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La Literatura en las Artes Combinadas 1

Ficha de cátedra

Reseña bilbiográfica: BRADBURY, Ray: Zen en el arte de escribir, versión de


Marcelo Cohen, Barcelona, Minotauro, 1995.

Por María Victoria Eandi

Zen en el arte de escribir es un volumen que reúne diez ensayos elaborados por Ray
Bradbury a lo largo de treinta años. Asimismo incluye una entrevista que le realizó
Mitch Tuchman para la revista Film Comment. Las once secciones están enmarcadas
por un Prefacio al comienzo del libro y ocho poemas al final bajo el título "...Sobre la
creatividad", todo escrito por el mismo Bradbury. En líneas generales, el libro parece
tener un destinatario específico: los escritores que están aprendiendo el "oficio" o los
que, por alguna razón, se encuentran bloqueados en su tarea. De todas maneras, su
lectura resulta muy valiosa para todo el que quiera informarse sobre el proceso y el
modo de creación de este autor.

En el Prefacio Bradbury nos anticipa cuál es la tesis central que sustenta todos los
ensayos, y que responde a la pregunta: ¿Qué se aprende escribiendo? Según el autor de
Fahrenheit 451, el arte nos ayuda a recordar que estamos vivos y es una forma de
supervivencia. En sus palabras: "No escribir, para muchos de nosotros, es morir" (p.10).
Y más adelante agrega: "Recurrimos a la grandeza y hermosura de la existencia para
soportar los horrores que nos dañan directamente en nuestros familiares y amigos, o a
través de los periódicos y la tele" (p.11).

En el primer ensayo, "La dicha de escribir", de 1973, el autor destaca la importancia de


la "Garra" y el "Entusiasmo" a la hora de crear, sin tener en cuenta el "mercado
comercial" ni los "círculos de vanguardia" (elementos que obstaculizan la autenticidad).
Asimismo subraya lo valioso que puede ser escribir una historia como puro producto de
la indignación (como lo hizo él mismo con el cuento "El peatón"); o guiado por lo que
uno más quiere en el mundo, desde las cosas más grandes hasta las más pequeñas. A
continuación esboza un consejo para desarrollar un relato: buscar un personaje que
desee lo mismo que uno y luego dejarse llevar por él. Finalmente, siguiendo el lema
minimalista que dice "menos es más", hace hincapié en la relevancia a la hora de
escribir de lo que a primera vista parece irrelevante: una buena idea puede encontrarse
en un hecho insignificante.

El segundo ensayo, "Date prisa, no te muevas, o la cosa al final de la escalera, o nuevos


fantasmas de mentes viejas", de 1986, se inicia con la "lección de la lagartija", según la
cual "en la rapidez está la verdad" (p.18). Con esta afirmación Bradbury quiere decir
que cuando uno escribe, no debe vacilar buscando un estilo, ya que esto impide el
"salto sobre la verdad" (p.18), que para él es lo más importante. No hay que cercenar la
propia creatividad imitando a otros autores consagrados. Para Bradbury, el momento
clave para encontrarla fue cuando comenzó a jugar con las asociaciones de palabras, lo
que trajo como consecuencia su primer cuento "realmente bueno" (el primero en diez
años): "El lago" (p.21). A partir de ese momento, las largas listas de sustantivos ligadas
a experiencias de su vida, fueron una herramienta vital en su trabajo, como un puntapié
inicial para escribir sus relatos.
En el tercer ensayo, "Cómo alimentar a una musa y conservarla", de 1961, Bradbury
desarrolla su concepto de "musa" y expone una especie de "recetario" para ser un buen
escritor. Según el autor, durante nuestras vidas "almacenamos" todo tipo de impresiones
y experiencias y éste es el alimento del que "se nutre la Musa" (p.35). Y agrega: "Lo
que para todos los demás es el Inconsciente, para el escritor se convierte en La Musa"
(p.35). En este sentido, Bradbury destaca la importancia de "mirar dentro" de uno para
buscar ideas (p.37).
Ahora bien, existen dos tipos de "alimento": uno es el de la vida en general, es decir, lo
que "nos sucedió" y otro es el de la lectura, en otras palabras, la "alimentación
deliberada" (p.37). En cuanto a esta última, Bradbury da varios consejos: en primer
lugar, leer poesía, por su riqueza en metáforas; en segundo lugar, leer libros de ensayo,
para conocer pormenores sobre temas que pueden ser útiles; en tercer lugar, buscar
libros que profundicen en los cinco sentidos, para que luego el lector encuentre más
verosímiles los relatos. En cuanto a los cuentos y novelas, Bradbury recomienda leer a
los autores que escriben como uno espera escribir, pero también a los otros. Para él, en
el momento de la inspiración es importante tener en cuenta tanto los productos de lo que
se denomina la "alta cultura" como los que provienen de la "cultura de masas", como,
por ejemplo, las tiras cómicas. Todos estos consejos están dirigidos a nutrir la
"Identidad Más Original" (p.42). Siguiendo con esta idea, Bradbury afirma casi sobre el
final del ensayo: "Un hombre bien alimentado guarda y serenamente da cauce a su
infinitesimal porción de eternidad" (p.44)

