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Por las mismas fechas en que R. Barthes se enfrentaba a la crítica academicista -más concretamente al
Estructuralismo francés-, Hans Robert Jauss se alzó contra los modelos teóricos en que estaba sustentada
la filología alemana; se aproximó, para ello, a los principales aspectos del Formalismo ruso (a quienes
criticaba, no obstante, su rechazo de la historia), interesándose, sobre todo, por el pensamiento del
Estructuralismo checo; también se preocupó por las distintas posturas sociológicas, que habían llamado la
atención sobre el valor del texto como objeto de sus análisis; es la suya una formación en la que se
integran la semiótica de Mukarovsky, la teoría de la concretización de Vodicka, el debate que en
Alemania enfrentaba a Habermas (crítica ideológica) con Gadamer (defensor de la hermenéutica), la
consideración de "sentido histórico" propuesta por Paul Ricoeur, más la noción de "paradigma" de T.S.
Kuhn.
Estas valoraciones críticas, sin embargo, fueron revisadas en su primer trabajo de importancia, La
historia de la literatura como provocación de la ciencia literaria de 1967, y rechazadas algunas por las
limitaciones con que se acercan al fenómeno de la comunicación literaria; así, por ejemplo ve insuficiente
la idea formalista de una historia literaria, articulada como sucesión de sistemas pero desconectada de la
historia general (p. 161), del mismo modo que rechaza el objetivismo sociológico de las corrientes
marxistas (id., pp. 151-152); Jauss pretende fundir ambas concepciones: "Mi intento de superar el abismo
existente entre literatura e historia, entre conocimiento histórico y conocimiento estético, puede
comenzar en el límite ante el cual se han detenido ambas escuelas. Sus métodos conciben el hecho
literario en el círculo cerrado de una estética de la producción y de la presentación. Con ello quitan a la
literatura una dimensión que forma parte imprescindiblemente tanto de su carácter estético como de su
función social: la dimensión de su recepción y efecto" (p. 162).
A la literatura se la integra de nuevo en la historia, para preservar el carácter artístico de la
primera, a través de la vertiente de la recepción; los hechos literarios no se conectan sólo con su historia
particular y diacrónica, sino con los efectos causados por esos textos en la sociedad a la que se dirigen.
De una forma clara, Jauss otorga al público su concepción de fuerza creadora e histórica, tan importante
como la que representan el autor y el texto. Tal y como indica, la obra literaria posee una vida histórica
que sólo puede conocerse desde el papel activo que desempeña el receptor (p. 163). Una lectura de un
texto presupone una implicación estética, puesto que un lector pone en juego, aunque no quiera, toda la
serie de lecturas que anteriormente ha hecho, y con ello contribuye a la constitución de una tradición de
recepciones, que funciona como una implicación histórica (pp. 164-165). La construcción de una historia
literaria ha de atender sobre todo a la función creadora con que el receptor piensa y transmite la obra
literaria.
En 1977, Jauss afirmaba que la organización de un horizonte de expectativa literario interno, al poder
deducirse del propio texto, es menos problemática que la de un horizonte de expectativa social, ya que
éste no está tematizado como contexto de un entorno histórico (p. 17). Estas ideas suponen una consciente
revisión de las de 1967; en 1975 (De l´Ifigénie de Racine à la de Goethe), Jauss planteaba tres líneas para
el desarrollo de futuras investigaciones: a) la tensión que se constituye en los procesos de recepción y
acción, a fin de averiguar qué procedimientos intervienen en la construcción del sentido de una obra
dada; b) el modo en que una experiencia estética acaba integrándose en las dos áreas complementarias de
la tradición (surgida de la sedimentación cultural inconsciente) y de la selección (operada a través del
consciente ejercicio de la lectura); c) la manera en que debe incardinarse el horizonte de expectativa
(conformado en el momento de un presente histórico) con la función de comunicación, que en última
instancia es una de las realidades sobre las que se sostiene la historia. En ese año, proponía Jauss
considerar la figura del "lector" como instancia firme para trazar una historia de la literatura, frente a las
ideas marcadas por la tradición.
