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INDICE
PRESENTACION 4
INTRODUCCION 6
CAPITULO I
1580 - 1880. DE LA CIUDAD HISPANA A LA GRAN ALDEA
Buenos Aires y el Río de la Plata 8
Puerto, ciudad y territorio 8
Puerto y puerta de la ciudad colonial.
Comercio, arribo y partida 11
Recreos y esparcimiento en la ribera del río 15
Las transformaciones de la “Gran Aldea” 16
Proyectos para aguas clarificadas 16
Ideas y proyectos para el puerto y el Riachuelo 18
Avanzar sobre el río 19
El borde del río y el ensanche urbano 20
El Puerto, la obra clave del siglo XIX 21
La Municipalidad de Buenos Aires. Obras de Infraestructura 22
Higiene urbana 24
Higiene doméstica y vida cotidiana 24
RECUADROS
De patios y jardines 26
Las experiencias del Padre Paucke 28
CAPITULO II
1880-1930. La CIUDAD COSMOPOLITA
Agua, Cloacas, Civilización y Progreso 29
Higiene pública versus enfermedades hídricas 29
El crecimiento poblacional y el lento avance de la red 30
El nuevo concepto de higiene 34
Higiene social y baños populares 35
Buenos Aires, paraíso del aseo personal 37
Baños y paseos públicos: ornato, higiene y salud física 39
El cuarto de baño. De lo nómade a lo estable 41
El “cuarto de baño” y el “water-closed” 41
Baño y water se unen: surge el “baño-habitación” 45
El funcionalismo y la aparición del baño moderno 51
RECUADROS
El agua y los paseos públicos 54
Juan Martín Burgos y el Balneario “La Capital” 56
El camino del agua 57
Balneario de la Costanera Sur 58
Piletas Públicas 60
Proyectos de balnearios en el río 62
BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
CAPITULO III
1930-2001. LA METRÓPOLIS MODERNA
Al rescate de los bordes: el Programa Buenos Aires y el Río 88
Puertos de Buenos Aires: la Metrópoli reactiva sus bordes 90
Refuncionalizar el Puerto Madero 90
Un borde postergado: el Riachuelo 93
El agua que Buenos Aires tiene bajo su superficie 96
Las rutas bajo tierra de los arroyos y sus emisarios 96
El agua llega a través de ríos subterráneos 98
El agua recuperada para deleite urbano 102
El Parque 3 de Febrero y sus espejos de agua 102
La Laguna de los Coipos 102
Las fuentes 106
Aguas Argentinas y la comunidad: un compromiso asumido 108
COLABORACIONES
Control de calidad del agua 110
Continuidad del espíritu que animó a O.S.N. 113
BIBLIOGRAFIA GENERAL
BIBLIOGRAFÍA 118
AGRADECIMIENTOS 122
BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
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PRESENTACION
Dentro de las múltiples actividades implementadas por este Programa -fruto de un convenio en-
tre Aguas Argentinas y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET)- se encuentra la Colección Patrimonio Histórico, una serie iniciada en 1996, con la edición
de un libro sobre el origen y construcción del monumental Palacio de Aguas Corrientes, en Ave-
nida Córdoba 1950.
La segunda entrega, “Agua y Saneamiento en Buenos Aires 1580-1930”, realizada en 1999, abor-
dó la historia de las obras de salubridad en esta gran ciudad, y el relevante patrimonio edilicio
derivado de las mismas, cuyo cuidado hoy está a cargo de Aguas Argentinas.
Con esta tercer publicación, realizada al igual que las anteriores por profesionales e investigado-
res del Convenio CONICET - Aguas Argentinas, nuestra empresa reafirma su convicción y com-
promiso constante en el cuidado y promoción del patrimonio histórico de Buenos Aires y, espe-
cialmente, de todos los testimonios vinculados al origen y evolución de las obras de salubridad
de esta gran metrópoli.
Mientras que el recorrido urbano arroja claves útiles para comprender mejor la importancia que
asume la presencia del río en la memoria e identidad de la ciudad; la historia desde lo cotidia-
no, desde el uso y disfrute del agua por la gente en el interior de sus viviendas, ofrece una di-
mensión hasta hoy poco conocida -y no por ello menos valorable- de los profundos cambios que
acontecieron en poco más de cien años. Desde aquellos aljibes y recipientes -que hacían las ve-
ces de sanitarios móviles- hasta el sofisticado baño de hoy; y desde la plácida ribera con lavan-
deras frente al antiguo fuerte hasta el revitalizado Puerto Madero de hoy.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
El agua es el vínculo que permite construir un recorrido histórico común que Aguas Argentinas
pretende rescatar y exaltar una tarea que se inscribe dentro de las acciones y estrategias que los
3800 empleados de la concesión y los 8000 empleados de sus proovedores y contratistas desem-
peñan con auténtica pasión los 365 días del año, orientados a asegurar el aprovechamiento ra-
cional de un recurso no renovable y optimizar la calidad del servicio para sus 2.800.000 clientes,
que representan 8.000.000 habitantes de la Ciudad de Buenos Aires y su conurbano.
Historia, calidad de vida y modernización tecnológica permanente son partes de la misma ecua-
ción, que respeta el pasado heredado y a su vez, asume las demandas y desafíos del presente, a
través de un importante plan de inversiones orientadas a garantizar la eficiencia y la calidad del
servicio para el beneficio de todos los habitantes.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
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INTRODUCCION
Memoria del agua. El agua es parte esencial de la memoria de Buenos Aires. El agua
que definió el lugar de su fundación, el puerto que aseguró la razón de su crecimiento econó-
mico, la falta del agua que originó las epidemias, las obras del agua que marcaron la moder-
nización de la ciudad, las aguas encauzadas que de tanto en tanto se desbordan... El agua,
desde siempre el agua.
De la escala de la ciudad a la escala de los barrios y de las comunidades del agua es el signo de
la calidad de vida, es la marca de las condiciones de salubridad, es la integración de ámbitos fun-
damentales para las nuevas formas de vivir. Aquellos porteños carentes de agua potable y de
adecuados servicios sanitarios en la segunda mitad del XIX, fueron considerados décadas más
tarde como exóticos por los visitantes europeos, debido a su irreductible hábito de bañarse todos
los días. Difícil rastrear la procedencia de esta modalidad, que raramente hubiera venido del vie-
jo continente y que la confluencia entre las costumbres indígenas y la pedagogía de las maestras
norteamericanas de Sarmiento, parecen explicar parcialmente.
Esa relación dual entre la ciudad y su ribera, huésped histórica de balnearios concurridos y pla-
yas contaminadas, deja su impronta en la historia urbana y nos muestra las variaciones de una
presencia ambigua que hoy nuevamente tendemos a valorar, a través de programas específicos
orientados a recuperar tanto la memoria ciudadana como las calidades ambientales.
El Programa Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas, desde su inicio en 1995, procura justa-
mente promover el rescate y valorización de este patrimonio no tangible, vigente en las diversas
formas de vivir la presencia del agua que tienen los habitantes de Buenos Aires. Una presencia
jalonada de aciertos y errores, de contradicciones que, sólo en los últimos años se han tratado de
superar. Vislumbrar lo que el agua significó para los porteños en su vida doméstica, en la gene-
ración del confort, en la superación de los niveles de salud y en la apuesta por su incorporación
como elemento lúdico para la vida urbana, permite comprender mejor la significación e impor-
tancia que adquiere este vital elemento en su presente y su futuro.
El contenido del presente libro pues, el tercero editado por Aguas Argentinas dentro de la colec-
ción Patrimonio Histórico, forma parte de un patrimonio que se nutre en lo histórico pero que es
esencialmente cultural, y que se manifiesta en la memoria del agua. Una memoria que nos habla
de lo doméstico, del engalanamiento urbano, de las calidades de servicios y de los cambios tec-
nológicos para lograr una ciudad mejor.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
En los conceptos troncales de las antiguas culturas americanas el agua fue símbolo de vida. Con-
vivir con el agua, asegurar su disfrute a todos, canalizar las respuestas a los desbordes y, sobre
todo, valorar la memoria de su paso y presencia en la ciudad, es en definitiva el objetivo de es-
te nuevo trabajo que ha preparado el equipo de investigación del Programa Patrimonio Históri-
co de Aguas Argentinas. Es entonces, una forma de crear conciencia sobre la evolución de nues-
tra ciudad y las posibilidades que nos ofrece una acción permanente orientada a mejorar la cali-
dad de vida de quienes la habitan.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
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CAPITULO I
1580-1880. DE LA CIUDAD HISPANA A LA GRAN ALDEA
Arq. Ramón Gutiérrez
Pampa y río fueron las referencias axiales del sistema que dio vida a la ciudad. Estos elementos
fueron la razón de la elección del sitio y del emplazamiento: las decisiones iniciáticas del ritual
urbano. La ciudad quedó así indeleblemente marcada por la presencia del agua.
Buenos Aires fue la “puerta” de la tierra para la conquista del territorio, pero también fue el
“puerto” que marcó la referencia económica y política en los primeros tres siglos de su vida.
El puerto sería la clave del acceso a un territorio todavía no explorado, y conquistado por la ex-
pedición de Mendoza que fundara la primera Buenos Aires en 1536. Pero aun antes, el descubri-
miento del Río de la Plata en 1516 alimentó la ilusión utópica de que este río con dimensiones de
mar, abriría las puertas a la codiciada comarca de El Dorado.
La ciudad nació con la expectativa de adquirir control espacial a partir del río, es decir con esa
voluntad de “ciudad-territorio” que le ha dado energía y potencia desde su origen.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Trazado de Buenos Aires, con el reparto de solares hecho por Juan de Garay, 1583.
Versión en alemán del plan de la Ville de Buenos Ayres publicado por Pierre Francois Xavier
des Charlevoix en 1756. (E. Radovanovic. Planos de Buenos Aires, Op. cit.)
Cuando el 3 de febrero de 1536 se funda el “pueblo y puerto de Nuestra Señora de Santa María
del Buen Ayre”, la estrategia de ocupación europea del sur del continente americano inicia un ci-
clo que continuaría con la fundación de Asunción del Paraguay en 1537. La destrucción de la pri-
mera Buenos Aires, convertirá a Asunción en la generadora de las expediciones que habrían de
formar Santa Fe (1573) y Corrientes (1588). También Juan de Garay, que daría vida a la segunda
Buenos Aires el 11 de junio de 1580 vertebraría la comunicación fluvial jerarquizando el antiguo
sitio del primer asentamiento porteño.
Buenos Aires fue el origen, pero a la vez volvería, en esta nueva etapa, a ser parte vital del siste-
ma territorial. Los ríos serían los ejes de esta estrategia de ocupación, que marcaba su vocación
de “antemural” frente al avance portugués y enclave decisivo del imperio español en la región.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Vista de Buenos Aires, Vingboons, 1628. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)
El puerto natural fue el Riachuelo utilizado por Pedro de Mendoza por su conveniencia de am-
paro. Sin embargo, Garay localizó en la idea de su traza, el puerto junto al fuerte en la costa pró-
xima a la plaza de la ciudad un sitio que Ruiz Díaz de Guzmán consideraba en 1610 como “muy
desabrigado”. En esos años el Gobernador Hernandarias proyectaba un muelle de madera para
facilitar el cuestionado acceso.
La defensa del sitio se planteó con un fuerte principal, rehecho a principios del XVIII, y dos for-
tines, uno en la boca del Riachuelo y otro en la costa al noroeste. Pero las condiciones de la ribe-
ra frente a la barranca configuraban un sistema defensivo natural, que se unía al hecho de que
los barcos de mayor calado debían anclar en balizas exteriores a gran distancia de la costa.
La presencia del agua no solamente se verificaba en el Río de la Plata y el Riachuelo de los Na-
víos sino que estaba implícita en su topografía. Un espacio configurado por una meseta surcada
por pequeños ríos y arroyos cuyos límites al sur y al norte estaban definidos por el “Zanjón de
Granados” (Primero) y el “Zanjón de Matorras” (Segundo), mientras que el “Tercero” prolonga-
ba el ejido. El avance de la traza urbana sobre estos hechos naturales marcará una serie de con-
flictos que aun hoy la ciudad padece. Puede decirse que lo mismo ocurre con los sucesivos avan-
ces que se fueron realizando sobre la ribera del río.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
La importancia de las cuencas fluviales del Riachuelo de los Navíos en su contacto con el Río de
la Plata, y unos 30 kilómetros más allá el Riachuelo de Las Conchas que desembocaba en el río
Luján, deslindaron un territorio y marcaron la definición de los caminos de acceso terrestre a la
ciudad. Hacia el noroeste, la presencia del delta del Paraná, localizada a 25 kilómetros, configu-
raba otro límite natural, mientras que al sureste entre la barranca y el río había una zona anega-
diza que fue utilizada parcialmente como dehesa para el ganado.
Complementaba este ordenamiento, a unos 50 kilómetros al sur del Riachuelo, el fondeadero na-
tural de la Ensenada de Barragán que posibilitaba el anclaje de embarcaciones de mayor calado.
Las dificultades políticas para el desarrollo de Buenos Aires partieron de su dependencia direc-
ta del Virreinato del Perú, cuya capital -Lima- monopolizaba el comercio marítimo con la metró-
poli. Buenos Aires alcanzaría relevancia cuando los problemas geopolíticos y la necesidad del
control naval abrieron la fachada del Atlántico al comercio.
Ello sucedió en el siglo XVIII, cuando fue evidente que la vinculación entre el mayor centro pro-
ductor de la minería: Potosí, era más fácil y accesible desde Buenos Aires que de Lima. En efec-
to, este trayecto tenía 1750 kilómetros de caminos llanos que podían recorrerse en dos meses,
mientras que desde Lima los 2 500 kilómetros de abruptas sierras y montañas exigían cuatro me-
ses de travesía.
Mientras tanto la ciudad había vivido del contrabando, sobre todo a partir de la instalación por
los portugueses de la Colonia del Sacramento (1680) en la Banda Oriental, hoy Uruguay. La crea-
ción del Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, vino en 1776 a replantear es-
ta situación que se consolidaría con las Ordenanzas de Libre Comercio de 1778. A partir de este
momento su influencia regional fue notoria.
Sin embargo, la puerta de acceso a la ciudad no era cómoda ni eficaz. La escasa profundidad del
río frente a la ribera, obligaba a trasladar las cargas y los pasajeros desde los buques con lanchones
y carretones de grandes ruedas, por lo cual llegaban empapados luego de sucesivos transbordos.
Esta circunstancia había servido también de defensa. El francés Acarette du Biscay narraba en
1658 que “cuando yo manifesté mi asombro al ver tan infinito número de animales, me refirieron una es-
tratagema de que se valen, así que se teme el desembarco de enemigos, que también es asunto de maravi-
llarse. En tal caso arrean un enjambre de toros, vacas, caballos y otros animales a la costa del río, en tan-
to número que es imposible a cualquier partida de hombres, aun cuando no tuvieran la furia de los toros
salvajes, el hacerse camino por medio de una tropa tan inmensa de bestias”.
El sistema de los carretones tirados por bueyes fue el mecanismo utilizado hasta mediados del
siglo XIX, cuando se construyeron los muelles que aliviaron -tan solo parcialmente- las penurias
de estos desembarcos. La formación del puerto de Montevideo, a partir de 1724, supliría estas
dificultades para recibir barcos de gran calado que planteaba el fondeadero de Buenos Aires.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Como las economías regionales del interior del Virreinato eran bastante autosuficientes, Buenos
Aires vivía en esta época de la producción de su entorno inmediato y también del comercio de
esclavos con destino a las minas de Potosí. Cuando las vaquerías de ganado cimarrón que po-
blaban los campos parecieron declinar, y agotado el ciclo de la “civilización del cuero”, la activi-
dad del territorio se expandió a la otra banda del Río de la Plata y se consolidó la base comercial
de Buenos Aires. Por ello, un funcionario decía en 1760 que allí “casi todos los ciudadanos son
comerciantes”. A partir de 1778 se exportaron cerca de un millón de cueros anuales, a la vez que
se expandirá la frontera interna bonaerense con la creación de una nueva línea de fuertes.
Acuarela de Florian Paucke, Buenos Aires, 1749. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
La centralidad, definida por la localización de la Plaza Mayor y el Fuerte, tuvo siempre en Bue-
nos Aires un atractivo irresistible. Allí, junto a ella, se proyectaba en 1771 realizar un muelle y la
dársena, en la centuria siguiente se construiría el Puerto Madero y se levantará una de las gran-
des terminales ferroviarias de la ciudad. Ya en el siglo XX, se proyectarán sucesivas aeroislas ra-
tificando que esta situación nunca perdió protagonismo a lo largo de 400 años de historia.
Buenos Aires como capital del Virreinato creció rápidamente en base a una economía primaria
exportadora, acompañada a la vez, por una próspera industria naval de astilleros y carenas en
la zona del Riachuelo, marcando las líneas de una dinámica expansión. La decadencia del impe-
rio español luego de la destrucción de su flota en Trafalgar (1805) llevaría a los ingleses a inten-
tar instalarse en Buenos Aires con sendas invasiones emprendidas en 1806 y 1807. En ambas
oportunidades la ciudad fue tomada por el “frente de tierra” mostrando la fragilidad de la estra-
tegia defensiva portuaria.
El notable crecimiento alcanzado hasta entonces no se compadecía, sin embargo, con la ineficien-
te infraestructura de la ciudad, sus deplorables servicios de limpieza y la precariedad de su equi-
pamiento urbano.
El viajero Concolorcorvo decía que sus calles de tierra “se hacen intransitables a pie en tiempos de
aguas, porque las grandes carretas que conducen bastimentos y otros materiales, hacen unas excavacio-
nes en medio de ellas en que se atascan hasta los caballos e impiden el tránsito a los de a pie”. En 1784
el Ingeniero Joaquín Mosquera comenzó a empedrar las calles de la zona céntrica y Francisco
de Paula Sanz sancionó unas Ordenanzas Urbanas en las que dispuso no arrojar inmundicias
por las cañerías que iban debajo de las calzadas, sino que se respetase su uso para el desagüe
de las aguas de lluvia.
El abasto de agua mejoró sensiblemente por la difusión del sistema de pozos de balde y aljibes
que, desde 1770, se ensayó con éxito en la casa de Don Domingo Basavilbaso para almacenar las
aguas de lluvia. Hasta entonces los aguateros vendían el agua del río, que era “dormida” en
grandes tinajas para que decantaran las impurezas, y a veces filtrada en domésticos tinajeros de
piedra colocados en las propias residencias.
