El fetichismo
de la mercancía (I)
Todo valor de uso es un objeto útil porque satisface
una necesidad personal o social, sin embargo, no
necesariamente la utilidad que ese objeto encierra para
el hombre se debe al trabajo, es el caso del aire, de la
tierra virgen, de las praderas naturales, de los bosques
silvestres, etc. Sin embargo, si la tierra pudiera obtenerse
tan fácilmente como el aire, como diría Engels, no habría
necesidad de emplear trabajo para su apropiación, por
eso, “todos los elementos de la riqueza material no
suministrados por la naturaleza, deben siempre su
existencia a una actividad productiva específica, útil, por
medio de la cual se asimilan a determinadas necesidades
humanas determinadas materias que la naturaleza brinda
al hombre.” (El Capital, I, 10)
“Si [un objeto] fuese valor de uso para su poseedor,
es decir, un medio directo para la satisfacción de sus
propias necesidades, no sería mercancía. Para él es,
antes bien, no valor de uso, es decir mero vehículo
material del valor de cambio, o mero medio de
cambio; en cuanto vehículo activo del valor de
cambio, el valor de uso se convierte en medio de
cambio. Para él, la mercancía sólo es ya valor de
uso en cuanto valor de cambio”. (Contribución,
25) Marx cita a Aristóteles con un ejemplo: “Pues
de dos modos puede ser el uso de un bien. Uno
es inherente al objeto como tal, el otro no; como
por ejemplo, una sandalia, que sirve para calzarse y
para cambiarla por otro objeto. Ambos son valores
de uso de la sandalia, que sirve para calzarse y
para cambiarla por otro objeto. Ambos son valores
de uso de la sandalia, pues al cambiar la sandalia
por algo de que carecemos, v. gr., por alimentos,
usamos la sandalia como tal sandalia. Pero no en
su función natural de uso, pues la sandalia no existe
para cambiarse.” (Contribución, 25)
Esto nos advierte que el valor de uso de la mercancía
ya no le interesa a su poseedor como valor de uso, dado
que éste ya no satisface sus necesidades personales, sino
que sólo [le interesa] como objeto para el cambio; el valor
de cambio, por tanto, es, por su materialidad, y para su
poseedor, un valor de uso como medio de cambio. Por
eso el poseedor de una mercancía siempre está dispuesto
a desprenderse de ella, a cambio de otras mercancías
cuyo valor de uso le satisface. “Todas las mercancías son
para su poseedor no-valores de uso y valores de uso
para los no poseedores.” (I, 49) La mercancía, pues, se
desdobla en valor de uso, para su no poseedor, y en valor
de cambio, para su poseedor. Ahora bien, supongamos
Edna Rodríguez Salas*
por ejemplo que un par de sandalias equivale a 5
arrobas de café, presuponemos entonces que, pese a las
diferencias de los objetos como valores de uso, éstos son
conmensurables entre sí, y, por tanto, que no se cambian
por cualquier cantidad, sino que son equivalentes en
una determinada proporción, pues suponemos que “un
valor de uso, siempre y cuando que se presente en la
proporción adecuada, vale exactamente lo mismo que
otra cualquiera.” (I, 5) “De hecho, el equivalente es el
valor de cambio de una mercancía expresado en el valor
de uso de otra mercancía” (Contribución, 21), como el
valor de cambio de las sandalias estará expresado en el
valor de uso del café, y ello en una cantidad determinada,
es decir, en 5 arrobas.
Es decir, la relación entre mercancías muestra su
equivalencia en la relación de cambio por algo común de
magnitud igual, esto es, ambas mercancías son iguales
a una tercera cosa que no es ni valor de uso ni valor de
cambio, pues la relación de cambio no se determina por el
sabor del café, o porque las sandalias sean útiles para quien
no las posee, etc. Por tanto, “[a]l prescindir de su valor de
uso, prescindimos también de los elementos materiales
y de las formas que los convierten en tal valor de uso.