En 1977, Jauss publicó Experiencia estética y hermenéutica literaria, el primer estudio sistemático en el
que intenta examinar esos procesos de recepción y acción, integrados en la noción de "efecto estético" o
de "experiencia estética", valorado desde los aspectos receptivo y comunicativo.
La experiencia estética
La experiencia estética, entendida desde su comportamiento receptivo, impone a las funciones de la vida
una especial temporalidad, porque obliga a ver esa vida de una manera especial, con una dimensión
descubridora, afirmada sobre el placer que produce el objeto de esa recepción: "[...] nos lleva a otros
mundos de la fantasía, eliminando, así, la obligación del tiempo en el tiempo; echa mano de experiencias
futuras y abre el abanico de formas posibles de actuación; permite reconocer lo pasado o lo reprimido y
conserva, así, el tiempo perdido" (p. 40).
La experiencia estética posee, además, un aspecto comunicativo ya que posibilita que el receptor se
identifique con lo que le gustaría ser, "saborear lo que, en la vida, es inalcanzable o lo que sería
difícilmente soportable". En estos principios son reconocibles elementos de 1967, cuando indicaba que la
literatura y el arte sólo pueden alcanzar una dimensión histórica a través de las experiencias que ponen en
juego los receptores de esos productos sígnicos; de ahí que ahora se preocupe por averiguar cuáles son las
categorías con que se ha relacionado ese placer estético que produce la recepción de la obra de arte.
La tradición estética
Tres conceptos de la tradición estética asume Jauss para intentar perfilar esta historia del placer estético:
la poiesis, la aisthesis y la catarsis; de ellos ofrece la siguiente definición: "La primera, la poiesis, en el
sentido aristotélico del "saber poético", se refiere al placer producido por la obra hecha por uno mismo
[...] La segunda, la aisthesis, puede designar aquel placer estético del ver reconociendo y del reconocer
viendo, que Aristóteles explicaba a partir de la doble raíz del placer que produce lo imitado [...]. En
cuanto a la tercera, la catarsis, es -a juzgar por las definiciones de Gorgias y de Aristóteles- aquel
placer de las emociones propias, provocadas por la retórica o la poesía, que son capaces de llevar al
oyente y/o al espectador tanto al cambio de sus convicciones como a la liberación de su ánimo" (pp. 75-
76).
Estas tres nociones clásicas conforman las tres categorías básicas de la experiencia estética, siendo, de
hecho, una relación de funciones independientes, porque, por ejemplo, un artista puede, con su obra,
adoptar el papel de observador y de lector (poiesis y aisthesis, por tanto), igual que un lector puede
interpretar un texto como si lo creara (poiesis) o bien valorarlo desde su personal horizonte de
expectativas (aisthesis), que puede quedar superado en el ejercicio de esa lectura (catarsis).
Tiene que haber una función comunicativa que sostenga el entramado de la recepción literaria. En este
sentido, poiesis equivale a un mecanismo productivo de la experiencia estética que pone en juego los
aspectos de construir la obra y de conocer a través de ella; aisthesis designa el aspecto receptivo de la
experiencia estética, en un proceso que permite ver más aspectos de las que un lector cualquiera puede
tener delante; la catarsis, en fin, explica la función comunicativa de la experiencia estética, por la que un
receptor se ve transformado y, a la vez, transforma los horizontes de expectativas de los que participa.
Estas concepciones teóricas encuentran, en este mismo volumen, una aplicación práctica; mediante un
recorrido histórico de ejemplos, demuestra estos principios de análisis de la experiencia estética,
valorando los modelos interactivos que intervienen en la identificación con el héroe y discurriendo sobre
los elementos que causan placer en la recepción del héroe cómico (desde el s. XVII hasta Dickens).
También se interesa por la lírica del s. XIX a fin de determinar las transformaciones en los horizontes de
expectativas de esa época concreta. Un conjunto de datos, entonces, que funciona como una singular
historia literaria, planteada desde la vertiente de la recepción.