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ENSAYO
Reflexión crítica a “Oficina Nº 1”
Marzo, 2011
INTRODUCCIÓN
El presente ensayo tiene como propósito hacer una reflexión crítica sobre el
pensamiento político venezolano a partir de la narrativa que nos ofrece Miguel Otero
Silva en Oficina Nº 1, su tercera novela, publicada en 1961.
La reflexión se centró en el análisis de las categorías: cultura petrolera,
implantación de ciudades, construcción social de pueblos, civilización y barbarie,
dominación económica e ideológica, a través de los hechos históricos, manifestaciones
y relaciones que se suscita entre los personajes de la novela, que de manera intencional
Otero presenta, para que los lectores puedan develar el nacimiento de un campo
petrolero en torno al pozo Oficina Nº 1, el primero del Oriente de Venezuela. La
transformación de este pozo en un pueblo-ciudad petrolero; así como su desarrollo
anárquico. Se trata de la ciudad de El Tigre, ubicado en el Estado Anzoátegui.
El análisis revela que con la implantación de las compañías petroleras la
integración de la cultura foránea, moderna, norteamericanizada con la cultura nacional,
ésta adquirió rasgos característicos de la cultura del petróleo; pero que en algunas zonas
del país se mantienen fisonomías propias de la cultura criolla, debido a que se resiste a
ser integrada totalmente, a pervivir, a una modernización desigual y desintegradora, a
hacer frente a la colonización que aún no ha concluido.
Varios son los elementos con los que se puede explicar el pensamiento político
venezolano actual, entre algunos la aparición del petróleo, el desarrollo de la clase
dominante, la implantación1 como proceso de formación de sociedades y su articulación
con el sistema capitalista mundial. Al respecto, Quintero (1985:2) señala:
“La ocupación de los territorios, el saqueo de las
poblaciones…, la transformación de estos países en colonias,
provoca la detención de su desarrollo y una regresión de su
cultura. El fenómeno tiene su explicación en el hecho de que
estos pueblos son privados de las condiciones materiales más
elementales indispensables para el desarrollo de su cultura, y
porque se construyen barreras artificiales que los separan de la
cultura universal… Las relaciones entre los países se desarrollan,
no sobre la base de la igualdad en el derecho, de la cooperación y
de la ayuda mutua, sino sobre la base de la dominación del más
fuerte sobre el más débil”.
cuales firma con el seudónimo Mickey. En marzo de 1937, es expulsado del país, bajo la
acusación de "comunista"; viajando a México y otros países; en estos momentos publica su
primer poemario, Agua y Cauce. En 1941 funda, junto a Francisco José "Kotepa" Delgado y el
pintor y caricaturista Claudio Cedeño, El Morrocoy Azul, semanario humorístico. Ese mismo
año, crea el semanario de izquierda Aquí Está. En 1943, en plena Guerra Mundial, funda El
Nacional. Muere en Caracas el 28 de agosto de 1985, dejando un amplio legado literario que
abarca desde obras de teatro hasta poemas.
3
“Oficina” es el nombre de un grupo de campos petroleros, “aproximadamente 100, en el
centro de la cuenca de Maturín. El primer hallazgo fue el campo Merey, en abril de 1937”.
Martínez (1999:112), citado por (Otero, 2001:16).
4
Novela de Miguel Otero Silva sobre una ciudad de los llanos de Venezuela llamada Ortiz,
publicada en 1955. Para estas décadas ya bullían por el interior venezolano ciudades
petroleras netamente consolidadas. Carmen Rosa, protagonista de esta novela, así como de
Oficina Nº 1, con doña Carmelita, su mama, y Olegario inician el viaje hacia El Tigre, Oficina
Nº 1, huyendo de la decadencia del pueblo Ortiz, en busca de una nueva vida. En el prefacio
de la novela Oficina Nº, escrita por Miguel Gómez, se lee: “abandonaba un pueblo sobre el
que la postración y la enfermedad se habían abatido…” (p. 7).
limitados y cercenados, que viven una vida irrealizada, pero impregnados de una férrea
esperanza que no doblegan por nada del mundo.
La novela caracteriza socialmente el momento histórico de una Venezuela agraria
en tránsito hacia su condición de República petrolera.
5
Francis J. Taylor, representaba al americano, jefe de operaciones del Campo petrolero
“Oficina Nº 1”.