Dejarán de ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o
un objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades materiales
se habrán evaporado. Dejarán de ser también productos
del trabajo del ebanista, del carpintero, del tejedor o de otro
trabajo productivo concreto cualquiera. Con el carácter útil
de los productos del trabajo, desaparecerá el carácter útil
de los trabajos que representan y desaparecerán también,
por tanto, las diversas formas concretas de estos trabajos,
que dejarán de distinguirse unos de otros para reducirse
todos ellos al mismo trabajo humano, al trabajo humano
abstracto.” (I, 5-6) El trabajo abstracto es el trabajo
genérico de la sociedad:
“Es como si toda la fuerza de trabajo de la
sociedad…, representase para estos efectos una
inmensa fuerza humana de trabajo, no obstante
ser la suma de un sinnúmero de fuerzas de trabajo
individuales. Cada una de estas fuerzas individuales
de trabajo es una fuerza humana de trabajo
equivalente a las demás, siempre y cuando que
presente el carácter de una fuerza media de trabajo
social y dé, además, el rendimiento que a esa fuerza
media de trabajo social corresponde; o lo que es
lo mismo, siempre y cuando que para producir
una mercancía no consuma más que el tiempo de
trabajo que representa la media necesaria, o sea el
El fetichismo de la mercancía | Edna Rodríguez Salas
tiempo de trabajo socialmente necesario” (I, 6).
Por consiguiente, la magnitud igual que hace
equivalentes a por lo menos dos mercancías, no es más
que la igualdad cuantitativa de valores, es decir, la misma
cantidad de trabajo socialmente necesario para su
producción, o el mismo tiempo de trabajo socialmente
necesario para su producción. “Mercancías que
encierran cantidades de trabajo iguales o que pueden ser
producidas en el mismo tiempo de trabajo representan,
por tanto, la misma magnitud de valor.” (I, 7)
En resumen, el cambio de mercancías no es un
cambio de equivalentes como valores de uso, pues no
tiene ningún caso cambiar mercancías cualitativamente
iguales; de hecho, los poseedores de mercancías
equiparan sus productos porque les interesa la
mercancía que no poseen, pero al cambiarlas,
lo que hacen es enajenar el valor de uso
de su mercancía, realizándolas como
valores equivalentes.
“[L]os hombres no
relacionan entre sí los
productos de su trabajo como
valores porque estos objetos
les parezcan envolturas
simplemente materiales de
un trabajo humano igual. Es
al revés. Al equiparar unos
con otros en el cambio, como
valores, sus diversos productos,
lo que hacen es equiparar entre
sí sus diversos trabajos, como
modalidades de trabajo humano. No lo
saben, pero lo hacen.” (I, 39)
Es decir, los poseedores de mercancías enajenan el
valor de uso de sus mercancías a cambio de obtener el
valor de uso que no poseen, sólo que al relacionar sus
mercancías, tan variadas materialmente entre sí, lo que
hacen es cambiar valores equivalentes.
Por otra parte, en la relación de cambio, las mercancías
juegan roles distintos, a saber, el de la forma relativa (A)
y el de la forma equivalencial (B). Entre dos mercancías,
el valor de A se expresa en el valor de uso de B, tanto
como el valor de B se expresa en el valor de uso de A. Un
par de sandalias expresa su valor en 5 arrobas de café,
como 5 arrobas de café expresa su valor en un par de
sandalias. La exteriorización del valor de A en el valor de
uso de B, hace de B la forma equivalencial, mientras que el
valor de uso que expresa su valor, A, es la forma relativa.
“Forma relativa del valor y forma equivalencial son dos
aspectos de la misma relación, aspectos inseparables y
que se condicionan mutuamente, pero también y a la par
de dos extremos opuestos y antagónicos, los dos polos
de la misma expresión de valor; estos dos términos se
desdoblan constantemente entre las diversas mercancías
relacionadas entre sí por la expresión de valor.” (I, 15-16)
CEITEN | 1 | marzo de 2006
Tanto la forma relativa como la forma equivalencial, son
formas del valor de cambio, es decir, son formas de valor.
