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JAVIER SINAY

SANGRE JOVEN
Matar y morir antes de la adultez
Sinay, Javier
Sangre joven: matar y morir antes de la adultez. - 1a ed. - Buenos Aires : Tusquets Editores, 2009.
Índice
216 p. ; 23x15 cm. - (Andanzas Crónicas; 35)

ISBN 978-987-1544-46-2

1. Crónica Periodística. I. Título


CDD 070.4

Crónicas
Una colección dirigida por Sergio S. Olguín

Algunas palabras previas ............................................................ 15

1. Los amantes de Villa Pueyrredón. El crimen


de la discoteca El Teatro ..................................................... 21

1.ª edición: noviembre de 2009 2. 1º B Sociales. La masacre de Carmen


de Patagones ............................................................................ 49

3. Querido diario. Nueve puñaladas


en la bailanta S’Combro ..................................................... 75

4. La maté porque era mía. El crimen de


© Javier Sinay, 2009
la Calesita .................................................................................. 113

5. El niño que ríe. El caso del Hombre Araña


de La Plata ................................................................................ 139

6. El pibe millonario. Homicidio y misterio


Diseño de la colección: Guillemot-Navares en Chascomús ......................................................................... 169
Reservados todos los derechos de esta edición para
Tusquets Editores, S.A. - Venezuela 1664 - (1096) Buenos Aires
info@tusquets.com.ar - www.tusquetseditores.com Agradecimientos ............................................................................ 207
ISBN: 978-987-1544-46-2
Hecho el depósito de ley
Fotocomposición: edit•ar - editar@fibertel.com.ar
Impreso en el mes de noviembre de 2009 en Altuna Impresores S.R.L.
Doblas 1968 – Buenos Aires
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina
cluyéndose en libros de historia y de psicología, y en esporádi- 3
cas partidas de ajedrez con alguno de los 40 guardias. Allí pasó Querido diario.
algo extraño, una anécdota que vulneró el hermetismo del en- Nueve puñaladas en la bailanta S’Combro
cierro para desdibujarse rápidamente: Junior se lastimó el ante-
brazo izquierdo con un palito de helado. Se habló de un in-
tento de suicidio, pero los paños fríos dieron la versión oficial
de un accidente. Mientras tanto, el 12 de junio la jueza Ra-
mallo archivó la causa penal y dictó el sobreseimiento de Ju-
nior: por su edad, 15 años y 11 meses, era inimputable; con 16
años, otra hubiera sido su suerte. Sin embargo, quedaría a dis-
posición de la Justicia hasta que se le diera el alta psiquiátrica.
Y en agosto la Prefectura sancionó con 45 días de arresto a su Amanece en José C. Paz.
padre, que se había mudado a La Plata con toda su familia, La esquina de Ruta 8 y Pueyrredón está surcada por una
cuando le imputaron «mala práctica en la custodia de su arma banda blanca de esas que dicen «POLICÍA. ESCENA DEL CRIMEN»,
reglamentaria». A mediados del año 2005 Junior volvió a ser y del otro lado del perímetro hay un cuerpo sin vida. El bulli-
trasladado, esta vez con domicilio secreto. Sólo se supo que el cio nocturno de la zona todavía no se apagó: los autos vuelven
nuevo destino era una clínica neuropsiquiátrica de la subsecre- de los boliches y aminoran la marcha a medida que se acercan
taría de Minoridad del gobierno de la provincia, aparentemen- a la esquina para ver el despliegue. Los policías soportan el frío
te ubicada en el oeste del conurbano (¿Morón? ¿San Miguel?). de las siete y media de una mañana de invierno cobijados en
Y desde entonces, el rastro de Junior se extinguió. sus camperones o adentro de los patrulleros. Uno de los móvi-
les dice «28285», el otro «24470». Las radios modulan. Hacen
ese ruidito melodioso que parece el canto de un pajarito («pi-
rípirí»), pero que es el aviso de algo incierto que se avecina.
También está la camioneta de la Policía Científica, que trajo
un par de peritos. Algunos de ellos –el que hace los planos y
el que busca evidencias en el suelo– ya están trabajando. Pirí-
pirí, modulan las radios sus cantos urgentes.
Es sábado 3 de julio de 2004, y un rato después de las sie-
te sonó el teléfono en la comisaría 1ª del barrio de José C. Paz,
interrumpiendo el mate y los bizcochitos de los policías de tur-
no. «Un muerto en la puerta del local bailable S’Combro»,
dijo la operadora en el teléfono. Es una zona que los canas co-
nocen bien: hay dos bailantas en la misma calle, S’Combro y
Tornado, y una estación de servicio YPF abandonada a pocos
metros. Todas las noches hay problemas. Peleas de borrachos,
piñas de novios celosos, botellazos de broncas pasajeras. Pero

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homicidios, eso no pasa muy seguido. Entonces se subieron a rojas que las impactaban desde todos los ángulos; las chicas se
los móviles 28285 y 24470 y salieron, inquietos por lo que fue- bajaron de la tarima; y el neón naranja que dice S’Combro en
ran a encontrar. la fachada del boliche está apagado. Belaunzarán se abre paso
La fiscal llega un rato después. Amalia Belaunzarán todavía entre los vasos que tapizan el suelo. Son miles. El perito bus-
no tiene cuarenta años, pero está acostumbrada a dar las órde- ca más sangre, o alguna navaja. No encuentra nada. Al final,
nes en la escena del crimen. Ya vio de todo en el partido de llegan al fondo y abren la puerta de emergencia. La luz los sa-
San Martín, el territorio donde opera. El chico rubio que yace cude y los devuelve al día.
contra el pavimento ruinoso de la esquina perimetrada está
muerto. Y no es diferente de los otros muertos que ya espera-
ron a Belaunzarán en otras escenas del crimen: refleja el mis- La primera que declaró fue la novia de Maximiliano. El acta
mo horror mudo, la misma cuota de desgracia. El chico es jo- dice que a las ocho y diez de ese mismo sábado negro comen-
ven, tiene los ojos entreabiertos, un rasguñón en la frente y zó a contar su parte. En el documento Gabriela es presentada
una gran mancha roja en el abdomen, herida múltiple de arma con el desapego de un trámite. Pero unos años más tarde se
blanca, según le dicen a la fiscal. La novia, que estaba con él puede decir más sobre ella. Por ejemplo, que tiene una mirada
cuando falleció y que luego fue trasladada a la comisaría, les opacada por la tristeza y acechada por la rabia. Que no termi-
entregó a los policías su documento. Uno de ellos se lo pasa a na de entender, ni de aceptar, ni de perdonar la muerte de su
Belaunzarán: dice que se llama Maximiliano y que tiene 20 novio. Que las palabras se le atragantan: están ahí, pero no sa-
años de edad. Tenía, antes de los cuchillazos. len, y se convierten en sonrisas resignadas. Entonces, es Omar
Mientras le revisan los bolsillos al chico, le cuentan a la fis- el que va a contarme la historia. Omar es remisero, lleva el pe-
cal que otra persona más resultó herida con arma blanca y que lo corto, peinado con gel, y avanza en su relato sin demasiadas
fue trasladada al hospital. Se trata de un amigo de él, de nom- aclaraciones. Yo los cité en el McDonald’s que está cerca de la
bre Hernán. En los bolsillos de Maximiliano sólo hay un bille- estación de Hurlingham, donde viven ellos. Hay una gaseosa y
te de cinco pesos y el lápiz labial de su novia. Le sacan el ani- un café en la mesa. Gabriela no toma nada, se adivina su falta
llo de plata de su mano izquierda y meten todo en un sobre de de apetito. Antes de este encuentro, faltó dos veces a la cita
papel madera. El médico determina que en total son nueve conmigo. Ahora, angustiada como la veo, entiendo lo mucho
puntazos. Y entonces la fiscal ordena que se lleven el cuerpo. que sufre al hablar de esto.
Ahora sólo quedan los vivos. Eran cuatro los amigos que fueron a bailar esa noche:
Belaunzarán, el perito en rastros (que ya juntó algunas co- Maximiliano, Gabriela, Omar y Hernán. El tren los llevó has-
sitas y descubrió unas manchas de sangre en el suelo), la comi- ta la estación de Lemos y desde ahí se tomaron un remis a
tiva de uniformados y un par de curiosos que fueron tomados S’Combro, compartiendo un café al cognac para paliar el frío,
como testigos entran a S’Combro, guiados por el encargado hasta que a la una y media lograron entrar al boliche. Ahora
del local, que está ahí, diciendo sin parar que el homicidio fue Maximiliano está muerto, Hernán lleva la marca de la misma
afuera. La fiscal no se confía. Quiere constatarlo adentro. Ahí navaja que mató a su amigo en su propio cuerpo y los otros
sólo hay restos: vasos, cigarrillos, basura. Hasta hace un rato, dos están sentados conmigo, mientras tomo mi gaseosa y ha-
este era el templo de la cumbia. Ahora, las diez bolas espejadas go ruido con el sorbete cuando la termino.
que cuelgan del techo ya no reflejan las luces verdes, azules y La charla no es fácil, entre la mala memoria de Omar y el

