Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Quien conoce a Juan Acevedo en una reunión social no puede imaginarlo encerrado
en su estudio, ubicado en su casa miraflorina con el teléfono descolgado rodeado de
libros de historia del Perú y del mundo, caricaturas, historietas y dibujos de humor
gráfico: arte y más arte. Yo tampoco lo imaginé así: devoto de San Trabajo. Pero es lo
que ha hecho siempre.
Algunas cerámicas incas adornan sus muebles y la escultura de su hijo más famoso,
el Cuy, -que fue regalo del artista Alonso Núñez- se ubica, muy cómodo, en la
alfombra.
Al entrar solo me pidió –indirectamente- una condición: hablemos del Cuy más tarde.
El día anterior había sido entrevistado y ese pequeño animalito había capturado la
charla. Así que conversamos largamente sobre su niñez y su vocación. Nos olvidamos
un poco del Cuy, del cual se conoce bastante, para recordar otros trabajos.
Después del lonche, nos dimos cuenta que ya habían pasado tres horas. Me prometió
una segunda cita y otro cafecito. Poco más de una semana después se dio el segundo
encuentro.
Las reuniones fueron dos miércoles. Ese día dispone de un poco más de tiempo. Juan
tiene una dinámica pero no siempre logra cumplirla. El sábado en la tarde o noche
comienza a pensar los guiones de la historieta diaria para Perú.21. Lo normal es que
lo termine el lunes, pero el domingo ya tiene que comenzar a dibujar la tira. Cada una
le toma tres o cuatro horas.
A veces logra completar la serie a la medianoche del lunes. La envía a Germán Luna,
su asistente, para que le ponga color. Y eso está listo al día siguiente. Si sigue este
plan ideal puede tener libre el martes, miércoles y jueves. El viernes inicia el proceso
de preparación de Love Story, su historieta política en el mismo diario. Durante la
semana ha señalado con tinta roja los comentarios en cada noticia. A veces comienza
desde el jueves o a la primera hora del viernes. Suele terminar todo a las 6:30 ó 7 de
1
la noche. “El viernes es sagrado. A veces descuelgo el teléfono porque si me llaman
me distraen”.
El día de descanso que no toca por nada del mundo es el sábado. El domingo sigue el
trabajo. Cuando se sale del plan, retrasa su tiempo para la investigación. “Desde este
año, estoy estudiando, fichando y sistematizando un estudio sobre la historia del
humor gráfico”, expresó muy entusiasmado.
No obstante, este hombre de 60 años, autoproclamado solitario, nunca está solo. Los
incontables personajes de sus historietas siempre lo acompañan.
−Esto parece la página de Love Story (risas). Cada persona y cada pareja encuentran
su manera de serlo. Ella vive cerca de aquí. Suelo ir caminando a su casa, además,
ella puede dormir aquí o yo duermo allá. Ya no es como antes que había una presión
social para que la gente viva junta. Pierina anda también muy dedicada a lo suyo. El
hecho que lo esté ha resultado clave para que ya estemos nueve años juntos, sino ya
hubiéramos peleado (risas).
Años atrás, Juan Demetrio Acevedo Fernández de Paredes estuvo casado. Luego de
doce años, a sus treintaicinco, se separó. Desde el 2001, está acompañado de
Pierina, nueve años menor que él, psicóloga y gran apoyo. De hecho, ha agradecido
públicamente –en al menos un libro- a su novia.
2
que soy súper sociable. Me gusta ir de vez en cuando a reuniones, y bailo, gozo, pero
luego me encierro. Tengo una vocación un poco monacal.
−Siempre me gustó dibujar cosas que hicieran reír a los demás. En primaria hacía
dibujos sencillos que pretendían ser retratos o caricaturas de los alumnos, de los
profesores, pero sin intención de burla.
En secundaria, en el Mariano Melgar de Breña, los chicos eran mucho más listos y
más palomillas, y me dediqué a aprender de ellos. Yo estaba acostumbrado a ser el
primer puesto en la primaria, pero aquí me encontré con algunos que destacaban más
que yo en el estudio, y también con gente que dibujaba mejor que yo. Era un colegio
inmenso y había de todo, también delincuentes infantiles y juveniles.
Pasé invicto en primero de media, pero en el siguiente año mi adaptación fue tan
buena que me jalaron en dos cursos. Mi papá trabajaba en Arequipa. Era militar y lo
habían enviado allí. Mi mamá le escribió diciendo que a mis 12 años era incontrolable.