Se advierte con esto que el valor y la forma de valor son
dos cosas completamente diferentes. El valor, como se ha 22
señalado, es el trabajo social invertido en la producción
de un valor de uso; la forma de valor, en cambio, es un
valor de uso en el cual se manifiesta el valor. La forma de
valor, pues, es en cierto sentido un signo del valor, porque
sin ser ella misma valor, expresa o manifiesta en su forma
corpórea el valor de las demás mercancías con las que se
relaciona; de hecho, “toda mercancía sería… un signo,
ya que, considerada como valor, la mercancía no es más
que la envoltura material del trabajo humano empleado
en ella” (I, 53-54). Las mercancías, como valores, serían
entonces valores de uso de signo igual, pero en todo caso,
signos no convencionales, puesto que el valor
encerrado en las mercancías no depende del
capricho de los productores, sino de las
condiciones medias sociales necesarias
para su producción. “La magnitud de
valor de la mercancía expresa, por
tanto, una proporción necesaria,
inmanente a su proceso de
creación, con el tiempo de trabajo
social.” (I, 63) Sólo que “al concebir
como meros signos los caracteres
sociales que revisten las cosas o los
caracteres materiales que asumen
las condiciones sociales del trabajo
a base de un determinado régimen de
producción, venimos a concebirlos, al
mismo tiempo, como un producto reflejo y
arbitrario de los hombres.” (I, 54) Por tanto, si
bien es válido considerar a la mercancía, como un signo
del valor, lo es con sus debidas aclaraciones puesto que no
es un signo arbitrario.
Ahora bien, por un momento, tomemos al
lienzo como forma relativa y a la levita como forma
equivalencial, esta última, entonces, como forma exterior
del valor del lienzo. La levita, pues, no interesa como tal,
como traje para vestir, o mejor dicho, no interesa como
valor de uso, sino como valor de uso para el cambio, es
decir, como valor de cambio. Por tanto, “el “valor de
uso”, aparece como mera materialización del trabajo
humano, como inversión de la misma fuerza humana
de trabajo, por donde este contenido se representa
como el carácter material de la cosa, como [carácter]
que le corresponde materialmente a ella misma, aunque
esta materialidad no aparezca en su forma natural [en
forma especial de valor).” (I, 723) Es decir, la levita
no puede aparecer como materialización del trabajo
abstracto, sino que aparece en su forma concreta, como
levita, pero aquí, en la relación de cambio, el trabajo del
sastre interesa como inversión de trabajo abstracto, igual
y general, no como trabajo útil, ya que para determinar
El fetichismo de la mercancía | Edna Rodríguez Salas
la proporción equivalente entre el lienzo y la levita,
hacemos abstracción de sus diferencias materiales
concretas, por tanto, “[p]ara poder crear semejante
espejo de valor, es necesario que el trabajo del sastre no
refleje absolutamente nada más que su cualidad abstracta
de trabajo humano.” (I, 25), en otras palabras, “el trabajo
concreto se convierte aquí en forma o manifestación
de su antítesis, o sea, del trabajo abstracto.” (I, 25) Si
no se analizara esta cuestión, las cosas aparecerían al
revés, pues la levita, o “el objeto en que toma cuerpo
la magnitud de valor de otro objeto parece poseer ya
su forma de equivalente como una propiedad natural
social, suya, independientemente de su relación con el
otro” (I, 55), es decir, como si la levita por ser una prenda
de vestir, hiciera conmensurable a cualquier mercancía,
o sea, por un atributo particular de su materialidad como
valor de uso, cuando la levita no interesa como tal,
sino que, exclusivamente en la relación de cambio,
“la utilidad del trabajo del sastre no consiste en hacer
trajes y por tanto hombres, sino en crear un cuerpo que
nos dice con sólo verlo que es valor, y por consiguiente
cristalización de trabajo materializado en el valor del
lienzo.” (I, 25) En realidad, la forma equivalencial
no es independiente de la relación de cambio, pues
si bien la levita toma el papel de equivalente, desde
otra perspectiva, es forma relativa, y el lienzo, forma
equivalencial, por tanto, si una es equivalente de la otra
es simplemente porque encierran magnitudes de valor
igual. “Pero como las propiedades de un objeto no brotan
de su relación con otros objetos, puesto que esta relación
no hace más que confirmarlas, parece como si la levita
debiera su forma de equivalente, es decir, la propiedad
que la hace susceptible de ser directamente cambiada, a
la naturaleza, ni más ni menos que su propiedad de ser
pesada o de guardar calor. De aquí el carácter misterioso
de la forma equivalencial” (I, 24) La apariencia de que las
características naturales de un valor de uso son las que
posibilitan la conmensurabilidad de las mercancías es lo
que se conoce como el fetichismo de la mercancía.