Desde 1791, el Cabildo de Buenos Aires comenzó a prestar servicios urbanos de barrido y lim-
pieza tendientes a mejorar las condiciones de habitabilidad de los espacios públicos. En esta épo-
ca se propició la construcción de cementerios públicos atentos a la prohibición del Rey de conti-
nuar enterrando en las iglesias y se dispuso el traslado de las curtiembres “extramuros” de la zo-
na central. El gobierno local determinó además el relleno de los zanjones y las áreas pantanosas
del casco urbano, aplicándose multas por el abandono de basura o de animales muertos. Estas
disposiciones limitaron las consecuencias de las epidemias, pero no quitaron la notoria fragili-
dad sanitaria que padecía la ciudad.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Pescadores en el Río de la Plata, Vidal, 1819. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
A comienzos del siglo XIX, la nueva concepción “ilustrada” de la ciudad exigía generar áreas pa-
ra el esparcimiento. Si la Plaza Mayor habría de determinar su carácter fuertemente comercial
con la vieja Recova, una construcción específica dedicada al mercadeo; el paseo público se defi-
niría en la “Alameda” junto al río que llevaría adelante el Gobernador Bucarelli, con el apoyo
técnico del Ingeniero Bartolomé Howell, en la zona denominada “bajo del fuerte”.
Esta idea de formar un camino en la ribera con el lugar de paseo para carruajes, significaba un
cambio en la visión que se tenía del mismo. En efecto, ya no se trataba de un aspecto defensivo,
o de la “puerta” de arribo y los habituales usos accesorios que hacían los pescadores, aguateros
o lavanderas, sino de un sitio de paseo. Se decía entonces que era un espacio de disfrute y per-
cepción visual para asegurar el “desahogo y diversión”.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
El período de la Independencia encontró a Buenos Aires liderando a las Provincias Unidas del
Río de la Plata, en un largo y dificultoso desencuentro de conflictos externos e internos, que re-
cién habrían de saldarse con la capitalización definitiva en 1880.
El volumen de las exportaciones que salieron de Buenos Aires se duplicó entre los años 1800
y 1850, pasando a representar el 15% del Producto nacional e insinuando la potenciación del
modelo agro-exportador como eje del desarrollo. También en el mismo período la ciudad ha-
bía duplicado su población, llegando a 90.000 habitantes en 1855 y a 178.000 en el primer
censo de 1869.
La creación del Departamento de Ingenieros Hidraúlicos, colocado bajo la conducción del inglés
James Bevans, determinaría el desarrollo de una serie de proyectos para mejorar las condiciones
de equipamiento e infraestructura. Muchos de ellos quedaron solamente expresados en papeles
por la incapacidad política de llevar a la práctica aquellas ideas.
Sin embargo, se analizaron diversos proyectos de mejoras para el puerto, se planeó la realización
de canales y se exploraron soluciones para el abasto de agua mediante pozos artesianos. En es-
te tiempo, Carlos Enrique Pellegrini estudiaba los recorridos de los aguateros, los flujos crono-
métricos y la economía de tiempo que tendrían si evitaban los repechajes a su retorno del río,
captando el agua desde un punto más céntrico y menos complejo. Anunciaba a la vez precios di-
ferenciales, y una concentración de los servicios en fondas, lo que ahorraría “a los aguateros no só-
lo trayecto sino también el tiempo de andar errantes para conseguir comprador”.
Pellegrini en 1845 buscó abastecer de agua a Buenos Aires formando una planta potabilizado-
ra junto al Fuerte, idea que retoma en 1853 junto con la firma “Bleumstein y de la Roche”. Es
curioso verificar que en la década inmediata a la caída de Rosas este tema tuvo particular in-
terés. Por una parte Guillermo Bragge quiso comprar los derechos a Pellegrini sobre su pro-
yecto, por otra aparecen nuevas propuestas de Eduardo Taylor y Juan Baratta, Guillermo Da-
vies y también de Fortunato Pucel, representante del Conde de Hozier y del Ingeniero parisi-
no Pedro León Bouillón.
Una nueva presentación de Pellegrini en 1860 fue discutida por el ingeniero Juan Coghlan, que
asesoraba entonces a la Provincia y que entendía que la solución propuesta “era ineficaz para una
ciudad grande y rica como Buenos Aires”. Grande y rica sí, pero sin agua corriente... Habría que es-
perar hasta 1874 para concretar estos proyectos.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Aguatero, Pellegrini, 1831. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)
Desembarco en Buenos Aires, Rugendas, 1845. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
En 1842 el Gobierno daba a Manuel J. García una exclusiva concesión por 15 años para construir
un malecón en el bajo de las Catalinas, obra que fue realizada en piedra. Pellegrini para ese en-
tonces estaba proyectando un muelle en hierro y en 1852, a la caída de Rosas, se sumarían otras
doce propuestas de muelles en la playa, estanques para estacionar buques (Pastor Frías), un
muelle y rompeolas en la Boca (José Garay) y diques frente a balizas exteriores (Wicker&Jones),
entre otras. Había también proyectos para muelles en el Riachuelo (Juan Botet) y una idea de
dragar el viejo canal de entrada al Riachuelo, colocando muelles costeros al mismo y un camino
bordeando la costa (Vicente Casares).
Como puede verse, el inusitado entusiasmo de estas empresas señala la convicción de una ín-
tima necesidad de capitalizar, eficientemente, la vitalidad portuaria y comercial de Buenos Ai-
res. Pellegrini, fundador de la “Revista del Plata”, escribía con el entusiasmo de siempre que
gracias a las obras en el Riachuelo: “florecerán nuestra navegación a vapor, nuestros astilleros, nues-
tro cabotaje de cabos adentro”.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Para el área central Pellegrini soñaba un proyecto integral que tuviera una rompiente en el ban-
co frente a la ciudad, con la finalidad de proteger la rada interior y convertirla en puerto abriga-
do. Agregaba a ella un muelle bajo de hierro y madera y la instalación de edificios para depósi-
tos, aduana y administración. La idea de Pellegrini complementada con un ferrocarril de cintu-
ra, sería parcialmente concretada por Eduardo Taylor al ejecutar el edificio de la Aduana que
contaba con varios pisos de almacenes; el más bajo de los cuales salía de la altura del agua y per-
mitía ingresar a los botes con la mercadería en forma directa al edificio. De allí también saldría
el muelle de cargas.
La construcción de la Aduana junto al Fuerte, y luego el edificio de Rentas Nacionales como exten-
sión de esta misma dependencia, vino a consagrar no solamente la ratificación de la centralidad ur-
bana de Buenos Aires, sino también la concentración física del poder político y económico. Junto al
Paseo de Julio (la antigua Alameda) se ubicaría también la estación central del ferrocarril, señalan-
do un hito más en este proceso de localización de los elementos dinámicos de la vida urbana.
Las ideas utópicas sobre Buenos Aires comenzaron a esbozarse tempranamente. A veces ellas es-
taban motivadas por la búsqueda de grandezas intuidas, pero la naturaleza de otras respondía
claramente a especulaciones inmobiliarias.
Una de ellas, que tiene carácter recurrente en el devenir de la ciudad es la de construir sobre el
río, obteniendo de esta manera una rápida ganancia a costa de la urbe. En 1824 el comerciante
inglés Guillermo Micklejohn realizaba un proyecto que planteaba urbanizar el río construyendo
una “New Town”. Esta ciudad ideal construida sobre 137 hectáreas de relleno del Río de la Pla-
ta comprendería 54 manzanas rectangulares ubicadas próximas al centro y por lo tanto suscep-
tibles de configurar un buen negocio inmobiliario, el mismo que en 1929 propusiera Le Corbu-
sier con su isla frente a Plaza de Mayo.
Nuevamente en 1875, Miguel Berraondo proponía un ensanche de la ciudad sobre el río con 93
manzanas construidas y dos plazas. Puede parecernos sorprendente que en esta época en que la
ciudad disponía de todo el territorio para crecer se apelara a este tipo de operaciones. Ello de-
muestra la fuerza de la centralidad y el papel protagónico que tenía la cercanía al puerto, al po-
der económico y al núcleo cívico.
Podríamos recordar también, en el campo de las utopías, la propuesta de Domingo Faustino Sar-
miento, quien desde Chile en 1850 sugería colocar la nueva capital de unos “Estados Unidos del
Río de la Plata” -hechos a su escala y medida- en la isla Martín García. La nueva ciudad “Argi-
rópolis” comandaría un país pequeño y eficiente, sustentado en la organización política de los
Estados Unidos y en el modelo europeo con su imaginario urbano. Ciudad rodeada de agua, un
refugio no contaminado para las grandes decisiones parecía la clave de esta proyección insular.
Esta sucesión de ideas, planes y proyectos parece demostrar que avanzar sobre el río ha sido una
constante histórica, desde estas iniciativas virtuales hasta la realización del Puerto Nuevo, o los
más recientes rellenos que dieron lugar a la Reserva Ecológica.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Muelle y ciudad sobre la rada, proyecto de G. Micklejohn, 1824. (Colección T. Vallée) Rompeolas proyectado por C. E. Pellegrini frente a la ciudad, 1853. (Gutiérrez - De Paula,
La encrucijada de la arquitectura argentina, Op. cit.)
Mientras tanto, la ribera del río seguía marcando la coexistencia de pescadores y aguateros en el
bajo de la Recoleta y de Santa Catalina, con las lavanderas próximas a la Aduana y al molino de
San Francisco, y conviviendo con el único “Paseo” de Buenos Aires, la antigua Alameda. Hacia
1844 el ingeniero Felipe Senillosa le introdujo mejoras de importancia con muretes, rejas y ador-
nos, redefiniendo el sitio como el “Paseo de Julio”. Las rejas comenzaban a manifestar la necesi-
dad de introducir un cierto orden cívico, pues ya en 1834 se había reglamentado la forma de cir-
culación de peatones y carruajes, los que habitualmente subían sobre las veredas e inclusive in-
vadían la Plaza y el atrio de la Catedral. Desde unos años antes se había prohibido el acceso de
las carretas de más de dos bueyes al centro y era habitual que ellas se concentraran en la Plaza
de Miserere (hoy de Once) donde se comercializaban los productos de la región.
Hacia el sur, la calle ancha de Barracas (Avenida Montes de Oca), iba marcando el tránsito hacia
el Riachuelo, con sus casas quintas y el enclave incipiente de la Boca del Riachuelo. En este lu-
gar inmigrantes genoveses dieron impulso a las tareas de carena y calafateo de barcos y lancho-
nes, así como a las actividades que generaban los saladeros a ambas márgenes del río. La ocupa-
ción de esta zona urbana no fue planificada, y se poblaron tierras que eran de continuo anega-
miento en épocas de fuertes lluvias o sudestadas.
En Palermo, Juan Manuel de Rosas había construido en 1836 su residencia formando un magní-
fico parque privado que incluía hasta un lago para paseos en barco. El trasplante de especies exó-
ticas y la recreación de un entorno forestal, marca la nostalgia de un modo de vida semirural que
muchos hacendados bonaerenses intentaron recrear en sus casas quintas hacia el norte de la ciu-
dad en el Partido de las Conchas. En esta zona de San Fernando, los paseos y baños sobre el Río
configuraron un atractivo adicional para el poblamiento iniciado en la época colonial.
El crecimiento de los núcleos urbanos de Belgrano y Flores a mediados del siglo XIX configura-
rá una nueva realidad de polos barriales que habrán de incorporarse plenamente a la jurisdic-
ción de Buenos Aires en 1887.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Aunque hasta 1889 la obra del Puerto Madero no daría respuesta a las demandas urbanas y co-
merciales de Buenos Aires, fue evidente que entre 1850 y 1880 el tema fue abordado con otro ni-
vel de urgencia, dado el mayor calado de los buques que arribaban y el creciente volumen de
carga que transportaban.
La llegada a Buenos Aires seguía ofreciendo dificultades como venía sucediendo desde los si-
glos anteriores. Un viajero lo recuerda: “Nos tomó dos horas remar desde el barco a la playa; nues-
tras impresiones al echar pie en tierra estaban en lamentable desacuerdo con las nociones de grandeza
que nos habíamos formado por los relatos de aquellos que habían visitado la ciudad, así como por la lec-
tura de los libros de viajes sobre el país. El agua tiene tan poca profundidad junto a la ribera que nues-
tro pequeño bote no podía acercarse a la playa más de unas cincuenta yardas; allí una serie de carretas
esperaban para recogernos, montamos en una de ellas; jamás habíamos visto un vehículo semejante su
construcción era de lo más rudimentaria....”
En este contexto, menudeaban los proyectos portuarios pero faltaban las decisiones políticas y
los recursos económicos. Sin embargo ya en 1854 se había llamado a concurso para la construc-
ción de la Aduana realizada recién un lustro más tarde por Eduardo Taylor. Esta obra significó
la demolición del antiguo fuerte colonial y creó el perfil de la nueva modernidad, junto con el
Teatro Colón que levantara Carlos Pellegrini en 1857 enfrente a la Plaza 25 de Mayo, donde hoy
se encuentra el Banco de la Nación.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
El antiguo Hotel de Inmigrantes y los carros que trasladaban pasajeros y bultos desde los navíos a la costa, c. 1898. (CEDODAL)
Simultáneamente, se construía entre las calles Cangallo y Sarmiento un muelle de Pasajeros que
se terminaría en 1855. Partía del Resguardo Aduanero con dos casillas de control en su arranque
terrestre, y se introducía unos 200 metros en el río. La estructura de madera también era surca-
da por vagones sobre rieles. La proximidad de la nueva estación ferroviaria en el Paseo de Julio,
prolongaría el paseo urbano por el muelle de pasajeros recuperando el disfrute del río en un con-
texto diferente del planteado con anterioridad.
Por decreto del 2 de septiembre de 1852 se habría de crear la Municipalidad de Buenos Aires, y
el gobierno local reemplazaría de esta manera muchas de las funciones y competencias que le ca-
bían a los antiguos Cabildos hispanos disueltos en 1824.
Buena parte de las calles de la ciudad eran todavía de tierra y el Municipio instauró en 1857 el
sistema de barrido y riego, a la vez que implementaba un plan paulatino de adoquinado de gra-
nito. Pellegrini sugería hacer veredas con baldosas o ladrillos duros e inclusive se probó el uso
del asfalto aunque sin demasiado éxito, optándose parcialmente por el pavimento de madera
que también presentaba problemas por la inconsistencia del suelo.
El tema de las aguas también se fue convirtiendo en una necesidad acuciante, no solamente por
la expansión de la población y la consiguiente demanda, sino también por la creciente contami-
nación de las napas. En efecto, los pozos semisurgentes ya mostraban síntomas de agotamiento
o contaminación a comienzos del XIX y los aljibes y cisternas apenas atendían una demanda do-
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
méstica en reducidas áreas. Campeaba aun el tradicional abastecimiento de los aguateros desde
el río, y la ilusión de aprovechar vertientes naturales o manantiales se iba desvaneciendo luego
de frustradas experimentaciones.
Los estudios de John Coghlan primero y de John F. Bateman después, irán configurando la alter-
nativa que se encararía con rapidez luego de la epidemia de fiebre amarilla de 1871. En 1873 se
levantaba el tanque de agua en la plaza Lorea, y un año más tarde se inauguraban las obras de
abastecimiento de agua desde el río con filtros de purificación. Hacia 1880 una cuarta parte de la
población de la ciudad disponía de agua corriente desde la toma localizada en la Recoleta.
La evacuación de líquidos cloacales y los residuos pluviales tenían similares problemas, utilizán-
dose habitualmente los zanjones y arroyos como vías abiertas para el drenaje y la circulación. Los
pozos negros fueron el sistema habitual en el esquema doméstico, planteándose paulatinamen-
te la eliminación de las letrinas.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Higiene urbana
Las fuentes de agua constituían en las ciudades coloniales de América un punto de referencia im-
portante. En general, la fuente municipal estaba ubicada en la Plaza Mayor, y a la vez los con-
ventos colocaban otras en sus claustros o en el atrio. Ellas servían al abastecimiento barrial, ya
que el convento era la estructura de aglutinamiento del vecindario pues prestaba no solamente
los servicios religiosos, sino también los sanitarios (boticas) y los educacionales. En torno a la
fuente se realizaban las actividades de encuentro social, sobre todo de la servidumbre, que tras-
mitía las novedades cotidianas en una sociedad que carecía aun de periódicos. Era por lo tanto
el “mentidero” de la ciudad y el lugar de los chismes y comentarios que manifestaba la forma
más primaria de socialización de informaciones y conocimientos.
La fuente de agua fue considerada en los últimos años del siglo XVIII como un elemento de or-
nato urbano en la idea de la sistematización de las plazas mediante la construcción de arquitec-
turas homogéneas, que ya incluían la fuente como un elemento original del nuevo diseño. El ca-
so de la plaza mayor de la nueva Guatemala es elocuente y, entre nosotros, las fuentes diseñadas
para las plazas de Córdoba son indicativas de esta versión lúdica que confluía con el funciona-
lismo del abastecimiento.
En 1827, por disposición de la Legislatura, James Bevans prepararía en nombre del Departamen-
to de Ingenieros Hidraúlicos, un proyecto de fuente que reemplazaría a la Pirámide de Mayo,
pero la oposición del ministro Agüero hizo fracasar el intento. Sus fundamentos fueron contun-
dentes: “Si hoy señores, porque nos parece ese monumento (la pirámide) pequeño, tratamos de levantar
otro en su lugar que sea más digno de nuestro modo de pensar, más magnífico y más a propósito para per-
petuar la memoria del 25 de Mayo, mañana a los que nos sucedan les parecerá que la fuente es demasiado
pequeño monumento para eso, y tratarán de quitarla para poner otro”.
En muchas viviendas, existía un aljibe con su brocal en el patio principal que permitía el abaste-
cimiento para el consumo y el regadío. Casi todas las casas tenían un “tinajero”, estructura de
madera con una piedra porosa que servía de filtro y un cántaro en el cual se iba acumulando el
agua fresca y limpia de impurezas. El aljibe del segundo patio o la cisterna, almacenaban habi-
tualmente las aguas de lluvia que eran recogidas con balde para las tareas domésticas y, even-
tualmente, para el consumo y el regadío de la huerta.
El crecimiento de la población en el área central por las masivas inmigraciones, dio como conse-
cuencia dos respuestas arquitectónicas diferentes para el tema de la vivienda. Por una parte, la
subdivisión de la tradicional casa de patio convertida en casa de “medio patio” o “casa chorizo”
(por el alineado de las habitaciones junto a este espacio) y por otra, los “conventillos” que, con
una disposición similar, transformaba la casa unifamiliar en colectiva.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
En efecto, la tugurización y ocupación masiva de las antiguas casas coloniales llevaba a que cada
familia habitara en una habitación y se implementara al fondo de los patios un lugar para aseos y
piletas de lavar en común. Este esquema surgido del parcelamiento de la vivienda de patio, deri-
varía en la construcción expresa de conventillos con condiciones de vida degradantes y con lamen-
tables hacinamientos. Las carencias de agua corriente y de los servicios de saneamiento adecuados,
facilitaron en estos casos las mortandades originadas por la fiebre amarilla y el cólera.
En 1879 había en Buenos Aires 1700 conventillos que albergaban a 52.000 personas, es decir una
población similar a la que tenía Buenos Aires en el momento de la Independencia. Santiago de
Estrada frente al negocio inmobiliario que encubría la construcción de conventillos, decía que
ellos eran “el pudridero de la pobreza y la mina de oro de la avaricia”.
