras el Professore se encarga de armar nuestro
“Escenario de las Maravillas”. (se quita el abrigo) Signore D'Aloisi... Usted que siempre está en
mis actuaciones, ¿me honrará una vez más acompañandome en “Balocchi e profumi”, cuenta la
historia de una Signora... que a pesar de su aristocracia, no es más que una puta fina (perdonen le
Signore), que sólo compra perfumes Coty, mientras su pobre hijita le pide un juguete de la
vidriera. Un día le llega el castigo, como a todos nosotros y la hija se enferma gravemente; recién
entonces le comprará el juguete pero ya será demasiado tarde. (Gervasio va, incómodo a buscar su
bandoneón y empieza a tocar, ella cambia su actitud y se transforma en una Diva de voz
aterciopelada, que canta entre el poco público que se está acomodando para el espectáculo de
magia que acontecerá a la noche. Mientras tanto Otto pide auxilio al Camarero para acomodar los
accesorios... entre los cuales hay espadas, revólveres, una cajita japonesa muy decorada, también

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abanicos japoneses junto a una bandera italiana y otra cantidad de objetos aparentemente inútiles.
El escenario se arma de espaldas a la platea y mirando a los clientes del hotel, que se acomodan
en sus sillones mirando hacia la “mar-platea”... (que como sabemos “es el mar”)

Tango “Balocchi e profumi”


(“Juguetes y perfumes”)

Zaira: Grazie Signore e Signori. Vayan a terminar de prepararse para asistir al espectáculo de La
Gran Magia.

(El público, no muy numeroso aún, que al principio sufrió cierto desconcierto, aplaude
entusiasmado y luego se retira. Una vez terminado el tango, ella se vuelve hacia Otto.)

Zaira: Tendrías que explicármelo... ¿cuando vamos a terminar con esta vida de perros, recorriendo
hoteles de mala muerte, hospitales, cuarteles y festivales de cuarta categoría? Ya es hora de que
aproveches más mi talento y actuemos en teatros “como la gente”...
Otto: Ya te lo he dicho hasta el cansancio... los ilusionistas no funcionamos bien en los teatros. Está
bien que seas una diva, pero para tener éxito yo con “la ilusión” debiese tener una “partenaire”
joven, que pudiese mostrar sus encantos ocultos. Pero tu obstinación en seguir conmigo hace que
estés a disgusto... De paso podrías aprovechar que hoy estamos en un Hotel de cierto lujo... ¿no?
Zaira: Esa es tu manera habitual de insultarme, pero todo el mundo me encuentra joven y atractiva.
Cuando estoy bien maquillada y con mi ropa de escena valgo más que cien de esas mocositas de
dieciocho años que tanto te atraen.
Otto: Pero yo te miro con el tercer ojo...
Zaira: ¡El que te voy a arrancar de un manotazo en cuanto te descuides!
Otto: Cada vez estás más pesada e inoportuna... ¿o es que no te das cuenta que estamos arruinados
y que como no paguemos el mes de alquiler el dueño de casa nos pone de patitas en la calle? Dame
una libra esterlina de esas falsas que usamos en los trucos...
Zaira: (Buscando en una bolsita con monedas falsas) Aquí está.
Otto: En casa estamos a oscuras por no pagar la corriente eléctrica.
Zaira: Me parece muy romántico...
Otto: ...y en unos días nos cortan también el agua. (vuelca las monedas de la bolsita en un
sombrero-cilindro)
Zaira: Mejor...
Otto: ¿Y quién come a la mañana?
Zaira: Todo eso me pone contenta... una vez que estemos muertos de hambre se acaba la miseria
negra. Terminaremos en la calle, pidiendo limosna y todo por culpa tuya, ¡apático!, idiota, un
hombre sin iniciativas. Se me puede caer el mundo sobre la espalda, porque así ha pasado toda
nuestra vida... y sin embargo si insisto en seguirte, es porque te conozco.
Otto: Cortemos por un momento, que tengo que terminar de preparar los trucos. ¡Dejemos el
pasado que aún recuerdo cuando me hacías lo mismo poniéndome los cuernos con un par de
acróbatas fortachones!
Zaira: Sobretodo... Sandro, que tenía un pecho de Hércules y unos brazos de hierro.
Otto: Y otra vez con el “Hombre Acuarium”...
Zaira: Sí, Demetrio: se gozaba con él como con un pez en el agua...
Otto: ...y otra vez con el “Fakir de los ayunos”...
Zaira: ¡Las cosas que tengo que oir! No me hagas recordar a ese ángel... que además se llamaba
Gabriel... como el propio arcángel....
Otto: ... Yo te sorprendía no sólo en simples constataciones más o menos intuitivas... sino en el

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sentido más puro y positivo de la palabra: ¡me daba cuenta de con quién estaba! ; y entonces me
quedaban dos soluciones: o pegarme un tiro o la indiferencia y naturalmente siempre elegí la
segunda opción...
Zaira: Eras más celoso que Otelo y nada ha cambiado desde entonces, a pesar de tu desprecio...
Otto: (con un tono indescifrable entre la emoción y la resignación) Sí, mi amor... lo sigo siendo.
Zaira: Y es por eso mi tormento continúa, sin pensar que la paciencia tiene un límite y que el día
menos pensado me puedo ir con el primero que pase...
Otto: (frío) ¡No lo harás! (cambiando el tema) ¿Y mi varita mágica?
Zaira: (con ternura) es fácil aprovecharse de mí, creo que no soy capaz de dejarte.
Otto:(acariciándole el pelo de un modo monótono y mecánico) Mi querida, te amo tanto...
Zaira: Dame un beso...
Otto: (la besa)...Vamos a prepararnos...
Zaira: Si, ya es hora...
Otto: ¿Trajiste algo para comer?
Zaira: Si, una tortilla que hice con las sobras de los maccheroni de ayer, un poco de vino y café.
Otto: Vamos a buscar el vino... (salen)

(Durante este tiempo ha caído la noche, se encienden las luces en el jardín y los clientes van
llegando y tomán asiento en forma más protocolar... Se ve a la Signora Locascio, a la Signora
Zampa y y su hija. Con especial cautela llega Calogero y su esposa Marta, Gervasio, Arturo,
Amelia... Por fin entra el Camarero que hará la presentación.)

El Camarero del Hotel: Damos inicio al entretenimiento organizado por la Dirección del Hotel
Metropole. El Professore Otto Marvuglia demostrará una vez más sus extraordinarios poderes
mágicos. Muchos de Ustedes ya lo conocen y entonces no hacen falta muchas explicaciones. Sí les
pedimos un máximo de atención y les deseamos una agradable diversión.
Otto: Signore e signori, la música, siempre la música, ¿puede la magia producirse sin ella? Debo
advertirles que mis espectáculos no son siempre excelentes, sólo la confianza del público puede
lograr que yo me acerque a la perfección. El juego de ilusión es mi profesión, pero para que yo
pueda ejercer mis poderes mágicos necesito de la colaboración de todos. Ustedes deben estar
dispuestos a recibir la transmisión de mi pensamiento. Si me siguen, abandonándose a sus instintos,
veremos cómo se logran fenómenos de gran interés científico. Es una pena que no pueda enriquecer
mis números con una gran orquesta, porque eso sería carísimo, pero sin la música el ilusionista
pierde el noventa por ciento de su poder. Toda la vida el Vals de los Patinadores nos ha inducido a la
magia. Si hacen un pequeño esfuerzo lo escucharán ustedes también. (Hace un gesto de magia
hacia los espectadores y empieza a sonar el “vals de los Patinadores”) Escuchen: no será una
orquesta en vivo, pero ayuda muchísimo. Y la música me lleva a las otras artes y ¿que hay más
artístico que le “belle donne”... “Per Voi, Signore” (arroja a las mujeres unas flores de papel que
han de caer, con la colaboración de Zaira sobre las mesas de las mujeres) Y ahora pasamos al
experimento más importante.
Gervasio: (muy decidido) ¡Yo me voy!
Arturo: Y yo también.
Otto: ¡No!, esperen un poco.
Gervasio: Si Usted quiere volver a burlarse de mí está muy equivocado. No me olvido así no más
de lo que pasé en el “Majestic” de Brighton.
Arturo: Ni yo de lo que me hizo pasar en Francia.
Otto: No, cari Signori, no suelo repetir mis experimentos con las mismas personas. He pedido
colaboración y confianza. ¿Habrá quizá una gentil Signora que quiera prestarse? Una Signora
valiente, claro.
Marta: (se levanta de su silla muy decidida) Yo estoy dispuesta, Professore Marvuglia.

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Otto: (observando disimuladamente la fotografía que le ha dado Gervasio). Sí, sí: Usted me parece
la persona indicada. Venga, Signora.
Marta: (entrando al pequeño escenario y siendo aplaudida por la mayoría) Aquí estoy.
(Zaira apaga el fonógrafo y así deja de oirse el “Vals de los patinadores”)
Otto: Felicitaciones, Signora, por su belleza y por su coraje. (Otto quita la frazada que cubre el
sarcófago egipcio) ¿Quiere acercarse al sarcófago egipcio? Obsérvelo bien: es auténtico, ¿tendría la
amabilidad de entrar en él?
Marta: Por supuesto, Professore.
Otto: (conduciendo a Marta al sarcófago) Un momento después de entrar en él ocurrirá su
desaparición. Se sentirá atraída hacia el mundo de los sueños, tendrá una sensación de beatitud, su
cuerpo se desintegrará mientras el alma se escapa de él y sobre todo, escuche: cuando el juego
finalice, cuando cuerpo y alma vuelvan a reunirse; recuerde bien esto que le voy a decir, Signora:
“que el alma ignore las sensaciones del cuerpo y que sepa el cuerpo que el alma lo está ignorando.”
¡Que ocurra el milagro! (cierra el sarcófago con la ayuda de Zaira).
(La luz baja muchísimo , reinando un gran misterio. Zaira abre el sarcófago y está vacío. El
público tiene expresiones de asombro. Se oye el motor de la lancha de Mariano D'Albino en el
fondo de la sala. Mariano viene presuroso por la platea y por una escalerita que baja el pistón se
arrima al “escenario de magia”, sin subir, sin embargo. Zaira ayuda a Marta a salir por una
puerta secreta del sarcófago que mira hacia la platea. Ella baja con la ayuda de D'Albino por el
pistón del teatro y al final de la escena se irán por la platea. Durante esta escena los trucos
continúan en el escenario, hay pequeños aplausos y risas mientras vuelve a sonar el Vals de los
patinadores.)
Mariano: ¡Finalmente, ya era hora!
Marta: (ya en la platea, con él) Como si no conocieses a mi marido y la forma en que estoy
constreñida a vivir con él. Cada paso que doy tengo que hacerlo con cautela; los ojos de su familia
entera están sobre mis espaldas. Si nos vieran juntos sería un infierno, aunque en realidad están
esperando liberarse de mí para sacarle al estúpido de Calogero hasta el último centavo. Podrás
imaginar que no puedo estar contigo más que un cuarto de hora.
Mariano: ¿Qué estás diciendo?, esto es un rapto mi adorable Signora Marta y tenemos que partir
inmediatamente.
Marta: ¿Cómo?, ¿estás loco?
Mariano: Sí, loco de amor (se abrazan apasionadamente)
Marta: ¡Debo volver con Calogero!
Mariano: Los motores están encendidos, mi lancha pirata espera. ¡Vamos! Hasta Venezia no nos
detendremos.
Marta: ¡Mariano!
(luego de la primeras resistencias, ella sale con él corriendo por la platea hacia la lancha que los
llevará a Venezia.)
Otto: (Mira con inquietud y resignación hacia el fondo de la platea la partida de la lancha. Luego
se da vuelta hacia “sus” espectadores. Vacila un instante pero luego continúa con su rutina.)
Signore é signori. Uno siempre sabe cómo comienza un truco pero a menudo no cómo termina.
Mientras se produce el “milagro”, Zaira me traerá a un pequeño prisionero (Zaira le alcanza un
canario en una jaula) Este canario está vivo, feliz... él ignora su infelicidad. (hablándole al
canario) ¿Quién podría retenerte si quisieses huir?, pero hay quienes no pueden huir, podrás
desaparecer por un cuarto de hora, pero luego tendrás que volver. Así son los pactos. (Zaira recubre
la jaulita con un paño negro, Otto toma un revólver) ¡Atención, Signore è Signori! Uno, dos, tres...
(dispara un tiro, Zaira levanta el paño y la jaula está vacía, pequeño aplauso) Vayamos ahora al
experimento mayor... (Otto toma unos dados grandes y prepara el nuevo truco.)
Calogero: Disculpe, disculpe, Professore Marvuglia, pero ... ¿sería tan gentil de hacer reaparecer a
mi mujer?