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nudo en la garganta de Gabriela. «Ni la dicente ni su novio eches… ya nos vamos, dentro de poco», le respondió Andy.
tomaron bebidas alcohólicas porque no lo hacen estubieron Pero no se fueron. Y un rato después los muchachos del grupo
bailando y compartieron momentos con otros amigos que co- volvieron a cruzar amenazas con Hernán. Entonces sí, los sa-
nocen del baile como ser Mónica una chica gordita», se lee, caron de la bailanta.
con gruesos errores de redacción y de ortografía, en aquel acta Para Andy no había razones para preocuparse: no era la pri-
que registra la declaración de Gabriela. «Adentro nos separa- mera vez que la echaban de la bailanta con su grupo, ni la
mos: Gabriela y Maxi se quedaron bailando, y Hernán y yo primera pelea que veía. De hecho, ella misma había protagoni-
estuvimos dando vueltas», dice Omar ahora. «Se fueron a chu- zado algunos alborotos en los últimos días. Tenía sus enemigas:
par y a buscar mujeres, como siempre», se destraba Gabriela, chicas con las que se medía sin importar las consecuencias, en
enojada. Omar no le responde, pero sigue adelante con su el barro del suburbio. Eran dos hermanas, Araceli y Laila, que
relato, y cuenta que tomaron y que bailaron, y que en un también aparecían de vez en cuando por S’Combro. La última
momento endiablado Hernán tuvo un problema con una chi- vez que las vio había sido en un pool, no tan lejos de donde
ca que estaba en grupo. Entonces apareció un amigo de la estaba ahora. Y a navajazos habían ajustado algunas cuentas
chica y se trenzaron a golpes hasta que llegó un patovica, los pendientes. Andy era una piba brava. Y aún así, no era tan di-
separó y echó al agresor. Gabriela y Maximiliano estaban a ferente a las otras de su barrio. En las villas miseria que se des-
unos metros, pero sólo se dieron cuenta en la mitad del albo- parraman por el noroeste del conurbano, hace tiempo que la
roto, y no sabían bien qué problema había tenido su amigo. femineidad se escribe con «F» de fuerza. Las chicas imitan a los
«Maxi después se reía: decía que si sacó a bailar a una chica y varones: las pibas chorras no tienen miedo de batirse a duelo
le pegó, debía ser un chico», recuerda Gabriela. «Lo que pasa con botellas rotas en la mano, o de salir a robar para juntar di-
es que las minas ahí son así, son re malitas, le pegan a cual- nero. Muchas de ellas, como Andy, incluso salían a bailar con
quiera porque sí», agrega ella, y sospecho que lo que menos una sevillana en el bolsillo.
querría es ser confundida con una de esas violentas. Gabriela El acta de las ocho y diez de aquel sábado registra el hecho
cuenta que solía ir a bailar bien vestida. Las pibas bravas, en de S’Combro: «Al momento de irse le proferían amenazas,
cambio, entraban con ropas anchas y actitud batalladora. En afuera te vamos a agarrar te vamos a agarrar vení para la esqui-
las bailantas del conurbano, la guerra de los sexos se peleaba na», amenazaban a Hernán. Omar suma: «Cuando estábamos
de igual a igual. por irnos un rato después, el patovica nos dijo “quédense acá,
Andy no era la chica que tuvo el problema con Hernán, no salgan”, pero Hernán salió igual y nosotros nos fuimos
pero estaba en ese grupo. Con 18 años, era la más grande: una corriendo a buscarlo. Ahí vimos a los del otro grupo, que lo
chica gordita y maciza, que llevaba el pelo recogido en un ro- estaban esperando y le empezaron a pegar hasta tirarlo al sue-
dete y la nuca rapada, y vestía jeans con recortes y una campe- lo. Maxi se metió a defenderlo y ahí lo mataron con una sevi-
ra azul y naranja. Ella era una de las que peleaban de igual a llana». Gabriela me mira y parece que me va a decir algo, pero
igual con los varones, y fue quien se hizo cargo de la situación se calla. Las palabras, una vez más, son demasiado pesadas. El
cuando apareció el patovica. «O les decís que se tranquilicen o final de la historia ya lo conozco. Por eso estoy aquí, en el
los saco a todos», le ladró el grandote, que ya la conocía y la McDonald’s de Hurlingham.
veía seguido en S’Combro. El patovica tenía ganas de echar al
grupo, porque sabía que podía resultar agresivo. «No nos

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Una fila de patovicas, barman y encargados de guardarro- no tenía ningún apodo. No lo necesitaba. Había nacido en
pas se agolpa adentro de la comisaría de José C. Paz. En sus algún otro lugar no tan alejado, pero vivía en Grand Bourg, un
caras hay ojeras y cansancio: ya es mediodía y se nota el paso barrio populoso, violento y poco urbanizado. Satélite famélico
de la noche. El crimen en S’Combro ocurrió hace pocas horas, al noroeste de la ciudad de Buenos Aires, Grand Bourg es un
y la fiscal Belaunzarán logró que el gerente del boliche, un terruño olvidado por los gobiernos nacionales y provinciales.
cuarentón que se come una suculenta porción del negocio de Ahí el caserío crece alrededor de la estación de tren, que mar-
la noche en la zona, juntara a su gente y la hiciera contar todo ca el centro comercial y señala el camino a la gran ciudad.
lo que supiera. «Le dije que quería tomarle declaración testi- Aunque esa no es la única forma de llegar a Buenos Aires: la
monial a todo el personal que había trabajado esa noche, que otra es a través de las antenas de televisión satelital que coro-
me blanqueara a todos los empleados porque si no iba a man- nan los chaperíos inundados.
dar a traerlos por la fuerza pública y le iba a allanar la ofici- El barrio de José C. Paz no es tan diferente. Por eso el ena-
na… Es que si no no te quieren mostrar nada», me cuenta la no Rodrigo lo consideraba también parte de su mundo. Y
fiscal una mañana fría, aunque no tanto como aquella del 3 de S’Combro era uno de sus lugares preferidos: no faltaba nunca
julio de 2004. Su despacho es típico de un fiscal del conurba- al llamado de la cumbia. Es que tenía sus amistades: sus con-
no: no muy grande, repleto de papeles y expedientes, con un tactos, según se jactaba, para sortear los cacheos de la puerta de
escritorio amplio y cargado. A sus espaldas, dos cuadritos de entrada. Le gustaba estar rodeado de gente porque no sabía
marco violeta le dan un toque femenino. A diferencia de otras, estar solo y los pibes se aprovechaban de esa debilidad.
la oficina de Belaunzarán es luminosa: tiene un ventanal que Ese día el enano Rodrigo se había encontrado con sus ami-
deja ver los suburbios de San Martín a través de una persiana gos en la estación de tren de Grand Bourg a las doce de la no-
americana. «Al final, el gerente de S’Combro me entregó el lis- che. En el Gran Buenos Aires es así, cuando las tiendas que
tado de sus empleados por propia voluntad y los citamos a de- venden ropa de imitación, celulares de origen sospechoso y dis-
clarar ese mismo día.» cos piratas ya están cerradas y las botellas comienzan a rodar
Fue uno de los siete patovicas que trabajaban en la puerta por los callejones, un ejército de pibes cantina toma las esqui-
de la bailanta el que les habló del enano Rodrigo. Contó que nas. Las doñas se ponen a resguardo y los semáforos dejan de
a las siete de la mañana, cuando terminaba su horario y se es- funcionar hasta la mañana siguiente. Borrachos, los pibes con-
taba yendo por la puerta lateral, vio unas corridas y escuchó trolan la calle. Excitados, marchan a las bailantas en busca de
gritos. Aunque dijo que no le interesó quiénes eran los que se sexo, piñas y cumbia. «Nos juntamos una banda, como seis o
estaban peleando porque eso ya no le llamaba la atención, ase- siete, y caminamos veinticuatro cuadras hasta S’Combro», con-
guró que el enano Rodrigo estaba metido en el tema. Los inte- tó el enano Rodrigo. La mayoría de sus amigos tenía 17 años;
rrogadores se sorprendieron y se miraron: ¿tendrían que inves- alguno, 15. Todos andaban con zapatillas atléticas y prendas de-
tigar a un enano bailantero? portivas, un riguroso uniforme suburbano que no pasa de mo-
«Este mencionado enano era habitué del boliche y creímos da. Adentro del boliche se encontraron con dos amigos más, y
que él era el autor del hecho, por eso lo mandamos a buscar entonces se formó la ronda de baile al ritmo del chst-chst-chst-
cuanto antes», recuerda la fiscal. El enano Rodrigo no se había chst-chst…, la melodía hipnotizante de la música tropical.
ganado el apodo de «enano» porque en su caso ni siquiera era Esa noche tocaban dos grupos, Yerba Brava y Máximo Con-
un apodo: Rodrigo realmente sufría de enanismo. De hecho, sumo. El primero era un clásico de la cumbia villera: fue uno

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de los tres grupos que comenzó el género, en el año 2000, jun- medio unos patovicas con pecheras naranjas y se llevaron a
to a Flor de Piedra y Guachín, y era el que atraía más gente. El uno de ellos afuera. Para no dejarlo solo, todos decidieron salir.
segundo era una apuesta nueva, de esas que afloran y mueren Se quedaron en el macetero de la puerta, pensando qué ha-
en poco tiempo, algo común en el negocio de la cumbia, don- cer. Algunos se querían ir porque el frío ya les devolvía la so-
de todo es prueba y error. En el año 2004 el reggaeton comen- briedad, pero los otros decían que había que quedarse a buscar
zó a hacer su lenta entrada en el mapa tropical argentino. Pri- venganza. Para hablar lejos de los patovicas, cruzaron a la esta-
mero, la cadencia que venía de Puerto Rico les llegó a los ción de servicio abandonada. Ahí siguieron hasta que comen-
productores de cumbia, y ellos adaptaron las baterías electróni- zó a clarear y vieron cómo se iba la gente de los boliches. En
cas de los caribeños a sus propios grupos. El repiqueteo que S’Combro ya estaban bajando la persiana cuando salieron
marcaba el ritmo tropical ya no era el de dos maracas y un Maximiliano, Gabriela, Hernán y Omar.
timbal: ahora venía programado en una máquina. Los compinches del enano caminaron hacia Hernán ha-
Para darle combustible al baile llegó el alcohol: vasos con ciéndose sonar los dedos y escupiendo el suelo. Él los miraba
tamaño de balde rebosaban de piña colada con sidra barata de frente y quería ir hacia ellos, pero Omar y Maximiliano lo
para unos; o de vino con granadina (o algo que se parecía a la agarraron de los brazos para que no se animara. Hasta que se
granadina) para otros. A las tres de la madrugada la pista esta- les escapó y corrió los metros que quedaban hacia los otros. El
ba llena de pibitos que bailaban mostrando sus dientes en son- round duró poco: fue apenas un cruce de trompadas y Hernán
risas embriagadas y levantaban sus dedos en gesto cumbiero; terminó en el piso, donde le cayeron las patadas repentinas de
«Las palmas de todos los negros arriba y arriba», arengaban los los otros pibes del grupo del enano, incluida la chica que ha-
cantantes. La temperatura subía con las horas y el calor invita- bía recibido su trompada adentro del boliche. «¡Esto es por lo
ba al roce de cuerpos sudados. De la muchedumbre apareció que me pegaste a mí!», le gritaba. Ni siquiera él se sorprendía:
un pibe que sacó a bailar a la chica más linda del grupo del vil y cobarde, ésta era una de las prácticas más comunes de la
enano. Ella se negó, pero él insistió con aliento de borracho baja noche bonaerense, donde los mano a mano solían termi-
hasta conseguirlo. Mientras bailaban, ella miraba a sus amigos nar en golpizas generalizadas contra el que caía primero.
y sus ojos pedían que la rescataran. Uno de ellos se plantó y Maximiliano, que estaba sobrio y entendía la gravedad crecien-
discutió con el extraño, «¿No ves que no quiere?», le dijo, y un te de la pelea, se metió entonces en el tumulto para rescatar a
momento después apareció otro y lo empujó, pero la pelea se su amigo, sin pensar en las consecuencias, que comenzaban a
ahogó cuando se metieron los demás a separar. llegarle en forma de puñetazos. De alguna manera, Hernán lo-
Más tarde, a eso de las cinco, los dos amigos del enano que gró levantarse y sacarse de encima un perro que se había meti-
se habían cruzado con aquél, lo volvieron a ver y lo amenaza- do en el alboroto y lo mordía, y salió corriendo para el lado
ron haciéndole señas –«te vamos a fajar», le decían con mirada de Tornado. Maximiliano corrió detrás de él, asustado. Los del
desafiante–. El otro no tenía miedo: también estaba tomado y otro grupo se dividieron las presas: dos fueron por Hernán,
el alcohol le daba valor. Por eso dio un paso al frente y les tiró tres por Maximiliano. Los persiguieron y les tiraron piedras
una trompada, que ellos esquivaron. El puño terminó en la ca- hasta agarrarlos. Ahí alguien sacó un cuchillo. Maximiliano fue
ra de una de las chicas del grupo, que estaba borracha, como el primero al que atraparon. Cuando terminaron con él, logró
todos, y cayó al suelo sin entender nada. Antes de que todos volver caminando a la puerta de S’Combro, donde lo espera-
los del grupo del enano se lanzaran contra él se metieron en el ban sus otros amigos.