Los nuevos conventillos se estructuraban sobre un patio-corredor estrecho, con escalera que daba
acceso a una planta alta. Cada habitación alojaba a una familia y al fondo de este corredor se ubi-
caba el grifo de agua, los lavaderos y los baños comunes. Aun en el primer conjunto de viviendas
económicas, construidas por la Municipalidad en 1886, las mismas carecían de baños propios y ha-
bía unas baterías sanitarias, para uso comunitario, ubicadas en los ángulos del patio.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
DE PATIOS Y JARDINES
En el período colonial las casas de Buenos Aires se fueron En el barrio norte aparecieron nuevas formas de habitar. Especial-
organizando en torno a patios, siguiendo la usanza andaluza, aun- mente la Recoleta se fue poblando, desde fines del siglo XIX, de pa-
que con otras proporciones. Esta tipología, en su planta y alzada, lacetes que ya poseían el servicio de las aguas corrientes y desa-
fue concebida como un noble producto de transplante, con influen- gües. Disponían de una estructura compacta compuesta por grandes
cias sevillanas y gaditanas. La distribución se hacía en una superfi- salones y espaciosas habitaciones, integrados el baño y la cocina
cie cuadrilátera, dando las principales habitaciones a un zaguán, al dentro de la morada. Se destacan los palacios de figuras prestigio-
frente un gran salón, cuidadosamente pintado de blanco. Era la vi- sas como el doctor Aristóbulo del Valle y el de Pastor Obligado. Es-
vienda de herencia romana, la clásica casa pompeyana, a la que se te último que recuerda las formas de un castillo medieval, estaba
accedía por un patio central, donde se encontraban los principales rodeado por amplios jardines y se hallaba ubicado en la avenida Al-
recintos reservados a los amos. El segundo patio era usado por el vear entre las calles Libertad y la entonces denominada Pilar. El edi-
personal de servicio y el tercero para huerta o corral, jardines y ficio de perímetro libre se ve totalmente rodeado por vastos secto-
quintas. Lucio V. Mansilla recuerda de la casa paterna un primer pa- res parquizados. Este tipo de construcción revela los cambios que se
tio rebosante de plantas que eran regadas por los sirvientes. En el fueron realizando en las tipologías arquitectónicas del período. El
segundo patio los parrales de uvas blancas y negras, protegían del riego se vio ahora asegurado por el servicio de agua, así se prodi-
calor, podía haber un pequeño cuarto, el pozo o letrina, luego la garon profusas arboledas, jardines, fuentes y en algunos casos has-
gran cocina con fogón. En el último patio se secaba la ropa. Aun a ta contaron con canchas de tenis.
mediados del siglo XIX, la casa de patios sobrevivió en la ciudad de-
rivada en múltiples variantes. Sin embargo, a pesar de las transformaciones edilicias que se fueron
registrando en la ciudad, el patio persistió y persiste en muchos ba-
Las nuevas formas constructivas admitieron la división en dos de la rrios como un valioso legado de la tradición meridional española.
tradicional vivienda, surgió así la planta tipo “chorizo”, la que pos-
teriormente creció en altura, transformándose en casa de vecindad. E. R.
Ante el avance inmigratorio, se construyeron grandes conventillos,
dos largas hileras de cuartos donde se hacinaban gran número de
habitantes. El único gran patio comunitario, era el lugar donde com-
partían letrinas, una cocina general y piletas donde lavaban la ropa.
Patio de una típica casa “chorizo”, con su zaguán al fondo. (AGN.DDFA) Planos de plantas y, en la página siguiente, una vista del palacio estilo neogótico de Pastor
Obligado, en Avenida Alvear, 1905. (AGN.DDFA; Plano Archivo Museo del Patrimonio)
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Seguramente, aquel estupor que sentían los europeos del si- te como fardos entre dos muchachos. El “barco” en realidad era un
glo XVI al ver cómo los indios se metían al agua, habrá seguido en pedazo de cuero crudo atado en las cuatros puntas y que tenía una
las centurias posteriores. Un ejemplo de ello son los detallados co- correa larga. Un chico de unos quince años tomaba entre sus dien-
mentarios del padre Florian Paucke, un jesuita alemán que llegara tes el otro extremo de la correa y nadando llevaba el bote hasta su
a estas tierras al promediar el siglo XVIII. Su asombro lo llevaría a destino. Mientras tanto, otros cruzaban nadando o cabalgando.
dibujar algunas situaciones que encontrara raras y hasta jocosas. Es
así que tanto los escritos cuanto las láminas de su libro “Hacia allá Claro que también, cuando debía cruzar muchas cosas de una a otra
y para acá”, documentan la familiaridad que los aborígenes -y aun orilla, usaban las tarabitas, un sistema de cestas colgadas de un cable
algunos los criollos- tenían con el agua. que se desplazaban accionadas por las manos. Pero cuando se enfren-
taban con cursos importantes como el Paraná, apelaban a las balsas y
No bien llegado a Buenos Aires en 1747 le llama la atención la for- embarcaciones desde las que hacían gala de sus destrezas marineras.
ma de pescar con dos caballos que se meten en el río crecido. Am-
bos jinetes se paran sobre el recado y cabalgan hasta que el agua Sin embargo, las láminas del padre Paucke nos hacen ver que esta
les toque los pies, extienden entonces las redes y emprenden luego familiaridad con el agua se notaba también en los momentos de
su retorno a la orilla, siempre de pie en la montura. “¡Quién no distensión. Testimonio de ello es una en que dibuja a unos veinte
creería que el peso de la red bajaría a ambos del recado!”, nos di- chicos, algunos de ellos sobre un árbol, otros usando las ramas co-
ce, agregando que cuando pescan con anzuelo, suelen meterse has- mo trampolín y zambulléndose. La leyenda explicativa, “Los niños
ta que del caballo sólo emerge la cabeza. saltan desde un árbol al agua y se buscan mutuamente debajo del
agua”, nos da cuenta de lo que ya nos señala el gráfico: que los chi-
Otro tema que documenta es el de los pases de los ríos y arroyos, cos estaban de lo más divertidos jugando en el río y que no tenían
cuando bueyes y carretas eran empujados a través de las aguas por ninguna prevención a tirarse de cabeza.
media docena de aborígenes, mientras que a los misioneros los lle-
vaban en barcos, hincados en las ancas de un caballo o simplemen- G. M. V.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
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CAPITULO II
1880-1930. LA CIUDAD COSMOPOLITA
Arq. Jorge Tartarini
El agua, y con ella los sistemas de alimentación y evacuación, han sido, sin lugar a dudas, uno
de los factores más relevantes en la reordenación urbana operada a fines del siglo XIX. Una reor-
denación física que, en el caso de Buenos Aires, también implicó una drástica transformación de
su paisaje urbano, y de los usos y costumbres de su gente. El agua purificada era, dentro del
ideario del momento, otro de los elementos imprescindibles al nuevo modelo de país impulsa-
do por la Generación del 80, y en un rango de importancia similar a la pujante red de ferrocarri-
les, a la construcción de monumentales edificios públicos, a la importación de productos indus-
triales, y por sobre todo, a la adopción de nuevos usos y costumbres a tono con el creciente pro-
ceso de europeización que vivía entonces la sociedad.
Hablar de la historia del agua es, también, examinar la evolución del concepto de higiene urba-
na, desde la Gran Aldea hasta la gran metrópoli de los años ´20. Es, en suma, comprender hasta
qué punto su utilización racional implicó la reestructuración total del mundo subterráneo, y
también aéreo, de la ciudad. Un proceso que, según Georges Vigarello, cambió totalmente tanto
la “respiración” como la alimentación de las aglomeraciones, y, además, “ha comprometido todo el
lado imaginario de la ciudad, su tecnología, y también su resistencia contra la ‘capilarización’”.
Pero para llegar a la ciudad recorrida por una vasta red de vasos capilares que la protegían del
pánico epidémico, fue necesario transitar un largo camino. Un recorrido que entre nosotros se
inició en la década de 1870 pero que recién adquirió efectividad en los últimos años del siglo XIX
y comienzos del XX.
Una década de epidemias había acelerado el inicio de las obras de salubridad. Sin embargo, ha-
cia 1880, los trabajos estaban paralizados, y el centro de la Capital estaba plagado de zanjas abier-
tas, desmontes y terraplenes, que provocaron no pocas quejas de los porteños. Este paisaje, per-
maneció en esa condición durante casi veinte años -el lapso que aproximadamente duraron las
obras- y fue escenario de la convulsionada vida política del país en aquellos años.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Pero estos males no eran patrimonio exclusivo de Buenos Aires. La fiebre tifoidea y el cólera fue-
ron las epidemias más graves del siglo XIX, y escasas aglomeraciones urbanas de importancia
escaparon de ella. París por ejemplo, sufrió en 1873, 869 muertes víctimas de la fiebre tifoidea,
número que se elevó a 3.352 en 1882. Aún en 1892, el cólera se llevó casi 1.800 personas en el De-
partamento del Sena, 906 de ellas en París.
La única forma de eliminar los riesgos de contagio, era erradicar tanto el consumo de agua de
balde como el uso de pozos ciegos en las casas, construyendo una red de instalaciones a nivel ur-
bano de abastecimiento de agua purificada y de eliminación de aguas domésticas.
Gran Bretaña, marcaba en la década de 1880 -tanto por sus emprendimientos como por sus in-
novaciones en materia de artefactos- el rumbo de la ingeniería sanitaria y la mayoría de los paí-
ses europeos seguían sus pasos. A comienzos de la década de 1870, para el proyecto y ejecución
de este vasto plan sanitario, del estudio del ingeniero inglés John F. Bateman -como detallamos
en anteriores publicaciones de esta Colección- constituye una prueba de estos anhelos que recu-
rrían a la experiencia y el saber de los países más avanzados en el tema. No obstante, fue sólo al
final del siglo XIX, cuando, salvados innumerables contratiempos e interrupciones, el plan tra-
zado comenzó a dar sus primeros resultados. Precisamente en el inicio del proceso de metropo-
lización a que se vio sometido Buenos Aires en aquellos años.
Si en 1875 la población servida por la red de agua potable era del 15%, en 1880 ese porcentaje al-
canzó el 25%, para bajar en 1885 al 22%, es decir, unos 84.900 habitantes, sobre un total de
384.500. En 1889 este porcentaje vuelve a elevarse al 28%, cuando la ciudad contaba con medio
millón de habitantes y las cloacas aún no funcionaban. En 1894, cuando se inaugura el Gran De-
pósito Distribuidor del Palacio de Aguas Corrientes, el servicio ya alcanzaba el 65%, cubriendo
las dos terceras partes de la población.
Por su parte, el sistema cloacal que había sido habilitado parcialmente a principios de la década
de 1890, contaba hacia 1896 con unos 22.000 edificios conectados a la red. El uso de pozos ciegos
que una vez llenos se vaciaban con carros atmosféricos, seguía siendo la alternativa más difun-
dida en las casas más pudientes, mientras que en las de menores recursos, la usanza era cavar
un segundo pozo, inmediato al primero, destinado a recibir el sobrante de éste. Hubo casos en
que llegaron a abrirse hasta once pozos negros debajo de una misma casa, a pesar de que estas
“sangrías a las letrinas” habían quedado expresamente prohibidas por el municipio en 1871. Re-
cién en 1895, la comuna prohibió la excavación de pozos negros.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Construcción de las redes de distribución de agua potable en el centro de Buenos Aires, a fines del siglo XIX. (Archivo Museo del Patrimonio)
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Plano de Buenos Aires con el tendido de la red de distribución de agua en servicio, octubre de 1886. (Archivo Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires)
Esta especie de carrera, entre el radio servido por la provisión de agua potable y el aumento de
la población, debido al espectacular crecimiento demográfico derivado del constante aporte mi-
gratorio externo, continuó hasta avanzado el siglo XX. El porcentaje abastecido en 1894, retroce-
dió en los años subsiguientes, y recién fue igualado en 1904, cuando el Censo Municipal -con eu-
femismo- consideraba a Buenos Aires una ciudad “higiénicamente invulnerable”:
“Con las costosas obras de salubridad, que a la vez distribuyen filtradas y profusamente las aguas del gran
río y recogen por medio de una extensa red cloacal, pública y domiciliaria, con que pocas ciudades euro-
peas cuentan, las aguas servidas y residuos orgánicos; con la apertura de calles amplias -de pavimentos im-
permeables y arboledas frondosas- y plazas para la vida al aire libre (....); con los servicios municipales de
limpieza y las obras del puerto y el saneamiento de los terrenos bajos contiguos, puede decirse que la ciu-
dad de Buenos Aires se ha hecho higiénicamente invulnerable.”
Afirmación demasiado generosa, si se tienen en cuenta los agudos contrastes que todavía exis-
tían entre el centro y la periferia urbana, que se extendía más día a día, multiplicándose en ba-
rrios vinculados por la acción del tren y los tranvías, pero todavía carentes de mínimas redes de
infraestructura.
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En 1906, cuando la ciudad alcanzó su primer millón de habitantes, el porcentaje servido llegó al
66%, pero volvió a decaer el 57% en 1911. En 1910, la población servida era de 773.700 habitan-
tes. En este mismo año, pese a los adelantos, el Censo de la ciudad registraba 140 aguateros.
Los porcentajes de abastecimiento se irán elevando año tras año a partir de 1914 -un año después
de inaugurado el Establecimiento Purificador de Palermo- llegando en 1925 a dotar de agua po-
table a toda la población de Buenos Aires. Estos avances permitieron reducir la mortalidad de un
30 por mil habitantes, a menos de la mitad en 1920, y a 11,3 en 1937.
El higienismo de fines de siglo XIX tuvo un papel primordial en el significado que asumieron las
obras de salubridad en la mentalidad de la época, influenciada por los descubrimientos de Pas-
teur, que difundieron el temor a los microbios en la opinión pública.
El agua y la percepción de la limpieza, recién adquirirán su significación actual, a partir de esta mi-
crobiología pasteuriana, que transfiguró el acto del lavado. Desde esta óptica, la acción del agua
eliminaba el microbio y lo que representaba (enfermedades, suciedad, condena social), expulsan-
do la presencia de elementos invisibles pero peligrosos, desconocidos para todos siglos atrás.
Durante el siglo XVIII, la limpieza del cuerpo atacaba principalmente olores y fetideces, limitan-
do ciertas fuentes de contagio pero sin mayor precisión. El descubrimiento y cuantificación mi-
crobiana de fines del XIX, estableció las causas y relaciones con enfermedades perfectamente re-
ferenciables. Este nuevo hecho, colocaba a la limpieza en un papel inédito hasta entonces. Aho-
ra, además de alejar toda suciedad, era útil para eliminar los microbios. Es en este momento,
cuando el mero lavado, adquiere categoría de asepsia. El baño frecuente pasa a ser de esta ma-
nera el mejor desinfectante.
En este contexto, es interesante observar de qué manera este conocimiento científico llegó a la
gente común bajo la forma de comportamientos moralmente aceptados. Tratados de urbanidad
y tratados de higiene entrelazaban sus contenidos con recomendaciones sobre la limpieza de las
zonas corporales, no exentas de solemnidad, dramatismo y una fuerza emocional que procura-
ba enfatizar la finalidad pedagógica del discurso. Se limpiaba para destruir el microbio y refor-
zar la resistencia contra él, favorecer la salud y, en el mismo rango de importancia, cumplir con
un código social. Código, que adquiría verdaderas connotaciones de virtud moral.
La acción de los higienistas locales, que reviven los movimientos de reforma sanitaria de las
principales capitales europeas, alcanzó su clímax entre 1880 y 1910. A diferencia de la anti-
gua concepción de higiene pública, casi exclusivamente preocupada por los estragos epidé-
micos, la nueva higiene concebía la salud pública en un sentido abarcante que comprendía
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
la “salud física, mental y social” de los sectores más humildes. Se trata de una higiene que
vigila la salubridad de la ciudad en su conjunto, y que incluye los lugares de trabajo, de re-
creación, y la propia vivienda, con normas, reglamentos y recomendaciones de prevención
de la salud pública para cada caso.
Las pobres condiciones sanitarias y de vivienda de los sectores populares en la urbe, también
fueron en la visión de la ciencia médica de la época, focos de enfermedades y epidemias que de-
bían ser erradicados, pues podían afectar al cuerpo social en su conjunto. Entre las recomenda-
ciones tendientes a eliminar los microbios, bacterias, virus y demás calamidades, se encontraba
la limpieza. Un remedio eficaz contra una de las causas principales de debilitamiento, enferme-
dades y hedores urbanos: la suciedad.
Pero lejos estaban las viviendas de los sectores más humildes de contar con servicios de provi-
sión de agua y desagües que permitieran el más decoroso aseo. De allí la necesidad de instru-
mentar limpiezas populares, baños baratos que permitiesen una permanencia prolongada en el
agua, pues nadar era, en suma, una forma de lavarse. Y también una instancia de sociabilidad
más que importante, en un momento donde iban adquiriendo perfil propio barrios y expresio-
nes populares nacidas de la rica amalgama cultural entre criollos e inmigrantes.
Hacia 1900, los baños públicos en Buenos Aires eran muy frecuentados, en especial porque la es-
casez de agua era común en las zonas más alejadas del centro y los convertía en eficaces reem-
plazantes del aseo en tina -con agua pagada al aguatero- que era moneda corriente entre los más
humildes.
Casa de Baños Públicos, estilo mudéjar, en pleno centro de Buenos Aires. (CEDODAL)
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
En la revista “Caras y Caretas” de diciembre de 1900 exclamaba un hipotético esposo: “Qué gran
invención las casas de baño...donde uno puede refocilarse pensando que mientras goza, la mujer se cuece
a fuego lento! -Y entran a los cuartos las figuras más raras, desde la silueta de Don Quijote a la de San-
cho Panza, con todas sus variantes de pelaje y hasta de conformación.”
Aún en los años ‘20 la Municipalidad continuaba estimulando las prácticas del baño, por medio
de carteles fijados en las calles de la Capital. La Comuna sólo contaba con tres establecimientos,
frecuentados por numerosos trabajadores de ambos sexos y gran cantidad de niños, “que hallan
todo lo indispensable para un baño excelente, sin el más pequeño desembolso, pues hasta las propinas es-
tán prohibidas.” Este servicio gratuito también comprendía jabón, toalla y -lo más requerido por
el público femenino- agua caliente. Algo inexistente en los conventillos, donde un solo cuarto de
baño con agua fría servía a una población por demás numerosa.
Un cronista de “Mundo Argentino”, refiriéndose a los baños, sostenía en 1923 que estas “termas” de-
berían aumentarse en toda la Capital, y que eran mucho más higiénicas y eficaces que el Balneario
sobre la ribera, pues, a pesar de ser un hermoso paseo, no podía invitarse a la gente a bañarse “en un
agua saturada con todas las inmundicias del puerto!”; y concluía que: “Así como la gimnasia y el agua con-
tribuyen a formar organismos sanos, nada como la sedante inmersión, la tonificante ducha, después del trabajo
diario, con las comodidades que el Municipio puede ofrecer, no hay quien se resista a andar limpio.”