6
“… posesión de una lengua común y un modo de vida compartido que permiten integrar la
variedad de forma de vida cotidiana –privada o pública- que dan su especificidad a la
existencia de ese pueblo. (Véase Sanoja O., Mario y Vargas-Arena, Iraida. (2008). “La
Revolución Bolivariana. Historia, Cultura y Socialismo”. Ministerio del Poder Popular para la
Cultura. Primera Edición, pág. 155)
proyectan hacia la ciudad. La pugna entre los elementos de resistencia y la cultura del
petróleo se expresa en fricciones que afloran con frecuencia, que desaparecen al entrar
en juego la poderosa maquinaria de dominación cultural de los colonizadores.
La Cultura del petróleo y la construcción social del pueblo: El Tigre
Carmen Rosa, doña Carmelita y Olegario inician el viaje hacia la tierra
desconocida, deteniéndose en Oficina Nº 1, en el lugar donde, precisamente, cierto
aroma a petróleo, parece conducir a una vida utópica, como el sueño de una Tierra
Prometida, de un lugar donde, sin obstáculos, puedan llegar a ser lo que son o lo que
creen ser, desarrollando formas de vida propias de buscadores de utopías, que según
García (1962) los buscadores de utopías huyen “en general de realidades que lo
impulsan a abandonar el lugar nativo sin poder llevar pertenencia”; marchan sin rumbo
fijo, sólo quieren un lugar, un destino a las “buenas de Dios”.
De ese modo los tres personajes de esta novela inician, por tanto, la llamada de la
aventura, que encarna un verdadero viaje de revelación, y “cruzaron caminos, trochas,
arenales, lechos de ríos, matorrales y barrancos” (p. 29); “pajonales chamuscados”;
“sabanas resecas, sin un árbol, sin un charco de agua, sin un ser humano, sin la sombra
huidiza de un pájaro” (p. 30). Ese espectáculo de ambiente y paisaje que los tres
viajeros atraviesan en el camión del trinitario Rupert, funda una “ruta agresiva y
abrupta”. A medida que avanzan en su travesía, se convencen de que aquella tierra
salvaje, de ademanes antropomórficos, amenazante y devoradora, estaba surcada por
huellas de animales, cuyas «pezuñas asolaron la paja y sembraron una ancha cicatriz
terrosa que cruzaba la llanura» (p. 31). La ruta de aquellos navegantes del llano se
dirigía hacia ese “oriente”, donde estaba el porvenir. En la narración, Otero devela
algunos espacios del itinerario: Ortiz, Santa María de Ipire, Pariaguán, Valle La Pascua.
Así, Carmen Rosa, su madre y el fiel Olegario, “habían entrado a una llanura
sobre la cual campeaba un sólo tipo de árbol” (p.13), que se repetía en tamaño,
retorcimiento de sus gajos y tonalidades de verde. “Eran árboles de mediana altura, más
bien bajos que altos, más bien arbustos que árboles, cuyos troncos se ramificaban en
múltiples brazos tortuosos, como raíces gigantescas que hubiesen crecido hacia arriba.
De intensas hojas verdes cuando las tenían, grotescos pulpos de madera cuando estaban
desnudos. Sin flores para ataviarse, sin frutos para la sed de nadie, tan torcidos que
nunca servirían para apuntalar un techo, tampoco darían fuego sus nudosos leños
escuálidos" (p. 34).
Para la protagonista de Oficina Nº 1 ese viaje al oriente venezolano significó un
debatirse entre la esperanza y la necesidad. Inmersa ya en la sabana petrolera, Carmen
Rosa se percató de que aquella vida era “miserable y oscura”, pero preferible a “la
mansa espera de la muerte entre los caserones derrumbados de un pueblo palúdico” (p.
45), se refería a Ortiz, el pueblo que había dejado (novela “Casas Muertas). Por ello
afronta con valentía la fundación de un nuevo lugar para la utopía de su vida.
En la fase primitiva del campo petrolero que originaría la ciudad de El Tigre,
corría el dinero por las calles y no había una casa de piedra, eran todas de cartón y de
hojalata. El asentamiento petrolero se reducía a “ocho ranchos de palma de moriche
plantados sobre la sabana” (p. 34), estructura muy similar, por otra parte, a la de otros
mundos primitivos de la geografía imaginaria latinoamericana; una cantina, una gallera,
un campamento de moriche con hojas de palma, donde los sesenta trabajadores del
sismógrafo colgaban los chinchorros, y cuatro chozas más construidas por obreros
margariteños. Luego de la llegada de Carmen Rosa, se levanta una gallera. Es preciso
recordar que las peleas de gallos son uno de los ritos que signan la cultura popular
latinoamericana. Por otro lado, reina el desorden en Campo Oficina Nº 1; la gente llega
para hacerse rica y construye “sus casas donde les da la gana, y a veces con la cara
pegada a otra casa, puerta con puerta, como si desafiaran al vecino” (p. 82). Poco a
poco aquel núcleo inicial se fue convirtiendo en “desordenadas hileras de casas” con
visos de “laberinto pintoresco”, que cambió la palma de moriche por paredes de
bahareque y techo de zinc: “A veces desembocan seis en una misma explanada, a veces
una concluía porque se había cruzado inesperadamente con otra que descendía en
diagonal; aquí se torcían como serpientes o se quebraban en zig-zag; más allá se
estrechaban en callejones absurdamente angostos que remataban en una pared” (p. 108).