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Caminó muy despacio, en zigzag, y cayó a los pies de su to…», se lamentaba Andy sin alzar la voz, sabiendo que ahora
novia. el problema era más de ella que de los demás.
Después se fueron todos contra Hernán, que había corrido «El enano no había sido el autor de los hechos, sino una
una cuadra. Lo arrinconaron contra la persiana metálica de un chica, conocida como Andy», termina la fiscal Belaunzarán,
supermercado y le dieron una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, sie- mirando latir el suburbio a través del ventanal. «Todavía tenía-
te, ocho puñaladas. Y lo dejaron ahí tirado. Habían terminado mos que encontrarla. No es tan fácil hacer justicia en el parti-
una faena que ni siquiera ellos podían entender. do de San Martín…»
Alguno de ellos pegó el grito cuando vio caer a Maximi-
liano: «¡Corran, que parece que se murió!». La confusión inva-
dió al grupo, diseminado como estaba, y por un momento cru- «Maxi siempre me escribía papelitos», me cuenta Gigi, la
zaron miradas en las que el rastro del vino con granadina se mejor amiga. «Me ponía que me quería mucho, que valoraba
había ido: ¿entonces lo hicimos boleta?, se preguntaron en si- mi amistad. Era muy dulce.» En su casa de Villa Tesei, Gigi trae
lencio todos, excepto uno de los más chiquitos, que apareció una carpeta con noticias del crimen y las despliega. En la tapa
cargando las zapatillas que llevaba puestas Hernán y su reloj, de la carpeta se lee «El Pelado». El Pelado era el apodo que le
con una sonrisa de hiena en sus facciones imberbes. «¿Quién habían puesto en el colegio a Maximiliano, por su pelo largo,
me ayuda a llevar esto?», preguntó. «¿Quién me ayuda?», insis- finito, a veces teñido de rubio, y sus entradas incipientes. El
tió ante el silencio de sus amigos. «Bueno, si no se copan me lo Pelado, entonces, era el mejor amigo de Gigi, y eso a pesar de
voy a quedar todo yo solo, ¿eh?», dijo, pero le hablaba a la na- las confusiones que generaba en los demás: «Todos decían que
da: los otros habían salido corriendo para escapar antes de que éramos novios, pero nunca lo fuimos. Todo el tiempo tenía-
llegara la policía. Corrieron dos cuadras por la calle Cura Bro- mos que andar aclarándolo», recuerda ella. El Pelado era un
chero hasta que ya no pudieron más y pararon a tomar aire, playboy en su barrio de calles de tierra y casas sin revoque, y
nerviosos, confundidos por la emoción de una noche que ya siempre estaba rodeado de chicas. «Hasta nuestros novios se
era inolvidable. ponían celosos de nuestra amistad», agrega Gigi, y me da una
Ahí, sentados al pie de una parada de colectivos, Andy les tarjetita de color bordó con una publicidad de S’Combro. Es
mostró su mano derecha. Se había lastimado un dedo y le san- tan chiquita que sólo hay lugar para la siguiente línea:
graba. «Me corté», les dijo. Algunos todavía se preguntaban «S’Combro Bailable. Participá y ganá. Juntá 5 y canjealas», y
quién había sido el autor de los navajazos, y de repente todos del otro lado: «Está con vos. S’Combro Bailable FM 94.5».
la miraron: descubrieron las manchas de sangre ajena que tenía Gigi escribió con birome: «Me regaló Maxi. 20 feb. 03».
en la ropa y entonces los que no la habían visto en acción se Juntando y canjeando, Maximiliano conseguía entrar al boliche
dieron cuenta de que había sido ella la que había apuñalado a si andaba con poco dinero, lo que ocurría bastante seguido.
esos dos. «¡Vos sos la novia de Chucky!», la cargaron, y se rie- «Cuando conseguía algún trabajo me invitaba a comer o me
ron sin comprender la gravedad del asunto. Pero a ella no le hacía regalos. Pero cuando no tenía plata, se quedaba seco del
causó gracia. Más de tres o cuatro veces no le clavé, dijo. «No todo», cuenta su amiga.
te enojés, Andy, si es una broma, estamos jodiendo…», la qui- Reviso la tarjetita de la bailanta. Es raro: al tocar este
sieron calmar. «Esta ve sangre y se emociona», comentaron en- cupón, que Maximiliano guardó con esmero para su amiga,
tre ellos. «No sé qué le voy a decir a mi mamá de todo es- pareciera que el final trágico de esta historia no existe, que

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nunca existió. Aquí, debajo de mis dedos, está la prueba de porque era uno de los pocos que tenía tiempo libre: vivía de
que Maximiliano está vivo, con sus problemas y sus cupones trabajos informales y nunca pudo concretar su sueño de entrar
de la bailanta, y yo me olvido por un momento los cuchilla- al profesorado de educación física. Por eso, su vida giraba en
zos y pienso que, tal vez, si voy el próximo sábado a torno a los paseos infinitos que daba en su bicicleta roja; a la
S’Combro me puedo cruzar con él en la pista. cumbia que tanto le gustaba para ir a bailar; y a las chicas que
Gigi interrumpe mis pensamientos: «Maxi estaba enamora- podía conquistar.
do de S’Combro». Con la música que sonaba y las promocio- Fue uno de esos trabajos (una changa con su tío albañil) el
nes para no dejar afuera a nadie, la bailanta había conseguido que lo llevó a vivir a Luján durante unos meses en el año 2002.
adeptos en toda la zona. Maximiliano era uno de ellos, y ade- Gigi recuerda su entusiasmo cada vez que cobraba el sueldo,
más fue el que se la hizo conocer a todos sus amigos. Gigi pero habla también de cómo padecía la distancia: «Maxi extra-
recuerda cómo le cambiaba la letra a una canción de Damas ñaba mucho a su familia y a los amigos. A mí me llamaba
Gratis en homenaje a S’Combro. El tema era «La primera del siempre desde un teléfono público, porque todavía no había
borracho», y contaba las aventuras de un ebrio que volvía a su tantos celulares, y me preguntaba cómo andaban los chicos».
casa a cualquier hora y tenía que echar a correr cuando descu- Rápido de reflejos amorosos, en Luján consiguió una novia:
bría que su mujer lo estaba esperando en la puerta con «un conquistó a Romina, su vecina de enfrente. Y aunque duraron
palo». El estribillo decía «A casa yo no voy/ Todo se re pudrió/ poco, llegó a presentársela a sus amigos en una fiesta que orga-
Al baile me voy» y Maximiliano cantaba «A S’Combro me nizó Gigi. «Romina se vino con un pantalón blanco ajustado y
voy». Gigi sonríe con melancolía: «Él murió donde hubiera no le cayó bien a los chicos: decían que era demasiado provo-
querido», agrega, y esta es la contraprueba más cruel y real de cativa. Además tenía algo en la cara que no les gustaba… No
que la historia que estoy investigando ocurrió efectivamente y, me acuerdo si era un grano o si le faltaba un diente», recuerda
a pesar del cupón en mi mano, no es una fantasía. ella, y pienso que tal vez esté haciendo eso que tanto les gusta
Maximiliano era, sin dudas, un Don Juan pobre. «Yo siem- hacer a las mejores amigas: defender su territorio. Cuando la
pre le decía que era un rompecorazones», confirma Gigi. «Sabés relación con Romina se extinguió sin demasiada pena, para
lo que tenía, que era simpático. Te sacaba temas de conversa- Maximiliano quedó claro que era hora de volver. La aventura
ción. Te ponías a hablar y te podías pasar toda la tarde», com- de irse a Luján no había funcionado.
pleta Walter, el tercer amigo del grupo, que acaba de llegar y «Maxi nunca estaba solo», sigue ahora Walter. «Con un
que es quien paga la cuota del cementerio todos los meses. clavo sacaba a otro, aunque era enamoradizo y a veces sufría
Sigue Walter: «Maxi era un pibe que podría haber sido un por amor. Pero salió con minas más grandes, más chicas, rubias,
cachivache, porque no lo controlaba nadie, rajaba de la casa y morochas, castañas, de ojos verdes, de pelo largo, flacas… A
agarraba viaje, durmiendo donde quería. Pero salió muy sano». veces conocía en la bailanta chicas que vivían muy lejos, y las
En su familia eran trece hijos y él era el más grande, nacido iba a buscar igual», dice. «Me acuerdo de una de esas chicas»,
cuando su madre tenía 14 años: «casi que nos criamos juntos», indica Gigi. «Estuvo con ella dos veces. Las chicas de S’Combro
solía decir ella. Maximiliano conoció a Gigi y a Walter en un no eran como las que él elegía, sino de barrio bajo, stonas o
colegio de Hurlingham adonde también iban sus compañeros cumbieras. Es que Maximiliano tenía mucho levante donde
de tragedia, Omar y Hernán. Después de egresar, Maximiliano fuera… Era un galancito.» Entonces no me queda más que pre-
fue el encargado de armar las reuniones de reencuentro, tal vez guntarle a Gigi si nunca pasó nada entre ellos dos, pero ella no