Después de un examen de ingreso, entré al colegio militar Francisco Bolognesi de
Arequipa. Era el más enano de todos. Recuperé la disciplina, aunque nunca llegué a
ser lo que se llamaba un Cadete Distinguido, status que se lucía en el uniforme con un
cordón rojo, y que se obtenía si sacabas 14 de nota, mínimo, o si en algún curso se
bajaba de 14, el promedio debía ser 16. Era dificilísimo sacar 14.
−A veces algún alumno me echó en cara ser hijo de milico, cachaco, y todo lo que se
piensa de los militares. No me hizo mella, yo estaba orgulloso de mi papá, admiraba
su disciplina y verlo estudiando en casa. Un profesor de Lenguaje, en ese laberintoso
segundo de media, me jaló, y al hacerlo me dijo que él había estudiado en colegio el
San Juan de Trujillo, y que allí mi papá era un alumno brillante. “Qué vergüenza, su
padre fue primer puesto y usted es un vago”, me dijo. Me dio rabia, sentí que era
injusto. No tenía las palabras para contestarle, pero entendía que cada persona tiene
su proceso, que el crecimiento de un estudiante no sólo se mide por sus notas, y que
por último, carajo, mi viejo era Enrique y yo era Juan. Eso es algo que los padres
tardamos en entender. Esas referencias a mi papá ya las sabía, pero no hubo muchas
en Arequipa.
3
Aprendí muchas cosas. Estaba lejos de mi familia, mi papá regresó a Lima y yo me
quedé en Arequipa. Mi mamá me enviaba cartas, propinas, pero yo no me sentía
huerfanito, me sentía muy bien.
Al año, Juan regresó a la mini ciudad que encontró en el Mariano Melgar. Durante su
último año de estudios secundarios, su padre le preguntó qué carrera seguiría. Ni lo
había pensado. Su padre le sugirió entonces que fuese abogado, él mismo así lo
había hecho cuando era capitán, y un tío suyo también ejercía esa carrera. “Mis
padres respiraron cuando dije: ‘Ya, pues’”.
Lo que siguió después fue una “guerra”. Le dijo a su padre que no pasaría a la
Facultad de Derecho, que seguiría Historia del Arte en San Marcos porque quería ser
un “doctor en arte”.
-¿Hubo problemas?
−Fuertes. No de un rato, sino de años. Entre mis opciones consideraba ser historiador,
literato, psicólogo, sociólogo, filósofo, incluso pensaba en ser sacerdote porque me
atraía la vocación religiosa. Eso último lo descarté porque no me gustaba la idea de no
tener mujer ni hijos. “¿Quieres ser pintor? ¿De qué vas a vivir?”, preguntó mi padre. Le
dije que no iba a ser un artista sino un crítico de arte, un investigador. En ese
momento yo mismo avanzaba con temores y no me atrevía a levantar mi programa
máximo, es que ni yo lo conocía. Para él era una doble decepción, a cual peor, dejaría
la Universidad Católica para pasar a la de San Marcos, dejaba la abogacía para pasar
a historia del arte, ¿qué era eso? Empecé la nueva carrera y, en cuanto comencé a
asistir a mis clases, sentí que había acertado.
El artista tiene cuatro hermanos. Su hermana mayor, Clara, ya era asistenta social;
Rommel, sería economista; Martiza, obstetra, y Liliana, profesora de inicial. “Mi papá
estaba muy preocupado. Sentía que me estaba descarrilando. No me lo prohibió, pero
siguió el hielo, era una guerra sorda. Fueron años de combate entre los dos. Mi mamá
entendió que esa era mi decisión y que sólo por eso debía apoyarme.”
−Mi papá pagó el primer año y creo que el segundo de Artes Plásticas…
−Tengo entendido que no has militado en ningún partido, pero tus historietas
estuvieron muy vinculadas al socialismo. ¿Piensas igual que antes?
−Estuve cerca de Izquierda Unida, no como militante sino que compartía algunas
ideas centrales. No fui militante porque tengo algunas limitaciones: no aguanto a la
gente que fuma mucho y me aburren las reuniones donde sólo se discute de política.
Padecían mis bronquios y mi cabeza. Algo similar ocurre con mi religiosidad. Soy
creyente católico, pero no tengo vocación de feligrés. Soy socialista y católico, pero
individual. Me es difícil imaginarme como miembro de un partido político, siempre he
sido muy celoso de mi independencia. Pero pensaba que el mundo tenía que caminar
a la justicia social y que eso no estaba reñido con la libertad individual…
− ¿Pensabas o piensas?