En el cuarto ensayo, "Borracho y a cargo de una bicicleta", de 1980, Bradbury subraya


lo esencial que resulta para él "poner la carne" o disfrutar "como una diversión" el
hecho de trabajar creativamente (p.47). Para el autor escribir no es una tarea difícil ni
agónica. Por el contrario, declara que "las historias [lo] han guiado por la vida" (p.48).
En este ensayo también se refiere a la influencia que ha tenido en él el cine, al que
frecuentó desde muy pequeño. En especial, destaca la afinidad que sentía de chico por
las películas de Lon Chaney, que le producían mucho miedo. En ese momento estaba
enamorado de los monstruos, los esqueletos, los circos, las ferias, los dinosaurios y el
Planeta Marte. Otra influencia importante fueron las tiras de Buck Rogers que
coleccionaba, que lo llevaron más tarde a escribir dentro del género de ciencia ficción.
En este sentido, señala cómo todo puede ser “abono” "a la hora de asociar palabras y
convertirlas en ideas de relatos..." (p. 50). Y a esta afirmación agrega: "'La pradera' es
un buen ejemplo de lo que ocurre en una cabeza llena de imágenes, mitos y juguetes"
(p.50). En este cuento Bradbury imagina cómo sería un cuarto de juegos de un niño del
futuro. Este tendría monitores de televisión en todas las paredes y en el techo.1[1]
Por otro lado Bradbury explica en este ensayo cómo y cuándo comenzó a escribir. Fue
en el año 1932, cuando tenía doce años, época en la que se hallaba bajo el influjo de las
tiras del ya mencionado Buck Rogers, las novelas de Edgar Rice Burroughs y la serie
radiofónica nocturna "El mago Chandu". Pero aclara que el verdadero catalizador que
desencadenó su tarea creativa fue un personaje de feria llamado Señor Eléctrico, que lo
llevó un día a recorrer las tiendas y le dio dos dones: "el don de haber vivido antes (y de
que [se] lo hubieran contado)...y el de intentar cómo fuera vivir para siempre" (p.53).
Unas semanas después de este encuentro, comenzó a escribir cuentos sobre el planeta
Marte.
En este ensayo también se refiere Bradbury a su pasión por los dinosaurios (que
aparecen en sus historias), y su participación como guionista en el film Moby Dick de
John Huston, en el año 1953. A continuación, se explaya describiendo sus experiencias
en México e Irlanda y cómo aparecen reflejadas en su producción literaria.
Aparece nuevamente en este ensayo la referencia a su primer "buen cuento", "El lago",
escrito en 1942, luego de diez años de escribir por lo menos un cuento a la semana.
Finalmente, se enumeran varios relatos producto de asociaciones de palabras o de
experiencias personales.

