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ARCOS DE TRIUNFO ROMANOS

POR LA FUERZA DE LAS ARMAS

El imperio romano. Es posible que muchas veces no reparemos,


cuando evocamos este concepto, en que la expansión de Roma por
todas las orillas del Mediterráneo no se hizo, ni mucho menos, de
una manera pacífica. Que fueron múltiples las guerras y las
campañas militares que se ocultan tras esa idea imperial, de puro
dominio de otros pueblos, que Roma descubrió muy pronto, casi en
los primeros tiempos de la República.
Arco de Tito (81 d.C.) y detalle de uno de sus relieves. Roma.

En todo caso, la guerra fue un instrumento muy habitual en la


política de todas las grandes civilizaciones de la Edad Antigua, pero
quizás sea con los romanos cuando las actividades militares y las
tareas con ellas relacionadas alcanzan un nivel superior. Ni la
ferocidad de los asirios, ni la rigidez de los espartanos encuentran
parangón en el genio militar romano, que convierte a las actividades
bélicas en todo un modelo de organización y eficacia, basado en un
nuevo tipo de unidad militar (la legión) y una inconcbible duración de
lo que ahora llamaríamos servicio militar, obligatorio para todos los
ciudadanos entre los 17 y los 45 años y aún después, al formar
parte forzosa de los contingentes de reserva.
Arco de Septimio Severo (203 d.C., Roma) y detalle de su vano central
(izquierda e inferior).

La importancia de lo militar en
el mundo romano implica necesariamente la de aquéllos que
dirigían el ejército y, en consecuencia, el cursus honorum de
cualquier político romano exigía su participación directa en las
campañas de guerra y el que éstas, si concluían en victorias,
pudiesen traer aparejada la proclamación por el Senado del "triunfo"
del vencedor. Fue así como Roma, desde época muy temprana,
comenzó a festejar la victoria de sus jefes guerreros, erigiendo
construcciones efímeras (arcos triunfales) bajo las cuales desfilaban
las tropas o los prisioneros de guerra o se exponía parte del botín
obtenido, mientras tenían lugar en la ciudad celebraciones diversas.
Estos arcos de triunfo eran levantados en madera o ladrillo pero con
el tiempo, y llegados ya a la época imperial, pareció más
conveniente edificarlos en piedra, tratando así de asegurar de
manera imperecedera la gloria y la fama de aquellos a quienes
estaban dedicados.
De este modo se
llegó a lo que hoy identificamos propiamente como arco de triunfo
romano, una construcción pétrea y exenta en la que se abre un
número impar de vanos (por lo común uno o tres, en este caso
siendo el centarl de mayor altura y anchura que los laterales) y
decorada con relieves alusivos al hecho conmemorado y otros
símbolos (por ejemplo, victorias aladas), disponiéndose además en
una de sus caras o en ambas inscripciones en letra capital que
narran las campañas realizadas y elogian a quien las dirigió. Ni
siquiera era necesario que el arco triunfal estuvise erigido en la
propia Roma, de forma que hoy podemos disfrutar de algunos de
estos ejemplares en los más diversos rincones del imperio, pero son
sin duda los de la ciudad imperial los más conocidos, todos ellos
levantados a la memoria de sendos emperadores: el de Tito (año
81), de un único vano, que conmemora su victoria sobre los judíos,
el de Septimio Severo (año 203) que celebra su triunfo sobre los
partos, y el de Constantino (año 315) con el que se rinde homenaje
a su victoria sobre Magencio en la batalla del puente Milvio, siendo
estos dos últimos de tres vanos.
Arco de Constantino (315 d.C) y detalle de uno de los relieves laterales.
Roma.

Desde entonces, y siguiendo el modelo romano, ha sido una


costumbre bastante común este fenómeno de conmemorar
arquitectónicamente las victorias militares y se cuentan por
centenares los arcos de triunfo de todas las épocas. En el fondo nos
recuerdan cómo la historia de la humanidad se ha
levantado muchísimas veces sobre la muerte y el dolor. Son la pura
imagen del triunfador que dominó a otros... por la fuerza de las
armas. Como sigue sucediendo hoy, desgraciadamente

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