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BUENOS AIRES Y EL AGUA

Memoria, higiene urbana


y vida cotidiana
BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

INDICE

PRESENTACION 4

INTRODUCCION 6

CAPITULO I
1580 - 1880. DE LA CIUDAD HISPANA A LA GRAN ALDEA
Buenos Aires y el Río de la Plata 8
Puerto, ciudad y territorio 8
Puerto y puerta de la ciudad colonial.
Comercio, arribo y partida 11
Recreos y esparcimiento en la ribera del río 15
Las transformaciones de la “Gran Aldea” 16
Proyectos para aguas clarificadas 16
Ideas y proyectos para el puerto y el Riachuelo 18
Avanzar sobre el río 19
El borde del río y el ensanche urbano 20
El Puerto, la obra clave del siglo XIX 21
La Municipalidad de Buenos Aires. Obras de Infraestructura 22
Higiene urbana 24
Higiene doméstica y vida cotidiana 24

RECUADROS
De patios y jardines 26
Las experiencias del Padre Paucke 28

CAPITULO II
1880-1930. La CIUDAD COSMOPOLITA
Agua, Cloacas, Civilización y Progreso 29
Higiene pública versus enfermedades hídricas 29
El crecimiento poblacional y el lento avance de la red 30
El nuevo concepto de higiene 34
Higiene social y baños populares 35
Buenos Aires, paraíso del aseo personal 37
Baños y paseos públicos: ornato, higiene y salud física 39
El cuarto de baño. De lo nómade a lo estable 41
El “cuarto de baño” y el “water-closed” 41
Baño y water se unen: surge el “baño-habitación” 45
El funcionalismo y la aparición del baño moderno 51

RECUADROS
El agua y los paseos públicos 54
Juan Martín Burgos y el Balneario “La Capital” 56
El camino del agua 57
Balneario de la Costanera Sur 58
Piletas Públicas 60
Proyectos de balnearios en el río 62
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Balneario para el nuevo siglo 64


Parque Avellaneda 66
Baños para pobres y lavaderos 67
Fuentes para el ornato urbano 69
Fuentes monumentales 71
El ascensor hidráulico 73
La Oficina de Contraste 75
El inodoro 77
El cuarto artefacto 79
Heinlein & Cía. Todo lo que usted necesita para su cuarto de baño, y más 81
De la higiene pública a la privada 82
Imaginarios navales remitidos desde Cataluña 84
Costanera Norte 85
El faro de los yates 86
Un monumento con los pies mojados 87

CAPITULO III
1930-2001. LA METRÓPOLIS MODERNA
Al rescate de los bordes: el Programa Buenos Aires y el Río 88
Puertos de Buenos Aires: la Metrópoli reactiva sus bordes 90
Refuncionalizar el Puerto Madero 90
Un borde postergado: el Riachuelo 93
El agua que Buenos Aires tiene bajo su superficie 96
Las rutas bajo tierra de los arroyos y sus emisarios 96
El agua llega a través de ríos subterráneos 98
El agua recuperada para deleite urbano 102
El Parque 3 de Febrero y sus espejos de agua 102
La Laguna de los Coipos 102
Las fuentes 106
Aguas Argentinas y la comunidad: un compromiso asumido 108

COLABORACIONES
Control de calidad del agua 110
Continuidad del espíritu que animó a O.S.N. 113

AGUAS ARGENTINAS YLAPROTECCIÓN DELPATRIMONIO CULTURAL 114


Una nueva mirada sobre el patrimonio: Los sistemas
digitales de representación 117

BIBLIOGRAFIA GENERAL
BIBLIOGRAFÍA 118

AGRADECIMIENTOS 122
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PRESENTACION

Desde 1995, Aguas Argentinas viene desarrollando el Programa Patrimonio Histórico, un


emprendimiento orientado a promover y acrecentar el conocimiento de la historia y del patrimo-
nio cultural de los argentinos.

Dentro de las múltiples actividades implementadas por este Programa -fruto de un convenio en-
tre Aguas Argentinas y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONI-
CET)- se encuentra la Colección Patrimonio Histórico, una serie iniciada en 1996, con la edición
de un libro sobre el origen y construcción del monumental Palacio de Aguas Corrientes, en Ave-
nida Córdoba 1950.

La segunda entrega, “Agua y Saneamiento en Buenos Aires 1580-1930”, realizada en 1999, abor-
dó la historia de las obras de salubridad en esta gran ciudad, y el relevante patrimonio edilicio
derivado de las mismas, cuyo cuidado hoy está a cargo de Aguas Argentinas.

Con esta tercer publicación, realizada al igual que las anteriores por profesionales e investigado-
res del Convenio CONICET - Aguas Argentinas, nuestra empresa reafirma su convicción y com-
promiso constante en el cuidado y promoción del patrimonio histórico de Buenos Aires y, espe-
cialmente, de todos los testimonios vinculados al origen y evolución de las obras de salubridad
de esta gran metrópoli.

En esta oportunidad, el protagonista principal de la historia es el agua y la particular relación


que tuvo, tanto con la ciudad como con su gente. Una historia que hunde sus raíces en la funda-
ción misma de la ciudad, en aquel pequeño caserío a orillas del gran estuario del Plata, en 1580,
el cual fue alternando encuentros y desencuentros a lo largo de más de cuatro siglos. Esta mira-
da retrospectiva nos permite comprender mejor la importancia que tuvo -y tiene- este vital ele-
mento en la calidad de vida de los habitantes de la ciudad.

Mientras que el recorrido urbano arroja claves útiles para comprender mejor la importancia que
asume la presencia del río en la memoria e identidad de la ciudad; la historia desde lo cotidia-
no, desde el uso y disfrute del agua por la gente en el interior de sus viviendas, ofrece una di-
mensión hasta hoy poco conocida -y no por ello menos valorable- de los profundos cambios que
acontecieron en poco más de cien años. Desde aquellos aljibes y recipientes -que hacían las ve-
ces de sanitarios móviles- hasta el sofisticado baño de hoy; y desde la plácida ribera con lavan-
deras frente al antiguo fuerte hasta el revitalizado Puerto Madero de hoy.

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El agua es el vínculo que permite construir un recorrido histórico común que Aguas Argentinas
pretende rescatar y exaltar una tarea que se inscribe dentro de las acciones y estrategias que los
3800 empleados de la concesión y los 8000 empleados de sus proovedores y contratistas desem-
peñan con auténtica pasión los 365 días del año, orientados a asegurar el aprovechamiento ra-
cional de un recurso no renovable y optimizar la calidad del servicio para sus 2.800.000 clientes,
que representan 8.000.000 habitantes de la Ciudad de Buenos Aires y su conurbano.

Historia, calidad de vida y modernización tecnológica permanente son partes de la misma ecua-
ción, que respeta el pasado heredado y a su vez, asume las demandas y desafíos del presente, a
través de un importante plan de inversiones orientadas a garantizar la eficiencia y la calidad del
servicio para el beneficio de todos los habitantes.

Ing. Michel Trousseau Dr. Juan Carlos Cassagne


DIRECTOR GENERAL DE AGUAS ARGENTINAS PRESIDENTE DE AGUAS ARGENTINAS

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INTRODUCCION

Memoria del agua. El agua es parte esencial de la memoria de Buenos Aires. El agua
que definió el lugar de su fundación, el puerto que aseguró la razón de su crecimiento econó-
mico, la falta del agua que originó las epidemias, las obras del agua que marcaron la moder-
nización de la ciudad, las aguas encauzadas que de tanto en tanto se desbordan... El agua,
desde siempre el agua.

De la escala de la ciudad a la escala de los barrios y de las comunidades del agua es el signo de
la calidad de vida, es la marca de las condiciones de salubridad, es la integración de ámbitos fun-
damentales para las nuevas formas de vivir. Aquellos porteños carentes de agua potable y de
adecuados servicios sanitarios en la segunda mitad del XIX, fueron considerados décadas más
tarde como exóticos por los visitantes europeos, debido a su irreductible hábito de bañarse todos
los días. Difícil rastrear la procedencia de esta modalidad, que raramente hubiera venido del vie-
jo continente y que la confluencia entre las costumbres indígenas y la pedagogía de las maestras
norteamericanas de Sarmiento, parecen explicar parcialmente.

Esa relación dual entre la ciudad y su ribera, huésped histórica de balnearios concurridos y pla-
yas contaminadas, deja su impronta en la historia urbana y nos muestra las variaciones de una
presencia ambigua que hoy nuevamente tendemos a valorar, a través de programas específicos
orientados a recuperar tanto la memoria ciudadana como las calidades ambientales.

El Programa Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas, desde su inicio en 1995, procura justa-
mente promover el rescate y valorización de este patrimonio no tangible, vigente en las diversas
formas de vivir la presencia del agua que tienen los habitantes de Buenos Aires. Una presencia
jalonada de aciertos y errores, de contradicciones que, sólo en los últimos años se han tratado de
superar. Vislumbrar lo que el agua significó para los porteños en su vida doméstica, en la gene-
ración del confort, en la superación de los niveles de salud y en la apuesta por su incorporación
como elemento lúdico para la vida urbana, permite comprender mejor la significación e impor-
tancia que adquiere este vital elemento en su presente y su futuro.

El contenido del presente libro pues, el tercero editado por Aguas Argentinas dentro de la colec-
ción Patrimonio Histórico, forma parte de un patrimonio que se nutre en lo histórico pero que es
esencialmente cultural, y que se manifiesta en la memoria del agua. Una memoria que nos habla
de lo doméstico, del engalanamiento urbano, de las calidades de servicios y de los cambios tec-
nológicos para lograr una ciudad mejor.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

En los conceptos troncales de las antiguas culturas americanas el agua fue símbolo de vida. Con-
vivir con el agua, asegurar su disfrute a todos, canalizar las respuestas a los desbordes y, sobre
todo, valorar la memoria de su paso y presencia en la ciudad, es en definitiva el objetivo de es-
te nuevo trabajo que ha preparado el equipo de investigación del Programa Patrimonio Históri-
co de Aguas Argentinas. Es entonces, una forma de crear conciencia sobre la evolución de nues-
tra ciudad y las posibilidades que nos ofrece una acción permanente orientada a mejorar la cali-
dad de vida de quienes la habitan.

Arq. Ramón Gutiérrez

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CAPITULO I
1580-1880. DE LA CIUDAD HISPANA A LA GRAN ALDEA
Arq. Ramón Gutiérrez

Buenos Aires y el Río de la Plata

Pampa y río fueron las referencias axiales del sistema que dio vida a la ciudad. Estos elementos
fueron la razón de la elección del sitio y del emplazamiento: las decisiones iniciáticas del ritual
urbano. La ciudad quedó así indeleblemente marcada por la presencia del agua.

El espacio geográfico de Buenos Aires ha respondido en la persistencia del declive natural de la


llanura que se articula con el Río de la Plata, pero también ambos: tierra y agua han signado una
psicología espacial de la amplitud, de la grandeza, de límites inconmensurables que han dejado
honda huella en el habitante de la ciudad.

El agua era el camino de la accesibilidad y la costa el fondeadero protegido. Las condiciones de


elección del sitio exigían fácil defensa, movilidad controlada y abastecimiento de elementos bá-
sicos. El agua y la barranca daban la seguridad frente a la pampa inmensa, eligiendo en la costa
una eminencia que sirviera de atalaya y aprovechando el Riachuelo próximo como otro sitio de
resguardo.

Buenos Aires fue la “puerta” de la tierra para la conquista del territorio, pero también fue el
“puerto” que marcó la referencia económica y política en los primeros tres siglos de su vida.

Puerto, ciudad y territorio

El puerto sería la clave del acceso a un territorio todavía no explorado, y conquistado por la ex-
pedición de Mendoza que fundara la primera Buenos Aires en 1536. Pero aun antes, el descubri-
miento del Río de la Plata en 1516 alimentó la ilusión utópica de que este río con dimensiones de
mar, abriría las puertas a la codiciada comarca de El Dorado.

La ciudad nació con la expectativa de adquirir control espacial a partir del río, es decir con esa
voluntad de “ciudad-territorio” que le ha dado energía y potencia desde su origen.

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Trazado de Buenos Aires, con el reparto de solares hecho por Juan de Garay, 1583.

Versión en alemán del plan de la Ville de Buenos Ayres publicado por Pierre Francois Xavier
des Charlevoix en 1756. (E. Radovanovic. Planos de Buenos Aires, Op. cit.)

Cuando el 3 de febrero de 1536 se funda el “pueblo y puerto de Nuestra Señora de Santa María
del Buen Ayre”, la estrategia de ocupación europea del sur del continente americano inicia un ci-
clo que continuaría con la fundación de Asunción del Paraguay en 1537. La destrucción de la pri-
mera Buenos Aires, convertirá a Asunción en la generadora de las expediciones que habrían de
formar Santa Fe (1573) y Corrientes (1588). También Juan de Garay, que daría vida a la segunda
Buenos Aires el 11 de junio de 1580 vertebraría la comunicación fluvial jerarquizando el antiguo
sitio del primer asentamiento porteño.

Buenos Aires fue el origen, pero a la vez volvería, en esta nueva etapa, a ser parte vital del siste-
ma territorial. Los ríos serían los ejes de esta estrategia de ocupación, que marcaba su vocación
de “antemural” frente al avance portugués y enclave decisivo del imperio español en la región.

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Vista de Buenos Aires, Vingboons, 1628. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

El puerto natural fue el Riachuelo utilizado por Pedro de Mendoza por su conveniencia de am-
paro. Sin embargo, Garay localizó en la idea de su traza, el puerto junto al fuerte en la costa pró-
xima a la plaza de la ciudad un sitio que Ruiz Díaz de Guzmán consideraba en 1610 como “muy
desabrigado”. En esos años el Gobernador Hernandarias proyectaba un muelle de madera para
facilitar el cuestionado acceso.

La defensa del sitio se planteó con un fuerte principal, rehecho a principios del XVIII, y dos for-
tines, uno en la boca del Riachuelo y otro en la costa al noroeste. Pero las condiciones de la ribe-
ra frente a la barranca configuraban un sistema defensivo natural, que se unía al hecho de que
los barcos de mayor calado debían anclar en balizas exteriores a gran distancia de la costa.

La presencia del agua no solamente se verificaba en el Río de la Plata y el Riachuelo de los Na-
víos sino que estaba implícita en su topografía. Un espacio configurado por una meseta surcada
por pequeños ríos y arroyos cuyos límites al sur y al norte estaban definidos por el “Zanjón de
Granados” (Primero) y el “Zanjón de Matorras” (Segundo), mientras que el “Tercero” prolonga-
ba el ejido. El avance de la traza urbana sobre estos hechos naturales marcará una serie de con-
flictos que aun hoy la ciudad padece. Puede decirse que lo mismo ocurre con los sucesivos avan-
ces que se fueron realizando sobre la ribera del río.

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La importancia de las cuencas fluviales del Riachuelo de los Navíos en su contacto con el Río de
la Plata, y unos 30 kilómetros más allá el Riachuelo de Las Conchas que desembocaba en el río
Luján, deslindaron un territorio y marcaron la definición de los caminos de acceso terrestre a la
ciudad. Hacia el noroeste, la presencia del delta del Paraná, localizada a 25 kilómetros, configu-
raba otro límite natural, mientras que al sureste entre la barranca y el río había una zona anega-
diza que fue utilizada parcialmente como dehesa para el ganado.

Complementaba este ordenamiento, a unos 50 kilómetros al sur del Riachuelo, el fondeadero na-
tural de la Ensenada de Barragán que posibilitaba el anclaje de embarcaciones de mayor calado.

Puerto y puerta de la ciudad colonial.


Comercio, arribo y partida

Las dificultades políticas para el desarrollo de Buenos Aires partieron de su dependencia direc-
ta del Virreinato del Perú, cuya capital -Lima- monopolizaba el comercio marítimo con la metró-
poli. Buenos Aires alcanzaría relevancia cuando los problemas geopolíticos y la necesidad del
control naval abrieron la fachada del Atlántico al comercio.

Ello sucedió en el siglo XVIII, cuando fue evidente que la vinculación entre el mayor centro pro-
ductor de la minería: Potosí, era más fácil y accesible desde Buenos Aires que de Lima. En efec-
to, este trayecto tenía 1750 kilómetros de caminos llanos que podían recorrerse en dos meses,
mientras que desde Lima los 2 500 kilómetros de abruptas sierras y montañas exigían cuatro me-
ses de travesía.

Mientras tanto la ciudad había vivido del contrabando, sobre todo a partir de la instalación por
los portugueses de la Colonia del Sacramento (1680) en la Banda Oriental, hoy Uruguay. La crea-
ción del Virreinato del Río de la Plata, con capital en Buenos Aires, vino en 1776 a replantear es-
ta situación que se consolidaría con las Ordenanzas de Libre Comercio de 1778. A partir de este
momento su influencia regional fue notoria.

Sin embargo, la puerta de acceso a la ciudad no era cómoda ni eficaz. La escasa profundidad del
río frente a la ribera, obligaba a trasladar las cargas y los pasajeros desde los buques con lanchones
y carretones de grandes ruedas, por lo cual llegaban empapados luego de sucesivos transbordos.

Esta circunstancia había servido también de defensa. El francés Acarette du Biscay narraba en
1658 que “cuando yo manifesté mi asombro al ver tan infinito número de animales, me refirieron una es-
tratagema de que se valen, así que se teme el desembarco de enemigos, que también es asunto de maravi-
llarse. En tal caso arrean un enjambre de toros, vacas, caballos y otros animales a la costa del río, en tan-
to número que es imposible a cualquier partida de hombres, aun cuando no tuvieran la furia de los toros
salvajes, el hacerse camino por medio de una tropa tan inmensa de bestias”.

El sistema de los carretones tirados por bueyes fue el mecanismo utilizado hasta mediados del
siglo XIX, cuando se construyeron los muelles que aliviaron -tan solo parcialmente- las penurias
de estos desembarcos. La formación del puerto de Montevideo, a partir de 1724, supliría estas
dificultades para recibir barcos de gran calado que planteaba el fondeadero de Buenos Aires.

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Como las economías regionales del interior del Virreinato eran bastante autosuficientes, Buenos
Aires vivía en esta época de la producción de su entorno inmediato y también del comercio de
esclavos con destino a las minas de Potosí. Cuando las vaquerías de ganado cimarrón que po-
blaban los campos parecieron declinar, y agotado el ciclo de la “civilización del cuero”, la activi-
dad del territorio se expandió a la otra banda del Río de la Plata y se consolidó la base comercial
de Buenos Aires. Por ello, un funcionario decía en 1760 que allí “casi todos los ciudadanos son
comerciantes”. A partir de 1778 se exportaron cerca de un millón de cueros anuales, a la vez que
se expandirá la frontera interna bonaerense con la creación de una nueva línea de fuertes.

Acuarela de Florian Paucke, Buenos Aires, 1749. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

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En este contexto, el puerto retomó el carácter de elemento fundamental en la vida de la ciudad.


En 1755 se construyó un muelle de piedras sobre la costa en el “Bajo de las Catalinas”, pero en-
tre esa fecha y 1770 se hicieron varias decenas de proyectos de muelles y malecones para facili-
tar el arribo de lanchas y canoas, privilegiando este frente portuario respecto al del Riachuelo.

La centralidad, definida por la localización de la Plaza Mayor y el Fuerte, tuvo siempre en Bue-
nos Aires un atractivo irresistible. Allí, junto a ella, se proyectaba en 1771 realizar un muelle y la
dársena, en la centuria siguiente se construiría el Puerto Madero y se levantará una de las gran-
des terminales ferroviarias de la ciudad. Ya en el siglo XX, se proyectarán sucesivas aeroislas ra-
tificando que esta situación nunca perdió protagonismo a lo largo de 400 años de historia.

Buenos Aires como capital del Virreinato creció rápidamente en base a una economía primaria
exportadora, acompañada a la vez, por una próspera industria naval de astilleros y carenas en
la zona del Riachuelo, marcando las líneas de una dinámica expansión. La decadencia del impe-
rio español luego de la destrucción de su flota en Trafalgar (1805) llevaría a los ingleses a inten-
tar instalarse en Buenos Aires con sendas invasiones emprendidas en 1806 y 1807. En ambas
oportunidades la ciudad fue tomada por el “frente de tierra” mostrando la fragilidad de la estra-
tegia defensiva portuaria.

El notable crecimiento alcanzado hasta entonces no se compadecía, sin embargo, con la ineficien-
te infraestructura de la ciudad, sus deplorables servicios de limpieza y la precariedad de su equi-
pamiento urbano.

El viajero Concolorcorvo decía que sus calles de tierra “se hacen intransitables a pie en tiempos de
aguas, porque las grandes carretas que conducen bastimentos y otros materiales, hacen unas excavacio-
nes en medio de ellas en que se atascan hasta los caballos e impiden el tránsito a los de a pie”. En 1784
el Ingeniero Joaquín Mosquera comenzó a empedrar las calles de la zona céntrica y Francisco
de Paula Sanz sancionó unas Ordenanzas Urbanas en las que dispuso no arrojar inmundicias
por las cañerías que iban debajo de las calzadas, sino que se respetase su uso para el desagüe
de las aguas de lluvia.

El abasto de agua mejoró sensiblemente por la difusión del sistema de pozos de balde y aljibes
que, desde 1770, se ensayó con éxito en la casa de Don Domingo Basavilbaso para almacenar las
aguas de lluvia. Hasta entonces los aguateros vendían el agua del río, que era “dormida” en
grandes tinajas para que decantaran las impurezas, y a veces filtrada en domésticos tinajeros de
piedra colocados en las propias residencias.

Desde 1791, el Cabildo de Buenos Aires comenzó a prestar servicios urbanos de barrido y lim-
pieza tendientes a mejorar las condiciones de habitabilidad de los espacios públicos. En esta épo-
ca se propició la construcción de cementerios públicos atentos a la prohibición del Rey de conti-
nuar enterrando en las iglesias y se dispuso el traslado de las curtiembres “extramuros” de la zo-
na central. El gobierno local determinó además el relleno de los zanjones y las áreas pantanosas
del casco urbano, aplicándose multas por el abandono de basura o de animales muertos. Estas
disposiciones limitaron las consecuencias de las epidemias, pero no quitaron la notoria fragili-
dad sanitaria que padecía la ciudad.

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Pescadores en el Río de la Plata, Vidal, 1819. (Del Carril, Bonifacio. Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

La ribera frente a la ciudad, con un precario muelle de madera, c. 1890. (AV)

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Recreos y esparcimientos en la ribera del Río

A comienzos del siglo XIX, la nueva concepción “ilustrada” de la ciudad exigía generar áreas pa-
ra el esparcimiento. Si la Plaza Mayor habría de determinar su carácter fuertemente comercial
con la vieja Recova, una construcción específica dedicada al mercadeo; el paseo público se defi-
niría en la “Alameda” junto al río que llevaría adelante el Gobernador Bucarelli, con el apoyo
técnico del Ingeniero Bartolomé Howell, en la zona denominada “bajo del fuerte”.

Esta idea de formar un camino en la ribera con el lugar de paseo para carruajes, significaba un
cambio en la visión que se tenía del mismo. En efecto, ya no se trataba de un aspecto defensivo,
o de la “puerta” de arribo y los habituales usos accesorios que hacían los pescadores, aguateros
o lavanderas, sino de un sitio de paseo. Se decía entonces que era un espacio de disfrute y per-
cepción visual para asegurar el “desahogo y diversión”.

La apertura de la Alameda significó la demolición de diversas construcciones precarias que el Vi-


rrey Vértiz justificó diciendo : “los paseos públicos son unos adornos que contribuyen tanto a la diver-
sión y salud de los ciudadanos como a la hermosura de la ciudad”. Aquella “alameda” que en realidad
estaba poblada de ombúes y sauces señaló el espacio de paseo y exhibición social de Buenos Ai-
res hasta avanzado el siglo XIX.

Aguatero, Isola, 1844.

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Las transformaciones de la “Gran Aldea”

El período de la Independencia encontró a Buenos Aires liderando a las Provincias Unidas del
Río de la Plata, en un largo y dificultoso desencuentro de conflictos externos e internos, que re-
cién habrían de saldarse con la capitalización definitiva en 1880.

No obstante, la ciudad continuaría su dinámica de expansión económica en base a las crecien-


tes rentas de su aduana y a la consolidación de su área productiva, hasta que la inserción en el
mercado mundial determinó la pujante radicación de capitales ingleses en la segunda mitad
del siglo XIX.

El volumen de las exportaciones que salieron de Buenos Aires se duplicó entre los años 1800
y 1850, pasando a representar el 15% del Producto nacional e insinuando la potenciación del
modelo agro-exportador como eje del desarrollo. También en el mismo período la ciudad ha-
bía duplicado su población, llegando a 90.000 habitantes en 1855 y a 178.000 en el primer
censo de 1869.

Proyectos para aguas clarificadas

La creación del Departamento de Ingenieros Hidraúlicos, colocado bajo la conducción del inglés
James Bevans, determinaría el desarrollo de una serie de proyectos para mejorar las condiciones
de equipamiento e infraestructura. Muchos de ellos quedaron solamente expresados en papeles
por la incapacidad política de llevar a la práctica aquellas ideas.

Sin embargo, se analizaron diversos proyectos de mejoras para el puerto, se planeó la realización
de canales y se exploraron soluciones para el abasto de agua mediante pozos artesianos. En es-
te tiempo, Carlos Enrique Pellegrini estudiaba los recorridos de los aguateros, los flujos crono-
métricos y la economía de tiempo que tendrían si evitaban los repechajes a su retorno del río,
captando el agua desde un punto más céntrico y menos complejo. Anunciaba a la vez precios di-
ferenciales, y una concentración de los servicios en fondas, lo que ahorraría “a los aguateros no só-
lo trayecto sino también el tiempo de andar errantes para conseguir comprador”.

Pellegrini en 1845 buscó abastecer de agua a Buenos Aires formando una planta potabilizado-
ra junto al Fuerte, idea que retoma en 1853 junto con la firma “Bleumstein y de la Roche”. Es
curioso verificar que en la década inmediata a la caída de Rosas este tema tuvo particular in-
terés. Por una parte Guillermo Bragge quiso comprar los derechos a Pellegrini sobre su pro-
yecto, por otra aparecen nuevas propuestas de Eduardo Taylor y Juan Baratta, Guillermo Da-
vies y también de Fortunato Pucel, representante del Conde de Hozier y del Ingeniero parisi-
no Pedro León Bouillón.