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Puente del Rosedal de Palermo, con góndola veneciana, a comienzos del siglo XX. (CEDODAL)
Pero, volviendo un poco hacia atrás, vale la pena aclarar que la limpieza de 1880 no era la del
presente. Lejos estaba aún el hábito del baño cotidiano, y las frecuencias distaban de las nues-
tras. A pesar de todo, sostiene Vigarello, que la limpieza consagrada por el siglo XIX como un
valor social de aceptación imprescindible, “es decisiva para comprender mejor la nuestra: se refie-
re muy claramente a un costado invisible del cuerpo, se apoya ampliamente en sensaciones íntimas,
dispone de una racionalización científica ya desarrollada. En este sentido, es la última gran figura que
precede a la limpieza de hoy.”
La situación en Buenos Aires -corroborada por los viajeros que nos visitaron en 1910- parece ha-
ber sido bastante distinta respecto a la importancia del aseo personal. En el ámbito local, a dife-
rencia de los países que capitaneaban su norte cultural y tecnológico -Francia e Inglaterra- , los
principios y hábitos higiénicos alcanzaron un grado de arraigo y desarrollo poco comunes. He-
cho que se encuentra reflejado tanto en la frecuencia del aseo como en la variedad de artefactos
que comprendía el baño argentino, y que aparece sólo parcialmente en países de otras latitudes.
Mientras que el baño inglés y el norteamericano no incluían el bidet y el francés sólo un inodo-
ro y bañera -el lavatorio y bidet estaban generalmente en el dormitorio- el baño argentino com-
prendía todos estos elementos sanitarios.
Aunque no sólo era una cuestión de número, sino de hábito: la propia Dirección de las Obras de
Salubridad en el verano de 1900 con tono quejumbroso declaraba que las dificultades de abaste-
cimiento de la ciudad derivaban de que: “Buenos Aires entero se baña.”
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Una prueba de la difusión de los principios higienistas hacia 1910, en el momento de euforia que
rodeó a los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, fue la atención que mereció la hi-
giene en la Gran Exposición de ese año, a la que se asignó un Pabellón propio -inaugurado el 3
de julio-, en el mismo nivel que los destinados al desarrollo agropecuario, a las Bellas Artes, a la
industria y a la poderosa red de ferrocarriles. Cierto es que, a pesar de permanecer abierta seis
meses, no fue demasiado el público que la visitó, pero, de todos modos, contribuyó a asociar la
promoción de la salud con el ejercicio físico, y a fomentar el intercambio internacional a través
del Congreso Científico Panamericano que en 1910 sesionó en sus instalaciones. Anexo al pabe-
llón, se había instalado un campo de deportes, reivindicando la importancia que tenía para la hi-
giene pública este tipo de dependencias en los espacios públicos de la ciudad.
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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
A comienzos de los años ‘20, la necesidad de estos espacios llevó a la Municipalidad a crear la
“Dirección General de Plazas de Ejercicios Físicos”, para estimular el ejercicio físico en la pobla-
ción. Esta Dirección en 1925 tenía once patios de juegos infantiles, nueve canchas de tenis, tres
de basquetbol y dos de voley, contando además con una casa de baños en el Parque Nicolás Ave-
llaneda, con pileta de natación y duchas para hombres y mujeres. La asistencia anual a esta casa
de baños llegaba en aquel momento a unas 50.000 personas, un número superior al de personas
que asistían al Balneario Municipal, estimado en 46.000 bañistas de ambos sexos.
En aquel año, el auge de los baños públicos gratuitos hizo que la comuna proyectara la construc-
ción de nuevos establecimientos en Nueva Pompeya, La Boca, Parque Patricios y Mataderos,
continuando a su vez con una campaña de difusión orientada a exaltar la importancia de la hi-
giene corporal en la profilaxis de todas las enfermedades. La totalidad de hombres y mujeres que
asistían a estos baños en 1926 superaba las 880.000 concurrentes. También existían lavaderos,
manuales y a máquina, utilizados por lavanderas y personal dedicado al lavado y planchado de
las ropas provenientes de institutos y hospitales municipales.
Otro de los cambios en la higiene urbana, fue el nuevo papel asignado a los espacios verdes. La
moda europea exigía nuevos trazados y la indispensable incorporación de especies y equipamien-
to importado, a tono con los cambios. En general, el paisaje de los parques y paseos diseñados en-
tre 1880 y 1930, daba rienda suelta a la imaginación y a un escapismo exotista que no permitía la
ciudad con su orden urbano cuadricular. Sus trazados, inspirados mayoritariamente en el modelo
geométrico francés, a menudo recurrían a un conjunto de elementos dispuestos pictóricamente en
el paisaje, de tal manera que apareciesen como curiosos incidentes en escenas de controlado salva-
jismo. En estos diseños, los espejos de agua eran elementos primordiales, acompañados por puen-
tes de troncos simulados, islas, grutas, confiterías con embarcadero, esculturas y demás elementos
que enfatizaban su carácter romántico y pintoresquista. En estos espacios también se incorporaron
fuentes ornamentales de hierro fundido o mármol, en su mayoría importadas, con cascadas y jue-
gos de agua. En suma, eran lugares de esparcimiento que, además, debían fomentar en la pobla-
ción la valoración de la higiene, el ornato, la educación y el cultivo del arte.
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La nostalgia de Venecia trasladada a Buenos Aires. En Plaza de Mayo, proyecto de lago con góndolas, c. 1910. (CEDODAL).
Los paseos náuticos en la ciudad: botes en los lagos de Palermo, a principios de siglo. (CEDODAL)
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Desde 1872, estaba prohibido en Buenos Aires el sistema “agua va!”, nombre que deriva del aler-
ta dado por cada vecino cuando abría su ventana y arrojaba a la calle el contenido de las vasijas
de noche. Una controvertida ordenanza aplicaba multas de 500 pesos a cada infractor si el agua
estaba sucia o en mal estado, y de 200 si era limpia.
Este expeditivo “sistema”, en una ciudad que no contaba con redes de provisión y desagües, nos
habla sobre la indeterminación espacial que rodeaba tanto a las actividades de aseo personal co-
mo a las de excreción en las residencias porteñas.
En aquellos años, era habitual el uso de los denominados “servicios” o “vasos necesarios”, jun-
to con bacinillas y “sillicos”, que permitían satisfacer las necesidades fisiológicas sin necesidad
de trasladarse hasta la zona del fondo de la casa, donde habitualmente estaban las letrinas apa-
readas, una de la familia, y otra para el personal. Ambas desagüaban a un pozo negro, con los
peligros de contaminación del pozo de balde que detallamos anteriormente.
El servicio de cloacas que sustituirá estos pozos, recién comenzó a efectivizarse a partir de 1890, cu-
briendo sólo un 10% de las viviendas de Buenos Aires. De allí que una ciudad con más de medio
millón de habitantes tuviera, aún hacia estos años, sus terrenos urbanos saturados de pozos negros.
El lavado e higiene personal tampoco gozaban, en la primera mitad del siglo XIX, de una locali-
zación propia, pues era frecuente que se utilizara una enorme variedad de enseres transporta-
bles, para su uso en dormitorios y cocinas. La proliferación de objetos para estos menesteres era
tan común como la de los utilizados para el acarreo del agua dentro de la casa. Mientras que en
el aseo podían emplearse desde bañeras o tinas de latón, aguamaniles, jarros y palanganas; pa-
ra el traslado se usaban garrafas, jarras, artesas, etc. Esta situación comenzó a variar en la segun-
da mitad del XIX, especialmente en las viviendas de las clases más acomodadas.
Las transformaciones a escala urbana, derivadas de los sistemas de provisión y evacuación, a ni-
vel doméstico se correspondieron con los cambios derivados de la utilización de cañerías para el
transporte del agua, de la nueva tecnología en materia de artefactos e instalaciones sanitarias, y
de otros adelantos como los sifones hidráulicos, elementos indispensables en la separación de las
aguas servidas y en la preservación de la atmósfera interna de los gases de la red.
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El refinamiento del baño inglés a fines de siglo XIX, y los artefactos ocultos tras delicada boiserie y receptáculos lujosamente moldurados. (Biblioteca de Aguas Argentinas)
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Mientras que las cañerías incidieron directamente en la aparición de locales fijos dentro del inte-
rior de la vivienda, donde el agua era provista y evacuada sin ninguna dificultad; el bagaje de
nuevos materiales y revestimientos totalmente estancos, de modelos de artefactos sanitarios y de
cocina, de dispositivos interceptores, y de infinidad de piezas y accesorios en general, fue ganan-
do en complejidad y variedad.
Una idea de este despliegue técnico y comercial es la tarea desarrollada por la Oficina de Con-
traste, creada por la Comisión de Obras de Salubridad en 1887 para el ensayo y aprobación de
los materiales utilizados en las obras domiciliarias, entonces en su mayoría importados. El Re-
glamento de esta Oficina, redactado en 1888, establecía que la inspección y ensayo de los mate-
riales, era requisito previo indispensable a la venta y utilización de cada elemento.
Este avance se encuentra funcionalmente enlazado al desarrollo y auge de las nuevas formas de
vivienda, y de la progresiva sustitución de las tipologías tradicionales por otras que reflejaban
ese “querer vivir a la europea” que dominaba el ambiente porteño entre 1880 y 1930. El tipo re-
sidencial más difundidos de este período, en los sectores medios y altos, que sustituyó a la tra-
dicional casa de patios, fue el petit hotel; mientras que en las viviendas en altura, predominó la
casa de renta. Ambos tipos, planteaban nuevas alternativas de organización funcional de los ser-
vicios, ahora posibles por el grado de avance técnico logrado en materia sanitaria.
El mismo desdén que tenían los estratos medios y altos por la atención de las necesidades cor-
porales, se manifestaba en los arquitectos a la hora de atender los servicios de baño y cocina, po-
co proclives a ocuparse de “cosas como éstas”. Algo normal, en una época donde el pudor y la ver-
güenza regían -hasta extremos hoy poco comprensibles- los comportamientos humanos.
Aproximadamente entre 1880 y 1910, puede observarse que se mantiene la diferenciación entre
el “cuarto de baño” y el “water-closet”. El primero, concebido como una “sala de baños” para la hi-
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Desde artefactos para baños de asiento -parientes del bidet- hasta sofisticados sistemas de duchas, junto con una gran variedad de accesorios en hierro,
y hasta calentadores a leña para bañeras de fabricación local, podían encontrarse en el mercado sanitario porteño hacia 1910. Un universo, donde el
aseo ocupaba un lugar destacado. (Biblioteca de Aguas Argentinas)
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giene personal, se ubicaba cerca de los dormitorios principales y en ocasiones acompañado con
una pequeña pieza o “tocador” de uso femenino. Para obtener agua caliente, el sistema más di-
fundido era la instalación de una serpentina en la cocina que se vinculaba al cuarto de baño.
También cumplían esta función calentadores a carbón, que se introducían en la bañera hasta que
el agua alcanzara la temperatura deseada.
El retrete “water-closet”, por su parte, era un emergente directo del inodoro accionado por caída
de agua y perfeccionado con nuevos sifones hidráulicos. Incorporado al interior de la vivienda y
vinculado a los dormitorios, sustituyó a las letrinas o “comunes”; mientras que en otros tipos re-
sidenciales más populares, como la casa chorizo, su ubicación cerca de la cocina y al fondo de la
distribución longitudinal de ambientes, le hará conservar, un contacto más directo con el exterior.
En las casas que no estaban incorporadas a la red, predominaban los enseres de la era pretecno-
lógica, con letrinas exentas, confinadas al fondo del terreno. En estas unidades, los dormitorios
continuaban usando bacinillas, dispuestas en sillones, y lavatorios con muebles con tapa de már-
mol, con su propia jarra de porcelana o esmaltada, para el lavado de caras y manos.
A la incorporación del inodoro, arribado hacia 1885, se suman -en especial desde comienzos de
siglo- diversidad de lavatorios, bañeras y bidets, fabricados en el exterior, y cuya distribución
aquí se hacía a través de un buen número de casas importadoras. A partir de estos años, cuando
el desarrollo tecnológico y comercial sanitario operado desde 1850 en Inglaterra se encontraba
en pleno auge y expansión, en el medio local comenzaron a sucederse año tras año los catálogos
de las principales firmas proveedoras. Muchas de ellas habían obtenido premios en exposiciones
internacionales por sus adelantos e innovaciones en la materia (“George Jennings, Ltd.”, “Geo.
Howson & Sons, Ltd.”, “Twyfords, Ltd.”, etcétera).
Hacia los años ‘20, se produce la unificación en un solo ambiente de las funciones de aseo e hi-
giene personal y el “water-closet”, dejando de utilizarse la antigua separación entre ambos. Sur-
ge de este modo el “baño-habitación”, un ambiente que -tal como lo indica su nombre- era con-
cebido como una habitación más de la casa, con su propio estilo y con la bañera generalmente
ubicada sobre el lado más largo del ambiente. Este modelo, también conocido como “baño in-
glés”, se difunde ampliamente en la década de 1920 y constituye la antesala directa del “baño
moderno” de los años ´30.
La ubicación de los artefactos no obedecía a un patrón fijo, y se pueden encontrar múltiples va-
riantes de acuerdo al tipo y nivel de vivienda que corresponda. Los arquitectos, invariablemen-
te más preocupados en sus proyectos por los ambientes principales que por los reductos de ser-
vicio, en general trataban de ocultar el inodoro de la vista directa, confinándolo en compartimen-
tos aislados, con ventilación independiente. A menudo también la ducha, el bidet o el lavatorio
merecían receptáculos aislados o nichos. Lo cierto es que esta “habitación” superaba ampliamen-
te las dimensiones y alturas del baño moderno tal como hoy lo conocemos, tenía iluminación na-
tural, y un espacio central generoso para moverse con libertad. Los estilos históricos más utiliza-
dos recurrían tanto a las formas de la antigüedad clásica como a variantes orientales, muy del
gusto victoriano en boga.
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La estrecha relación comercial con Inglaterra favoreció en un comienzo la difusión de los sanita-
rios ingleses, considerados los más adelantados de su época. Piezas de este origen se podían en-
contrar en los más apartados lugares del mundo, como San Petersburgo, Melbourne, Nueva Del-
hi, y mansiones de Estados Unidos. El cuarto de baño inglés, costoso por cierto, fue adoptado en
las dos primeras décadas del siglo XX por las clases acomodadas europeas, y también en el me-
dio local, donde alcanzó rápida aceptación.
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blemáticos de este eje cívico. Los nombres de los artefactos que aparecen en su catálogo de pro-
ductos -que incluía hasta automóviles- son una muestra de las asociaciones que despertaba en la
cultura de la época este espacio íntimo y privado, habitado por artefactos con nombres de dio-
ses mitológicos, de figuras femeninas de la antigüedad, plantas, flores exóticas, y una extensa lis-
ta según se tratara de baños de asiento, inodoros o complejos sistemas de duchas para bañeras.
En un principio, la tendencia general fue tratar estéticamente a los artefactos de baño como mue-
bles, como piezas que debían expresar el gusto del propietario y, además, en algunos casos ser
“encapuchados”, es decir, ocultos, tras costosos revestimientos de madera u otros materiales, o
bien simplemente pintados. Con frecuencia, un mismo modelo estándar recibía distintos ador-
nos, inaugurando líneas de productos sólo en apariencia diversos. En realidad, esta “debilidad”
por el adorno -en consonancia con el gusto imperante- invadió cada elemento y cada rincón del
“baño habitación”.
Aunque este tipo de baño alcanzó difusión a principios de siglo y los años ‘20, conviene desta-
car que su generalización no fue uniforme. En muchos casos, continuó la división entre retretes
o “water-closet” y la parte de aseo, con entrada exterior, especialmente en la casa chorizo y en las
viviendas rurales.
Pero no se trataba de un simple cambio de moda o de medidas. En los años ‘20, los adelantos téc-
nicos en la ingeniería sanitaria y el perfeccionamiento de los artefactos y accesorios para baño,
estuvieron relacionados con los cambios en el modo de habitar y el nuevo concepto de higiene
que trasladó su eje de interés desde la asepsia al bienestar físico y el confort.
Los lavatorios de porcelana, generalmente Inodoro común, del tipo “wash-down”, Las bañeras de porcelana enlozada, con patas de hierro,
embutidos en muebles de madera, compuesto por dos piezas -una taza y un sifón- precedieron a las embutidas, que determinaron con su largo el ancho
recibieron profusión de decorados y exóticas era una variante más económica del baño moderno. (Biblioteca de Aguas Argentinas)
denominaciones. que el de pedestal.
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Todo el “glamour” y la calidad de los artefactos norteamericanos “Standard”, en los años ´20, compitiendo palmo a palmo con sus adversarios ingleses en
el mercado local. (Revista Plus Ultra, CEDODAL)
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En la década del ‘30, precisamente en los años de auge de la arquitectura moderna en nuestro
país, es cuando aparece y se desarrolla el concepto de “baño-célula”, o “baño moderno”, tal cual
hoy lo conocemos. Si en el “baño-habitación” predominaba la amplitud de espacios y el trata-
miento estilístico, ahora -como contraparte- la organización del “baño moderno” se apoyaba en
principios funcionales de economía y eficiencia espacial, de normalización y estandarización, en
donde sistemas de medidas regulaban la distancia mínima entre artefactos.
En cuanto a los estilos, la transformación fue igual de drástica: este nuevo baño adquiere estéti-
ca propia, con revestimientos y artefactos despojados de cualquier alusión decorativa y orna-
mental. Ya no es el cuarto concebido como una habitación amoblada, o mero anexo del dormito-
rio, ahora tiene sus propios materiales, revestimientos, y una estética fiel a los postulados del
movimiento moderno. Según S. Giedion, los orígenes de este “baño-célula” pueden rastrearse en
los hoteles norteamericanos de la década de 1910. Otras influencias, habrían sido los estudios so-
bre vivienda mínima realizados en Alemania durante los años ´20.
Ya hacia 1908, en Estados Unidos había catálogos de fabricantes que presentaban planos de los
cuartos de baño compactos que venían instalando en los nuevos hoteles, pero con los artefac-
tos distribuidos en distintas paredes y la bañera de hierro enlozado, sobre sus pies, sin empo-
trar. Aproximadamente en 1915 aparece también en ese país la bañera en forma empotrada, pe-
ro -siguiendo la explicación de Giedion- es sólo hacia 1920 cuando se difunde el cuarto de ba-
ño compacto, al fabricarse la bañera de pared doble y esmaltada con un largo estándar de 1.50
m. Esta reducción espacial, condicionaba el lado menor de la planta rectangular al largo de la
bañera -que gira 90° respecto al cuarto de baño inglés- y los artefactos alineados a lo largo de
una misma pared.
Se completaba de esta manera, un recorrido de más de medio siglo, desde 1880 hasta 1930 apro-
ximadamente, en el cual la higiene y necesidades corporales comenzaron siendo nómades den-
tro de la casa, continuaron desarrollándose en espaciosos e hiperdecorados cuartos de baño, y
culminaron en el modelo moderno, tal como hoy lo conocemos. En este derrotero, es curioso ob-
servar cómo, este espacio ajeno a la mirada, ha conocido cambiantes reflejos espaciales, y nos ha
llegado al presente como un espacio doméstico más de la casa, “casi” digno de ser exhibido. Es-
pecialmente si consideramos el desarrollo estilístico y tecnológico que ostentan muchos baños de
la actualidad, alejados de la asepsia decorativa funcional, y próximos en su espíritu al desplie-
gue que mostraban los catálogos de aquel verdadero festival sanitario finisecular.
