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No está de más decir que, como todo gran pensador, Marx es ambiguo, se plantea más
problemas de los que puede resolver, y hasta se contradice con cierta frecuencia. Así, en sus
escritos históricos está presente la agencia de individuos y colectividades. Incluso en El
Capital también se refiere, especialmente hacia el fin del Tomo I, en la llamada
“Acumulación primitiva”, a la historia, que escapando a las “regularidades objetivas” es,
sin embargo, el origen de las condiciones socio-culturales que hacen posible el capitalismo.
(Chakravarti).
Esta posición de Bourdieu lleva a una desconfianza radical sobre la significación y utilidad
del testimonio en tanto intento de dar cuenta de sí. ¿En qué medida lo que dice una persona
representa realmente su coyuntura vital? Por ejemplo, una mujer que haya sufrido la
violencia simbólica, y que se considere con muchos deberes y pocos derechos, puede, no
obstante, presentarse como realizada y feliz. ¿Qué valor, entonces, darle a sus
declaraciones? Desde la perspectiva de Bourdieu éstas no tendría significación pues serían
simplemente un autoengaño que reproduce la propuesta del modelo mariano en el cual la
mujer se realiza en la abnegación y entrega, en el olvido de sí. Cabe notar que si las
narrativas personales se consideran in-significantes lo mismo tendría que ocurrir con los
sentimientos, de manera que es el conjunto del mundo interior el que queda invisibilizado
o, en todo caso, reducido a “hábitus”, a “cosa” o “máquina”.
Pese al apogeo del estructuralismo en las décadas del 60 y 70, se produce desde los años 80
un retorno de la problemática del sujeto. Signos visibles de este retorno son: el auge del
testimonio, el énfasis en las metodologías cualitativas, la creciente visibilización de los
afectos, la recuperación de las ideas de libertad y responsabilidad, el propio desarrollo del
individualismo. El retorno del sujeto como problema es el fin de la metafísica objetivista, es
el rechazo a la cosificación maquínica. Paradójicamente, es el mismo desarrollo del
estructuralismo el que prepara el camino de retorno a la visibilización de la subjetividad. En
efecto, cuando se cristaliza la concepción de un mundo UNO, trascendente y objetivo, se
cae en la cuenta de que esta creencia va a contrapelo de la idea de libertad que está en la
sombra de nuestras narrativas personales como posibilidad interpretativa. De allí que el
desarrollo del estructuralismo implique una “muerte del hombre” que es existencialmente
inaceptable. En realidad el discurso de la “muerte del hombre” vuelve al mundo
insignificante. En este sentido uno tiene que preguntarse cuál es el deseo detrás del
objetivismo. En muchos casos puede pensarse que la acentuación del polo de lo objetivo
tiene como telón de fondo una apuesta a la reconstrucción de la agencia humana. Así podría
decirse que el deseo que anima muchos de los grandes relatos objetivistas es que el hombre
se reapropie de su libertad mediante la toma de conciencia de las determinaciones que lo
aprisionan. Marx, Weber, Durkheim, Tocqueville, los grandes clásicos, identifican
mecanismos y “tendencias objetivas”, pero lo hacen en la esperanza de que al conocerlas
los hombres puedan controlarlas. Para Marx, por ejemplo, es gracias al conocimiento del
capitalismo que los trabajadores pueden convertirse en sujetos de la historia y ya no en
meras cosas. Al iluminar las cadenas lo que se pretende es liberarse de ellas.
El sujeto que regresa no es el cógito transparente, y soberano de sí, tal como lo pensó la
tradición cartesiana y el existencialismo. El sujeto es ahora una realidad dislocada y
heterogénea donde, sin embargo, hay algo del orden del exceso respecto a lo maquínico.