Una nueva presentación de Pellegrini en 1860 fue discutida por el ingeniero Juan Coghlan, que
asesoraba entonces a la Provincia y que entendía que la solución propuesta “era ineficaz para una
ciudad grande y rica como Buenos Aires”. Grande y rica sí, pero sin agua corriente... Habría que es-
perar hasta 1874 para concretar estos proyectos.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Aguatero, Pellegrini, 1831. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

Desembarco en Buenos Aires, Rugendas, 1845. (Del Carril, Bonifacio, Monumenta Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

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Aduana, Casa Rosada y Estación Central, c. 1885. (Fotografía S. Rimathé, CEDODAL)

Ideas y proyectos para el puerto y el Riachuelo

En 1842 el Gobierno daba a Manuel J. García una exclusiva concesión por 15 años para construir
un malecón en el bajo de las Catalinas, obra que fue realizada en piedra. Pellegrini para ese en-
tonces estaba proyectando un muelle en hierro y en 1852, a la caída de Rosas, se sumarían otras
doce propuestas de muelles en la playa, estanques para estacionar buques (Pastor Frías), un
muelle y rompeolas en la Boca (José Garay) y diques frente a balizas exteriores (Wicker&Jones),
entre otras. Había también proyectos para muelles en el Riachuelo (Juan Botet) y una idea de
dragar el viejo canal de entrada al Riachuelo, colocando muelles costeros al mismo y un camino
bordeando la costa (Vicente Casares).

Como puede verse, el inusitado entusiasmo de estas empresas señala la convicción de una ín-
tima necesidad de capitalizar, eficientemente, la vitalidad portuaria y comercial de Buenos Ai-
res. Pellegrini, fundador de la “Revista del Plata”, escribía con el entusiasmo de siempre que
gracias a las obras en el Riachuelo: “florecerán nuestra navegación a vapor, nuestros astilleros, nues-
tro cabotaje de cabos adentro”.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Para el área central Pellegrini soñaba un proyecto integral que tuviera una rompiente en el ban-
co frente a la ciudad, con la finalidad de proteger la rada interior y convertirla en puerto abriga-
do. Agregaba a ella un muelle bajo de hierro y madera y la instalación de edificios para depósi-
tos, aduana y administración. La idea de Pellegrini complementada con un ferrocarril de cintu-
ra, sería parcialmente concretada por Eduardo Taylor al ejecutar el edificio de la Aduana que
contaba con varios pisos de almacenes; el más bajo de los cuales salía de la altura del agua y per-
mitía ingresar a los botes con la mercadería en forma directa al edificio. De allí también saldría
el muelle de cargas.

La construcción de la Aduana junto al Fuerte, y luego el edificio de Rentas Nacionales como exten-
sión de esta misma dependencia, vino a consagrar no solamente la ratificación de la centralidad ur-
bana de Buenos Aires, sino también la concentración física del poder político y económico. Junto al
Paseo de Julio (la antigua Alameda) se ubicaría también la estación central del ferrocarril, señalan-
do un hito más en este proceso de localización de los elementos dinámicos de la vida urbana.

Avanzar sobre el río

Las ideas utópicas sobre Buenos Aires comenzaron a esbozarse tempranamente. A veces ellas es-
taban motivadas por la búsqueda de grandezas intuidas, pero la naturaleza de otras respondía
claramente a especulaciones inmobiliarias.

Una de ellas, que tiene carácter recurrente en el devenir de la ciudad es la de construir sobre el
río, obteniendo de esta manera una rápida ganancia a costa de la urbe. En 1824 el comerciante
inglés Guillermo Micklejohn realizaba un proyecto que planteaba urbanizar el río construyendo
una “New Town”. Esta ciudad ideal construida sobre 137 hectáreas de relleno del Río de la Pla-
ta comprendería 54 manzanas rectangulares ubicadas próximas al centro y por lo tanto suscep-
tibles de configurar un buen negocio inmobiliario, el mismo que en 1929 propusiera Le Corbu-
sier con su isla frente a Plaza de Mayo.

Nuevamente en 1875, Miguel Berraondo proponía un ensanche de la ciudad sobre el río con 93
manzanas construidas y dos plazas. Puede parecernos sorprendente que en esta época en que la
ciudad disponía de todo el territorio para crecer se apelara a este tipo de operaciones. Ello de-
muestra la fuerza de la centralidad y el papel protagónico que tenía la cercanía al puerto, al po-
der económico y al núcleo cívico.

Podríamos recordar también, en el campo de las utopías, la propuesta de Domingo Faustino Sar-
miento, quien desde Chile en 1850 sugería colocar la nueva capital de unos “Estados Unidos del
Río de la Plata” -hechos a su escala y medida- en la isla Martín García. La nueva ciudad “Argi-
rópolis” comandaría un país pequeño y eficiente, sustentado en la organización política de los
Estados Unidos y en el modelo europeo con su imaginario urbano. Ciudad rodeada de agua, un
refugio no contaminado para las grandes decisiones parecía la clave de esta proyección insular.

Esta sucesión de ideas, planes y proyectos parece demostrar que avanzar sobre el río ha sido una
constante histórica, desde estas iniciativas virtuales hasta la realización del Puerto Nuevo, o los
más recientes rellenos que dieron lugar a la Reserva Ecológica.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Muelle y ciudad sobre la rada, proyecto de G. Micklejohn, 1824. (Colección T. Vallée) Rompeolas proyectado por C. E. Pellegrini frente a la ciudad, 1853. (Gutiérrez - De Paula,
La encrucijada de la arquitectura argentina, Op. cit.)

El borde del río y el ensanche urbano

Mientras tanto, la ribera del río seguía marcando la coexistencia de pescadores y aguateros en el
bajo de la Recoleta y de Santa Catalina, con las lavanderas próximas a la Aduana y al molino de
San Francisco, y conviviendo con el único “Paseo” de Buenos Aires, la antigua Alameda. Hacia
1844 el ingeniero Felipe Senillosa le introdujo mejoras de importancia con muretes, rejas y ador-
nos, redefiniendo el sitio como el “Paseo de Julio”. Las rejas comenzaban a manifestar la necesi-
dad de introducir un cierto orden cívico, pues ya en 1834 se había reglamentado la forma de cir-
culación de peatones y carruajes, los que habitualmente subían sobre las veredas e inclusive in-
vadían la Plaza y el atrio de la Catedral. Desde unos años antes se había prohibido el acceso de
las carretas de más de dos bueyes al centro y era habitual que ellas se concentraran en la Plaza
de Miserere (hoy de Once) donde se comercializaban los productos de la región.

Hacia el sur, la calle ancha de Barracas (Avenida Montes de Oca), iba marcando el tránsito hacia
el Riachuelo, con sus casas quintas y el enclave incipiente de la Boca del Riachuelo. En este lu-
gar inmigrantes genoveses dieron impulso a las tareas de carena y calafateo de barcos y lancho-
nes, así como a las actividades que generaban los saladeros a ambas márgenes del río. La ocupa-
ción de esta zona urbana no fue planificada, y se poblaron tierras que eran de continuo anega-
miento en épocas de fuertes lluvias o sudestadas.

En Palermo, Juan Manuel de Rosas había construido en 1836 su residencia formando un magní-
fico parque privado que incluía hasta un lago para paseos en barco. El trasplante de especies exó-
ticas y la recreación de un entorno forestal, marca la nostalgia de un modo de vida semirural que
muchos hacendados bonaerenses intentaron recrear en sus casas quintas hacia el norte de la ciu-
dad en el Partido de las Conchas. En esta zona de San Fernando, los paseos y baños sobre el Río
configuraron un atractivo adicional para el poblamiento iniciado en la época colonial.

El crecimiento de los núcleos urbanos de Belgrano y Flores a mediados del siglo XIX configura-
rá una nueva realidad de polos barriales que habrán de incorporarse plenamente a la jurisdic-
ción de Buenos Aires en 1887.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El Puerto, la obra clave del siglo XIX

Aunque hasta 1889 la obra del Puerto Madero no daría respuesta a las demandas urbanas y co-
merciales de Buenos Aires, fue evidente que entre 1850 y 1880 el tema fue abordado con otro ni-
vel de urgencia, dado el mayor calado de los buques que arribaban y el creciente volumen de
carga que transportaban.

La llegada a Buenos Aires seguía ofreciendo dificultades como venía sucediendo desde los si-
glos anteriores. Un viajero lo recuerda: “Nos tomó dos horas remar desde el barco a la playa; nues-
tras impresiones al echar pie en tierra estaban en lamentable desacuerdo con las nociones de grandeza
que nos habíamos formado por los relatos de aquellos que habían visitado la ciudad, así como por la lec-
tura de los libros de viajes sobre el país. El agua tiene tan poca profundidad junto a la ribera que nues-
tro pequeño bote no podía acercarse a la playa más de unas cincuenta yardas; allí una serie de carretas
esperaban para recogernos, montamos en una de ellas; jamás habíamos visto un vehículo semejante su
construcción era de lo más rudimentaria....”

En este contexto, menudeaban los proyectos portuarios pero faltaban las decisiones políticas y
los recursos económicos. Sin embargo ya en 1854 se había llamado a concurso para la construc-
ción de la Aduana realizada recién un lustro más tarde por Eduardo Taylor. Esta obra significó
la demolición del antiguo fuerte colonial y creó el perfil de la nueva modernidad, junto con el
Teatro Colón que levantara Carlos Pellegrini en 1857 enfrente a la Plaza 25 de Mayo, donde hoy
se encuentra el Banco de la Nación.

La Boca a fines del siglo XIX. (CEDODAL)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El antiguo Hotel de Inmigrantes y los carros que trasladaban pasajeros y bultos desde los navíos a la costa, c. 1898. (CEDODAL)

Simultáneamente, se construía entre las calles Cangallo y Sarmiento un muelle de Pasajeros que
se terminaría en 1855. Partía del Resguardo Aduanero con dos casillas de control en su arranque
terrestre, y se introducía unos 200 metros en el río. La estructura de madera también era surca-
da por vagones sobre rieles. La proximidad de la nueva estación ferroviaria en el Paseo de Julio,
prolongaría el paseo urbano por el muelle de pasajeros recuperando el disfrute del río en un con-
texto diferente del planteado con anterioridad.

La Municipalidad de Buenos Aires. Obras de Infraestructura

Por decreto del 2 de septiembre de 1852 se habría de crear la Municipalidad de Buenos Aires, y
el gobierno local reemplazaría de esta manera muchas de las funciones y competencias que le ca-
bían a los antiguos Cabildos hispanos disueltos en 1824.

Buena parte de las calles de la ciudad eran todavía de tierra y el Municipio instauró en 1857 el
sistema de barrido y riego, a la vez que implementaba un plan paulatino de adoquinado de gra-
nito. Pellegrini sugería hacer veredas con baldosas o ladrillos duros e inclusive se probó el uso
del asfalto aunque sin demasiado éxito, optándose parcialmente por el pavimento de madera
que también presentaba problemas por la inconsistencia del suelo.

El tema de las aguas también se fue convirtiendo en una necesidad acuciante, no solamente por
la expansión de la población y la consiguiente demanda, sino también por la creciente contami-
nación de las napas. En efecto, los pozos semisurgentes ya mostraban síntomas de agotamiento
o contaminación a comienzos del XIX y los aljibes y cisternas apenas atendían una demanda do-

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

méstica en reducidas áreas. Campeaba aun el tradicional abastecimiento de los aguateros desde
el río, y la ilusión de aprovechar vertientes naturales o manantiales se iba desvaneciendo luego
de frustradas experimentaciones.

Los estudios de John Coghlan primero y de John F. Bateman después, irán configurando la alter-
nativa que se encararía con rapidez luego de la epidemia de fiebre amarilla de 1871. En 1873 se
levantaba el tanque de agua en la plaza Lorea, y un año más tarde se inauguraban las obras de
abastecimiento de agua desde el río con filtros de purificación. Hacia 1880 una cuarta parte de la
población de la ciudad disponía de agua corriente desde la toma localizada en la Recoleta.

La evacuación de líquidos cloacales y los residuos pluviales tenían similares problemas, utilizán-
dose habitualmente los zanjones y arroyos como vías abiertas para el drenaje y la circulación. Los
pozos negros fueron el sistema habitual en el esquema doméstico, planteándose paulatinamen-
te la eliminación de las letrinas.

Construcción de Puerto Madero, c. 1887. (CEDODAL).

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Higiene urbana

Las fuentes de agua constituían en las ciudades coloniales de América un punto de referencia im-
portante. En general, la fuente municipal estaba ubicada en la Plaza Mayor, y a la vez los con-
ventos colocaban otras en sus claustros o en el atrio. Ellas servían al abastecimiento barrial, ya
que el convento era la estructura de aglutinamiento del vecindario pues prestaba no solamente
los servicios religiosos, sino también los sanitarios (boticas) y los educacionales. En torno a la
fuente se realizaban las actividades de encuentro social, sobre todo de la servidumbre, que tras-
mitía las novedades cotidianas en una sociedad que carecía aun de periódicos. Era por lo tanto
el “mentidero” de la ciudad y el lugar de los chismes y comentarios que manifestaba la forma
más primaria de socialización de informaciones y conocimientos.

La fuente de agua fue considerada en los últimos años del siglo XVIII como un elemento de or-
nato urbano en la idea de la sistematización de las plazas mediante la construcción de arquitec-
turas homogéneas, que ya incluían la fuente como un elemento original del nuevo diseño. El ca-
so de la plaza mayor de la nueva Guatemala es elocuente y, entre nosotros, las fuentes diseñadas
para las plazas de Córdoba son indicativas de esta versión lúdica que confluía con el funciona-
lismo del abastecimiento.

En 1827, por disposición de la Legislatura, James Bevans prepararía en nombre del Departamen-
to de Ingenieros Hidraúlicos, un proyecto de fuente que reemplazaría a la Pirámide de Mayo,
pero la oposición del ministro Agüero hizo fracasar el intento. Sus fundamentos fueron contun-
dentes: “Si hoy señores, porque nos parece ese monumento (la pirámide) pequeño, tratamos de levantar
otro en su lugar que sea más digno de nuestro modo de pensar, más magnífico y más a propósito para per-
petuar la memoria del 25 de Mayo, mañana a los que nos sucedan les parecerá que la fuente es demasiado
pequeño monumento para eso, y tratarán de quitarla para poner otro”.

Higiene doméstica y vida cotidiana

La tradicional casa colonial de patios destinaba el segundo, y eventualmente el tercero de ellos,


para las áreas de servicio. En ellos se colocaban los aljibes o cisternas y los “lugares comunes”,
eufemismo que ponderaba los retretes que eran usados sin discriminación por todos los habitan-
tes de la casa, aunque habitualmente el dueño y su familia apelaban a las bacinillas portátiles.

En muchas viviendas, existía un aljibe con su brocal en el patio principal que permitía el abaste-
cimiento para el consumo y el regadío. Casi todas las casas tenían un “tinajero”, estructura de
madera con una piedra porosa que servía de filtro y un cántaro en el cual se iba acumulando el
agua fresca y limpia de impurezas. El aljibe del segundo patio o la cisterna, almacenaban habi-
tualmente las aguas de lluvia que eran recogidas con balde para las tareas domésticas y, even-
tualmente, para el consumo y el regadío de la huerta.

El crecimiento de la población en el área central por las masivas inmigraciones, dio como conse-
cuencia dos respuestas arquitectónicas diferentes para el tema de la vivienda. Por una parte, la
subdivisión de la tradicional casa de patio convertida en casa de “medio patio” o “casa chorizo”
(por el alineado de las habitaciones junto a este espacio) y por otra, los “conventillos” que, con
una disposición similar, transformaba la casa unifamiliar en colectiva.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

En efecto, la tugurización y ocupación masiva de las antiguas casas coloniales llevaba a que cada
familia habitara en una habitación y se implementara al fondo de los patios un lugar para aseos y
piletas de lavar en común. Este esquema surgido del parcelamiento de la vivienda de patio, deri-
varía en la construcción expresa de conventillos con condiciones de vida degradantes y con lamen-
tables hacinamientos. Las carencias de agua corriente y de los servicios de saneamiento adecuados,
facilitaron en estos casos las mortandades originadas por la fiebre amarilla y el cólera.

En 1879 había en Buenos Aires 1700 conventillos que albergaban a 52.000 personas, es decir una
población similar a la que tenía Buenos Aires en el momento de la Independencia. Santiago de
Estrada frente al negocio inmobiliario que encubría la construcción de conventillos, decía que
ellos eran “el pudridero de la pobreza y la mina de oro de la avaricia”.

Los nuevos conventillos se estructuraban sobre un patio-corredor estrecho, con escalera que daba
acceso a una planta alta. Cada habitación alojaba a una familia y al fondo de este corredor se ubi-
caba el grifo de agua, los lavaderos y los baños comunes. Aun en el primer conjunto de viviendas
económicas, construidas por la Municipalidad en 1886, las mismas carecían de baños propios y ha-
bía unas baterías sanitarias, para uso comunitario, ubicadas en los ángulos del patio.

La ribera del Río de la Plata a fines del siglo XIX, en la zona


de San Isidro. (CEDODAL)

Antes de construirse las redes de provisión de agua potable,


el aljibe fue un elemento indispensable en el abastecimiento
de la ciudad. (AGN.DDFA)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

DE PATIOS Y JARDINES

En el período colonial las casas de Buenos Aires se fueron En el barrio norte aparecieron nuevas formas de habitar. Especial-
organizando en torno a patios, siguiendo la usanza andaluza, aun- mente la Recoleta se fue poblando, desde fines del siglo XIX, de pa-
que con otras proporciones. Esta tipología, en su planta y alzada, lacetes que ya poseían el servicio de las aguas corrientes y desa-
fue concebida como un noble producto de transplante, con influen- gües. Disponían de una estructura compacta compuesta por grandes
cias sevillanas y gaditanas. La distribución se hacía en una superfi- salones y espaciosas habitaciones, integrados el baño y la cocina
cie cuadrilátera, dando las principales habitaciones a un zaguán, al dentro de la morada. Se destacan los palacios de figuras prestigio-
frente un gran salón, cuidadosamente pintado de blanco. Era la vi- sas como el doctor Aristóbulo del Valle y el de Pastor Obligado. Es-
vienda de herencia romana, la clásica casa pompeyana, a la que se te último que recuerda las formas de un castillo medieval, estaba
accedía por un patio central, donde se encontraban los principales rodeado por amplios jardines y se hallaba ubicado en la avenida Al-
recintos reservados a los amos. El segundo patio era usado por el vear entre las calles Libertad y la entonces denominada Pilar. El edi-
personal de servicio y el tercero para huerta o corral, jardines y ficio de perímetro libre se ve totalmente rodeado por vastos secto-
quintas. Lucio V. Mansilla recuerda de la casa paterna un primer pa- res parquizados. Este tipo de construcción revela los cambios que se
tio rebosante de plantas que eran regadas por los sirvientes. En el fueron realizando en las tipologías arquitectónicas del período. El
segundo patio los parrales de uvas blancas y negras, protegían del riego se vio ahora asegurado por el servicio de agua, así se prodi-
calor, podía haber un pequeño cuarto, el pozo o letrina, luego la garon profusas arboledas, jardines, fuentes y en algunos casos has-
gran cocina con fogón. En el último patio se secaba la ropa. Aun a ta contaron con canchas de tenis.
mediados del siglo XIX, la casa de patios sobrevivió en la ciudad de-
rivada en múltiples variantes. Sin embargo, a pesar de las transformaciones edilicias que se fueron
registrando en la ciudad, el patio persistió y persiste en muchos ba-
Las nuevas formas constructivas admitieron la división en dos de la rrios como un valioso legado de la tradición meridional española.
tradicional vivienda, surgió así la planta tipo “chorizo”, la que pos-
teriormente creció en altura, transformándose en casa de vecindad. E. R.
Ante el avance inmigratorio, se construyeron grandes conventillos,
dos largas hileras de cuartos donde se hacinaban gran número de
habitantes. El único gran patio comunitario, era el lugar donde com-
partían letrinas, una cocina general y piletas donde lavaban la ropa.

Patio de una típica casa “chorizo”, con su zaguán al fondo. (AGN.DDFA) Planos de plantas y, en la página siguiente, una vista del palacio estilo neogótico de Pastor
Obligado, en Avenida Alvear, 1905. (AGN.DDFA; Plano Archivo Museo del Patrimonio)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

LAS EXPERIENCIAS DEL PADRE PAUCKE

Acuarela de Florian Paucke,


con indígenas cruzando un río, 1752.
(Del Carril, Bonifacio, Monumenta
Iconographica, EMECÉ, Op. cit.)

Seguramente, aquel estupor que sentían los europeos del si- te como fardos entre dos muchachos. El “barco” en realidad era un
glo XVI al ver cómo los indios se metían al agua, habrá seguido en pedazo de cuero crudo atado en las cuatros puntas y que tenía una
las centurias posteriores. Un ejemplo de ello son los detallados co- correa larga. Un chico de unos quince años tomaba entre sus dien-
mentarios del padre Florian Paucke, un jesuita alemán que llegara tes el otro extremo de la correa y nadando llevaba el bote hasta su
a estas tierras al promediar el siglo XVIII. Su asombro lo llevaría a destino. Mientras tanto, otros cruzaban nadando o cabalgando.
dibujar algunas situaciones que encontrara raras y hasta jocosas. Es
así que tanto los escritos cuanto las láminas de su libro “Hacia allá Claro que también, cuando debía cruzar muchas cosas de una a otra
y para acá”, documentan la familiaridad que los aborígenes -y aun orilla, usaban las tarabitas, un sistema de cestas colgadas de un cable
algunos los criollos- tenían con el agua. que se desplazaban accionadas por las manos. Pero cuando se enfren-
taban con cursos importantes como el Paraná, apelaban a las balsas y
No bien llegado a Buenos Aires en 1747 le llama la atención la for- embarcaciones desde las que hacían gala de sus destrezas marineras.
ma de pescar con dos caballos que se meten en el río crecido. Am-
bos jinetes se paran sobre el recado y cabalgan hasta que el agua Sin embargo, las láminas del padre Paucke nos hacen ver que esta
les toque los pies, extienden entonces las redes y emprenden luego familiaridad con el agua se notaba también en los momentos de
su retorno a la orilla, siempre de pie en la montura. “¡Quién no distensión. Testimonio de ello es una en que dibuja a unos veinte
creería que el peso de la red bajaría a ambos del recado!”, nos di- chicos, algunos de ellos sobre un árbol, otros usando las ramas co-
ce, agregando que cuando pescan con anzuelo, suelen meterse has- mo trampolín y zambulléndose. La leyenda explicativa, “Los niños
ta que del caballo sólo emerge la cabeza. saltan desde un árbol al agua y se buscan mutuamente debajo del
agua”, nos da cuenta de lo que ya nos señala el gráfico: que los chi-
Otro tema que documenta es el de los pases de los ríos y arroyos, cos estaban de lo más divertidos jugando en el río y que no tenían
cuando bueyes y carretas eran empujados a través de las aguas por ninguna prevención a tirarse de cabeza.
media docena de aborígenes, mientras que a los misioneros los lle-
vaban en barcos, hincados en las ancas de un caballo o simplemen- G. M. V.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

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CAPITULO II
1880-1930. LA CIUDAD COSMOPOLITA
Arq. Jorge Tartarini

Agua, Cloacas, Civilización y Progreso

El agua, y con ella los sistemas de alimentación y evacuación, han sido, sin lugar a dudas, uno
de los factores más relevantes en la reordenación urbana operada a fines del siglo XIX. Una reor-
denación física que, en el caso de Buenos Aires, también implicó una drástica transformación de
su paisaje urbano, y de los usos y costumbres de su gente. El agua purificada era, dentro del
ideario del momento, otro de los elementos imprescindibles al nuevo modelo de país impulsa-
do por la Generación del 80, y en un rango de importancia similar a la pujante red de ferrocarri-
les, a la construcción de monumentales edificios públicos, a la importación de productos indus-
triales, y por sobre todo, a la adopción de nuevos usos y costumbres a tono con el creciente pro-
ceso de europeización que vivía entonces la sociedad.

Hablar de la historia del agua es, también, examinar la evolución del concepto de higiene urba-
na, desde la Gran Aldea hasta la gran metrópoli de los años ´20. Es, en suma, comprender hasta
qué punto su utilización racional implicó la reestructuración total del mundo subterráneo, y
también aéreo, de la ciudad. Un proceso que, según Georges Vigarello, cambió totalmente tanto
la “respiración” como la alimentación de las aglomeraciones, y, además, “ha comprometido todo el
lado imaginario de la ciudad, su tecnología, y también su resistencia contra la ‘capilarización’”.

Pero para llegar a la ciudad recorrida por una vasta red de vasos capilares que la protegían del
pánico epidémico, fue necesario transitar un largo camino. Un recorrido que entre nosotros se
inició en la década de 1870 pero que recién adquirió efectividad en los últimos años del siglo XIX
y comienzos del XX.

Higiene pública versus enfermedades hídricas

Una década de epidemias había acelerado el inicio de las obras de salubridad. Sin embargo, ha-
cia 1880, los trabajos estaban paralizados, y el centro de la Capital estaba plagado de zanjas abier-
tas, desmontes y terraplenes, que provocaron no pocas quejas de los porteños. Este paisaje, per-
maneció en esa condición durante casi veinte años -el lapso que aproximadamente duraron las
obras- y fue escenario de la convulsionada vida política del país en aquellos años.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

En el inicio de un período de grandes transformaciones y de inusitada prosperidad, existía en las


autoridades consenso respecto a que la creación de esta “ciudad sanitaria” subterránea, era cla-
ve para superar el flagelo de las epidemias. El problema del agua y de la propagación de las de-
nominadas “enfermedades hídricas”, fue una de las preocupaciones principales en la acción de
gobierno, sustentada en el peso de los discursos y la prédica de higienistas locales como Wilde,
Rawson, Mallo y otros, quienes bajo la óptica de la ciencia médica, examinaron los posibles fo-
cos de infección que, tanto a nivel urbano como doméstico, demandaban aumentar las exigen-
cias de higiene y salubridad.

Pero estos males no eran patrimonio exclusivo de Buenos Aires. La fiebre tifoidea y el cólera fue-
ron las epidemias más graves del siglo XIX, y escasas aglomeraciones urbanas de importancia
escaparon de ella. París por ejemplo, sufrió en 1873, 869 muertes víctimas de la fiebre tifoidea,
número que se elevó a 3.352 en 1882. Aún en 1892, el cólera se llevó casi 1.800 personas en el De-
partamento del Sena, 906 de ellas en París.

La única forma de eliminar los riesgos de contagio, era erradicar tanto el consumo de agua de
balde como el uso de pozos ciegos en las casas, construyendo una red de instalaciones a nivel ur-
bano de abastecimiento de agua purificada y de eliminación de aguas domésticas.