Si tomamos la mercancía oro, análogamente, por la
levita, es decir, como forma equivalencial, la cuestión de
fondo no cambia, sin embargo, se potencializa, porque
ahora el oro es la única forma exclusiva en que las demás
mercancías reflejan su valor, cumpliendo el papel de
mercancía dinero. La mercancía
dinero, como forma equivalencial
general, magnifica entonces la
apariencia de que la naturaleza de
su valor de uso es lo que posibilita
la relación de cambio, puesto que
en ella sola (como detentadora del
CEITEN | 1 | marzo de 2006
monopolio de la función equivalencial) se expresa todo el
mundo de las mercancías. Ya lo expresaba Marx en tono
irónico: “Quien puede con su dinero comprar valentía es
valiente, aunque sea un cobarde. Y, como el dinero no 23
se cambia por una determinada cualidad, por una cosa
determinada o por una determinada fuerza humana,
sino por todo el mundo objetivo humano y natural,
tenemos que –considerado desde el punto de vista de su
poseedor- trueca toda cualidad contra cualquiera cualidad
o cualquier objeto, incluso contradictorio con aquélla;
hermana los polos más contrarios y obliga al abrazo de
lo contradictorio.” (1844: 108) Esta fascinación, hace
perder de vista otra cosa. “No es el dinero el que hace que
las mercancías sean conmensurables, sino al revés: por ser
todas las mercancías, consideradas como valores, trabajo
humano materializado, y por tanto conmensurables de
por sí, es por lo que todos sus valores pueden medirse
en la misma mercancía específica y ésta convertirse en su
medida común de valor, o sea en dinero.” (I, 56) “Vemos,
pues, que la forma dinero no es más que el reflejo,
adherido a una mercancía, de las relaciones que median
entre todas las demás.” (I, 53) El dinero, por tanto,
suministra el material en que expresan directamente las
demás mercancías su valor: “[l]o que el proceso de cambio
da a la mercancía elegida como dinero no es su valor,
sino su forma específica de valor.” (I, 53) “Una mercancía
no se presenta como dinero porque todas las demás
expresan en ella sus valores, sino que, por el contrario,
éstas parecen expresar sus valores de un modo general
en ella, por ser dinero.” (I, 55) Lo que suele perderse de
vista entonces es que la forma equivalencial, en la relación
de cambio, es también forma relativa, esto es, que la
mercancía dinero también expresa su valor en el mundo
de las mercancías con las que se relaciona. “La confusión
de estos dos conceptos [valor y forma de valor] indujo a
reputar el valor del oro y la plata como algo imaginario”
(I, 53), cuando “[e]stos objetos, el oro y la plata, tal como
salen de la entraña de la tierra, son al mismo tiempo la
encarnación directa de todo trabajo humano” (I, 55), y por
tanto, son también materialización del trabajo.