Llegan campesinos, indios, chinos, culíes; experimentados perforadores y
mecánicos americanos que provenían del Zulia; un suizo bizco de extraña procedencia,
quien acepta gustoso el apelativo de “el doctor suizo”. El recién investido galeno
comienza a “recetar a diestra y siniestra” arsénico y bismuto “a cuanto paciente se le
pusiera delante”, partiendo del principio de que en aquel campo petrolero todo el mundo
tenía sífilis: “Adquirida o hereditaria, pero todos la tienen” (p. 48). Y también
Secundino Silva toma puerto en Pozo Oficina, quien, sin más formalidades facultativas
que dos cajas de medicinas, monta “una farmacia de moriche” (p. 59). Aquí se puede
ver la improvisación en la construcción de viviendas y en el comercio.
De esta forma Campo Oficina se fue transformando en un lugar populoso y
caótico, por lo que la compañía petrolera decide nombrar comisario a un tal Nemesio
Arismendi, que la gente comenzó a llamar “coronel”.
En Oficina Nº 1 aparecen reflejados varios acontecimientos históricos, uno es la
desaparición del “Señor Presidente”, Juan Vicente Gómez, desata en Venezuela un
enérgico movimiento de masas apoyado sobre todo por sectores obreros y de la pequeña
burguesía, cuyo objetivo se encaminaba a: establecer un régimen democrático auténtico.
Así pues, con la muerte del dictador, en Oficina Nº, se produce una conmoción política
hasta entonces inusitada: la multitud representada por obreros portuarios, estudiantes,
dos o tres hombres barbudos que acaban de salir de la cárcel, un cura joven o
seminarista, la cual enfebrecida grita “¡Viva la democracia!” y “¡Abajo los espías!”, a la
vez que uno de los estudiantes “… arengó a la gente: Ha muerto el tirano que oprimía
cruelmente a nuestra patria y el pueblo se ha lanzado a las calles y a los campos de
Venezuela, resuelto a reconquistar para siempre la libertad y sus derechos... (...) “Ha
llegado la hora de la justicia. Las casas de los gomecistas han sido saqueadas por las
masas enfurecidas. Los presos han sido libertados por las manos del pueblo...” (p. 68).
El fallecimiento de Gómez transforma también la modalidad de resistencia de los
obreros, quienes deciden fundar un sindicato, porque, como puntualiza el jefe civil
Gualberto Cova, al jefe de la compañía, Mr. Thompson: “Estamos en la democracia y
no en la dictadura” (p. 102), refiriéndose al período democrático que había inaugurado
Medina Angarita con su llegada a la presidencia.
Otro de los acontecimientos históricos que aparecen reflejados en Oficina Nº 1, es
la huelga petrolera del Zulia de 1936, y la negativa a la fundación de un sindicato en el
Oriente venezolano, espacio donde se ubica la novela. También la transmisión de
noticias por la radio, relativas a los momentos finales de la guerra civil española y al
inicio de la segunda guerra mundial. En una ocasión, la radio de Oficina Nº 1 reproduce
“… un discurso en elogio del Presidente de la República, en el cual se denunciaba a sus
opositores como malos hijos de la patria” (p. 38), que aludía, sin lugar a dudas, al
general Eleazar López Contreras, sucesor de Gómez.
Más adelante en la novela hay referencias a un “nuevo Presidente”; es evidente
que se trata del general Isaías Medina Angarita, identidad que Secundino Silva 7 revela a
Carmen Rosa: “Un general a quien la opinión pública había señalado como aspirante a
7
Secundino Silva, personaje de “Oficina Nº 1”, toma puerto en Pozo Oficina, quien, sin más
formalidades facultativas que dos cajas de medicinas, monta «una farmacia de moriche» (p.