Gran Bretaña, marcaba en la década de 1880 -tanto por sus emprendimientos como por sus in-
novaciones en materia de artefactos- el rumbo de la ingeniería sanitaria y la mayoría de los paí-
ses europeos seguían sus pasos. A comienzos de la década de 1870, para el proyecto y ejecución
de este vasto plan sanitario, del estudio del ingeniero inglés John F. Bateman -como detallamos
en anteriores publicaciones de esta Colección- constituye una prueba de estos anhelos que recu-
rrían a la experiencia y el saber de los países más avanzados en el tema. No obstante, fue sólo al
final del siglo XIX, cuando, salvados innumerables contratiempos e interrupciones, el plan tra-
zado comenzó a dar sus primeros resultados. Precisamente en el inicio del proceso de metropo-
lización a que se vio sometido Buenos Aires en aquellos años.

El crecimiento poblacional y el lento avance de la red

Si en 1875 la población servida por la red de agua potable era del 15%, en 1880 ese porcentaje al-
canzó el 25%, para bajar en 1885 al 22%, es decir, unos 84.900 habitantes, sobre un total de
384.500. En 1889 este porcentaje vuelve a elevarse al 28%, cuando la ciudad contaba con medio
millón de habitantes y las cloacas aún no funcionaban. En 1894, cuando se inaugura el Gran De-
pósito Distribuidor del Palacio de Aguas Corrientes, el servicio ya alcanzaba el 65%, cubriendo
las dos terceras partes de la población.

Por su parte, el sistema cloacal que había sido habilitado parcialmente a principios de la década
de 1890, contaba hacia 1896 con unos 22.000 edificios conectados a la red. El uso de pozos ciegos
que una vez llenos se vaciaban con carros atmosféricos, seguía siendo la alternativa más difun-
dida en las casas más pudientes, mientras que en las de menores recursos, la usanza era cavar
un segundo pozo, inmediato al primero, destinado a recibir el sobrante de éste. Hubo casos en
que llegaron a abrirse hasta once pozos negros debajo de una misma casa, a pesar de que estas
“sangrías a las letrinas” habían quedado expresamente prohibidas por el municipio en 1871. Re-
cién en 1895, la comuna prohibió la excavación de pozos negros.

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Construcción de las redes de distribución de agua potable en el centro de Buenos Aires, a fines del siglo XIX. (Archivo Museo del Patrimonio)

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Plano de Buenos Aires con el tendido de la red de distribución de agua en servicio, octubre de 1886. (Archivo Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires)

Esta especie de carrera, entre el radio servido por la provisión de agua potable y el aumento de
la población, debido al espectacular crecimiento demográfico derivado del constante aporte mi-
gratorio externo, continuó hasta avanzado el siglo XX. El porcentaje abastecido en 1894, retroce-
dió en los años subsiguientes, y recién fue igualado en 1904, cuando el Censo Municipal -con eu-
femismo- consideraba a Buenos Aires una ciudad “higiénicamente invulnerable”:

“Con las costosas obras de salubridad, que a la vez distribuyen filtradas y profusamente las aguas del gran
río y recogen por medio de una extensa red cloacal, pública y domiciliaria, con que pocas ciudades euro-
peas cuentan, las aguas servidas y residuos orgánicos; con la apertura de calles amplias -de pavimentos im-
permeables y arboledas frondosas- y plazas para la vida al aire libre (....); con los servicios municipales de
limpieza y las obras del puerto y el saneamiento de los terrenos bajos contiguos, puede decirse que la ciu-
dad de Buenos Aires se ha hecho higiénicamente invulnerable.”

Afirmación demasiado generosa, si se tienen en cuenta los agudos contrastes que todavía exis-
tían entre el centro y la periferia urbana, que se extendía más día a día, multiplicándose en ba-
rrios vinculados por la acción del tren y los tranvías, pero todavía carentes de mínimas redes de
infraestructura.

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Inmigrantes bajando de un barco, c. 1900. (AGN.DDFA)

Patio de un conventillo, c. 1900-05. (AGN.DDFA)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

En 1906, cuando la ciudad alcanzó su primer millón de habitantes, el porcentaje servido llegó al
66%, pero volvió a decaer el 57% en 1911. En 1910, la población servida era de 773.700 habitan-
tes. En este mismo año, pese a los adelantos, el Censo de la ciudad registraba 140 aguateros.

Los porcentajes de abastecimiento se irán elevando año tras año a partir de 1914 -un año después
de inaugurado el Establecimiento Purificador de Palermo- llegando en 1925 a dotar de agua po-
table a toda la población de Buenos Aires. Estos avances permitieron reducir la mortalidad de un
30 por mil habitantes, a menos de la mitad en 1920, y a 11,3 en 1937.

El nuevo concepto de higiene

El higienismo de fines de siglo XIX tuvo un papel primordial en el significado que asumieron las
obras de salubridad en la mentalidad de la época, influenciada por los descubrimientos de Pas-
teur, que difundieron el temor a los microbios en la opinión pública.

El agua y la percepción de la limpieza, recién adquirirán su significación actual, a partir de esta mi-
crobiología pasteuriana, que transfiguró el acto del lavado. Desde esta óptica, la acción del agua
eliminaba el microbio y lo que representaba (enfermedades, suciedad, condena social), expulsan-
do la presencia de elementos invisibles pero peligrosos, desconocidos para todos siglos atrás.

Durante el siglo XVIII, la limpieza del cuerpo atacaba principalmente olores y fetideces, limitan-
do ciertas fuentes de contagio pero sin mayor precisión. El descubrimiento y cuantificación mi-
crobiana de fines del XIX, estableció las causas y relaciones con enfermedades perfectamente re-
ferenciables. Este nuevo hecho, colocaba a la limpieza en un papel inédito hasta entonces. Aho-
ra, además de alejar toda suciedad, era útil para eliminar los microbios. Es en este momento,
cuando el mero lavado, adquiere categoría de asepsia. El baño frecuente pasa a ser de esta ma-
nera el mejor desinfectante.

En Buenos Aires, se efectiviza en estos años un proceso de institucionalización de la nueva hi-


giene dentro del aparato estatal, con la creación de organismos de higiene y salud pública, como
la Asistencia Pública y la Oficina Química (1883) y la Oficina de Ingenieros Municipales (1890).
Ya en el siglo XX, la creación de Obras Sanitarias de la Nación (1912) cumplió un importante pa-
pel en todo lo relacionado con las obras de salubridad de la Capital.

En este contexto, es interesante observar de qué manera este conocimiento científico llegó a la
gente común bajo la forma de comportamientos moralmente aceptados. Tratados de urbanidad
y tratados de higiene entrelazaban sus contenidos con recomendaciones sobre la limpieza de las
zonas corporales, no exentas de solemnidad, dramatismo y una fuerza emocional que procura-
ba enfatizar la finalidad pedagógica del discurso. Se limpiaba para destruir el microbio y refor-
zar la resistencia contra él, favorecer la salud y, en el mismo rango de importancia, cumplir con
un código social. Código, que adquiría verdaderas connotaciones de virtud moral.

La acción de los higienistas locales, que reviven los movimientos de reforma sanitaria de las
principales capitales europeas, alcanzó su clímax entre 1880 y 1910. A diferencia de la anti-
gua concepción de higiene pública, casi exclusivamente preocupada por los estragos epidé-
micos, la nueva higiene concebía la salud pública en un sentido abarcante que comprendía

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

la “salud física, mental y social” de los sectores más humildes. Se trata de una higiene que
vigila la salubridad de la ciudad en su conjunto, y que incluye los lugares de trabajo, de re-
creación, y la propia vivienda, con normas, reglamentos y recomendaciones de prevención
de la salud pública para cada caso.

Higiene social y baños populares

Las pobres condiciones sanitarias y de vivienda de los sectores populares en la urbe, también
fueron en la visión de la ciencia médica de la época, focos de enfermedades y epidemias que de-
bían ser erradicados, pues podían afectar al cuerpo social en su conjunto. Entre las recomenda-
ciones tendientes a eliminar los microbios, bacterias, virus y demás calamidades, se encontraba
la limpieza. Un remedio eficaz contra una de las causas principales de debilitamiento, enferme-
dades y hedores urbanos: la suciedad.

Pero lejos estaban las viviendas de los sectores más humildes de contar con servicios de provi-
sión de agua y desagües que permitieran el más decoroso aseo. De allí la necesidad de instru-
mentar limpiezas populares, baños baratos que permitiesen una permanencia prolongada en el
agua, pues nadar era, en suma, una forma de lavarse. Y también una instancia de sociabilidad
más que importante, en un momento donde iban adquiriendo perfil propio barrios y expresio-
nes populares nacidas de la rica amalgama cultural entre criollos e inmigrantes.

Hacia 1900, los baños públicos en Buenos Aires eran muy frecuentados, en especial porque la es-
casez de agua era común en las zonas más alejadas del centro y los convertía en eficaces reem-
plazantes del aseo en tina -con agua pagada al aguatero- que era moneda corriente entre los más
humildes.

Casa de Baños Públicos, estilo mudéjar, en pleno centro de Buenos Aires. (CEDODAL)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Artículo de la revista “Caras y Caretas”, diciembre de 1900.


(AGN.DDFA)

En la revista “Caras y Caretas” de diciembre de 1900 exclamaba un hipotético esposo: “Qué gran
invención las casas de baño...donde uno puede refocilarse pensando que mientras goza, la mujer se cuece
a fuego lento! -Y entran a los cuartos las figuras más raras, desde la silueta de Don Quijote a la de San-
cho Panza, con todas sus variantes de pelaje y hasta de conformación.”

Aún en los años ‘20 la Municipalidad continuaba estimulando las prácticas del baño, por medio
de carteles fijados en las calles de la Capital. La Comuna sólo contaba con tres establecimientos,
frecuentados por numerosos trabajadores de ambos sexos y gran cantidad de niños, “que hallan
todo lo indispensable para un baño excelente, sin el más pequeño desembolso, pues hasta las propinas es-
tán prohibidas.” Este servicio gratuito también comprendía jabón, toalla y -lo más requerido por
el público femenino- agua caliente. Algo inexistente en los conventillos, donde un solo cuarto de
baño con agua fría servía a una población por demás numerosa.

Un cronista de “Mundo Argentino”, refiriéndose a los baños, sostenía en 1923 que estas “termas” de-
berían aumentarse en toda la Capital, y que eran mucho más higiénicas y eficaces que el Balneario
sobre la ribera, pues, a pesar de ser un hermoso paseo, no podía invitarse a la gente a bañarse “en un
agua saturada con todas las inmundicias del puerto!”; y concluía que: “Así como la gimnasia y el agua con-
tribuyen a formar organismos sanos, nada como la sedante inmersión, la tonificante ducha, después del trabajo
diario, con las comodidades que el Municipio puede ofrecer, no hay quien se resista a andar limpio.”

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Puente del Rosedal de Palermo, con góndola veneciana, a comienzos del siglo XX. (CEDODAL)

Buenos Aires, paraíso del aseo personal

Pero, volviendo un poco hacia atrás, vale la pena aclarar que la limpieza de 1880 no era la del
presente. Lejos estaba aún el hábito del baño cotidiano, y las frecuencias distaban de las nues-
tras. A pesar de todo, sostiene Vigarello, que la limpieza consagrada por el siglo XIX como un
valor social de aceptación imprescindible, “es decisiva para comprender mejor la nuestra: se refie-
re muy claramente a un costado invisible del cuerpo, se apoya ampliamente en sensaciones íntimas,
dispone de una racionalización científica ya desarrollada. En este sentido, es la última gran figura que
precede a la limpieza de hoy.”

La situación en Buenos Aires -corroborada por los viajeros que nos visitaron en 1910- parece ha-
ber sido bastante distinta respecto a la importancia del aseo personal. En el ámbito local, a dife-
rencia de los países que capitaneaban su norte cultural y tecnológico -Francia e Inglaterra- , los
principios y hábitos higiénicos alcanzaron un grado de arraigo y desarrollo poco comunes. He-
cho que se encuentra reflejado tanto en la frecuencia del aseo como en la variedad de artefactos
que comprendía el baño argentino, y que aparece sólo parcialmente en países de otras latitudes.
Mientras que el baño inglés y el norteamericano no incluían el bidet y el francés sólo un inodo-
ro y bañera -el lavatorio y bidet estaban generalmente en el dormitorio- el baño argentino com-
prendía todos estos elementos sanitarios.

Aunque no sólo era una cuestión de número, sino de hábito: la propia Dirección de las Obras de
Salubridad en el verano de 1900 con tono quejumbroso declaraba que las dificultades de abaste-
cimiento de la ciudad derivaban de que: “Buenos Aires entero se baña.”

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Una prueba de la difusión de los principios higienistas hacia 1910, en el momento de euforia que
rodeó a los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo, fue la atención que mereció la hi-
giene en la Gran Exposición de ese año, a la que se asignó un Pabellón propio -inaugurado el 3
de julio-, en el mismo nivel que los destinados al desarrollo agropecuario, a las Bellas Artes, a la
industria y a la poderosa red de ferrocarriles. Cierto es que, a pesar de permanecer abierta seis
meses, no fue demasiado el público que la visitó, pero, de todos modos, contribuyó a asociar la
promoción de la salud con el ejercicio físico, y a fomentar el intercambio internacional a través
del Congreso Científico Panamericano que en 1910 sesionó en sus instalaciones. Anexo al pabe-
llón, se había instalado un campo de deportes, reivindicando la importancia que tenía para la hi-
giene pública este tipo de dependencias en los espacios públicos de la ciudad.

Pabellón de la Exposición Internacional de Higiene, Buenos Aires, 1910. (CEDODAL).

Pabellón de los Lagos, Parque 3 de Febrero. (CEDODAL).

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Baños y paseos públicos: ornato, higiene y salud física.

A comienzos de los años ‘20, la necesidad de estos espacios llevó a la Municipalidad a crear la
“Dirección General de Plazas de Ejercicios Físicos”, para estimular el ejercicio físico en la pobla-
ción. Esta Dirección en 1925 tenía once patios de juegos infantiles, nueve canchas de tenis, tres
de basquetbol y dos de voley, contando además con una casa de baños en el Parque Nicolás Ave-
llaneda, con pileta de natación y duchas para hombres y mujeres. La asistencia anual a esta casa
de baños llegaba en aquel momento a unas 50.000 personas, un número superior al de personas
que asistían al Balneario Municipal, estimado en 46.000 bañistas de ambos sexos.

En aquel año, el auge de los baños públicos gratuitos hizo que la comuna proyectara la construc-
ción de nuevos establecimientos en Nueva Pompeya, La Boca, Parque Patricios y Mataderos,
continuando a su vez con una campaña de difusión orientada a exaltar la importancia de la hi-
giene corporal en la profilaxis de todas las enfermedades. La totalidad de hombres y mujeres que
asistían a estos baños en 1926 superaba las 880.000 concurrentes. También existían lavaderos,
manuales y a máquina, utilizados por lavanderas y personal dedicado al lavado y planchado de
las ropas provenientes de institutos y hospitales municipales.

Proyecto de Pabellón para confitería, baños y mingitorios en Parque Lezama,


Ing. Benito Carrasco, 1914. (Dirección General de Espacios Verdes, GCBA)

Otro de los cambios en la higiene urbana, fue el nuevo papel asignado a los espacios verdes. La
moda europea exigía nuevos trazados y la indispensable incorporación de especies y equipamien-
to importado, a tono con los cambios. En general, el paisaje de los parques y paseos diseñados en-
tre 1880 y 1930, daba rienda suelta a la imaginación y a un escapismo exotista que no permitía la
ciudad con su orden urbano cuadricular. Sus trazados, inspirados mayoritariamente en el modelo
geométrico francés, a menudo recurrían a un conjunto de elementos dispuestos pictóricamente en
el paisaje, de tal manera que apareciesen como curiosos incidentes en escenas de controlado salva-
jismo. En estos diseños, los espejos de agua eran elementos primordiales, acompañados por puen-
tes de troncos simulados, islas, grutas, confiterías con embarcadero, esculturas y demás elementos
que enfatizaban su carácter romántico y pintoresquista. En estos espacios también se incorporaron
fuentes ornamentales de hierro fundido o mármol, en su mayoría importadas, con cascadas y jue-
gos de agua. En suma, eran lugares de esparcimiento que, además, debían fomentar en la pobla-
ción la valoración de la higiene, el ornato, la educación y el cultivo del arte.

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La nostalgia de Venecia trasladada a Buenos Aires. En Plaza de Mayo, proyecto de lago con góndolas, c. 1910. (CEDODAL).

Los paseos náuticos en la ciudad: botes en los lagos de Palermo, a principios de siglo. (CEDODAL)

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El cuarto de baño. De lo nómade a lo estable

Desde 1872, estaba prohibido en Buenos Aires el sistema “agua va!”, nombre que deriva del aler-
ta dado por cada vecino cuando abría su ventana y arrojaba a la calle el contenido de las vasijas
de noche. Una controvertida ordenanza aplicaba multas de 500 pesos a cada infractor si el agua
estaba sucia o en mal estado, y de 200 si era limpia.

Este expeditivo “sistema”, en una ciudad que no contaba con redes de provisión y desagües, nos
habla sobre la indeterminación espacial que rodeaba tanto a las actividades de aseo personal co-
mo a las de excreción en las residencias porteñas.

En aquellos años, era habitual el uso de los denominados “servicios” o “vasos necesarios”, jun-
to con bacinillas y “sillicos”, que permitían satisfacer las necesidades fisiológicas sin necesidad
de trasladarse hasta la zona del fondo de la casa, donde habitualmente estaban las letrinas apa-
readas, una de la familia, y otra para el personal. Ambas desagüaban a un pozo negro, con los
peligros de contaminación del pozo de balde que detallamos anteriormente.

El servicio de cloacas que sustituirá estos pozos, recién comenzó a efectivizarse a partir de 1890, cu-
briendo sólo un 10% de las viviendas de Buenos Aires. De allí que una ciudad con más de medio
millón de habitantes tuviera, aún hacia estos años, sus terrenos urbanos saturados de pozos negros.

El lavado e higiene personal tampoco gozaban, en la primera mitad del siglo XIX, de una locali-
zación propia, pues era frecuente que se utilizara una enorme variedad de enseres transporta-
bles, para su uso en dormitorios y cocinas. La proliferación de objetos para estos menesteres era
tan común como la de los utilizados para el acarreo del agua dentro de la casa. Mientras que en
el aseo podían emplearse desde bañeras o tinas de latón, aguamaniles, jarros y palanganas; pa-
ra el traslado se usaban garrafas, jarras, artesas, etc. Esta situación comenzó a variar en la segun-
da mitad del XIX, especialmente en las viviendas de las clases más acomodadas.

El “cuarto de baño” y el “water-closed”

Los adelantos de la ingeniería sanitaria -que ya llevaba un dilatado proceso de experimentación


en Europa y Estados Unidos- permitieron en el medio local un progresivo control de las condi-
ciones de provisión, eliminación y aclimatación del agua dentro las viviendas. Este proceso re-
cién se va a consolidar a fines del XIX, cuando la dispersión de las actividades de aseo y cuida-
do del cuerpo, se concentre en el “cuarto de baño”. Por su parte, las letrinas serán reemplazadas
por el “water-closed”, ya no externo, sino interno a la vivienda, aunque su ubicación original se
extenderá hasta avanzado el siglo XX.

Las transformaciones a escala urbana, derivadas de los sistemas de provisión y evacuación, a ni-
vel doméstico se correspondieron con los cambios derivados de la utilización de cañerías para el
transporte del agua, de la nueva tecnología en materia de artefactos e instalaciones sanitarias, y
de otros adelantos como los sifones hidráulicos, elementos indispensables en la separación de las
aguas servidas y en la preservación de la atmósfera interna de los gases de la red.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El refinamiento del baño inglés a fines de siglo XIX, y los artefactos ocultos tras delicada boiserie y receptáculos lujosamente moldurados. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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Catálogos de firmas de sanitarios ingleses


que abastecían el mercado local.
(Biblioteca de Aguas Argentinas)

Mientras que las cañerías incidieron directamente en la aparición de locales fijos dentro del inte-
rior de la vivienda, donde el agua era provista y evacuada sin ninguna dificultad; el bagaje de
nuevos materiales y revestimientos totalmente estancos, de modelos de artefactos sanitarios y de
cocina, de dispositivos interceptores, y de infinidad de piezas y accesorios en general, fue ganan-
do en complejidad y variedad.

Una idea de este despliegue técnico y comercial es la tarea desarrollada por la Oficina de Con-
traste, creada por la Comisión de Obras de Salubridad en 1887 para el ensayo y aprobación de
los materiales utilizados en las obras domiciliarias, entonces en su mayoría importados. El Re-
glamento de esta Oficina, redactado en 1888, establecía que la inspección y ensayo de los mate-
riales, era requisito previo indispensable a la venta y utilización de cada elemento.

Este avance se encuentra funcionalmente enlazado al desarrollo y auge de las nuevas formas de
vivienda, y de la progresiva sustitución de las tipologías tradicionales por otras que reflejaban
ese “querer vivir a la europea” que dominaba el ambiente porteño entre 1880 y 1930. El tipo re-
sidencial más difundidos de este período, en los sectores medios y altos, que sustituyó a la tra-
dicional casa de patios, fue el petit hotel; mientras que en las viviendas en altura, predominó la
casa de renta. Ambos tipos, planteaban nuevas alternativas de organización funcional de los ser-
vicios, ahora posibles por el grado de avance técnico logrado en materia sanitaria.

El mismo desdén que tenían los estratos medios y altos por la atención de las necesidades cor-
porales, se manifestaba en los arquitectos a la hora de atender los servicios de baño y cocina, po-
co proclives a ocuparse de “cosas como éstas”. Algo normal, en una época donde el pudor y la ver-
güenza regían -hasta extremos hoy poco comprensibles- los comportamientos humanos.

Aproximadamente entre 1880 y 1910, puede observarse que se mantiene la diferenciación entre
el “cuarto de baño” y el “water-closet”. El primero, concebido como una “sala de baños” para la hi-

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Desde artefactos para baños de asiento -parientes del bidet- hasta sofisticados sistemas de duchas, junto con una gran variedad de accesorios en hierro,
y hasta calentadores a leña para bañeras de fabricación local, podían encontrarse en el mercado sanitario porteño hacia 1910. Un universo, donde el
aseo ocupaba un lugar destacado. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

giene personal, se ubicaba cerca de los dormitorios principales y en ocasiones acompañado con
una pequeña pieza o “tocador” de uso femenino. Para obtener agua caliente, el sistema más di-
fundido era la instalación de una serpentina en la cocina que se vinculaba al cuarto de baño.
También cumplían esta función calentadores a carbón, que se introducían en la bañera hasta que
el agua alcanzara la temperatura deseada.

El retrete “water-closet”, por su parte, era un emergente directo del inodoro accionado por caída
de agua y perfeccionado con nuevos sifones hidráulicos. Incorporado al interior de la vivienda y
vinculado a los dormitorios, sustituyó a las letrinas o “comunes”; mientras que en otros tipos re-
sidenciales más populares, como la casa chorizo, su ubicación cerca de la cocina y al fondo de la
distribución longitudinal de ambientes, le hará conservar, un contacto más directo con el exterior.

En las casas que no estaban incorporadas a la red, predominaban los enseres de la era pretecno-
lógica, con letrinas exentas, confinadas al fondo del terreno. En estas unidades, los dormitorios
continuaban usando bacinillas, dispuestas en sillones, y lavatorios con muebles con tapa de már-
mol, con su propia jarra de porcelana o esmaltada, para el lavado de caras y manos.

A la incorporación del inodoro, arribado hacia 1885, se suman -en especial desde comienzos de
siglo- diversidad de lavatorios, bañeras y bidets, fabricados en el exterior, y cuya distribución
aquí se hacía a través de un buen número de casas importadoras. A partir de estos años, cuando
el desarrollo tecnológico y comercial sanitario operado desde 1850 en Inglaterra se encontraba
en pleno auge y expansión, en el medio local comenzaron a sucederse año tras año los catálogos
de las principales firmas proveedoras. Muchas de ellas habían obtenido premios en exposiciones
internacionales por sus adelantos e innovaciones en la materia (“George Jennings, Ltd.”, “Geo.
Howson & Sons, Ltd.”, “Twyfords, Ltd.”, etcétera).

Baño y water se unen: surge el “baño-habitación”

Hacia los años ‘20, se produce la unificación en un solo ambiente de las funciones de aseo e hi-
giene personal y el “water-closet”, dejando de utilizarse la antigua separación entre ambos. Sur-
ge de este modo el “baño-habitación”, un ambiente que -tal como lo indica su nombre- era con-
cebido como una habitación más de la casa, con su propio estilo y con la bañera generalmente
ubicada sobre el lado más largo del ambiente. Este modelo, también conocido como “baño in-
glés”, se difunde ampliamente en la década de 1920 y constituye la antesala directa del “baño
moderno” de los años ´30.

La ubicación de los artefactos no obedecía a un patrón fijo, y se pueden encontrar múltiples va-
riantes de acuerdo al tipo y nivel de vivienda que corresponda. Los arquitectos, invariablemen-
te más preocupados en sus proyectos por los ambientes principales que por los reductos de ser-
vicio, en general trataban de ocultar el inodoro de la vista directa, confinándolo en compartimen-
tos aislados, con ventilación independiente. A menudo también la ducha, el bidet o el lavatorio
merecían receptáculos aislados o nichos. Lo cierto es que esta “habitación” superaba ampliamen-
te las dimensiones y alturas del baño moderno tal como hoy lo conocemos, tenía iluminación na-
tural, y un espacio central generoso para moverse con libertad. Los estilos históricos más utiliza-
dos recurrían tanto a las formas de la antigüedad clásica como a variantes orientales, muy del
gusto victoriano en boga.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El espacioso cuarto de baño inglés, o “baño-habitación”,


con múltiples distribuciones de artefactos, estilos
y decorados, encuentra su apogeo promediando los años
´20. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

La estrecha relación comercial con Inglaterra favoreció en un comienzo la difusión de los sanita-
rios ingleses, considerados los más adelantados de su época. Piezas de este origen se podían en-
contrar en los más apartados lugares del mundo, como San Petersburgo, Melbourne, Nueva Del-
hi, y mansiones de Estados Unidos. El cuarto de baño inglés, costoso por cierto, fue adoptado en
las dos primeras décadas del siglo XX por las clases acomodadas europeas, y también en el me-
dio local, donde alcanzó rápida aceptación.

