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LA PRUEBA DE OFICIO
Introducción:
Antecedentes históricos:
Los antecedentes históricos en materia probatoria del
derecho procesal es posible encontrar desde los inicios del
hombre, que posiblemente antes del lenguaje comunicándose
con señas transmitían la formas de realizar un determinado
acto, fuera del derecho es cierto, pero con trascendente
implicación en la vida social de los pueblos primitivos, y
esto es precisamente la función del derecho procesal:
constituir un medio de materializar la convivencia social;
pero, los antecedentes más trascendentes contenidos en la
literatura alcanza, a partir de la primera mitad del siglo XIX,
un volumen impresionante y origina verdaderos tratados,
que con frecuencia rebasan el cuadro del Derecho procesal e
incluso, más ampliamente, el del Derecho, para penetrar en
dominios técnicos y experimentales. En el derecho procesal
se citan a tres nombres, de otras tantas nacionalidades, los
tres traducidos al castellano, personifican lo mejor de esa
literatura durante ese período: el inglés Bentham, el alemán
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Mittermaier y el francés Bonnier, cuyas obras aparecen
entre 1827 y 1843.
Para el derecho procesal latinoamericano resulta
obligado mencionar como antecedente a Las Partidas de
España de Alfonso X (1252-1284), y sus colaboradores que
fueron italianos de origen o han estudiado en ese país, entre
ellos se cita a Jacobo de las Leyes, que fue el autor de la
Partida III, la procesal. Se menciona en ella a las partes
como “las dueñas de los pleitos” (los “señores de los
pleytos”) iniciándose con el estudio de las partes
(demandador y demandado), siguiendo con el juez, para
referirse después a los personeros o procuradores y a los
boceros o abogados. Su principio básico es que el proceso
es un drama entre tres personas, que sólo se inicia por una de
las partes, de modo que ninguna persona puede ser obligada
a demandar1.
Importantes aportes a la disciplina del derecho
procesal constituyen los del francés Faustino Hélie, quien
fue un cultivador del proceso penal, cuyo Traité de
l'instruction criminelle no ha sido todavía superado en su
patria, aunque sí aprovechado, por los Garraud y en Italia
por Lucchini; del español, José de Vicente y Caravantes, de
una laboriosidad prodigiosa, una especie de Lope de Vega
del Derecho, que entre 1856 y 1858 publica su Tratado
histórico-crítico filosófico de los procedimientos judiciales
en materia civil, tampoco superado en España; el francés
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Garsonnet, con el extensísimo Traité théorique et pratique
de procédure (civil), aparecido entre 1882 y 1897 y
actualizado en las últimas ediciones por Cézar-Bru. El
cuarto, en fin, es el italiano Mattirolo, con su Trattato di
diritto giudiziario civile, objeto de varias ediciones y
tardíamente traducido al castellano. Si dentro de este
triunvirato de los grandes procedimentalistas civiles latinos
hubiese que establecer una jerarquía, el primer lugar en el
tiempo y en la calidad de la obra le correspondería
indiscutiblemente al español. Además, Caravantes, cuyo
Tratado termina de publicarse el mismo año, 1856, en que
brota la polémica Windscheid-Muther acerca de la acción y
es anterior en doce años a la aparición del libro famoso de
Bülow (cfr. infra, núm. 21), no tuvo ni aun siquiera
posibilidad de recoger en él las preocupaciones del nuevo
movimiento; en cambio, lo mismo Mattirolo (la cuarta
edición de cuyo Trattato es de 1893) que Garsonnet
pudieron, desde el punto de vista cronológico, haber tenido
en cuenta las enseñanzas del procesalismo alemán, que para
esas fechas había ya producido sus mejores frutos. A su vez,
entre los dos franceses, aun siendo cultivadores de dos
distintas ramas del proceso, colocaría por delante a Hélie, sin
la menor vacilación. En Alemania el Derecho procesal
científico tuvo su inicio en 1868, con Oscar Bülow que
publica en Giessen su célebre Teoría de las excepciones y de
los presupuestos procesales (Die Lehre von den
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Processeinreden und die Processvoraussetzungen) y
concibe el proceso como una relación jurídica que
progresivamente se desenvuelve. Esta concepción, a la que
se han señalado antecedentes remotos, como los de Búlgaro
de Sassoferrato y Bernardo Dorna, juristas italianos de la
Edad Media recordados al efecto por Wach, Chiovenda y
Florian, es genuinamente alemana: alemanes son el filósofo
Hegel que la vislumbra, Bethmann-Hollweg que la sustenta,
Bülow que la desenvuelve; alemanes son asimismo quienes
la difunden; quienes aportan a ella rectificaciones o variantes
(como Kohler o Hellwig); quienes la adaptan a las distintas
ramas del proceso (como John y Von Kries al penal u Otto
Mayer al administrativo), y en fin, quienes más duramente la
combaten y quienes proponen su reemplazo por otras
concepciones como ocurre con Goldschmidt, con el
importante aporte para la literatura procesal sobre el proceso
como situación jurídica; Ernesto Beling, que en 1928 publica
la mejor exposición general del proceso penal alemán;
Rosenberg, autor de una monografía fundamental sobre la
carga de la prueba y, del mejor tratado alemán de Derecho
procesal civil; En Italia, Carnelutti diferencia cuatro fases:
a) escuela exegética, inspirada en la corriente francesa y de
la que presenta como figuras destacadas a Borsari, Ricci,
Gargiulo y Cuzzeri; b) período de las teorías particulares,
con Mattirolo y Mortara como principales paladines; c)
período de la teoría general del proceso de conocimiento,
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con Chiovenda a la cabeza, y d) período de la teoría
general del proceso, con el propio Carnelutti como guía.