48).
dictador, iniciaba sorpresivamente un gobierno decretando una amnistía para los presos,
desterrados, confinados y perseguidos y proclamaba su intención de respetar y hacer
respetar los derechos humanos, inclusive el derecho de organizar sindicatos y partidos
políticos” (pág. 177).
El otro acontecimiento que altera la vida del campo petrolero Oficina Nº 1, es la
anhelada aparición del chorro de petróleo: la “colosal serpiente negra”. Aquel 16 de
julio se “esculpiría en letras de oro en los corazones de los accionistas de la Compañía”
(p. 71). La región adquirió pronto un nuevo aspecto. En la sabana comenzaron a abrirse
otros pozos. El paisaje de Campo Oficina Nº 1 se había transformado en una “planicie
interrumpida por siluetas de cabrias, balancines y mechurrios o atajadas por las casas
que iban naciendo en desorden al borde de los caminos” (p. 181), es decir, en una:
“inmensa sabana moteada de chaparros, signada por las torres de las cabrias,
embanderada con las llamas de los mechurrios, en cuyas veredas nacían casas en
desorden alrededor de los taladros (p. 183). Aquí ya se deja ver el Campo Petrolero con
“… sus máquinas, sus hombres, impresiona a los pobladores de las comunidades
vecinas; su dinámica complicada se les hace misteriosa, inquietante. Es algo poderoso
que se manifiesta en grandes torres de acero clavadas en la tierra y en el agua, tubos
gruesos como robustas serpientes-de cobre; flotas de camiones, buques tanques y, sobre
todo, aquellos "demonios rubios" con los bolsillos llenos de moneditas de oro con las
que pueden comprar todo y regalar cuando se emborrachan” (Quintero, 1985: 14).
Al mismo tiempo, el petróleo había traído al campo petrolero de Oficina Nº 1 un
aparente progreso: la luz eléctrica y el cinematógrafo. A la vez, se anotan avances en las
bodegas, en la botica de Secundino Silva y en la cantina; la quincalla ambulante se
convierte en “La Tacita de Oro”, esplendorosa y prometedora; el cabaret de la Cubana
se había transformado “sin la menor modestia” en el Montmartre. También habían
surgido algunos locales nuevos, como el Salón México, que disponía de un infatigable
tocadiscos eléctrico. A propósito de estos cambios, la compañía se jactaba de repetir:
“cuando nosotros clavamos el primer taladro esto era una sabana sin más habitantes que
las matas de chaparros y las lagartijas. Ahora es casi una ciudad” (p. 104). Por ello, la
colonia norteamericana que vivía en Campo Oficina estaba convencida de que “una
compañía petrolera sirve para fundar ciudades” (p. 105).
De esta forma, pensamos que el propósito de Otero al escribir Oficina Nº 1,
fundamentado en los datos que recogió en el sitio, consiste en plasmar la evolución del
campo petrolero que daría origen a la población de El Tigre, dando paso a una nueva
forma de vida, o de “mala vida” según el decir de Rodolfo Quintero (1985: 30),
caracterizada ahora por la presencia del flamante líquido negro: ladrones, tahúres,
prostitutas, muchas de las cuales adoptaban apodos relacionados con la actividad
petrolera, entre ellos La tubería, La cabria, La remolcadora o Las cuatro válvulas; y
otros prototipos locales como mantenidos, atracadores, “guapos de botiquín”. “Cada
esquina es un bar, o un garito, o un burdel” (p. 96); a la vez que el paisaje humano se
transforma: “delincuentes que campeaban por sus calles en cuanto se tupían de
oscuridad” (p. 96).
Así, el desorden y la delincuencia alcanzaron tales dimensiones en Campo
Oficina, que “el jefe civil corría de ceca en meca con sus cuatro policías y escribía
cartas apremiantes al Presidente del Estado en solicitud de refuerzos que nunca
llegaban” (p. 96). Con el fin de controlar los conatos de violencia que se sucedían
permanentemente, enviaron desde Caracas la autorización para constituir un “cuerpo
policial de veinte y cinco agentes y un comisario” (p. 119). Al extinguirse los incendios
nocturnos y disminuir los robos, el pueblo disfrutó de una aparente tranquilidad. Pues
no desaparecieron las jugadas clandestinas “porque también a los policías les era
placentero arriesgar sus dos bolívares de vez en cuando en el trotecito de un par de
dados” (p. 119).
