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Aracnofobia
“-He aquí la madriguera de la tarántula. ¡Mírala! Aquí está tendida la red que ha tejido. ¡Tócala para que
la tarántula se estremezca!
Nietzche
A las seis de la mañana, después de terminado el baile al que asistieron, dos borrachos iban
por la calle, abrazados, caminando con pisadas extravagantes. Al pasar frente al cine, donde
estaba pegado un afiche que anunciaba una de las películas del Hombre Araña, la tercera
parte de la saga de cintas basadas en los comics de Stan Lee, los dos borrachos se
detuvieron, quedaron mirando el afiche con la agudeza que produce el alcohol, todavía
abrazados, y luego, como si les hubieran mecido la tierra, siguieron caminando.
“Voy a inventarme un chiste que tenga que ver con el Hombre Araña para la parranda de
mañana”. El compañero le dijo: “Sería bueno, aunque últimamente hay muchos chistes del
Hombre Araña”. Se quedaron callados un rato. De pronto, el que estaba sentado al derecho,
se tomó una cucharada de sopa, se limpió la boca con el antebrazo y dijo: “¿En qué se
parece el Hombre Araña a un evangélico?” El otro borracho se quedó pensando. Apagó la
colilla en el piso. Dio una probada a su comida y tragó con la barba pegada al espaldar de
madera. “No sé, respondió ¿Porqué tiene que ser un evangélico?” El otro también estaba
tragando, con los codos sobre la mesa, cuando dijo: “Se me ocurrió porque antes de ir al
baile me compré unos cigarrillos en la farmacia que atiende el cachaco de la esquina, dicen
que se metió a evangélico”. “Así no se inventa un chiste, dijo el otro, porqué mejor no
preguntas ¿En qué se parece un farmaceuta al Hombre Araña?” “La misma vaina,
respondió el otro, la cuestión es que el Hombre Araña se parezca a algo de aquí”. “Bueno,
aunque los chistes de en-que-se-parece ya están muy trillados, no le gustan a nadie”.
El compañero se estiró en el puesto, pidió otros dos platos de sopa y ambos volvieron a
quedar en silencio. “Que filo, dijo de repente uno de los borrachos, mirando venir otra vez a
la mesera con el azafate humeante. Al otro se le hizo agua la boca, le sonaron las tripas
cuando dijo: “Con esta hambre me comería hasta el mondongo del Hombre Araña”. Casi en
la puerta, la mesera asomó la cabeza y los miró, pero había mucho ruido y la luz
escasamente la alcanzaba a iluminar, por lo que fue difícil saber si finalmente se rió.