Después de la crítica estructuralista retorna un sujeto aminorado, que no es señor en su
casa, pero que pese a todo pretende una felicidad que imagina sólo puede conseguir a partir
de un conocimiento y una negociación con sus determinaciones fundantes. En este sentido,
el término “post-estructuralismo” es justificado, pues no se trata de negar lo mecánico, sino
de aperturar un horizonte donde la reafirmación de ese exceso pueda ser pensable. Zizek,
por ejemplo, define al sujeto como un “efecto que excede de sus propias causas” . El sujeto
se escoge a sí mismo al deconstruir y reconstruir las causalidades maquínicas que lo
habitan. Es desde el presente que se construye la memoria y es en esta construcción que las
causalidades se escogen y determinan. El pasado es, entonces, un espacio de virtualidades
en el que acaso podemos elegir la que más potencia nuestra vitalidad. En el pasado habitan,
pues, muchos presentes posibles, y uno de ellos se actualiza gracias a una elección-decisión
de la que no somos enteramente concientes. Uno puede verse como víctima y convertir este
principio en toda una hermenéutica del mundo: “siempre recurren las cosas malas, y ya
estoy preparado para lo peor, lo bueno que me sucede es accesorio, no perdurará, no dejará
huella”. Esta máquina o hermeneútica del sufrimiento, que menoscaba el goce de existir,
tiene, indudablemente, “raíces objetivas”, pero le cabe al sujeto la posibilidad de
deconstruirla, afianzando otras causalidades o máquinas que lo conduzcan a la liberación
del sufrimiento. De otro lado, las “raíces objetivas” de esta máquina pueden ser muy
diversas: la carencia y la pobreza, pero también el desamor que se encuentra en todos los
grupos sociales. O, finalmente, el sufrimiento puede ser significado como un “sacrificio”,
un rito performativo en el que se evidencia la existencia de ese Otro, el amo a quien va
dirigido. El dolor regresa como buena conciencia.
Mientras que el estructuralismo se desarrolla en Francia a partir de Saussure, logrando su
formulación más potente con Lévi Strauss, el concepto de identidad es elaborado en
Estados Unidos. Erik Erikson es quien lo formula con mayor vigor. Según Erikson la
identidad está dada por la capacidad del individuo para hilvanar todas las identificaciones,
positivas y negativas, que ha desarrollado hasta su juventud. La juventud sería el momento
de la vida donde la identidad se cristaliza. La identidad implica una memoria y un proyecto,
un sentimiento de mismisidad, una certeza de ser agente, una capacidad de protagonismo.
La identidad fundamenta la capacidad de hacer vínculos y la fecundidad del propio
esfuerzo. Por último, permite la serenidad o sosiego interior, la comodidad en el estar
consigo mismo. Ahora bien no hay identidad sin reconocimiento social. El grupo tiene que
avalar la la pretensión del individuo, de otra manera esta no se sostiene . Mientras tanto, la
crisis de identidad, supone una fragmentación del mundo interior que se revela en una
inestabilidad anímica, en la ausencia de una memoria integradora y en la falta de una
proyección definida hacia el futuro. También en la dificultad para hacer vínculos y en los
sentimientos de angustia y zozobra que conspiran contra el ánimo sereno y el espíritu
creativo.
Esta situación nos conduce a la famosa pregunta de Gayatri Spivack: ¿puede hablar el
subalterno? Esto es, ¿Quién ha sufrido violencia simbólica puede ser capaz de producir una
simbolización que cuestione y trascienda los mandatos que ha internalizado? El supuesto de
la pregunta es que el sujeto subalterno, eficazmente colonizado, difícilmente puede tener
una voz propia, una autoría. Lo que dice tendría que ser la repetición de lo que le han dicho
que debe decir. El “resto”, que es su singularidad humana, queda, pues, inexpresado,
inaccesible a la conciencia. Así, en el ejemplo referido, los sentimientos de ira de la madre-
entrega hacia sus hijos son reprimidos, no pueden hacerse conscientes porque entran en
conflicto con la autorepresentación que le ha sido impuesta. Esta ira es la respuesta a las
demandas permanentes que, paradójicamente, ella misma estimula al hacer gala de su
disponibilidad total. La condición de sujeto como agente, como persona capaz de negociar
con sus automatismos, sería, por tanto, una posibilidad y no una necesidad; la
“robotización” mediante la violencia simbólica fuera lo más común. El sujeto emergería de
un trabajo sobre sí que permitiría una “subjetivización” o “apropiación” crítica de lo que
uno hereda como mandatos, de lo que está instalado como máquina.