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Otto: ¿Quién es Usted?
Calogero: ¿Cómo que quién soy? Calogero, el marido de la Signora Di Spelta... de la Signora
Marta...
(Los clientes del Hotel se divierten con la nerviosidad de Calogero.)
Otto: Un poco de paciencia... ¡Zaira! Comenzemos con el truco del dado gigante... hoy tenemos
Signore e Signori un gran variedad de “Variedades”. Y el que les voy a mostrar ahora es de los más
perfectos.
Calogero: ¡Espere!, Antes de pasar al siguiente truco, ¿sería tan gentil de continuar con el
experimento que dejó por la mitad?
( la música cesa)
Otto: pero... no entiendo...
Calogero: ¿Cómo que no entiende? Es muy simple. Le ruego que sea tan gentil de hacer reaparecer
a mi mujer.
Otto: Déjeme entenderlo mejor, ¿Usted cree que su mujer ha desaparecido?
Calogero: Y sí, el sarcófago está vacío.
Otto: (fingiendo estar muy divertido) ¡Esto sí que es divertido!...
Calogero: Por supuesto, su asistente abrió el sarcófago y estaba vacío...
Otto: ¿Qué cosa puede hacer un sarcófago? ¿Cree Usted de buena fe que un sarcófago de madera
pintada puede -por sí solo- hacer desaparecer a una persona? ¿No puede pensar -aunque sea por un
segundo- que a su mujer la hizo desaparecer Usted mismo?
Calogero: ¿Yo?
Otto: Sin quererlo, sin duda... Usted lo habrá hecho sin querer... ¿Y está convencido de que su
mujer ha desaparecido hace un momento?
Calogero: Por supuesto, estaba sentada cerca mío.
Otto: ¿No estará Usted hablando en serio?, su mujer no estaba de ningún modo “cerca” suyo... Es
probable que ni siquiera haya venido a este Hotel con Usted. Vaya a saber cuándo su mujer se
apartó o desapareció de su vida... y quizá lo que está pasando ahora delante de sus ojos sea
solamente una ilusión. Usted está solo aquí... (dirigiéndose a su público) ¿Nosotros acaso
conocemos a la mujer del Signore Calogero Di Spelta?
El Público: (mientras los huéspedes del Hotel están en silencio y expectantes, Gervasio, Arturo y
Amelia dicen) No, no, nadie la conoce...
Calogero: ¡Están todos locos! Yo puedo jurar que no he hecho nada para hacer desaparecer a mi
mujer.
Otto: Eso es lo que Usted cree, lo que Usted se empeña en creer, pero carece de esa cualidad: la de
poseer el ojo sin ventana... el ojo del pensamiento... ¿No es capaz de darse cuenta que Usted mismo
es el artífice de este juego de ilusión? Usted hizo desaparecer a su mujer y solo Usted es quien
puede lograr que reaparezca. Yo quizá pueda ayudarle un poco, pero milagros no sé hacer. Venga
hacia aquí... acérquese por favor...
Calogero: Yo no soy un payaso...
El público: (específicamente Gervasio, Amelia y Arturo) ¡Vaya, vaya... todo es diversión!
Calogero: De ninguna manera... ¡Debe saber que la falta de educación tiene un límite! Yo soy un
señor, no pretenderá que vaya allí a mezclarme con sus trucos.
Otto: Está claro: Usted quiere perder a su mujer... definitivamente.
Calogero: ¡Pero miren que tipo!, ¡qué sinvergüenza!
El público: ¡Vaya, vaya! Así nos divertimos todos...
Calogero: (se acerca al escenario de Otto)
Otto: ¡Bravo! Respóndame ahora a estas pocas preguntas: ¿es Usted celoso de su mujer?
Calogero: Esas son cosas íntimas, que no le interesan ni a Usted ni al público.
Otto: Lo hago por su bien, responda... ¿la ha celado Usted?
Calogero: Bueno... sí: lo reconozco.

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Otto: ¿Oíste Zaira?... El Signore Calogero es celoso.
Zaira: (lo reprende con un gesto de pequeñas cachetadas, como se hace con los niños) Ah,ah,ah!
Otto: Es capaz de haberle hecho Usted... escenitas...
Calogero: ¿Va a terminar Usted de burlarse de mí de una vez por todas?
Otto: Responda con calma... ¿ha tenido Usted dudas sobre su fidelidad?
Calogero: ¡Le ordeno que deje de seguir ofendiéndome!
Otto: Todo lo contrario, quiero ayudarle... responda: ¿ha dudado de ella alguna vez?
Calogero: (con fiereza) ¡No!, ¡nunca!
Otto: Excelente. (Zaira le acerca la cajita japonesa, de doce centímetros de alto y cuarenta de
largo, Otto la pone en manos de Calogero quien la toma con aprehensión.) Mire: su mujer está en
esta caja, ¡ábrala!
Calogero: ¿Y después?
Otto: ¡Ábrala y veremos!
Calogero: (observa la caja desde distintos ángulos y sin atreverse a abrirla lo intenta... en ese
instante vuelve a sonar “El Vals de los Patinadores” muy suavemente)
Otto: ¡Un momento!, ¿tiene Usted fe?
Calogero: ¿Qué quiere decir...?
Otto: ¿Que si tiene fe en ella... en su fidelidad? Si Usted está seguro: ¡ábrala! Si Usted no está
convencido no la abra. ¡Jamás!
El público: ¡Sí, sí!, ¡ábrala!... ¡no tenga dudas!, ¡ábrala!
Otto: Por favor, ¡silencio, silencio! Signore è Signori, les ruego que lo dejen decidir a él, sin
influenciarlo, la decisión la debe tomar él solo, la responsabilidad es solamente suya. Piénselo bien:
si Usted abre esa caja con fe, la verá; pero en cambio si duda no encontrará nada en ella y no la
verá: ¡nunca más! (Calogero, con la caja en las manos queda perplejo.) ¡Abra! si cree...
Calogero: (sin poder decir una palabra no le contesta.)
(regresa el Vals de los Patinadores, que se interrumpirá en los momentos de mayor tensión. La
duda crece en Calogero y luego de una larga pausa se pone la caja bajo el brazo izquierdo. Los
espectadores, con pequeños gestos hipócritas o malignos comentan lo acontecido. Una calma
pesada se expande por el escenario.)
Otto: ¡Pasemos al siguiente experimento!

Telón

PEQUEÑO ENTREACTO 1

(mientras se instala el cambio escenográfico que nos lleva al Segundo acto y por ende a la casa-
casi un inquilinato- que Otto Marvuglia comparte con su mujer, pero también con Gervasio,
Arturo y Amelia -la hija de este-, a manera de Entreacto Zaira canta un tango sentada en el borde
derecho del proscenio), Gervasio la acompaña con su bandoneón)

Zaira:

Tango della Malavita

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ACTO SEGUNDO

(La casa miserable de Otto Marvuglia, un lugar destartalado y melancólico. A través deuna gran
ventana se ven los techos y balcones de la manzana de enfrente. Reconocemos como mobiliario: los
bártulos que vimos en el Acto primero en el Hotel, mesitas, biombos, sombreros-cilindro, la
bandera italiana, escopetas y espadas. En el centro del ventanal pende una jaula llena de canarios.
Día claro, en las primeras horas de la mañana)