Aun siendo cuatro, esas fases se reducen, como los
mandamientos, a dos: las dos primeras pertenecen de lleno al
procedimentalismo, sin más diferencia que la de ser Borsari
y compañía simples comentaristas, y Mattirolo y Mortara,
tratadistas; las dos últimas, separadas por Carnelutti al solo
objeto de no someterse al pontificado de Chiovenda y de
proclamar el suyo propio, forman parte del procesalismo
científico. Se dice que si el fundador del procesalismo
alemán lo fue Bülow y su fecha de arranque 1868, el del
italiano lo ha sido Chiovenda y su año de nacimiento, 1903.
Entonces, Chiovenda, que ya había publicado su espléndido
libro La condena en costas, lee en Bolonia, al inaugurar el
curso académico, la disertación acerca de La acción en el
sistema de los derechos, con razón reputada como el
manifiesto de una nueva escuela. Como he intentado
demostrar, dos grandes figuras del procesalismo germánico
influyeron poderosamente sobre Chiovenda: Wach en la
orientación y en el método y Klein en el ideario de la
reforma procesal, a cuya prédica consagró el maestro de
Roma largo y ejemplar apostolado. Pero habiendo sido
Chiovenda el primero en reconocer esas influencias, no cabe
exagerarlas, como a veces se ha hecho, hasta el punto de
reducir su extraordinario esfuerzo científico a una mera labor
de importación y adaptación de teorías alemanas. Con
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método e instrumental germánicos, porque entonces eran
insuperables, Chiovenda trabajó fundamentalmente, para
restaurarlas o pulirlas, sobre instituciones romanas e
italianas. En la esfera procesal, ninguna escuela, ni siquiera
la de Wach, ha sido tan fecunda en su irradiación, como la
italiana de Chiovenda, cuyo influjo se ha extendido inclusive
a los procesalistas penales, no sólo en cuanto al método, sino
a veces también en cuanto a la aceptación, más o menos
modificada, de sus postulados y conclusiones. Esa escuela,
además, a través de lecturas directas o de las ya numerosas
traducciones castellanas, se ha propagado fuera de Italia,
especialmente por Portugal (donde tiene en Dos Reis su
embajador extraordinario), España y América. D'Onofrio,
Calamandrei y Couture, en diversos trabajos, han formado
listas muy completas de sus más destacados militantes.
Muerto Chiovenda en 1937, a la cabeza de sus continuadores
queda su discípulo predilecto, Piero Calamandrei, a quien
debemos cinco magníficos volúmenes de Estudios y, sobre
todo, su monumental Casación civil, escrita en plena
juventud, sin contar con las Instituciones ni con su
intervención preponderante, asociado a Carnelutti, Redenti y
Conforti, en la redacción del vigente código italiano de
procedimiento civil, promulgado en 1940. A su lado
colocaremos a Enrico Tullio Liebman, que durante sus años
de exilio explicó en el Brasil, se ha especializado en el
examen de la cosa juzgada y de la ejecución. Capítulo aparte
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exigen los dos hombres que, con Calamandrei, componen
el triunvirato de los máximos procesalistas civiles italianos, a
saber: Redenti y Carnelutti. Redenti es, procesalmente, un
conservador; Carnelutti, un revolucionario incesante.