La enorme diversidad de modelos y estilos de artefactos importados que se vendían en Buenos


Aires, podían adquirirse en distintas firmas comerciales del centro (casas importadoras, grandes
tiendas y almacenes como “Harrod´s” y “Gath y Chaves”), entre las que se destacaba “Heinlein
& Cía.”; la mayor importadora del momento. Los escaparates de esta casa ocupaban toda la plan-
ta baja de “La Inmobiliaria” sobre Avenida de Mayo del 1400 al 1500, en uno de los edificios em-

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

blemáticos de este eje cívico. Los nombres de los artefactos que aparecen en su catálogo de pro-
ductos -que incluía hasta automóviles- son una muestra de las asociaciones que despertaba en la
cultura de la época este espacio íntimo y privado, habitado por artefactos con nombres de dio-
ses mitológicos, de figuras femeninas de la antigüedad, plantas, flores exóticas, y una extensa lis-
ta según se tratara de baños de asiento, inodoros o complejos sistemas de duchas para bañeras.

En un principio, la tendencia general fue tratar estéticamente a los artefactos de baño como mue-
bles, como piezas que debían expresar el gusto del propietario y, además, en algunos casos ser
“encapuchados”, es decir, ocultos, tras costosos revestimientos de madera u otros materiales, o
bien simplemente pintados. Con frecuencia, un mismo modelo estándar recibía distintos ador-
nos, inaugurando líneas de productos sólo en apariencia diversos. En realidad, esta “debilidad”
por el adorno -en consonancia con el gusto imperante- invadió cada elemento y cada rincón del
“baño habitación”.

Aunque este tipo de baño alcanzó difusión a principios de siglo y los años ‘20, conviene desta-
car que su generalización no fue uniforme. En muchos casos, continuó la división entre retretes
o “water-closet” y la parte de aseo, con entrada exterior, especialmente en la casa chorizo y en las
viviendas rurales.

Pero no se trataba de un simple cambio de moda o de medidas. En los años ‘20, los adelantos téc-
nicos en la ingeniería sanitaria y el perfeccionamiento de los artefactos y accesorios para baño,
estuvieron relacionados con los cambios en el modo de habitar y el nuevo concepto de higiene
que trasladó su eje de interés desde la asepsia al bienestar físico y el confort.

Los lavatorios de porcelana, generalmente Inodoro común, del tipo “wash-down”, Las bañeras de porcelana enlozada, con patas de hierro,
embutidos en muebles de madera, compuesto por dos piezas -una taza y un sifón- precedieron a las embutidas, que determinaron con su largo el ancho
recibieron profusión de decorados y exóticas era una variante más económica del baño moderno. (Biblioteca de Aguas Argentinas)
denominaciones. que el de pedestal.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Todo el “glamour” y la calidad de los artefactos norteamericanos “Standard”, en los años ´20, compitiendo palmo a palmo con sus adversarios ingleses en
el mercado local. (Revista Plus Ultra, CEDODAL)

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El funcionalismo y la aparición del baño moderno

En la década del ‘30, precisamente en los años de auge de la arquitectura moderna en nuestro
país, es cuando aparece y se desarrolla el concepto de “baño-célula”, o “baño moderno”, tal cual
hoy lo conocemos. Si en el “baño-habitación” predominaba la amplitud de espacios y el trata-
miento estilístico, ahora -como contraparte- la organización del “baño moderno” se apoyaba en
principios funcionales de economía y eficiencia espacial, de normalización y estandarización, en
donde sistemas de medidas regulaban la distancia mínima entre artefactos.

En cuanto a los estilos, la transformación fue igual de drástica: este nuevo baño adquiere estéti-
ca propia, con revestimientos y artefactos despojados de cualquier alusión decorativa y orna-
mental. Ya no es el cuarto concebido como una habitación amoblada, o mero anexo del dormito-
rio, ahora tiene sus propios materiales, revestimientos, y una estética fiel a los postulados del
movimiento moderno. Según S. Giedion, los orígenes de este “baño-célula” pueden rastrearse en
los hoteles norteamericanos de la década de 1910. Otras influencias, habrían sido los estudios so-
bre vivienda mínima realizados en Alemania durante los años ´20.

Ya hacia 1908, en Estados Unidos había catálogos de fabricantes que presentaban planos de los
cuartos de baño compactos que venían instalando en los nuevos hoteles, pero con los artefac-
tos distribuidos en distintas paredes y la bañera de hierro enlozado, sobre sus pies, sin empo-
trar. Aproximadamente en 1915 aparece también en ese país la bañera en forma empotrada, pe-
ro -siguiendo la explicación de Giedion- es sólo hacia 1920 cuando se difunde el cuarto de ba-
ño compacto, al fabricarse la bañera de pared doble y esmaltada con un largo estándar de 1.50
m. Esta reducción espacial, condicionaba el lado menor de la planta rectangular al largo de la
bañera -que gira 90° respecto al cuarto de baño inglés- y los artefactos alineados a lo largo de
una misma pared.

Se completaba de esta manera, un recorrido de más de medio siglo, desde 1880 hasta 1930 apro-
ximadamente, en el cual la higiene y necesidades corporales comenzaron siendo nómades den-
tro de la casa, continuaron desarrollándose en espaciosos e hiperdecorados cuartos de baño, y
culminaron en el modelo moderno, tal como hoy lo conocemos. En este derrotero, es curioso ob-
servar cómo, este espacio ajeno a la mirada, ha conocido cambiantes reflejos espaciales, y nos ha
llegado al presente como un espacio doméstico más de la casa, “casi” digno de ser exhibido. Es-
pecialmente si consideramos el desarrollo estilístico y tecnológico que ostentan muchos baños de
la actualidad, alejados de la asepsia decorativa funcional, y próximos en su espíritu al desplie-
gue que mostraban los catálogos de aquel verdadero festival sanitario finisecular.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El artefacto blanco,
sin ornamentos, se difundirá
progresivamente en la década de 1920,
aunque sin abandonar totalmente
las generosas dimensiones
de sus predecesores.
(Biblioteca de Aguas Argentinas)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

En décadas subsiguientes,
también habrá propuestas cromáticas
que se extenderán a todos
y cada uno de los elementos sanitarios.
(Biblioteca de Aguas Argentinas)

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EL AGUA Y LOS PASEOS PÚBLICOS

Paseo del Tigre, con el antiguo edificio del Tigre Hotel. (CEDODAL) Uno de los pabellones del Zoo porteño, en estilo hindú, a orillas del lago. (CEDODAL)

La higiene urbana de fines de siglo XIX otorgó a los espa- da por Alvear en 1883. En Plaza Garay la gruta (1886) contaba con
cios verdes un importante papel en la preservación de la salud pú- arroyo y puentes y una cascada de más de siete metros de alto.
blica. Las plazas, paseos y parques, fueron en la visión de los go- Como se ve, la presencia del agua, era un condimento indispensa-
bernantes de la época -además de instrumentos indispensables en ble en los diseños afrancesados de los paisajistas de entonces, que
el nuevo paisaje cosmopolita finisecular- “no sólo un solaz, sino una a menudo combinaban trazados de caminos con cursos de agua y
necesidad de higiene de las ciudades (...) los gastos que ello deman- lagos. Agua y vegetación, eran aliados en la purificación del aire y,
de no se les puede aplicar el calificativo de lujo, sino de higiene pú- además en una función higiénica otorgada por la ciencia del mo-
blica”, según afirma el primer intendente de la Capital, Don Torcua- mento. En su concepción, estos espacios respondían a una misma vi-
to de Alvear. Durante la Intendencia de su sucesor, el Dr. Crespo, se sión pintoresquista y romántica de lo natural, en la que no faltaban
inauguró el Jardín Zoológico dentro del Parque 3 de Febrero, un lu- estatuas, estanques con juegos danzantes, templetes clásicos, plan-
gar con proliferación de pabellones en estilos exóticos, con grutas, tas acuáticas, kioskos de música, y demás elementos evocativos. Es-
puentes rústicos y un importante lago. No conforme con estos atrac- pacios, donde se permitían licencias paisajísticas imposibles de plas-
tivos, su director Clemente Onelli, sorprendió en 1911 a Buenos Ai- mar en la urbe, y donde cada sector del trazado estaba pensado pic-
res con una sensacional noticia: el descubrimiento de un manantial tóricamente, para satisfacer la contemplación y el goce visual.
de agua mineral que surgía a flor de tierra, en pleno Zoológico. Pe-
riodistas, fotógrafos y una nutrida concurrencia invadieron el lugar El agua también ocupó otros espacios en la imaginación y el espar-
para probar el líquido, que era ofrecido en vasos, gratuitamente. cimiento de los porteños. Además de lugares de gran concurrencia,
Hasta se construyó una fuente, y se vendieron más entradas, pues como los lagos de Palermo, desde los últimos años del XIX, se di-
por sólo diez centavos la gente podía llevarse a su casa varias bo- fundió la costumbre de los paseos náuticos. Tal parece haber sido el
tellas de “agua mineral”. Este milagroso líquido, en verdad, era caso de los paseos por el río Luján y por el Tigre con sus recreos. Los
agua corriente que había escapado de caños subterráneos de la red. bailes de carnaval en el antiguo Tigre Hotel (anterior al actual e
inaugurado en 1890) eran un verdadero acontecimiento. El diario
Lagos y grutas también se levantaron en numerosas plazas porte- “La Prensa” de 1891, describe a estas fiestas como “una reminis-
ñas: en Plaza Constitución (18887/88), se realizó una gruta con la cencia de las noches encantadas de Venecia”, en la que las quintas
forma de un castillo en ruinas rodeado por un lago; en el Paseo de “iluminadas con profusión por sus dueños mostrarán sus luces en
la Recoleta -uno de los más afrancesados- hubo también otra, acom- las tranquilas aguas y cruzándose con los reflejos de las lámparas
pañada por lago, mirador y rocallas, sobre la barranca, e inaugura- de las embarcaciones producirán un efecto fantástico que recorda-

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

rá las lagunas del Adriático surcadas por góndolas.” Georges Cle- establecimientos de todas suertes, para todas las clases de la socie-
menceau llamó al Tigre en 1910 “una Venecia de jardines”, con ár- dad, confundidas en los días de descanso en aquellas aguas encan-
boles de todas las procedencias inclinados sobre los canales, con tadas, que ofrecen un asilo de paz animada para suceder a las fa-
“pequeños barcos cargados de una juventud dichosa en la cadencia tigas de Buenos Aires.”
de los remos entre las risas y los cantos (...) quintas y casitas suizas
de estilo suizo fundadas sobre pilotes, hoteles, fondas ventorrillos y J. T.

Gruta en Plaza Constitución. (CEDODAL)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
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JUAN MARTÍN BURGOS Y EL BALNEARIO “LA CAPITAL”

El arquitecto Juan Martín Burgos fue uno de los personajes plataforma de unos 80 metros de largo y 28 de ancho, que se sos-
más interesantes de la arquitectura argentina en las dos últimas déca- tenía como un gran palafito sobre el río.
das del siglo XIX. Sus comentarios críticos sobre la arquitectura de Bue-
nos Aires, publicados en 1880 en los Anales de la Sociedad Científica Al fondo del muelle, unas oficinas administrativas con la bandera
Argentina, muestran su identificación con una visión funcionalista. habilitaban a un paseo flanqueado de casillas de madera con sus
correspondientes artefactos sanitarios. Había casillas “comunes”
Sus conocimientos enciclopédicos se traslucen en su propuesta para para varios bañistas y otras individuales un poco más pequeñas
la Nueva Capital de la Provincia de Buenos Aires, realizada en 1882 (1,20 x 1,80 m). Las casillas que daban hacia el río contaban con
y cuyo plano tiene inmediata influencia en el trazado con diagona- un pasaje y baranda de hierro, mientras que un sistema de cuatro
les de la ciudad de La Plata, fundada ese mismo año. Burgos pue- escaleras habilitaba el acceso al agua.
de, junto a Dardo Rocha, considerarse como el ideólogo de aquel Esto demuestra la temprana preocupación por aprovechar orgáni-
trazado que causó admiración por su modernidad. camente desde un punto de vista empresarial las márgenes del río
para una recreación natatoria.
En la misma época, Burgos realizaba un proyecto para Balneario
“La Capital” con un muelle diseñado en madera. Se trataba de una R. G.

Planta y vista lateral del balneario “La Capital”, Arq. Juan Martín Burgos (CEDODAL)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

EL CAMINO DEL AGUA

El hidroavión “Plus Ultra”


frente a Buenos Aires,
con el Yacht Club de fondo.
(AGN.DDFA)

baron a estas tierras por


esa vía. La primera visión
que tuvieron de la ciudad
fue justamente la perspec-
tiva desde el agua. No sólo
eran inmigrantes ávidos de
una tierra de pan y de tra-
bajo los que llegaron. Tam-
bién venían personalidades
de la cultura, el comercio y
Desde que en 1516 Juan Díaz de Solís descubriera este Mar la política. La llegada de los vapores era todo un acontecimiento que
Dulce, el río sería el sitio de comunicación de la región con España se renovaba varias veces al día. La carga y los pasajeros coincidían en
y el resto del mundo. Así lo vería Mendoza al instalar el primer muchas ocasiones. Con la transformación portuaria y el desarrollo del
puerto y así sucedería con Garay, quien bajando desde Asunción y tránsito aéreo este panorama tocaría a su fin.
Santa Fe por el Paraná, terminaría fundando la definitiva Buenos
Aires en las orillas del Plata. Pero ya bastante antes, el tránsito aéreo también tendría al río co-
mo ambiente natural. La llegada del “Plus Ultra”, inmortalizada por
A lo largo del tiempo llegaron los extranjeros que veían en estas Gardel, tendría lugar allí: en el río. Luego vendrían la Aeroposta pa-
tierras la posibilidad de conquistas. Si franceses, portugueses y ra unir Buenos Aires con el litoral fluvial y el marítimo. Los hidroa-
holandeses merodearon el sitio, los ingleses no andaban muy le- viones para ir a Montevideo estarían operando hasta principios de
jos. Claro que como España abandonaba un tanto la ruta directa la década de 1960.
y se manejaba con la del Pacífico, algunos se tentarían con el con-
trabando. El tratado de libre comercio en 1778 abriría otras líneas Los cambios en los medios de transportes se acelerarían en el últi-
de tráfico que traerían novedades. Los ingleses se adelantaron y mo medio siglo, y hoy las aguas también sirven para el traslado de
apareceron dos veces por el río, con una suerte que parecía son- contenedores y para la actividad deportiva, aunque en menor me-
reírles, pero que poco después los empujaría a subirse a sus na- dida para los viajes intercontinentales de placer. No obstante, a pe-
ves y emprender el regreso. sar de que el tránsito de pasajeros hacia Paraguay, el Nordeste y
Europa quedó en buena medida para el recuerdo, hoy la magia y
La poca profundidad del río impediría que su costa se usara direc- el encanto de aquellos viajes parece renacer, con las nuevas pers-
tamente para atracar, lo que o bien se hacía en el Riachuelo “de los pectivas de turismo que ofrecen ultramodernos transatlánticos,
navíos”, como entonces se decía, o bien obligaba a canjes de trans- equipados con los últimos adelantos de confort. Porque, a pesar de
porte entre el buque y la tierra firme. su pérdida de protagonismo frente a los veloces aviones, el barco,
hoy continúa despertando en el imaginario de todos una cautivan-
Con el tiempo y la nueva organización portuaria de finales del siglo te y evocadora metáfora visual.
XIX y buena parte del XX, el Plata se consolida como receptor de va-
pores, paquebotes y transatlánticos. Muchos de nuestros abuelos arri- G. M. V.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

BALNEARIO DE LA COSTANERA SUR

La idea de transformar este tramo en un paseo público surgió du-


rante la intendencia de Joaquín Llambías. Benito Carrasco en 1916
comenzó la transformación de estos sitios alejados. El nuevo Paseo
y Balneario se ubicó entre las avenidas Belgrano y Brasil y fue
prontamente inaugurado el 11 de diciembre de 1918. A la altura
de Brasil, un murallón con escaleras que descendían sobre el río se
extendía entre un espigón de hormigón armado y una pérgola se-
micircular que remataba en la avenida Belgrano. La rambla desti-
nada a los peatones estaba bordeada por una faja de jardines con
locales para diversiones, canchas de fútbol y tenis. Una avenida
permitía la circulación de los vehículos, flanqueda por otra parqui-
zada y con profusa arboleda. La costanera fue prolongada hacia el
norte hasta la calle Viamonte conformando una alameda entre la
avenida costera y la interior. El esplendor de este nuevo espacio de
la ciudad puede ubicarse entre las décadas del 20 y del 30, calcu-
Revista Caras y Caretas, 1914. (AGN. DDFA) lándose una concurrencia diaria de 50 mil personas. Los porteños
agobiados por el calor que no podía permitirse el lujo de viajar a los
balnearios de moda, se daban cita frente al río, formando una ver-
Con la construcción y apertura del Puerto Madero la relación dadera muchedumbre. El equipamiento de los lugares de esparci-
del porteño con el río se vio desplazada hacia otras zonas de la ribe- miento también comprendía quioscos y teatritos, en la extensión de
ra. Hacia el sur, entre las casillas de los pescadores, concurrían los do- la avenida Belgrano. En 1927 el arquitecto Andrés Kalnay (1893-
mingos a la tarde familias modestas que se trasladaban para tomar 1932) proyectó dos edificios gemelos y enfrentados, los restauran-
el mate al aire libre. En el lugar, los bañistas se internaban en carros tes “Brisas del Plata” y “Juan de Garay”, actualmente demolidos, y
para higienizarse con la idea de no ser vistos, mientras que una ma- los quioscos “La Alameda” y “Punch de Naranja”, también desapa-
sa compacta de ciudadanos trajeados no perdía detalle desde la cos- recidos. El mismo profesional levantó un magnífico edificio la “Cer-
ta. La revista Caras y Caretas bautizó el sector como “Balneario de los vecería Munich”, actual Museo de Telecomunicaciones. En la esqui-
pobres”, pues mucha gente del suburbio y de “modales poco urba- na del Bulevar de los Italianos y la avenida Belgrano se levantó el
nos” solía introducirse en las aguas libre de todo vestido. Chalet de la Cruz Roja.

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Vistas de la Costanera Sur en sus años de esplendor. (CEDODAL)

La forestación de la Costanera fue obra del arquitecto paisajista do Tabacchi, el mástil donado por la colectividad italiana en 1926;
Carlos Thays, se agregaron además, un jardín y teatro griego. El y en 1936 el “Monumento a España”de Arturo Dresco.
sector fue completado posteriormente con los edificios de la Escue-
la Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, el Observatorio En 1921 el balneario pasó a depender de la Municipalidad de Bue-
Naval del Servicio Hidrográfico Nacional y el Lazareto Capital. nos Aires. Por la memoria de ese año sabemos que concurrían
46.000 bañistas. Por el costo de 2 pesos se vendían oficialmente
A través de los años un conjunto de obras escultóricas fueron incor- trajes de baño, medida de profilaxis que aumentó los ingresos del
poradas en el paseo costero como la formidable “Fuente de las Ne- municipio en cerca de 6 millones de pesos, monto más que conside-
reidas” realizada por la escultora tucumana Lola Mora, que fue em- rable para las exiguas entradas de la comuna.
plazada en 1918 en este espacio más alejado del centro de la ciu-
dad y de las miradas curiosas; el monumento a Luis Viale de Odoar- E.R.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

PILETAS PÚBLICAS

Chapoteando. (AGN. DDFA)

blicas hicieron que el municipio tomara a su cargo el control del


funcionamiento de estas casas, a fin de evitar que en piletas y re-
ceptáculos se bañaran quienes padecían enfermedades. Entre otros
requisitos el agua de las piletas debía renovarse constantemente.

En 1878 se instaló en la calle Florida “El Gimnasio”, establecimien-


to de baños y escuela de natación. Tenía un salón de hidroterapia y
un departamento especial para señoras. Se distinguían los baños de
inmersión, y diferentes tipos de lluvias y duchas, la ducha escoce-
sa, la de “afrecho”, la de mar artificial y a vapor. En verano se ofre-
cían conciertos de piano que amenizaban las reuniones del lugar.

En el pueblo de Belgrano, que pronto se incorporaría al radio de la


Piletas en Parque Saavedra, Revista “Caras y Caretas”, 1914 (AGN. DDFA). capital, se hallaba un natatorio muy concurrido, situado a escasos
metros de la estación del Ferrocarril del Norte, en las calles Jura-
mento y 11 de Septiembre. Las dos piletas con sus trampolines fue-
En esta época, aunque el baño en el río todavía era una cos- ron inauguradas el 7 de enero de 1883 en el paseo de la Barran-
tumbre, fueron surgiendo clubes sociales donde se practicaban de- ca, tenían 5 m de ancho por 10 a 12 de largo, con una profundi-
portes, difundiéndose de este modo el ocio al aire libre. La práctica dad considerable. Como era natural se encontraban separadas la de
de la natación, en espacios cerrados fue considerada también muy damas y caballeros. Fueron construidas por iniciativa de vecinos,
aconsejable por los médicos, ya que permitía conservar la higiene, entre los que se contaban Emilio Bunge, Ernesto Tornsquist, y Fran-
y daba una acción beneficiosa a la salud. En este sentido, la cerca- cisco Seeber, Al frente se diseñó un jardín, accediéndose a los dis-
nía del Río de la Plata no impidió el surgimiento de una nueva mo- tintos servicios por un kiosco octogonal de madera. Las piletas es-
dalidad de higiene comercial: las casas de baños, reglamentadas, taban cercadas por una empalizada y cubiertas por un techo corre-
dotadas con las comodidades para el aseo, y hasta con ciertas pre- dizo. En este sitio rodeado de sauces llorones, se reunían los veci-
tensiones de lujo. Elementales cuestiones de sanidad e higiene pú- nos y amantes de la natación.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Revista “El Mosquito”, 1883. Sátira de los políticos del momento, haciendo la plancha en la pileta de Belgrano. (AGN. DDFA).

Otras casas de baño fueron surgiendo en pleno centro de la ciudad, regenteado por el señor Cabanettes en la calle Balcarce. En este lu-
como “La Argentina”, ubicada en Bartolomé Mitre 96, propiedad de gar, donde se alentaba la práctica deportiva otorgándose premios a
la sociedad Lacroze, Montaña y Domínguez. En su parte delantera los nadadores, surgieron los primeros cultores de la natación local.
había una sala de duchas, cuyo centro estaba revestido por bloques
de mármol. En la parte lateral se disponían cuartos de baños de in- Como se ha visto, muchas de las actividades deportivas surgidas en
mersión fríos y calientes. La gran pileta de natación tenía 25 me- estos años estuvieron asociadas con factores higiénicos. El efecto be-
tros de largo y 10 de ancho, con una profundidad máxima de tres nefactor del agua, sobre la salud y el bienestar físico iría despertan-
metros. La cabecera estaba curiosamente ornamentada por una do el interés por alcanzar una máxima utilizada por las asociacio-
gruta - al estilo de la época- y por figuras femeninas, mientras que nes atléticas del momento, mens sana in corpore sano.
el agua emanaba de la extraña forma de un dragón. El boleto cos-
taba 0,50 $ y por día concurrían unas 350 personas. Otras piletas E. R.
de estas características fueron “L’ Universelle” y el establecimiento

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PROYECTOS DE BALNEARIOS EN EL RÍO

Fachada de un establecimiento de baños sobre la calle Callao, hacia 1888. (Revista El Sudamericano, 1889, Buenos Aires)

Los proyectos transformadores de la década de 1880 alcan- A estos emprendimientos generados por el municipio se agregó una
zaron a un vasto sector de la zona de Recoleta, comenzando la ur- propuesta de particulares para construir un monumental estableci-
banización y rectificación de calles y avenidas. El barrio, se había miento de baños que se ubicaría entre las calles Callao, Junín, Aya-
convertido en un sitio ideal para el esparcimiento, con el Jardín Bel- cucho y el entonces denominado Paseo de Julio. A tal efecto el mu-
vedere, el Prado Español y el atractivo de las montañas rusas, de nicipio cedió al concesionario una superficie de 51.000 metros cua-
allí que cobrara impulso la creación de un Parque con Baños Públi- drados por ochenta años. La planta general del balneario es sor-
cos, recostado sobre el Río de la Plata, el que fue proyectado por prendente, tanto por la magnitud de su escala como por los diver-
Eugène Courtois. Se hallaba lindante con el Establecimiento de los sos servicios que en ella se proyectaron: departamentos medicina-
Filtros de las Aguas Corrientes, la calle Callao, y las vías del Ferro- les, baños sulfurosos, lluvias de agua dulce, duchas medicinales, ba-
carril del Norte. Fue planeado como un conjunto con bosques, árbo- ños de inmersión de agua dulce y salada, gimnasia medicinal, pe-
les aislados, corbeilles de flores y arbustos rodeando el área de re- dicuría, peluquería. Un establecimiento dedicado a la hidroterapia
creación. No faltaban los kioscos, el restaurant, el café, las salas de que en poco difiere de los actuales servicios ligados al bienestar y
concierto, y un lugar para la orquesta y tocador. También había un la salud. La dirección estaría a cargo de un Consejo médico forma-
espacio destinado a Baño General y Gimnastea. En otro plano, so- do por los principales sanitaristas, entre quienes se contaban el doc-
bre el borde costero se observa una gran pileta cuadrada con sus tor Antonio Crespo -ex intendente- y el célebre químico Pedro Ara-
ángulos ochavados, y con un pabellón semicircular al que se acce- ta. Completaban este comité directivo sumamente especializado los
dería por un camino arbolado. En la viabilidad del proyecto fue de- señores Gil, Tamini, Astigueta, Fernandes y Maglione. Como era ha-
cisiva la cercanía del Establecimiento de Aguas Corrientes al cual se bitual, no podían faltar en el lugar el diseño de grutas y cascadas.
conectarían los desagües y la entrada del agua. El Paseo así planea- Lo sorprendente es que el agua se pensaba conducir por cañerías
do, presentaba un notable atractivo por su diseño paisajístico, su re- desde una distancia de 40 leguas. El ambicioso conjunto contaba
lación con el borde ribereño y la inclusión de un acuarium con plan- además con trescientas casas de departamentos, conectadas a la red
tas tropicales. Iniciadas las obras el trazado del gran paseo que bor- de agua corriente y de luz eléctrica. En los pisos bajos se planeaba
deaba la ribera obligó a terraplenar la zona destinada a los Baños instalar un mercado, y diversas casas de comercio, un teatro y jar-
Públicos. Esta acción, emprendida por el municipio capitalino, per- dines, que procurarían satisfacer las crecientes necesidades de re-
mitía ganar un área de tierras destinadas a un objeto vital para el creación de la ciudad. La idea apuntaba a generar un nuevo estilo
vecindario, como era el uso de estos baños tan reclamados en este de vida destinado a la expansión de los pobladores del barrio de
período de transformaciones. En suma, un proyecto atractivo que Recoleta, en continuo crecimiento. A pesar de sus grandiosas pro-
brindaría un servicio social necesario y embellecería el lugar. Sin porciones el proyecto no llegó a concretarse.
embargo, pronto estos trabajos se vieron malogrados por los pro-
yectos de ampliación del puerto de Buenos Aires. E. R.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Plantas de proyectos para baños públicos. (Beccar Varela, A. Torcuato de Alvear, Primer Intendente Municipal, 1926, Op. cit.)