Amelia: (asomada a la ventana parece hablar con alguien que está enfrente) ¡No, no te lo permito!
Te lo digo seriamente: es inútil que insistas en hablar con papá. Si lo hicieras: no te miraría más a la
cara, ¿oíste? (después de una respuesta, que no sentimos...) No quiero explicártelo más: la razón es
que por el momento no quiero casarme, ¿lo comprendiste?, no puedo explicarte más que eso... en
algún momento lo entenderás. Quizá mañana. ¡Mañana es mi cumpleaños!, cumplo los diecinueve.
Si tuvieras la paciencia de esperar dos o tres años a lo mejor podríamos casarnos. Ya debieras saber
que papá es un cabeza dura.... Cambiemos de tema, que este me tiene harta. Yo pienso que quizá no
me quieras, porque nunca me has hecho la pregunta que le hacen los chicos a las chicas cuando
están enamorados. Nunca me preguntaste cuáles son las flores que más me gustan. Es la primera
cosa que cualquier chico pregunta; al menos es lo que me dijo una amiga a quién se lo preguntó el
novio que está que revienta de amor por ella... Pero si no me lo vas a preguntar te lo digo yo: yo
adoro los claveles rosa pálido, los más chiquititos. Porque una vez , cuando yo era casi una nena y
estaba sola en el balcón,(yo vivía en un primer piso): siempre miraba como un cochero le daba de
comer pasto a su caballo y un día vi que al caballo se le apartaban los ojos de su comida y se le
fueron acercando a los claveles. Y luego se los comió,¡ pobres clavelitos!, ¿qué le voy a hacer?,
cada vez que me acuerdo de eso me pongo a llorar. Espero que no lo olvides: son los claveles rosa
pálido los que me gustan, pero los muy chiquititos, chiquititos...
Otto: (entra con un pijama muy raído, hablando con Gervasio que viene tras él trayendo un
pequeño interruptor del cual pende un hilo que no termina de aparecer entero en el escenario)
¡Pero no, Gervasio! El interruptor dámelo a mi, es mejor que lo tenga yo en el bolsillo.
Gervasio: Me parece que es mejor que sea yo quien lo accione. Si el público ve el hilo, se pierde el
chiste...
Otto: Te aseguro que no verán nada: cuando el número termina, el público está distraído y nadie se
espera una trampa más... Pero hagamos una prueba: desde dentro, pondrás el disco... (Gervasio va
a la habitación de al lado. Otto manipula el interruptor y se lo pone en el pantalón pijama en la
parte de atrás. Se oye una transmisión como si fuese radial, demasiado estridente) Bueno, esta vez
lo hice mal, tengo que hacerme la mano,¡no es una cosa tan fácil!. Empecemos de vuelta.
(llamando a todos...) Arturo, Amelia, acérquense ,¡vengan que vamos a hacer un ensayo completo!,
¡Sí,sí, Amelia también! Ustedes harán de público. Hagan de cuenta que el número ha terminado. Yo
saludo. (los tres aplauden. Otto prueba de subir el volumen para que se mezcle con el aplauso de
los tres y lo haga más y más sonoro, al punto que el mismo se convierte en una ovación
impresionante. La ilusión es perfecta y la cara de Otto resplandece de alegría y parece contagiarse
y “creer” en ese público imaginario y en el estruendo que festeja su actuación. En ese momento
llega Zaira con un traje desvencijado pero con algún toque de digna elegancia. Algo grotesco de su
figura es indisimulable... trae una bolsa con verduras, un paquete de spaghetti y bajo el brazo una
botella de aceite. Al ver a Otto en semejante trance, lo observa perpleja)
Zaira: ¿Qué es esto?, ¡por Dios!, la próxima vez que enloquezcas de ese modo me gustaría ver la
escena completa: no te olvides de invitarme...
Otto: ¡Nuestro número ha terminado y la multitud delira!, ¡qué público entusiasta, Zaira!

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Zaira: ¿Cuál público?
Otto: (cándidamente) ¿Soy o no soy un ilusionista? He creado este truco y lo he bautizado: “la
multiplicación geométrica del aplauso”; así nos evitamos la desilusión de tener que actuar ante
cuatro gatos. Un amigo que trabaja en la radio me lo grabó en un disco... es lo que yo llamo un
“aplauso oceánico”, tomado en una plaza pública, después de la intervención del Mussolini de
turno... ¿Quién no se sentiría orgulloso? La ilusión es perfecta.
Zaira: Y Ustedes: ¡manga de idiotas!... ¿le hacen el caldo gordo a este inconsciente? , ¿no se dan
cuenta que estamos ante un perfecto loco que piensa en la multiplicación geométrica del aplauso
mientras que lo que tenemos es una disminución geométrica del dinero? Hoy, para comprar estas
cuatro cosas para comer tuve que empeñar el último par de aros que me quedaba. Y la última cosa:
¡te ruego que la termines con los experimentos eléctricos, porque este fin de mes nos van a volver a
cortar la luz!, ¡el carnicero, el verdulero, todos exigen: si es como para arrancarse los pelos, uno por
uno!
Amelia: (conciliatoria)A no amargarse: ya verás que algo bueno va a pasar.
Arturo: ¿Me lo vas a decir a mí?, ¿saben a quién me encontré ayer?:a Roberto Magliano.
Otto: (con un indisimulable estremecimiento)¿A Magliano?, ¿y qué quería?
Arturo: Yo no lo había reconocido porque está reducido a un estado que da pena, a pesar de lo cual
él si supo quién era yo y me pidió tu dirección.
Otto: ¿Y se la diste?
Arturo: ¿Tengo cara de cretino, yo? Le dije que hacía mucho tiempo que no te veía. Quiere el
dinero, quiere las cien mil liras que te prestó. Me dijo que va a poner Nápoles cabeza abajo, pero
que te va a encontrar. Tendrías que cuidarte porque está envenenado; es capaz de meterte un tiro en
la cabeza.
Otto: ¿Un tiro? Muy bien: ¿jugaste a la ruleta alguna vez? La ruleta tiene treinta y seis números y
Nápoles tendrá doscientos mil casas, ¿no?, ¿estás seguro de que me va a encontrar?, ¡estoy rodeado
de pesimistas!
Arturo: Professore... la ruleta la he jugado un montón de veces. En la bolita que gira vive el diablo
y mientras ella gira y gira: ¿a quién verás llegar por esa puerta?... a Roberto Magliano...
Otto: Esperemos que no.
Amelia: (mirando la bolsa con las verduras) ¿Qué compraste?
Zaira: Lo que pude y también estos tres clavelitos de los que te gustan ...
Amelia: ¡Que lindos que son! Te quiero,Zaira...
Zaira: Y yo también.
Amelia: ¡Y son tan perfumados!:son iguales a aquellos que se comió el caballo. (se pone a llorar
con cierto desconsuelo)
Arturo: ¿Qué pasó?
Zaira: Nada, vió los claveles y se puso a llorar. Si te vas a poner triste, no te los traigo más.
(En ese momento entra Gervasio seguido del Camarero del Hotel)
Gervasio: Es el camarero del “Metropole”, que quiere hablar con el “Professore”.
Camarero: Buen día, Professore.
Otto: Buenos días, ¿qué te trae por aquí?
Camarero: Ayer llegó al Hotel esta carta para Usted. Como hoy estoy libre y vivo por aquí...
Otto: ¡Gracias!, toda una gentileza de tu parte. (abre el sobre y lee la carta)
Camarero: ¿Es importante?
Otto: Sí, un poco... ¿podrías sentarte ,no?
Camarero: No, me voy en seguida.
Otto: ¿Un café? En casa de un mago, un café aparece como un juego de ilusión más...
Zaira: (con ironía) Claro,aquí todo aparece como por arte de magia. ¿Ves estos spaghetti y la
verdura? Los hizo aparecer con la varita mágica, ¡el patrón, claro! Cuando necesito un par de
zapatos, él hipnotiza al zapatero y gratuitamente tengo los más bonitos que pude soñar; yo en

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cambio soy muy buena para las “desapariciones”, un día de estos voy a contar hasta tres: “Uno,dos,
tres” y de pronto habré desaparecido... “y si te he visto no me acuerdo”. No te vas a perder el café
en casa de un mago, ¿no?, sería una descortesía. Además, muy merecido porque has sido muy gentil
viniendo a visitarnos.
Amelia: Sí, un cafecito, así tomamos también nosotros: está hecho... es sólo calentarlo un poco.
Camarero: ¡Gracias!
Amelia: De nada.
Camarero: Una chica muy gentil... (se va,con las dos mujeres hacia la cocina)
Arturo: Yo me voy a hacer la barba, después me tomo un café y veo si pesco algún “trabajito”.
Gervasio: Te acompaño.
(Salen. Otto queda solo, enrollando metódicamente el hilo alrededor del interruptor. Suena un
timbre y Otto rápidamente se va por la puerta contraria. Después de algunos momentos y sin
esperar que nadie le abra entra Calogero Di Spelta, con la caja japonesa bajo el brazo izquierdo.
Llega con un Inspector de Policía . Otto aparece tímidamente desde su “escondite”)
Inspector: ¡Arriba las manos todos!
Otto: Estoy solo, de modo que soy el único que puede levantar las manos.
Inspector: Ya lo veo, no soy ciego... pero no intente hacerse el vivo conmigo: yo soy policía y
Usted ilusionista... Si yo digo: “¡arriba las manos, en nombre de la ley!”, Usted las tiene que
levantar. Éstas son las frases que me dan coraje y autoridad y tengo que decirlas. ¿me entiende? Y
Usted Signore Di Spelta se queda conmigo. ¡Sin moverse!
Calogero: Muy bien.
Otto: ¿Qué pasa?, ¿a qué debo el honor de su visita en mi casa, signore Di Spelta?
Calogero: No responderé a sus preguntas, ¿me ha comprendido? Lo que tengo que decir ya se lo he
dicho al Inspector aquí presente. Es a él a quien le debe preguntar. Él le va a responder.
Otto: Muy bien, entonces Inspector, ¿en qué puedo servirle?
Inspector: (con un aire algo cómico e impostado, tratando de darse importancia) No se haga el
distraído, “¡amigo del sol!” Recuerde que la Policía lo sabe todo, que siempre está al corriente de
todo. El Signore Calogero ha hecho una denuncia precisa, y yo no he necesitado grandes datos,
porque ya lo sabía todo. Cuatro días atrás, en el Jardín del Metropole, con una estrategia de
delincuente consumado, Usted ha hecho desaparecer a su mujer.
Otto: Pero...
Inspector: ¡Silencio! y ¡firmes todos! La Signora tenía puestas mucha joyas, oro y brillantes...
Calogero: Y una esmeralda de diez quilates.
Inspector: ¡Silencio!, he dicho oro y brillantes y cuando se dice oro y brillantes ya están
comprendidas las esmeraldas y los rubíes, ¡firmes todos! Entonces, “amigo del sol”, la señora ha
sido saqueada por sorpresa. Ahora se trata de averiguar la residencia provisoria del cadáver. Si
confiesa, mejor para Usted.
Otto: ¿Puedo decir una palabra?
Inspector: ¡Adelante!
Otto: Ya le he explicado al Signore Di Spelta que se trataba de un simple juego de prestidigitación,
que por otra parte fue él quien lo ha iniciado, y quién sabe cuándo... Yo no tengo por qué hacerme
responsable de la desaparición de esa mujer. El hecho de haberlo puesto frente a la ilusión,
deteniéndome por un instante, en forma concreta, en su cerebro y haberle mostrado las imágenes de
su conciencia atávica, no comporta una responsabilidad de mi parte y Usted se imaginará que yo no
puedo sentirme culpable del subconsciente del Signore.
Inspector: (sin entender lo que dijo el Professore, contesta dubitativamente) Si, si, es posible...
pero la Signora desapareció, ¿si o no?
Otto: Sin duda, pero es de Calogero de quien depende que la reaparición se produzca. ¡Coraje,
Signore Di Spelta!, no contribuya a crear equívocos y no haga perder tiempo a la Justicia. ¡Haga
reaparecer a su mujer!

