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Por su parte, Páez encomendó a Juan José Rondón que atacase a López para
hacer que éste reuniese su escuadrón en una sola columna, al ocurrir esto, Páez
ordenó volver caras y el ataque sobre las fuerzas de Narciso López. El efecto de
esta maniobra de la caballería paecista, fue sembrar el caos y la confusión en el
ejército realista. La acción de los lanceros de Páez fue facilitada por el hecho de
que los carabineros de López echaron pie a tierra para hacer uso de sus
carabinas. Ante el ataque de las fuerzas patriotas la caballería realista se retiró
con precipitación y se echó sobre su propia infantería, la cual no fue arrollada
gracias a la decisión de Morillo de trasladarla rápidamente a un bosque vecino,
donde se refugiaron. El balance del enfrentamiento entre las fuerzas patriotas y
realistas, se calculan en 400 bajas para los primeros, contra 2 muertos y 6 heridos
de los segundos. El triunfo militar de José Antonio Páez en la batalla de las
Queseras del Medio, contribuyó a acrecentar su fama como la "Primera Lanza de
los Llanos". En tal sentido, Bolívar al condecorar a Páez y sus valientes llaneros
con la Cruz de los Libertadores, culminó su discurso con las siguientes palabras:
"... Lo que se ha hecho no es más que un preludio de lo podéis hacer..."
Al amanecer del 2 de Abril de 1819, cerca de la Mata del Herradero, al sur del río
Arauca, ciento cincuenta y tres hombres del ejército patriota, al mando del General
de División José Antonio Páez, dieron inicio una de las más heroicas y singulares
gestas militares de la independencia venezolana y suramericana: La batalla de
Las Queseras del Medio, destacada acción bélica de la llamada Campaña de
Apure.
Mes y medio antes de tan legendaria batalla, Simón Bolívar instalaba el Congreso
de Angostura (15 de febrero de 1819), desde donde se le otorga la presidencia de
la República y la tarea de librar a sus provincias del poder español. Con tales
poderes y fines, el Libertador avanza hacía el bajo Apure al encuentro con Páez,
lo cual consiguen en Caujaral de Cunaviche, junto con tres mil combatientes.
La victoria tiñe los rostros patriotas con la sangre de cuatrocientos realistas que
riegan su sangre en el campo de batalla. Los vencedores se regresan al
campamento patriota con tan sólo dos bajas: El Sargento Isidro Mujica y el Cabo
Manuel Martínez. Al siguiente día, se uniría a las víctimas fatales el Capitán
Francisco Antonio Salazar, luego de ser retirado herido junto con otros cinco
compañeros.
El 3 de abril de 1819, Bolívar premia a los ciento cincuenta lanceros de Páez con
la Cruz de los Libertadores, también les redacta la proclama intitulada “A los
Bravos del Ejército de Apure”, la cual culmina con el siguiente llamado:
El jefe realista Pablo Morillo, que se unió a La Torre al día siguiente, estampó
estas elogiosas palabras: «Catorce cargas consecutivas sobre mis cansados
batallones me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes
poco numerosa, como me habían informado, sino tropas organizadas que podían
competir con las mejores de S.M. el Rey»
Cuando tenía ocho años de edad, Páez fue enviado por su madre a estudiar en
una pequeña escuela de Guama. Claro está que las letras no formaban parte de
las expectativas de aquella familia, pues la Colonia no reservaba muchos
derechos para las clases desposeídas. Sin embargo, nada de esto sería
impedimento para que José Antonio Páez se formara en aquello por lo cual se
distinguiría. La escuela de este hombre fue la que ofrecían los Llanos de Apure y
su estirpe era la del llanero. Grandes extensiones de tierras con pastizales de
elevado tamaño húmedos, secos o inundados, según la temporada, componían el
paisaje de esta especie de hombres, cuya actividad era lidiar con las bestias del
ganado caballar y vacuno en un horizonte que sólo se comprendía a sí mismo.
Comenzó entonces una nueva vida para José Antonio Páez, que no abandonaría
jamás. Cuando ejercía de pequeño comerciante todavía, en uno de sus
acostumbrados recorridos de Acarigua a Barinas, conoció en el pueblo de
Canaguá a Dominga Ortiz Orzúa, huérfana de diecisiete años con quien se casó
en esa ciudad en julio de 1809. La vida conyugal se vería interrumpida por causa
de la llamada Gran Guerra, iniciada en 1811, nutrida sólo por encuentros
infrecuentes hasta 1821, cuando apareció Barbarita Nieves en la vida del futuro
caudillo. Dos hijos nacieron del vientre de doña Dominga: Manuel Antonio y María
del Rosario.
