repulsiva con mi vientre erizado de pelos. Antes yo era una mujer. Antes de que la vengativa Atenea me castigase por ser mejor que ella. Sí, no tengo miedo a decirlo, ya me castigó una vez y ahora no puede empeorar mi estado. Yo era una mujer, una mujer que tejía y tanto arte mostraba, que los propios dioses admiraban mi obra. Ella, la diosa de ojos de lechuza, no podía dedicarse por completo al arte textil. Yo, en cambio, preparaba en mi cabeza los dibujos que quería pintar, pintar con los hilos, la trama sobre la urdimbre. Antes de acabar uno ya nacía otro y otro y otro…. Todo el mundo me admiraba. Hasta ella se me apareció con aspecto de vieja para copiar mi obra. Pero yo me di cuenta. Ella trataba de advertirme, me avisaba de que los dioses son vengativos y pueden cambiar nuestra vida en cualquier momento. Me ofrecía el perdón a cambio de que yo reconociera que la diosa, la inmortal Palas Atenea, tejía mejor que yo. Pero no, no pude aceptarlo, no era cierto. Yo sabía que nunca nadie había pintado con los hilos como yo, había entretejido la vida en las telas… y seguí proclamando que yo, una simple mortal, era mejor tejedora que ella, la gran diosa. El castigo no se hizo esperar. El castigo por decir la verdad. Pero antes tuve tiempo de mostrar mi arte. Debíamos tejer un tapiz para ver cuál de las dos era mejor. Ella ya no tenía aspecto de vieja. Ahora se mostraba tal cual, con su tez resplandeciente y su mirada dura, con brillo de metal, con el odio que la hacía parecer aún más bella y más distante. Pero yo no tenía miedo. Sabía que mi tapiz sería mejor. Al disponer el telar me iban surgiendo ideas. Primero el tema, los amores de los dioses. Los grandes dioses, tan indignos como los mortales cuando quieren conseguir algo. Después la forma. Ella, previendo lo que iba a suceder, plasmó los castigos de dioses a mortales. Un gran tema. Los dioses, eternos, siempre jóvenes, siempre bellos, siempre temidos, siempre respetados, ofendidos por los efímeros mortales, que no disponemos ni de vida, ni de eterna juventud, ni de infinito poder… una lucha algo desigual, que siempre se salda a su favor. Visto el trabajo, la sentencia sin duda fue justa. Como mi tapiz era mejor que el de ella, lo destrozó con la lanzadera. Luego me golpeó a mí con ella y me maldijo, encomendándome tejer durante tiempo infinito. Un escalofrío me recorrió de arriba abajo y nunca más pude volver a pronunciar palabra. Mis brazos y mis piernas se afinaron y se transformaron en estos ocho que ahora veis. Mi vientre se abultó y de él empezó a salir la seda que uso para tejer mis telarañas. Con ella he conquistado desde el humilde rincón de tu casa hasta las selvas amazónicas. A veces me acuerdo de mi padre, cuando teñía la lana de púrpura, pero enseguida observo que algo se mueve en mi tela y me acerco para ver qué alimento me ha proporcionado la habilidad que me dio mi benefactora y entonces le agradezco mi castigo. Siempre soñaba con tejer sin parar, ni siquiera para comer. Mi deseo se ha cumplido. No matéis a Aracne, mejor tejedora que la diosa, y tened cuidado con vuestros deseos, pues los dioses pueden cumplirlos.