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Calogero: ¡No!, yo la caja no la abro. ¡No seré tan estúpido para prestarme a una impostura
semejante!
Inspector: ¿Qué caja?
Calogero: Ésta.
Inspector: ¿Y qué tiene que ver la caja?
Calogero: El Professore insiste en que mi mujer está aquí dentro.
Otto: (melifluo, insinuante) De modo, Signore Di Spelta, ¿que Usted todavía no ha abierto la caja?
Calogero: (decidido)¡La caja yo no la abro!
Otto: ¿ Y por qué motivo absurdo se niega Usted a abrirla?
Inspector: ¡Yo no soy un cretino!, no es posible encontrar una esposa dentro de una caja.
Otto: No una: cien, mil esposas puede contener una caja; aún cuando fuese más pequeña que esta.
Inspector: ¡Historias!, ¡historias! ¿Quiere burlarse de la justicia? La Signora desapareció, le repito
“amigo del sol”, mejor que confiese, le traerá menos problemas, ¿por qué la mató?, ¿dónde está el
cadáver? (Otto siente cierta satisfacción por sentirse un peligroso asesino...)
Otto: Bueno: será mejor confesar.
Inspector: ¡Arriba las manos!
Otto: Voy a confesar todo a la justicia, a pesar de que se trata de un secreto profesional. ¿tendrá la
amabilidad, Señor Inspector, de apartar de nosotros un poco al Signore Di Spelta?
Calogero: ¡No tiene derecho!
Inspector: Signore Di Spelta, colóquese en la esquina de la habitación. (Calogero lo hace)
Otto: (secretísimamente, se apartan hacia la esquina opuesta de la habitación) La Signora Di
Spelta se encuentra en Venezia.
Inspector: ¿Muerta?
Otto: No, nunca ha estado más viva que ahora. La noche de mi espectáculo en el Metropole
encontró un momento propicio para escaparse con su amante Mariano D'Albino.
Inspector: ¿Tenía un amante?, ¡No me diga!
Otto: Así es, y para no enfrentar a este desgraciado del marido con la realidad, tuve que recurrir al
juego de la ilusión e inventar la historia de la caja...
Inspector: ¡Ah, la caja!, ¿y por qué no la abre?
Otto: Porque quizá la fe en su mujer no sea suficiente.
Inspector: ¿Y si no la abre?
Otto: Vivirá en la ilusión de la eterna fidelidad...
Inspector: No he entendido nada...
Otto: ...no importa...
Inspector: ¿puede probarme esto que dice?
Otto: Si, por supuesto: he recibido esta carta de Venezia (saca la carta del bolsillo y la lee):
“Gentile Professore Marvuglia: Estoy apenada de haberlo puesto en una situación embarazosa con
mi marido, pero no fue culpa mía. Fue el señor Mariano D'Albino quien me arrastró hasta Venezia.
Ahora estoy con él en un Paraíso de Felicidad. El único problema es el pobre Calogero; trate de
disuadirlo de la idea de buscarme. Él no es mi hombre. Perdone y créame. Suya: Marta Di Spelta.”
Inspector: (con un tono despreciativo) ¡Estas mujeres, estas mujeres!. ¿Me da el sobre? (yendo
hacia Calogero le pregunta:), ¿Reconoce esta caligrafía?
Calogero: Es la de mi mujer. (intenta tomar la carta)
Inspector: (evitándolo) ¡Basta ya! (yendo hacia Otto) Está claro: es cornudo...
Otto: Shh, shh...
Inspector: Pobrecito; le pesan los cuernos...
Otto: Sí.
Inspector: Y entonces, ¿qué hago con él?
Otto: Yo lo arrestaría.
Inspector: ¿Arrestarlo?

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Otto: Sí, es conveniente tenerlo aislado, porque produce mucho fastidio, es un pesado.
Inspector: ¿pero por cuál delito?
Otto: Falsa denuncia.
Inspector: Eso no existe.
Otto: En lo que a mi respecta sí.
Inspector: ¿Por qué no le cuenta a este hombre la verdad?: “su mujer se ha escapado con un
amante”, así él hace una denuncia y yo puedo sorprenderlos in fraganti.
Otto: ¿ Y por qué no se lo dice Usted?
Inspector: ¿A mi qué me interesa este asunto?
Otto: Tampoco a mí. ¡Entre en el juego, Inspector! Si Usted colabora a que ese pobre diablo
conserve su ilusión, sale del problema y hace una obra de bien.
Calogero: (que para su pesar no ha podido oír nada de la conversación anterior y está
nerviosísimo) ¿Cuándo se decidirá Usted a arrestar a este hombre?, ¿por qué no actúa, Inspector?
Inspector: (saliéndose ya de la casillas) ¿Que por qué no actúo?, ¿y a mí me lo pregunta?
Calogero: ¿Y a quién si no?
Inspector: Usted, más vale que se quede tranquilo y agradezca al cielo que no le haya mandado
una desgracia peor. El Professore Marvuglia le podría tirar encima una buena querella por
difamación, mientras yo podría estar llevándomelo a la Policía, a hacerle pasar un par de noches en
una celda húmeda y estrecha por haber intentado burlarse de un funcionario estatal; para el caso: ¡de
mí!
Calogero: ¿Yo he hecho todo eso?
Inspector: Sí, Usted, Usted, Usted... ¡Para ir a la Justicia hay que ir con pruebas, documentos,
testigos, hechos irrefutables! Si Usted me hubiera dicho lisa y llanamente que su mujer desapareció,
por haberse ido con otro hombre, su situación habría sido más fácil. Pero no: ¡prefirió inventarse
una fábula y hacerse pasar por una víctima inocente! ¿Puede darme, por escrito, información de
dónde se encuentra su mujer con su amante?
Calógero: ¡No!
Inspector: Quizá hubiéramos podido avanzar algo en el juicio de adulterio, pero con tales
imprecisiones será muy difícil. ¿Quiere Usted obligar a la policía a averiguar sobre trucos de
magia? Eso no es serio, Signore Di Spelta. Como Usted ve la responsabilidad es suya: “la ropa
sucia se lava en casa” (a Otto) ¡Buen día, Professore! (a Calogero) Y respecto a ciertos juegos de
“alusión”, querido Signore: (con una risa sardónica) “¡arriba las manos!”
Calogero :(todos los sentimientos imaginables pasan lentamente por el rostro de Calogero, cae en
una silla, poco a poco... empieza a sollozar... y con voz apenas audible y entrecortada, dice:) He
comprendido todo.
Otto: (se le acerca dulcemente) Pero no, Signore Di Spelta, no es como Usted lo piensa... ¿Qué es
lo que cree haber comprendido? Esto me contraría, de verdad... yo creí que Usted estaba
verdaderamente poseído por el juego, que se había entregado a él...
Calogero: (descorazonado)¿Qué juego?
Otto: El que estoy presentando ahora mismo en el jardín del Hotel. Yo en posesión del tercer ojo,
que es la forma sencilla de llamar al ojo del pensamiento, el ojo sin ventana, no hago más que
erradicar de su cerebro una convención enraizada desde su época prenatal y que le da ciertas
sensaciones que Usted toma por ciertas y que no son más que simples fenómenos de la conciencia
atávica: ¡el tiempo!
Calogero: ¿Cómo?
Otto: Está Usted con un abatimiento tal, que le puede venir un colapso y mandarle al otro mundo,
de modo que aún traicionando mi secreto profesional le invito a seguir el juego hasta el final.
Porque es en ese momento cuando se sentirá liberado y hasta podrá reírse de lo ocurrido. ¿No
pensará que el tiempo pasa?, ¿no? Yo quiero revelarle a Usted mi secreto: antes que nada, Usted
debe entender que mientras el experimento no se haya completado, no podrá reírse de este asunto.

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Los humanos estamos organizados de un cierto modo y es por eso que no llegamos tarde a las citas,
pero si viviéramos de un modo natural, salvaje, casi no notaríamos la diferencia: no abría citas. El
tiempo continuaría sin que lo supiéremos: porque el tiempo es uno mismo.
Calogero: ¿Yo?, ¿por ejemplo?
Otto: Por ejemplo... Imaginemos a un pobre desgraciado condenado a treinta años de carcel. Según
Usted: ¿qué debe esperar?
Calogero: Y... que pasen treinta años.
Otto: ¿Le parece?. ¿Y si muriese un segundo después de conocer la sentencia?, ¿para quién cree
Usted que esos treinta años deberían pasar, luego de la muerte del condenado?
Calogero: Y... para los que se quedan...
Otto: ¿Y porqué esos que se quedan tienen que seguir pensando durante treinta años en ese
condenado que ya no existe?. Otro ejemplo, ¿a qué hora le sirven el almuerzo?
Calogero: Y... sobre la una y media.
Otto: O sea, que a la una y cuarto ya está con hambre.
Calogero: ¡Un hambre de perro!
Otto: Y... ¿le viene el hambre porque es la una y cuarto o es la una y cuarto porque le da el hambre?
Calogero: ¿No es lo mismo?
Otto: No, no es lo mismo: el reloj marca la una y cuarto porque a Usted le viene el apetito. El reloj
es su organismo que ha determinado la hora. O sea que el tiempo: ¡es Usted! ¿Cuándo desapareció
su mujer?
Calogero: Hace cuatro días...
Otto: Me esperaba esa respuesta... ¿y Usted está seguro?
Calogero: Naturalmente...
Otto: ¿Cómo, naturalmente?, cuando cree eso, es por una experiencia sensible, pero no por un
hecho demostrable. Aún traicionando mi secreto profesional, le digo: (como si estuviese en el jardín
del Hotel Metropole) estoy por comenzar el truco, ahí están todos los clientes del Hotel
observándonos. Solamente Usted cree estar en mi casa. Le traicionan las sensaciones. De hecho:
¿está seguro de haber buscado a su mujer por todos lados?
Calogero: Sí, he venido hasta aquí con un Inspector.
Otto: ¡Falso!, tan falso como que este lugar sea mi casa: Usted está en el jardín del Hotel
Metropole, reaccionando como lo haría cualquiera: engañado por las apariencias, por la conciencia
atávica. Está sufriendo por un juego del cual cree, falsamente, ser el protagonista.
Camarero: (entrando desde la cocina, Calogero al verlo queda perplejo) Aquí tiene Professore, un
café exquisito.
Otto: Gracias. Como puede ver, no estoy solo: sírvale éste café al Signore Di Spelta y luego
tráigame otro a mí. Lo clientes de Hotel tienen prioridad.
(se oye el Vals de Los Patinadores al mismo tiempo que por trasparencia se ve el jardín del Hotel
con algunos clientes.)
Camarero:(algo confundido, pero respondiendo con astucia a los signos que Otto le hace.)Por
supuesto, Professore. Encantado de servirle Signore Di Spelta, uno de los clientes más asiduos de
nuestro Hotel. Permiso. (sale hacia la cocina)
Calogero: (más confundido que antes, toma el café) Sí, sí, todos los años, o año por medio yo voy a
ese Hotel...
Otto: ¿Cómo que va? Usted en este momento está en el Hotel.
Calogero: (dudando) Sí. El servicio en este Hotel siempre ha sido de primer orden.
Otto: También el Restaurante.
Calogero: Sí, después es muy difícil acostumbrarse a la cocina de casa.
Camarero: (entrando con otro café) Professore, éste es para Usted. Si me necesita no dude en
llamarme, pero ahora tengo que hacer un par de cosas que me pidió el Director.
Calogero: (hablando aparte con el camarero) Perdone, ¿Usted pasa muchas horas aquí?