Nada diferente sucedía en los Llanos de Apure, donde la situación se vivió como
un confuso llamado a las armas. Las noticias llegaban por intermedio de algunos
dueños de hacienda, quienes, aterrorizados por la posible pérdida de sus tierras,
decidían armar sus propios ejércitos. Tal fue el caso de Pulido, quien no tardó en
convocar a Páez para que le ayudara a entrenar a sus hombres en pro de esta
causa defensiva. Resultaba muy difícil, sin embargo, que los llaneros lograran
dibujarle un rostro distinto a su enemigo como no fuera el de su opresor más
inmediato, y de ahí que muchos de ellos se unieran a la causa realista. En esta
maraña de confusiones, cuyo resultado fue la capitulación de Miranda y la pérdida
de la República en 1812, José Antonio Páez se definió como patriota y se
incorporó a las tropas republicanas que mandaba Pulido.
Hacia 1808, Páez trabajó como peón en un hato de Manuel Antonio Pulido, quien
conformó un escuadrón de caballería para luchar contra los españoles. Páez
formó parte de este batallón hasta 1813, cuando pidió la baja con el rango de
sargento primero y conformó su propia compañía de jinetes. En 1814 fue apresado
por el realista Antonio Puy (Puig).
José Antonio Páez retornó al exilio, fijó su residencia en Nueva York, donde murió.
Sus restos reposan en el Panteón Nacional desde el 19 de abril de 1888.
La Cosiata fue un movimiento político realizado por el general José Antonio Páez
en 1826 con la finalidad de separar a Venezuela de "La Gran Colombia". Un
movimiento similar hacia 1829 logró la separación completa del departamento de
Venezuela de la antigua Colombia. Los críticos de Páez consideraron que con
este evento traicionaba a Simón Bolívar y su idea unificadora, para conseguir la
formación de la República de Venezuela, auspiciada en gran parte por Páez.
El Libertador, en efecto, veía esta unión como una necesidad militar. En carta a
O'Leary, fechada en Guayaquil, el 13 de setiembre de 1829, dícele Bolívar; «Los
hombres y las cosas gritan por la separación, porque la desazón de cada uno
compone la inquietud general. Últimamente la España misma ha dejado de
amenazarnos; lo que ha confirmado más y más que la reunión no es ya necesaria,
no habiendo tenido esta otro fin que la de concentración de fuerzas contra la
metrópoli».
Fue una orden terminante, reiterada, y quizás por la misma repugnacia que
causaba a Páez su cumplimiento, el Jefe llanero demoró su ejecución casi todo el
año siguiente.
Al hacer una segunda y tercera convocatoria con el mismo resultado, Páez ordena
a los batallones Anzoátegui y Apure que hagan una total y verdadera recluta entre
todos los ciudadanos que encuentren.
Cabe aquí la expresión de Bolívar, que lo estaba previendo todo: «A mis ojos, la
ruina de Colombia está consumada desde el día en que usted fue llamado por el
Congreso».
La Municipalidad de Caracas, que con tanto celo había actuado contra Páez ante
el Senado de Colombia, originando de paso su suspensión, ahora lo apoya. En
sesión multitudinaria del 5 de mayo de 1826, los concejales caraqueños se
sumaron al pronunciamiento de Valencia -un verdadero golpe de Estado- y a esto
siguió una hilera de pueblos y ciudades.
Fernando Peñalver era uno de los pocos -contando a los familiares- que tuteaba al
Libertador. Por eso puede leerse en una carta suya: «El General Páez manifiesta
por ti el mayor respeto y consideración, y te ha proclamado en el ejército y en
todas partes. Aunque dice que no recibirá órdenes de Bogotá, ha ofrecido
mantener las cosas en el estado en que estaban, sin hacer ninguna novedad
hasta que vengas y resuelvas lo que te parezca conveniente».
Por estos días el Libertador estaba más que entusiasmado con su Constitución
Boliviana. A todo el mundo escribía recomendándola. A Páez le envía con O'Leary
«muchos ejemplares», consciente de que esa Constitución «abraza los intereses
de todos los partidos, da una estabilidad firme al gobierno unida a una grande
energía y conserva ilesos los principios que hemos proclamado de libertad e
igualdad».
Tanto deseaba el Libertador que la Constitución de Bolivia fuera asimilada por los
colombianos, que podría asegurarse que esta revolución de Venezuela convenía a
esas intenciones de Bolívar, pues pidiendo los venezolanos reforma constitucional,
como en efecto la pedían, se allanaba el camino.