Aparte de la prostitución y la violencia, otro de los problemas que surge en los
campos petroleros venezolanos, y que va a hacerse notar también en El Tigre, es la
discriminación racial. En el campamento petrolero de Oficina Nº 1, penetran los
prejuicios raciales hacia los negros, pero de modo atenuado. Así se observa, en uno de
los personajes, Charles Reynols, quien achacaba “el natural irrespeto de los nativos” a
“la descabellada mescolanza de razas” (p. 50), se sentía “profundamente humillado” por
el hecho de dormir junto a los negros en el campamento de lona y de que llegara hasta
las membranas de su nariz el mensaje acre de las axilas del negro” (p. 50). Por otra
parte, la respuesta de los clientes del cabaret de La Cubana, cuando el negro Ruperto
Longa, “endiabladamente feo” y con “encías de caballo”, sale premiado con la posesión
de la prostituta Rosa Candela durante un fin de semana. Esto lo podemos interpretar
como una manifestación discriminatoria más por el color de su piel:
—¡Vamos, Mandinga, llévatela ligero!
—¡Mono Bembón!
—¡Morcilla!
—¡Forro de urna! (p. 41).
También es verdad que la afluencia de norteamericanos atraídos por la riqueza
petrolera injertó en la sociedad criolla prejuicios venidos del Norte, que, por otra parte,
se sumarían al sustrato precedente.
Los peores trabajos de Campo Oficina Nº 1 eran realizados por los sumisos indios
de “ojos tristes”, como el indio Gabino. Estos criollos prestaban sus servicios en las
casas, o como camareros en los bares, botiquines o cabarets. Al indio Tiburcio de la
tribu cachama, por ejemplo, “se lo habían traído de regalo al tuerto Montero como si no
fuera un ser humano sino un cachorro” (p. 111).
A pesar de los agentes de modernización y progreso que la nueva riqueza había
llevado a Campo Oficina Nº 1, como la luz eléctrica, el cinematógrafo, la construcción
de carreteras, entre otros, en el campo petrolero se establece un debate entre civilización
y barbarie. Al lugar llegaron de Caracas los maestros Matías Carvajal 8y Nelly Carvajal
de Carvajal, civilizados y civilizadores, que identificaban la barbarie en manifestaciones
propias de aquel medio primigenio: Matías “se sentía incómodo y pobre diablo al
contemplarse a sí mismo en aquella actitud indecisa de hombre perdido en un bejucal”
(p. 179). Por su parte Nelly califica irónicamente a aquella región de “repugnante
campo petrolero” (p. 122), a la vez que tenía unos deseos incontrolables de volver a
“una ciudad con periódicos, con orquestas, con campanas y con tranvías” (p. 178).
Asimismo, un hermano de Matías le manda una carta desde Caracas donde expresa su
parecer sobre aquel espacio fundacional, y lo tilda de “horrible pocilga petrolera,
opuesta a “la vida civilizada”” (p. 178).
Por otra parte, la novela muestra los excesos y las injusticias que estaba generando
la explotación americana en Campo Oficina. Al respecto, Tony Roberts (personaje de la
novela que realmente existió en el Tigre), un perforador, hijo de un socialista que fue
hecho prisionero varias veces, reflexiona sobre el concepto de “compañía” (compañía
petrolera, empresa transnacional) y argumenta que ni los obreros nativos, ni los técnicos
americanos, ni el gerente, ni el presidente de la Compañía que está en Maracaibo,
constituyen en esencia una compañía petrolera sino sus representantes, y en ese sentido
son tan víctimas del poder absoluto como los trabajadores criollos. Concluye definiendo
Compañía, así: “Un calvo con palmeras estampadas en la camisa que pasa los inviernos
en Miami, en un hotel con playa; una señora gorda y emplumada que tiene apartamento
precioso en Nueva York, en la Quinta Avenida; un viejito que ha recorrido el mundo
8
Matías Carvajal representa al “maestro de escuela positivista, filósofo,
materialista, revolucionario de ideas concretas, veterano de cinco cárceles,
peregrino de tres destierros, no se avergonzaba de las ganas de llorar que llevaba
por dentro.”Véase Oficina Nº 1 de Miguel Otero Silva, p. 183.
entero en silla de ruedas, empujado por todos sus herederos. Ésos son la Compañía, mi
querido amigo Harry Rolfe, y todos los meses reciben sus dividendos, se compran un
caballo de carrera o un cuadro de un pintor francés y el resto lo depositan en el Chase
National Bank” (p. 105).
