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La muerte es un flamenco ciego cazando peces.


No quiere decir engullirte a ti o a mí...
Y cuando balancea locamente su pico no desea nunca
asustarnos. ¡Si solamente pudiera ver!

Por la noche atraviesa el oleaje en busca de compañía.


Por eso apesta a sal y a caparazón de ostras.
Su ceguera es lo que lo conserva célibe:
Este chapucero cree besar cuando mata.

Desearía que no nos hiciera morir. Desearía


que una noche desplegase sus alas y volase lejos
hacia los más altos planetas en busca de muchachas y peces.
Pero está habituado a la Tierra
y se propone quedarse.

    

Tibios murmullos de las épocas, no la época -


y extraviados y pocos resonantes sois-
hacedme aprender más de lo que puedo oír.
Expanded el calado de mi ancoraje.
Exaltadme cuando hurgo demasiado en las tumbas
y vituperadme cuando me tambaleo demasiado sobre los zancos.
Llamadme por todas partes: permaneced dispersos como las olas
y sin embargo únicos y sonoros como el océano

hasta que las vidas sean dulces y descalzas como la devoción


y cada muerte un arroparse con cobertores.

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