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El artefacto blanco,
sin ornamentos, se difundirá
progresivamente en la década de 1920,
aunque sin abandonar totalmente
las generosas dimensiones
de sus predecesores.
(Biblioteca de Aguas Argentinas)
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En décadas subsiguientes,
también habrá propuestas cromáticas
que se extenderán a todos
y cada uno de los elementos sanitarios.
(Biblioteca de Aguas Argentinas)
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Paseo del Tigre, con el antiguo edificio del Tigre Hotel. (CEDODAL) Uno de los pabellones del Zoo porteño, en estilo hindú, a orillas del lago. (CEDODAL)
La higiene urbana de fines de siglo XIX otorgó a los espa- da por Alvear en 1883. En Plaza Garay la gruta (1886) contaba con
cios verdes un importante papel en la preservación de la salud pú- arroyo y puentes y una cascada de más de siete metros de alto.
blica. Las plazas, paseos y parques, fueron en la visión de los go- Como se ve, la presencia del agua, era un condimento indispensa-
bernantes de la época -además de instrumentos indispensables en ble en los diseños afrancesados de los paisajistas de entonces, que
el nuevo paisaje cosmopolita finisecular- “no sólo un solaz, sino una a menudo combinaban trazados de caminos con cursos de agua y
necesidad de higiene de las ciudades (...) los gastos que ello deman- lagos. Agua y vegetación, eran aliados en la purificación del aire y,
de no se les puede aplicar el calificativo de lujo, sino de higiene pú- además en una función higiénica otorgada por la ciencia del mo-
blica”, según afirma el primer intendente de la Capital, Don Torcua- mento. En su concepción, estos espacios respondían a una misma vi-
to de Alvear. Durante la Intendencia de su sucesor, el Dr. Crespo, se sión pintoresquista y romántica de lo natural, en la que no faltaban
inauguró el Jardín Zoológico dentro del Parque 3 de Febrero, un lu- estatuas, estanques con juegos danzantes, templetes clásicos, plan-
gar con proliferación de pabellones en estilos exóticos, con grutas, tas acuáticas, kioskos de música, y demás elementos evocativos. Es-
puentes rústicos y un importante lago. No conforme con estos atrac- pacios, donde se permitían licencias paisajísticas imposibles de plas-
tivos, su director Clemente Onelli, sorprendió en 1911 a Buenos Ai- mar en la urbe, y donde cada sector del trazado estaba pensado pic-
res con una sensacional noticia: el descubrimiento de un manantial tóricamente, para satisfacer la contemplación y el goce visual.
de agua mineral que surgía a flor de tierra, en pleno Zoológico. Pe-
riodistas, fotógrafos y una nutrida concurrencia invadieron el lugar El agua también ocupó otros espacios en la imaginación y el espar-
para probar el líquido, que era ofrecido en vasos, gratuitamente. cimiento de los porteños. Además de lugares de gran concurrencia,
Hasta se construyó una fuente, y se vendieron más entradas, pues como los lagos de Palermo, desde los últimos años del XIX, se di-
por sólo diez centavos la gente podía llevarse a su casa varias bo- fundió la costumbre de los paseos náuticos. Tal parece haber sido el
tellas de “agua mineral”. Este milagroso líquido, en verdad, era caso de los paseos por el río Luján y por el Tigre con sus recreos. Los
agua corriente que había escapado de caños subterráneos de la red. bailes de carnaval en el antiguo Tigre Hotel (anterior al actual e
inaugurado en 1890) eran un verdadero acontecimiento. El diario
Lagos y grutas también se levantaron en numerosas plazas porte- “La Prensa” de 1891, describe a estas fiestas como “una reminis-
ñas: en Plaza Constitución (18887/88), se realizó una gruta con la cencia de las noches encantadas de Venecia”, en la que las quintas
forma de un castillo en ruinas rodeado por un lago; en el Paseo de “iluminadas con profusión por sus dueños mostrarán sus luces en
la Recoleta -uno de los más afrancesados- hubo también otra, acom- las tranquilas aguas y cruzándose con los reflejos de las lámparas
pañada por lago, mirador y rocallas, sobre la barranca, e inaugura- de las embarcaciones producirán un efecto fantástico que recorda-
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rá las lagunas del Adriático surcadas por góndolas.” Georges Cle- establecimientos de todas suertes, para todas las clases de la socie-
menceau llamó al Tigre en 1910 “una Venecia de jardines”, con ár- dad, confundidas en los días de descanso en aquellas aguas encan-
boles de todas las procedencias inclinados sobre los canales, con tadas, que ofrecen un asilo de paz animada para suceder a las fa-
“pequeños barcos cargados de una juventud dichosa en la cadencia tigas de Buenos Aires.”
de los remos entre las risas y los cantos (...) quintas y casitas suizas
de estilo suizo fundadas sobre pilotes, hoteles, fondas ventorrillos y J. T.
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El arquitecto Juan Martín Burgos fue uno de los personajes plataforma de unos 80 metros de largo y 28 de ancho, que se sos-
más interesantes de la arquitectura argentina en las dos últimas déca- tenía como un gran palafito sobre el río.
das del siglo XIX. Sus comentarios críticos sobre la arquitectura de Bue-
nos Aires, publicados en 1880 en los Anales de la Sociedad Científica Al fondo del muelle, unas oficinas administrativas con la bandera
Argentina, muestran su identificación con una visión funcionalista. habilitaban a un paseo flanqueado de casillas de madera con sus
correspondientes artefactos sanitarios. Había casillas “comunes”
Sus conocimientos enciclopédicos se traslucen en su propuesta para para varios bañistas y otras individuales un poco más pequeñas
la Nueva Capital de la Provincia de Buenos Aires, realizada en 1882 (1,20 x 1,80 m). Las casillas que daban hacia el río contaban con
y cuyo plano tiene inmediata influencia en el trazado con diagona- un pasaje y baranda de hierro, mientras que un sistema de cuatro
les de la ciudad de La Plata, fundada ese mismo año. Burgos pue- escaleras habilitaba el acceso al agua.
de, junto a Dardo Rocha, considerarse como el ideólogo de aquel Esto demuestra la temprana preocupación por aprovechar orgáni-
trazado que causó admiración por su modernidad. camente desde un punto de vista empresarial las márgenes del río
para una recreación natatoria.
En la misma época, Burgos realizaba un proyecto para Balneario
“La Capital” con un muelle diseñado en madera. Se trataba de una R. G.
Planta y vista lateral del balneario “La Capital”, Arq. Juan Martín Burgos (CEDODAL)
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La forestación de la Costanera fue obra del arquitecto paisajista do Tabacchi, el mástil donado por la colectividad italiana en 1926;
Carlos Thays, se agregaron además, un jardín y teatro griego. El y en 1936 el “Monumento a España”de Arturo Dresco.
sector fue completado posteriormente con los edificios de la Escue-
la Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, el Observatorio En 1921 el balneario pasó a depender de la Municipalidad de Bue-
Naval del Servicio Hidrográfico Nacional y el Lazareto Capital. nos Aires. Por la memoria de ese año sabemos que concurrían
46.000 bañistas. Por el costo de 2 pesos se vendían oficialmente
A través de los años un conjunto de obras escultóricas fueron incor- trajes de baño, medida de profilaxis que aumentó los ingresos del
poradas en el paseo costero como la formidable “Fuente de las Ne- municipio en cerca de 6 millones de pesos, monto más que conside-
reidas” realizada por la escultora tucumana Lola Mora, que fue em- rable para las exiguas entradas de la comuna.
plazada en 1918 en este espacio más alejado del centro de la ciu-
dad y de las miradas curiosas; el monumento a Luis Viale de Odoar- E.R.
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PILETAS PÚBLICAS
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Revista “El Mosquito”, 1883. Sátira de los políticos del momento, haciendo la plancha en la pileta de Belgrano. (AGN. DDFA).
Otras casas de baño fueron surgiendo en pleno centro de la ciudad, regenteado por el señor Cabanettes en la calle Balcarce. En este lu-
como “La Argentina”, ubicada en Bartolomé Mitre 96, propiedad de gar, donde se alentaba la práctica deportiva otorgándose premios a
la sociedad Lacroze, Montaña y Domínguez. En su parte delantera los nadadores, surgieron los primeros cultores de la natación local.
había una sala de duchas, cuyo centro estaba revestido por bloques
de mármol. En la parte lateral se disponían cuartos de baños de in- Como se ha visto, muchas de las actividades deportivas surgidas en
mersión fríos y calientes. La gran pileta de natación tenía 25 me- estos años estuvieron asociadas con factores higiénicos. El efecto be-
tros de largo y 10 de ancho, con una profundidad máxima de tres nefactor del agua, sobre la salud y el bienestar físico iría despertan-
metros. La cabecera estaba curiosamente ornamentada por una do el interés por alcanzar una máxima utilizada por las asociacio-
gruta - al estilo de la época- y por figuras femeninas, mientras que nes atléticas del momento, mens sana in corpore sano.
el agua emanaba de la extraña forma de un dragón. El boleto cos-
taba 0,50 $ y por día concurrían unas 350 personas. Otras piletas E. R.
de estas características fueron “L’ Universelle” y el establecimiento
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Fachada de un establecimiento de baños sobre la calle Callao, hacia 1888. (Revista El Sudamericano, 1889, Buenos Aires)
Los proyectos transformadores de la década de 1880 alcan- A estos emprendimientos generados por el municipio se agregó una
zaron a un vasto sector de la zona de Recoleta, comenzando la ur- propuesta de particulares para construir un monumental estableci-
banización y rectificación de calles y avenidas. El barrio, se había miento de baños que se ubicaría entre las calles Callao, Junín, Aya-
convertido en un sitio ideal para el esparcimiento, con el Jardín Bel- cucho y el entonces denominado Paseo de Julio. A tal efecto el mu-
vedere, el Prado Español y el atractivo de las montañas rusas, de nicipio cedió al concesionario una superficie de 51.000 metros cua-
allí que cobrara impulso la creación de un Parque con Baños Públi- drados por ochenta años. La planta general del balneario es sor-
cos, recostado sobre el Río de la Plata, el que fue proyectado por prendente, tanto por la magnitud de su escala como por los diver-
Eugène Courtois. Se hallaba lindante con el Establecimiento de los sos servicios que en ella se proyectaron: departamentos medicina-
Filtros de las Aguas Corrientes, la calle Callao, y las vías del Ferro- les, baños sulfurosos, lluvias de agua dulce, duchas medicinales, ba-
carril del Norte. Fue planeado como un conjunto con bosques, árbo- ños de inmersión de agua dulce y salada, gimnasia medicinal, pe-
les aislados, corbeilles de flores y arbustos rodeando el área de re- dicuría, peluquería. Un establecimiento dedicado a la hidroterapia
creación. No faltaban los kioscos, el restaurant, el café, las salas de que en poco difiere de los actuales servicios ligados al bienestar y
concierto, y un lugar para la orquesta y tocador. También había un la salud. La dirección estaría a cargo de un Consejo médico forma-
espacio destinado a Baño General y Gimnastea. En otro plano, so- do por los principales sanitaristas, entre quienes se contaban el doc-
bre el borde costero se observa una gran pileta cuadrada con sus tor Antonio Crespo -ex intendente- y el célebre químico Pedro Ara-
ángulos ochavados, y con un pabellón semicircular al que se acce- ta. Completaban este comité directivo sumamente especializado los
dería por un camino arbolado. En la viabilidad del proyecto fue de- señores Gil, Tamini, Astigueta, Fernandes y Maglione. Como era ha-
cisiva la cercanía del Establecimiento de Aguas Corrientes al cual se bitual, no podían faltar en el lugar el diseño de grutas y cascadas.
conectarían los desagües y la entrada del agua. El Paseo así planea- Lo sorprendente es que el agua se pensaba conducir por cañerías
do, presentaba un notable atractivo por su diseño paisajístico, su re- desde una distancia de 40 leguas. El ambicioso conjunto contaba
lación con el borde ribereño y la inclusión de un acuarium con plan- además con trescientas casas de departamentos, conectadas a la red
tas tropicales. Iniciadas las obras el trazado del gran paseo que bor- de agua corriente y de luz eléctrica. En los pisos bajos se planeaba
deaba la ribera obligó a terraplenar la zona destinada a los Baños instalar un mercado, y diversas casas de comercio, un teatro y jar-
Públicos. Esta acción, emprendida por el municipio capitalino, per- dines, que procurarían satisfacer las crecientes necesidades de re-
mitía ganar un área de tierras destinadas a un objeto vital para el creación de la ciudad. La idea apuntaba a generar un nuevo estilo
vecindario, como era el uso de estos baños tan reclamados en este de vida destinado a la expansión de los pobladores del barrio de
período de transformaciones. En suma, un proyecto atractivo que Recoleta, en continuo crecimiento. A pesar de sus grandiosas pro-
brindaría un servicio social necesario y embellecería el lugar. Sin porciones el proyecto no llegó a concretarse.
embargo, pronto estos trabajos se vieron malogrados por los pro-
yectos de ampliación del puerto de Buenos Aires. E. R.
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Plantas de proyectos para baños públicos. (Beccar Varela, A. Torcuato de Alvear, Primer Intendente Municipal, 1926, Op. cit.)
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La euforia del cambio de siglo, unida a la recuperación eco- caballeros. Simétricamente dispuesto a la zona de stand de tiro,
nómica luego de la crisis de 1890, se manifestaba en las transfor- se ubicaban unos baños, de carácter público y gratuito, con una
maciones urbanas de Buenos Aires como símbolo de la modernidad reducida escala frente a la magnitud de la gran construcción cen-
del país. Entre los múltiples proyectos que se analizaban, luego de tral de dos plantas.
la apertura del Puerto Madero y la culminación de los servicios de
agua potable y saneamiento en el área céntrica (Radio Antiguo), es- El núcleo central tenía un gran Salón de Fiestas, y avanzando sobre
taba el del aprovechamiento lúdico del río. el muelle unos grandes depósitos de canoas. Una arquitectura de
hierro con claraboyas de vidrios y “verandas” o balcones que per-
La idea del Balneario Público, que se había manifestado embriona- mitían la contemplación del agua, configuraban la caracterización
riamente en esas dos últimas décadas del siglo XIX, apareció plas- de este conjunto, que si bien se situaba en los lineamientos de com-
mada en un magno proyecto que retomaba, más allá de los diques posición y al empaque del academicismo arquitectónico, mostraba,
de Puerto Madero, entre las prolongaciones de las calles Cangallo más allá del rigor de sus fachadas, su espíritu lúdico y recreativo.
(hoy Tte. Gral. Perón) y Corrientes.
En definitiva, la consolidación de aquel imaginario europeo que po-
El diseño del arquitecto Augusto Terracini, realizado para el em- dría impactar emotivamente a los inmigrantes y viajeros que llega-
presario Lorenzo Fiorini en junio de 1900, abarcaba un complejo rían al ya consolidado puerto de la ciudad de Buenos Aires.
deportivo con áreas verdes donde se programaban canchas de fút-
bol, cricket y lawn-tennis, así como una pista de atletismo. En su El agua como objeto de contemplación o para el baño, se integraba así
extenso desarrollo, el Balneario presentaba grandes unidades edi- a la dinámica preocupación de empresarios y funcionarios porteños.
licias para stand de tiro, escuela de natación y zonas de baños en
el río para señoras, obviamente separadas de las destinadas a los R. G.
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PARQUE AVELLANEDA
En 1912 el municipio adquirió una fracción de 50 ha desti- que fue impulsada por el concejal socialista Antonio Zaccagnini. El
nadas a paseo público en el oeste de la ciudad, la que fue entre- edificio fue adaptado y restaurado para su nueva misión.
gada al entonces Director General de Parques y Paseos, Carlos
Thays. Las tierras habían sido colonizadas a comienzos del siglo En 1923, atendiendo a una población en continuo crecimiento se
XIX. Originalmente formaron un tambo que proveía de leche a encaró la construcción de un natatorio, un centro de educación físi-
Buenos Aires, además de contar con moliendas de trigo y panade- ca y deportes, una escuela y colonia de vacaciones. La construcción
ría que surtía al pueblo de San José de Flores. El sitio ocupado por de la pileta de natación recuerda el estilo de las termas romanas,
la chacra Los Remedios alcanzó una nueva dimensión al diseñar el con elementos clasicistas y art decó con ornamentación de corte
ingeniero Carlos Olivera la residencia de Villa Ambato, ocupándo- americanista, muy al gusto de la época. En 1925 la Dirección Gene-
se además de la reforma de la estancia. La mansión ocupaba una ral de Plazas da cuenta de la casa de baños con pileta de natación
vasta superficie, rodeada de árboles frutales y jardines. Las cróni- y sector de duchas divididas en sector para mujeres y para varones.
cas recuerdan que un equipo a vapor, instalado en las inmediacio- Durante el tiempo en que funcionaba la colonia de vacaciones unos
nes aseguraba la provisión de agua, para consumo y para cultivo 4.500 niños disfrutaban de estos servicios dos veces por semana. La
de la huerta, parque y jardines. totalidad de usuarios alcanzó a unas 50.000 personas.
A comienzos del siglo XX la zona fue urbanizándose, se fracciona- Con el correr del tiempo estas instalaciones fueron abandonadas y
ron terrenos entre los que contó la antigua chacra transformada en se fueron deteriorando. En la actualidad, motivados por la comuni-
paseo, destinándose espacios a canchas de tenis y fútbol, sector de dad se han ido recuperando la antigua Villa Ambato y el Natatorio,
juegos y teatro infantil. Las obras fueron inauguradas en 1914 por que tuvo durante tantos años destacada acción al propulsar la com-
el intendente Joaquín de Anchorena, el parque recordó en primera petencia deportiva entre los jóvenes de la ciudad.
instancia a Domingo Olivera fundador del lugar, cambiándose al po-
co tiempo por la actual denominación. En 1919 se instaló en la an- E. R.
tigua casona una Colonia de Vacaciones para Niños Débiles, obra
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FUENTES MONUMENTALES
A comienzos del siglo XX, se instalaron en Buenos Aires tres da que surge de una valva menor, que remata el monumento. La
fuentes y conjuntos escultóricos de características monumentales: autora empleó piedra y mármol de Carrara, para la ejecución de
“Las Nereidas”, el monumento de los “Dos Congresos” y el conoci- una obra, que por la osadía en el tratamiento de los desnudos
do popularmente como “de los Españoles”, en las avenidas Sar- atrajo las miradas críticas de los entendidos. Esta situación obligó
miento y del Libertador. Tres obras que reflejan un período de sin- a trasladarla en 1918 a la plazoleta de acceso al espigón del bal-
gular esplendor artístico de la capital porteña. neario de la Costanera Sur.