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quiere malentendidos: «No, para mí siempre fue un herma- a Hernán y que había matado a Maximiliano, porque recorda-
no… Pero las otras chicas morían por él». A medida que con- ba que después de las puñaladas, y mientras ella escapaba co-
firmo su éxito con las mujeres no puedo dejar de pensar en lo rriendo, él tuvo fuerzas para gritarle que ya la iba a agarrar. Pe-
paradójico que es eso de que el corazón de este rompecorazo- ro esa misma tarde, Andy empezó a sospechar que el asunto
nes haya dejado de latir a manos de una chica. era de gravedad. Un amigo se lo contó: «¿Viste, Andy, que ma-
Gigi guarda el cupón de S’Combro y vuelve a meter en la taron a un pibe en S’Combro?», le dijo. «¿Sí?», se sorprendió
carpeta los recortes del homicidio. Aunque no la conozco, me ella. «Fue a eso de las seis de la mañana… No habrás sido vos,
doy cuenta de que el recuerdo de su amigo la deja con nostal- ¿no?, vos que me contaste que anoche te peleaste», insistió él.
gia. Es algo en sus ojos. «Yo a veces sueño con él», me dice por «No, no», se resguardó ella, sin estar del todo segura. ¿Y si lo
último. «Sueño que estamos en un lugar claro y luminoso y había hecho?, se sobresaltó. Silencio. Silencio e incertidumbre
que él me abraza muy fuerte y me dice que me quiere mucho. en la cabeza de Andy.
Es lindo: en vez de despertarme pensando que soñé con Maxi, Al día siguiente, domingo, empezó a preguntar si era cierto
lo hago pensando que estuve realmente con él. Además, viene aquello de que se había muerto uno. La noticia ya se sabía en
cuando va a pasar algo que lo involucra: por ejemplo, soñé las esquinas, los pibes le contaron el rumor. Algo raro pasó en-
con él antes de que aparecieras vos.» tonces: su sobrino Rafael y su amigo Javier no aparecieron por
Me sorprendo porque sé de lo que habla: una vez me pasó su casa, como habían quedado. Ellos dos también habían ido
algo parecido cuando mi abuelo me visitó en un sueño. Soy de a bailar a S’Combro y habían participado de la aventura. Andy
los que eligen creer. Por eso siento que es válido abrir un parén- decidió ir a buscarlos a la Sociedad de Fomento, que quedaba
tesis (por improbable que sea) para preguntarle a Gigi qué diría cruzando la vía, cerca de donde ellos vivían. Pero una noticia
Maximiliano sobre mi trabajo, a pesar de lo incómodo que perturbadora la detuvo a mitad de camino: la Policía ya estaba
puede resultar poner palabras en boca de alguien que ya no en la casa de Javier. Andy volvió sobre sus pasos rápidamente.
está. «Creo que a él le gustaría que cuentes su historia. Es más, Y decidió encerrarse en su cuarto, al menos hasta saber qué ha-
estaría chocho: siempre quiso ser famoso», responde Gigi, con- cer. «Si preguntan por mí, no estoy», le dijo a su mamá. La no-
vencida. Entonces me quedo tranquilo. che anterior había dejado la navaja en un vaso con agua y la-
vandina: estaba manchada con restos de sangre y no sabía
cómo limpiarla, pero tenía que hacerlo de alguna manera. Y
cuanto antes.
El sábado a la noche, Andy se quedó en su casa, como ¿Qué hacía ella con una navaja? ¿Qué hubiera pasado si
nunca. Un sábado a la noche y ella mirando la televisión y ju- nunca la hubiera tenido? Se acordó del día en que la compró,
gando a las cartas con su hermanito: eso en Grand Bourg era más de un año atrás, cuando acompañó a una amiga a revisar
algo desconocido. Pero Andy estaba asustada. Estaba, en reali- trastos viejos y colgantes hippies en una casa de venta de usa-
dad, esperando a que le tocaran la puerta los amigos de esos dos, cerca de la estación de tren de Grand Bourg. El negocio
pibes con los que se había peleado en S’Combro la noche an- tenía un estante de la vidriera lleno de sevillanas de todos los
terior, o temía que la estuvieran esperando en el boliche para tamaños, colores y formas. En ese momento estaban de moda
golpearla tanto como ella y sus amigos lo habían hecho con en la calle. Andy eligió una de mango verde, barata. La más in-
aquellos pibes. Andy no sabía que había mandado al hospital dicada para defenderse en los callejones oscuros de su barrio.

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Con los días, la presencia de la sevillana en su bolsillo la hizo sus frigoríficos. Pero ahora esas industrias ya no existían y los
sentirse segura, autorizada a meterse en cualquier lado. vecinos sobrevivían a fuerza de trabajos informales y planes
No era su primera navaja, pero sí la mejor. En su pieza te- asistenciales. En el sur del conurbano, aquel barrio es hoy una
nía dos más, muy pequeñas, puestas de adorno. Se las había de las villas más grandes.
traído su primo de Luján, la misma ciudad adonde Maximi- En el peor de los casos, si nadie le daba dinero, Andy salía
liano había pasado un tiempo trabajando y noviando con su a cartonear con su hermano por el barrio de Florida y el de Re-
vecina. Andy también anduvo por ahí, pero su estadía fue bre- tiro. Robar no era una opción: solía decir que no tenía sangre
ve. No le gustaba la Virgen. Su propio santo estaba prohibido para eso, y que se las podía arreglar con la ayuda de su fami-
delante de ella. San La Muerte, «el San», como le decía Andy, lia. Los viernes las chicas entraban gratis. Los sábados, pagaban
la protegía en Grand Bourg pero no adentro de una basílica. después de la una de la madrugada. Adentro del boliche al-
Fue su hermano Aldo quien le hizo conocerlo, con un peque- guien hacía aparecer las pastillas de Rivotril y de Rohypnol,
ño altar que tenía en su casa. Aldo murió a los 23 años, de un que mezclaban con alcohol. Otro sacaba el porro. Y se arma-
ataque de epilepsia por sobredosis de cocaína. Andy, que era ba la ronda. Se encontraban con amigos y enemigos de barrios
su protegida, tenía 12 años entonces. Sus otros hermanos (tres linderos: Villa Chiri, Los Patos, Los Andes y el Primaveral. Y si
más grandes y uno más chico) también sufrieron la pérdida: la la situación se desbordaba, terminaba en pelea y en expulsión.
familia se disgregó. Andy empezó a buscar su camino, proban- Pero Andy no le tenía miedo a la violencia. Siempre había
do la calle, de donde Aldo la quería mantener alejada por los sido de ir al frente. En la calle, las chicas se peleaban entre sí
peligros que acechaban en cada esquina. También probó las por amores, y los chicos, para disputarse la droga. Como ella
drogas, respetando siempre a la cocaína. Y por último se hizo no tenía novio, porque en su vida los hombres habían sido
devota del San, a quien sólo le pedía cosas buenas, sabiendo ocasionales y engañosos, entonces peleaba cuando le faltaban
que si le pedía algo que luego no pudiera pagar, la vida de su el respeto. Hasta los 12 años se preocupó por ir a la escuela y
madre o la de alguno de sus hermanos estaría en peligro. estudiar, pero a los 14 ya la había dejado y comenzaba a dro-
A S’Combro empezó a ir cuando sus amigos se cansaron de garse, cerca de sus compañías callejeras. Mucho tiempo des-
viajar hasta Tropitango, la célebre bailanta de San Fernando pués volvió a la nocturna, para cursar octavo y noveno grado
donde había nacido la cumbia villera y donde poco tiempo a la vez, y aunque se consideraba buena alumna y le gustaban
después debutaría Pablo Lescano con Damas Gratis. El Tropi Lengua y Matemáticas, abandonó de nuevo cuando se mudó a
estaba lejos de Grand Bourg, y en cambio a S’Combro podían una villa miseria llamada el Borra. Sus 18 años la encontraron
llegar caminando. Andy escuchaba Los Redonditos de Ricota y lejos del colegio, sin trabajo y metida de lleno en las pastillas
La Renga, pero sólo con la cumbia podía bailar y divertirse. En- y el porro.
tonces juntaban plata entre todos para los fines de semana. A La noche en la que moriría Maximiliano, los chicos del
ella le daba algunos billetes su hermana, porque hasta hacía po- Borra estaban hablando de cualquier cosa y pasando la botella
co habían compartido un plan asistencial para el que tenían de cerveza cuando se dieron cuenta de que ya era la una y me-
que hacer bolsas de papel; y otro poco le dejaba su abuela, que dia de la madrugada, hora de ir a S’Combro. Paraban en la es-
vivía en un barrio de Bernal Oeste, a dos horas y media de quina de un negocio que cerraba de noche. Antes lo hacían en
Grand Bourg. Aquel caserío había sido fundado en la década una que les gustaba más porque tenía un mural con la figura
de 1950 por Perón como un barrio obrero, con sus fábricas y redentora del hombre que rompe sus cadenas en la tapa de

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«Oktubre», el disco de Los Redonditos de Ricota; pero los ha- que S’Combro es re feo, yo no te digo que no, pero peleas hay
bían echado de ahí. Esa noche eran como diez, todos chicos, a en todos lados. Y con las mujeres pasa lo mismo: había lindas
excepción de Andy y sus dos amigos más grandes, que habían mujeres y había de las otras. Pero ahí las que son feas, son feas
sido los mejores amigos de Aldo, su hermano fallecido, y que con ganas», se ríe Hernán. De fondo suenan un tema de Divi-
habían prometido cuidarla como a una hermana menor. Pero didos y los ladridos de un perro. Su mente parece cristalizarse
ellos dos decidieron que no iban a ir a bailar con esos pende- levemente: «Esa noche pintó por una piba, y bueno… Era la
jitos de 15 años, y se marcharon. Andy sí tenía ganas de ir a novia de otro pibe que estaba ahí. Yo no me acuerdo si era lin-
S’Combro, y camino al boliche pidió una parada en su casa: da, si era fea, yo no me acuerdo de nada, aunque siempre fui
ahí busco unos pesos y aprovechó para manotear la navaja. de encarar pibas lindas…».
Hernán, que podría haber muerto aquella noche junto con
Maximiliano, hoy tiene 25 años y un dragón tatuado en el
Algunos detalles de la historia quedaron borrados para cuello, y vive con su novia en una casa humilde, en refacción,
siempre por el alcohol. Hernán hace memoria, trata de recor- pero lo suficientemente amplia como para alojar a la pareja y
dar, o al menos pone cara de tratar de recordar, pero no recu- a los dos hijos de ella. En el gran jardín donde juegan los ni-
pera nada. «En realidad, no me acuerdo. La verdad que ese ños, descansa la moto con la que trabajaba como cadete y re-
día estaba… Había tomado mucho. Vendían esos vasos gran- partidor de pizzas. Hace poco se la quisieron robar, cerca de
des de plástico con cerveza, licores, tragos, bebidas blancas, la estación de tren de Hurlingham. La historia es una típica
piña colada con sidra, vino con granadina y fernet con coca, anécdota de la violencia del lejano oeste bonaerense: «Salí de
de todo. En esa época por ahí mezclábamos tragos y nos pe- laburar un sábado corte doce y media de la noche, pasé a bus-
gaba re mal. Y si te digo algo de la pelea, te miento», me con- car a un amigo y se nos cruzó un 147 blanco del que bajaron
fiesa. Sin embargo, las cicatrices que lleva en su espalda están cinco chabones», cuenta Hernán. «“Bajate de la moto y deja-
ahí para que no siga olvidando. Son ocho cruces que certifi- mela porque te mato”, me decía uno, pero no tenían fierros.
can el encuentro con Andy y que él elige llamar «el abeceda- En eso mi amigo baja con la cadena para atar la moto y a mí
rio chino» por la forma azarosa que adquirieron los puntos. no me quedó otra que bajar también, porque si no yo hubie-
En el abdomen tiene otra cicatriz, larga y vertical: es la de la ra seguido, y capaz que nos escapábamos. Mi amigo le dio un
operación que le hicieron para descubrir que el ataque le ha- cadenazo a uno y a mí me tiraron piñas y patadas de todos la-
bía rozado el hígado, pero no le había perforado ningún órga- dos, dejándome la cara marcada, pero en el momento no me
no. «Si sé qué cirujano me operó le preguntaría “¿Por qué me dolía nada y revoleé golpes por todos lados. Después salí
cosiste así?”, porque me lo dejó bastante feo. Yo veo otras corriendo para el lado contrario al que salió mi amigo. A mí
operaciones y hay algunas que ni se notan, y mirá lo que es me corrieron dos flacos y a él también. Encontré una casa
esta», se lamenta Hernán mirándose su panza surcada. Lugar para esconderme y al rato salí, cuando ya se habían ido.»
común: al menos estás vivo. Hernán logró salvar la moto, y acaso la vida, de nuevo. Esta
Hernán y Maximiliano iban a S’Combro porque les gusta- vez sí puede contar la historia entera.
ba la cumbia colombiana que sonaba ahí. El último show que Aquel sábado 3 de julio de 2004 Hernán fue recibido a las
vio Maximiliano antes de la noche de la pelea fue uno de Los ocho y media de la mañana en la guardia del hospital Domin-
Bybys. Y se había quedado con ganas de más. «Todos dicen go Mercante, de José C. Paz. Le habían robado el reloj, las za-