En el quinto ensayo, "Invirtiendo centavos: Fahrenheit 451", de 1982, Bradbury relata


cómo fue el proceso de escritura y creación de esta novela. El primer borrador, titulado
El bombero, fue terminado en 1950. El autor cuenta que desde 1941 hasta ese año solía
escribir principalmente en el garage de su casa. Pero como se distraía jugando con sus
hijas, decidió buscar un lugar donde pudiera estar aislado y, de este modo, concentrarse
en su trabajo. El espacio ideal resultó ser la sala de mecanografía, del sótano de la
biblioteca de la Universidad de California. Allí se alquilaban las máquinas de escribir a
diez centavos la media hora, lo cual lo forzaba a apresurarse en su tarea, ya que su
situación económica no era muy buena. Terminó la primera versión en nueve días, que
tenía la mitad de palabras de la novela en que luego se convertiría.
La biblioteca se transformó en el lugar óptimo donde dicha novela debía ser escrita, ya
que pasaba gran parte del tiempo consultando libros. En palabras del autor: "¡Qué lugar,
¿no creen?, para escribir una novela sobre la quema de libros en el Futuro!" (p.64).
Bradbury declara que desde que la escribió, su amor por las bibliotecas se ha
profundizado y que ha "tejido más cuentos, novelas, ensayos y poemas sobre escritores
que cualquier otro escritor..." (p.64).
En este ensayo, el autor también se refiere a la versión teatral que hizo de Fahrenheit
451 en 1980, en la sala Studio Theatre de Los Angeles. Se trata de una obra en dos actos
que tiene un agregado sustancioso respecto de la novela de 1953: Bradbury le pregunta
a su propio personaje, Beatty, el jefe de bomberos, por qué decide quemar libros. La
respuesta se la da Beatty a Montag, cuando éste descubre que su jefe tiene una gran
biblioteca oculta en su casa. Aclarándole que el delito no es tener los libros sino leerlos,
Beatty afirma precisamente que nunca lo hace, pero que en algún momento de su vida
fue un ferviente lector. Sin embargo, cuando atravesó situaciones de amargura y
desilusión, no pudo encontrar consuelo en la literatura y, en consecuencia, decidió
convertirse en "incinerador".
Otras modificaciones de la obra en relación a la novela son: la muerte de Faber por un
ataque al corazón causado por una amenaza que le hace Beatty, y la aparición de
Clarisse al final, de manera similar a la versión fílmica de Truffaut.
No obstante, Bradbury decide conservar intacta la novela. En este sentido señala: "No
soy partidario de alterar el material de un escritor joven, sobre todo cuando ese escritor
joven fui yo" (p.68).
Dos últimas observaciones interesantes que hace el autor: "Sólo hace poco, echando una
mirada a la novela, me di cuenta de que Montag tiene el nombre de una fábrica de
papel. ¡Y Faber, claro, es el fabricante de lápices!" (p.68).

En el sexto ensayo, "A este lado de Bizancio: El vino del estío", de 1974, Bradbury
explica cómo su método de asociación de palabras y las experiencias de la niñez en su
pueblo natal lo llevaron a escribir ese libro. Exactamente el autor dice así: "Aprendí a
dejar que mis sentidos y mi Pasado me dijeran todo aquello que de algún modo era
verdad" (p.71).
En este ensayo también se incluye un poema del propio Bradbury que explica según él
"cómo germinaron en un libro todos los veranos de [su] vida" (p.72). Allí se explaya
sobre Waukegan, su ciudad natal y, según él, un equivalente de Bizancio.

En el séptimo ensayo, "El largo camino a Marte", del 6 de julio de 1990, Bradbury
describe las peripecias que atravesó hasta conseguir la edición de sus dos libros,
Crónicas marcianas (1950) y El hombre ilustrado (1951). Del primero de ellos, el autor
sostiene que se trata de "una serie de ideas extrañas, nociones, fantasías y sueños que
había tenido y [lo] habían despertado a los doce años" (p.80). Respecto del segundo,
revela que decidió llamarlo como uno de los cuentos que el volumen incluye, cuando el
editor le pidió que le pusiera "una especie de piel a dos docenas de cuentos diferentes".
"¿Piel?" -contestó Bradbury- ¿Por qué no El hombre ilustrado, mi cuento sobre un
voceador de feria cuyos tatuajes cobran vida con el sudor, uno a uno, y representan
futuros en el pecho, las piernas y los brazos?" (p.79).