Octavio Paz dice que el amor es “la aceptación voluntaria de una atracción involuntaria”.
En esta perspectiva la decisión no es simplemente resultado de un movimiento afectivo-
corporal-cognitivo, también implica la “aduana” de la conciencia. La “aduana” de la
conciencia representa una instancia de cálculo en la que se ajusta la decisión respecto a los
fines socialmente legítimos o pre-escritos.
Zizek piensa que el acto libre, aquél que rompe con los entrabamientos maquínicos de
causa-efecto, implica una “ansiedad insoportable”. Siguiendo a Schelling postula que el
sujeto se escoge o predestina a sí mismo a través de una elección inconsciente y primordial
de la que él mismo es resultado. Esta elección implica la combinación de la multitud de
impulsos en la unidad de mi ser o mundo interior. Una suerte de gesto creador que funda, o
actualiza, un orden que se abre paso a través de la actualización de virtualidades que
existen, en nuestro imaginario, como posibilidades no realizadas. Entonces, en la
experiencia de la libertad, en ese vórtice, o caos de fuerzas, que nosotros percibimos, y
sentimos, por un breve momento, cuando decidimos sin fundamento, cuando actuamos
libremente, en esos instantes, nosotros nos reunimos con lo absoluto -es decir,
“reestablecemos contacto con el origen primordial fuera de la realidad temporal”(p.20), con
el abismo de las virtualidades previas a la constitución de la realidad. Allí, en ese momento,
donde el tiempo se detiene, emergen posibilidades de ser que no colapsan de inmediato en
lo actual. La realidad de este momento de indeterminación, de ese “instante eterno” que
precede a la acción libre significa que un ser no puede ser reducido a lo que ya es. Otra vez:
el ser humano es un exceso sobre su ser cosa.
Ahora bien, siguiendo a Lacan, Zizek postula que la existencia del sujeto supone un
“significante vacío”. Esta idea, afirma Zizek, lo aleja de la concepción de un sujeto que por
debajo del flujo de los cambios retiene un meollo de autopresencia, un mínimo de identidad
sustancial. El término “sujeto” designa el hecho mismo de que la sustancia, en el meollo de
su identidad, es perturbada por los acontecimientos. El “devenir sujeto de la sustancia
significa que un momento subordinado de su totalidad se instala como nuevo principio
totalizador, subordinando a la sustancia previa, convirtiéndola en un momento particular
suyo”(129). Por tanto, el devenir sujeto de la sustancia implica un continuo desplazamiento
del centro. Entonces, el sujeto, lejos de ser una agencia que yace más profundo y que
provoca, o “jala las cuerdas” (pulls the strings), de este desplazamiento del centro (del
principio estructurante de la totalidad) es el vacío que sirve como el medio y/o operador de
este proceso de desplazamiento. El sujeto surge del regreso a la indeterminación originaria,
al reino de las virtualidades, a la esfera de lo posible. Este regreso supone que el
significante central se ha desvanecido. “La emergencia del sujeto es estrictamente
correlativa a la posición del significante central como vacío. Yo devengo sujeto cuando el
significante universal al cual me refiero no está más conectado por un cordón umbilical a
algún contenido particular, sino es experimentado como un espacio libre a ser llenado por
un contenido particular”.
Hay una tensión en los planteamientos de Zizek . Siguiendo a Schelling piensa que el sujeto
está constituido por una elección primordial. Pero siguiendo a Lacan postula que el sujeto
está en devenir, en un recrearse permanente que supone algún distanciamiento de lo actual,
un remitirse a lo virtual. Es decir de un lado un sujeto rígido, del otro, uno plástico. Estas
dos figuraciones del sujeto, la rígida y la plástica, están muy presentes en el sentido común.
A veces, el enunciado “genio y figura hasta la sepultura” suena particularmente
convincente. Otras veces el enunciado “¿¡cómo has cambiado!?” pone en evidencia, en su
interrogante perplejidad, que el sentido común o sabiduría popular no descarta la
posibilidad de la metamorfosis de la identidad.