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Camarero: Sí, estoy mucho en el Hotel...
Calogero: ¿Y... ahora... también?
Camarero: Naturalmente... (Otto le hace una señal precisa para que afirme...) Lo está Usted
viendo con sus propios ojos... ¿Me permiten? (se va)
Calogero: (aún más perplejo) Professore, yo a éste lo he reconocido, es el Camarero del Hotel
Metropole. O sea que aquí hay algo que está mal: si lo que Usted está intentando es transmitirme
sólo imágenes para que yo pueda terminar el juego, ¿por qué aparece el camarero que pertenece a la
realidad y no al juego de ilusión?
Otto: ¡Bravo! Me gusta porque Usted profundiza en cada cosa... (dudando de si ha hecho lo
correcto) Usted ha llegado a conmoverme y esto hizo que le revelara mi secreto profesional.
Calogero: (una vez se oye el Vals de los Patinadores y vuelve a verse el jardín del Metropole.) Si
Usted me abrió el ojo del pensamiento.
Otto: Precisamente...
(En esa instancia aparece, por la entrada de la calle Roberto, un hombre de unos cuarenta y tantos
años, pálido y con el rostro descompuesto. Entra sin llamar y va decididamente sobre Otto.)
Roberto: No me esperabas, ¿no?, es muy fácil desaparecer de la circulación sin ningún aviso, pero
cuando me has necesitado, supiste encontrarme... Te anda fallando la memoria, “Professore...”. Creo
que te han contado con detalles lo mal que estoy, te lo he escrito, te lo he mandado a decir y ¡nada!
Otto: (llevándole aparte de Calogero y tratando luego de aplacar a Roberto) También mi situación
económica es desastrosa.
Roberto: ¿Y a mí qué me importa tu situación? Tengo tres hijas y a mi mujer internada en una
clínica, para operarse. Ya una vez te salvé de apuros con cien billetes de mil, el uno sobre el otro.
Otto: Siempre podrás encontrar algún amigo que...
Roberto: ¿Así que tengo que me ponerme a mendigar para salvarte de tus obligaciones?
No estoy para escuchar excusas estúpidas. Me devolverás ese dinero o te mato. (saca de su
chaqueta un revólver y apunta sobre Otto.)
Otto: (intentando aplacarlo.) Dame cinco minutos... (sin perder la calma se acerca a Calogero)
Los juegos son múltiples, mi querido amigo, ¿ve a este hombre que ha entrado como una ráfaga?, él
pertenece a otro juego empezado hace mucho y que Dios sabe cuando terminará.
Calogero: ¿Otro juego?
Otto: Claro, al que al igual que Usted, él se prestó inconscientemente: habrá oído que me reclama
cien mil liras. Esto puede tomar dos caminos: si se las doy, él desaparece y termina su juego y
puedo ocuparme exclusivamente del de Usted...
Calogero: Sí, sí, mucho mejor...
Otto: ...si no lo hago y me dejo matar, el juego puede tomar direcciones muy confusas y de
proporciones enormes implicando a otras personas y a otras cosas: habría artículos en los diarios,
policía, tribunales, cárcel, funerales, cementerio...
Calogero: (entusiasmado) ¿Todas imágenes de la memoria atávica?
Otto: Naturalmente...
Calogero: ¡Un espectáculo formidable! (teniendo una idea repentina, va hacia Roberto y le dice)
¿Sería Usted tan gentil de disparar dos buenos tiros a la cabeza del Professore?
Roberto: (con una mezcla de extrañeza y fiereza) ¡Sí, si! ¿Usted quiere que le tire a quemarropa?,
¿que me saque toda la furia?, ¡Estoy deseando hacerlo!
Otto: Un momento... no hagamos locuras, Calogero: si él disparase...
Calogero: Los tiros no le harían ni mella a Usted, porque se trata de un juego, ¿no?
Otto: No, no, Usted no ha comprendido nada: esto me pasa por revelar mis secretos profesionales a
neófitos... Si él me dispara: yo muero y ahí termina mi mundo y con él, también el suyo Calogero,
¡nadie tiene derecho a destruir un mundo! y el suyo y el mío están encadenados. Para que este
hombre pueda terminar su juego, es él (señalando a Roberto) y no yo quien tiene que desaparecer y
eso no es tan difícil (como si entrase en trance habla como cuando hace sus trucos frente al

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público, volviéndose hacia el fondo y hablándole a los supuestos huéspedes del Hotel). Signore è
Signori, les demando máxima atención. Los magos nos valemos siempre de un objeto: un reloj, un
pañuelo, que nos entrega un espectador, (señalando a Roberto) en este caso necesito cien mil liras
para hacer desaparecer a este señor. ¿Quién de Ustedes, Signore e Signori es capaz de dármelas para
que la experiencia pueda continuar?, ¿Usted?, ¿Usted?... (esta vez dirigiéndose a Calogero) o quizá,
¿Usted? Gracias.
Calogero: (con cierto temor) ¿Porqué yo? ¿Que pinto yo en este juego?
Otto: No tenga miedo, como ya le he dicho, los juegos se interrelacionan: usted me da esos billetes
y sin olvidar que todas son sólo apariencias...
Calogero:(buscando en sus bolsillos) ¿Y cómo pretende que yo lleve semejante suma encima? Yo
podría firmar un cheque, pero quizá eso complique las reglas del juego, ¿no?
Otto: Para nada, siempre que la cifra y la firma estén claramente escritas...
Calogero: (sacando una chequera y una estilográfica, firma el cheque y dice) Aquí está... (se lo da
a Otto)
Otto: (toma el cheque, lo observa, lo lee atentamente) Muy bien, librado a mi nombre, deme la
estilográfica, ahora no tengo más que endosarlo... y ¡Roberto desaparece! Uno, dos, tres...
Roberto: (toma el cheque y saliendo, sin saludar siquiera) Ya lo creo...
Otto: ¿Lo ves, Calogero? ¡Roberto Magione ha desaparecido!
Calogero: ¡Extraordinario!... perdón Professore, pero... ¿ y mi dinero?, ¿mi cheque?
Otto: La imágen del cheque querrá decir. Usted creyó haberme dado algo, pero no fue así. Si
hubiese tomado en serio el asunto del cheque, el giro bancario, el dinero, la subida y bajada de la
bolsa, los intereses: no me lo habría dado... Pero el juego lo ha permitido: ¿qué son cien mil liras
por un juego de ilusión?, ellas volverán a Usted por otros caminos, bajo una forma diferente:
¿cuándo?: no tiene ninguna importancia. Cada juego se desarrolla según sus propias reglas. Hay
juegos de ilusión que después de miles años “convencionales”... aún restan inacabados.
(se escuchan desde la cocina ruidos confusos y la voz de Arturo y acto seguido desaparece la
trasparencia y el Vals, entra Zaira sosteniendo a Arturo, que está llorando)
Zaira: ¡Amelia!, ¡calma Arturo, se va reponer!
Arturo: (con resignación) Lo sabía, lo sabía... (Zaira regresa a la habitación)
Otto: ¿Qué ha pasado?
Arturo: ¡Amelia!... está pálida y no habla... La vieron todos los médicos, gasté lo que no tenía,
¿qué hemos hecho la pobre criatura y yo para merecer este castigo? “Corazón infantil”, me habían
dicho los medicos y que no iba a llegar a los 20 años. Y ninguno pudo hacer nada...
Otto: No digas eso, debe ser una simple crisis.
Arturo: No, es una cosa seria.
Zaira: (entra gritando entre llantos.) ¡Amelia!, ¡Amelia!
Arturo: ¿Ha muerto?
Zaira: Si. Ha muerto la pobre Amelia. (Arturo sale hacia la habitación.)
Calogero: (que había permanecido aparte, se acerca) ¿Qué ha ocurrido, Professore?
Otto: (aniquilado, confuso, con amargura, se sienta en una silla) Otro juego, Calogero...
Calogero: Ah, otro experimento. Pero la Signora Zaira ha dicho: “ha muerto”
Otto: Sí, es otro experimento. (Gervasio entra, da una palmada a Otto y se va a la calle)
Calogero: Pero Professore... ¿para qué hacemos estos juegos?, ¿qué es lo que ganamos con estos
experimentos?
Otto: No lo sé, es un truco que no conozco. Yo que ejerzo la profesión de ilusionista, a veces me
presto a juegos que hace otro “profesional”, otro “ilusionista” más famoso que yo... y así,
lentamente, hasta la perfección... Esto es el prodigioso juego de la naturaleza. (se levanta y con
cierto entusiasmo acerca la jaula de los pájaros hacia donde está Calogero) ¿Ve estos canarios de
la jaula?, mire como cantan, están felices, es una fiesta... Cuando me ven, se ponen a cantar porque
me conocen: porque los cuido y los alimento todas las mañanas: una piedra de azúcar, algo de la

23
ensalada que sobró, huesitos de pollo... les cambio el agua, les limpio la jaula: me conocen...
Calogero: Es cierto, lo miran... son verdaderamente muy lindos.
Otto: ¿Sabe lo que hago de vez en cuando?: meto la mano en la jaula y agarro uno y lo uso para un
juego de ilusión. Lo meto en otra jaula chiquita y lo presento al público: “Signore è Signori: Aquí
está nuestro pequeño prisionero.” “Está contento, alegre, no conoce su propia infelicidad.”
Luego lo cubro con un paño negro, me alejo unos pasos y disparo con el revólver. Quito el paño:
“Signore è Signori, el pajarito ha desaparecido”, todos dicen: “¡Bravo!, ¿cómo lo ha hecho?, ¡es un
mago!” Pero el pajarito no desaparece: muere. Muere aplastado entre el fondo y el falso fondo de la
jaula. El sonido del disparo sirve para disimular el ruido del mecanismo. Cuando arreglo la jaula
para el espectáculo siguiente, ¿sabe lo que encuentro?: una pelotita de huesos, sangre y plumas.
(señalando a los pájaros dentro de la jaula) Éstos no saben nada: ellos no pueden hacerse ilusiones;
nosotros sí y éste es nuestro gran privilegio. (cambiando el tono del discurso) ¡Coraje Calogero!,
debemos terminar el juego, nuestro juego; el público nos espera: le va a parecer un siglo y luego, al
terminar, verá que ha sido sólo un instante.
(atraviesan por el fondo del escenario: Zaira, Gervasio y Arturo quien llora por su hija muerta y
salen por el otro lado, Otto conduce a Calogero hacia el proscenio mirando hacia la platea, que se
ha vuelto a convertir en un mar.) ¡Mire el mar! ¡Que magnífico es el mar!
Calogero: ¿Qué mar? Es la pared de su casa.
Otto: A través de las paredes: ¿no ve el mar, qué magnífico es el mar?
(Mientras Calogero intenta ir hacia el mar, viniendo hacia proscenio, Otto recupera el interruptor
que está sobre la mesa, lo conecta al gramófono y suena el disco con los aplausos y ovaciones.
Calogero aturdido y extasiado queda solo mirando hacia la platea.)
Calogero: Sí, ahora lo siento, lo siento... es el mar, (apenas susurrado) el mar...