En ocasiones Tony Roberts se refería de esa manera de la Compañía. En otro
pasaje, mientras tomaba cervezas manifestó: “Ya le han sacado a este brazo de sabana
millones y millones de dólares (…). Los accionistas de la Compañía, que nunca han
visto esta sabana ni en fotografías, se han comprado yates, palacios, escuadras de
automóviles, colecciones de platos de porcelana, gargantillas de brillantes para las
coristas (...). Mientras tanto, los hijos de los obreros que sacaron el petróleo comen
tierra junto al rancho. Mientras tanto, mi querido amigo Secundino Silva, el
aguardiente, el analfabetismo y la desnutrición son las tres divinas personas de este
paraíso (p. 189). Esto nos revela la destrucción voraz del poder económico,
representado en las compañías petroleras transnacionales.
Estas expresiones del perforador de la compañía, llevan explícita una crítica
antiimperialista que también es notoria en otros personajes de la novela. Sin embargo,
éstas son simplemente expresiones tímidas, no hace nada para llevar a cabo sus ideas
antiimperialistas, sino hablar “pendejadas”, así se expresa Otero en la narrativa de la
novela. Probablemente, Otero intenta expresar que estos personajes no tienen una
conciencia concreta, un pensamiento crítico definido sobre lo que implica la
implantación de la Compañía en el pueblo que habitaban: dominación económica e
ideológica, colonialismo.
También se puede observar en Oficina Nº 1 como la Compañía petrolera nombra a
los funcionarios de mando y no el Estado. Nemesio Arismendi, “…un vendedor
ambulante que llegó al lugar con las limitadas aspiraciones de liquidar una carga de
cerveza. Fue designado comisario desde Cantaura, a petición de la Compañía, porque ya
estaba haciendo falta una autoridad. (…). La Compañía le suministró un revolver y le
pagaba también el sueldo, ya que nunca enviaron el dinero de Cantaura (…). Nunca
antes había sido autoridad policial ni nada parecido.” (p. 38). Aquí se puede observar
las atribuciones que tenía la Compañía, eren los gerentes de las compañías quienes
decidían por lo que convenía o no al pueblo.
El comisionado o el jefe civil de Oficina Nº 1 se comporta como “perro de presa
al servicio de Míster Thompson” (p. 125). Mister Thompson era un americano, jefe del
campo petrolero. El comisionado siempre le concedía la razón “sin molestarse en
pensar si la tiene o no la tiene” (p. 125); así mismo, el cura, ambos velan por los
intereses del americano. Es decir, se nota el servilismo a la compañía norteamericana.
La forma de vivir que se había producido en ese pueblo, producto del
colonialismo, no era interés, ni para este comisionado ni para la Compañía. Al respecto,
señala Quintero (1985: 30- 31) “Ni las compañías petroleras ni los funcionarios
gubernamentales se ocupan de exterminarla y sancionar a quienes la practican, porque
cumple una función que contribuye a mantener en las ciudades un equilibrio social que
conviene a los invasores extranjeros y sus cómplices criollos”. El autor se refiere al
"malviviente", aquel que “Engaña y roba tanto al extranjero como al criollo, actúa como
policía en ocasiones, trabaja en la empresa temporalmente, rompe huelgas si le pagan
por hacerlo, quita dinero a las prostitutas y conoce la vida privada de los pobladores de
la "ciudad petróleo”.
Al final de la novela Carmen Rosa, la protagonista da un paseo por aquel poblado
con ciertos rasgos de ciudad, para revelarnos con cierto orgullo de fundadora de una
nueva ciudad, las transformaciones: un edificio de dos pisos, donde funcionaba una
agencia de automóviles chevrolet, y donde se vendían electrodomésticos, una bomba de
gasolina, una farmacia, tres cines, dos hoteles, un banco, un sindicato, un taller de
automóviles; circulación de un gran número de vehículos por las calles, luces de neón,
una gallera nueva, la imprenta que editaba “El Taladro”. Los ocho ranchos de palma de
moriche, se habían transformado en una “hilera de muros de colores diversos”, (p. 185),
es decir en edificios que conducían a “una plazoleta ruidosa, suerte de mercado al aire
libre, gritería circundada de kioskos y tarantines” (p. 185). En realidad, se había
convertido en un “gran” centro comercial.
En cuanto al elemento humano, “aquellos rostros” que Carmen Rosa veía por
primera vez en su paseo, estaban sellados por rasgos característicos de las ciudades
latinoamericanas, siempre en continuo proceso de mezcolanzas, de renovaciones: “La
pelambre de un italiano y los bigotes de un libanés” “... kioskos donde chinos vendían
empanadas y costillitas de lechón” “... hombres y mujeres que hablaban las lenguas más
diversas y vestían trajes diferentes, a las negras trinitarias o martiniqueñas con pañuelos
rojos sobre los hombros, a los españoles blasfemantes e impulsivos, a dos indios del
Cari tras una gallina en fuga, a un grupo de obreros con cascos de aluminio que
regresaban del trabajo, a un hindú envuelto en una sábana blanca “(p.185-186).