Ambos Zizek y Derrida suponen que hay un “otro dentro de mí” quien es el que
efectivamente decide. Ese “otro dentro de mí” sería esas “razones del corazón” para
Derrida, o para Zizek ese “universo de virtualidades”. El sujeto fuera como un organismo,
una entidad que se va auto-instituyendo conforme los “principios totalizadores” se vacían
por efecto de la dinámica de acontecimientos externos-internos.
Identificar al “bebé dentro del hombre” significa para Melanie Klein descubrir la
infraestructura emocional “arcaica” sobre la que se construye el psiquismo humano. El
pasado es el principio o fundamento del presente. Antes del surgimiento del sí mismo, la
criatura humana atraviesa posiciones distintivas que nunca llega a superar del todo. La
“posición esquizo paranoide” corresponde a los primeros meses de vida. La recurrencia de
vivencias de fragmentación y de in-diferenciación de sí respecto al mundo la definen. Todo
lo que sucede remite a las necesidades del bebé. En esa realidad fragmentada el objeto más
importante es el pecho materno. Cuando está presente es un objeto bueno, pero cuando se
lo necesita y no aparece es un objeto malo. Los objetos son parciales y no son los mismos
pues cambian de acuerdo a las necesidades del momento. El objeto malo, el pecho ausente,
despierta odio pues el bebé se siente atacado. En la “posición depresiva” el bebé empieza a
tomar conciencia de la unidad de la madre, a diferenciar el mundo exterior de su realidad
interna. Surge un esbozo de conciencia y con él la triste constatación de que no es
omnipotente. Los cuidados maternos son decisivos. La relación de amor/odio con la madre
se estabiliza pero el bebé quiere reparar el daño que cree haber producido con su odio.
Sobre el sentimiento de culpa se instalan entonces las nociones de cuidado y gratitud. La
regresión hacia el fundamento arcaico y preverbal de la existencia es constante en la
existencia humana. El trasfondo de la vida es un caos de pulsiones inmanejables.
Entonces puede pensarse que cada una de estas figuraciones del sujeto corresponde a un
tipo de narrativa: el sujeto fuerte es “épico”, “íntegro”, autónomo; se construye a sí mismo
venciendo las circunstancias. El “sujeto débil” es “dramático” se mueve entre
condicionamientos que lo atrapan y el deseo de ser sí mismo, de producir un sentido propio.
El sujeto víctima es “trágico” es el “no sujeto”, la cosa impotente que se vive como
condenada de manera que su acción no pretende ser eficaz, está dirigida a corroborar la idea
de que pese a sus buenas intenciones no puede escapar de su destino pre-escrito.
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1. “El movimiento historico que convirtio a los productores en asalariados se presenta,
pues, como su liberacion de la servidumbre y de la jerarquia industrial. Y los
liberados se convierten en vendedores de si mismos (en el sistema capitalista) solo
despues de haber sido despojados de todos sus medios de produccion y de todas las
garantias de existencia que ofrecia el feudalismo. La historia de su expropiacion no
es material de conjeturas. Se encuentra inscrita en los anales de la humanidad, en
indelebles letras de sangre y fuego”. “El conjunto del desarrollo, que abarca a la vez
la genesis del asalariado y la del capitalista, tiene como punto de partida la
servidumbre de los trabajadores; el progreso que logra consiste en cambiar la forma
de esa servidumbre, y en provocar la metamorfosis de la explotacion feudal en
explotacion capitalista”. El Capital, tomo I, pag. 691. Karl Marx.
No veo hasta aca algo parecido a la ambiguedad. Y, los conceptos de Ideologia y
conciencia? de pronto pueden existir otros conceptos, pues entendia que Idelogia era
la forma de conciencia o ideas politicas, juridicas, morales, esteticas, religiosas y
filosoficas, es parte de la superestructura por ende reflejo (relacion dialectica) de las
relaciones economicas. Puede ademas, constituir un reflejo falso o verdadero de la
realidad, es decir, cientifico o no cientifico de ella. En ese caso le pediria por favor,
me esclarezca este punto. Gracias anticipadas.