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BALNEARIO PARA EL NUEVO SIGLO

Plano de ubicación del Balneario del Nuevo Siglo,


1900. (CEDODAL)

La euforia del cambio de siglo, unida a la recuperación eco- caballeros. Simétricamente dispuesto a la zona de stand de tiro,
nómica luego de la crisis de 1890, se manifestaba en las transfor- se ubicaban unos baños, de carácter público y gratuito, con una
maciones urbanas de Buenos Aires como símbolo de la modernidad reducida escala frente a la magnitud de la gran construcción cen-
del país. Entre los múltiples proyectos que se analizaban, luego de tral de dos plantas.
la apertura del Puerto Madero y la culminación de los servicios de
agua potable y saneamiento en el área céntrica (Radio Antiguo), es- El núcleo central tenía un gran Salón de Fiestas, y avanzando sobre
taba el del aprovechamiento lúdico del río. el muelle unos grandes depósitos de canoas. Una arquitectura de
hierro con claraboyas de vidrios y “verandas” o balcones que per-
La idea del Balneario Público, que se había manifestado embriona- mitían la contemplación del agua, configuraban la caracterización
riamente en esas dos últimas décadas del siglo XIX, apareció plas- de este conjunto, que si bien se situaba en los lineamientos de com-
mada en un magno proyecto que retomaba, más allá de los diques posición y al empaque del academicismo arquitectónico, mostraba,
de Puerto Madero, entre las prolongaciones de las calles Cangallo más allá del rigor de sus fachadas, su espíritu lúdico y recreativo.
(hoy Tte. Gral. Perón) y Corrientes.
En definitiva, la consolidación de aquel imaginario europeo que po-
El diseño del arquitecto Augusto Terracini, realizado para el em- dría impactar emotivamente a los inmigrantes y viajeros que llega-
presario Lorenzo Fiorini en junio de 1900, abarcaba un complejo rían al ya consolidado puerto de la ciudad de Buenos Aires.
deportivo con áreas verdes donde se programaban canchas de fút-
bol, cricket y lawn-tennis, así como una pista de atletismo. En su El agua como objeto de contemplación o para el baño, se integraba así
extenso desarrollo, el Balneario presentaba grandes unidades edi- a la dinámica preocupación de empresarios y funcionarios porteños.
licias para stand de tiro, escuela de natación y zonas de baños en
el río para señoras, obviamente separadas de las destinadas a los R. G.

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Planta general del proyecto. (CEDODAL)

Planta alta y corte. (CEDODAL)

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PARQUE AVELLANEDA

Natatorio del Parque Avellaneda (P.M.)

En 1912 el municipio adquirió una fracción de 50 ha desti- que fue impulsada por el concejal socialista Antonio Zaccagnini. El
nadas a paseo público en el oeste de la ciudad, la que fue entre- edificio fue adaptado y restaurado para su nueva misión.
gada al entonces Director General de Parques y Paseos, Carlos
Thays. Las tierras habían sido colonizadas a comienzos del siglo En 1923, atendiendo a una población en continuo crecimiento se
XIX. Originalmente formaron un tambo que proveía de leche a encaró la construcción de un natatorio, un centro de educación físi-
Buenos Aires, además de contar con moliendas de trigo y panade- ca y deportes, una escuela y colonia de vacaciones. La construcción
ría que surtía al pueblo de San José de Flores. El sitio ocupado por de la pileta de natación recuerda el estilo de las termas romanas,
la chacra Los Remedios alcanzó una nueva dimensión al diseñar el con elementos clasicistas y art decó con ornamentación de corte
ingeniero Carlos Olivera la residencia de Villa Ambato, ocupándo- americanista, muy al gusto de la época. En 1925 la Dirección Gene-
se además de la reforma de la estancia. La mansión ocupaba una ral de Plazas da cuenta de la casa de baños con pileta de natación
vasta superficie, rodeada de árboles frutales y jardines. Las cróni- y sector de duchas divididas en sector para mujeres y para varones.
cas recuerdan que un equipo a vapor, instalado en las inmediacio- Durante el tiempo en que funcionaba la colonia de vacaciones unos
nes aseguraba la provisión de agua, para consumo y para cultivo 4.500 niños disfrutaban de estos servicios dos veces por semana. La
de la huerta, parque y jardines. totalidad de usuarios alcanzó a unas 50.000 personas.

A comienzos del siglo XX la zona fue urbanizándose, se fracciona- Con el correr del tiempo estas instalaciones fueron abandonadas y
ron terrenos entre los que contó la antigua chacra transformada en se fueron deteriorando. En la actualidad, motivados por la comuni-
paseo, destinándose espacios a canchas de tenis y fútbol, sector de dad se han ido recuperando la antigua Villa Ambato y el Natatorio,
juegos y teatro infantil. Las obras fueron inauguradas en 1914 por que tuvo durante tantos años destacada acción al propulsar la com-
el intendente Joaquín de Anchorena, el parque recordó en primera petencia deportiva entre los jóvenes de la ciudad.
instancia a Domingo Olivera fundador del lugar, cambiándose al po-
co tiempo por la actual denominación. En 1919 se instaló en la an- E. R.
tigua casona una Colonia de Vacaciones para Niños Débiles, obra

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

BAÑOS PARA POBRES Y LAVADEROS

El tema de los lavaderos públicos se renovó hacia 1870, en ese


tiempo la costumbre del lavado de la ropa en los pozos excavados
en el río fue conceptuado altamente antihigiénico y comenzó a
preocupar a las autoridades. Se consideraba que las corrientes de
agua eran verdaderos criaderos de bacterias, por la creciente ac-
ción de las lavanderas que ocupaban toda la ribera, desde la baja-
da de la calle Humberto I, en el barrio de San Telmo, hasta Paler-
mo. Su labor no era considerada un oficio propio de la servidum-
bre doméstica. En las familias más pobres hasta las más acomoda-
das, el trabajo se hacía en los fondos de las casas, en el río, en
arroyos y lagunas. Los servicios de las aguas corrientes alentaron,
sin duda a la municipalidad para encarar la ejecución de lavaderos
modelos siguiendo el ejemplo de los de París. En este sentido, en
1887 se autorizó a Juan Plá a construir un lavadero higiénico en
el centro de cada una de las secciones del municipio. En su distri-
bución estos lavaderos contaban con un jardín al frente y techum-
bres acristaladas, mientras que las aguas servidas serían llevadas
Vista de un secadero de ropa. (AGN.DDFA)
por caños de hierro al Río de la Plata, instalándose además estu-
fas desinfectantes. Una sala especial era destinada al cuidado de
El frágil sistema sanitario de Buenos Aires, a mediados del las hijas de las lavanderas. Los reglamentos internos de estos lava-
siglo XIX se vio quebrado por repetidas epidemias que asolaron a deros y baños públicos serían sometidos al conocimiento y a la ob-
la población. Para proteger la salud de los habitantes surgió inte- servancia del municipio. Sin embargo, los edificios construidos pre-
rés por crear baños y lavaderos públicos destinados a los sectores sentaban un estado deplorable, y la salida de los pozos del río no
populares. En 1855 se proyectó construir dos edificios, ubicados al mejoró la situación. Ahora las ropas también sufrían un gran des-
sur y al norte del sector central de la ciudad, a fin de servir de am- gaste, que a manos de las lavanderas se transformaban en nuevos
paro a las lavanderas y solucionar el problema que provocaba em- agentes de infección. Mezcladas y con grandes dosis de jabón y de
plear el agua del río para la limpieza de la ropa. Se contempló lejía para el blanqueo, agudizaban su deterioro. En los estableci-
también la creación de casas de baños fríos o calientes destinadas mientos modelos se alternaba el agua fría y caliente, los espacios
a familias y enfermos, propuestas que fueron desestimadas por las eran ventilados e iluminados, provistos de aparatos de lavado me-
autoridades. Posteriormente, volvió a alentarse la creación de la- cánico, y secadores con cloacas para las aguas servidas. La lavan-
vaderos y establecimientos de baños. En verano la cercanía del río dera alquilaba una o dos piletas, las llenaba con agua, colocaba la
permitía a los porteños bañarse en sus aguas, pero al intensificar- ropa sucia, la jabonaba rápidamente y la maceraba con cristales de
se el crecimiento de la población esto fue solo posible para aque- sosa. Las prendas eran sacudidas con un mazo de 1 kilo de peso y
llos que vivían en sus adyacencias. Alejados de esta posibilidad los golpeada firmemente sobre una tabla, en un ambiente invadido
trabajadores no contaban ni con tiempo ni medios para concurrir a por un olor nauseabundo y mientras sonaban los cantos de los ai-
la ribera del Plata. En la década de 1880 volvió a renovarse el in- res de la tierra que ellas entonaban. A pesar de la existencia de es-
terés por instalar baños populares que podían ser costeados por la tos lavaderos y del numeroso registro de lavanderas -que llegó a
municipalidad, y por tanto carecer de impuestos fiscales. Este tipo contabilizarse en 3000- éstas seguían haciendo su tarea en el río,
de prestaciones, común en los países europeos, estimulaba su rea- en los arroyuelos, lagunas, casas y conventillos.
lización en nuestro medio aun cuando los servicios de aguas co-
rrientes no eran todavía regulares. E. R.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Vistas del trabajo en los lavaderos públicos. (AGN.DDFA)

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FUENTES PARA EL ORNATO URBANO

Hacia 1870 se habían colocado en la Plaza de la Victoria dos fuen-


tes de hierro fundido adquiridas en Francia a la firma “Val D’Osne”.
Ellas fueron localizadas junto a la Recova Vieja y el Cabildo. Simila-
res modelos fueron remitidos a Córdoba, Paraná y Mendoza. Supo-
nemos que el transporte de agua para las fuentes fue muy dificul-
toso en esta primera fase y como recuerda Vicente Quesada en
1882, “están secas el año entero”. Con la remodelación propuesta
por el Intendente Torcuato de Alvear y el arquitecto Juan Antonio
Buschiazzo, se planteó colocarlas en los extremos de las plazas aho-
ra unidas, pero antes de culminar el siglo una de ellas fue llevada
a Palermo, y finalmente ambas recalaron en Parque de los Patricios
y en el Parque de los Andes, en el barrio de la Chacarita.

En 1903 se colocarían nuevas fuentes en Plaza de Mayo, momento


Fuente en la Plaza de Mayo, inaugurada en 1903. (CEDODAL) que queda documentado en la postal que remite el Ingeniero Villanue-
va a Luis Cañás. Pero la imagen de la fuente como gran expresión del
Si el abastecimiento de agua mediante fuentes y pilones fue ornato urbano, de la riqueza y disponibilidad del agua que corría a
la respuesta habitual en las ciudades coloniales de América, Buenos raudales se mantiene durante todo el siglo XIX y comienzos del XX. La
Aires utilizaría preferentemente el sistema de los aguateros, com- propuesta del academicismo francés de buscar una “estética edilicia”
plementado por el de aljibes y cisternas como se ha dicho. que articulara a las propuestas de los higienistas con los “pulmones
verdes” de la ciudad (plazas, parques y bosques) y del “ornato urba-
La idea de la fuente aparece como un elemento ornamental en los no” de los edificios y equipamientos, fueron aspectos claves en la preo-
espacios públicos, dentro de las ideas ilustradas para generar esce- cupación de funcionarios, urbanistas y paisajistas.
narios urbanos embellecidos. Los tipos de fuentes que desarrolla So-
bremonte, cuando era Gobernador en Córdoba, aparecerían poste- Las “Fuentes decorativas” eran temas habituales en la enseñanza
riormente en Buenos Aires, cuando fueron propiciadas por Bernar- de la arquitectura desde comienzos del siglo XX y hasta avanzado
dino Rivadavia, empeñado en transformar a la ciudad en una urbe el mismo. Los ejemplos que mostramos en la oportunidad son sen-
europea y progresista. dos proyectos de fuentes realizados por los arquitectos Prebisch y
Vautier en la Escuela de Arquitectura de Buenos Aires en el año
No debe sorprendernos que en 1826 se piense en demoler la Pirá- 1915 dentro de su aprendizaje profesional. El carácter monumen-
mide de Mayo para reemplazarla por una fuente de bronce en ho- tal y exento de las fuentes habla, no solamente de su carácter de-
menaje a la emancipación nacional, cuya finalidad era representar corativo, sino también de la integración del mundo artístico y escul-
a la posteridad “el manantial de prosperidad y de glorias” que tes- tórico en el equipamiento urbano. Estas ideas de la integración en-
timoniaban a la Nación. La concepción vinculaba este espíritu sim- tre arte y naturaleza formaban parte emblemática de la visión ro-
bólico con otras apreciaciones más prácticas como las de dotar de mántica de la ciudad decimonónica, donde la dinámica del progre-
abastecimiento de agua al sector urbano, por lo que el proyecto le so debía compatibilizarse con el paseo bucólico ya amenazado por
fue encomendado a Santiago Bevans a cargo del Departamento Hi- el trajín de lo cotidiano.
draúlico. La oposición popular a la demolición de la Pirámide de
Mayo hizo claudicar el proyecto. R. G.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Proyectos de fuentes decorativas de los Arqs. Prebisch y Vautier, 1915. (AV)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

FUENTES MONUMENTALES

Fuente de Las Nereidas, Lola Mora. (P.M.)

A comienzos del siglo XX, se instalaron en Buenos Aires tres da que surge de una valva menor, que remata el monumento. La
fuentes y conjuntos escultóricos de características monumentales: autora empleó piedra y mármol de Carrara, para la ejecución de
“Las Nereidas”, el monumento de los “Dos Congresos” y el conoci- una obra, que por la osadía en el tratamiento de los desnudos
do popularmente como “de los Españoles”, en las avenidas Sar- atrajo las miradas críticas de los entendidos. Esta situación obligó
miento y del Libertador. Tres obras que reflejan un período de sin- a trasladarla en 1918 a la plazoleta de acceso al espigón del bal-
gular esplendor artístico de la capital porteña. neario de la Costanera Sur.

“Las Nereidas”, también denominada “El tocador de Venus”, fue Frente al Palacio del Congreso, fue inaugurada el 9 de julio de 1914
realizada por la artista tucumana Lola Mora, precursora de nues- una de las fuentes más monumentales de la ciudad. La obra reme-
tra escultura. En 1903 la fuente fue ubicada en el Paseo de Julio. mora dos hechos fundamentales de nuestra historia: la Asamblea del
En su composición se conjugaron criaturas mitológicas evocadoras año 1813 y la Declaración de la Independencia de 1816. Trabajaron
del mar. Tres figuras masculinas simbolizan a tritones soportados en el monumento “A los Dos Congresos” el escultor belga Jules La-
por una colosal valva de molusco, las imágenes son sostenidas por gae y el arquitecto D’ Huicque. El conjunto al que se accede por ma-
tres caballos que se hallan casi sumergidos en el espejo de agua. jestuosas escalinatas se ve coronado por la figura de “La República”
Las figuras femeninas que emergen a modo de sirenas, caracteri- caracterizada con un ramo de laurel en la mano derecha. Otra ima-
zadas por su cola de pez, se ven coronadas por una Venus desnu- gen símbolo de “El Trabajo” se apoya en la guía de un arado, a cu-

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Monumento de los españoles, Agustín Querol. (J.T.) Monumento de los Dos Congresos, Jules Lagae. (P.M.)

yos pies yace una serpiente, mientras que la figura de “La Abundan- Palermo. La obra titulada “La Carta Magna y las cuatro regiones ar-
cia” vierte su simbólico cuerno, rodeadas por figuras alegóricas que gentinas” fue proyectada por el escultor español Agustín Querol y
recuerdan la Asamblea de 1813 y el Congreso de 1816. Una amplia continuada a su muerte por su taller, recién arribó a nuestra patria
pileta, con juegos de agua rememora la presencia del Río de la Pla- en 1927. En su basamento principal ocupado por las piscinas emer-
ta, grupo escultórico de animales -caballos, cóndores- guiado por la gen cuatro alegorías de bronce que simbolizan los Andes, el Río de
figura del Genio. A sus costados dos alegorías vierten el agua de sus la Plata, La Pampa y el Chaco, figuras de las que surgen los efectos
cántaros representando al río Paraná y al Uruguay. Graciosos cupi- de agua. El cuerpo central se compone de un bloque monumental,
dos danzantes adornan los contornos del gran estanque. Debajo de donde se enfatiza la unión de argentinos y españoles en figuras de
la plataforma del monumento un subsuelo con bombas hidráulicas suaves transparencias y contornos. Las imágenes de La Paz, la Jus-
facilitó inicialmente el movimiento de los juegos de agua. ticia, la Agricultura, la Industria y el Comercio se ven presididas por
la figura de la República que culmina el monumento.
Con motivo del Centenario patrio la comunidad española ofreció a
la Nación Argentina una grandiosa fuente que fue emplazada en E. R.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

EL ASCENSOR HIDRÁULICO

Gran Tienda “A la Ciudad de Londres”,


partitura musical. (Col. E. R.)

La provisión de agua corriente a Buenos Aires derivó, entre miento de ascenso y descenso quedaba asegurado por el trabajo de
otros importantes usos, en la aparición de los primeros ascensores poleas, cables y correas. Este sistema poseía la ventaja de realizar
hidráulicos. Se tiene noticia de la instalación en 1875 de un eleva- un gasto siempre igual de agua para cada ascensión, cualquiera
dor para transporte de pasajeros y mercaderías en el Hotel de la que fuera la carga que transportase. Además la sencillez del motor
Paix, ubicado frente a la Iglesia de la Merced. Su construcción se y la uniformidad del movimiento, lo hacía seguro en su manejo, po-
atribuye a la firma Silvestre Zamboni e hijos. Estos aparatos se em- sibilitando alcanzar mayores velocidades.
plearon en Europa y en América antes que los eléctricos. Veinte
años después, en 1895 Carlos Ortiz Basualdo, propietario de la fin- Estos vehículos de transporte vertical eran recomendables para el
ca situada en la calle Piedad 628, hoy Bartolomé Mitre, requirió a traslado de personas. Nuestro aparato -que se elevaría dos pisos- se
la Comisión de las Obras de Salubridad, un servicio especial de agua movía por el peso de un depósito de agua doble. Cuando una de las
corriente para alimentar el mecanismo de un ascensor de estas ca- plataformas llegaba al punto más alto, se llenaba de agua un de-
racterísticas. Las partes principales la constituían un motor, un apa- pósito unido a ella con lo que su peso aumentado arrastraba la pla-
rejo o mecanismo auxiliar para lograr la elevación, una plataforma taforma inferior. Al descender ésta, el depósito se vaciaba, llenán-
para soporte de las cargas y un dispositivo de seguridad. El movi- dose al mismo tiempo el que había llegado arriba, y estableciéndo-

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

se un juego de pesos y contrapesos que permitían su funcionamien-


to. El agua debía tomarse directamente de las canalizaciones ordi-
narias, en las que la presión llegara normalmente hasta 4 ó 6 kilo-
gramos por cm2.

El sencillo diseño, fechado el 1º de noviembre de 1894, contaba con


un tanque superior con capacidad para unos 3500 litros. El eleva-
dor consumía 250 litros en cada ascensión, y fue contemplado pa-
ra subir 14 veces en un día, pudiendo solamente trasladar a dos
personas en cada trayecto.

En aquellos tiempos, otro edificio que contó con un ascensor hidráu-


lico fue “A la Ciudad de Londres”. En noviembre de 1896 el propie-
tario de esta reconocida gran tienda, el francés Juan Brun, presen-
tó a la Comisión de las Obras de Salubridad, una solicitud especial
para una conexión de agua corriente en la calle Victoria 581/99
(hoy Hipólito Yrigoyen), Perú 72 al 100 y Avenida de Mayo 580 al
600. El ascensor fue colocado en Perú 76. El elevador se dirigía des-
de el sótano del local hacia el sector del negocio ocupado por los de-
partamentos de sedería, bonetería, calzado y modas.

Estos ascensores hidráulicos, fueron pronto desplazados por los de


energía eléctrica, de costo más reducido, fueron precursores y, a la vez
testimonios del avance técnico de fines del siglo XIX, en el que las re-
des de provisión de agua jugaron un papel clave y significativo.

E. R.

Corte con esquema de un ascensor hidráulico, 1894.


(Aguas Argentinas)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

LA OFICINA DE CONTRASTE

Algunas de las marcas de artefactos


registradas en la Oficina de Contraste.
(Museo del Patrimonio)

A fines del siglo XIX, los materiales empleados en las obras “A. Lavazza”, (1892); “L. Vlyminex y Cía”, (1893); las llaves y co-
de provisión de agua potable y desagües cloacales, demandaron re- nexiones de bronce de fundiciones porteñas como “Chientelassa
glamentos y controles, orientados a ordenar y normalizar las con- Hnos.”, (1890); los interceptores de grasa de hierro fundido marca
diciones de uso, las características de funcionamiento, y los requisi- “Bonaerense” fabricados en La Plata, (1892); y marca “H&C”, de
tos de calidad y fabricación. Fue entonces la Comisión de las Obras la casa “Heinlein”, con fábrica en Salguero N°26, (1893). Dentro
de Salubridad, la que dio el paso necesario, al redactar en 1887 el de una enorme variedad de accesorios importados, durante la dé-
primer “Reglamento de cloacas domiciliarias”, creando además la cada de 1910 se presentan numerosos inodoros de pedestal de lo-
“Oficina de Contraste”, que tenía a su cargo el ensayo y aprobación za blanca, entre los que se encuentran las marcas: “Crescent”, (In-
de los materiales y artefactos empleados en las obras. El fabrican- glaterra,1911); “B.O.T.” de “John Maddock & Sons”, denominado
te o importador del artículo, antes de venderlo al público, debía so- “silencioso” por la suave descarga del depósito bajo, ubicado sobre
meterlo a su aprobación y, sólo obtenida ésta, podía utilizarlo en las el pedestal (U.S.A., 1913); y “Pescadas” (Inglaterra, 1917). Una
obras domiciliarias. curiosidad, es la aprobación en 1914 de un “inodoro bidet”, que
reunía en un solo pedestal los dos artefactos, proveniente de Ale-
Desde su creación en 1887, la Oficina destinó un lugar para que los mania y con accesorios de fabricación nacional. Este “Inodbidet Ar-
objetos aprobados o bien rechazados pudieran ser vistos por el pú- gentino”, recibía agua de descarga a través de una válvula que se
blico. Con el tiempo, este espacio adquirió carácter de verdadero accionaba levantando y bajando la tapa de madera que cubría el
“Muestrario de Materiales”, comenzando a funcionar. Los ensayos artefacto y podía utilizarse para agua fría y caliente.
sobre artefactos, de los cuales el solicitante debía presentar como
mínimo dos modelos, originariamente se efectuaban en los talleres A inicios de los años ‘20 comienzan a disputar el predominio inglés
de la antigua Planta de Recoleta, donde también a partir de 1911 los artefactos norteamericanos, que habían desarrollado eficientes
funcionaba un laboratorio (reemplazado a partir de 1929 por el ac- modelos de acción sifónica, superadores de los sistemas de arrastre.
tual, de la Planta General San Martín en Palermo). En 1950, el En estos años, a la vez que se aprueban inodoros comunes o de pa-
Muestrario de Materiales de la Oficina, se trasladó del subsuelo al langana, de material vítreo, con sifón independiente; también apa-
primer piso del Palacio de Avenida Córdoba, y en 1958 se impulsó recen innovaciones como las primeras válvulas de descarga de agua
la creación de un “Museo de Obras Sanitarias de la Nación”, cuyas para “inodoros silenciosos” destinadas a reemplazar el depósito ba-
colecciones constituyen la base del actual “Museo del Patrimonio”, jo que tenían estos últimos.
inaugurado por Aguas Argentinas en 1996 y ampliado en 2001.
Tanto los bidets como las bañeras y los lavatorios no requerían es-
Entre 1887 y 1920 Inglaterra fue el principal proveedor de mate- te tipo de aprobación previa. La supremacía del material importa-
riales sanitarios. Junto al material sanitario inglés aparecen en los do era notoria, aún en 1939. Recién en la década siguiente comen-
últimos años del siglo XIX piezas fabricadas por incipientes fundicio- zará a cobrar impulso la industria sanitaria local, registrándose la
nes locales. Los caños de material vítreo y depósitos de hierro fun- primera aprobación de un inodoro nacional de hierro fundido enlo-
dido para inodoros y orinales, generalmente provenían de las fir- zado, “a la turca”, en 1940.
mas de “George Jenning´s”, “H. Doulton”, y “Brown Valley Pottery
Sharp Jones & Cía.” Los depósitos de fabricación local, hechos a se- C. N.
mejanza de modelos británicos provenían de “E.G. Gibelli”,(1891);

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Arriba: Inodoros de válvula y “slop-sink” o vaciaderos.


Abajo: Certificado de calidad de origen, de la firma norteamericana Standard (Museo del Patrimonio)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

EL INODORO

En 1871, aparece el inodoro de codo y tolva, o “washout”, el pri-


mer tipo realizado en loza de barro, originariamente fabricado en
dos piezas -tazón y sifón- y más tarde unificado en una sola, con el
sifón oculto. Este artefacto, patentado por la firma “George Jen-
nings Ltd.”, constituyó un importante avance respecto a los que le
precedieron, tanto por el perfeccionamiento del material cerámico -
menos poroso y absorbente- como en el funcionamiento por descar-
ga y acción sifónica. No obstante, su diseño ofrecía problemas, tan-
to por los escapes de gas de la cloaca al ambiente del baño como
por la acumulación de suciedades, a pesar de la descarga de agua
que corría en el tazón.