“Las Nereidas”, también denominada “El tocador de Venus”, fue Frente al Palacio del Congreso, fue inaugurada el 9 de julio de 1914
realizada por la artista tucumana Lola Mora, precursora de nues- una de las fuentes más monumentales de la ciudad. La obra reme-
tra escultura. En 1903 la fuente fue ubicada en el Paseo de Julio. mora dos hechos fundamentales de nuestra historia: la Asamblea del
En su composición se conjugaron criaturas mitológicas evocadoras año 1813 y la Declaración de la Independencia de 1816. Trabajaron
del mar. Tres figuras masculinas simbolizan a tritones soportados en el monumento “A los Dos Congresos” el escultor belga Jules La-
por una colosal valva de molusco, las imágenes son sostenidas por gae y el arquitecto D’ Huicque. El conjunto al que se accede por ma-
tres caballos que se hallan casi sumergidos en el espejo de agua. jestuosas escalinatas se ve coronado por la figura de “La República”
Las figuras femeninas que emergen a modo de sirenas, caracteri- caracterizada con un ramo de laurel en la mano derecha. Otra ima-
zadas por su cola de pez, se ven coronadas por una Venus desnu- gen símbolo de “El Trabajo” se apoya en la guía de un arado, a cu-
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Monumento de los españoles, Agustín Querol. (J.T.) Monumento de los Dos Congresos, Jules Lagae. (P.M.)
yos pies yace una serpiente, mientras que la figura de “La Abundan- Palermo. La obra titulada “La Carta Magna y las cuatro regiones ar-
cia” vierte su simbólico cuerno, rodeadas por figuras alegóricas que gentinas” fue proyectada por el escultor español Agustín Querol y
recuerdan la Asamblea de 1813 y el Congreso de 1816. Una amplia continuada a su muerte por su taller, recién arribó a nuestra patria
pileta, con juegos de agua rememora la presencia del Río de la Pla- en 1927. En su basamento principal ocupado por las piscinas emer-
ta, grupo escultórico de animales -caballos, cóndores- guiado por la gen cuatro alegorías de bronce que simbolizan los Andes, el Río de
figura del Genio. A sus costados dos alegorías vierten el agua de sus la Plata, La Pampa y el Chaco, figuras de las que surgen los efectos
cántaros representando al río Paraná y al Uruguay. Graciosos cupi- de agua. El cuerpo central se compone de un bloque monumental,
dos danzantes adornan los contornos del gran estanque. Debajo de donde se enfatiza la unión de argentinos y españoles en figuras de
la plataforma del monumento un subsuelo con bombas hidráulicas suaves transparencias y contornos. Las imágenes de La Paz, la Jus-
facilitó inicialmente el movimiento de los juegos de agua. ticia, la Agricultura, la Industria y el Comercio se ven presididas por
la figura de la República que culmina el monumento.
Con motivo del Centenario patrio la comunidad española ofreció a
la Nación Argentina una grandiosa fuente que fue emplazada en E. R.
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EL ASCENSOR HIDRÁULICO
La provisión de agua corriente a Buenos Aires derivó, entre miento de ascenso y descenso quedaba asegurado por el trabajo de
otros importantes usos, en la aparición de los primeros ascensores poleas, cables y correas. Este sistema poseía la ventaja de realizar
hidráulicos. Se tiene noticia de la instalación en 1875 de un eleva- un gasto siempre igual de agua para cada ascensión, cualquiera
dor para transporte de pasajeros y mercaderías en el Hotel de la que fuera la carga que transportase. Además la sencillez del motor
Paix, ubicado frente a la Iglesia de la Merced. Su construcción se y la uniformidad del movimiento, lo hacía seguro en su manejo, po-
atribuye a la firma Silvestre Zamboni e hijos. Estos aparatos se em- sibilitando alcanzar mayores velocidades.
plearon en Europa y en América antes que los eléctricos. Veinte
años después, en 1895 Carlos Ortiz Basualdo, propietario de la fin- Estos vehículos de transporte vertical eran recomendables para el
ca situada en la calle Piedad 628, hoy Bartolomé Mitre, requirió a traslado de personas. Nuestro aparato -que se elevaría dos pisos- se
la Comisión de las Obras de Salubridad, un servicio especial de agua movía por el peso de un depósito de agua doble. Cuando una de las
corriente para alimentar el mecanismo de un ascensor de estas ca- plataformas llegaba al punto más alto, se llenaba de agua un de-
racterísticas. Las partes principales la constituían un motor, un apa- pósito unido a ella con lo que su peso aumentado arrastraba la pla-
rejo o mecanismo auxiliar para lograr la elevación, una plataforma taforma inferior. Al descender ésta, el depósito se vaciaba, llenán-
para soporte de las cargas y un dispositivo de seguridad. El movi- dose al mismo tiempo el que había llegado arriba, y estableciéndo-
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E. R.
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LA OFICINA DE CONTRASTE
A fines del siglo XIX, los materiales empleados en las obras “A. Lavazza”, (1892); “L. Vlyminex y Cía”, (1893); las llaves y co-
de provisión de agua potable y desagües cloacales, demandaron re- nexiones de bronce de fundiciones porteñas como “Chientelassa
glamentos y controles, orientados a ordenar y normalizar las con- Hnos.”, (1890); los interceptores de grasa de hierro fundido marca
diciones de uso, las características de funcionamiento, y los requisi- “Bonaerense” fabricados en La Plata, (1892); y marca “H&C”, de
tos de calidad y fabricación. Fue entonces la Comisión de las Obras la casa “Heinlein”, con fábrica en Salguero N°26, (1893). Dentro
de Salubridad, la que dio el paso necesario, al redactar en 1887 el de una enorme variedad de accesorios importados, durante la dé-
primer “Reglamento de cloacas domiciliarias”, creando además la cada de 1910 se presentan numerosos inodoros de pedestal de lo-
“Oficina de Contraste”, que tenía a su cargo el ensayo y aprobación za blanca, entre los que se encuentran las marcas: “Crescent”, (In-
de los materiales y artefactos empleados en las obras. El fabrican- glaterra,1911); “B.O.T.” de “John Maddock & Sons”, denominado
te o importador del artículo, antes de venderlo al público, debía so- “silencioso” por la suave descarga del depósito bajo, ubicado sobre
meterlo a su aprobación y, sólo obtenida ésta, podía utilizarlo en las el pedestal (U.S.A., 1913); y “Pescadas” (Inglaterra, 1917). Una
obras domiciliarias. curiosidad, es la aprobación en 1914 de un “inodoro bidet”, que
reunía en un solo pedestal los dos artefactos, proveniente de Ale-
Desde su creación en 1887, la Oficina destinó un lugar para que los mania y con accesorios de fabricación nacional. Este “Inodbidet Ar-
objetos aprobados o bien rechazados pudieran ser vistos por el pú- gentino”, recibía agua de descarga a través de una válvula que se
blico. Con el tiempo, este espacio adquirió carácter de verdadero accionaba levantando y bajando la tapa de madera que cubría el
“Muestrario de Materiales”, comenzando a funcionar. Los ensayos artefacto y podía utilizarse para agua fría y caliente.
sobre artefactos, de los cuales el solicitante debía presentar como
mínimo dos modelos, originariamente se efectuaban en los talleres A inicios de los años ‘20 comienzan a disputar el predominio inglés
de la antigua Planta de Recoleta, donde también a partir de 1911 los artefactos norteamericanos, que habían desarrollado eficientes
funcionaba un laboratorio (reemplazado a partir de 1929 por el ac- modelos de acción sifónica, superadores de los sistemas de arrastre.
tual, de la Planta General San Martín en Palermo). En 1950, el En estos años, a la vez que se aprueban inodoros comunes o de pa-
Muestrario de Materiales de la Oficina, se trasladó del subsuelo al langana, de material vítreo, con sifón independiente; también apa-
primer piso del Palacio de Avenida Córdoba, y en 1958 se impulsó recen innovaciones como las primeras válvulas de descarga de agua
la creación de un “Museo de Obras Sanitarias de la Nación”, cuyas para “inodoros silenciosos” destinadas a reemplazar el depósito ba-
colecciones constituyen la base del actual “Museo del Patrimonio”, jo que tenían estos últimos.
inaugurado por Aguas Argentinas en 1996 y ampliado en 2001.
Tanto los bidets como las bañeras y los lavatorios no requerían es-
Entre 1887 y 1920 Inglaterra fue el principal proveedor de mate- te tipo de aprobación previa. La supremacía del material importa-
riales sanitarios. Junto al material sanitario inglés aparecen en los do era notoria, aún en 1939. Recién en la década siguiente comen-
últimos años del siglo XIX piezas fabricadas por incipientes fundicio- zará a cobrar impulso la industria sanitaria local, registrándose la
nes locales. Los caños de material vítreo y depósitos de hierro fun- primera aprobación de un inodoro nacional de hierro fundido enlo-
dido para inodoros y orinales, generalmente provenían de las fir- zado, “a la turca”, en 1940.
mas de “George Jenning´s”, “H. Doulton”, y “Brown Valley Pottery
Sharp Jones & Cía.” Los depósitos de fabricación local, hechos a se- C. N.
mejanza de modelos británicos provenían de “E.G. Gibelli”,(1891);
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EL INODORO
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uso en los países de origen, que los exportaban a los más aparta- tefacto junto al lavabo y al bidé, pautados por estrictas separacio-
dos confines. Como sucedió con otros accesorios, comenzó a utilizar- nes entre sí, en un ambiente de planta rectangular, cuyo lado me-
se en los cuartos de baño de las familias más acomodadas. Al igual nor obedecía al largo de la bañera. Los cambios de forma corrieron
que el bidet, el inodoro fue considerado por la cultura de la época paralelos al nuevo concepto de higiene y confort, y también al gus-
un artefacto que debía disimularse con muebles o esconderse en re- to imperante: ya no era necesario ocultar la presencia del inodoro
ceptáculos, ya que su presencia ofendía la vista. tras compartimento o mueble alguno; por el contrario, en ocasiones
será llevado a la categoría de objeto artístico, a través de creacio-
El ornamentado inodoro característico de los años ‘20, hacia los ‘30 nes no convencionales de artistas pertenecientes a diversas corrien-
fue cediendo paso al aséptico artefacto del funcionalismo moderno, tes estéticas del movimiento moderno.
con superficies blancas, depuradas y medidas ergonométricamente
calculadas. La reducción de espacios del baño célula alineó este ar- J. T.
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Quienes hayan visitado otros países, habrán podido corro- La difusión local de este artefacto -no ya como utensilio móvil- co-
borar que los cuartos de baño argentinos cuentan con una variedad menzó con su incorporación en las grandes residencias levantadas
de artefactos no del todo comunes en otras latitudes. En especial en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, a partir del co-
porque, en pocos lugares del exterior se encuentra tan difundido co- nocimiento que tenían sus propietarios de los baños extranjeros en
mo aquí el uso del “bidé” o bidet. sus viajes a Europa y Estados Unidos. A pesar de ello, era un acce-
sorio que estaba muy lejos de su unánime aceptación, aún prome-
Este aparato, nació en Francia, en la primera mitad del siglo XVIII. diando los años ´20. Su uso, con el tiempo, comenzó a generalizar-
Se llamaba “caja de limpieza” o “bidé”, y era utilizado por inte- se y fue considerado algo corriente e indispensable en los baños ar-
grantes de la nobleza para el aseo íntimo femenino. Sus caracterís- gentinos de las décadas siguientes.
ticas eran bastante distintas a las del que conocemos hoy. En primer
lugar, se trataba de un utensilio independiente, que podía trasladar- El arquitecto Alejandro Christophersen, rememoraba en 1933 que
se a la habitación de aseo, y luego arrojar su contenido siguiendo entre nosotros el uso de este “4. elemento de higiene” no estaba
el viejo método del “tout-a-la-rue” o “agua va!” como se conocía tan arraigado décadas atrás, y su empleo era considerado, por los
por aquí. Una costumbre bastante difundida, antes de que se cons- más puritanos, hasta inmoral. Recordaba que en un remate, un
truyeran las redes de provisión de agua y desagües cloacales. Estos martillero anunciaba su venta como un “instrumento en forma de
primeros enseres, que eran un signo de distinción social, general- guitarra, de uso desconocido”, y que un estanciero se quejaba a su
mente presentaban una elegante decoración, y contaban con una arquitecto de que “el lavatorio con ducha le resultaba incómodo
armazón de madera, respaldo y tapa que ocultaba una palangana cuando se lavaba la cara!!!”. Christophersen aludía luego a una
de loza o de estaño. clienta a quien trataba de explicarle los planos de su casa y que,
cuando él tímidamente nombró el bidet, la señora exclamó sulfura-
Cuando surgen los “cuartos de baño o de aseo” y el “cuarto excu- da que ella no era una “demondaine” francesa!
sado”, el uso de la silla agujereada se transforma pues surge un
ambiente fijo para las funciones íntimas. Bidés, palanganas y de- J. T.
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Aunque el origen del bidet como artefacto, primero móvil y luego fijo, es claro, no existen precisiones sobre cuando incorporó su lluvia vertical o
“ducha”. Ya en 1900, la firma George Jennings de Londres había presentado en la Exposición de París, un brazo metálico que sumaba esa función a
los inodoros de pedestal, previendo incluso adaptaciones especiales de uso hospitalario. (Biblioteca de Aguas Argentinas)
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HEINLEIN & CÍA: TODO LO QUE UD. NECESITA PARA SU CUARTO DE BAÑO, Y MÁS
Publicidades de la casa Heinlein & Cía., cuando tenía su sede sobre Rivadavia 1399 (izq.)
y luego, hacia 1914, cuando ya poseía su gran local sobre Avenida de Mayo (der.).
(Museo de la Ciudad de Buenos Aires, GCBA)
Para encontrar la colección más completa de artefactos sa- trarán en esta casa, pues consideramos equivocado el sistema de
nitarios en el Buenos Aires de 1910, era casi imposible no visitar la vender malo para vender barato.” El catálogo estaba organizado
casa “Heinlein” en Avenida de Mayo 1402-1500, considerada en- por partes, con capítulos destinados a inodoros, bañeras y juegos de
tonces una de las principales firmas importadoras del país en el ru- lluvia, bidets y lavatorios. Las bañeras, por ejemplo, reunían mode-
bro. Hacia 1892, esta casa funcionaba en la calle Victoria 982 (hoy los de hierro fundido enlozado, en diversidad de modelos con nom-
Hipólito Yrigoyen), con el nombre “Cerini y Heinlein”. bres como: “Iris”, “Venus”, “Hermosa”, “Júpiter”, “Minerva”, “Ati-
la”, “Emperatriz”, “Calipso”, “Walkyria”, “Diana”, “Lucrecia”, etcé-
En abril de este último año, presentó a la Oficina de Contraste -en- tera. Luego habían modelos de bañeras para niños: “Cupido”, “Mig-
cargada de aprobar los materiales destinados a las obras domicilia- non”; para baños de asiento: “Aída”, “Gheisa”, “Fedora”; y una va-
rias-, un depósito automático para inodoro, de hierro fundido pin- riedad asombrosa de aparatos para juegos de lluvia.
tado, para una descarga de 10 litros, con su propia marca y fabri-
cado en Buenos Aires. A partir de 1893, se autorizó la venta del ar- La parte destinada a los bidets, comprendía artefactos portátiles con
tefacto bajo la marca “Heinlein & Cía.” mueble de madera y palanganas de loza, así como otros de pedes-
tal, con asientos, tapas y marco de madera con esterillas. La línea
Con los años, el comercio fue adquiriendo cada vez más importancia de lavatorios abarcaba modelos de hierro fundido enlozado, con
y, en la década de 1910, además de su imponente local céntrico, muebles de madera, y variedad de utensilios de loza como palan-
contaba con depósitos en Rosario, y su propia línea de artefactos, ganas, lavamanos, etc. También había equipamiento de cocinas, con
marca “Iris”, fabricados en Inglaterra por “Edward Johns & Co. Ltd.” piletas para ante-comedor, cocina, lavaderos, “slop-sinks” (vaciade-
ros) y además calentadores para baños.
En el centro de la ciudad, era la casa más importante en su tipo, a la
que seguían las grandes tiendas “Harrod´s” y “Gath y Chaves”, don- Este valioso documento, refleja un momento de transición en el uso
de también podían adquirirse accesorios y materiales para baños. del equipamiento sanitario, en el cual los artefactos fijos del cuarto
de baño conviven con versiones portátiles o móviles de los mismos.
Un catálogo de “Heinlein y Cía.”, ofrece, en los años que rodearon Eran años donde permanecían vigentes costumbres de la época pre-
a los festejos del Centenario de 1910, un pormenorizado listado de tecnológica y las redes de provisión y desagües no alcanzaban a cu-
sus distintos artefactos para “Cuartos de Baños”, precisando que brir vastos sectores de la Capital.
son para la “higiene moderna” y pensados para durar “muchos
años sin que sufran alteraciones”, debido a su excelente calidad, J. T.
debido a que, “si se desearan artículos de baja calidad, no se encon-
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Una Buenos Aires sin agua no era concebida por este arquitecto
que, desde Cataluña, imaginó dejar su huella en nuestra ciudad. Un Proyecto de templo, Arq. Puig y Cadafalch, 1916. (CEDODAL)
R. G.
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COSTANERA NORTE
E. R.
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Yacht Club Argentino, arq. Eduardo Le Monnier (1913). Acceso principal y vista general
desde el río. (PM)
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Hace unos meses, este conjunto ha sido considerado como bien pa-
trimonial para ser protegido y ha recibido su declaratoria como tal.
Ahora sí podemos decir que con sus pies mojados y todo, el Club de
Pescadores es Monumento Nacional.
G. M. V.
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CAPITULO III
1930-2001. LA METRÓPOLIS MODERNA
Arq. Patricia Méndez
Desde las ideas de Le Corbusier a los “carritos” de la Costanera Norte, e incluso hasta el polé-
mico proyecto de la aeroísla, las riberas del Río de la Plata fueron en la historia de Buenos Aires,
más un espacio de oportunidades que de resultados.
El interés por reconquistar la antigua relación del río con la ciudad ya aparecía en los objetivos
que Martín Noel trazara desde la Comisión de Estética Edilicia en 1925 y, si bien parte de ellos
se concretaron en la Costanera Sur, no sucedió lo mismo con su par del Norte. Las primeras me-
joras que conoció esta última fueron meras acciones de relleno con material proveniente de las
excavaciones para el subte B, y a ellas sólo sucedieron vagas ideas de urbanización. El carácter
público con el cual hoy la conocemos, recién tomó cuerpo en los años ‘40 con la intervención del
Ministerio de Obras Públicas; una gestión que afianzó su fisonomía al inaugurar complejos re-
creativos de piletas y espigones con lugares de comida. A esta expansión se sumaba otro impor-
tante acontecimiento para la ciudad: la apertura del Aeropuerto y del Hidropuerto en 1947. Jun-
to con esta progresiva consolidación física y funcional de la zona, las estaciones aéreas fueron se-
guidas por los sucesivos avances de la Ciudad Universitaria, un ambicioso proyecto -aún no aca-
bado- localizado en uno de sus extremos. Este ecléctico mosaico de programas edilicios, encon-
tró un factor de crecimiento inesperado: el emplazamiento de más carritos, con el tiempo con-
vertidos en elegantes restaurantes.