De este modo, en El Tigre se suscitaron transformaciones producidas por las
compañías norteamericanas que sólo en lo aparente muestran algún progreso. Situación
que le atribuye a la recién nacida ciudad petrolera, así como también a otros espacios
del imaginario petrolero de otras regiones de Venezuela una cultura del petróleo, a la
cual hace referencia Quintero en su obra “La Cultura del Petróleo” para referirse a la
cultura que las empresas norteamericanas implantaron en el país, y la define como: “un
patrón de vida con estructura y mecanismos de defensa propios, con modalidades y
efectos sociales y sicológicos definidos. Que deteriora las culturas "criollas" y se
manifiesta en actividades, invenciones, instrumentos, equipo material y factores no
materiales como lengua, arte, ciencia, etc. Una cultura que alcanza áreas de dimensiones
que varían de una región a otra, de una clase social a otra clase social. Un estilo de vida
definido por rasgos particulares, nacido en un contexto bien definido: la explotación de
la riqueza petrolífera nacional por empresas monopolistas extranjeras.” (Quintero 1985:
5).
A manera de ejemplificar un poco más sobre la cultura petrolera en El Tigre, está
la introducción de deportes foráneos, entre ellos el béisbol. Deporte que luego se
convirtió en el deporte nacional y que desplazó a los tradicionales, como las bolas
criollas. Los trabajadores del Campo petrolero Oficina Nº 1 practican este deporte.
En efecto, “El Tigre, en el Estado Anzoátegui, es una muestra del urbanismo
petrolero: surgió y creció sin preocupación por los problemas de los grupos humanos.
El urbanismo de El Tigre es rutinario, nada inventa ni descubre; amontona viviendas,
improvisa calles. En fin, desprecia al hombre. Todas las "ciudades petróleo" del país se
parecen a El Tigre… En 1920 más de noventa mil personas se concentran en la zona
occidental del lago de Maracaibo y cerca de treinta y cinco mil en la oriental” (Quintero,
1985: 26-27).
Algunos personajes de Oficina Nº 1 encarnan a pobladores con estilo de vida
propio de la cultura del petróleo, en los que predomina el sentido de dependencia y
marginalidad. Otros, se acercan a lo que Quintero (1985: 5) califica como
"transculturados", ya que, en momentos “… llegan a sentirse extranjeros en su país,
tienden a imitar lo extraño y subestimar lo nacional. Piensan a la manera "petrolera" y
para comunicarse con los demás manejan el "vocabulario del petróleo"”. Así, por
ejemplo, Guillermo Rada9 imita las costumbres y patrones de los americanos, pues, eso
9
Guillermo Rada, venezolano era el pagador de la Compañía, “Tenía los ojos verdes. El
cabello en cambio no era muy liso, (…) “en el Norte lo trataron como blanco puro y jamás lo
echaron de ninguna parte” (…) “se marchó a Nueva York en 1922” (p.50), (…) “alucinado por
fabulosas historias que contaban los periódicos de Caracas” (p. 50), con el objetivo de
“hacerse millonario”. No sabía hablar inglés, tarea en la que se empeña obstinadamente.
Luego regresó a Venezuela “… a los diez años de su partida, siempre en tercera clase, con
una modernísima máquina de afeitar, un retrato de Margaret, seis camisas a rayas y
cincuenta dólares en moneditas de oro» (p. 50-51). Además, “Hizo cuanto estaba a su
le concede status: “…fumaba pipa como Charles Reynolds”, americano, perforador del
Campo Petrolero. “Profesaba una admiración hacia los Estados Unidos que desbordaba
todos los contornos de su alma. Servir a la Compañía era, en cierto modo, contribuir al
mantenimiento de la grandeza inmanente de aquella nación que tanto veneraba” (p. 51).
En el tigre encontramos elementos de culturas diferenciadas10 de las culturas y
subculturas existentes en el país: “a) propios de civilizaciones americanas primitivas; b)
comunes a las civilizaciones de! área geográfica latinoamericana; c) propiamente
nacionales; d) propios de la cultura del petróleo. Todos expresados: 1) en elementos
materiales (instrumentos de trabajo, viviendas, indumentaria); 2) técnicas para escribir,
danzar, tocar música, tomar alimentos, divertirse; 3) elementos simbólicos (lengua,
música, pintura); 4) creencias, conocimientos, teoría y métodos para explicar las cosas;
5) estructuras, instituciones, costumbres; 6) valores sociales, moralidad, lealtad,
patriotismo, solidaridad”.