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patillas (unas Adidas que todavía estaba estrenando) y un bille- de la navaja de Andy: ahora su vida cobraba más interés que
te de cincuenta pesos. Eso, después de las ocho puñaladas. En su doloroso final.
el hospital lo operaron y durmió el sueño de la anestesia hasta «Se me juntaban tantos pensamientos que ya no sabía qué
las cuatro de la tarde. «Abrí los ojos y vi una banda de gente, decir», confirma Gabriela cuando la llamo, hablando despacio.
“¿Qué mierda pasa?”, pensé. Me quise mover y no pude, sentí Se nota que está cansada, probablemente de tanto llorar. El
un re tirón. Tenía todo cosido y vendado. Estaban mi vieja, mi desahogo nunca es gratuito. Por un momento todo es silencio.
novia, mi patrón de la pizzería, mi hermana, Omar y Gabriela.» –Él tenía muchos planes en la cabeza –sigue Gabriela–. Era
Al principio no le quisieron decir nada de Maximiliano y él de hablar mucho. Igual hacía poco que salíamos, pero creo
tampoco preguntó. Después, en días de dieta estricta de sopa, que era un noviazgo que daba para largo, porque era muy ho-
empezó a sospechar y logró que le contaran lo que había pasa- gareño y cariñoso Maxi. Éramos iguales, prácticamente nos
do. «No sé cómo fue, pero sé que él se metió porque vio que gustaba lo mismo.
me estaban cagando a palos. Y en su momento le agradecí des- –¿Y como novio?
de adentro mío. Yo no sé si yo era su mejor amigo, pero él era –¡Ah! Divino. Yo antes estuve casada once años… Me casé
el mío, y me salvó la vida.» Ahora, Hernán no necesita estam- a los 16, me separé, tuve algún que otro novio, pero Maxi era
pitas de santos: tiene la foto de Maximiliano pegada en su ro- un todo. Siempre me decía que él vivía el hoy: «el día de hoy
pero. no va a volver a repetirse, entendés». Y eso me re quedó, no
sabés. Si estabas mal, Maxi venía, te hablaba dos palabras y te
daba tanto consuelo, tanta tranquilidad… Sabías que podías
Estaba en la mitad de mi almuerzo cuando llegó el primer contar con alguien. Pero lo que me da pena es que no me ha-
mensaje de texto de Gabriela, la novia de Maximiliano. Esa yan quedado sus regalos. En realidad, eran pocos. Tenía una
misma mañana la había visto en el McDonald’s, junto a Omar. carta que me había escrito ese viernes 2 de julio, a la tarde,
Había notado cómo se le atragantaban las palabras y ahora su antes de ir a bailar. Me acuerdo de la firma, decía «Eternamen-
mensaje de texto lo confirmaba: «Hola sabes q me quedaron todos te, tu novio Maximiliano». Pero el infeliz del padre de mi hi-
los planes y cosas q maxi qeria hacer no pude hablar vos no t imagi- ja me la rompió.
nas el dolor en mi alma el vacio q djo el era un angel. y hoy me acord Gabriela es madre de dos hijos: Ingrid, de 14, y Alan, de
tantas cosas juntas q no sabia q decir». No me sorprendí. Tampo- 13. Fue madre joven, como la mamá de Maximiliano. Pero su
co me lo esperaba, pero lo entendía. Cinco minutos después matrimonio terminó mal. Poco tiempo después comenzó a sa-
entró un nuevo mensaje: «Si queres llamame en 1 rato y te cuento lir con Daniel, un muchacho que alquilaba un cuarto en la
estoy en mi casa y estoy llorand como hace años no lo puedo evitar! un casa de ella. Pero todavía se sentía triste, sola. Y aquel amigo
beso gracias». Terminé la comida y dejé pasar unos minutos. Me de Daniel que de vez en cuando venía a buscarlo en una bici-
tomé un café. Pensé en Gabriela. Tenía 27 años cuando fue el cleta roja y que a ella le dedicaba miradas dulces y sonrisas se-
crimen, siete más que Maximiliano. Ahora ya había pasado los ductoras terminó siendo su gran amor, Maximiliano. Fue jus-
30. ¿Qué había visto en Maximiliano, el nene de 20, que la tamente en una bailanta (aunque no S’Combro, sino en
enamoró y que al día de hoy la hacía llorar sin consuelo? Maxi- Rescate, de San Martín) donde se dieron cuenta de que po-
miliano se me aparecía con su coqueto pelo largo teñido y su dían mirarse, bailar y rozarse con la certeza de que estaban en
franca simpatía como algo más que el infortunado destinatario un camino seguro. A ella le encantaba cómo bailaba él, con

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soltura y placer. Y él se fascinaba al comprobar todas las cosas có, porque yo no lo quería dejar. Maxi murió en mis brazos.»
que su amigo Daniel le había contado de ella. Esa noche Ese día, Gabriela fue llevada a declarar a la comisaría a las
Maximiliano y Gabriela se besaron por primera vez. Y volvie- ocho y media. Y no pudo parar de llorar. Ni siquiera cuando
ron a sus casas radiantes: habían descubierto que pasaba algo la dejaron ir, a las seis de la tarde.
grande entre los dos. La relación continuó a paso firme: salían
a la plaza con los hijos de ella, iban a bailar solos a S’Com-
bro, se quedaban charlando en la casa de él, o escuchando Muy pronto los investigadores descubrieron que no sólo en
música. Él le mostró los cassettes grabados con temas de Rob- las actas policiales había quedado registrado el triste final de
bie Williams, Avril Lavigne y Cristian Castro que tenía: no só- Maximiliano: Andy llevaba un diario íntimo en una agenda
lo era fan de la cumbia. Ella le ponía la trasnoche de Canal 9, del año 1996 que le había regalado su hermano. La encontra-
donde programaban música, y lo convencía de que se queda- ron cuando allanaron su casa, a las diez y media de la noche
ran en la cama mirando cómo pasaban los temas, y si eran del día miércoles 7 de julio de 2004. Desde que había comen-
lentos, mejor. Parece mentira: fue sólo un mes y medio. Pero zado la pesquisa el sábado anterior, casi todos los que estaban
Gabriela lo vivió como si hubieran sido años de felicidad. To- en el grupo con Andy habían sido llevados a declarar. Ellos la
davía se acuerda de los hijos que pensaban criar juntos: melli- habían señalado como responsable. Sabían que era la única
zos, como dos de los hermanos de Maximiliano. «Cuando mayor de edad. Habían hablado de su navaja. Alguno había re-
Ingrid esté en séptimo, vamos a tener nuestros gemelitos», le cordado su dirección en voz alta. Y ahora cerca de veinte po-
decía él. Ella se emociona: «Maxi fue lo mejor que tuve hasta licías de civil y de uniforme entraban con una orden judicial y
el día de hoy». sin pedir permiso, a la casa roja de madera de pino donde vi-
Fundido a negro: es duro saber que aquí no hay final feliz. vía Andy. Buscaban navajas y ropa ensangrentada, y tenían por
Es duro escucharlo de boca de Gabriela: «Maxi la ligó por misión capturar a la chica más peligrosa de Grand Bourg, o al
amigo. No dudó ni un segundo: salió corriendo detrás de menos así la habían señalado. No tuvieron que buscar mucho:
Hernán. Corrió y nada más. Yo también salí detrás de él, pero Andy estaba ahí adentro, dispuesta a entregarse. Lo único que
una piba me agarró y me dijo “¡No vayas, te van a pegar a vos pedía era que terminaran pronto, para que su madre, una mu-
también!”, y lo mismo a Omar. Imaginate, ellos eran como jer de 47 años que trabajaba como empleada doméstica, dejara
quince, y Maxi se mandó solo a defender a Hernán», Gabriela de llorar.
se detiene. Toma aire. «Y cuando volvió y me abrazó, ay Dios, Pero se tomaron su tiempo. Los policías revisaron toda la
para mí fue un alivio. Pero se desvaneció, y yo caí arrodillada casa: fueron del patio del fondo al de adelante, pasaron por
con él, y vi que sólo miraba para arriba y largaba aire, soplaba. la habitación de la madre, por la sala de estar donde dormía
No me di cuenta de que estaba herido hasta que vino un pa- un hermanito que miraba el procedimiento sin entender y
tovica y nos pidió una camiseta. Omar se la sacó y se la dio, y por el pequeño cuarto de Andy, que inspeccionaron con cui-
cuando le levantó el polar a Maxi… ahí me di cuenta de que dado. Ahí dijeron bingo un par de veces. Al costado de la
tenía sangre. El patovica me dijo que le hiciera presión en la puerta encontraron un vaso con una sevillana en remojo. El
herida. Yo con una mano le tenía la cabeza, abrazándolo, y agua se había teñido de un color rojizo: ¿sangre? Sangre, con-
con la otra le apretaba el trapo. Y le hablaba, pero él ya no me firmó el laboratorio unos días después. Pero lo que más sor-
contestaba. Y ahí me quedé hasta que vino la policía y me sa- prendió a los investigadores fue la agenda con tapas de cueri-