En síntesis, todo este borde ribereño -que durante décadas careció de la más elemental planifica-
ción urbanística respecto de su crecimiento- con el correr del tiempo fue invadido por locales
gastronómicos y de carácter lúdico, gracias a concesiones del Municipio que, además de favore-
cer la polución ambiental, perjudicaron sistemáticamente el acceso del público al espejo de agua.
Fue recién en el último lustro que la ciudad parece haber encontrado su rumbo, a partir de la ini-
ciativa del Gobierno Autónomo de la Ciudad con la implementación del Programa “Buenos Ai-
res y el Río”, dentro de las estrategias y las directrices previamente definidas por un Programa
Urbano Ambiental.
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la ribera del Riachuelo, y desde la Boca hasta el Puente de la Noria (1100 ha). Entre los objetivos
trazados, tuvieron un lugar destacado: generar nuevos espacios verdes públicos ribereños en
áreas de relleno; disponer de acceso gratuito para todas las zonas; preservar las características
ambientales rescatables y a potenciar; fomentar la cultura del río (protección ecológica, manteni-
miento, saneamiento, uso y goce de sus costas y del agua); y aspirar a un plan de recuperación
de mayor envergadura que abarca desde el Tigre a La Plata.
Simultáneamente, se desarrollaron acciones en la zona Sur y a lo largo del Riachuelo, que in-
cluyeron: un megaproyecto para la revitalización de la Costanera que incluía la activación de
la Reserva Ecológica; la refuncionalización del área central de La Boca y del Mercado del Pes-
cado; la rectificación del Riachuelo (incorporando amarraderos y puerto); la generación de
puentes de conexión entre la Capital y la Provincia sobre las avenidas Patricios, Lacarra y Es-
calada; junto con una reorganización integral de los parques “Sur”, “Roca” y del espacio que
rodea al Autódromo.
La revitalización de las riberas de Buenos Aires, hoy es una realidad que está en marcha. A dife-
rencia de lo que fue una constante en la caótica historia del sector, los logros hasta el presente ob-
tenidos -aunque es mucho el camino que resta recorrer- parecen revertir lo que fue una constan-
te en el uso y abuso del sector, priorizando el interés particular por sobre el bien común. Hoy,
existen indicios que permiten refrendar aquello que el nombre del Programa anuncia: hacer de
la costa un espacio de todos.
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Desde el momento de su instalación, el puerto diseñado por Eduardo Madero fue un obstáculo
urbano; un efecto que ni siquiera logró disminuir la habilitación del Puerto Nuevo allá por 1926.
Nunca fue objeto de un plan integral y el desaprovechamiento de sus grandes instalaciones en
pos de otra obra totalmente nueva y de idéntico fin, no hizo más que facilitar el abandono del
lugar. La ciudad tuvo así no sólo edificios desocupados en su área central, sino que además vio
esfumarse toda posibilidad de disfrute del río que a continuación de ellos se desplegaba.
Desde entonces, los grandes docks gozaron de intentos frustrados de recuperación. Ideas que no
prosperaron hubo por los años ‘30, y llegaron a funcionar como depósitos del Ejército a fines de
los ‘60. Pero no fue sino hasta noviembre de 1989 con la Ley de Reforma del Estado, en el mar-
co de un Plan Global surgido en el seno del Municipio, lo que permitió la creación de la Corpo-
ración Antiguo Puerto Madero, un ente autárquico encargado de impulsar la revitalización del
área en cuestión.
Una vez establecido el marco jurídico que posibilitaría las acciones, llegaron los primeros dise-
ños urbanos del conjunto, de la mano de lo que se conoció como el “Proyecto Catalán”, resulta-
do de un convenio inter-municipios (1990-91) entre las autoridades locales y las de Barcelona, pe-
ro que fue objetado por asociaciones profesionales que propusieron llevar adelante el plan pero
utilizando otros mecanismos participativos. Surgió entonces, como contrapropuesta, un Concur-
so de Ideas que tuvo más de cien participantes; y del cual resultaron tres diseños ganadores, que
son los que finalmente se materializaron.
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En forma paralela a estos proyectos se confeccionó una Normativa de Protección Patrimonial para
los dieciséis edificios existentes, que el Concejo Deliberante aprobó en 1991. De esta manera, los
docks tuvieron asegurada, al menos, la preservación de su lenguaje arquitectónico exterior. Con es-
tas herramientas, en 1992 se iniciaron las obras de reurbanización que alternaban edificios con espe-
jos de agua paralelos al río. Los trabajos fueron organizados en un plan por etapas, y contaron con
recursos económicos derivados de las ventas, alquileres y locaciones de los propios galpones.
Las 170 hectáreas con sus cuatro diques hoy refuncionalizados, constituyen el mayor emprendi-
miento de revitalización urbana en la historia de la ciudad, y con él se devolvió al área central
un enclave urbano fundamental que presenta oficinas empresariales, galerías de arte, dos mu-
seos, sitios de esparcimiento, una marina y hasta un campus universitario. La envergadura de
las actuaciones se evidencia -además del rango de inversiones- por entidad urbana que adquirió
el sector -comprendido entre las avenidas Ingeniero Huergo y Eduardo Madero, las calles Elvi-
ra Rawson de Dellepiane, Cecilia Grierson y la actual Costanera Sur (con su Reserva Ecológica
incluida)- que fue designado en 1998 por el Gobierno de la Ciudad como barrio número 47º den-
tro de la administración metropolitana.
Es evidente que Puerto Madero en estos años ha tenido un crecimiento ininterrumpido y verti-
ginoso. En este proceso de efervescencia constructiva, los efectos de la especulación inmobiliaria
han contribuido a desdibujar las premisas iniciales orientadas a la revitalización del área sobre
la ribera, al punto que hoy la densificación edilicia desmesurada en algunos sectores produce un
efecto contrapuesto con las intenciones originales. La instalación de nuevas torres de oficinas y
viviendas, por ejemplo, obstruye el contacto visual con el Río de la Plata e introduce un paisaje
que repite las patologías urbanas del centro de la ciudad, priorizan el interés individual por so-
bre el goce comunitario. A pesar de estas rupturas, el sector revitalizado, un “frente costero” de
casi dos kilómetros, hoy permite formalizar una antigua aspiración de los urbanistas y ediles
porteños: constituir un nexo entre la agobiada Buenos Aires y su zona ribereña.
El Espigón y Plaza “Puerto Argentino”: antes y después de su recuperación para el público (GCBA)
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Desde el Río, el “Puerto Madero” y sus docks y, a la derecha, los depósitos de este puerto en el Dique 2, c. 1900 (AV)
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Entre tanto, sobre las márgenes del otro río porteño, el Riachuelo, el desarrollo urbano fue muy
dispar. Cercanos a su desembocadura se habían originado los barrios de Barracas y La Boca; que
desde fines del siglo XIX, con la radicación industrial y la inmigración, fueron adquiriendo su
particular sabor e identidad. Antes de este proceso, en el Riachuelo, vale la pena recordarlo, ha-
bía funcionado el primer y natural puerto que tuvo la ciudad.
El apogeo industrial de esta zona de fábricas y astilleros, se prolongó hasta la década de 1950,
momento a partir del cual su centro productivo se desplazó hacia el cordón fluvial Zárate-Cam-
pana, más acorde a la escala que requerían las operaciones portuarias y que el recinto urbano le
negaba. Sin embargo, el hecho de que el barrio funcionara como zona industrial durante siglos -
sumado a la ausencia de políticas ambientales- marcó para siempre su identidad, y la condición
del propio río como vertedero natural de desechos, provocando un desenlace previsible: la ine-
vitable contaminación del curso de agua.
Así, la desactivación paulatina de sus funciones primordiales, la impureza del curso de agua, y
las inundaciones que frecuentemente asolaban la zona, llevaron a La Boca a una decadencia que
comenzaría paulatinamente a revertirse con la ejecución de un proyecto de alcance ambiental.
Formando parte del programa gubernamental Buenos Aires y el Río, formulado por el Centro Ar-
gentino de Ingenieros, el proceso de recuperación de La Boca atendió el rediseño de seis kilóme-
tros sobre la ribera del Riachuelo. Las obras comprendieron la elevación de los bordes de modo
que superasen el nivel estimado de anegamientos, y la ubicación de un colector costero entre las
avenidas Brasil y Vélez Sársfield para recoger los efluentes de la red pluvial y derivarlos en es-
taciones de bombeo que, a modo de compuertas, dificultan que el agua del río ingrese a la zona
urbana. Además, y en una clara señal de preservación del entorno, estas estaciones fueron cons-
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truidas sobre las mismas márgenes del Riachuelo, ofreciendo la continuidad visual necesaria a
la línea de muelles existentes.
Este proceso de recuperación “técnica” del barrio, que además puso fin a las eternas inundacio-
nes, también incluyó la revitalización del paisaje urbano de la zona, que comprendió el desarro-
llo de un paseo costanero central en la Vuelta de Rocha y un nuevo trazado para la avenida Pe-
dro de Mendoza, elementos que reforzaron la necesaria “barrera hidráulica” que el barrio reque-
ría para su reanimación.
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Vistas aéreas del Riachuelo; en detalle, la recuperación del paseo costero (GCBA)
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Las inundaciones en los barrios porteños a principios del siglo XX: Nueva Pompeya (arriba), un puente del Maldonado (abajo izq.) y en La Boca (abajo der.) (AGN. DDFA, ER y CEDODAL)
En el transcurso del desarrollo urbano de Buenos Aires, no pudieron evitarse los problemas ge-
nerados por las inundaciones. Esta vulnerabilidad recurrente, radica en que casi un tercio de su
superficie está formada por terrenos de relleno ganados al Río de la Plata, un hecho no menor si
se considera su escasa altura respecto de este curso de agua, y que se acentúa si consideramos
los recorridos que en ella trazan otros cuatro arroyos denominados, de norte a sur: Medrano, Ve-
ga, Maldonado, Cildáñez, y sus emisarios.
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(luego, avenida Juan B. Justo, finalizada en 1953). Esta solución fue sólo momentánea, pues ense-
guida el entubamiento presentó cuestiones de diseño no resueltas: su trama interior, y de sostén
de la avenida, tenía cuatro filas de columnas interiores y, ante volúmenes de agua no previstos,
generaba remolinos con la consecuente demora en el drenaje. Pero no fue el único obstáculo: el
recorrido del Maldonado volvía a complicarse a la altura del cruce con la avenida Santa Fe en
donde el grosor de los cimientos del Puente Pacífico angostaban el diámetro de su salida y enton-
ces el arroyo, rebalsando el curso previsto, anegaba -como antes- los lugares de uso público.
Para dar una firme solución a situaciones que como éstas ya se repetían en otros lugares de Bue-
nos Aires, el Gobierno de la Ciudad decidió encarar el diseño de un programa integral. Así na-
ció en 1998 el Plan Hidráulico de la Ciudad, complementario y de ejecución simultánea con el Pro-
grama de Reciclado de Basura y el de Saneamiento Integral en el que participa Aguas Argentinas SA.
Su implementación consideró efectuar en los arroyos subterráneos un entabicamiento progresi-
vo (realizando muros que unifican las columnas internas), el reemplazo total de la estructura del
Puente Pacífico, la eliminación de los embancamientos que se generan en otros cursos de agua
que reciben afluentes pluviales como el Medrano, el White, el Vega y el Ugarteche y la construc-
ción de canales aliviadores para éstos.
Sin embargo, el fenómeno climático del 24 de enero de 2001, puso en evidencia que aún queda-
ba mucho por hacer en temas de infraestructura pluvial. El desproporcionado caudal alcanzado
por las precipitaciones de ese día provocó inundaciones en lugares hasta ese momento nunca
afectados y, por esta inusual circunstancia, el Plan Hidráulico propuesto debió perfeccionarse. A
partir de este hecho, los especialistas obtuvieron por primera vez para Buenos Aires un certero
“Plano de Anegamiento” y, simultánea y radicalmente, decidieron modificar el criterio urbano
de escurrimiento de las aguas: durante el pico de caída retenerla en grandes cisternas y luego re-
conducirla una vez aliviado el tráfico pluvial.
Tanque de desagote
y bombas Afluente
Arr
oyo
El líquido
Tubos de desagote permanece
Una vez normalizado,
las bombas vacían el tanque en el reservorio
devolviendo el agua hasta la
a sus cursos naturales normalización
en los niveles
de los cursos
de agua
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La tecnología de este sistema -idéntica a la usada por Aguas Argentinas para la ejecución de los
pozos de descenso de las tuneleras- no producirá trastornos a nivel urbano ni ambiental, ni tam-
poco a la hora del encuentro con otras redes de infraestructura subterránea. Así Buenos Aires
tendrá una red oculta con veinticinco reservorios de entre dieciséis y cuarenta metros de diáme-
tro, construidos con muros de hormigón colado cuyos espesores varían entre cincuenta y ciento
cincuenta centímetros, y que llegarán a una profundidad promedio de hasta veinticinco metros.
Para asegurar su correcto funcionamiento, el mecanismo prevé la conexión de estos tanques con
los arroyos entubados -o sus aliviadores- y, ante una gran precipitación, el curso de agua que sea
superado en su caudal desviará el sobrante a estas cisternas, para desagotarse mediante bombas
una vez finalizada la lluvia.
Mientras ya está en marcha la construcción de los tres primeros ubicados en la Facultad de Agro-
nomía, en la Plaza Zapiola y en el tramo final del “Vega”, para fines del 2002 Buenos Aires conta-
rá con trece de ellos y, en una segunda etapa, con los doce restantes; entre todos sumarán una ca-
pacidad total de contención de 415.000 m3 de líquido y, además de la evidente mejora ambiental
que se producirá en Buenos Aires, contribuirán a que las inundaciones porteñas pasen al recuerdo.
Dos etapas en la construcción de los túneles subterráneos: en la edición de la revista de OSN (1940) y la actual tunelera que, luego de supervisada por personal será guiada por láser (AA)
Hasta bien entrado el siglo XX, el cálculo para aprovisionamiento de agua potable de la ciudad
de Buenos Aires, se estimaba en función de una proyección demográfica. La primera planifica-
ción de este tipo fue realizada en 1924 por Obras Sanitarias de la Nación y tuvo como meta dis-
tribuir el líquido a 6.000.000 de habitantes en el lapso de los 40 años siguientes; para dar cumpli-
miento a este programa los primeros pasos atendieron la ampliación de la Planta Potabilizadora
en Palermo incluyendo las adecuaciones tecnológicas que por entonces se imponían. Pero el pro-
yecto se vio interrumpido por la crisis político-económica de los años ‘30 y recién pudo retomar-
se seis años después en coincidencia con la aprobación del nuevo sistema de “ríos subterráneos”
que, en lugar de las cañerías de impulsión tradicionales, vincularían los grandes tanques de la
ciudad con la planta depuradora General San Martín para el suministro domiciliario.
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Esquema de redes de distribución de los Ríos subterráneos y sus torres elevadoras en la ciudad y el conurbano (AA)
El nuevo método, puesto en marcha recién en 1941, modificaba la alimentación de los depósitos
de entonces, reemplazando los conductos de impulsión por otros de gravitación con diámetros
inusuales y que son la razón del nombre que recibió el mecanismo. Además, ampliaba el siste-
ma de bombeo concentrado en el Establecimiento San Martín con la implementación de estacio-
nes elevadoras instaladas al pie de los depósitos existentes y, fundamentalmente, independiza-
ba las redes maestras de las de distribución, asignando a cada gran tanque un área de influencia
que les permitía tener la capacidad -mediante válvulas convenientemente emplazadas- de inter-
conexión zonal.
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Así, el primer río subterráneo instalado en Buenos Aires tuvo un recorrido de ocho kilómetros y
fue inaugurado por el Presidente Juan D. Perón el 4 de noviembre de 1954 en la Estación de Bom-
bas Elevadoras Caballito; el año siguiente fue el turno para la estación elevadora de Villa Devo-
to y, para asegurar el funcionamiento de la red, la empresa había previsto además de la conexión
con el Depósito Córdoba, la construcción de otros más en Colegiales, Vélez Sársfield y Constitu-
ción (actual Ing. Paitoví). La eficacia fue rápidamente comprobada: los tramos de enlace trascen-
dieron los límites de la Capital Federal y llegaron al Aglomerado Bonaerense; las obras entre
Constitución -Paitoví- y la estación Lanús se iniciaron el 7 de febrero de 1965 y diariamente esti-
maban abastecer con 700.000 metros cúbicos de agua a una población cercana a los 800.000 ha-
bitantes. Desde entonces, el sistema de alimentación se fue perfeccionando y retomó nuevo im-
pulso en la década del ‘80, cuando sucesivamente fueron habilitados los tramos que vinculan el
depósito de Constitución con Floresta y La Matanza (provincia de Buenos Aires) y el de Planta
San Martín con Saavedra y Villa Adelina.
En 1993, a partir del momento en que la distribución de agua potable fue responsabilidad de
Aguas Argentinas S.A., la meta que se propuso la empresa fue la expansión de las redes de pro-
visión y sus resultados se lograron apenas seis años más tarde con la concreción del emprendi-
miento hídrico más importante del país: el Río Subterráneo Saavedra-Morón. Esta nueva conexión,
que abastece a más de un millón y medio de habitantes del oeste del Gran Buenos Aires (parti-
dos de Tres de Febrero, Ituzaingó, Hurlingham y Morón), recorre 15,3 km a más de 30 m de pro-
fundidad, con tuberías de 3,5 m de diámetro; lo hace desde la Planta Potabilizadora General San
Martín conduciendo 36.000 metros cúbicos de agua potable por hora y, gracias a dos bombas ele-
vadoras -en Tres de Febrero y Morón-, se distribuye en los domicilios.
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Una vista aérea del conjunto (AA) Estación elevadora en Tres de Febrero, prov. de Buenos Aires (AA)
En la realización de este “río” se empleó una tecnología constructiva de punta: para hacer las ex-
cavaciones fueron usadas dos “tuneleras” -similares a las empleadas en el Eurotúnel- que, guia-
das por láser, perforaban el suelo avanzando mensualmente entre 300 y 600 metros; a su vez,
desde un brazo mecánico se colocaban las 78.000 piezas de hormigón armado y sus juntas nece-
sarias para recubrir el corredor y garantizar así la seguridad y estanqueidad de la obra. El río
subterráneo entró en funcionamiento en octubre de 2000 sumando una inversión superior a los
120 millones de dólares y, desde entonces, el sistema troncal de abastecimiento de agua potable
en la región se vio incrementado en un 20%.
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La creación del “Parque 3 de Febrero” en 1875 venía a consumar para la elite porteña, las tenden-
cias que por entonces adelantaba el paisajismo europeo; su habilitación ofreció este espacio des-
tinado al paseo y la recreación y, aunque su entorno ha variado desde entonces, es innegable que
aún hoy constituye el espacio que mejor combina verde y agua en la ciudad de Buenos Aires.
