Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
c
1
FRANZÉ, Javier. ¿Qué es la política? Tres respuestas: Aristóteles, Weber y Schmitt. Editorial Catarata, p. 46
2
Ibíd., p. 49.
3
Ibíd., p. 50.
es la que más le interesa, ya que considera que en ella se encuentra situada la
idea de vocación. Siendo así, el político por vocación sería aquel que se ve como
un conductor de hombres, y que encuentra legitimidad y obediencia en los
dominados por el hecho de ser él y de tener carisma. De la política se puede hacer
una profesión: se puede vivir para la política, cuando el político orienta su vida
hacia el ejercicio de la política y no necesita de los ingresos que le pueda brindar
la misma; y se puede vivir de la política, cuando el político requiere y utiliza a la
política como una fuente duradera de ingresos.
Weber, también expresaría las cualidades que debía tener un político profesional
con vocación para la política: pasión, esto es, una entrega apasionada a una
causa; sentido de responsabilidad, que supone tener en cuenta las consecuencias
que se pueden desprender de las acciones; y mesura, o capacidad para no perder
la tranquilidad ante las situaciones adversas. Por otra parte, también hay µpecados
mortales¶ en la política: la falta de finalidades objetivas y la falta de
responsabilidad. Como se puede apreciar, para el autor, gran relevancia tuvo la
idea de responsabilidad del político. Esto se puede explicar teniendo en cuenta el
sistema que le tocó vivir. Por ejemplo, en Alemania, el emperador nombraba al
canciller, y éste no tenía responsabilidad frente al , sino frente al mismo
emperador; a su vez, el canciller se rodeaba de ministros que tampoco eran
responsables de sus actos, sino que se limitaban a seguir órdenes. El Reichstag
no podía exigir responsabilidad ni al canciller ni a sus ministros y, tampoco, incidía
en la formación o disolución del gobierno; por tanto, «la institución de mayor
representación popular no era en los hechos importante en cuestiones de
gobierno»5 y, entonces, la voluntad popular quedaba relegada. De allí, pues,
puede comprenderse la importancia que tenía para Weber el hecho de poder
contar con un líder carismático que fuera legitimado por la fe de las masas y que
tuviera responsabilidad frente a las mismas. Es decir, ya no era adecuado contar
en las altas esferas del gobierno con funcionarios que obedecieran órdenes, sino
que se hacía necesario contar con un líder político que tomara decisiones y que
tuviera responsabilidad. Además, se comprende la separación que hizo entre
funcionario y político, siendo el primero quien no actúa con responsabilidad y
podría echarle la culpa al otro (como el canciller y sus ministros), mientras que el
segundo es la persona que actúa con una ética de la responsabilidad, en la que se
4
El era, en el nivel central, la principal institución representativa. Era una asamblea elegida por
sufragio universal masculino, que se encargaba de controlar los actos de gobierno, ejercer el poder
legislativo y votar las leyes.
5
Ídem, p. 68.
prevén las consecuencias de las acciones y no, en cambio, con una ética de la
convicción, en la que se responsabiliza a otras personas de las consecuencias
malas de la acción.
Ahora bien, Weber no solo se ocupó de hablar de la política, el papel del científico
también fue de su interés. Su discurso, La ciencia como profesión, está
encaminado a criticar el concepto tradicional de ciencia. Weber criticó el hecho de
que se entendiera que la ciencia podía «proveer valores para la acción»6, es decir,
en que la ciencia podía decir qué cosa era deseable hacer, qué cosa no se debía
hacer y, entre dos cosas, cuál tenía mayor importancia, cuál era más relevante. La
ciencia, dirá Weber, implica un conocimiento de los fenómenos del mundo en
cuanto tales, en cuanto son y nos indica qué medios son apropiados para
conseguir ciertos fines en una situación concreta. «La ciencia sólo explica la lógica
de funcionamiento del mundo, pero nunca su sentido, pues en ningún caso puede
responder si los hechos que estudia son valiosos o no, si vale la pena que existan
o no, si es deseable que surjan, perduren o desaparezcan»7. Weber se pregunta,
pues, por la finalidad que tiene la ciencia. Responderá, en primer lugar, que la
ciencia ofrece una finalidad práctica (técnica) que permite orientar nuestro
comportamiento práctico de acuerdo a lo que la experiencia científica ofrece.
Además de esto, la ciencia «proporciona métodos para pensar, instrumentos y
disciplina para hacerlo»8 y, por último, la ciencia ofrece claridad, entendida como
la forma en que se puede conocer con precisión qué medios son más prácticos
para llegar a determinado fin.
Mientras que el político se encarga de escoger (porque considera que
ser) uno entre mucho valores y fines (que pueden ser opuestos), de
desarrollarlo, de orientar sus acciones para lograr el cumplimiento de ese valor y
de asumir la responsabilidad por las consecuencias que puedan venir aparejadas
al cumplimiento de ese valor; el científico, en cambio, se encarga de
un
valor, más nunca podrá decir si ese valor es bueno o es malo, si es conveniente o
inconveniente. Por tanto, resulta erróneo intentar descubrir en el político
6
Ídem, p. 87.
7
Ídem, p. 98.
8
WEBER, Max. El político y el científico. Círculo de Lectores, S.A. p. 143.
características del científico y viceversa. En eso estaba pensando, por ejemplo,
cuando le dijo a los estudiantes de Múnich que el valor de un científico o profesor
no dependía de sus cualidades de caudillo (cualidades que sí son importantes en
el político)9. El político deberá caracterizarse por el apasionamiento por la causa
que emprendió, en cambio, y de manera opuesta, el científico tendrá como toque
particular la pasión por el desapasionamiento, esto es, el uso de la neutralidad
valorativa como actitud para «ser capaz de soportar la lucha irreconciliable de los
contrarios sin por ello descomponerse psicológicamente y quedarse así por debajo
de lo que la madurez y la honestidad intelectual exigen»10.
9
Ibíd. pp. 141-143.
10
Ibíd. Prólogo de Javier Rodríguez. p. 18.
11
RIVAS LEONE, José Antonio. Retos y desafíos de la ciencia política. En Papel Político N° 13. Octubre de
2001. P. 3