Telón

PEQUEÑO ENTREACTO 2

(mientras se instala el cambio escenográfico que nos lleva al Tercer acto y por ende a la casa que
Calogero Di Spelta comparte con su servidor, Gennarino Fucecchia, a manera de Entreacto Zaira
canta un tango sentada en el borde izquierdo del proscenio), Gervasio la acompaña con su
bandoneón)

Zaira:

Tango della Gelosia

ACTO TERCERO

(El rico apartamento de Calogero Di Spelta. Gran salón con terciopelos abundantes.. Han pasado
cuatro años. Llega Otto con el hermano de Calogero, Gregorio Di Spelta, muy elegantemente
vestido y Gennarino Fucecchia, servidor de los Di Spelta, impecable con uniforme con galones.)

Otto: Hay que abrir esas ventanas, que entre luz y aire... son la nueve y media de la mañana.
Gennarino: Está muy bien, pero el Señor se opone terminantemente. Si encuentra una ventana

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abierta hay una revolución en la casa.
Otto: Ábrala. Yo tomo la responsabilidad.
Gennarino: Usted no debiera ausentarse nunca Professore. Cuando Usted está aquí reina un poco
de paz . El Señor está muy caprichoso. Yo no me voy de esta casa porque le tengo estima y el
trabajo es bueno, pero le juro que a veces no tengo ganas ni de hablarle. Se la pasa gritando. Su
hermano a veces me hace perder la paciencia...
Gervasio: Ese no es asunto tuyo, se te paga por hacer tu trabajo, ¿no?
Gennarino: (a Otto) Professore, la Signora Marta, ¿va a volver o no?
Otto: Ese no es asunto tuyo, se te paga por hacer tu trabajo, ¿no?
Gennarino: ¿Pagarme? Cuando le hablo de eso me dice que por el momento me olvide de cobrar,
porque el juego aún no ha terminado, que yo tengo la impresión de que ha pasado el tiempo, pero
que eso no es verdad. Professore, yo creo que ya me debe como cuatro años...
Otto: Recibirás hasta el último céntimo, el Signore Gregorio te ha hecho adelantos, ¿no es verdad?
Gennarino: Pero la cosa ha empeorado en los cinco días que Usted no estuvo, hubo novedades: (va
hacia el lateral derecho y se asegura de que Calogero no lo está escuchando.) ha dejado de comer.
Otto: ¿No quiere comer?
Gennarino: Ni beber tampoco. Él dice que cuando tiene hambre es sólo una impresión y que no
comerá mientras el juego no haya terminado. ¡No quiere ir ni al baño!, desde hace cuatro días, ¡va a
reventar! Esta noche lo escuché gemir. Le llevé un poco de pan y salame, pero los rechazó. Figúrese
que yo tengo que comer a escondidas, porque ha dicho que si me ve comer, me echa.
Otto: ¡Tendrás que despertarlo! Yo voy a hablar con él. Mientras tanto irás a la cocina para hacer un
buen plato de spaghetti.
Gennarino: Yo hago lo que Usted diga, pero con los spaghetti me fue muy mal, se enfurece cada
vez que se los nombro... (sale)
Gregorio: Según Usted... mi hermano, ¿es un hombre normal?
Otto: ¿Por qué no habría de serlo?
Gregorio: Entonces Usted no escuchó nada... yo creo que mi hermano está loco y Usted ha
contribuido a ello.
Otto: (lentamente, tranquilizándolo.) Usted está en un camino equivocado, mi amigo. Entre su
hermano y yo no existe más que un juego, un juego sutil como una telaraña y más antiguo que el
mundo y que según Usted, nosotros debiéramos destruir, ¿para qué?. ¿Cómo puedo explicárselo a
Usted?, él muchas veces no cree en lo que yo le digo y en cierta forma es un sabio. A veces sus
preguntas me exceden y por momentos tengo que hacer esfuerzos enormes para no caer en
contradicciones.
Gregorio: Pero la caja: no la abre...
Otto: Porque al mismo tiempo él teme desmentirme.
Gregorio: ¿Pero porqué no quiere admitir que mi hermano está loco?
Otto: Tengo la impresión de que ese pensamiento a Usted le produce cierto placer.
Gregorio: ¿Qué quiere decir?
Otto: Que por más que le digo: “su hermano no está loco”, Usted insiste. En cambio yo pienso que
es solamente un hombre que, habiendo sido golpeado por la vida, se aferra a las cosas más absurdas,
sin ser capaz de confesárselas ni a sí mismo. Pero Usted insiste y eso me hace pensar que le da
cierta satisfacción el pensar que está loco.
Gregorio: No le he pedido su opinión; si me da placer o no son cosas mías que a Usted no le
importan. ¡Mi impresión de este asunto es otra y se la digo en la cara!: Usted se está aprovechando
de esta historia para desplumar a mi hermano.
Otto: ¿Yo?
Gregorio: ¡Sí!, ¡pero esto no va a durar! Yo he reunido a mi familia y lo he decidido. (intenta salir
a buscar a su familia)
Otto: ¡Cuidado! Un error podría conducir a su hermano al manicomio.

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Gregorio: No necesitamos de sus consejos. En pocos días Usted no volverá a pisar más esta casa.
(sale)
(Al poco tiempo entra Calogero: ha cambiado mucho en los cuatro años pasados. Ha envejecido y
está pálido. Algunas arrugas le conceden un aspecto más noble y serio. Habla lentamente, entre
bonachón y distraído. Los cabellos están algo grises. Cierra los ojos para abrirlos muy grandes
luego; su mirada es menos obstinada y más agradable, pero también más desencantada. Tiene
puesta una bata sobre un pijama, los pies desnudos y unas pantuflas. Lleva celosamente su caja
bajo el brazo izquierdo. Al ver a Otto lo saluda apenas con un gesto. )
Otto: Buenos días, Calogero. (Calogero no le contesta, se sienta en un sillón y se mira, largamente,
en los espejos encastrados en la caja.) Hola Signore Di Spelta.... ¿No me va a saludar?
Calogero: No, no respondo, ¿para qué decir palabras inútiles, frases convencionales? Usted se burla
de mí y yo le odio. Pero resisto, porque he decidido resistir. Usted me ha hecho cómplice de su
experimento, pero sin revelarme el misterio y entonces yo resisto: no como más, no bebo más, no
voy mas al baño... y sí que tendría ganas. “El tiempo no pasa, el juego no dura más que un instante.”
Entonces: (desesperado) ¿por qué tengo hambre?, ¿por qué tengo sed?, ¿por qué?. ¡Présteme
atención!... ¿No ve que estoy sufriendo?, ¿no entiende que no puedo soportar más este juego
diabólico? (casi llorando) ¡Tenga piedad de mí!, ¡Ayúdeme!, ¡Ayúdeme!... me estoy poniendo viejo,
canoso, tengo la impresión de que ha pasado mucho tiempo y Usted me dice que no es verdad,
¿sabe una cosa?: ¡lo voy a matar! (vuelve al tono suave.). Yo había pensado matarlo, pero no puedo,
si lo mato acabo con su mundo y vaya a saber dónde va a parar el mío.
Otto: ¿Porqué se ha abandonado a esta crisis?, le he dicho que no debía hacerlo. Es sólo Usted
quien permanece encerrado en este juego.
Calogero: ¿Yo?
Otto: Sí, insistiendo en permanecer enclaustrado en su juego. ¿Por qué no abre la caja?
Calogero: (casi llorando) Porque no puedo.
Otto: Porque le falta fe, eso es todo. Usted dice que está resistiendo, pero está resistiendo... ¿a qué?
y sobretodo ...¿para qué?.
Calogero: ... Estoy encaneciendo, ¿no ve?.
Otto: Sí, el juego es perfecto. Le ofrece todas las ilusiones, sin ahorrarle ninguna, incluso la de
envejecer o encanecer. Pero su empecinamiento le juega en contra: dos fuerzas en oposición se
neutralizan. Si se dejara llevar, abandonándose por completo a sus instintos, facilitaría el desarrollo
del juego y llegaría al final.
Gennarino: (entra tembloroso con un una bandeja de plata con unos tallarines humeantes.) La
comida está servida, Signore.
Otto: ¡Excelente, Gennarino!... ¿ve, Calogero?, un soberbio plato de spaghetti, ¿siente el perfume?.
¡Si tiene hambre, cómalos! Sería un pecado que no lo hiciese.
Calogero : (con rabia.) Hace cuatro años que tengo hambre y como, que tengo sed y bebo, que me
vienen el sueño y duermo, ¡que juego estúpido es este! (a un signo de Otto, Gennarino se aproxima
con los spaghetti.)
Otto: ¡Son exquisitos! Venga, venga...
Calogero: (entregándose.) El perfume es exquisito.
Gennarino: Y el sabor, Señor. Están hechos con tomate fresco y doble manteca.
Calogero: (como un secreto le dice a Otto.) ¿Usted dice que para llegar al fin del experimento debo
que abandonarme a mis instintos?
Otto: Sí, ¡a todos sus instintos, por más bestiales que sean! Eso que piensa su cerebro, aunque
desordenadamente: dígalo, hágalo, actúe, ¡concédase los placeres! De otra manera el juego no
terminará más.
Calogero: (después de un momento de reflexión) A veces recuerdo el motivo de una canzonetta, de
una ópera y me entran ganas de silbarla o cantarla... casi siempre en los momentos más trágicos de
mi vida. Una vez, en el entierro de un amigo tuve ganas de cantar “funiculi, funiculà. Pero no lo