A partir de sucesivas innovaciones, se generalizó la aplicación de


cierres hidráulicos o a sifón, y los depósitos automáticos de agua
destinados a la evacuación rápida de las palanganas de inodoros
por descarga brusca de agua. El inodoro inglés de pedestal, en el
(Biblioteca de Aguas Argentinas) que la palangana formaba una sola pieza con el sifón, fue perfec-
cionándose, y se idearon diversos sistemas de descarga y limpieza
(“Dumnis”, “Jennings”, “Unitas”, etc.). Dentro de los inodoros de
Para abordar el origen de uno de los artefactos sanitarios chorro sifónico, fueron apareciendo distintas variantes, como el de
que ha merecido más estudios, experimentaciones y desarrollos sifón anterior o “washdown”, el de chorro interno o “syphon jet”, y
tecnológicos de la historia, forzosamente debemos remitirnos a el de sifón invertido o “reverse trap type”. En estos tipos, se elimi-
Inglaterra. Es en la segunda mitad del siglo XIX cuando nace la nó el problema que presentada el inodoro tipo “washout”, pues
edad de oro de la fontanería y Europa en su conjunto aprende de quedaba una cantidad de agua permanente en el tazón, que preve-
la escuela inglesa. nía la suciedad y obturaba el paso de gases de la cloaca al interior.
El avance de estos dispositivos, sumado al mejoramiento de la loza
Hacia 1850, cuando en virtud del Acta de Salud Pública, los vecinos vidriada de fácil limpieza, y al conjunto de instalaciones domicilia-
de Londres deben conectar sus casas a la red cloacal, surgen los pri- rias correctamente dimensionadas, favoreció el rápido desarrollo
meros “water-closet” propiamente dichos. Estos precarios modelos del equipamiento sanitario.
fueron conocidos como inodoros “de bacinilla”, y no reunían ade-
cuadas condiciones sanitarias. En 1865 fueron reemplazados por el Cuando en la segunda mitad de la década de 1880 comienzan a lle-
“inodoro de válvula” que, aunque mejoró a su antecesor, siguió gar los primeros inodoros a nuestro país, detrás de ellos existía un
presentando defectos. desarrollo experimental de treinta años, con modelos de probado

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

(Biblioteca de Aguas Argentinas)

uso en los países de origen, que los exportaban a los más aparta- tefacto junto al lavabo y al bidé, pautados por estrictas separacio-
dos confines. Como sucedió con otros accesorios, comenzó a utilizar- nes entre sí, en un ambiente de planta rectangular, cuyo lado me-
se en los cuartos de baño de las familias más acomodadas. Al igual nor obedecía al largo de la bañera. Los cambios de forma corrieron
que el bidet, el inodoro fue considerado por la cultura de la época paralelos al nuevo concepto de higiene y confort, y también al gus-
un artefacto que debía disimularse con muebles o esconderse en re- to imperante: ya no era necesario ocultar la presencia del inodoro
ceptáculos, ya que su presencia ofendía la vista. tras compartimento o mueble alguno; por el contrario, en ocasiones
será llevado a la categoría de objeto artístico, a través de creacio-
El ornamentado inodoro característico de los años ‘20, hacia los ‘30 nes no convencionales de artistas pertenecientes a diversas corrien-
fue cediendo paso al aséptico artefacto del funcionalismo moderno, tes estéticas del movimiento moderno.
con superficies blancas, depuradas y medidas ergonométricamente
calculadas. La reducción de espacios del baño célula alineó este ar- J. T.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

EL CUARTO ARTEFACTO: FRANCÉS POR ORIGEN, ARGENTINO POR ADOPCIÓN

más enseres de higiene, como jarros de loza, pueblan estos lugares,


aunque todavía como elementos móviles.

Pero las características de esta “palangana con forma de guitarra”,


cambiaron con el tendido de las primeras de redes de provisión de
agua y desagües cloacales. Contar una red de cañerías que permitie-
se abastecer y evacuar el agua utilizada, favoreció el desarrollo téc-
nico de los artefactos sanitarios, entre los que se contaba el bidet.

Los primeros bidets de pedestal de loza, decorados y en ocasiones


enmascarados tras lujosos mobiliarios, no tenían ducha central y
eran utilizados como depósitos de agua, para baños de asiento. No
obstante, hubo algunas tempranas excepciones. En 1900, una de
las principales firmas inglesas de sanitarios, “George Jennings
Ltd.”, presentó en la Exposición Internacional de París, un aparato
con un brazo metálico movible, con ducha, que permitía incorporar
las funciones del bidet al inodoro.

Quienes hayan visitado otros países, habrán podido corro- La difusión local de este artefacto -no ya como utensilio móvil- co-
borar que los cuartos de baño argentinos cuentan con una variedad menzó con su incorporación en las grandes residencias levantadas
de artefactos no del todo comunes en otras latitudes. En especial en los últimos años del siglo XIX y comienzos del XX, a partir del co-
porque, en pocos lugares del exterior se encuentra tan difundido co- nocimiento que tenían sus propietarios de los baños extranjeros en
mo aquí el uso del “bidé” o bidet. sus viajes a Europa y Estados Unidos. A pesar de ello, era un acce-
sorio que estaba muy lejos de su unánime aceptación, aún prome-
Este aparato, nació en Francia, en la primera mitad del siglo XVIII. diando los años ´20. Su uso, con el tiempo, comenzó a generalizar-
Se llamaba “caja de limpieza” o “bidé”, y era utilizado por inte- se y fue considerado algo corriente e indispensable en los baños ar-
grantes de la nobleza para el aseo íntimo femenino. Sus caracterís- gentinos de las décadas siguientes.
ticas eran bastante distintas a las del que conocemos hoy. En primer
lugar, se trataba de un utensilio independiente, que podía trasladar- El arquitecto Alejandro Christophersen, rememoraba en 1933 que
se a la habitación de aseo, y luego arrojar su contenido siguiendo entre nosotros el uso de este “4. elemento de higiene” no estaba
el viejo método del “tout-a-la-rue” o “agua va!” como se conocía tan arraigado décadas atrás, y su empleo era considerado, por los
por aquí. Una costumbre bastante difundida, antes de que se cons- más puritanos, hasta inmoral. Recordaba que en un remate, un
truyeran las redes de provisión de agua y desagües cloacales. Estos martillero anunciaba su venta como un “instrumento en forma de
primeros enseres, que eran un signo de distinción social, general- guitarra, de uso desconocido”, y que un estanciero se quejaba a su
mente presentaban una elegante decoración, y contaban con una arquitecto de que “el lavatorio con ducha le resultaba incómodo
armazón de madera, respaldo y tapa que ocultaba una palangana cuando se lavaba la cara!!!”. Christophersen aludía luego a una
de loza o de estaño. clienta a quien trataba de explicarle los planos de su casa y que,
cuando él tímidamente nombró el bidet, la señora exclamó sulfura-
Cuando surgen los “cuartos de baño o de aseo” y el “cuarto excu- da que ella no era una “demondaine” francesa!
sado”, el uso de la silla agujereada se transforma pues surge un
ambiente fijo para las funciones íntimas. Bidés, palanganas y de- J. T.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Aunque el origen del bidet como artefacto, primero móvil y luego fijo, es claro, no existen precisiones sobre cuando incorporó su lluvia vertical o
“ducha”. Ya en 1900, la firma George Jennings de Londres había presentado en la Exposición de París, un brazo metálico que sumaba esa función a
los inodoros de pedestal, previendo incluso adaptaciones especiales de uso hospitalario. (Biblioteca de Aguas Argentinas)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

HEINLEIN & CÍA: TODO LO QUE UD. NECESITA PARA SU CUARTO DE BAÑO, Y MÁS

Publicidades de la casa Heinlein & Cía., cuando tenía su sede sobre Rivadavia 1399 (izq.)
y luego, hacia 1914, cuando ya poseía su gran local sobre Avenida de Mayo (der.).
(Museo de la Ciudad de Buenos Aires, GCBA)

Para encontrar la colección más completa de artefactos sa- trarán en esta casa, pues consideramos equivocado el sistema de
nitarios en el Buenos Aires de 1910, era casi imposible no visitar la vender malo para vender barato.” El catálogo estaba organizado
casa “Heinlein” en Avenida de Mayo 1402-1500, considerada en- por partes, con capítulos destinados a inodoros, bañeras y juegos de
tonces una de las principales firmas importadoras del país en el ru- lluvia, bidets y lavatorios. Las bañeras, por ejemplo, reunían mode-
bro. Hacia 1892, esta casa funcionaba en la calle Victoria 982 (hoy los de hierro fundido enlozado, en diversidad de modelos con nom-
Hipólito Yrigoyen), con el nombre “Cerini y Heinlein”. bres como: “Iris”, “Venus”, “Hermosa”, “Júpiter”, “Minerva”, “Ati-
la”, “Emperatriz”, “Calipso”, “Walkyria”, “Diana”, “Lucrecia”, etcé-
En abril de este último año, presentó a la Oficina de Contraste -en- tera. Luego habían modelos de bañeras para niños: “Cupido”, “Mig-
cargada de aprobar los materiales destinados a las obras domicilia- non”; para baños de asiento: “Aída”, “Gheisa”, “Fedora”; y una va-
rias-, un depósito automático para inodoro, de hierro fundido pin- riedad asombrosa de aparatos para juegos de lluvia.
tado, para una descarga de 10 litros, con su propia marca y fabri-
cado en Buenos Aires. A partir de 1893, se autorizó la venta del ar- La parte destinada a los bidets, comprendía artefactos portátiles con
tefacto bajo la marca “Heinlein & Cía.” mueble de madera y palanganas de loza, así como otros de pedes-
tal, con asientos, tapas y marco de madera con esterillas. La línea
Con los años, el comercio fue adquiriendo cada vez más importancia de lavatorios abarcaba modelos de hierro fundido enlozado, con
y, en la década de 1910, además de su imponente local céntrico, muebles de madera, y variedad de utensilios de loza como palan-
contaba con depósitos en Rosario, y su propia línea de artefactos, ganas, lavamanos, etc. También había equipamiento de cocinas, con
marca “Iris”, fabricados en Inglaterra por “Edward Johns & Co. Ltd.” piletas para ante-comedor, cocina, lavaderos, “slop-sinks” (vaciade-
ros) y además calentadores para baños.
En el centro de la ciudad, era la casa más importante en su tipo, a la
que seguían las grandes tiendas “Harrod´s” y “Gath y Chaves”, don- Este valioso documento, refleja un momento de transición en el uso
de también podían adquirirse accesorios y materiales para baños. del equipamiento sanitario, en el cual los artefactos fijos del cuarto
de baño conviven con versiones portátiles o móviles de los mismos.
Un catálogo de “Heinlein y Cía.”, ofrece, en los años que rodearon Eran años donde permanecían vigentes costumbres de la época pre-
a los festejos del Centenario de 1910, un pormenorizado listado de tecnológica y las redes de provisión y desagües no alcanzaban a cu-
sus distintos artefactos para “Cuartos de Baños”, precisando que brir vastos sectores de la Capital.
son para la “higiene moderna” y pensados para durar “muchos
años sin que sufran alteraciones”, debido a su excelente calidad, J. T.
debido a que, “si se desearan artículos de baja calidad, no se encon-

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

DE LA HIGIENE PÚBLICA A LA PRIVADA: UN MANUAL DE ECONOMÍA E HIGIENE DOMÉSTICA

Tapa del Manual Happleton e ilustraciones interiores (en la página siguiente),


que enseñan al “ama de casa moderna” cómo realizar ejercicios y los nocivos efectos
de los pozos negros sobre las aguas de balde. (MM)

Este Manual de consejos prácticos se dividía en tres niveles de ense-


ñanzas; el primero o Grado Elemental, guiaba a la mujer en el or-
den y limpieza del hogar, la limpieza y ventilación de las habitacio-
nes, consejos higiénicos para el cuidado de los niños, recomendacio-
nes sobre como servir la mesa, y hasta nociones de jardinería. El
Grado Superior, dedicaba un importante espacio a la limpieza, ablu-
ciones, baños y ejercicios corporales, las condiciones de salubridad
de las habitaciones, los métodos para purificar el agua, y ejercicios
prácticos que -manual en mano- debían explicar las maestras a sus
alumnas en las “escuelas de señoritas” (labores de aguja, adorno
de la casa, buenas maneras, diversiones domésticas y deberes so-
ciales, lavado y limpieza de utensilios y ropa, etc.), con un capítulo
especial para las escuelas en el campo (cultivo de la huerta, cuida-
do de animales, elaboración del pan, etc.).

En cuanto al aseo personal, recomendaba tomar un baño diario,


pues “promueve y conserva la salud”. Lavar con frecuencia el cuer-
Medicina e higienismo difundieron a fines de siglo XIX un po humano, sostenía, permite un perfecto cuidado de la piel, no só-
nuevo concepto de limpieza. En aquel momento, la higiene perso- lo de su apariencia, sino, fundamentalmente, de la función que
nal adquiere categoría de asepsia y también significación de virtud cumple con sus “tubos respiratorios o canales”, pues, de las ocho o
moral. Una dualidad que se ve reflejada tanto en los tratados de hi- nueve libras de bebidas y alimentos que recibe diariamente una
giene urbana como en los manuales de higiene doméstica. persona, tres o cuatro eran expelidas diariamente a través de la
piel, una libra por los pulmones y el resto por los intestinos y riño-
El “Manual de Economía e Higiene Doméstica” editado por D. Appleton nes. Se alertaba sobre los peligros de obturar esta capilaridad, y pa-
& Company (1ra. edición, 1888, Nueva York) destinado a instruir a las ra que esto no ocurra, el baño con agua y jabón de buena calidad,
mujeres en deberes que se consideraban “sagrados e importantísi- era el antídoto más eficaz. “El agua es el más importante y univer-
mos”, tales como “las leyes generales de la higiene, el cuidado de sal de los agentes de purificación”, se afirma, advirtiendo que “po-
los enfermos, el desarrollo físico y moral de los niños, el gobierno cas amas de casa conocen hasta qué punto el agua de amoníaco o
de las criadas, y la economía de la familia en general”, fue uno de álcali volátil facilita el trabajo”, ya que unas pocas gotas hacían que
los textos de consulta obligada en el mundo femenino de la época. la grasa y la mugre desaparezcan, y no sólo por cuestiones de apa-
El libro, que en 1905 alcanzaba su quinta edición en español, era riencia, sino para “la conservación de la salud”.
casi imprescindible a toda mujer que se considerase un ama de ca-
sa moderna y actualizada. J. T.

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

IMAGINARIOS NAVALES REMITIDOS DESDE CATALUÑA

Josep Puig y Cadafalch (1867-1956) fue sin dudas uno de


los más importantes arquitectos del “Modernismo” Catalán a co-
mienzos del siglo XX. Aunque enrolado en una veta historicista, que
reivindicaba la tradición de la arquitectura gótica, en 1916, cuando
plantea este diseño para un templo en Buenos Aires, su preocupa-
ción estética parecía inclinarse hacia un cierto barroquismo popular.

El templo votivo, dedicado al Sagrado Corazón de María, estaría


ubicado en la Plaza Constitución y la calle Lima, desarrollando
una imponente estructura de planta central con un anexo de Ca-
sa parroquial. La centralidad del diseño, concebida geométrica-
mente como un cuadrado que encerraba un octógono, señala el
dominio matemático de Puig y Cadafalch, que se había licenciado
en Física y Matemáticas en 1886, antes de concluir sus estudios
de Arquitectura en 1891.

En 1914, nuestro arquitecto estaba reformando la Diputación de


Barcelona para instalar allí la Biblioteca del Instituto de Estudios Ca-
talanes. En sus obras se vislumbra esa preocupación por el manejo
artesanal que lo vincula al movimiento de las “Arts and Crafts” de
William Morris.

Ese cuidado por el detalle no impide que su visión de Buenos Aires


sea la de la ciudad portuaria y, aunque la Plaza Constitución esté
lejos del río, Puig y Cadafalch vislumbra la imponencia de su tem-
plo como asomado a un océano grandioso surcado de veleros, cu-
yos paramentos triangulares semejan aletas de tiburón, en el dibu-
jo modernista que acompaña su proyecto.

Una Buenos Aires sin agua no era concebida por este arquitecto
que, desde Cataluña, imaginó dejar su huella en nuestra ciudad. Un Proyecto de templo, Arq. Puig y Cadafalch, 1916. (CEDODAL)

año después, Puig y Cadafalch asumía como Presidente de la Man-


comunidad de Cataluña (1917-1923) y su proyecto quedó relega-
do por un edificio de similar lenguaje, pero carente del empaque y
la grandiosidad que había planteado aquel utopista de la moderni-
dad historicista.

R. G.

84
BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

COSTANERA NORTE

La avenida Costanera Norte cuyo trazado se realizó desde


las calles Salguero a La Pampa fue proyectada por la Comisión de
Estética Edilicia que actuó durante la Intendencia de Martín Noel.

En 1924 el arquitecto M. Forestier fue consultado sobre la construc-


ción de una Costanera, motivo por el cual elevó un plan para ganar
el borde del río con un parque que se emplazaría entre Puerto Nue-
vo y la avenida General Paz. El proyecto que apuntó a revitalizar la
costa ribereña del Parque de Palermo comprendía además del paseo,
la ejecución de nuevos barrios residenciales para las clases altas,
equipamientos recreativos, educativos y religiosos, un canal, un lago
y la existencia de un acuario. La obra se realizaría sobre material de
relleno, y sería arbolada con una especie subtropical, la tipa prove-
niente del noroeste argentino lo que le otorgaría un rasgo propio.

La realización de un gran malecón de 150 m con yachts, torre me-


teorológica, gran restaurante y casino, aunado a los palacios, hote-
les y casas de renta que habrían de surgir en este sector de la ciu-
dad, fue una propuesta que nunca alcanzó a concretarse. Posterior-
mente la Costanera Norte se fue configurando como un nuevo es-
pacio recreativo. Con la intervención del Ministerio de Obras Públi-
cas, hacia 1947 se emplazaron el Aeroparque y el Hidropuerto. Allí
se había levantado en 1932 el Club de Pescadores obra del inge-
niero Quartino y del constructor Zarattini que se inauguró en 1937.
Aunque la vista de los pescadores con sus cañas le dieron por mu-
cho tiempo al paseo un aspecto ribereño, el mismo ha ido perdien-
do aquella original idea planteada en su origen.

En la ribera del barrio de Nuñez se planeó además la ejecución de


un nuevo balneario el que fue diseñado por las arquitectas pione-
ras René Nery y María Luisa Vouillos. Este complejo agrupaba tres
piletas, grandes espigones con restaurantes y confiterías. La obra
inaugurada en 1950 se proponía continuar con la fama adquirida
en otros tiempos por la Costanera Sur. Su fin era la de atender las Imágenes de la Costanera Norte y Balneario de Núñez en la década de 1950. (AGN.DDFA)

necesidades de las clases más humildes. Fueron los años 50 y 60 el


período de apogeo del sector, cuando estas piletas y el paseo de la
Costanera Norte, se transformaron en lugar de reunión de los por-
teños los fines de semana.

E. R.

85
BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

EL FARO DE LOS YATES (UNA LUZ PARA LOS DEPORTISTAS)

Yacht Club Argentino, arq. Eduardo Le Monnier (1913). Acceso principal y vista general
desde el río. (PM)

El edificio combina de manera notable lineamientos art déco con ri-


gores geométricos, grandes ventanales que abren al río con zonas
en donde predomina el muro macizo. Si se lo estudia con deteni-
miento se ven algunos detalles interesantes: por un lado, la zona
por la que se accede desde tierra es muy sencilla, mientras que el
protagonismo se lo lleva la fachada que da al río. Otro asunto es
que la composición parece una suma de cuerpos que van encastrán-
Después de mudar su sede entre casas particulares, institu- dose, pero que no pierden su identidad. Casi podríamos pensar que
ciones amigas, un yate y hasta una casa flotante, los jóvenes que puede desarmarse como si estuviera hecho con cubos de juguete.
en 1882 habían fundado el primer club de yachting de Sudaméri-
ca, lograron tener un sitio para construir su sede definitiva en la Es evidente la pasión y el gran manejo del oficio, del que hace ga-
Dársena Norte del Puerto Madero. la Le Monnier en esta obra, de la que también habrá disfrutado co-
mo socio y navegante. Porque si desde fuera nos sorprenden sus lí-
Lógicamente, le encargaron los planos a un arquitecto amante del neas, desde el interior puede uno adueñarse visualmente del entor-
deporte náutico: el francés Eduardo Le Monnier. Éste se había con- no fluvial a la vez que sentirse protegido.
sagrado en la región rioplatense con diversos proyectos en Brasil,
Paraguay, Uruguay y Argentina, lugar en el que residiría buena Ayer, casi en su puerta, acuatizaba el Plus Ultra en 1926. Después en
parte de su vida. 1943, en sus salones, se lo festejaba a Vito Dumas cuando completara
su hazaña de navegante solitario. Hoy, su conjunto edilicio y parte de
Con gran pompa, copas de champagne y presencia de autoridades su entorno han sido declarados Monumento Histórico Nacional. Un jus-
nacionales, el edificio se inauguró el 23 de diciembre de 1915. Los to reconocimiento a los valores simbólicos y arquitectónicos de este ver-
festejos se completarían al siguiente día con una fiesta de caridad. dadero ícono de la náutica porteña. Mientras que durante el día, su si-
lueta inconfundible forma parte de un paisaje ribereño poco conocido
Quince años más tarde, el mismo Le Monnier le haría ampliaciones (la imagen del centro porteño desde el río); por las noches, su esbelta
ya que las necesidades del club parecían ser mayores. A lo largo del torre, coronada por una cúpula de vidrio iluminada, se transforma en
tiempo, pequeñas adecuaciones y obras de mantenimiento permiti- un verdadero faro, de referencia ineludible para los navegantes.
rían a la obra mantenerse enhiesta frente al río.
G. M. V.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

UN MONUMENTO CON LOS PIES MOJADOS

Cuando en 1905 una sudestada destruyó el primitivo


muelle del Club de Pescadores, estos deportistas quedaron sin lu-
gar propio para sus andanzas. Pero los años pasarían y sólo un
cuarto de siglo después, conseguirían colocarse en el sitio actual,
frente al Aeroparque.

Pero en aquellas épocas de 1930, la zona era un borde del Parque


3 de Febrero, casi un descampado alejado del centro. Al muelle de
madera que recién entonces comenzó a construirse, casi enseguida
se sumó la sede del club: una casa de dos pisos y torre mirador de
claras líneas pintoresquistas. Y, como en todo pintoresquismo, se
confundirían allí elementos de diferentes procedencias que por
aquel entonces se veían relacionados con el deporte y el esparci-
miento, como pasaba en Mar del Plata y en otras villas veraniegas.

En el año 1942 se instalaría un museo ictiológico que se comple-


mentaría con otro acervo: las viejas cañas de pescar, el acuario, la
biblioteca. Aunque el Club también atesora el patrimonio intangible
de quienes fueron sus socios, como los presidentes Alvear, Irigoyen,
Justo y Ortiz, o como Razzano y Gardel. (Se sabe que el Zorzal
Criollo debió reasociarse una vez que se atrasó con las cuotas más
allá de lo permitido).
Club de Pescadores. (CEDODAL) (J.T.)

A lo largo de los años, la casa ha tenido ampliaciones y restaura-


ciones, ya que el ambiente húmedo y los vientos le han jugado más
de una mala pasada. Pero las maderas de quebracho siguen allí
ofreciendo el camino de entrada a los salones y más allá: la inser-
ción en el Plata.

Su presencia desde la Costanera Norte no ha pasado nunca desa-


percibida y para muchos, desde tierra o desde el río, ha sido un hi-
to de identificación y de referencia.

Hace unos meses, este conjunto ha sido considerado como bien pa-
trimonial para ser protegido y ha recibido su declaratoria como tal.
Ahora sí podemos decir que con sus pies mojados y todo, el Club de
Pescadores es Monumento Nacional.

G. M. V.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

VOLVER

CAPITULO III
1930-2001. LA METRÓPOLIS MODERNA
Arq. Patricia Méndez

Al rescate de los bordes: el Programa Buenos Aires y el Río

Desde las ideas de Le Corbusier a los “carritos” de la Costanera Norte, e incluso hasta el polé-
mico proyecto de la aeroísla, las riberas del Río de la Plata fueron en la historia de Buenos Aires,
más un espacio de oportunidades que de resultados.

El interés por reconquistar la antigua relación del río con la ciudad ya aparecía en los objetivos
que Martín Noel trazara desde la Comisión de Estética Edilicia en 1925 y, si bien parte de ellos
se concretaron en la Costanera Sur, no sucedió lo mismo con su par del Norte. Las primeras me-
joras que conoció esta última fueron meras acciones de relleno con material proveniente de las
excavaciones para el subte B, y a ellas sólo sucedieron vagas ideas de urbanización. El carácter
público con el cual hoy la conocemos, recién tomó cuerpo en los años ‘40 con la intervención del
Ministerio de Obras Públicas; una gestión que afianzó su fisonomía al inaugurar complejos re-
creativos de piletas y espigones con lugares de comida. A esta expansión se sumaba otro impor-
tante acontecimiento para la ciudad: la apertura del Aeropuerto y del Hidropuerto en 1947. Jun-
to con esta progresiva consolidación física y funcional de la zona, las estaciones aéreas fueron se-
guidas por los sucesivos avances de la Ciudad Universitaria, un ambicioso proyecto -aún no aca-
bado- localizado en uno de sus extremos. Este ecléctico mosaico de programas edilicios, encon-
tró un factor de crecimiento inesperado: el emplazamiento de más carritos, con el tiempo con-
vertidos en elegantes restaurantes.

En síntesis, todo este borde ribereño -que durante décadas careció de la más elemental planifica-
ción urbanística respecto de su crecimiento- con el correr del tiempo fue invadido por locales
gastronómicos y de carácter lúdico, gracias a concesiones del Municipio que, además de favore-
cer la polución ambiental, perjudicaron sistemáticamente el acceso del público al espejo de agua.

Fue recién en el último lustro que la ciudad parece haber encontrado su rumbo, a partir de la ini-
ciativa del Gobierno Autónomo de la Ciudad con la implementación del Programa “Buenos Ai-
res y el Río”, dentro de las estrategias y las directrices previamente definidas por un Programa
Urbano Ambiental.

Fundamentado en la recuperación de los paseos costaneros para la gente y en la preservación del


medio ambiente ribereño y su zona de influencia, este emprendimiento estructuró sus actuacio-
nes por etapas, abarcando las zonas comprendidas entre el litoral del Río de la Plata (900 ha) y

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Las propuestas de Le Corbusier para


Buenos Aires y su integración de la ciudad
con el Río, 1929.

la ribera del Riachuelo, y desde la Boca hasta el Puente de la Noria (1100 ha). Entre los objetivos
trazados, tuvieron un lugar destacado: generar nuevos espacios verdes públicos ribereños en
áreas de relleno; disponer de acceso gratuito para todas las zonas; preservar las características
ambientales rescatables y a potenciar; fomentar la cultura del río (protección ecológica, manteni-
miento, saneamiento, uso y goce de sus costas y del agua); y aspirar a un plan de recuperación
de mayor envergadura que abarca desde el Tigre a La Plata.