Sin embargo, la existencia material del dinero, en oro,
puede ser sustituida por un signo del dinero que realice
la función de “representar los valores de las mercancías
como magnitudes de nombre igual cualitativamente iguales
y cuantitativamente comparables
entre sí.” (I, 56). “El precio [pues]
es el nombre en dinero del trabajo
materializado en la mercancía.” (I,
62). El “dólar”, la “libra”, el “peso”,
etc. son nombres monetarios,
El fetichismo de la mercancía | Edna Rodríguez Salas
signos del dinero, cuyo curso forzoso, “sólo rige dentro
de las fronteras de una comunidad, dentro de su órbita
interna de circulación” (I, 87) “Lo que ocurre es que el
signo del dinero exige una validez social objetiva propia, y
esta validez se la da, al símbolo del papel moneda, el curso
forzoso.” (I, 87) Pues bien, estos nombres son signos del
dinero porque representan el valor del dinero, por ejemplo,
el valor de ½ onza de oro equivale a determinado tiempo
de trabajo socialmente necesario para su producción, y se
representa idealmente con el nombre de 2 libras. Cualquier
otra mercancía que se produzca en el mismo tiempo que
½ onza de oro, tendrá “en su frente” el mismo nombre
monetario o precio. Como se observa, aunque en la
actualidad ya no exista el patrón oro, el signo del dinero
no es arbitrario, sino que su nombre expresa idealmente
una determinada cantidad de valor necesario invertido en
la producción de una mercancía. Mercancías de nombre
igual, son equivalentes. Por ejemplo, si las siguientes
ecuaciones representan la misma magnitud de valor, por
ejemplo, 20 varas de lienzo = 1 levita, o = 10 libras de té,
o = 40 libras de café, o = ¼ de trigo, o = ½ tonelada de
hierro, o = ½ onza de oro, o = x mercancía A, o = 2 libras
esterlinas, tenemos entonces que 2 libras esterlinas es el
nombre monetario igual para todas estas magnitudes
de valor objetivadas, es decir, que “2 libras esterlinas”
reflejan idealmente la magnitud de valor invertida en la
producción de 20 varas de lienzo, o de 1 levita, o de 10
libras de té, etc., y por tanto, todas estas mercancías, en
tales proporciones, son mercancías producidas en el mismo
tiempo de trabajo. Por tanto, “[l]a proporción concreta en
que puedan cambiarse constituye su valor de cambio o,
si se expresa en dinero, su precio. La cantidad de estos
productos no altera para nada su destino de mercancías, de
ser un valor de cambio o de tener un determinado precio.”
(Trabajo asalariado y capital, 79) Lo que sucede es que
“[en] los nombres monetarios “libra”, “tálero”, “franco”,
“ducado”, etc., se borran todas las huellas del concepto
valor” (I, 62) “El enigma del fetiche dinero no es, por
tanto, más que el enigma del fetiche mercancía, que cobra
en el dinero una forma visible y fascinadora.” (I, 55)
El fetichismo de la mercancía, o la apariencia
material del valor, muestra siempre un quid pro quo,
una confusión entre el valor de uso y el valor de las
mercancías, situación que se potencia con la producción
de mercancías vigente, donde el capitalista parte de una
suma de dinero determinada y obtiene una cantidad de
dinero mayor a la original: valor que se valoriza, puesto
que la ganancia expresa el incremento del dinero, y el
dinero es la expresión monetaria del valor.
“D’ = D + Δ D, o lo que es lo mismo, igual a la suma de
dinero primeramente desembolsada más un incremento.
Este incremento o excedente que queda después de
cubrir el valor primitivo es lo que llamo plusvalía… Por
tanto, el valor primeramente desembolsado no sólo se
conserva en la circulación, sino que su magnitud de valor
CEITEN | 1 | marzo de 2006
24
experimenta, dentro de ella, un cambio, se incrementa
con una plusvalía, se valoriza. Y este proceso es el que
lo convierte en capital. ” (I, 107)
La ganancia del capitalista es entonces un plus de
valor, plusvalía que aparece por encima del valor original
de D, como dinero que se convierte en más dinero (D’).
“El valor se convierte, por tanto, en valor progresivo,
en dinero progresivo, o lo que es lo mismo, en capital.
El valor proviene de la circulación y retorna nuevamente
a ella, se mantiene y multiplica en ella, refluye a ella
incrementado y reinicia constantemente el mismo ciclo.
D – D’, dinero que incuba dinero, money which begets
money, reza la definición del capital en boca de sus
primeros intérpretes, los mercantilistas.” (I, 110)
Como lo expresaba Aristóteles, el interés es “una
criatura del dinero”, pues, independientemente de que D
varíe a D’, por su magnitud de valor, ambos son valores
de uso idénticos, así por ejemplo, si D es igual a 100
y D’ igual a 110, ambos son dinero aunque expresen
magnitudes de valor no equivalentes. La apariencia real
del dinero, como capital, es, por tanto, que por su propia
naturaleza tiene “la virtud oculta y misteriosa de engendrar
valor por el hecho de ser valor. Lanza al mundo crías
vivientes, o al menos pone huevos de oro” (I, 110); esto
es el fetichismo del capital: dinero que por su propia
naturaleza, como valor de uso, multiplica su valor, aunque
el dinero, por donde se le vea, independientemente de
sus propiedades materiales, sólo puede encerrar el valor
ya invertido en él, o bien, como signo, sólo representa
una determinada magnitud de valor; por tanto, cualquier
cantidad de dinero determinada no expresa más que una
determinada cantidad de valor en dinero, y 100 libras
esterlinas no expresa más que 100 libras esterlinas, nadie
las cambia por menos, como tampoco, por ende, nadie
recibe más por menos.