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na negra que estaba sobre una mesita. Uno de ellos la abrió y nes y me ba dar ganas de ir a S.combro. Y no se que boy aser. Buen
descubrió que era un diario íntimo. Buscó cerca del día sába- hoy lla es viernes 6-05-04 me boy a ir a bailar a S.combro espero to-
do 3 de julio y encontró el lunes 5. Al leerlo, se sintió por un do me salga vien y pueda bolver a mi casa de todo modo.»
momento un Sherlock Holmes bonaerense. La letra combina- Sherlock no comprendía quién era la «piojosa» a la que
ba mayúscula y minúscula de imprenta; Yani volvía sobre sus Andy había herido, pero secuestró la agenda. A las doce y me-
palabras y tachaba. La crónica se extendía con una ortografía dia, dos horas después de ingresar, la tropa dejó la casa, lleván-
tumbera a lo largo de dos páginas, en el espacio destinado en dose a Andy detenida.
la agenda para la semana que va del 8 al 14 de julio de 1996.
«Hoy es 5 de julio de 2004.
»Bueno les quiero contar que me mande otra cagada. Ahora fue en Sus noches de S’Combro se habían terminado. Andy lo
S.combro apuñale a un pibe y se me fue la mano porque el paso de lar- supo mientras viajaba en el patrullero con rumbo a la comisa-
go no se lo niego tengo miedo nunca antes habia sentido tanto miedo ría de José C. Paz. Desde la ventana de la camioneta policial,
como tengo ahora ojala que mi hermano tanto mi papa como mi abue- veía cómo se alejaban las casillas y los callejones de la villa. Sa-
la que esta en el cielo me alluden para que la gorra no aberiguen que bía que tenía que pagar cuentas por el asunto de la bailanta.
fui yo la que le metio la apuñalada por que si es asi de seguro boy a ir Lo que no sabía es que también la iban a acusar de los cu-
a parar a un colegio. Eso fue todo a la mañana del sabado y yo salte chillazos que llevaron al hospital a Laila, una de las «piojosas»
defendiendo y apuñale a dos de buelta no yo lla me pase de tos los li- sobre las que había escrito en su diario íntimo.
mites les juro que tengo tanto miedo que lla estoy pensando en irme a Tarde o temprano tenía que pasar: Andy y Laila se cono-
la mierda a donde no se porque con mis tio no puedo contar mas de cían desde que tenían 14 años. Su enemiga paraba con su her-
una bes que me bine para aca no fui mas les digo la verdad estoy re ca- mana Araceli y unos amigos en la esquina de la escuela a la
gada en las patas no se que ba pasar conmigo. Bueno de ultima si la que iba Andy. Y vivía en el Barrio de los Naranjas, no muy le-
gorra me descubre les juro que antes de caer presa me mato posta.» jos. En la casa dormían el padre de una de ellas, que se gana-
Caramba. Era mucho para el Sherlock de Grand Bourg, que ba la vida juntando cartones, y la madre de ambas, que no te-
se había quedado sin aliento ante el hallazgo. Se preguntó qué nía trabajo. El grupo al que pertenecían Laila, de 19 años, y su
significaba eso de «otra cagada» y «apuñale a dos de buelta» y hermana Araceli, de 18, se la tenía jurada al de Andy, que tam-
retrocedió en las páginas de la agenda. Leyó sobre los días de bién tenía 18 en ese momento. De ahí a que la bronca se tras-
Andy, sobre sus amigos, sobre los bailes en S’Combro. Y llegó ladara a las chicas, sólo fue cuestión de un par de comentarios.
al 5 de mayo. Era una página con algunos garabatos y dos pa- Ellas se aborrecían: se habían elegido, tal vez, por sentirse pa-
labras bien grandes en un extremo: «Boca» y «Andy». res, dignas de recibir, cada una, el odio de la otra. Las tres se
«Fecha: 5-05-04 movían por la zona como nómades, un día por la Sociedad de
»Hola queridos amigos hoy les quiero contar un problema grabe es Fomento, otro por el barrio Estudiantes, o por José C. Paz, o
que el sabado 31-04-04 fuimos al pool el sitio y nos encontramos con por San Miguel: la calle les pertenecía.
las piojosas que me patotiaron y a la que yo agarre la mande al hospi- Se cruzaron un par de veces. La primera fue en el barrio
tal le perfore un pulmon ahora esta en terapia comun. Ahora me ten- del 38, que nadie sabía bien por qué se llamaba así. Era una
go que esconder por lo menos unos par de meses y eso yo no aguanto villa de Tortuguitas: pasillos, barro, chapa y cumbia, como cual-
por que siempre soy de andar en la calle y ahora no se ba llegar vier- quier villa. Andy entró a visitar a su amigo el Chaca. Y antes

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de llegar a tocar la puerta, las vio. Laila y Araceli en una esqui- aire y a los gritos, a ver qué mierda está pasando acá, a ver si
na, marcando territorio. Estaban con su prima, que tenía la se calman un poquito, y otro tiro al aire, y ahí sí, se disper-
frente tatuada con los cinco puntos, una figura que había na- saron.
cido en la cárcel. Significaba «Muerte a la gorra», lo que a su Andy estuvo unas semanas encerrada en su casa, sin querer
vez significaba «Muerte a la policía». Como la cara del cinco salir. Mientras las heridas cicatrizaban y sus ojos volvían a su
en los dados, la figura representaba una emboscada contra un tamaño normal, ella sólo pensaba en la venganza. En los gol-
policía (en el punto del medio) consumada por cuatro delin- pes que le iba a dar a esas piojosas.
cuentes (en los cuatro puntos que conforman los extremos de Un mes después, salió de su casa. El primer paso que dio
un cuadrado). La piba tenía los cinco puntos marcados en tin- en la calle fue en dirección a Laila y Araceli: las iba a buscar
ta negra, precaria, ya violácea: cinco golpes de clavo tumbero para arreglar las cosas. Anduvo por el barrio preguntando por
arriba de sus ojos esquivos. Andy también tenía el tatuaje de ellas, recorrió pasillos de distintas villas de emergencia, averi-
los cinco puntos, pero en la mano, como se acostumbraba en guó qué sabían los pibes de la esquina, cruzó las vías y buscó
la villa, donde estaba de moda. A ella se lo había hecho un del otro lado, incluso llegó a meterse en otra localidad, pidién-
amigo, una tarde que combinaron rito de iniciación y tiempo dole a sus amigos motorizados que la llevaran. Pero no se las
libre: eran cuatro en la misma habitación y todos se lo tatua- cruzó.
ron, unos a otros, con agujas y tinta china. Andy había mante- A Laila y Araceli les llegó el rumor: Andy estaba detrás de
nido limpia su cara. Laila, por su parte, se había dibujado una ellas. El día que se enteraron salieron a la calle juntas, espalda
lágrima cerca de su ojo, en representación de la pérdida de un contra espalda. Al día siguiente, prestaron un poco más de
ser querido, y tres puntos en la mano, que significaban «sexo, atención que de costumbre cuando pasaron por la esquina de
drogas y rock and roll», aunque sólo conocía la melodía de la su enemiga. Pero al tercer día, ya se habían olvidado del asun-
cumbia. to. A fin de cuentas, pensaron, eran dos: ya la habían golpea-
Los tatuajes hablaban más que ellas, que no abrían mucho do lo suficiente una vez y podían volver a hacerlo.
la boca, salvo en casos excepcionales. Y ver pasar a Andy de- Algún tiempo después descubrieron que Andy estaba delan-
lante de sus narices, en su barrio, era uno de esos casos. En te de ellas. Se sorprendieron y se miraron confundidas. Fue un
un mundo donde los territorios se marcan a trompadas y ca- sábado a la noche, en un pool al que iban cuando no tenían
denazos, era una provocación. Le preguntaron qué hacía ahí ganas de viajar hasta S’Combro. El antro se llamaba El Sitio, y
sin esperar respuesta, y por si hacía falta le dijeron que era quedaba enfrente de la plaza de Grand Bourg. Era un galpón
boleta. Te vamos a matar a golpes, Andy, la amenazaron. Y a enorme que tenía unas mesas de pool adelante y una pista cum-
ella, que pasaba sola, no le quedó dónde esconderse más que biera al fondo. Andy estaba ahí, entre las mesas, mirándolas fi-
en su valor. Les hizo frente. Y cuando hicieron realidad sus jo. Una luz le caía de arriba como si fuera el reflector de un es-
provocaciones, ella les ofreció sus puños y sus patadas, y sus cenario, como si estuviera a punto de dar su función.
insultos sucios. Pero no pudo evitar una paliza a la que se su- Las hermanas no estaban solas. Las acompañaba su amiga
maron, además, la mamá, la abuela y el perro de las herma- Yesi y un par de pibes que habían conocido unos días atrás,
nas. Todas descargando su furia boba sobre Andy, que se ta- Darío y el Pichi. Andy también tenía compañía: estaba con su
paba la cara en el suelo para soportar la avalancha de golpes. primo, su amiga la Boli y algunos más. Pero no necesitaba de la
Sólo el tío del Chaca pudo detener la paliza, con un tiro al ayuda de nadie para solucionar el problema. Mano a mano, así

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tenía pensado arreglar las cosas. Andy dejó su trago y el taco de que había ido al pool con ella, la Boli, una piba que vivía cer-
pool. Salió, llevándose a su grupo, y esperó afuera a que salie- ca del cementerio de Grand Bourg y que paraba en la misma
ran las hermanas. Laila y Araceli salieron a las cinco y media, esquina que Andy. A la Boli sus padres la obligaban a volver
tambaleantes. Andy dio un paso al frente y las detuvo. «Ustedes temprano a casa para mantenerla alejada de la violencia del co-
y yo vamos a arreglar el problema que tenemos», les dijo, mi- nurbano. Pero a pesar de ese recelo, se las había arreglado pa-
rándolas de arriba abajo, con los ojos entrecerrados y los puños ra conocer a Andy y ponerse de novia con uno de los chicos
apretados. Ellas no respondieron, no sabían qué decir. Andy su- del grupo. Por eso le tenía bronca a las hermanas, ella también,
po que tenían miedo. Dijeron lo primero que se les vino a la tanta como para no dejar que de nuevo le jugaran sucio a su
mente: que estaban demasiado drogadas como para pelear. «Se colega.
salvan de esta. Pero donde yo las cruce a ustedes, las voy a ca- La Boli se encargó de Araceli, y Andy de Laila. La paliza
gar a palos», les advirtió entonces. Las hermanas habrán pensa- que les dieron a las hermanas puso las cosas en su lugar y les
do que la roña les iba a caer tarde o temprano, que no podían dejó una lección de esas que se aprenden mordiendo el polvo:
escapar a su pequeño destino. Y ahí sí, aceptaron pelear. Tal Araceli se llevó un botellazo en la frente; Laila, un par de pu-
vez, porque no tenían ganas de irse a dormir sin golpes pero ñaladas en el abdomen. Pasó diez días en terapia intensiva en
con miedo. la cama número 11 del Hospital Ramón Carrillo, de Los Pol-
Decidieron medirse en la plaza de las cinco esquinas, una vorines, lamentando el día maldito en que conoció a Andy. La
rotonda ubicada cruzando la calle. Los dos grupos caminaron cicatriz que le quedó luego de la operación es una Y que nace
hasta el lugar sin hablar. Ahí, las hermanas volvieron a dudar. en el ombligo y sube hasta sus pechos.
«Estoy demasiado drogada», dijo Laila frente a la mirada dura Por cierto, Andy había sorprendido a sus amigos cuando
de Andy. «Si no peleás ahora, te voy a cagar a palos donde te sacó la navaja y la hundió en la panza de su odiada Laila. Al-
encuentre», insistió ella. Laila entonces comprendió que no ha- gunos no creían que fuera capaz de tanto. Pero los que la vie-
bía salida. Y le tiró la primera trompada. Andy la esquivó y le ron esa noche se encargaron de echar a correr la voz. Andy se
saltó encima, cayeron juntas, rodaron, se tiraron de los pelos y hizo respetar. Un par de días después se enteró de que uno de
se desquitaron a los gritos frente a sus amigos, hasta que dos los puntazos le había perforado el pulmón a Laila, y se dio
policías que patrullaban la zona las separaron. Las tomaron cuenta de que la guerra no iba a terminar ahí: sabía que volve-
con la misma fuerza con la que solían separar a los varones, y rían a buscarla. Entonces se aferró a su navaja, y decidió que
les ordenaron irse a casa. Que fueran mujeres no era un ate- sería su abrigo en el frío de los arrebatos callejeros. Después,
nuante. Y cuando vieron que los dos grupos caminaban en di- escribió la anécdota en su diario íntimo.
recciones opuestas, ellos también se fueron.
Pero la pelea volvió a empezar a una cuadra, esta vez sin
preámbulos. Fue un concierto de patadas y piñas. Y cuando Dos pisos por debajo del despacho de la fiscal Belaunzarán
Laila comenzó a mancharse con su propia sangre, Araceli deci- se encuentra el del defensor oficial Fernando Lagares. El edifi-
dió meterse a inclinar la balanza. En ese tornado de golpes, cio de los tribunales de San Martín es una mole administrati-
Andy descubrió que la estaban atacando como en el barrio del va: recto, discreto, funcional. Pisos y pisos de defensorías y fis-
38, de a dos. Pero se dio cuenta rápido de que alguien más se calías, de juzgados y tribunales: una sucursal de la Ley en zona
había metido para sacarle de encima a Araceli. Era una de las de guerra. La Defensoría Número 3, la de Lagares, vive sus mo-