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hice. Me daba vergüenza.
Otto: ¡Mal! si tiene ganas de cantar, debe hacerlo... el cerebro es independiente, libre. ¿Qué nos
importa de un amigo muerto?
Calogero: Creo que tiene razón, ahora por ejemplo tengo hambre y deseos de cantar (comienza a
cantar un fragmento de Tosca:) “E lucean le stelle.” Gennarino, dame spaghetti, con mucho
queso... “L'ora è fuggita” (comienza a comer y luego se frena , mirando a Otto con pudor, tratando
de justificarse)¡El instinto!, ¡el instinto!, no hay nada que hacer, es necesario seguirlo. Gennarino:
¡un plato sobre los spaghetti, que vuelvo en seguida! (sale a toda velocidad hacia el baño,
comprimiéndose el vientre y canta...) “ oh, dolci bacci... oh, languide carezze...”
(entra Zaira, llevando una valija, va hacia Otto)
Zaira: ¡Finalmente!, ¡creía que no te iba a encontrar! Tenemos novedades.
Otto: ¿Qué pasa? (ella le murmura algo en el oído, para que Gennarino no oiga) ¿estás hablando
en serio?
Zaira: ¡Claro! Volvió esta mañana. Yo traje tu ropa de mago y la mía, para poder hacer el número
completo. Ella dice que el vestido de aquella noche no lo encuentra, pero trajo uno parecido...
¿dónde metemos esta valija?
Otto: (a Gennarino) Es importante que escondas bien esta valija. Tu patrón no tiene que verla.
Gennarino: ¡Démela, ya me las voy a arreglar!
Otto: ¿Y ella dónde se metió?
Zaira: Está en casa, ¿voy a buscarla?
Otto: Sí, en un taxi.
(Otto sale hacia un interior y Zaira hacia la calle)
Calogero: (llamando de dentro)¡Gennarino!, ¡pedazo de cretino!
Gennarino: (asutado) Sí. ¿Por qué me llama así?
Calogero: (siempre desde dentro) Porque lo pensé y me vinieron ganas de decírtelo: el cerebro es
independiente y libre... Si yo no me abandono a mis instintos, si no digo lo que pienso, el juego no
termina más...
Gennarino: ¡Dígalo Signore!, ¡dígalo!... ¡Si es por su bien, dígalo! (yéndose dice para si.) Ahora
también soy un cretino... en vez de pagarme, me llama cretino.
(Gregorio entra seguido por Matilde, Oreste y Rosa... se sientan.)
Gregorio: Ahora ha llegado el momento de que escuchen: mamá, siempre fuiste débil, papá lo
decía siempre.
Matilde: (sesenta y cinco años, rostro marcado por la resignación, pálida, los ojos hinchados por
las lágrimas.) Injustamente Gregorio, injustamente tu padre me acusaba de debilidad. Fue él mismo
quien no pudo frenar sus ideas absurdas y que fueron determinando, día tras día, el
desmembramiento de nuestra familia. Ya son cuarenta años que lloro copiosamente. ¡Mis canales
lacrimógenos son como dos goteras ensanchadas por una tempestad eterna! (llora a mares)
Rosa: (desesperada) En cuarenta años, mamá, ya podrías haber aprendido que el llanto no modifica
ni arregla nada...
Gregorio: Hoy estamos frente al desastre completo. Mi hermano está loco, no hay duda y con la
peor de las locuras. ¿Qué estamos esperando? La gente se ríe, la familia Di Spelta es objeto de todos
los chismes imaginables. El charlatán del Professore Marvuglia lo tiene enjaulado y el estúpido de
nuestro hermano dilapida todo nuestro patrimonio. ¡Mamá: has sido totalmente incapaz!, porque
fuera de llorar no has podido hacer otra cosa. Ha llegado el momento de que sea yo quien tome las
riendas del asunto. ¡Las riendas!, ¡quiero las riendas! Lo primero es lograr que mi hermano se
divorcie de esa prostituta de su mujer, que está ensuciando el nombre ilustre de nuestra familia. Lo
segundo es que tenemos que lograr, todos de acuerdo, la declaración total y perpetua de insanía
mental de nuestro hermano y lo tercero -y esto te concierne especialmente, Rosa- :darle un digno
reposo a nuestra madre, en un buen geriátrico. Con lo que queda dicho que he asumido el título de
tutor de esta familia.

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Oreste: (el marido de Rosa) Y mi mujer, Rosa, ¿no es tu hermana, acaso?, ¿su opinión no cuenta?
Gregorio: Desde que se casó, ella no es más una Di Spelta, sino una Intrugli. Lleva tu apellido.
Oreste: Muy bien, pero ella debe reconocer la enfermedad de su hermano y luego- si lo quiere-
nombrarte tutor. Nosotros hemos decidido...
Gregorio: ¡Quién decide es nuestra madre!
Rosa: ¡Yo no firmo!
Matilde: Paz, paz... Lloro hace cuarenta años... ¡que haya paz en la familia! (vuelve a llorar
desconsolada)
Calogero: (desde dentro) Gennarino... ¿dónde están los spaghetti? (la familia se pone al fondo...
Calogero entra y se sienta a comer sus spaghetti) Buen día, querida familia... (mirándolos como si
fueran estatuas de un museo)... Mi hermano, mi cuñado, mi madre: nada ha cambiado en Ustedes,
es curioso... las imágenes de mi conciencia atávica no se han modificado: mamá llora como
siempre, mi hermano se encoleriza por la envidia, mi hermana siempre ambigua, mi cuñado ávido
como de costumbre. Son perfectos, inmutables. No les ofrezco spaghetti para no exponerlos a
gestos poco elegantes, pero yo tengo que terminar mi juego y a Ustedes ¿qué les importan mis
spaghetti?
Gregorio: Tendrás que escucharme, Calogero: hace cuatro penosos años que estás viviendo en este
estado. Hemos venido para hacer una última tentativa...
Calogero: ¿Cuál?
Gregorio: Ya no hay forma de seguir negando la realidad, tu mujer...
Calogero: ¿Quién se atreve a hablar de ella?. Ustedes que la han calumniado como han querido,
tratando de que yo también lo hiciera y de ese modo fuéramos todos gusanos que...
Gregorio: ¿Nosotros?, ¿cuándo?
Calogero: Sí, Ustedes. Ahora que creen que estoy vencido, terminado, les aflora el noble
sentimiento de “la ley de la sangre” y desean ayudarme, adjudicándose la sublime e hipócrita
tristeza de ver consumadas sus ansias de codicia.
Gregorio: Estás bromeando...
Calogero: No hermanito, por fin lograrás satisfacer tus asquerosos deseos y estoy seguro de que
harás lo imposible por meter a esta pobre infeliz...¿dónde está?...(buscando con la vista a
Matilde),ah sí ,¡aquí está!...a esta pobre infeliz de nuestra madre, que cuanto más llora más inútil
se vuelve....meterla...te decía, en un geriátrico.
Matilde: Calogero, ¿cómo puede hablar así un hijo de su madre?
Calogero: No quería ser tan claro mamá, pero tengo que serlo, porque si no: el juego no termina
más. Yo me obstinaba en controlar mis pensamientos, pero eso no hace más que dañarme.
Rosa: ¿O sea que siempre has sido falso con nosotros?
Calogero: Sí, mi querida familia...
Gregorio: Sí, ha llegado la hora de la verdad, ya es hora de que te enteres: tu mujer se te fue con un
amante y te has quedado aquí cuatro años esperando, como un idiota.
Rosa: Ella te engañaba desde mucho antes. ¿No es verdad Oreste?
Oreste: Absolutamente.
Gregorio: ¿No es verdad, mamá?
Matilde: Hace cuarenta años que lloro. (el llanto se intensifica)
Calogero: (con cierta ternura) No, mamá. Lo estás diciendo hace cuarenta años, pero en realidad
son siglos, milenios de llanto. Fuiste y seguirás siendo un juego, un experimento: otro distinto,
como lo es el de Gregorio, como el de Rosa, el de Oreste y hasta el de Gennarino, cuyo juego es
más estúpido, pero un juego al fin.
Gennarino: Como Usted diga, Signore: un juego no muy terminado... pero...juego al fin.
(La familia se aparta un poco de Calogero.)
Oreste: ¡Ha arruinado nuestra familia!
Matilde: ¡Calogero!

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Oreste: ¡Ha arruinado nuestra familia!
Calogero: (acercándose.) Ustedes dicen que mi mujer se escapó hace cuatro años con un amante y
que ya antes de irse me traicionaba. ¿por qué no me lo advirtieron en aquel momento?, ¿por qué no
lo dijeron cuando ella estaba todavía conmigo?. ¿Por qué?: (con la sabiduría de Otto.) porque se
prestaron al juego. Y ahora pretenden aparecer en mi vida como seres vivientes, cuando no son más
que imágenes de mi memoria vieja...
Oreste: Esas son las ideas locas que te ha metido el Professore Marvuglia en la cabeza, quien día
tras día te está comiendo hasta el último centavo.
Gregorio: ¡Basta de charlas!, (furioso) ¡has enloquecido!, ¿te das cuenta, mamá, de que no hay más
nada qué hacer? ¡Este hombre, aparte de llevarnos a la ruina total, ensuciando nuestro apellido
hasta lo imposible, nos insulta queriendo tirar por tierra las que fueran las más sanas tradiciones de
nuestra familia!
Calogero: (neutro, sonriendo.) ¡Payaso!
Gregorio: ¿Yo?
Calogero: Es lo que pienso. (come tranquilamente un poco más de spaghetti)
Gregorio: Y yo pienso: ¡mi hermano no es sólo un loco, también es un criminal!
Rosa: Vas a terminar muy mal, Calogero.
Calogero: (llamando) ¡Professore!, ¿dónde está el Professore?
Otto: (entrando) Aquí estoy...
Calogero: (mostrando a su familia) ¡Mírelos!, ¿le interesan esas imágenes?, ¿nos son útiles?
Otto: No, ¿por qué?
Calogero: Porque si ellas no son indispensables para nuestro juego, sería mejor que las hiciese
desaparecer. Yo quisiera terminar mi plato de spaghetti en una santa paz.
Otto: Naturalmente, no hay derecho: si te molestan las podemos hacer desaparecer... (acercándose
a la familia, dice secretamente) ¡Su mujer ha regresado!
Gregorio: ¿Cuándo?
Otto: Hace un instante.
Rosa: ¿Dónde está?
Otto: En la habitación de al lado.
Matilde: ¿Y ahora qué hacemos?
Gregorio: Irnos.
(los parientes se consultan entre ellos y terminan saliendo en “fila india”)
Otto: ¿Ve, Calogero? Sus deseos son órdenes. ¡Ya han desaparecido!
Calogero: Gracias. ¿Dónde está Gennarino?
(ni bien lo nombra, Gennarino, que presumiblemente estaba espiando, aparece.)
Gennarino: ¿Necesita algo, Signore?
(Otto sale)
Calogero: Sí, quisiese una imagen de queso.
Gennnarino: (con una angustia fingida e hipócrita) No hay más. Esta mañana me abandone a mis
instintos y para prestarme al juego suyo me lo comí.
Calogero: Has hecho bien, pero ¿no queda ni siquiera una sensación?
Gennarino: No Signore, ni siquiera un fotograma.
Calogero: Entonces, tendrás que tener... aunque sea la impresión de traerme un vaso de vino.
Gennarino: ¿Vino?, ¿vino?, hubo, pero no hay más. Ayer por la noche tuve la impresión de
haberme llevado las cuatro últimas botellas a mi casa y ahora tengo la impresión de habérmelas
bebido para la cena, con mi mujer. Es una visión tan clara, que si hubiese sido cierta habríamos
llegado al Paraíso, Signore...
Calogero: Muy bien, hiciste muy bien. Pero en la cocina tiene que haber quedado algo... ¿no?
Gennarino: Nada: sólo la imagen de la despensa vacía.
Calogero: Entonces, tendrás la firme convicción de que estás yendo al mercado y comprarás unas