En el octavo ensayo, "A hombros de gigantes. Anochecer en el Museo del Robot: el


renacimiento de la imaginación" de 1980, Bradbury se explaya sobre la relevancia que
tiene para él el género de ciencia ficción, en la historia de la literatura y en la historia de
las Ideas. Para poner de manifiesto su postura describe el contenido de un largo poema
narrativo sobre un niño del futuro próximo, que entra en un museo de animación
audioelectrónica y les pregunta a Platón, a Sócrates y a Eurípides por qué Estados
Unidos ha abandonado durante tiempo la fantasía y la ciencia ficción. Para Bradbury
esto se debe al prejuicio de bibliotecarios y maestros sobre el peligro y el escapismo que
éstos engendran. Por lo tanto, los responsables de su regreso son los mismos niños, que
por primera vez se han vuelto maestros. Según el autor los chicos se dieron cuenta de
que "la ciencia ficción devora ideas, las digiere y nos dice cómo sobrevivir. Una cosa
acompaña la otra. Sin fantasía no hay realidad" (p.87). En este sentido, establece un
paralelismo entre la ciencia ficción y el enfrentamiento de Perseo con la Medusa. Aquél
la vence mientras finge desviar la mirada. De la misma manera, "la ciencia ficción es un
intento de resolver problemas mientras se finge mirar para otro lado" (p.87).

En el noveno ensayo, "La mente secreta", de 1965, Bradbury desarrolla su incursión en


el teatro. Si bien tuvo algunos contactos con este arte de niño y de joven, no fue sino
muchos años más tarde que comenzó a escribir piezas, impulsado por la multiplicidad
de dramatizaciones que se hacían de sus cuentos y novelas. Por otro lado, se hallaba
disconforme con las obras que veía en el teatro, ya que consideraba que les faltaba
"imaginación y capacidad" (p.96). Por lo tanto comenzó a desplegar sus virtudes de
dramaturgo tomando como punto de partida su experiencia en Irlanda.
En este ensayo, Bradbury también da un consejo vital para lograr una buena obra de
teatro, basado en conclusiones a las que llegó sólo luego de haber creado, ya que
"intentar saber de antemano es congelar y matar" (p.97). Lo más importante a la hora de
escribir una pieza es tener en cuenta que a un momento de tensión le sigue un momento
de descarga o relajación.
Por otra parte, dice que "pretend[e] antes que nada que [sus] obras sean espectáculo,
gran diversión que estimule, provoque, aterrorice y (...) entretenga" (p.101). Y más
adelante agrega: "Yo no quiero ser conferenciante esnob, benefactor grandilocuente, ni
reformador aburrido" (p.101). Finalmente se refiere a sus versiones teatrales de "El
peatón" y "La pradera".
El capítulo décimo, "Metiendo haiku en un rollo" corresponde a la entrevista realizada
en 1982, que mencionamos al comienzo de esta síntesis. En ella Bradbury se refiere al
trabajo de reducción que debió efectuar sobre su guión de La feria de las tinieblas,
película dirigida por Jack Clayton. En realidad él aclara que "no se trata tanto de cortar
como de aprender a metaforizar" (p.105). En este sentido señala: "Si uno encuentra la
metáfora adecuada, la imagen justa, y la pone en escena, servirá por cuatro páginas de
diálogo" (p.105). Además agrega que sus historias son muy cinematográficas ya que se
considera a sí mismo como "hijo del cine" (p.105), y afirma que "todos sus cuentos se
pueden filmar al pie de la letra. Cada párrafo es una toma" (p.108). En consecuencia el
trabajo del director es elegir las mejores metáforas visuales que condensen lo que
escribió el autor; y su labor podría definirse como la de "filmar un haiku" (p.107),
precisamente por la brevedad y el carácter conciso de este tipo de poema japonés, que
concentra muchas imágenes en tres versos.
Bradbury también explica en esta entrevista cómo es su método de trabajo en las
adaptaciones, poniendo como ejemplo la versión que escribió para el teatro de
Fahrenheit 451. Como suele hacer en general, se abstuvo de revisar el original ya que le
resultaba "más divertido oír hablar a los personajes treinta años después" (p.109).
Finalmente confiesa cuál es "el gran secreto de la creatividad. A las ideas hay que
tratarlas como a los gatos: hay que hacer que ellas nos sigan" (p.111).