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mentos más intensos de atención al público todos los días a Lagares anotó sus argumentos para rebatir las acusaciones
media mañana. Una señora con tres hijos pequeños y un co- de Belaunzarán en el recurso de casación. Allí dice que los in-
checito viene a pedir que le gestionen la prisión domiciliaria a formes médicos no permiten inferir que Hernán «hubiera sido
su esposo, preso en una comisaría desde hace tres meses por víctima de un ataque cuyo objetivo fuera el de matarlo». «Por
comercio de estupefacientes. Un tipo que estuvo preso ocho ello, al no haberse obtenido el testimonio de los médicos que
años atrás llega con su pequeña hija, ambos con sombreritos atendieran al herido, como así tampoco aportado una copia de
de Boca, en busca de una nota para llevar al tribunal donde su historia clínica, no hay forma racional de sostener que el ac-
está apelada su causa, para denunciar el cambio de domicilio a tuar hubiera tenido como finalidad causar su muerte», escribió,
una calle que se llama El Gaucho. Ellos y tantos otros son y sugirió que lo de Hernán eran lesiones graves. Con respecto
atendidos por tres empleados, que se turnan para cerrar la puer- a Laila, Lagares razonó algo parecido: recordó que la elevación
ta de la oficina cada vez que alguien sale. En el vidrio de una a juicio por este hecho correspondía al delito de lesiones gra-
ventana interna hay una calcomanía arrancada donde a pesar ves, pero que Andy había sido condenada por tentativa de ho-
de que algunas letras ya casi no existen, todavía puede leerse micidio. Y señaló: «el acusador hizo una reinterpretación del
claramente «No Stress». suceso ilícito. Claramente, una modificiación del hecho».
El titular de la Defensoría Número 3, Lagares, parece ser Por último, Lagares se concentró en los atenuantes que po-
tan joven como Belaunzarán: no mucho mayor de cuarenta drían quitarle algunos años de sombra a Andy: su corta edad,
años, y eso en la Justicia todavía es ser joven. Tiene su oficina su corta educación. Con respecto a lo primero, apuntó: «es
un piso más arriba que la concurrida mesa de entradas. En las evidente que una persona de esa edad con una historia de
paredes cuelgan los organigramas de los últimos cuatro años. vida tal, presenta una importante inmadurez e inexperiencia,
No es que se haya olvidado de cambiarlos, me explica, sino lo que la hace merecedora de un menor reproche». Luego tra-
que los tiempos de la Justicia (que a veces se miden en años) jo a cuenta la pericia psicológica de Andy, que arrojó «una in-
lo obligan a moverse en los almanaques de a grandes zanca- teligencia dentro de los cánones normales bajos», «situaciones
das. Hace frío en la oficina, y Lagares y yo charlamos sin sa- de escaso maternaje en su infancia», «una personalidad con
carnos los guantes de lana. El defensor conoce a Andy desde déficit identificatorio con dificultad en su constitución como
el 8 de julio de 2004, pocos días después del crimen de Maxi- sujeto», «tendencias a conductas de tipo acting out, marcada
miliano. La asistió en la investigación y en el juicio que se le explosividad y peligrosidad», «una personalidad del tipo lími-
hizo tres años después. Amalia Belaunzarán fue la fiscal duran- te y con rasgos psicopáticos», etcétera, etcétera. El tribunal ha-
te el debate. Ella también conocía bien a Andy: había inicia- bía rechazado la pericia como atenuante porque no convertía
do la investigación en S’Combro y luego le cedió el papel a en inimputable a Andy. «Aquí se incurrió en una inaceptable
otro fiscal. Cuando la causa se elevó a juicio, Belaunzarán vol- confusión», anotó el defensor: para él, las características psico-
vió a hacerse cargo. En ese momento, el Tribunal en lo Crimi- lógicas de Andy le merecían de todas maneras una reducción
nal Número 4 condenó a Andy, coincidiendo con la petición en la pena.
de la fiscal, a la pena de veinte años de prisión. Se le imputa- Hasta ahí, hablan los papeles. Cuando termino de leer el
ba un homicidio simple (el de Maximiliano) y dos homicidios recurso, el defensor me dice que Andy es una chica tranquila y
simples en grado de tentativa (los de Hernán y Laila). Pero el no la temible asesina que muchos ven en ella. Todo este caso
abogado defensor apeló la sentencia. es tristísimo, reflexiona, fruto de circunstancias de extrema po-

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breza y falta de esperanzas. En unos días, Andy va a ir a los tri- responde sin interés. Porque a diferencia de los personajes fa-
bunales para tener una reunión con Lagares, que la sigue asis- mosos, que ven las entrevistas como un mal necesario, todos
tiendo mientras ella pasa sus días presa en la Unidad 8 de Los los jóvenes que hablan en estas investigaciones se juegan (algo
Hornos, cerca de La Plata. «Si venís, la vas a poder conocer así como) la vida con cada respuesta.
para sacar tus conclusiones», me dice el abogado, y yo me apre- Andy, finalmente, cuenta su verdad.
suro a tomar nota de la cita en mi libreta.

«Esa noche fue un descontrol», repite Andy. «Hubo mucho


Ella reflexiona calculando las palabras. Las dosifica con re- de todo: mucha droga, mucha pelea. Esa noche fue todo tan
celo entre sus pequeños dientes. Lo dice con una cadencia len- loco… Vos pensás una cosa y salís haciendo otra, pasaron mi-
ta: «Esa noche fue un descontrol…». De su cara redonda aso- les de cosas que no tenía planeadas.» Andy viaja de nuevo a la
man dos ojos chiquitos, achinados. Son dos perlas negras. A madrugada del sábado 3 de julio de 2004: «Esa noche llevé a
veces tuerce su cabeza y observa de reojo en actitud inquietan- bailar a mi sobrino, que estaba con una chica que se puso en
te, como midiendo a su interlocutor, acaso un adversario. Lle- pedo. Este chico Hernán la sacó a bailar. Por eso mi sobrino se
va flequillo y una larga cola de caballo, casi hasta la cintura. peleó, y después siguió la pelea afuera. Y me lo estaban matan-
Sus manitos se esconden debajo de la mesa, con modestia. Es do a piñas, el chico este que falleció le pegaba duro y mi so-
respetuosa y tímida. Y lleva cuatro años presa. brino era chiquito. Como yo soy de cuidar mucho a mi fami-
Andy aceptó la entrevista conmigo. Y yo no dejo de pre- lia, me metí a defenderlo». Andy confiesa que llevó su navaja
guntarme por qué. Una vez más siento que mi investigación de mango verde en el bolsillo y que logró pasar sin ser revisa-
me pone frente a una situación insondable. Acaso Andy quie- da porque conocía a una de las señoras que trabajaban en la
ra dejar una enseñanza a quien quiera oírla, incluido su sobri- entrada del boliche.
no, incluidos los que fueron a bailar aquella noche. Acaso quie- Continúa: «El lío empezó a la madrugada, me acuerdo
ra aprovechar una de las pocas oportunidades que tiene para que había poca gente. Habíamos estado tomando y bailando.
hablar de sí misma y ser protagonista. Alguien –que vengo a Esa noche hubo pastillas y faso. Yo consumí un poco. Ese
ser yo– conoce su historia y quiere escucharla. Y no sólo eso: chico Hernán estaba re cargoso. Yo no sé si ella le había dado
ese alguien está interesado en hacerle preguntas. Tal vez, la úl- bolilla o no, estando con mi sobrino, pero sí vi cuando se
tima vez que Andy vivió esta sensación de tomar la palabra armó la gran pelea y aparecieron los patovicas. Después, a la
haya sido frente a sus jueces y los abogados. Tal vez, aquella media hora, empezaron de vuelta los empujones, y nos saca-
fue la única vez que alguien se interesó de verdad por escu- ron. Como queríamos arreglar ahí el problema, los esperamos
charla. Pero esta es una oportunidad distinta: la espada de la en la puerta, pero nunca pensé que el otro pibe se iba a me-
Justicia no pende sobre su cabeza. ter y menos a pelear conmigo. Primero le pegó una piña a mi
Estoy nervioso, antes y durante la entrevista. A diferencia sobrino, pero cuando los quise separar, me metió una a mí. Y
de algunos personajes públicos que he entrevistado, Andy no como lo veía muy grandote, me defendí. Te digo la verdad,
se pone un piloto automático para hablar: como se dice en la yo le clavé dos o tres veces, no pensé que le había dado mu-
jerga periodística, «no tiene cassette». Al contrario: piensa, me- chas puñaladas».
dita. Y es obvio: ninguno de los jóvenes con los que hablé me Cuando le pregunto por el ataque a Hernán, la respuesta es