Aquí una interpretación fetichista del capital, como
la que cita Marx de Condillac (I, 113-114):
“No es exacto que el cambio de mercancías
verse sobre el intercambio de valores iguales. Es
al revés. De los dos contratantes, uno entrega
siempre un valor inferior, para recibir a cambio otro
más grande… En efecto, si se cambiasen siempre
valores iguales, ninguno de los contratantes
podría obtener una ganancia, y sin embargo,
ambos ganan, o por lo menos ambos debieran
ganar. ¿Por qué? El valor de los objetos reside,
pura y simplemente, en su relación con nuestras
necesidades. Lo que para uno es más es para
el otro menos y, viceversa… No se puede partir
El fetichismo de la mercancía | Edna Rodríguez Salas
del supuesto de que ofrezcamos en venta objetos
indispensables para las necesidades de nuestro
consumo… nos desprendemos de cosas que nos
son inútiles, con objeto de obtener a cambio otras
que necesitamos: damos menos por más…”1
Condillac confunde el valor de uso y el valor de
las mercancías, pues las mercancías no tienen un
valor mayor o inferior según las necesidades de las
personas, o según su capricho, sino que éste está
ya determinado desde su producción, y s i
se cambian mercancías “inútiles” es
porque no son valores de uso para
sus poseedores. Nuestro punto de
partida, más bien, es el cambio de
equivalentes, por tanto, “[n]uestro
poseedor de dinero, que, por el
momento, no es más que una larva
de capitalista, tiene necesariamente que
comprar las mercancías por lo que valen y que
venderlas por su valor, y sin embargo, sacar al final de
este proceso, más valor del que invirtió.” (I, 120)
La producción de mercancías en el capitalismo,
implica, como en cualquier modo de producción en
general, de la interacción entre los medios de producción
y la fuerza de trabajo, por tanto, la realización del trabajo,
o el acto de trabajar, sin tener qué transformar (el objeto
de trabajo), ni con qué producir (los instrumentos de
trabajo), es simplemente imposible. La fuerza de trabajo
en acto, por tanto, es fuente de la riqueza material
si y sólo si se sobreentiende que se efectúa con los
correspondientes objetos e instrumentos.
En este momento histórico particular, el capitalista
posee medios de producción que, como valores,
representan una suma de dinero, el equivalente al valor
ya invertido en ellos, o sea, valor pretérito, que, como
valores de uso, esto es, como objetos e instrumentos de
trabajo, no pueden engendrar nuevo valor. Los medios de
producción representan, por tanto, determinada cantidad
de trabajo pretérito, pero no pueden crear más valor del
que contienen porque son cosas que, como la naturaleza,
no son capaces de crear nuevo valor. Así por ejemplo, el
cuero y los instrumentos necesarios para curtirlo no son
por sí mismos capaces de crear botas. “Puede aumentar
el valor de una mercancía añadiendo al valor existente
nuevo valor mediante un nuevo trabajo, v. gr. convirtiendo
el cuero en botas. La misma materia, el cuero, encerrará
ahora más valor, puesto que contiene una cantidad
mayor de trabajo. Las botas valen más que el cuero,
indudablemente, pero el valor del cuero sigue siendo el
que era. No ha engendrado un nuevo valor, ni ha arrojado
plusvalía durante la fabricación de las botas.” (I, 119) La
fuerza de trabajo viva es la única fuerza que, con su acción,
al trabajar, es capaz de crear nuevo valor. Una máquina,
por ejemplo, es materialización del trabajo pretérito: El
desgaste material de la máquina proviene de su uso, o de
CEITEN | 1 | marzo de 2006
su inacción, pero, cuando más activa esté, menos serán las
posibilidades de que se deprecie, ya que por su inacción
puede ser desplazada por una nueva máquina de mejor
calidad (encaminada al mismo fin que la otra), y además, 25
que producida en un menor tiempo, sea, por tanto, más
barata que aquélla. Por consiguiente, cuando una máquina
es comprada por el capitalista, éste requiere que se utilice
antes de que se deprecie, por tanto, entre más cortos sean
los tiempos en que una máquina pueda desplazar a otra,
más corto el margen que debe estar inactiva, precisamente
para que no se deprecie. (Ver I, 332-333)
Sin embargo, que esta máquina se
use y transfiera su valor antes de
depreciarse es tarea del trabajador.