Redenti ha dejado en sus Profili pratici lo mejor de su
experiencia; Carnelutti en sus tres exposiciones de Derecho
procesal civil (Lecciones, Sistema e Instituciones) y en las
todavía no conclusas Lezioni sul processo penale lo más
brillante de su imaginación. Carnelutti, más genial que
Chiovenda, reúne, sin embargo, muchas menos condiciones
de maestro, es que Chiovenda ha podido legar un método,
mientras que a Carnelutti, aun queriéndolo, le resultaría
imposible transmitir su temperamento, como Goldschmidt
en Alemania, Carnelutti es uno de los poquísimos
procesalistas que ha cultivado, aunque con desigual
intensidad, tanto el enjuiciamiento civil como el penal. En
Latinoamérica, el mejor procesalismo americano se
encuentra en Sudamérica siendo reconocido la magnifica
obra de Podetti, Couture, Alsina y Sentís, influenciados por
las corrientes de Europa, siendo predominante la italiana2; el
debate actual de la doctrina procesalista se divide por los
partidarios del activismo procesal que encabeza Augusto M.
Morello confrontado por el garantismo procesal defendido
por A. Alvarado Vellozo.
Como antecedente fundamental del activismo
procesal que vértebra estas líneas, conviene mencionar que
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el sentido socialista de la ciencia jurídica europea,
especialmente la germánica, encontró la influencia de las
reformas legislativas, con la obra de Franz Klein en Austria
(Ordenanza procesal civil –Z.P.O.- de 1895) y después con
la corriente que condujeron ala reforma del Z.P.O.
(Zivilprozessorudnung) alemana de 1.933; según tales
doctrinas, el abandono de la neutralidad del juzgador se
justificaba por la necesidad de actuar para que la igualdad
de las partes en el proceso, no sólo fuese formal, sino
sustancial y efectiva, lo que no era posible sino permitiendo
al juzgador acudir en ayuda de la parte socialmente más
débil, sustituyéndola en cuanto a su deficiente iniciativa en
el terreno probatorio. Desde este punto de vista ideológico,
la neutralidad del juzgador aparece, pues, más como garantía
de justicia, como confirmación de privilegios sociales3.
Juez activo:
El rol activo del Juez, encaminado a constatar los
hechos aducidos por las partes en el proceso civil, se
materializa a través de aquellas medidas de prueba que
puede válidamente llevar adelante cuando a su criterio
resulten razonables, y toda vez que con ello no se afecte el
derecho de la defensa en juicio de las partes, con la finalidad
de conocer la verdad jurídica objetiva o real del caso y poder
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así dictar una sentencia ajustada no sólo a derecho sino a
los hechos que son objeto de juzgamiento.
De este modo el ideal de justicia no puede
conformarse con que de cada juzgamiento emerja una
sentencia formalmente válida dictada por un Juez
impersonal y con carácter de espectador pasivo pero
alejado de la realidad, puesto que los procesos que se juzgan
suponen realidades, hechos ciertos, expectativas tanto de
aquel que pide justicia como de aquel que con igual derecho
propone una posición jurídica distinta basada igualmente en
hechos de la realidad que se vive.
El Juez actúa por un lado dentro del proceso como
director en el control formal en cuanto se refiere a la
tramitación correcta del proceso, velando que se respete el
debido proceso legal en la defensa en juicio de las personas
y por el otro lado juzgando la pretensiones de las partes, con
lo cual se atiende a la protección de los derechos de las
personas, ambas actividades con rango constitucional de
conformidad a lo que dispone el art. 16 de la CN., que
expresa: “La defensa en juicio de las personas y de sus
derechos es inviolable. Toda persona tiene derecho a ser
juzgada por tribunales y jueces competentes, independientes
e imparciales”, lo que conlleva el mandato primario en
cuanto a que el juzgamiento del caso se realice respetando el
derecho a la defensa en el proceso con todas las garantías y
que ese mismo juzgamiento sea el medio para el
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reconocimiento del derecho de los litigantes, para lo cual
no es suficiente que el Juez se limite a estudiar dentro del
microcosmos del proceso aquella verdad que surge de las
alegaciones y pruebas aportadas por las partes que en
algunos casos resulta insuficiente para llegar a la verdad
material de los hechos y con ello dictar una sentencia
ajustada a derecho y fundamentalmente justa, es que el
proceso al constituir el instrumento para impartir justicia,
aún cuando lo debatido sea una cuestión de partes
exclusivamente, sin embargo al intervenir el Estado como