Los resultados en obras ya terminadas, o en proceso de finalización, se verifican en la Costane-


ra Norte con la formación del Parque de los Niños (20 ha) ubicado en el Triángulo del Este -ave-
nida Cantilo y General Paz-; en el rediseño del área de la Ciudad Universitaria; en la adecuación
completa de las ramblas y con la construcción de los espigones Plus Ultra, Puerto Argentino y el
Abanico de Pescadores, todos ellos en sustitución de sitios antes mal ocupados.

Simultáneamente, se desarrollaron acciones en la zona Sur y a lo largo del Riachuelo, que in-
cluyeron: un megaproyecto para la revitalización de la Costanera que incluía la activación de
la Reserva Ecológica; la refuncionalización del área central de La Boca y del Mercado del Pes-
cado; la rectificación del Riachuelo (incorporando amarraderos y puerto); la generación de
puentes de conexión entre la Capital y la Provincia sobre las avenidas Patricios, Lacarra y Es-
calada; junto con una reorganización integral de los parques “Sur”, “Roca” y del espacio que
rodea al Autódromo.

La revitalización de las riberas de Buenos Aires, hoy es una realidad que está en marcha. A dife-
rencia de lo que fue una constante en la caótica historia del sector, los logros hasta el presente ob-
tenidos -aunque es mucho el camino que resta recorrer- parecen revertir lo que fue una constan-
te en el uso y abuso del sector, priorizando el interés particular por sobre el bien común. Hoy,
existen indicios que permiten refrendar aquello que el nombre del Programa anuncia: hacer de
la costa un espacio de todos.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Senderos de la Costanera Norte


recuperados (GCBA)

Puertos de Buenos Aires: la Metrópoli reactiva sus bordes


Refuncionalizar Puerto de Madero

Desde el momento de su instalación, el puerto diseñado por Eduardo Madero fue un obstáculo
urbano; un efecto que ni siquiera logró disminuir la habilitación del Puerto Nuevo allá por 1926.
Nunca fue objeto de un plan integral y el desaprovechamiento de sus grandes instalaciones en
pos de otra obra totalmente nueva y de idéntico fin, no hizo más que facilitar el abandono del
lugar. La ciudad tuvo así no sólo edificios desocupados en su área central, sino que además vio
esfumarse toda posibilidad de disfrute del río que a continuación de ellos se desplegaba.

Desde entonces, los grandes docks gozaron de intentos frustrados de recuperación. Ideas que no
prosperaron hubo por los años ‘30, y llegaron a funcionar como depósitos del Ejército a fines de
los ‘60. Pero no fue sino hasta noviembre de 1989 con la Ley de Reforma del Estado, en el mar-
co de un Plan Global surgido en el seno del Municipio, lo que permitió la creación de la Corpo-
ración Antiguo Puerto Madero, un ente autárquico encargado de impulsar la revitalización del
área en cuestión.

Una vez establecido el marco jurídico que posibilitaría las acciones, llegaron los primeros dise-
ños urbanos del conjunto, de la mano de lo que se conoció como el “Proyecto Catalán”, resulta-
do de un convenio inter-municipios (1990-91) entre las autoridades locales y las de Barcelona, pe-
ro que fue objetado por asociaciones profesionales que propusieron llevar adelante el plan pero
utilizando otros mecanismos participativos. Surgió entonces, como contrapropuesta, un Concur-
so de Ideas que tuvo más de cien participantes; y del cual resultaron tres diseños ganadores, que
son los que finalmente se materializaron.

90
BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

En forma paralela a estos proyectos se confeccionó una Normativa de Protección Patrimonial para
los dieciséis edificios existentes, que el Concejo Deliberante aprobó en 1991. De esta manera, los
docks tuvieron asegurada, al menos, la preservación de su lenguaje arquitectónico exterior. Con es-
tas herramientas, en 1992 se iniciaron las obras de reurbanización que alternaban edificios con espe-
jos de agua paralelos al río. Los trabajos fueron organizados en un plan por etapas, y contaron con
recursos económicos derivados de las ventas, alquileres y locaciones de los propios galpones.

Las 170 hectáreas con sus cuatro diques hoy refuncionalizados, constituyen el mayor emprendi-
miento de revitalización urbana en la historia de la ciudad, y con él se devolvió al área central
un enclave urbano fundamental que presenta oficinas empresariales, galerías de arte, dos mu-
seos, sitios de esparcimiento, una marina y hasta un campus universitario. La envergadura de
las actuaciones se evidencia -además del rango de inversiones- por entidad urbana que adquirió
el sector -comprendido entre las avenidas Ingeniero Huergo y Eduardo Madero, las calles Elvi-
ra Rawson de Dellepiane, Cecilia Grierson y la actual Costanera Sur (con su Reserva Ecológica
incluida)- que fue designado en 1998 por el Gobierno de la Ciudad como barrio número 47º den-
tro de la administración metropolitana.

Es evidente que Puerto Madero en estos años ha tenido un crecimiento ininterrumpido y verti-
ginoso. En este proceso de efervescencia constructiva, los efectos de la especulación inmobiliaria
han contribuido a desdibujar las premisas iniciales orientadas a la revitalización del área sobre
la ribera, al punto que hoy la densificación edilicia desmesurada en algunos sectores produce un
efecto contrapuesto con las intenciones originales. La instalación de nuevas torres de oficinas y
viviendas, por ejemplo, obstruye el contacto visual con el Río de la Plata e introduce un paisaje
que repite las patologías urbanas del centro de la ciudad, priorizan el interés individual por so-
bre el goce comunitario. A pesar de estas rupturas, el sector revitalizado, un “frente costero” de
casi dos kilómetros, hoy permite formalizar una antigua aspiración de los urbanistas y ediles
porteños: constituir un nexo entre la agobiada Buenos Aires y su zona ribereña.

El Espigón y Plaza “Puerto Argentino”: antes y después de su recuperación para el público (GCBA)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Desde el Río, el “Puerto Madero” y sus docks y, a la derecha, los depósitos de este puerto en el Dique 2, c. 1900 (AV)

Vista aérea de Puerto Madero (GCBA y PM)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Acceso a uno de los docks en la refuncionalización de Puerto Madero (GCBA y PM)

Un borde postergado, el Riachuelo

Entre tanto, sobre las márgenes del otro río porteño, el Riachuelo, el desarrollo urbano fue muy
dispar. Cercanos a su desembocadura se habían originado los barrios de Barracas y La Boca; que
desde fines del siglo XIX, con la radicación industrial y la inmigración, fueron adquiriendo su
particular sabor e identidad. Antes de este proceso, en el Riachuelo, vale la pena recordarlo, ha-
bía funcionado el primer y natural puerto que tuvo la ciudad.

El apogeo industrial de esta zona de fábricas y astilleros, se prolongó hasta la década de 1950,
momento a partir del cual su centro productivo se desplazó hacia el cordón fluvial Zárate-Cam-
pana, más acorde a la escala que requerían las operaciones portuarias y que el recinto urbano le
negaba. Sin embargo, el hecho de que el barrio funcionara como zona industrial durante siglos -
sumado a la ausencia de políticas ambientales- marcó para siempre su identidad, y la condición
del propio río como vertedero natural de desechos, provocando un desenlace previsible: la ine-
vitable contaminación del curso de agua.

Así, la desactivación paulatina de sus funciones primordiales, la impureza del curso de agua, y
las inundaciones que frecuentemente asolaban la zona, llevaron a La Boca a una decadencia que
comenzaría paulatinamente a revertirse con la ejecución de un proyecto de alcance ambiental.
Formando parte del programa gubernamental Buenos Aires y el Río, formulado por el Centro Ar-
gentino de Ingenieros, el proceso de recuperación de La Boca atendió el rediseño de seis kilóme-
tros sobre la ribera del Riachuelo. Las obras comprendieron la elevación de los bordes de modo
que superasen el nivel estimado de anegamientos, y la ubicación de un colector costero entre las
avenidas Brasil y Vélez Sársfield para recoger los efluentes de la red pluvial y derivarlos en es-
taciones de bombeo que, a modo de compuertas, dificultan que el agua del río ingrese a la zona
urbana. Además, y en una clara señal de preservación del entorno, estas estaciones fueron cons-

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El puerto del Riachuelo visto por Quinquela Martín (Galería Zurbarán)

truidas sobre las mismas márgenes del Riachuelo, ofreciendo la continuidad visual necesaria a
la línea de muelles existentes.

Este proceso de recuperación “técnica” del barrio, que además puso fin a las eternas inundacio-
nes, también incluyó la revitalización del paisaje urbano de la zona, que comprendió el desarro-
llo de un paseo costanero central en la Vuelta de Rocha y un nuevo trazado para la avenida Pe-
dro de Mendoza, elementos que reforzaron la necesaria “barrera hidráulica” que el barrio reque-
ría para su reanimación.

La magnitud de esta operatoria, y el escaso impacto ambiental producido durante el desarrollo


de las obras, tanto para control de inundaciones como de ordenamiento, merecieron en ocasión
de la “I Bienal Iberoamericana de Ingeniería y Arquitectura”, en Madrid, 1998, el máximo galar-
dón a la obra de ingeniería civil realizada.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Vistas aéreas del Riachuelo; en detalle, la recuperación del paseo costero (GCBA)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Las inundaciones en los barrios porteños a principios del siglo XX: Nueva Pompeya (arriba), un puente del Maldonado (abajo izq.) y en La Boca (abajo der.) (AGN. DDFA, ER y CEDODAL)

El agua que Buenos Aires tiene bajo su superficie


Las rutas subterráneas de los arroyos y sus emisarios

En el transcurso del desarrollo urbano de Buenos Aires, no pudieron evitarse los problemas ge-
nerados por las inundaciones. Esta vulnerabilidad recurrente, radica en que casi un tercio de su
superficie está formada por terrenos de relleno ganados al Río de la Plata, un hecho no menor si
se considera su escasa altura respecto de este curso de agua, y que se acentúa si consideramos
los recorridos que en ella trazan otros cuatro arroyos denominados, de norte a sur: Medrano, Ve-
ga, Maldonado, Cildáñez, y sus emisarios.

En la historia hidrográfica de la ciudad, el sistema natural se agudizó proporcionalmente al cre-


cimiento urbano en las zonas adyacentes a estos cursos de agua, siendo los desbordes más fre-
cuentes los provocados por el arroyo Maldonado. En el ámbito de su cuenca -unas 8.300 ha des-
de su nacimiento en La Matanza- y ya fuese porque el desarrollo urbano trajo consigo una menor
absorción natural del suelo, o porque los intentos de rectificar su curso lejos de solucionar incon-
venientes los acrecentaban; hasta pasado el primer tercio del siglo XX no se conoció proyecto que
apuntara a corregir sus desbordes recurrentes con eficacia. El planteo de su entubamiento total,
en concordancia con la política decidida en 1929, preveía la limpieza de su lecho, la uniformidad
de su ancho en dieciocho metros a lo largo de cinco kilómetros de recorrido, y también la cons-
trucción de una importante calle superior con un boulevard central de catorce metros de ancho

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

(luego, avenida Juan B. Justo, finalizada en 1953). Esta solución fue sólo momentánea, pues ense-
guida el entubamiento presentó cuestiones de diseño no resueltas: su trama interior, y de sostén
de la avenida, tenía cuatro filas de columnas interiores y, ante volúmenes de agua no previstos,
generaba remolinos con la consecuente demora en el drenaje. Pero no fue el único obstáculo: el
recorrido del Maldonado volvía a complicarse a la altura del cruce con la avenida Santa Fe en
donde el grosor de los cimientos del Puente Pacífico angostaban el diámetro de su salida y enton-
ces el arroyo, rebalsando el curso previsto, anegaba -como antes- los lugares de uso público.

Para dar una firme solución a situaciones que como éstas ya se repetían en otros lugares de Bue-
nos Aires, el Gobierno de la Ciudad decidió encarar el diseño de un programa integral. Así na-
ció en 1998 el Plan Hidráulico de la Ciudad, complementario y de ejecución simultánea con el Pro-
grama de Reciclado de Basura y el de Saneamiento Integral en el que participa Aguas Argentinas SA.
Su implementación consideró efectuar en los arroyos subterráneos un entabicamiento progresi-
vo (realizando muros que unifican las columnas internas), el reemplazo total de la estructura del
Puente Pacífico, la eliminación de los embancamientos que se generan en otros cursos de agua
que reciben afluentes pluviales como el Medrano, el White, el Vega y el Ugarteche y la construc-
ción de canales aliviadores para éstos.

Sin embargo, el fenómeno climático del 24 de enero de 2001, puso en evidencia que aún queda-
ba mucho por hacer en temas de infraestructura pluvial. El desproporcionado caudal alcanzado
por las precipitaciones de ese día provocó inundaciones en lugares hasta ese momento nunca
afectados y, por esta inusual circunstancia, el Plan Hidráulico propuesto debió perfeccionarse. A
partir de este hecho, los especialistas obtuvieron por primera vez para Buenos Aires un certero
“Plano de Anegamiento” y, simultánea y radicalmente, decidieron modificar el criterio urbano
de escurrimiento de las aguas: durante el pico de caída retenerla en grandes cisternas y luego re-
conducirla una vez aliviado el tráfico pluvial.

Los reservorios descomprimirán los caudales de agua


directamente del arroyo, o del afluente

Tanque de desagote
y bombas Afluente

Arr
oyo

Esquema de funcionamiento de los reservorios de


agua de la ciudad (Marcelo Bukavec)

El líquido
Tubos de desagote permanece
Una vez normalizado,
las bombas vacían el tanque en el reservorio
devolviendo el agua hasta la
a sus cursos naturales normalización
en los niveles
de los cursos
de agua

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

La tecnología de este sistema -idéntica a la usada por Aguas Argentinas para la ejecución de los
pozos de descenso de las tuneleras- no producirá trastornos a nivel urbano ni ambiental, ni tam-
poco a la hora del encuentro con otras redes de infraestructura subterránea. Así Buenos Aires
tendrá una red oculta con veinticinco reservorios de entre dieciséis y cuarenta metros de diáme-
tro, construidos con muros de hormigón colado cuyos espesores varían entre cincuenta y ciento
cincuenta centímetros, y que llegarán a una profundidad promedio de hasta veinticinco metros.
Para asegurar su correcto funcionamiento, el mecanismo prevé la conexión de estos tanques con
los arroyos entubados -o sus aliviadores- y, ante una gran precipitación, el curso de agua que sea
superado en su caudal desviará el sobrante a estas cisternas, para desagotarse mediante bombas
una vez finalizada la lluvia.

Mientras ya está en marcha la construcción de los tres primeros ubicados en la Facultad de Agro-
nomía, en la Plaza Zapiola y en el tramo final del “Vega”, para fines del 2002 Buenos Aires conta-
rá con trece de ellos y, en una segunda etapa, con los doce restantes; entre todos sumarán una ca-
pacidad total de contención de 415.000 m3 de líquido y, además de la evidente mejora ambiental
que se producirá en Buenos Aires, contribuirán a que las inundaciones porteñas pasen al recuerdo.

Dos etapas en la construcción de los túneles subterráneos: en la edición de la revista de OSN (1940) y la actual tunelera que, luego de supervisada por personal será guiada por láser (AA)

El agua llega a través de ríos subterráneos

Hasta bien entrado el siglo XX, el cálculo para aprovisionamiento de agua potable de la ciudad
de Buenos Aires, se estimaba en función de una proyección demográfica. La primera planifica-
ción de este tipo fue realizada en 1924 por Obras Sanitarias de la Nación y tuvo como meta dis-
tribuir el líquido a 6.000.000 de habitantes en el lapso de los 40 años siguientes; para dar cumpli-
miento a este programa los primeros pasos atendieron la ampliación de la Planta Potabilizadora
en Palermo incluyendo las adecuaciones tecnológicas que por entonces se imponían. Pero el pro-
yecto se vio interrumpido por la crisis político-económica de los años ‘30 y recién pudo retomar-
se seis años después en coincidencia con la aprobación del nuevo sistema de “ríos subterráneos”
que, en lugar de las cañerías de impulsión tradicionales, vincularían los grandes tanques de la
ciudad con la planta depuradora General San Martín para el suministro domiciliario.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Esquema de la actual tunelera (AA)

Esquema de redes de distribución de los Ríos subterráneos y sus torres elevadoras en la ciudad y el conurbano (AA)

El nuevo método, puesto en marcha recién en 1941, modificaba la alimentación de los depósitos
de entonces, reemplazando los conductos de impulsión por otros de gravitación con diámetros
inusuales y que son la razón del nombre que recibió el mecanismo. Además, ampliaba el siste-
ma de bombeo concentrado en el Establecimiento San Martín con la implementación de estacio-
nes elevadoras instaladas al pie de los depósitos existentes y, fundamentalmente, independiza-
ba las redes maestras de las de distribución, asignando a cada gran tanque un área de influencia
que les permitía tener la capacidad -mediante válvulas convenientemente emplazadas- de inter-
conexión zonal.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Interior del río subterráneo Saavedra-Morón (AA)

Así, el primer río subterráneo instalado en Buenos Aires tuvo un recorrido de ocho kilómetros y
fue inaugurado por el Presidente Juan D. Perón el 4 de noviembre de 1954 en la Estación de Bom-
bas Elevadoras Caballito; el año siguiente fue el turno para la estación elevadora de Villa Devo-
to y, para asegurar el funcionamiento de la red, la empresa había previsto además de la conexión
con el Depósito Córdoba, la construcción de otros más en Colegiales, Vélez Sársfield y Constitu-
ción (actual Ing. Paitoví). La eficacia fue rápidamente comprobada: los tramos de enlace trascen-
dieron los límites de la Capital Federal y llegaron al Aglomerado Bonaerense; las obras entre
Constitución -Paitoví- y la estación Lanús se iniciaron el 7 de febrero de 1965 y diariamente esti-
maban abastecer con 700.000 metros cúbicos de agua a una población cercana a los 800.000 ha-
bitantes. Desde entonces, el sistema de alimentación se fue perfeccionando y retomó nuevo im-
pulso en la década del ‘80, cuando sucesivamente fueron habilitados los tramos que vinculan el
depósito de Constitución con Floresta y La Matanza (provincia de Buenos Aires) y el de Planta
San Martín con Saavedra y Villa Adelina.

En 1993, a partir del momento en que la distribución de agua potable fue responsabilidad de
Aguas Argentinas S.A., la meta que se propuso la empresa fue la expansión de las redes de pro-
visión y sus resultados se lograron apenas seis años más tarde con la concreción del emprendi-
miento hídrico más importante del país: el Río Subterráneo Saavedra-Morón. Esta nueva conexión,
que abastece a más de un millón y medio de habitantes del oeste del Gran Buenos Aires (parti-
dos de Tres de Febrero, Ituzaingó, Hurlingham y Morón), recorre 15,3 km a más de 30 m de pro-
fundidad, con tuberías de 3,5 m de diámetro; lo hace desde la Planta Potabilizadora General San
Martín conduciendo 36.000 metros cúbicos de agua potable por hora y, gracias a dos bombas ele-
vadoras -en Tres de Febrero y Morón-, se distribuye en los domicilios.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Diagrama de funcionamiento de la Estación Elevadora Morón (AA)

Una vista aérea del conjunto (AA) Estación elevadora en Tres de Febrero, prov. de Buenos Aires (AA)

En la realización de este “río” se empleó una tecnología constructiva de punta: para hacer las ex-
cavaciones fueron usadas dos “tuneleras” -similares a las empleadas en el Eurotúnel- que, guia-
das por láser, perforaban el suelo avanzando mensualmente entre 300 y 600 metros; a su vez,
desde un brazo mecánico se colocaban las 78.000 piezas de hormigón armado y sus juntas nece-
sarias para recubrir el corredor y garantizar así la seguridad y estanqueidad de la obra. El río
subterráneo entró en funcionamiento en octubre de 2000 sumando una inversión superior a los
120 millones de dólares y, desde entonces, el sistema troncal de abastecimiento de agua potable
en la región se vio incrementado en un 20%.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El agua recuperada para deleite urbano


El Parque 3 de Febrero y sus espejos de agua

La creación del “Parque 3 de Febrero” en 1875 venía a consumar para la elite porteña, las tenden-
cias que por entonces adelantaba el paisajismo europeo; su habilitación ofreció este espacio des-
tinado al paseo y la recreación y, aunque su entorno ha variado desde entonces, es innegable que
aún hoy constituye el espacio que mejor combina verde y agua en la ciudad de Buenos Aires.

Los lagos que allí se encuentran sufrieron, por el paso del tiempo y el uso inadecuado, el creci-
miento desmesurado de su vegetación acuífera (eutrotificación); una circunstancia que en un
corto tiempo y de no haber mediado soluciones, hubiera llevado a la desecación total de los es-
pejos de agua del Parque. Para revertir esta situación adversa, y a partir de una iniciativa de la
Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Regional del Gobierno de la Ciudad, Aguas Argen-
tinas decidió desarrollar un programa de recuperación ecológica de los lagos del “Planetario”, el
“Rosedal” y el “Victoria Ocampo” en la Plaza Sicilia.
Los trabajos llevados a cabo consistieron en rastrillar el fondo con extracción de barros y profun-
dización del terreno, la construcción de un pozo de bombeo y también, refrendando los objeti-
vos trazados por la empresa, el estricto seguimiento de la calidad ambiental con una embarca-
ción que además de la periódica limpieza, capta muestras de agua para evaluación de sus pará-
metros físicos, químicos y bacteriológicos. Esta acción de Aguas Argentinas en el conjunto de los
Lagos de Palermo le permitió obtener el premio Ceibo 2000, un galardón que el Gobierno de la
Ciudad otorga durante el mes de septiembre a los organismos comprometidos con la preserva-
ción de los espacios verdes y el ecosistema.

La Laguna de los Coipos

Una fase importante en la revitalización de la Costanera Sur, dentro del Programa Buenos Aires y
el Río, fue la reestructuración de la Reserva Ecológica generada en uno de los bordes del paseo.

La zona, que conoció su apogeo entre los ‘30 y los ‘50, entró en franco deterioro a partir de la
clausura del Balneario. Y si bien existieron intentos para su recuperación, todos fueron infruc-
tuosos; baste recordar en 1965 la pretensión del Club Atlético Boca Juniors para la formación de
su Ciudad Deportiva en un predio de 300 ha, o aquél otro que aspiró construir un “Centro Ad-
ministrativo” a fines de los ‘70. Si bien estos proyectos quedaron truncos, ambos emprendimien-
tos demostraron su interés a juzgar por las obras que dejaron: la elevación perimetral respecto
de la cota de agua y el relleno de sus terrenos con sedimentos provenientes del dragado del Río
de la Plata. Curiosamente, estas ideas inconclusas fueron el origen de la actual Laguna de los
Coipos: el agua que buscaba su curso natural quedó allí encerrada y cuando, por 1984, aquellas
tareas se habían suspendido definitivamente, el microclima generado allí y en su entorno favo-
reció el desarrollo de especies animales atípicas a tal punto que, al siguiente año, el Municipio la
declaró “Reserva Ecológica”.

La recuperación de la Laguna -eje natural y absoluto de la Reserva-, fue la responsabilidad que


Aguas Argentinas contrajo en mayo del ‘98 y con ella acreditó nuevamente su Declaración de Po-
lítica Ambiental. El mecanismo que aplicó, ya experimentado en los trabajos de los Lagos de Pa-

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El Lago del Rosedal, en el Parque 3 de Febrero, luego de su recuperación integral (PM)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Dos etapas en el proceso de recuperación


de la Laguna de los Coipos:
la ejecución de las obras y la embarcación
de rastrillaje del lecho (AA)

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La Laguna de los Coipos y un momento


en la construcción del canal aliviador
y sus senderos perimetrales (AA y GCBA)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

lermo, sirvieron para el desmalezamiento total y extracción de lodos en las ocho hectáreas que
ocupa el espejo; por otra parte, y previniendo un mínimo impacto sobre la flora y fauna allí asen-
tadas, se sirvió de embarcaciones impulsadas por paletas con un sistema mixto (manual y mecá-
nico). Las tareas de limpieza fueron complementadas con la instalación de bombas niveladoras
de la cota de agua y la construcción de un canal aliviador a lo largo de ochocientos sesenta me-
tros que corre paralelo al muro costanero. A partir de esta gestión, la Costanera Sur no sólo vio
la renovación de un medio natural para el habitante de Buenos Aires, sino que demostró una vez
más la necesidad de conexión que tiene con sus costas.

Las fuentes

Durante el año 2000 y por primera vez en la Argentina, fue realizado el XXII Congreso Mundial
del Agua; en esta ocasión, la empresa Aguas Argentinas ofreció a la Ciudad, la recuperación del
estanque y fuente ornamental de la Plaza Urquiza, situados justamente donde décadas atrás fun-
cionara el primer edificio de Bombas de la Ciudad, en el predio lindero al actual Museo de Be-
llas Artes, en avenida del Libertador y Austria. Un auténtico oasis urbano que impacta por los
juegos de agua y luces que ofrece a los transeúntes.

Otro ámbito que refrenda el compromiso de Aguas Argentinas en cuanto al cuidado del espacio
ciudadano y del medio ambiente es la dedicación puesta a la Plaza Rodríguez Peña. En esta man-
zana -entre las calles Paraguay, avenida Callao, Marcelo T. de Alvear y Rodríguez Peña-, la em-
presa asumió su padrinazgo, motivo por el cual además del mantenimiento periódico que allí
lleva a cabo, decidió revalorizar el estanque de agua que posee. Los procedimientos de restaura-
ción de esta fuente, con la escultura “El Sediento” -una obra de 1914 de la artista Luisa Isabel Isella
de Motteau-, contaron con obras hidráulicas e instalación de artefactos de iluminación apropia-
dos y fue inaugurada para disfrute de la ciudad, el pasado 25 de septiembre.

La restauración de la fuente El Sediento


y (en la página siguiente) los juegos
de agua de la Plaza Urquiza (AA)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Aguas Argentinas y la comunidad: ese otro compromiso asumido

Desde el 1º de mayo de 1993 la concesión de los servicios de agua y saneamiento de la ciudad de


Buenos Aires y 17 partidos del área metropolitana, son operados por el grupo Aguas Argentinas
S.A. A partir de 2001, Suez, nueva denominación de Suez Lyonnaise des Eaux, el operador y
principal accionista de Aguas Argentinas S.A. y líder mundial de energía, agua, gestión de resi-
duos y comunicación, creó ONDEO, el primer proveedor de soluciones y servicios sustentables
relacionados con el agua. Al momento de iniciar la concesión sólo el 67% de la población del área
de concesión gozaba de agua potable mientras que nada más que un 53% estaba conectado a la
red cloacal; y si bien, desde ese entonces al día de hoy, los incrementos son notorios (38% en ca-
pacidad de producción de agua potable, 34% para la población abastecida y un 25 para la servi-
da con desagües cloacales), la empresa se ha caracterizado por atender todas aquellas cuestiones
en donde el agua, de una u otra manera, está presente.