El valor de la máquina, por tanto,
como el de cualquier otro medio de
producción, se transfiere al nuevo valor
de uso creado (como el valor del cuero se
transfiere a las botas) en la medida en que
se consume el valor de uso de la máquina, pero, quien hace
posible que se transfiera todo su valor al nuevo producto es
la fuerza de trabajo. Por eso, aunque el trabajador es más
productivo con el empleo de las máquinas, ya que produce
más valores de uso en el mismo tiempo de trabajo, el valor
de la máquina sólo se transfiere constantemente a toda esta
masa de valores de uso, sin que la máquina agregue más
valor. Por consiguiente, lo que agrega valor al cuero, no son
las máquinas, sino el trabajo que lo convierte en botas.
El capitalista, entonces, como poseedor del dinero,
compra no sólo los medios de producción, sino también
la fuerza de trabajo que crea nuevo valor. Por tanto,
la ganancia del capitalista “tiene necesariamente que
operarse en la mercancía comprada en la primera fase,
D – M, pero no en su valor, puesto que el cambio versa
sobre equivalentes y la mercancía se paga por lo que
vale. La transformación a que nos referimos sólo puede,
pues, brotar de su valor de uso como tal, es decir,
de su consumo2. Pero, para poder obtener valor del
consumo de una mercancía, nuestro poseedor de dinero
tiene que ser tan afortunado que, dentro de la órbita
de circulación, en el mercado descubra una mercancía
cuyo valor de uso posea la peregrina cualidad de ser
fuente de valor, cuyo consumo efectivo fuese, pues, al
propio tiempo, materialización de trabajo, y por tanto,
creación de valor. Y, en efecto, el poseedor de dinero
encuentra en el mercado esta mercancía específica: la
capacidad de trabajo o la fuerza de trabajo.” (I, 121)
Sin embargo, mientras la fuerza de trabajo circule
como una mercancía, fuera de la órbita de la producción,
ésta no se incorpora como capital, y al no incorporarse,
no tiene acceso al dinero (o salario), y sin salario, o sin
dinero, el mundo de las mercancías, como valores, son
inaccesibles para el poseedor de una fuerza de trabajo
inactiva, aunque las mercancías, como valores de uso, las
necesite. Por el contrario, la fuerza de trabajo actúa como
El fetichismo de la mercancía | Edna Rodríguez Salas
capital cuando el valor de uso de la fuerza de trabajo se
realiza en el consumo productivo, al trabajar, una vez que
el capitalista lo ha contratado. Por tanto, el poseedor de la
fuerza de trabajo, separado de los medios de producción,
trata de expresar su valor en dinero (su salario) aunque
para eso tenga que consumir su fuerza en la producción
del capitalista, es decir, teniendo que enajenarla.
“En efecto, el vendedor de la fuerza de trabajo, al
igual que el de cualquier otra mercancía, realiza su valor
de cambio y enajena su valor de uso. No puede obtener
el primero sin desprenderse del segundo. El valor de uso
de la fuerza de trabajo, o sea, el trabajo mismo, deja de
pertenecer a su vendedor, ni más ni menos que el aceitero
deja de pertenecerle el valor de uso del aceite que vende.
El poseedor del dinero paga el valor de un día de fuerza
de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de esta fuerza
de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada.
