Vous êtes sur la page 1sur 2

Desilusiones sintéticas

Dicen que el peor enemigo del ser humano es la soledad. Nadie quiere estar
solo. Por ello establecemos relaciones. Nos relacionamos con otros seres
humanos.

Nos relacionamos con la familia, nos relacionamos con nuestra pareja, nos
relacionamos con nuestros amigos, colegas, conocidos, compañeros de
trabajo, vecinos,…

Relaciones para no estar solo. La soledad nos asusta. No sabemos convivir


con nosotros mismos. Con nuestros miedos, penas e incertidumbres. Por eso
necesitamos compañía, necesitamos relacionarnos.
En ocasiones es más importante tener una relación que tener una buena
relación. Incluso nos engañamos. Tenemos relaciones superficiales que
creemos profundas. Relaciones con personas con las que compartes
pequeñas dosis de vida.

Con ellas compartes buenos momentos y rara vez los malos. Noches de rock
and roll, de bares, de excesos. Y de forma excesiva, elevamos a la categoría
de amigo a simples conocidos. Relaciones anecdóticas -no siempre- con
personas que entran y salen de nuestra vida a velocidad de crucero.

Otras llegan para quedarse. Para alegrarte, para entristecerte, para sacarle
la lengua a la vida, para aullar a la luna como lobos adolescentes, para
comernos el Foro después de un bolo, para compartir el año en el que
fuimos los mejores… Para lo que haga falta, que viene a decirse.
Con ellas puedes que tengas una mala racha, que te distancies
temporalmente por elegir caminos diferentes, pero la vida nos termina
cruzando de nuevo. Hay vínculo, hay fidelidad.

Pero nunca me había pasado perder el ‘feeling’ con un amigo. Nunca me


había pasado no poder aguantarte, entenderte, ayudarte,… No quiero salir
contigo, no me apetece emborracharme por sistema, ni drogarme, ni
conocer a todas tus amigas, ni me interesa el último grupo de modernos que
te hayas bajado, ni la última película de terror de serie b que haya pasado
por tu DVD…
No quiero sentirme forzado en cada conversación, incómodo, pendiente de
alguna excusa para huir. Viviendo a kilómetros mentales de ti. Yo en Boston,
tu en California. No quiero tratarte como a un desconocido.
Los mismos pretextos y sentimientos que te rondan cuando tu pareja va a
acabar con vuestra relación. La amistad es un tipo de amor sin sexo. Pero ni
si quiera éste puede salvarla. Está en una pequeña botella y tan fácil se
puede acabar.

Y en mitad de la pérdida de fe, me dices que te vas. Que huyes. Que en dos
semanas partes a otro país y yo me quedo inerte, sin reaccionar. No siento
pena, quiero que te vaya bien y que encuentres aquello que buscas, pero no
se me parte el corazón ni el alma por ‘perderte’, por imaginarte a cientos de
kilómetros, porque los cuatro jinetes nunca más cabalguen juntos …
Sigo ausente. Impactado. No por la noticia. Por mi falta de sentimientos, no
se me revuelven las entrañas. Estoy jodido. Jodido por sentir frialdad ante el
adiós de alguien tan importante en mi vida. Después de media vida juntos,
te mereces algo mejor que mi frialdad, que un lacónico “espero que te vaya
bien”.

Pero todavía estoy más jodido por sentir alivio. Me alivia el no tener más
encuentros contigo… al menos por una temporada. Encuentros en los que
voy caminando en la bruma por un pasillo de un metro de ancho con un
precipicio de mil metros a los lados. Situaciones forzadas, en las que te
escucho y no es que no quiera hacerlo, siempre fue un placer, aprendí tanto;
pero no te descifro, no te copio, no sé qué hacer contigo… si es que tengo
que hacer algo.

No te echo de menos, sé que lo haré. Pero sabía lo que ibas a hacer. Tal vez,
ese conocimiento hace que la noticia no sea impactante. Tal vez, esa
amistad hace que no me sorprendas o tal vez, todo fue una ilusión sintética
provocada por la soledad.

Publicado en eljardindeepicuro.wordpress.com

Vous aimerez peut-être aussi