En el último ensayo del libro, "Zen en el arte de escribir", de 1973, Bradbury presenta
los tres términos clave que siempre debe tener en cuenta un buen escritor: "TRABAJO",
"RELAJACIÓN" y "NO PENSAR" (p.113). En cuanto al primero, destaca la
importancia del trabajo literario, aunque no con el objetivo de ganar dinero, o prestigio
en un círculo selecto, porque "las dos son formas de mentir" (p.114). Por el contrario, el
trabajo está ligado a la búsqueda de autenticidad. Y una vez que aquél "adquiere un
ritmo", se empieza a perder lo mecánico, "prevalece el cuerpo", "cae la guardia" y
aparece la relajación (p.116). Eventualmente se llegará al tercer principio que es "no
pensar", "lo que resulta en más relajación, más espontaneidad y una mayor creatividad"
(p.116).
Bradbury recomienda al escritor novato que produzca en gran cantidad, ya que
"finalmente la cantidad redunda en calidad" (p.117). Lo que debe develarse en el
proceso de escritura es uno mismo, qué piensa uno del mundo, lo cual es irreemplazable
y único. Si bien la etapa de imitación es necesaria para el escritor principiante, ésta se
vuelve un obstáculo si "sobrepasa su función natural" (p.122).
Por otro lado afirma que debe evitarse la dicotomía entre lo "literario" y lo "comercial"
y en su lugar debe considerarse "la Senda Media, la vía que mejor conduce a la
producción de historias igualmente agradables para los esnobs y los escribas" (p.123).
Bradbury acude al libro de Eugene Herrigel llamado El zen y el arte del tiro con arco
para establecer una comparación con el arte del escritor, ya que en ese texto los tres
principios también están presentes. Luego de muchos años de trabajo se aprende que "la
flecha debe volar a un objetivo que nunca hay que tener en cuenta" (p.123). En forma
similar recomienda: "De modo que apártense, olviden los objetivos y dejen hacer a los
personajes, a sus dedos, su cuerpo" (p.125). En este sentido, destaca la importancia de
dejar hablar al inconsciente. Y en este punto cita a Schiller y a Coleridge, como
exponentes complementarios de su estilo romántico de composición, que se lee
entrelíneas a lo largo de todos los ensayos del libro.
Para finalizar, vuelve a hacer hincapié en lo valiosa que puede resultar la práctica para
el arte de escribir, y da un sinónimo posible para la palabra "trabajo": la palabra
"AMOR".
A continuación vienen los siete poemas ya mencionados al comienzo de la síntesis. El
poema que cierra el libro se titula "Tenemos el arte para que la verdad no nos mate",
cuyo planteo es muy similar a lo que se afirmaba en el Prefacio. Asimismo, esta
necesidad del arte, y en especial de la literatura, es la que aparece cuestionada
promediando el libro en el ensayo sobre la novela Fahrenheit 451, cuando Beatty se
siente desilusionado cuando los libros no le dan respuestas. Es decir que este tema
aparece recurrentemente en lugares estratégicos del libro, detalle que no parece azaroso,
ya que se hace presente precisamente al comienzo, en el medio y al final. Este hecho
hace que le prestemos especial atención a la función esencial que tiene el arte en
nuestras vidas.

María Victoria Eandi

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