−Pensaba que el socialismo era la alternativa para el país. Creía que el régimen
socialista traería soluciones de tipo social, de bienestar para la gente. Creía, creo, que
hay que construir algo distinto, con un estado eficiente al servicio de la comunidad, de
su realización como personas, y no un simple árbitro que permite a algunos lucrar en
perjuicio de los demás.
−En tiempo de los militares mis dibujos estaban centrados en la lucha por la
democracia, por la libertad de expresión y por una sociedad justa, sin las
discriminaciones que caracterizan a nuestro país y que vienen de tiempos coloniales.
Después, en pleno 1986, a la mitad de la guerra interna, hice unas tiras del Cuy que
salieron publicadas en el diario La Razón (dirigido por José María Salcedo y de
propiedad de Gustavo Mohme) y que fueron atacadas desde los dos extremos, porque
se me ocurrió mencionar que Sendero y las FFAA actuaban de la misma manera. Me
atacaron públicamente y tengo los impresos de esos medios. Yo no sé bien, no he
conocido a Sendero por dentro, pero pienso que allí también habrá habido gente
buena, pero engañada, y algunos se volvieron sanguinarios… Caray, era como si
hubiesen bebido sangre, qué manera de actuar…
− ¿Hubo represalias?
−No que yo me enterase. Las represalias parece que vinieron de parte de otros,
cuando en los siguientes años no me abrieron las puertas de los periódicos. En un
medio me dijeron que el Cuy estaba identificado con la izquierda y que de eso no se
quería saber. Supongo que me tocó pagar pato, igual que a muchos políticos. Aunque
ellos pagaron un pato mayor, en las elecciones siguientes se vio eso.
−Hubo una excepción en 1995, cuando por medio año tuve una página diaria en el
periódico El Mundo. Además, a comienzos de los noventa, tuve un espacio en la
Revista Sí, pero nada más. En El Mundo no hice al Cuy, sino a la Araña No. En esos
6
años también trabajé en ONGs sobre derechos del niño y el adolescente, así como
sobre derechos de la mujer. Entre el 2000 y 2004 retomé un proyecto de 1995: contar
en historieta la historia de América Latina, pero desde los derechos de los niños. Ellos
eran los protagonistas principales. Se publicaron cuatro tomos a todo color, que se
presentaron en Madrid. Todo eso iba muy bien, pero yo extrañaba el trabajo en el
periodismo, quería llegar a la gente cada día…
−Qué va. Tres años después volví a proponer la tira del Cuy y la razón que me dieron
fue buena: “¿Por qué no creas algo propio para el periódico?” No querían algo que
había nacido en otro medio. Me pareció razonable, hice nuevas tiras y esperé bastante
tiempo. La aceptación vino un año después, con Fritz Du Bois como director.
En marzo del 2009, nace la tira de El Barrio. El Cuy aparece eventualmente, pero a la
manera de un invitado, es otra historieta que yo no había imaginado antes, sus
protagonistas están naciendo o creciendo cada semana, responden a los tiempos que
vivimos actualmente.
−Y ya puedo incluir la pregunta: ¿Qué es lo que piensas ahora? ¿De qué manera tus
nuevos personajes expresan esa manera de pensar?
−Sigo creyendo que para llegar a la justicia social –como igualdad de condiciones-
tiene que haber un cambio de mentalidad, tenemos que aprender a respetarnos,
todos, a superar los abusos, los complejos y las discriminaciones. Trato que mi trabajo
sea una marcha a un cambio, pero mi objetivo principal es entretener, si no logro eso
no pasa nada. Lo que quiero es que la tira exprese lo que yo voy pensando y sintiendo
y que la gente siga la tira.
Los personajes de Juan Acevedo son incontables, pero el más popular es el Cuy, que
nació en 1977, pero que conoció a sus amigos –desde el diario La Calle- recién en
1979. No fue elegido solo por ser un roedor sino por representar lo peruano. Además,
eso le recuerda al cuy que mató –sin querer- a los seis años. Luego le dio esposa y
cuatro hijos, cuatro cuycitos como los que perdió la cuya, porque resultó ser hembra el
animal que ahogó cuando era pequeño.
