Vous êtes sur la page 1sur 4

c  


  c


Presentado por: Alejandro Caicedo y Alex Castaño

El discurso de Max Weber, El político y el científico, surge en un contexto de


turbulencia política y social en Alemania. La derrota en la Primera Guerra Mundial
arrastró al emperador Guillermo II, al régimen monárquico que imperaba y provocó
el estallido de una revolución que buscaba un nuevo régimen político que debía
darse al país1. Sin lugar a dudas, Weber, como gran conocedor de los sistemas
políticos que había en Inglaterra, Francia y Estados Unidos, y teniendo claridad de
las dificultades por las que pasó el régimen monárquico alemán, procuraría influir
en la búsqueda del nuevo sistema político para su país. Por tanto, abogó por la
implantación de un sistema parlamentario, así como por reformas electorales y
constitucionales. De igual manera, criticó fuertemente el régimen de Guillermo II,
que consideraba como un régimen en el que el poder del Estado estaba en manos
de la burocracia2. La idea que apoyaba Weber de que el gobierno surgiera del
Parlamento, estaba encaminada a lograr que este sitio fuera un lugar en donde se
genere «una clase política con valores propios de la profesión política (sentido de
responsabilidad y toma de decisiones) y desplace a quienes no están capacitados
para esa función (el funcionario, dotado de una ética de obediencia y, en este
sentido, irresponsable)»3. Siendo esto así, conviene comprender qué entendía el
autor por política y por qué era importante que en un Estado se desarrollara ésta
como una carrera profesional.

Por política, en un sentido restringido, el autor entiende la aspiración a participar


en el poder dentro de un Estado. El político, esto es, la persona que hace política,
siempre buscará acceder al poder, al poder como un fin en sí mismo o como un
medio para conseguir otros fines (que pueden ser egoístas o altruistas). Sin
embargo, siendo el Estado una relación de dominación de hombres entre hombres
que se vale del uso legítimo de la violencia, el político necesita contar con
autoridad para que los dominados le obedezcan. Existen, pues, tres tipos de
legitimidad mediante los que las personas logran que otros le obedezcan: la
tradicional, que se basa en las costumbres inveteradas que no son cuestionadas
por el dominado; la legal, que se basa en la creencia de la validez y el deber de
obedecer las leyes; y, por último, la legitimidad carismática, que se deriva de un
atributo particular que ven los dominados en el político. La legitimidad carismática

1
FRANZÉ, Javier. ¿Qué es la política? Tres respuestas: Aristóteles, Weber y Schmitt. Editorial Catarata, p. 46
2
Ibíd., p. 49.
3
Ibíd., p. 50.
es la que más le interesa, ya que considera que en ella se encuentra situada la
idea de vocación. Siendo así, el político por vocación sería aquel que se ve como
un conductor de hombres, y que encuentra legitimidad y obediencia en los
dominados por el hecho de ser él y de tener carisma. De la política se puede hacer
una profesión: se puede vivir para la política, cuando el político orienta su vida
hacia el ejercicio de la política y no necesita de los ingresos que le pueda brindar
la misma; y se puede vivir de la política, cuando el político requiere y utiliza a la
política como una fuente duradera de ingresos.

Weber, también expresaría las cualidades que debía tener un político profesional
con vocación para la política: pasión, esto es, una entrega apasionada a una
causa; sentido de responsabilidad, que supone tener en cuenta las consecuencias
que se pueden desprender de las acciones; y mesura, o capacidad para no perder
la tranquilidad ante las situaciones adversas. Por otra parte, también hay µpecados
mortales¶ en la política: la falta de finalidades objetivas y la falta de
responsabilidad. Como se puede apreciar, para el autor, gran relevancia tuvo la
idea de responsabilidad del político. Esto se puede explicar teniendo en cuenta el
sistema que le tocó vivir. Por ejemplo, en Alemania, el emperador nombraba al
canciller, y éste no tenía responsabilidad frente al  , sino frente al mismo
emperador; a su vez, el canciller se rodeaba de ministros que tampoco eran
responsables de sus actos, sino que se limitaban a seguir órdenes. El Reichstag
no podía exigir responsabilidad ni al canciller ni a sus ministros y, tampoco, incidía
en la formación o disolución del gobierno; por tanto, «la institución de mayor
representación popular no era en los hechos importante en cuestiones de
gobierno»5 y, entonces, la voluntad popular quedaba relegada. De allí, pues,
puede comprenderse la importancia que tenía para Weber el hecho de poder
contar con un líder carismático que fuera legitimado por la fe de las masas y que
tuviera responsabilidad frente a las mismas. Es decir, ya no era adecuado contar
en las altas esferas del gobierno con funcionarios que obedecieran órdenes, sino
que se hacía necesario contar con un líder político que tomara decisiones y que
tuviera responsabilidad. Además, se comprende la separación que hizo entre
funcionario y político, siendo el primero quien no actúa con responsabilidad y
podría echarle la culpa al otro (como el canciller y sus ministros), mientras que el
segundo es la persona que actúa con una ética de la responsabilidad, en la que se

4
El   era, en el nivel central, la principal institución representativa. Era una asamblea elegida por
sufragio universal masculino, que se encargaba de controlar los actos de gobierno, ejercer el poder
legislativo y votar las leyes.
5
Ídem, p. 68.
prevén las consecuencias de las acciones y no, en cambio, con una ética de la
convicción, en la que se responsabiliza a otras personas de las consecuencias
malas de la acción.