La cultura del petróleo desde su aparición en el territorio nacional ha tenido como
consecuencia el deterioro de las culturas tradicionales y de escalas de valores históricos
de nuestro pueblo que se expresan en: manifestaciones folklóricas sin articulación,
dominación ideológica, hábitos de vestuarios y culinarios norteamericanizados; pérdida
de la propia estimación, complejo de inferioridad que inducen a la renuncia de la cultura
nacional.
A lo largo de esta exposición acabamos de ver una serie de elementos que nos
llevan a atribuirle a el poblado El tigre una cultura del petróleo, sin embargo, en la
Bodega de las Villena, llamada La Espuela de Plata, podemos encontrar una importante
exhibición de objetos y manifestaciones propias de la cultura criolla, como palanganas
(tazones) de peltre y ristras de ajos; relaciones de compadrazgo; estampas de santos;
velas; la toma de aguardiente preparado con hierbas y trozos de frutas de remota
reigambre colonial; el rezo del rosario; canto de coplas; las peleas de gallos; lo cual
determinan en Venezuela dos modalidades de ser: una foránea, moderna,
industrializada; otra criolla; primitiva, tradicional. Es como si ambas culturas se
hubiesen puesto en contacto, mezclándose ambas, y acentuándose, en algunas zonas del
alcance para que los americanos de la Compañía lo llamaran William, pero nunca logró su
propósito (…) “pronunciaba muy claramente “William Rada, very pleased to meed you”
goodmorning”” (p. 51).
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Rodolfo Quintero en “La Cultura del Petróleo hace referencia a un estudioso de la
antropología cultural, el cual encuentra y puede definir en la Venezuela de nuestros días
elementos de culturas diferenciadas. 1985, p. 35.
país, una más que la otra; ejemplo, la cultura nacional, como si resistiera a ser integrada
con la cultura foránea, como si resistiera a la homogeneización.
Finalmente, invoco a las palabras de Gustavo Pereira, Constituyente y autor del
Preámbulo de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela de 1999, quien
expresara en el discurso que diera en la Asamblea Nacional, con motivo de la
conmemoración del Bicentenario de la Instalación del Primer Congreso de Venezuela,
el 2 de marzo de 1811: “Deshacerse del dominio ideológico eso es una lucha secular,
una lucha que costará mucho, por eso siempre he creído que si este Proceso Bolivariano
no tiene la cultura como un mascarón de proa, es decir, para poder derrotar la
inoculación ideológica que 5 siglos de sometimiento han dejado entre nosotros, con una
trasgresión de los valores tradicionales de los seres humanos, con una superposición de
antivalores, no vamos a lograr nada porque los edificios se construyen y se caen, los
puentes se construyen y se caen, las instituciones se establecen y se disuelven, las ideas
permanecen.” Extraordinarias palabras que nos llevan a reflexionar el asunto de la
conquista de la independencia ideológica, para poder transitar rumbo al socialismo del
Siglo XXI.
CONCLUSIONES
Carrera Damas, Germán (1991). Una nación Llamada Venezuela. 1ª edición. En M.A.,
1984, Caracas, Venezuela.
García M. Gabriel (1962); Elogio de la Utopía. Una entrevista de Nahuel Maciel. El
Cronista Ediciones, Buenos Aires, Argentina.
Moreno D., Rafael H. (1988). De la barbarie a la imaginación. Tercer Mundo Editores,
Bogotá . [Edición corregida y aumentada].
Otero S., Miguel (2001). Oficina N 1. Colección Ares Nº 26. 1ª. Edición, Editorial CEC,
SA. Venezuela.
Pereira, Gustavo (2011). Discurso de orden. Con motivo de la conmemoración del
Bicentenario de la Instalación del Primer Congreso de Venezuela, en la Asamblea
Nacional, el 2 de marzo de 1811. ESQUINA EL CONDE, CARACAS, MARTES, 2 DE
MARZO 2011. Material digitalizado
Quintero, Rodolfo (1985). La cultura del petróleo. Universidad Central de Venezuela.
Facultad de Ciencias Económicas y Sociales. División de Publicaciones. Caracas,
Venezuela.
Sanoja O., Mario y Vargas-Arena, Iraida. (2008). La Revolución Bolivariana. Historia,
Cultura y Socialismo. Ministerio del Poder Popular para la Cultura. Primera Edición.