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sorpresiva: «De eso no me acuerdo», dice Andy. Esos instantes Pero todavía faltan algunos años para que eso pase. Por
se opacaron con el mambo de la droga. Sólo queda un dolor ahora, Andy debe concentrarse en su presente porque no es fá-
aletargado, sin caras de sufrimiento. Como dos zombies, Andy cil vivir en la cárcel. «Yo no estaba preparada para vivir esto,
y Hernán estuvieron luchando cuerpo a cuerpo, y hubo cuchi- pero me fui haciendo», dice. Cuando llegó al penal de Los
llazos y sangre, pero hoy ninguno de los dos tiene memoria de Hornos la recibieron las presas viejas, como ella las llama, «pre-
aquel incidente. Las drogas y el alcohol dejaron un manto de sas viejas con sus años de edad y sus años de estar en cana». La
piedad en sus memorias. Hay quienes se preguntan si un árbol convivencia no fue sencilla: «No podía venir yo, una guachita
que cae en el bosque hace ruido cuando nadie está presente de 18 años, a decir “tomá, andá a limpiar el piso”, ¡porque te
para oírlo. Algo parecido ocurre cuando una persona apuñala rompían los huesos! Pero ahora se fueron las presas viejas y lle-
a otra y ninguna de las dos está con la suficiente lucidez como gan pibas de 18 años recién cumplidos que se quieren llevar el
para darse cuenta de lo que está pasando. «A lo primero no me mundo por delante… Las pibas vienen muy resaca, con mucha
acordaba de nada, hasta que fue mi sobrino a visitarme a la co- droga, y hacen cualquier cosa para conseguir más. Adentro hay
misaría y me contó, y ahí ya me colgaba a pensar, como que- de todo, es como en la calle, pero entre cuatro paredes. Pero
riéndome acordar. Después, todo me fue apareciendo por flas- eso les trae problemas».
hes», agrega Andy. En Los Hornos Andy conoció las privaciones de la vida
Pasó aquellos primeros días de detención tratando de re- tras las rejas y tuvo que aprender a manejarse con cierto tacto.
construir la historia en su cabeza. Esa amnesia no era nueva «A mí antes las guardias me decían “A” y yo les decía todo el
para ella. Las drogas ya se la habían provocado antes. Andy abecedario, y al rato ya tenía cinco días de sanción», recuerda.
confiesa que ya no las podía dejar, y que cuando se perdía en Durante quince días vivió en una de las pequeñas e inmundas
el lado oscuro, le daba por caminar y hablar sin parar. «Toma- celdas de castigo conocidas como «buzones». Cerca estaban
ba pastillas, a veces solas, a veces con alcohol, y fumaba porro. «los tubos», calabozos destinados a las refugiadas, las ortivas y
Si tomaba muy pocas, después me acordaba de lo que hacía. las infanto. Las primeras son ex policías o soplonas, «a ellas les
Pero si no, no. La droga a veces te hace olvidar los problemas gusta vivir más con la gorra que con sus compañeras». Las úl-
que tenés, pero cuando se te va el efecto tenés el doble. Por timas son madres que mataron a sus hijos. Y el tácito código
eso tenés que estar continuamente drogada», concluye. tumbero es claro con respecto a ellas: «si caen en un pabellón
Pero todo eso se acabó cuando la detuvieron. La abstinen- común, cobran».
cia le provocó fiebre y temblores. Sus compañeras de celda Tras las rejas Andy también conoció a Gaby, que tiene 33
conocían el síndrome, y la rescataron a fuerza de dulce de años y cumple una condena por robo; y a Rosita, que está por
membrillo y leche, una receta tumbera para cortar adicciones drogas y tiene 38: ellas son sus compañeras de celda, su fami-
fuertes. En un mes, Andy estaba recuperada. Luego la trasla- lia ahí adentro, y por si quedan dudas, sólo hay que escuchar-
daron a la cárcel. «En el penal no tomaba nada, ahí tenés que la referirse a una de ellas como «mi mamá tumbera». Charlan,
estar más lúcida, con la mente más abierta», explica. Ahora, se protegen, se ayudan mutuamente. También está Marina, una
las drogas son sólo un recuerdo, y se imagina que la libertad chica de 27 años del barrio Dieciocho de Septiembre de San
la encontrará lejos de S’Combro e incluso de Grand Bourg. El Martín, que cayó por un homicidio en ocasión de robo y pur-
día que ponga un pie afuera, irá a la casa de sus tíos en el sur ga una condena de 22 años, un poco más larga que la de Andy.
del conurbano. «Nos vamos dando fuerzas», dice ella. Completaban el grupo

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(«el rancho») otras tres, pero algunas ya quedaron libres. Una tíos; y también, según me contará luego, ha perdido la tranqui-
de ellas suele volver a la cárcel, pero ahora como visita. «Yo no lidad en su conciencia.
confiaba en nadie, pero es re loco, porque gente que conocés Hoy Andy tiene un 8,50 de conducta, dejó de insultar a las
adentro hace cosas que por ahí ni tu familia las hace. Y eso te celadoras y nunca se metió en asuntos de drogas o de facas.
va devolviendo un poco la confianza, por ahí no todas las per- Pero no olvidó cómo hacerse respetar: «Si no me gusta algo, te
sonas son iguales.» lo digo sin fijarme cómo te va a caer. A veces me trae proble-
En la celda de Andy, Rosita y Gaby las marcas carcelarias mas, pero en la cárcel me sirve. Y además soy re desconfiada…
están desdibujadas. Parece la habitación de una casa. «Tengo más después de lo que me pasó con los que estuvieron esa no-
cortinas por todos lados y muchas fotos de mi familia, pero no che ahí». Cuando habla de ellos, Andy se enoja. Ella, que sal-
a lo tumbero, sino como afuera de la cárcel. Todo lo que es tó para defenderlos, fue la única que pagó por el crimen. Sin
rejas, lo tapo. También tenemos tele, devedé y radio. Nada que embargo, elige callar los nombres y las circunstancias: no los
ver con mi pieza de la calle, que era oscura, toda negra. Aho- delatará. Es un gesto noble, y más teniendo en cuenta que ya
ra le pongo más color, más vida. Porque acá se siente mucho no es amiga de ninguno. Solamente la vienen a visitar sus her-
la tristeza y la soledad…», dice Andy. manos, su mamá, sus tíos y aquellos dos amigos más grandes,
Adentro de la cárcel, Andy logró recuperar su vida y libe- los que antes habían conocido a su hermano Aldo, que falle-
rarse –sí, liberarse– de la perdición a la que la estaban llevando ció. «Cuando pasó lo que pasó, ellos dos se enojaron mucho
las drogas. Ahora trabaja haciendo bolsas de papel y cursa es- conmigo, porque yo no era de andar con gente chiquita, siem-
tudios secundarios, y aprendió panadería y decoración. En su pre supe andar con gente grande. Salvo ese día, que me junté
rutina todavía hay lugar para la música, pero ya no para la con gente chiquita, y bueno». Por eso eligió no hablarles más
cumbia, sino para el folclore que canta una vez por mes con el a los quinceañeros que participaron de la pelea de aquella no-
coro de la cárcel, que lleva por nombre «Coro de la Merced». che, ni siquiera cuando le enviaron una carta a través de su
«Para mí, es feo estar acá, pero yo le saqué algo bueno tam- madre diciéndole que la querían ir a visitar: «No quiero verlos
bién: si no hubiese estado acá, ¿dónde estaría? Capaz que si se- ni para decirles que vayan con su mamá. Después de tanto
guía drogada, me iban a encontrar muerta por ahí», revela con tiempo no sé cómo voy a reaccionar. Aunque creo que a mí se
crudeza. En esa época Andy creía que no tenía demasiado para me cambió la vida para bien».
perder. Por eso llevaba su navaja en el bolsillo y consumía cada
vez más droga. Nada para perder: ni una vida fácil, ni una
carrera universitaria, ni un novio amable, ni un trabajo voca- Hay algo, sin embargo, que falta en la vida de Andy: ya no
cional. Desde que nació, todas las personas que se cruzó y escribe su diario íntimo. «No tengo tiempo para colgarme a
todo aquello con lo que se relacionó le dejaron bien en claro pensar. Trato de estar todo el día con la mente ocupada, por-
que su lugar en la sociedad no le importaba a nadie, que lo que si no se me vienen muchas cosas a la cabeza», confiesa.
suyo estaba perdido por perdido, que incluso ella misma no Andy recuerda bien las páginas que escribió en la agenda de ta-
valía nada. Pero ahora, tras las rejas, acaso Andy se dé cuenta pas de cuerina negra, que terminaron siendo una prueba im-
de que, aun en el infierno en el que vivía, había algo para per- portante en su contra. Las redactó porque no se animaba a
der. Y lo ha perdido: ya no goza de la compañía de su madre, contarle a su madre los episodios de las hermanas y de
de los consejos de sus amigos mayores ni del cariño de sus Maximiliano. «Todo eso de tener miedo por haber matado a al-

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guien era re loco. No sabía cómo iba a reaccionar ella y no 4
confiaba en mis hermanos más grandes», cuenta. Y agrega que La maté porque era mía.
el diario ya era una vía de escape acostumbrada. «Tengo una El crimen de la Calesita
banda de diarios de cuando era más chica, escribía para descar-
garme de la bronca que sentía, y nunca nadie los leyó… Tam-
poco pensaba que fueran a leer eso último.»
Si Andy escribiera un diario hoy, ¿qué pensamientos apun-
taría en sus páginas? ¿De qué rutina dejaría rastros para siem-
pre? ¿A quién le hablaría a la hora de escribir? Tal vez podría
bocetar algunas líneas sobre las ráfagas de culpa que cruzan su
conciencia como metralla. O sobre el fantasma de Maximilia-
no, un nuevo y triste compañero de viaje que ahora la acom- La remisera se da vuelta y con un gesto solemne dice: «Una
paña en su alma: «La conciencia no te deja dormir, a veces vez me metí en este barrio a las tres de la mañana». Yo sonrío
pienso en el pibe y en su familia. Porque si a mí me hacen lo apenas, no me interesa demasiado. El remís en el que viajo
que yo hice, yo me muero», dice, apagada. —un Fiat Duna rojo sin brillo— dejó atrás la Avenida de Cir-
O tal vez le dedicaría algunas páginas a contar cómo giran cunvalación de La Plata y ahora se interna en una calle apaga-
las agujas de los relojes en la Unidad 8, ahí en Los Hornos, lle- da y suburbana, en el barrio de Altos de San Lorenzo, al este
vando consigo la carga de días repetitivos, acaso idénticos. O de la ciudad. En esta zona de La Plata no hay diagonales ni
no tanto: «Acá aprendés algo nuevo cada día sobre la manera diagramación inteligente: aquí la ciudad se extiende sin fórmu-
de llevar la vida adelante. Pero perdés muchas cosas: la juven- la. La Avenida de Circunvalación actúa como una línea diviso-
tud, los amigos, la familia… Yo tengo 22 años y adentro tengo ria entre lo racional y lo improvisado, dejando dentro de sus
que estar pensando como una mina de 40. Es otro mundo, se límites ese trazado simétrico que fue faro urbanístico sobre el
acabó la joda para mí». final del siglo XIX. Más allá, lo ordinario de estas calles marca
El tiempo también se acaba, al menos para Andy y para el fin del mito arquitectónico.
mí. La entrevista termina y la reunión sigue a puertas cerradas, El remís da un par de vueltas, y la conductora sigue con
para tratar otros temas a solas con el abogado defensor. Yo no su historia: «Levanté a un borracho a la salida de un baile y
puedo dejar de pensar en esas últimas palabras, esos números, lo traje bien tarde al fondo de este barrio». La mujer me mi-
esas edades: a los 22 años tiene que andar pensando como una ra por el espejo retrovisor. «Llegamos, lo dejé y salí rajando.
mina de 40, dijo Andy. ¿Cuál es el precio de aprender una lec- Estaba todo oscuro porque los pibes rompen las lamparitas
ción de vida? En algunos casos, la muerte. de luz de los faroles para que nadie los vea. Por suerte, esa
A la salida de los tribunales de San Martín, el viento me noche no había ni un alma.»
sorprende y se lleva esos pensamientos amargos con las últi- Parecería que a pocas calles de aquí la ciudad puede desa-
mas hojas del otoño. parecer en el vacío de un precipicio. En Altos de San Loren-
zo hay algunos terrenos baldíos, largas extensiones de tierra
inútil, casas con jardines sin terminar, autos viejos y kioscos
con música. Sin embargo, el distrito no queda tan lejos del

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