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buenas imágenes de víveres...
Gennarino: En seguida, Signore, pero debo creer también en llevar un poco de dinero; porque si la
imagen de los vendedores del mercado no ven la imagen del dinero no creo que se presten al juego.
Calogero: Estoy seguro de que encontrarás la forma...
Gennarino: ¿Qué le pareció al Signore, la fotografía del plato de spaghetti?
Calogero: Logradísima.
Gennarino: Ahora es necesario que il Signore (apretándose el vientre) revele bien esa foto. (sale)
Calogero: (se queda solo, sonríe plácidamente... canturrea...) “E lucean le stelle...” ¡que
extraordinario! Me viene a la mente este motivo y tengo que cantarlo. No puedo resistirme a
hacerlo. (se mira en un espejito de la caja) El juego no ha terminado, todavía tengo el pelo canoso,
¿quién sabe cómo me sentiré cuando todo termine y lo tenga nuevamente negro? Verdaderamente es
una cosa como para volverse loco. Porque este es un juego que me puede dar también la sensación
de la vejez: la cara llena de arrugas, las cataratas... y si esto sigue, un día me miraré al espejo y
estaré desdentado: ya tengo uno que se mueve,(pausa) pero es sólo una impresión. Y es posible que,
incluso, me sea transmitida la imagen de la muerte. (pausa) ¿Tendré miedo?: (pausa) ¡No!, ¿de qué
podría tener miedo?, ¿de la conclusión de un juego? (pausa y luego riendo) No creo. Y además el
que el juego termine depende sólo de mí. Basta que la mente esté libre, independiente: si pienso una
cosa la tengo que decir. (pausa) Parece muy fácil, (pausa) pero a veces tengo tengo muchas cosas
en la cabeza: hipótesis, deseos, pensamientos... (pausa, luego de golpe) “¡Termómetro!”, ¿por qué
digo termómetro?, si lo he pensado será por algo... “¡El Hombre!”, (pausa) El hombre... el hombre
vive entre sesenta y setenta años, término medio, pero pueden ser menos. Eso es poco... ¡es
absurdamente poco! Los juegos y experimentos que nos preparan deben cumplirse en ese lapso
breve de años convencionales. Pero si el hombre pudiese vivir cuatrocientos años, habría que
revisar todos los trucos. Por ejemplo: la política sería un juego fallido, un error; porque los jóvenes
tendrían ciento cincuenta años y los discursos de los hombres políticos perderían crédito o tendrían
que mantener sus promesas una eternidad y los viejos de trescientos sesenta y cinco años
escucharían frases como “¡Amigos, cambien el disco, que esas estupideces las vienen repitiendo
desde hace trescientos cuarenta años.” (canturrea) “E lucean le stelle”. (se oyen cantos de pájaros)
¡Ay, qué hermosa era la jaula llena de canarios! (evocando a Otto) “...introduzco una mano, agarro
uno y lo utilizo para un pequeño experimento de ilusión. Pero el pajarito no desaparece, (pausa)
muere... aplastado entre el fondo y el falso fondo de la jaula. El sonido del disparo sirve para
disimular el ruido del mecanismo. Cuando arreglo la jaula para el espectáculo siguiente, ¿sabe lo
que encuentro?: una pelotita de huesos, sangre y plumas.” (pausa) Y después: tantos disparos de
revólver, tantas detonaciones, tantas explosiones... (sordamente) ¡Cuánta sangre!, ¡cuantos huesos
triturados!, ¡sin plumas! (pausa) Dejarse llevar, abandonarse al propio instinto, para llegar a la fe.
“¿Ha sido celoso alguna vez?” (pausa) “¿Le ha hecho escenitas?” (pausa) “Si abre la caja con
confianza, recuperará a su mujer, de otro modo no la verá nunca más”.(sobreponiéndose a la duda)
Yo tengo fe, mi mujer está aquí dentro. Fui yo quién la encerró. (pausa) Siempre fui insoportable,
egoísta, indiferente, me convertí en un verdadero “marido”. (gran pausa) (trae de fuera y abre un
armario lujoso y en forma desordenada saca cuanto encuentra... así van a parar al centro del
escenario: vestidos y zapatos de mujer, pelucas, sombreros. Los observa nostálgicamente) Sus
sombreros, sus vestiditos, sus lindos zapatos... (toma un vestido y lo calza sobre el brazo,
hablándole como si lo hiciese a alguien vivo) Recuerdo cuando te ponías este vestido nuevo y
recuerdo también que yo trataba de no mirarte por no decirte cuanto me gustabas, ¿habrá sido por
orgullo?, o quizá por timidez, no podía decirte: “¡tu belleza es enorme!, ¡te amo!” Se había formado
un hielo entre ella y yo. Yo no hablaba y ella tampoco. Habían desaparecido los pequeños
cumplidos y la ternura y ya no lográbamos ser sinceros y simples. ¡No éramos más amantes! (gran
pausa) Pero ahora tengo fe, puedo abrir esta caja. Si la abro te veré: porque tengo fe y volveré a
tener el pelo negro y me veré joven como hace un instante, como cuando empezó este breve
experimento. La abro... (tratando de apresurar la decisión) uno, dos...

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(Entra Otto con el traje que usaba en el Hotel Metropole, seguido de Marta y de Zaira, quien
también lleva su traje del primer acto. Marta viene vestida con uno similar al que llevaba... Alguna
cana ha aparecido en su pelo. Su mirada es triste. Los tres quedan al margen sin hacerse ver por
Calogero)
Otto: ¡Y tres! (mostrando a Marta, como en todo juego de prestidigitación) ¡Aquí está!
Calogero: (con un hilo de voz) ¡Marta!
Otto: El juego ha terminado, ¡he aquí la Signora Di Spelta!
Calogero: Marta, una palabra , Marta...
Marta: (casi llorando) Soy yo.
Calogero: ¿Quién? (mirando alrededor con desconfianza) Pero... ¿por qué estoy en mi casa? Si el
juego ha terminado y ha durado un instante... ¿por qué no estamos en el jardín del “Metropole”?
Otto: Porque no pudo resistir el juego, sufrió un desmayo y perdió el sentido: tuvimos que traerlo
en coche a su casa.
Calogero: (muy desconfiado, se mira en los pequeños espejos de la caja japonesa) Mi pelo está
gris.
Otto: Aquí está su mujer.
Calogero: (suavemente) Marta.
Marta: Sí, soy yo.
Calogero: Veo que también has sufrido... y que tampoco has podido escapar al juego , que es
inexorable : veo algunas canas en tu pelo... Una palabra, Marta.
Marta: (a Otto y Zaira) ¡Basta! Déjenme en paz Ustedes dos. ¡Que yo diga una palabra...
Calogero!, ¿para qué?, ¿porqué continuar en este juego humillante? Han pasado cuatro años, cuatro
años de verdad, auténticos. Tu pelo está canoso porque el tiempo hace envejecer, nos destruye, nos
aniquila. Todo ha sucedido por rencor, por incomprensión, por una necesidad mía de libertad.
(pausa) En mi vida hubo otro hombre y es necesario que lo sepas, si queremos salvarnos de esta
ilusión insensata.
Calogero: (tras una gran pausa) ¿Qué es lo que has hecho? (por sus ojos pasan el rencor, el odio,
los celos, el desprecio... pero se domina) ¿Quién es esta mujer?, ¿qué es lo que dice?, no entiendo
sus palabras.
Otto: Es su mujer, ¡el juego ha terminado!.
Calogero: ¿Qué juego?
Otto: El que yo inicié hace un instante en el Hotel Metropole.
Calogero: No es cierto. Este juego es mío, fui yo quien lo empezó y sólo yo puedo hacer reaparecer
a mi mujer. ¡La responsabilidad es mía! (a Otto) Se ha traicionado, se ha equivocado, justo en el
último momento . Entró un instante antes de que yo abriese la caja. ¡Qué pecado!
Otto: La caja está vacía.
Calogero: ¡No!, ¡en esta caja está mi fe! ¿cómo puede verla Usted? (pausa) No conozco a esta
mujer, quizá ella sea parte de un experimento que no tiene nada que ver conmigo. Explíquele que su
mundo está ligado al de otra persona y que no puede negarse a ello, ¡ que debe aceptarlo!. Llévese
de aquí esta imagen de “la mujer que vuelve”... (gran pausa) ¡Continuemos el juego, Professore!
Allí está el público que espera y aquel es el mar. Nos parecerá un siglo pero después sabremos que
el juego ha durado un instante... ¡Gennarino!
Gennarino: Diga, Signore.
Calogero: (señalando a Otto,Zaira y Marta) Estas imágenes tienen que desaparecer. Tendrás la
ilusión de abrir la puerta de casa, la que va a la calle y creerás firmemente en verlos irse y cuando
estés convencido de que se han ido, darás un estrepitoso portazo.
Gennarino: Pero...
Calogero: ¡Harás lo que te digo! (Gennarino conduce a los tres hacia la salida. Marta sale
llorando apoyada en Otto y Zaira... Gennarino vuelve hacia Calogero, pero luego cambia de idea y
se va él también. A poco se oye un fuerte portazo. Calogero toma la caja, la apoya sobre el pecho,

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asegurándose de que está bien cerrada) Cerrada, cerrada, sin mirar adentro, Calogero. Tendrás la
caja bien cerrada y caminarás... Quizás así encuentres el tesoro a los pies del arco iris. Con la caja
bien cerrada... ¡Siempre!

Telón

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