órgano jurisdiccional, mal puede conformarse con alcanzar
una verdad meramente procesal en detrimento de la realidad
y el derecho de los justiciables que acuden a el para obtener
la satisfacción de sus pretensiones y el reconocimiento de
sus derechos, desde que toda la sociedad se encuentra
interesada en mantener el servicio de justicia eficiente,
confiable y seguro, que con ser costoso en términos
económicos para los contribuyentes, no se justificaría si los
jueces se limitaran a valorar exclusivamente los hechos
alegados confrontadas con las pruebas allegadas al proceso,
sin tener la posibilidad de buscar la verdad real; valga aquí
citar a Calamandrei que expuso: "…de la consideración de la
jurisdicción, también en materia civil, como una función
pública, se deriva la necesidad técnica de dar al juez todos
los poderes necesarios para poder cooperar activamente a la
satisfacción del interés público que también en el proceso
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civil está en juego; y basta reconocer el carácter público
de la función jurisdiccional para deber considerar como
técnicamente inadecuado a los fines de la justicia un sistema
en el que el juez asiste como espectador impasible ...el juez,
también en el proceso civil, debe estar en todo caso provisto
de los poderes indispensables para administrar la justicia de
un modo activo, rápido y seguro: no vale objetar que cuando
la materia de la contienda pertenece al derecho privado
también la marcha del proceso se puede considerar como un
negocio privado, cuya suerte puede abandonarse al interés
individual de los contendientes; por el contrario también en
los procesos sobre controversias de derecho privado entra en
juego, tan pronto como se invoca la intervención del juez, el
interés eminentemente público que es la recta y solícita
aplicación de la ley al caso concreto"4.-
Siendo que a las partes les compete definir los
hechos y asumir con la carga de aportar las pruebas, para
convencer al Juez conforme se desarrolla normalmente los
procesos, en determinadas situaciones, sea porque el material
probatorio resulta insuficiente o poco esclarecedor a los
fines de determinar la realidad de las circunstancias fácticas
alegadas y controvertidas, el Juez se encuentra en una
situación de indeterminación o duda respecto a la decisión
que pueda adoptar, en cuyo caso esa decisión ya no
pertenecería al campo de lo racional, sino al alea de la
simple elección de dar la razón a uno u otro litigante sin la
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necesaria convicción de juzgar sino de limitarse a cumplir
con esa obligación legal de dictar la sentencia para el caso, a
pesar de no estar convencido de la razón o sinrazón de
aquel a quien en definitiva favorecerá reconociéndole un
derecho, suscitándose en esta contingencia un estado de
violencia en el propio ánimo del Juez que trasladado al fallo
lo llevará a valorar elementos de pruebas débiles o poco
convincentes con la finalidad de hacer aparecer la decisión
como razonable convirtiéndose el propio Juez en un defensor
de su propio argumento y no en un Juzgador del derecho de
las partes litigantes, desvirtuándose así el sistema
jurisdiccional de impartición de justicia.
Es por ello que las reglas procesales contenidas en el
Código Procesal Civil faculta al Juez a utilizar los medios
para formar su convicción sobre los hechos litigiosos y
esclarecer la verdad jurídica objetiva con el diligenciamiento
de pruebas de oficio, diligencias o medidas de mejor
proveer, bajo ciertas condiciones procesales y con la
condición de asegurar el control bilateral.
Bibliografía:
1
Montero Aroca, Juan, “La nueva ley de enjuiciamiento civil española y la oralidad”,
http://www.eldial.com.ar/bases/doctri/notas/nt020627.asp
2
Fuente: http://www.bma.org.mx/publicaciones/elforo/elforo18_97/50-02.html
3
Denti Vittorio, Evolución del derecho probatorio en los procesos civiles contemporáneos, trad. de Niceto Alcala-Zamora y
Castillo.
4
Calamandrei, Piero "Estudios sobre el proceso civil", p.369, Ed. Tea, Bs. As., 1945.
5
M.A. Gurvich Derecho procesal Civil Soviético, v. http://www.bibliojuridica.org/libros/libro.htm?l=674
6
Luhmann, Niklas Legitimation durch Verfahren, p. 34, Brasilia (Editora Universidade de Brasilia), 1981.
7
Art. 243 del CPC: Apertura a prueba. El Juez recibirá la causa a prueba, aunque las partes no lo pidan, siempre que se
hubieren alegado hechos conducentes acerca de los cuales aquellas no estuvieren conformes.
8
Véase el sitio web: http://noticias.juridicas.com/base_datos/Privado/l1-2000.html
9
Morello, Augusto Mario, El Juez y la Magistratura, p. 70, Rubinzal – Culzoni Editores, 1999.