También está Manuelito uno de tantos, el primero de todos sus personajes; Piolita, en
la revista Collera (1978); la Araña No (1987); Luchín González (1987); El Pato Lógico;
las historietas de Pobre Diablo; Anotherman; entre muchos más. Si le pregunto con
cuál se queda, no tiene respuesta. Solo dice que tiene un cariño muy especial por
Pobre Diablo porque se trata de una historieta personal, casi en su totalidad
autobiográfica. “Pobre Diablo registra parte de mi vida, está basado en mis diarios
personales, a veces sus páginas, en las que mezclo sueños y fantasías y análisis de la
realidad, sólo han sido sacadas de mis cuadernos y pasadas a limpio”. Le pregunté
por la costumbre de seguir un diario. “Lo abro una vez a la semana y lo dejo. Eso lo
7
hago hace muchos años, más de treinta. Hay gente que va al psicólogo, yo escribo.
¿Dibujo? A veces. Tiene que ver con cómo me siento. Cuento mis cosas, me ayuda a
ordenarme”.
María, quien le ayuda en la casa, había dejado todo listo. Podía elegir entre
mermelada de fresa, queso, hasta mantequilla de maní para acompañar el pan.
Además, había una serie de hierbas: cedrón, hierbaluisa, manzanilla y una mezcla de
todas en la tetera. Insistí con el té. Eso tomé.
Sonó el teléfono, una, y tres veces más hasta que decidió dejarlo colgado. Solo
entonces retomamos la conversación sobre las diferencias de los términos que definen
su arte.
En el siglo XVIII, y especialmente en el XIX, su uso ya no fue sólo político, sino que
también hace crítica de costumbres. Ahí se acerca al humor gráfico, la caricatura no
solo es la burla de la persona, tiene una carga expresionista. En el caso del humor
gráfico, parece que surge en la prensa, en el siglo XIX. Debe estar vinculado a la
caricatura y a las costumbres. Un antecedente puede encontrarse en los azulejos y
otras artes populares como los grabados.
Mi vocación principal es narrar, y de eso se trata en la historieta, que surge a fines del
siglo XIX y crece en los medios estadounidenses.
−Sí, a mediados de la última década del siglo XIX, y es hasta la primera década el
siglo XX que se crea el lenguaje de la historieta.
8
Juan nació en Pueblo Libre, “rodeado de chacras y con acequias de tiempos
precolombinos”, y de allí no se movió hasta sus 50 años. Ahora vive en Miraflores. Aún
conserva el cariño a la camiseta de Alianza Lima y recuerda su época de arquero en el
colegio, “fulbito, en cancha de cemento, terminaba el partido con las rodillas
sangrando, pero feliz”. Repasamos su pasado lejano y los orígenes de su apellido
materno, muy español, por cierto. A Juan le gusta mucho recordar. Y en ocasiones le
viene a la memoria los orígenes de las palabras que está por enunciar. Lo hizo en
varias ocasiones y se lo deja de tarea a los comentaristas de su blog. Le envía la
palabra de su historieta diaria y ellos escriben un editorial a partir de ella. Él publica los
comentarios debajo de cada gráfico.
Antes no era así. En setiembre del 2008, convencido por el periodista Marco Sifuentes
y su adorada Pierina, decide lanzarse al ciberespacio con el Cuy y sus amigos.
Publicaba una tira diaria, casi siempre en blanco y negro, pero el tiempo no le dio para
más. Sin embargo, parece gustarle haberse acercado a este medio e incluso a la red
más popular del momento, Facebook, desde donde lo contacté.
−Sí. Veo en el blog la demanda que van teniendo los personajes, qué es lo que quiere
el lector, qué es lo que le da cólera…
−Ya lo creo. Sí que influyen, pero a veces puedo rebelarme ante lo que piden. Pero es
interesante, me hacen ver cosas…
− ¿Dejarías el papel?
−En este momento no, porque me encanta los medios impresos, lo que se puede
agarrar, me encanta (risas). Me encantaría publicar una revista semanal del Cuy, sería
precioso.
Juan tiene la costumbre de guardar todo lo que hace, bueno o malo, por eso ha podido
publicar recopilaciones y tener algunos trabajos a la vista, inéditos. Así es,
cachivachero. Nunca ha dejado de hacer historietas, para él y para un público
determinado. En su diario, almacena algunas.
9
navegar por otras dimensiones, así como el Cuy, su fiel amigo, lo hizo recordando la
Lima antigua e incluso la prehistoria.
10