Ahora bien, Weber no solo se ocupó de hablar de la política, el papel del científico
también fue de su interés. Su discurso, La ciencia como profesión, está
encaminado a criticar el concepto tradicional de ciencia. Weber criticó el hecho de
que se entendiera que la ciencia podía «proveer valores para la acción»6, es decir,
en que la ciencia podía decir qué cosa era deseable hacer, qué cosa no se debía
hacer y, entre dos cosas, cuál tenía mayor importancia, cuál era más relevante. La
ciencia, dirá Weber, implica un conocimiento de los fenómenos del mundo en
cuanto tales, en cuanto son y nos indica qué medios son apropiados para
conseguir ciertos fines en una situación concreta. «La ciencia sólo explica la lógica
de funcionamiento del mundo, pero nunca su sentido, pues en ningún caso puede
responder si los hechos que estudia son valiosos o no, si vale la pena que existan
o no, si es deseable que surjan, perduren o desaparezcan»7. Weber se pregunta,
pues, por la finalidad que tiene la ciencia. Responderá, en primer lugar, que la
ciencia ofrece una finalidad práctica (técnica) que permite orientar nuestro
comportamiento práctico de acuerdo a lo que la experiencia científica ofrece.
Además de esto, la ciencia «proporciona métodos para pensar, instrumentos y
disciplina para hacerlo»8 y, por último, la ciencia ofrece claridad, entendida como
la forma en que se puede conocer con precisión qué medios son más prácticos
para llegar a determinado fin.

En suma, en la lectura del texto de Weber, puede apreciarse una necesidad de


resaltar las diferencias que existen entre el papel del político y el papel del
científico. De nuevo, aquí encontramos presente la distinción entre

y


 
Mientras que el político se encarga de escoger (porque considera que

ser) uno entre mucho valores y fines (que pueden ser opuestos), de
desarrollarlo, de orientar sus acciones para lograr el cumplimiento de ese valor y
de asumir la responsabilidad por las consecuencias que puedan venir aparejadas
al cumplimiento de ese valor; el científico, en cambio, se encarga de    un
valor, más nunca podrá decir si ese valor es bueno o es malo, si es conveniente o
inconveniente. Por tanto, resulta erróneo intentar descubrir en el político

6
Ídem, p. 87.
7
Ídem, p. 98.
8
WEBER, Max. El político y el científico. Círculo de Lectores, S.A. p. 143.
características del científico y viceversa. En eso estaba pensando, por ejemplo,
cuando le dijo a los estudiantes de Múnich que el valor de un científico o profesor
no dependía de sus cualidades de caudillo (cualidades que sí son importantes en
el político)9. El político deberá caracterizarse por el apasionamiento por la causa
que emprendió, en cambio, y de manera opuesta, el científico tendrá como toque
particular la pasión por el desapasionamiento, esto es, el uso de la neutralidad
valorativa como actitud para «ser capaz de soportar la lucha irreconciliable de los
contrarios sin por ello descomponerse psicológicamente y quedarse así por debajo
de lo que la madurez y la honestidad intelectual exigen»10.

En último término, consideramos relevante ejemplificar la distinción entre ciencia y


política. En este momento, aunque han pasado más de noventa años desde que
Weber dictara las dos conferencias que hoy son nuestro objeto de estudio, sigue
habiendo confusión en cuanto a las tareas que desempeña el político y el
politólogo. Incluso, muchos estudiantes llegan a la universidad para estudiar
ciencia política y piensan que con ello muy probablemente llegarán a ser
presidentes o, por lo menos, ministros de algún despacho. Las actividades de uno
y otro son distintas. Por un lado, el politólogo, de acuerdo con José Antonio Rivas,
es un profesional, «un analista de la política que poseyendo una diversidad de
conocimientos, enfoques y perspectivas teóricas como principales herramientas,
se abre paso en el abordaje de los diversos fenómenos y problemáticas que
caracterizan a la política»11. Por el contrario, el político no requiere ningún estudio,
su actividad no es objetiva, reflexiva, sistemática, científica y no está orientada por
un método, sino que, como mínimo, el político necesitará convencer a las
personas de que voten por él. El político busca acceder al poder, el politólogo, en
tanto, solo quiere describir la actividad del primero. En últimas, y ya para finalizar,
consideramos que del texto de Weber puede extraerse una nota fundamental: el
hombre de ciencia no puede asimilarse al político y, ni al uno ni al otro, pueden
exigírseles actuar como el otro.

9
Ibíd. pp. 141-143.
10
Ibíd. Prólogo de Javier Rodríguez. p. 18.
11
RIVAS LEONE, José Antonio. Retos y desafíos de la ciencia política. En Papel Político N° 13. Octubre de
2001. P. 3

Vous aimerez peut-être aussi