Sobre “Soberanía y actos de habla performativos” de Judith Butler (1995)
Este artículo provoca múltiples lecturas. Al menos dos son de inmediato
efectivas: aquella que propone pensar un campo lingüístico de la política como forma de disputa interpretativa ineludible y otra, más metodológica, que nos ofrece este texto como modelo de cruce entre lo más abstruso de la teoría y las acciones concretas. Desde allí decidimos publicarlo aunque Butler interviene en un debate que en principio nos es ajeno. Todavía nuestra jurisprudencia no ha llegado a las suti- lezas del debate lingüístico y alcanza con festejar que se sostengan algunos su- puestos antidiscriminatorios. Además, las formas del racismo vernáculo son otras y las del sexismo aún padecen cierta invisibilización. Sin embargo, su advertencia sobre la interpelación al Estado como árbitro soberano de las significaciones y de los actos (engañosamente) subsiguientes, resuena en nuestros últimos debates. Los de la memoria, por ejemplo, los del aborto. Se le pide al Estado que bendiga tal o cual recuerdo, que suprima aquel, que baje los retratos indignos, que invoque a los muertos, que contrarreste el algo habrán hecho, que deslegisle, que ejecute museos. En fin, que sancione los modos correctos del olvido y el recuerdo. Se le reclama al Estado que prodigue el aborto libre y gratuito ya, que dé permiso de morir a los fetos sin chance de vida, que verifique la singularidad de los abortos pobres, que se proclame santamente laico, que respete el cuerpo mío, que permi- ta al menos la libre interpretación de la puntuación en el artículo..., que trace la distinción entre un montón de células y el niño por nacer. En fin, que sancione los modos correctos de crear más vida y de no crearla. Y no es que pretendamos ignorar al Estado como interlocutor, sino proble- matizar ese diálogo para no cederle hasta “el privilegio de la apropiación incorrecta [misappropriation].” Privilegio político por excelencia el de reinterpretar porque justamente no hay significados para siempre fijos ni siquiera en la aplicación de la ley más pro- gresista y consensuada. Es así que las memorias seguirán errando inquietas pese al requiem oficial y los cuerpos pulularán diversos y alegremente indiferentes a la permisividad estatal.
Más ambiciosamente quisiéramos superar el idilio teórico que solemos
mantener con propuestas como las de Butler y darnos a pensar performances transformadoras y estrategias de reinterpretación efectivas. Algo de eso suena en la Asamblea.... Multiplicar las lecturas del famoso artículo para provocar la excep- ción por sobre las prohibiciones. De paso evidenciando la cara productiva de la ley como tantas veces hemos leído en Foucault. Profanar el concepto de “riesgo de vida de la madre“ repensando riesgo, oponiendo vida a la idea de salud para des- pués denunciar que forzar la maternidad no es vida ni es salud, así como tampoco ser madre es sinónimo de ser mujer. Penetrar la corporación médica, desarticular sus discursos de poder sobre los cuerpos, analizar las marcas del sexismo en la ginecología, la obstetricia y la simpática pediatría, quitar a las técnicas su mentiro- sa neutralidad. Intervenir sobre la opinión pública y todas las publicidades con enunciados revulsivos sí pero también con ironías, parodias y todas las poderosas maneras que tiene el lenguaje para el humor. Copiar algo del empeño fanático de la Iglesia Católica en su afán de universalidar diez mandamientos y algunos pocos sacramentos, ridiculizar su impracticable sexualidad recordándoles la proliferación de pecados que ellos mismos cometen y confiesan, descreer del laicismo de las leyes, disputarles la voz en los plenarios donde sus cuadros entrenados transfor- man las conclusiones en oración.
Es mucho trabajo y sería deseable que no se asuma con resignación. Esto
es: si no logramos ganar la consigna máxima optemos por las pequeñeces y los detalles. Al contrario, es preciso darle chance con toda dedicación a esas grietas y desplazamientos que fácilmente suscribimos en la teoría y tan difíciles nos pare- cen en la práctica. Laura Fernández Cordero