Los lagos que allí se encuentran sufrieron, por el paso del tiempo y el uso inadecuado, el creci-
miento desmesurado de su vegetación acuífera (eutrotificación); una circunstancia que en un
corto tiempo y de no haber mediado soluciones, hubiera llevado a la desecación total de los es-
pejos de agua del Parque. Para revertir esta situación adversa, y a partir de una iniciativa de la
Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Regional del Gobierno de la Ciudad, Aguas Argen-
tinas decidió desarrollar un programa de recuperación ecológica de los lagos del “Planetario”, el
“Rosedal” y el “Victoria Ocampo” en la Plaza Sicilia.
Los trabajos llevados a cabo consistieron en rastrillar el fondo con extracción de barros y profun-
dización del terreno, la construcción de un pozo de bombeo y también, refrendando los objeti-
vos trazados por la empresa, el estricto seguimiento de la calidad ambiental con una embarca-
ción que además de la periódica limpieza, capta muestras de agua para evaluación de sus pará-
metros físicos, químicos y bacteriológicos. Esta acción de Aguas Argentinas en el conjunto de los
Lagos de Palermo le permitió obtener el premio Ceibo 2000, un galardón que el Gobierno de la
Ciudad otorga durante el mes de septiembre a los organismos comprometidos con la preserva-
ción de los espacios verdes y el ecosistema.
Una fase importante en la revitalización de la Costanera Sur, dentro del Programa Buenos Aires y
el Río, fue la reestructuración de la Reserva Ecológica generada en uno de los bordes del paseo.
La zona, que conoció su apogeo entre los ‘30 y los ‘50, entró en franco deterioro a partir de la
clausura del Balneario. Y si bien existieron intentos para su recuperación, todos fueron infruc-
tuosos; baste recordar en 1965 la pretensión del Club Atlético Boca Juniors para la formación de
su Ciudad Deportiva en un predio de 300 ha, o aquél otro que aspiró construir un “Centro Ad-
ministrativo” a fines de los ‘70. Si bien estos proyectos quedaron truncos, ambos emprendimien-
tos demostraron su interés a juzgar por las obras que dejaron: la elevación perimetral respecto
de la cota de agua y el relleno de sus terrenos con sedimentos provenientes del dragado del Río
de la Plata. Curiosamente, estas ideas inconclusas fueron el origen de la actual Laguna de los
Coipos: el agua que buscaba su curso natural quedó allí encerrada y cuando, por 1984, aquellas
tareas se habían suspendido definitivamente, el microclima generado allí y en su entorno favo-
reció el desarrollo de especies animales atípicas a tal punto que, al siguiente año, el Municipio la
declaró “Reserva Ecológica”.
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lermo, sirvieron para el desmalezamiento total y extracción de lodos en las ocho hectáreas que
ocupa el espejo; por otra parte, y previniendo un mínimo impacto sobre la flora y fauna allí asen-
tadas, se sirvió de embarcaciones impulsadas por paletas con un sistema mixto (manual y mecá-
nico). Las tareas de limpieza fueron complementadas con la instalación de bombas niveladoras
de la cota de agua y la construcción de un canal aliviador a lo largo de ochocientos sesenta me-
tros que corre paralelo al muro costanero. A partir de esta gestión, la Costanera Sur no sólo vio
la renovación de un medio natural para el habitante de Buenos Aires, sino que demostró una vez
más la necesidad de conexión que tiene con sus costas.
Las fuentes
Durante el año 2000 y por primera vez en la Argentina, fue realizado el XXII Congreso Mundial
del Agua; en esta ocasión, la empresa Aguas Argentinas ofreció a la Ciudad, la recuperación del
estanque y fuente ornamental de la Plaza Urquiza, situados justamente donde décadas atrás fun-
cionara el primer edificio de Bombas de la Ciudad, en el predio lindero al actual Museo de Be-
llas Artes, en avenida del Libertador y Austria. Un auténtico oasis urbano que impacta por los
juegos de agua y luces que ofrece a los transeúntes.
Otro ámbito que refrenda el compromiso de Aguas Argentinas en cuanto al cuidado del espacio
ciudadano y del medio ambiente es la dedicación puesta a la Plaza Rodríguez Peña. En esta man-
zana -entre las calles Paraguay, avenida Callao, Marcelo T. de Alvear y Rodríguez Peña-, la em-
presa asumió su padrinazgo, motivo por el cual además del mantenimiento periódico que allí
lleva a cabo, decidió revalorizar el estanque de agua que posee. Los procedimientos de restaura-
ción de esta fuente, con la escultura “El Sediento” -una obra de 1914 de la artista Luisa Isabel Isella
de Motteau-, contaron con obras hidráulicas e instalación de artefactos de iluminación apropia-
dos y fue inaugurada para disfrute de la ciudad, el pasado 25 de septiembre.
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Entre estas acciones, la puesta en funcionamiento en San Fernando de la primera planta depura-
dora de líquidos cloacales, aseguró una vez más el compromiso que la empresa tiene con los sis-
temas ecológicos, además de conformar con esta instalación un hito importante en el Plan de Sa-
neamiento Integral propuesto. Esta instalación, que lleva el nombre de Planta Depuradora Norte, ve
potenciada su acción gracias al convenio que la empresa mantiene con la Facultad de Agronomía
de la UBA; a través del cual realiza ensayos para valorización agrícola a partir de los biosólidos
provenientes de la Planta y financia los estudios para el uso y control de estos subproductos.
Consciente de que el agua es un recurso escaso, también lanzó una campaña comunitaria sobre
el uso racional y la preservación del medio ambiente con un original programa que se dio inicio
en los hoteles de la ciudad de Buenos Aires; asimismo, dicta Talleres Alternativos para más de
500 mil alumnos sobre concientización ambiental y continuó con el desarrollo del Plan de Pre-
vención y Emergencias, lo que le permite anticipar aquellas contingencias que puedan afectar la
cantidad y calidad de los servicios prestados.
Pero el vínculo con la comunidad se expresa también en la participación que la empresa tiene en
la puesta en marcha de museos de distinta conformación. Por una parte, y desde el 20 de abril
de 1999, está presente en el Museo de los Niños del Abasto, con el espacio “Los Ciclos del Agua”.
Allí los niños realizan “personalmente” el recorrido que el agua hace a través de cañerías y sa-
nitarios gigantes, además de tomar conocimientos de los temas básicos como son el ciclo natural
del agua y el proceso de potabilización.
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COLABORACIONES
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agua más adecuada. Posteriormente, se demostró la influencia de pacitación y la remodelación completa del edificio, el Laboratorio en-
las descargas de los arroyos de la ciudad sobre el aumento en ma- tró en una etapa de especialización y mejora de sus competencias.
teria orgánica entre Los Olivos y la toma de Recoleta.
Un siglo al servicio de la calidad
En 1903, se originó la Dirección General de Obras de Salubridad
que, el 19 de mayo de 1904 fundó el Laboratorio de Ensayo de Ma- De 1914 a 1916, los laboratorios investigaron la recuperación del sul-
teriales con el propósito de controlar el cemento Portland, del cual fato de aluminio de los barros de decantación y desarrollaron la técni-
las obras de saneamiento en curso consumían grandes cantidades. ca de fabricación de sulfato alúmino-férrico a partir del Loess pampea-
no lo que permitió reemplazar el coagulante importado. Se puede des-
En 1907, se inauguraron los Laboratorios de Química y Bacteriolo- tacar que, en 1914 se realizaron 5176 análisis bacteriológicos.
gía que funcionaron durante un tiempo en forma independiente y
que fueron instalados en 1908 en el Establecimiento Recoleta. En Entre 1916 y 1919, se comprobó que los casos de enfermedad des-
1911, se fusionaron el Laboratorio de Química y el de Ensayo de critos por el Dr. Abel Ayerza en Bell Ville (queratosis palmares) ve-
Materiales pero hubo que esperar hasta 1915 para que Obras Sa- nían de excesos de arsénico y vanadio en el agua. Se hicieron en-
nitarias de la Nación, creada en 1912, decidiera una unificación de sayos de eliminación de esos metales por el proceso de clarificación.
los tres laboratorios para formar el Laboratorio de Análisis de Aguas En la misma época se realizaron los primeros estudios de cloración
y Ensayos de Materiales. El mismo estaba a cargo de los análisis y que se prolongaron, con interrupciones, hasta el año 1950.
estudios en todo el territorio nacional.
De 1921 a 1923, se hicieron varios estudios sobre: I.- la corrosión
En 1928, el Laboratorio, que contaba con 11 salas, se mudó a la actual de las cañerías de fundición con la propuesta de corregir el pH por
ubicación en el Establecimiento San Martin, ampliándose en 1941, en agregado de agua de cal, II.- la eficiencia de los filtros rápidos de
tanto el Laboratorio de Cloacales fue transferido a la calle Vieytes. Palermo y III.- la contaminación del Río de La Plata, en la zona de
Berazateguy y en la franja costera de San Isidro a Río Santiago, que
En 1945, pasó a ser Dirección de Laboratorios, con 2 Divisiones, una fue atribuida a los arroyos que descargan en el río.
llamada Laboratorio Central y la otra Laboratorios Regionales. De es-
ta época es la creación del sector de protistología. Paralelamente sur- Desde 1927 hasta 1945, se estudió en todo el país la relación en-
gieron laboratorios regionales en las principales ciudades del país. tre el contenido de yodo y la formación de bocios, así como la pre-
sencia de plomo. La creación de mapas de flúor, arsénico y yodo fue
En 1980, se decidió la transferencia de los servicios a las Provincias una preocupación permanente hasta la década del 80.
y en el ámbito de Obras Sanitarias de la Nación quedó la Capital Fe-
deral y el Gran Buenos Aires. Es así que, hasta 1993, la estructura En paralelo con la evolución de su estructura, el Laboratorio pasó de
del Laboratorio Central contó con 3 Divisiones: Aguas, Desagües y un número de muestras anuales de aguas de 5000 en 1914, a
Ensayo de Materiales. En 1993 su dotación declinó lentamente has- 20372 en 1923, 47949 en 1929 y 123000 en 1977.
ta 150, luego de haber alcanzado a 220 personas en 1976. En
1983, la actividad de control de proceso de las plantas fue transfe- Control de calidad del agua en Aguas Argentinas:
rida a los laboratorios de planta. diferentes niveles de acción
Cuando en 1993, se creó la Concesión de Aguas Argentinas, el Labo- Las dos principales plantas, San Martín y Bernal, producen agua po-
ratorio Central dejó de trabajar en tecnología de los materiales re- table a partir del Río de La Plata, cuya calidad es muy variable por
duciendo el número de personas en aproximadamente 75. Con la in- la influencia de varios factores esencialmente climáticos: lluvias en la
corporación de nuevos equipamientos, programas intensivos de ca- alta cuenca del río Bermejo, vientos como la sudestada, mareas, etc.
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Centro de Comando y Telecontrol de Servicio, en Planta San Martín, Buenos Aires (AA) Planta Potabilizadora General San Martín (Alejandro Hazaña)
Asegurar la calidad del agua distribuida necesita, en prioridad, dis- Como todos los laboratorios de nivel internacional, el Central desa-
poner de instalaciones de tratamiento fiables y capaces de asimilar rrolló técnicas analíticas basadas en la utilización de materiales so-
esas variaciones de calidad del agua cruda. Desde principios de la fisticados que permiten el análisis cuantitativo y la identificación de
Concesión, se implementó un importante programa de inversión pa- sustancias orgánicas en concentraciones de algunos nanogramos/li-
ra renovar las instalaciones y automatizarlas por medio de senso- tro, de metales pesados a niveles del microgramo/litro y de algu-
res de medición continua de caudales y de parámetros de calidad, nas unidades virales por metro cúbico de agua. Hoy en día, un aná-
como la turbiedad y la conductividad, en las diferentes etapas del lisis tipo de agua incluye la medición de más de 100 diferentes pa-
tratamiento. Además los Laboratorios de plantas determinan, 24 rámetros y en el Laboratorio Central se analizan más de 500000
horas por día, las condiciones de funcionamiento adecuadas asegu- parámetros por año (agua y aguas servidas). Esta evolución fue po-
rando así un segundo nivel de control en la fase de producción. sible gracias a: I.- la implementación de equipamientos como la es-
pectrometría de masa o el plasma inducido, II.- el desarrollo de téc-
El control de calidad en la distribución se hace por una parte, con la nicas bioquímicas, III.- un programa de capacitación específico, IV.-
implementación de sensores de medición continua en salida de una organización sin falla que permitió la obtención de la acredita-
planta así como en salida de las estaciones elevadoras en diferen- ción ISO 25 en 2000, y finalmente V.- la motivación de todo el per-
tes puntos de la ciudad; toda la información está, en tiempo real, en sonal. Pero, no es un fin en si. Regularmente la comunidad científi-
un Control Centralizado ubicado en la planta San Martín. Por otra ca internacional hace nuevos descubrimientos sobre el agua y su
parte, el Laboratorio Central testea diariamente diferentes puntos contenido. La misión del Laboratorio Central es integrar esos nue-
de la red, cubriendo periódicamente la totalidad de la misma con vos datos para desarrollar nuevas técnicas analíticas y asegurar así
distribución y frecuencia de muestreo proporcional a la población el abastecimiento de una agua de calidad perfecta.
servida. A su vez, a nivel región y distrito, se cuenta con equipos pa-
ra la atención de reclamos y desarrollo de acciones preventivas. Pa- Ing. Joël Mallevialle
ra ser completo, el Organismo de Control (ETOSS) realiza, median- Director de Agua y Saneamiento de Aguas Argentinas
te auditorias operativas, muestreos propios y consultas de resulta-
dos de controles internos.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
COLABORACIONES
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
El Museo en los suplementos de arquitectura de periódicos locales: Página 12, 14 de julio de 2001, y La Nación, 29 de agosto de 2001.
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Distintas vistas de las instalaciones del Museo: aparatos de medición y artefactos (JT)
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UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL PATRIMONIO: (percepción de la tercera dimensión que define el usuario, permi-
LOS SISTEMAS DIGITALES DE REPRESENTACIÓN tiendo su uso en Redes de Internet).
En la actualidad, dentro de las múltiples posibilidades que Para poder llegar a la reconstrucción análogo digital de la obra, su
ofrece la utilización de los sistemas digitales de representación en la análisis y difusión, previamente se realizaron una serie de estudios
arquitectura, se encuentra su aplicación como un nuevo medio de operativo perceptivos. Así como la aplicación de una serie de pautas
interpretar, valorizar y comunicar el patrimonio histórico. y patrones de modelización, basados en investigaciones del bien y
propuestas sobre sistemas. Se utilizó como documentación de base los
De esta manera, a los sistemas de representación tradicionales, se archivos del Museo del Patrimonio, las publicaciones editadas por
suman modernas y enriquecedoras experiencias que permiten, a Aguas Argentinas dentro de la colección Patrimonio Histórico, comple-
partir de reconstrucciones virtuales, renovadas lecturas que ayudan mentadas a su vez con visitas al lugar y relevamientos fotográficos.
a conocer mejor no sólo un edificio de valor histórico, sino el pen-
samiento arquitectónico del autor y de su época, las relaciones mor- El dibujo analítico de malla de alambre (wireframe), que se va ob-
fológicas entre sus distintos elementos y espacios, y variedad de vi- teniendo intenta documentar/representar más que una propuesta
sualizaciones desde ángulos no convencionales. arquitectónica, un proceso de operación que pone de manifiesto las
complejidades e interrelaciones, su dependencia o independencia
Dentro del Programa Patrimonio Histórico desarrollado por Aguas (formales y espaciales) inherentes al proceso de diseño de cada
Argentinas a través de un convenio con el CONICET, se han llevado ejemplo analizado. Así cada obra permitió: a) una nueva lectura, en
a cabo experiencias de reconstrucciones virtuales de distintos edifi- su morfología subyacente, que da fuerza al partido, b) la definición
cios pertenecientes a la Planta Potabilizadora General San Martín de un catálogo de tipologías diferenciales de elementos arquitectó-
en Palermo, un conjunto industrial de alto valor patrimonial y sin- nicos, c) nuevas visiones y recorridos del espacio parciales y totales.
gular calidad ambiental.
Los tres ejemplos sobre los que se emplearon estas técnicas, y que
Para poder representar tridimensionalmente la organización espa- hoy cuentan con maquetas digitalizadas, que permiten recorridos
cial de estas obras, los avances tecnológicos están incorporando virtuales, fotografías digitales y videos, fueron: la antigua Casa de
nuevas técnicas “análogo-digitales”, interrelacionadas e integradas Bombas Impelentes y Sala de Calderas, construida entre 1910 y
de comunicación que parte de la modelización 3D. 1913; el edificio destinado originariamente a Casa de Administra-
ción (1912-1919); una obra de alto valor testimonial, como es la
Para materializar estas representaciones, se tuvieron en cuenta una réplica de la primera Casa de Bombas que tuvo Buenos Aires, ubi-
serie de niveles operativos perceptivos de algunas técnicas actuales, cada en el antiguo Establecimiento Recoleta, reconstruida hacia
que parten del modelo 3D: a) Simulación 3d; b) Simulación rende- 1933-35 en su actual emplazamiento; y por último, el monumental
ring (imágenes pseudorealistas, que utilizan cámaras, luces, mate- Pórtico de Entrada a la Planta (1928).
rialidades, sombras, set de filmación), c) narrativa espacial,(guión
script televisivo, permite videos); d) realidad virtual no inmersiva D. C.
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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana
Equipo de trabajo
Arq. Jorge D. Tartarini
Arq. Patricia Méndez
Arq. Celina B. Noya
Arq. Graciela M. Viñuales
Colaboraciones especiales
Ing. Jöel Mallevialle
Ing. Osvaldo Rey
Recuadros
D.C. (Arq. Dora Castañé)
R.G. (Arq. Ramón Gutiérrez)
C.B.N. (Arq. Celina B. Noya)
E.R. (Lic. Elisa Radovanovic)
J.D.T. (Arq. Jorge D. Tartarini)
G.M.V. (Arq. Graciela M.Viñuales)
Diseño y diagramación
DG Marcelo Bukavec
Fotografías y reproducciones
AG.N. (Archivo General de la Nación)
Archivo de la Dirección General de Espacios
Verdes G.C.B.A.
Biblioteca de Aguas Argentinas
CEDODAL (Centro de Documentación de Arte y
Arquitectura Latinoamericanos)
Dirección de Comunicaciones Externas y Marketing
de Aguas Argentinas (AA)
Museo de la Ciudad de Buenos Aires
Museo del Patrimonio Aguas Argentinas
Programa de Descentralización G.C.B.A. (GCBA)
Summa Iconographica. Ed. EMECE.
Archivo Familia Vautier (AV)
Col. Lic. Elisa Radovanovic (ER)
Col. Arq. Marta Magliano (MM)
Arq. Ramón Gutiérrez (RG)
Arq. Patricia Méndez (PM)
Arq. Jorge Tartarini (JT)
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AGRADECIMIENTOS
Los autores desean expresar su agradecimiento a todas aquellas personas que contribuyeron
a concretar el presente trabajo, especialmente al personal de Aguas Argentinas.
También merecen nuestro agradecimiento
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