Planta Depuradora Norte (AA)

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Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Entre estas acciones, la puesta en funcionamiento en San Fernando de la primera planta depura-
dora de líquidos cloacales, aseguró una vez más el compromiso que la empresa tiene con los sis-
temas ecológicos, además de conformar con esta instalación un hito importante en el Plan de Sa-
neamiento Integral propuesto. Esta instalación, que lleva el nombre de Planta Depuradora Norte, ve
potenciada su acción gracias al convenio que la empresa mantiene con la Facultad de Agronomía
de la UBA; a través del cual realiza ensayos para valorización agrícola a partir de los biosólidos
provenientes de la Planta y financia los estudios para el uso y control de estos subproductos.

Consciente de que el agua es un recurso escaso, también lanzó una campaña comunitaria sobre
el uso racional y la preservación del medio ambiente con un original programa que se dio inicio
en los hoteles de la ciudad de Buenos Aires; asimismo, dicta Talleres Alternativos para más de
500 mil alumnos sobre concientización ambiental y continuó con el desarrollo del Plan de Pre-
vención y Emergencias, lo que le permite anticipar aquellas contingencias que puedan afectar la
cantidad y calidad de los servicios prestados.

Pero el vínculo con la comunidad se expresa también en la participación que la empresa tiene en
la puesta en marcha de museos de distinta conformación. Por una parte, y desde el 20 de abril
de 1999, está presente en el Museo de los Niños del Abasto, con el espacio “Los Ciclos del Agua”.
Allí los niños realizan “personalmente” el recorrido que el agua hace a través de cañerías y sa-
nitarios gigantes, además de tomar conocimientos de los temas básicos como son el ciclo natural
del agua y el proceso de potabilización.

En el Museo de los Niños,


materialización del sistema de filtros
de agua antes de su distribución
domiciliaria y juegos con cañerías
a partir de un inodoro gigante (AA)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

COLABORACIONES

CONTROL DE CALIDAD DEL AGUA:


DEL ANÁLISIS SENSORIAL A LA ESPECTROMETRÍA
DE MASA Y AL CONTROL CENTRALIZADO

El agua: líquido incoloro, inodoro e insípido

A falta de herramientas adecuadas para su análisis, las dis-


tintas civilizaciones o culturas desarrollaron muy diversos calificati-
vos para caracterizar las aguas o diferenciarlas. En efecto, desde la
Antigüedad se sabe que el agua puede disolver y por lo tanto con-
tener otras sustancias como por ejemplo las sales y se ha denomi-
nado agua “dulce” a toda agua que no era “salada”. Durante siglos
se ha utilizado una terminología característica de los cinco sentidos:
el oído -hablamos del murmullo del agua de un manantial, del ru-
gido de un torrente-, el tacto -decimos del agua que está fría o ca-
liente, que quema o que es agresiva-, la vista -el agua puede ser in-
colora, cristalina, transparente e incluso puede tomar todos los ma- Habrá que esperar hasta fines del siglo XIX para empezar a salir del
tices desde el marrón hasta el azul- y por último lo que parece ló- empirismo, sobre todo con el desarrollo de la microbiología poste-
gico al tratarse de algo que se bebe, el sabor y el olor. Pero lo sor- rior a los trabajos de Pasteur y no será sino durante el transcurso
prendente es que, generalmente, no se habla del gusto del agua, del siglo XX que la química analítica entrará en auge y se tendrá
salvo cuando éste es desagradable. Por definición “el agua pura de- una primera idea de la composición química del agua. Así, se des-
be ser incolora, inodora e insípida”; esto es lo que se puede leer en cubrió que la definición “inodora, incolora e insípida” no correspon-
todo buen diccionario y lo que ha sido la esencia misma de las pri- de a una condición necesaria ni suficiente. El agua puede, en efec-
meras normas del agua potable. to, responder a este criterio y sin embargo contener gérmenes pa-
tógenos como en el caso de algunos arroyos de montaña; o por el
Asimismo, se intentó describir al agua en relación con problemas de contrario, tener cierto sabor y ser perfectamente sana, es el caso de
salud. Resulta interesante citar algunos extractos del libro Le Pour- algunas aguas minerales o del agua desinfectada por el cloro.
traict de la Santé, escrito in 1606 por el Dr. Jean Duchesne: “toda
buena agua debe ser ligera y muy clara, transparente y agradable a Laboratorio Central de Aguas Argentinas: cerca
la vista; (...) no representar ni al gusto ni al olfato, ninguna particu- de un siglo de historia
laridad; que se la encuentre sin embargo agradable y placentera (...),
que calme bien la sed (...) que no quede retenida en el vientre, que Hasta principios del siglo XX, la institución sanitaria nacional -Comi-
se caliente y se enfríe súbitamente, que esté caliente en invierno y sión de Obras de Salubridad- no contaba con laboratorios propios y
fría en verano; en resumen, que cocine en poco tiempo todo tipo de trabajaba con laboratorios privados. Es así, que el primer análisis
verduras, carnes y demás. Esta también cuece la carne en el estóma- del agua del Río de la Plata lo realizó el Dr. Miguel Puiggari en
go”. El mismo autor percibe las aguas de distinta naturaleza cuando 1869. El primer estudio de aguas superficiales y profundas lo hizo
habla del agua de nieve o hielo fundido que “no limpia, no sirve en en 1872 Juan J. Kyle, profesor inglés miembro de la Sociedad Cien-
absoluto para la digestión ni para humectar partes del cuerpo y, en tífica Argentina y profesor de la Faculdad de Ciencias Matemáticas,
cambio, sí dificulta la facultad de evacuar y las excreciones “. de la Universidad de Buenos Aires, para ubicar la zona de toma de

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

agua más adecuada. Posteriormente, se demostró la influencia de pacitación y la remodelación completa del edificio, el Laboratorio en-
las descargas de los arroyos de la ciudad sobre el aumento en ma- tró en una etapa de especialización y mejora de sus competencias.
teria orgánica entre Los Olivos y la toma de Recoleta.
Un siglo al servicio de la calidad
En 1903, se originó la Dirección General de Obras de Salubridad
que, el 19 de mayo de 1904 fundó el Laboratorio de Ensayo de Ma- De 1914 a 1916, los laboratorios investigaron la recuperación del sul-
teriales con el propósito de controlar el cemento Portland, del cual fato de aluminio de los barros de decantación y desarrollaron la técni-
las obras de saneamiento en curso consumían grandes cantidades. ca de fabricación de sulfato alúmino-férrico a partir del Loess pampea-
no lo que permitió reemplazar el coagulante importado. Se puede des-
En 1907, se inauguraron los Laboratorios de Química y Bacteriolo- tacar que, en 1914 se realizaron 5176 análisis bacteriológicos.
gía que funcionaron durante un tiempo en forma independiente y
que fueron instalados en 1908 en el Establecimiento Recoleta. En Entre 1916 y 1919, se comprobó que los casos de enfermedad des-
1911, se fusionaron el Laboratorio de Química y el de Ensayo de critos por el Dr. Abel Ayerza en Bell Ville (queratosis palmares) ve-
Materiales pero hubo que esperar hasta 1915 para que Obras Sa- nían de excesos de arsénico y vanadio en el agua. Se hicieron en-
nitarias de la Nación, creada en 1912, decidiera una unificación de sayos de eliminación de esos metales por el proceso de clarificación.
los tres laboratorios para formar el Laboratorio de Análisis de Aguas En la misma época se realizaron los primeros estudios de cloración
y Ensayos de Materiales. El mismo estaba a cargo de los análisis y que se prolongaron, con interrupciones, hasta el año 1950.
estudios en todo el territorio nacional.
De 1921 a 1923, se hicieron varios estudios sobre: I.- la corrosión
En 1928, el Laboratorio, que contaba con 11 salas, se mudó a la actual de las cañerías de fundición con la propuesta de corregir el pH por
ubicación en el Establecimiento San Martin, ampliándose en 1941, en agregado de agua de cal, II.- la eficiencia de los filtros rápidos de
tanto el Laboratorio de Cloacales fue transferido a la calle Vieytes. Palermo y III.- la contaminación del Río de La Plata, en la zona de
Berazateguy y en la franja costera de San Isidro a Río Santiago, que
En 1945, pasó a ser Dirección de Laboratorios, con 2 Divisiones, una fue atribuida a los arroyos que descargan en el río.
llamada Laboratorio Central y la otra Laboratorios Regionales. De es-
ta época es la creación del sector de protistología. Paralelamente sur- Desde 1927 hasta 1945, se estudió en todo el país la relación en-
gieron laboratorios regionales en las principales ciudades del país. tre el contenido de yodo y la formación de bocios, así como la pre-
sencia de plomo. La creación de mapas de flúor, arsénico y yodo fue
En 1980, se decidió la transferencia de los servicios a las Provincias una preocupación permanente hasta la década del 80.
y en el ámbito de Obras Sanitarias de la Nación quedó la Capital Fe-
deral y el Gran Buenos Aires. Es así que, hasta 1993, la estructura En paralelo con la evolución de su estructura, el Laboratorio pasó de
del Laboratorio Central contó con 3 Divisiones: Aguas, Desagües y un número de muestras anuales de aguas de 5000 en 1914, a
Ensayo de Materiales. En 1993 su dotación declinó lentamente has- 20372 en 1923, 47949 en 1929 y 123000 en 1977.
ta 150, luego de haber alcanzado a 220 personas en 1976. En
1983, la actividad de control de proceso de las plantas fue transfe- Control de calidad del agua en Aguas Argentinas:
rida a los laboratorios de planta. diferentes niveles de acción

Cuando en 1993, se creó la Concesión de Aguas Argentinas, el Labo- Las dos principales plantas, San Martín y Bernal, producen agua po-
ratorio Central dejó de trabajar en tecnología de los materiales re- table a partir del Río de La Plata, cuya calidad es muy variable por
duciendo el número de personas en aproximadamente 75. Con la in- la influencia de varios factores esencialmente climáticos: lluvias en la
corporación de nuevos equipamientos, programas intensivos de ca- alta cuenca del río Bermejo, vientos como la sudestada, mareas, etc.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Centro de Comando y Telecontrol de Servicio, en Planta San Martín, Buenos Aires (AA) Planta Potabilizadora General San Martín (Alejandro Hazaña)

Asegurar la calidad del agua distribuida necesita, en prioridad, dis- Como todos los laboratorios de nivel internacional, el Central desa-
poner de instalaciones de tratamiento fiables y capaces de asimilar rrolló técnicas analíticas basadas en la utilización de materiales so-
esas variaciones de calidad del agua cruda. Desde principios de la fisticados que permiten el análisis cuantitativo y la identificación de
Concesión, se implementó un importante programa de inversión pa- sustancias orgánicas en concentraciones de algunos nanogramos/li-
ra renovar las instalaciones y automatizarlas por medio de senso- tro, de metales pesados a niveles del microgramo/litro y de algu-
res de medición continua de caudales y de parámetros de calidad, nas unidades virales por metro cúbico de agua. Hoy en día, un aná-
como la turbiedad y la conductividad, en las diferentes etapas del lisis tipo de agua incluye la medición de más de 100 diferentes pa-
tratamiento. Además los Laboratorios de plantas determinan, 24 rámetros y en el Laboratorio Central se analizan más de 500000
horas por día, las condiciones de funcionamiento adecuadas asegu- parámetros por año (agua y aguas servidas). Esta evolución fue po-
rando así un segundo nivel de control en la fase de producción. sible gracias a: I.- la implementación de equipamientos como la es-
pectrometría de masa o el plasma inducido, II.- el desarrollo de téc-
El control de calidad en la distribución se hace por una parte, con la nicas bioquímicas, III.- un programa de capacitación específico, IV.-
implementación de sensores de medición continua en salida de una organización sin falla que permitió la obtención de la acredita-
planta así como en salida de las estaciones elevadoras en diferen- ción ISO 25 en 2000, y finalmente V.- la motivación de todo el per-
tes puntos de la ciudad; toda la información está, en tiempo real, en sonal. Pero, no es un fin en si. Regularmente la comunidad científi-
un Control Centralizado ubicado en la planta San Martín. Por otra ca internacional hace nuevos descubrimientos sobre el agua y su
parte, el Laboratorio Central testea diariamente diferentes puntos contenido. La misión del Laboratorio Central es integrar esos nue-
de la red, cubriendo periódicamente la totalidad de la misma con vos datos para desarrollar nuevas técnicas analíticas y asegurar así
distribución y frecuencia de muestreo proporcional a la población el abastecimiento de una agua de calidad perfecta.
servida. A su vez, a nivel región y distrito, se cuenta con equipos pa-
ra la atención de reclamos y desarrollo de acciones preventivas. Pa- Ing. Joël Mallevialle
ra ser completo, el Organismo de Control (ETOSS) realiza, median- Director de Agua y Saneamiento de Aguas Argentinas
te auditorias operativas, muestreos propios y consultas de resulta-
dos de controles internos.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

COLABORACIONES

CONTINUIDAD DEL ESPÍRITU QUE ANIMÓ


A O.S.N.

El período transcurrido entre los años 1993 y 2001, en el cual


Aguas Argentinas actúa como concesionaria de los sistemas de pro-
visión de agua y desagües cloacales prestados anteriormente por
O.S.N., ha permitido visualizar una suerte de continuidad en aque-
llos factores que conforman la esencia de un organismo prestador
de servicios públicos.

Lograr la mayor eficiencia en el funcionamiento de las instalaciones


existentes, reducir la brecha entre las demandas de ampliaciones
de redes y la factibilidad de atenderlas, satisfacer los reclamos y pe-
didos de los clientes en el más breve plazo, son, en lo material, re-
sultados factibles de conseguir en la medida que las inversiones fa-
culten en tiempo y forma la ejecución de las obras previstas en los
planes de mantenimiento, mejoras y ampliación de los sistemas.

En tal sentido, en el período mencionado y a partir de un sustanti-


vo nivel de inversiones se consolidó la confiabilidad, continuidad y
seguridad operativa de los servicios prestados, se ejecutaron con
excelente calidad y representativa magnitud una gran cantidad de
obras y se alcanzó, en la opinión pública y muy particularmente de
nuestros clientes, un alto nivel de satisfacción.

Por el éxito en estos parámetros, todos ellos mensurables y de fá-


cil determinación, tuvieron en Aguas Argentinas, como trasfondo de
difícil apreciación, el soporte ineludible de la labor diaria, sosteni-
da y permanente de un personal cuya potenciación y eficiencia en
todos los niveles mantuvo una “vocación de servicio”, herencia del
espíritu que animó a O.S.N. en sus momentos de mayor apogeo.

Ing. Osvaldo Rey


Asesor de la dirección General

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

El Museo en los suplementos de arquitectura de periódicos locales: Página 12, 14 de julio de 2001, y La Nación, 29 de agosto de 2001.

AGUAS ARGENTINAS Y LA PROTECCIÓN En su faz inicial, el Programa ha realizado un Relevamiento e In-


DEL PATRIMONIO CULTURAL ventario de los Edificios y Sitios de valor histórico patrimonial que
la empresa posee en Buenos Aires y Gran Buenos Aires, cubriendo
El Programa Patrimonio Histórico un conjunto de más de 200 ejemplos construidos entre 1880 y
Una presencia que no decrece 1940, entre los que se cuentan los magníficos establecimientos de
provisión de agua potable en Palermo y de tratamiento de líquidos
Desde 1995, Aguas Argentinas viene desarrollando, a través de un cloacales en Wilde, y valiosos testimonios de patrimonio industrial
Convenio con el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y como son el gran depósito urbano de Avenida Córdoba.
Técnicas (CONICET) el Programa Patrimonio Histórico, un emprendi-
miento que tiene por finalidad principal promover el conocimiento, La metodología empleada en estos trabajos ha sido utilizada por or-
difusión y protección del patrimonio histórico cultural que hoy se ganismos gubernamentales encargados del planeamiento urbano
encuentra a su cuidado, y que perteneciera a su antecesora, Obras de la ciudad y de establecer normas legales para su protección, y
Sanitarias de la Nación. tomados como modelos en su tipo por instituciones como el Fondo
Nacional de las Artes, la Comisión Nacional de Museos, Monumen-
La continuidad de este Programa, que ya lleva seis años de ininte- tos y Lugares Históricos y diversos centros de formación profesional
rrumpida labor, es reflejo del compromiso asumido por la empresa de grado y postgrado.
con la comunidad y su historia, procurando conciliar pasado y mo-
dernidad, tradición y cambio. De allí que el Programa comprende En forma paralela a estos estudios, las tareas de gabinete compren-
múltiples actividades de extensión y de investigación, destinadas a dieron el ordenamiento y sistematización de los archivos de planos
los públicos más diversos, y desarrolladas por un equipo de investi- históricos del Palacio de Aguas Corrientes -uno de los más importan-
gadores y profesionales, especialmente capacitados en la preserva- tes del país-, elaborándose un Catálogo de Planos del propio edificio
ción y conservación de los bienes culturales. y de los conjuntos de la Planta General San Martín, para la consulta
de investigadores y especialistas. Esta labor de relevamiento fue de

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Dentro del Programa, un lugar importante ocupa el Museo del Pa-


trimonio en el Palacio de Aguas Corrientes de Avenida Córdoba, que
procura continuar la valiosa tarea de su antecesor, el Museo Técni-
co de Artefactos de Obras Sanitarias de la Nación. Las actividades
que viene desarrollando el Museo desde 1996, han cobrado reno-
vado impulso con la ampliación de sus espacios y colecciones, que
fue habilitada al público en julio de 2001.

El Museo, que posee acceso libre y gratuito, propone al visitante co-


nocer la historia del magnífico edificio que lo alberga, el Palacio de
Aguas Corrientes (1887-1894), uno de los monumentos más impor-
tantes de Buenos Aires. También es posible contemplar valiosas co-
lecciones de artefactos sanitarios que ofrecen un panorama históri-
co de la higiene doméstica y la acción desplegada por Obras Sani-
tarias de la Nación en el control y aprobación de los materiales sa-
nitarios utilizados en todo el país.

En el recorrido, el visitante puede apreciar algunas de las 300.000


piezas originales de cerámica inglesa que recubren el Palacio, los an-
tiguos planos de su construcción exterior e interior, artefactos impor-
tados de variadas marcas y procedencias, culminando su itinerario
en el pulmón mismo del edificio, donde se encuentran los magnífi-
cos tanques de hierro que abastecieron de agua la ciudad, durante
más de medio siglo desde 1894. Hoy, ya fuera de uso, varios de ellos
han sido reciclados por Aguas Argentinas para contener el valioso
material documental existente en sus archivos de planos históricos.
suma utilidad para organizaciones tanto públicas como privadas que,
a partir de la catalogación, disponen de documentación para consul- Actualmente, el Programa Patrimonio Histórico de Aguas Argenti-
ta, que permanecía inaccesible antes del inicio del proyecto. nas, es un ejemplo reconocido y valorado por los organismos de
preservación del patrimonio cultural, como uno de los emprendi-
Dentro de las actividades de extensión, se organizaron Seminarios mientos pioneros llevados a cabo por el sector privado en la Argen-
Internacionales sobre Patrimonio Industrial, se dictaron conferen- tina. Su efecto modélico, puede constatarse en la incidencia que ha
cias, se redactaron artículos en publicaciones especializadas y me- tenido en otros programas similares en el interior del país -como
dios de difusión general. Asimismo, se editaron libros, inaugurando por ejemplo Aguas Provinciales de Santa Fe- y en la significativa re-
la Colección Patrimonio Histórico de Aguas Argentinas, de la cual es- percusión lograda recientemente por la ampliación de su Museo,
te trabajo es su tercer entrega. Sus antecesoras fueron: en 1996, El que ha permitido hacer conocer al público obras de valores excep-
Palacio de las Aguas Corrientes, 86 págs.; y, en 1999,: Las Obras de cionales, hasta ese momento casi desconocidas.
Salubridad en Buenos Aires 1580-1930, 98 págs. Debido a la am-
plia difusión de las publicaciones -algunas de ellas ya agotadas- dis- Programa Patrimonio Histórico CONICET-Aguas Argentinas
tribuidas gratuitamente a bibliotecas y centros de enseñanza, la
empresa encaró su reedición en forma digitalizada.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

Distintas vistas de las instalaciones del Museo: aparatos de medición y artefactos (JT)

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

UNA NUEVA MIRADA SOBRE EL PATRIMONIO: (percepción de la tercera dimensión que define el usuario, permi-
LOS SISTEMAS DIGITALES DE REPRESENTACIÓN tiendo su uso en Redes de Internet).

En la actualidad, dentro de las múltiples posibilidades que Para poder llegar a la reconstrucción análogo digital de la obra, su
ofrece la utilización de los sistemas digitales de representación en la análisis y difusión, previamente se realizaron una serie de estudios
arquitectura, se encuentra su aplicación como un nuevo medio de operativo perceptivos. Así como la aplicación de una serie de pautas
interpretar, valorizar y comunicar el patrimonio histórico. y patrones de modelización, basados en investigaciones del bien y
propuestas sobre sistemas. Se utilizó como documentación de base los
De esta manera, a los sistemas de representación tradicionales, se archivos del Museo del Patrimonio, las publicaciones editadas por
suman modernas y enriquecedoras experiencias que permiten, a Aguas Argentinas dentro de la colección Patrimonio Histórico, comple-
partir de reconstrucciones virtuales, renovadas lecturas que ayudan mentadas a su vez con visitas al lugar y relevamientos fotográficos.
a conocer mejor no sólo un edificio de valor histórico, sino el pen-
samiento arquitectónico del autor y de su época, las relaciones mor- El dibujo analítico de malla de alambre (wireframe), que se va ob-
fológicas entre sus distintos elementos y espacios, y variedad de vi- teniendo intenta documentar/representar más que una propuesta
sualizaciones desde ángulos no convencionales. arquitectónica, un proceso de operación que pone de manifiesto las
complejidades e interrelaciones, su dependencia o independencia
Dentro del Programa Patrimonio Histórico desarrollado por Aguas (formales y espaciales) inherentes al proceso de diseño de cada
Argentinas a través de un convenio con el CONICET, se han llevado ejemplo analizado. Así cada obra permitió: a) una nueva lectura, en
a cabo experiencias de reconstrucciones virtuales de distintos edifi- su morfología subyacente, que da fuerza al partido, b) la definición
cios pertenecientes a la Planta Potabilizadora General San Martín de un catálogo de tipologías diferenciales de elementos arquitectó-
en Palermo, un conjunto industrial de alto valor patrimonial y sin- nicos, c) nuevas visiones y recorridos del espacio parciales y totales.
gular calidad ambiental.
Los tres ejemplos sobre los que se emplearon estas técnicas, y que
Para poder representar tridimensionalmente la organización espa- hoy cuentan con maquetas digitalizadas, que permiten recorridos
cial de estas obras, los avances tecnológicos están incorporando virtuales, fotografías digitales y videos, fueron: la antigua Casa de
nuevas técnicas “análogo-digitales”, interrelacionadas e integradas Bombas Impelentes y Sala de Calderas, construida entre 1910 y
de comunicación que parte de la modelización 3D. 1913; el edificio destinado originariamente a Casa de Administra-
ción (1912-1919); una obra de alto valor testimonial, como es la
Para materializar estas representaciones, se tuvieron en cuenta una réplica de la primera Casa de Bombas que tuvo Buenos Aires, ubi-
serie de niveles operativos perceptivos de algunas técnicas actuales, cada en el antiguo Establecimiento Recoleta, reconstruida hacia
que parten del modelo 3D: a) Simulación 3d; b) Simulación rende- 1933-35 en su actual emplazamiento; y por último, el monumental
ring (imágenes pseudorealistas, que utilizan cámaras, luces, mate- Pórtico de Entrada a la Planta (1928).
rialidades, sombras, set de filmación), c) narrativa espacial,(guión
script televisivo, permite videos); d) realidad virtual no inmersiva D. C.

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BUENOS AIRES Y EL AGUA
Memoria, higiene urbana y vida cotidiana

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AGUAS ARGENTINAS S.A.

CONSEJO NACIONAL DE INVESTIGACIONES


CIENTÍFICAS Y TÉCNICAS (CONICET)
Instituto de Investigaciones Geohistóricas (IIGHI)

Proyecto Patrimonio Histórico Arq. Ramón Gutiérrez


Convenio CONICET - Aguas Argentinas Director

Equipo de trabajo
Arq. Jorge D. Tartarini
Arq. Patricia Méndez
Arq. Celina B. Noya
Arq. Graciela M. Viñuales

Redacción e investigación documental


Arq. Ramón Gutiérrez (Capítulo I)
Arq. Jorge D. Tartarini (Capítulo II)
Arq. Patricia Méndez (Capítulo III)

Colaboraciones especiales
Ing. Jöel Mallevialle
Ing. Osvaldo Rey

Recuadros
D.C. (Arq. Dora Castañé)
R.G. (Arq. Ramón Gutiérrez)
C.B.N. (Arq. Celina B. Noya)
E.R. (Lic. Elisa Radovanovic)
J.D.T. (Arq. Jorge D. Tartarini)
G.M.V. (Arq. Graciela M.Viñuales)

Diseño y diagramación
DG Marcelo Bukavec

Fotografías y reproducciones
AG.N. (Archivo General de la Nación)
Archivo de la Dirección General de Espacios
Verdes G.C.B.A.
Biblioteca de Aguas Argentinas
CEDODAL (Centro de Documentación de Arte y
Arquitectura Latinoamericanos)
Dirección de Comunicaciones Externas y Marketing
de Aguas Argentinas (AA)
Museo de la Ciudad de Buenos Aires
Museo del Patrimonio Aguas Argentinas
Programa de Descentralización G.C.B.A. (GCBA)
Summa Iconographica. Ed. EMECE.
Archivo Familia Vautier (AV)
Col. Lic. Elisa Radovanovic (ER)
Col. Arq. Marta Magliano (MM)
Arq. Ramón Gutiérrez (RG)
Arq. Patricia Méndez (PM)
Arq. Jorge Tartarini (JT)

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AGRADECIMIENTOS

Los autores desean expresar su agradecimiento a todas aquellas personas que contribuyeron
a concretar el presente trabajo, especialmente al personal de Aguas Argentinas.
También merecen nuestro agradecimiento

Roberto y Celina Vautier


Nelly Di Salvo
Marta Magliano
Diana Rosenberg
Dora Castañé
EMECE Ediciones
Lucio Aquilanti
Galería Zurbarán
Elisa Radovanovic
Elisa Stork
Myriam Casals

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