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La mujer en la Edad Contemporánea.

El siglo XIX: entre


la oscuridad y la esperanza.

Los cambios que se produjeron en el ámbito ideológico -con la Ilustración-, en el


económico -con el crecimiento del siglo XVIII- y en el social -con la configuración de la
sociedad de clases- anunciaron una fase de profundas transformaciones en la nueva época
contemporánea. En el campo económico, Europa vivió, a lo largo de la primera mitad del
siglo XIX, una revolución que cambió su organización social y política: la revolución
industrial. La primera revolución industrial se produjo en Inglaterra, país precursor, y,
posteriormente, su influencia se extendió por el continente -Francia, Prusia, Norte de Italia,
Bélgica y otros países europeos-, así como fuera de Europa, en los Estados Unidos de
América y en Japón. Transformaciones en diversos campos incidieron en la vida del
hombre y de la mujer de esta época: una revolución demográfica, en la agricultura, en el
transporte, en el comercio y, finalmente, una revolución también en la tecnología,
posibilitaron el paso de la manufactura a la fabrica moderna. Estos cambios fueron
acompañados por otros en el campo político, las revoluciones burguesas, que permitieron a
la burguesía hacerse con el poder, limitar el poder de la monarquía, especialmente en la
Europa occidental, y abolir las trabas feudales que impedían el desarrollo del capitalismo.
Dos fueron las revoluciones que a finales del siglo XVIII abrieron el proceso: la americana
y la francesa. Ambas coincidieron en reclamar libertad, igualdad y propiedad, principios
fundamentales de la sociedad burguesa.

La mujer burguesa se convirtió en la reina del hogar y su poder se extendió a sus hijos y su
marido. Este cuadro de Edgar Degas refleja bien ese importante papel.

A partir de la Revolucion Francesa, las mujeres comenzaron públicamente su actividad


política y reclamaron derechos políticos y legales, tales como el divorcio, el derecho a
recibir una educación completa y adecuada, etc. Con las revoluciones de los años 1830 y
1848, la actividad revolucionaria de las mujeres francesas se reactivó, después del
paréntesis de la Restauración. Sin embargo, hasta después de 1848 el feminismo no
adquirió una nueva fuerza, cubriendo dos campos de lucha: por un lado, la acción política y
la difusión de las ideas, por otro, la lucha por las mejoras salariales y las condiciones de
trabajo, imbricándose con el movimiento socialista.

La revolución industrial y la mujer


Es interesante preguntarnos de qué manera la revolución industrial afectó a la condición
social de la mujer, y comprobar si la industrialización significó una ruptura con su situación
anterior. Para responder a estas cuestiones, debemos tener en cuenta que las mujeres que se
incorporaron al trabajo industrial, durante el siglo XIX, eran una minoría dentro del
conjunto de la población femenina global. Las mujeres no participaron en masa en la
producción industrial, con excepción de las trabajadoras de las fábricas textiles. En Gran
Bretaña, a mediados del siglo XIX, se calculaba un porcentaje de un 25 por 100 de
asalariadas sobre el total de la población femenina. EI porcentaje era parecido en Francia e
Italia. Hacia principios del siglo XX, el numero aumentó ligeramente. ¿En qué sectores
estaban ocupadas las trabajadoras asalariadas? La mayoría de ellas se dedicaban al servicio
doméstico, la confección de vestidos y la industria textil, incluso en Inglaterra, el país
precursor de la revolución industrial, el servicio doméstico era el sector que daba mayor
ocupación a las mujeres de las clases populares. La industria textil algodonera aumentó la
producción con la introducción y difusión de la máquina de vapor. Los empresarios vieron
que era más competitivo agrupar a los trabajadores y concentrar toda la maquinaria en un
mismo lugar. Par tanto, la fábrica supuso el final del trabajo a domicilio que venían
realizando numerosas familias campesinas. La transición no fue sencilla y la familia
campesina se resistió a abandonar el campo para ir a vivir a la ciudad. En algunos casos, la
industria domiciliaria pudo mantenerse. Par ejemplo, la industria del lino francesa, a
principios del siglo XIX, daba ocupación a 43.000 hiladoras dispersas. Hacia 1834
quedaban todavía 30.000, ya que la fábrica producía un hilo de calidad muy inferior. Sin
embargo, aunque la decadencia de este tipo de producción era irreversible, su desaparición
fue gradual dependiendo de los sectores de la producción, las zonas donde estaba enclavada
y las distintas épocas en que se realizó la transición

En los inicios de la revolución industrial, el empresario permitía a los trabajadores contratar


a sus ayudantes y estos preferían escoger para ello a su familia y sus parientes próximos.
Así pues, la industrialización no deshizo de manera inmediata el grupo familiar como
unidad productiva.
A mediados del siglo XIX, aproximadamente un tercio de los nifios menores de quince
afios trabajaban en la agricultura, la industria y la mineria.
Si consideramos
que en esta estimacion no se incluyen ni el trabajo en la produccion familiar ni los trabajos
auxiliares para los obreros adultos, este
porcentaje estii
muy pOT debajo de la realidad. Hasta 1833 no existio una legislacion proteciOTa que
prohibiese el trabajo de nifios menores de ocho afios en las fiibricas textiles y de menores
de diez afios en las minas..

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