(…) es decir, el hecho de que el valor creado por su uso
durante un día sea el doble del valor diario que encierra,
es una suerte bastante grande para el comprador, pero
no supone, ni mucho menos, ningún atropello que se
cometa contra el vendedor.” (I- 144-145)
Dentro de la jornada de trabajo, en realidad, la fuerza
de trabajo transfiere todo el valor de los medios de
producción al nuevo producto (por ejemplo, a las botas)
de modo que una determinada cantidad de las botas que
produce el obrero, equivalen al valor de los medios de
producción empleados; pero además, en esta misma
jornada de trabajo, produce una determinada cantidad
de valores de uso (o sea, una determinada cantidad de
botas) que equivalen a una determinada cantidad de valor
expresado de un modo ideal en su salario (ideal, pero
también real porque sin su salario, que es dinero, no
sería tangible, para el poseedor de la fuerza de trabajo,
cambiarlo por las mercancías que se ofrecen en el
mercado como medios de subsistencia). Sin embargo, la
fuerza de trabajo, una vez consumida, produce además del
valor para su reproducción, una determinada cantidad de
valor sin equivalente, no pagada, durante el cual el obrero
produce una cantidad de valor para la conservación y
reproducción del capitalista. Pero como el obrero sólo
cobra su salario después de realizar su trabajo, el obrero
se imagina que el valor o precio de su fuerza de trabajo
es el precio o valor de su trabajo durante toda la jornada
de trabajo, es decir, como si fueran equivalentes el valor
de su fuerza de trabajo y el valor que crea durante toda la
jornada; por tanto, el trabajo no retribuido aparece como
trabajo pagado, lo que caracteriza al trabajo asalariado.
Pero el trabajo vivo, sea o no retribuido, es valor, y,
CEITEN | 1 | marzo de 2006
entre más rápido el obrero produzca valores de uso
que representen el valor de sus medios de subsistencia,
más tiempo se extiende, en la jornada de trabajo, para
producir la plusvalía, posibilitando que el capitalista se 26
apropie del trabajo ajeno, siendo para éste, no una
posibilidad, sino una necesidad.
La plusvalía, por tanto, se suma al valor invertido
por el capitalista, lo que en total representa el valor de
los nuevos valores de uso producidos como mercancías.
“Por tanto, cuando el capitalista vende la mercancía por
su valor, es decir, como cristalización de la cantidad total
de trabajo invertido en ella, tiene necesariamente que
venderla con ganancia. Vende no sólo lo que le ha costado
un equivalente, sino también lo que no le ha costado nada,
aunque haya costado el trabajo de su obrero. Lo que la
mercancía le cuesta al capitalista y lo que en realidad
cuesta, son cosas distintas. Repito, pues, que vendiendo las
mercancías por su verdadero valor, y no por encima de
éste, es como se obtienen ganancias normales y medias.”
(Salario, precio y ganancia, 217) “Es imposible, por tanto,
que el productor de mercancías, fuera de la órbita de la
circulación, sin entrar en contacto con otros poseedores
de mercancías, valorice su valor, transformando, por
tanto, en capital, el dinero o la mercancía.” (I, 119-120)
Bibliografía
Carlos Marx y Federico Engels, Historisch-kritische
Gesamtausgabe, Sección primera, tomo III, Berlín,
1932, compulsado y corregido a la vista de la edición
crítica del Instituto de Marxismo-Leninismo de Moscú,
1936. (Escrito original, 1844)
Carlos Marx, Trabajo asalariado y capital, en Obras
Escogidas, Editorial Progreso, Moscú. (Escrito
original, 1847)
----------------- Contribución a la Crítica de la Economía
Política, trd. Jorge Tula y otros. Edit. Siglo XXI,
Biblioteca del Pensamiento Socialista, serie Los
Clásicos, México, 6° ed., 2000. (Primera edición en
alemán, 1857).
------------------ Salario, Precio y Ganancia, en Obras
Escogidas, Editorial Progreso, Moscú. (Escrito
original, 1865)
------------------ El Capital, Crítica de la Economía
Política, trad. Wenceslao Roces, Edit. Fondo de
Cultura Económica, Clásicos de Economía, México,
1999, tomo I (Primera edición en alemán, 1867).
Notas
* Estudiante de posgrado de la Facultad de Filosofía y
Letras de la UNAM
1
Condillac, Le Comerse et le Gouvernement, 1776,
ed. Daire y Molinari, en Mélanges d’Economie
Politique, París, 1847, p. 267 [291]
2
“la propia plusvalía se deriva del valor de uso de la fuerza
de trabajo, específico y exclusivo de ella” (I, 719)