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Elegía a la Dulcera de Sociedad

¿Qué se habrá hecho la dulcera,


de la Esquina de Sociedad
Con su gorra de cocinera
y su esponjado delatar
y su azfate que por fuera
tenía tanto de vitral,
y que por dentro el gozo era,
de nuestra hambrienta capital,
con su torta tipo burrera
y sus tajadas de manjar
y sus esférico coquitos
que parecían de cristal?

¿Qué se habrá hecho la dulcera,


de la Esquina de Sociedad,
que se pasó la vida entera
junto al lugar donde estuviera,
en otro tiempo, el City Bank?
Brava, locuaz, dicharachera,
rica de pictoricidad,
fue, sin que nunca lo supiera,
un tipo de esos que le dan
a la ciudad, su verdadera
categoría de ciudad:
¡Rolliza estampa callejera,
de Dulcinea popular,
como mejor nunca se viera,
ni en la pintura de Lovera,
ni en los sainetes de Guinán!

¿Qué se habrá hecho la dulcera,


de la Esquina de Sociedad,
la que dejó tan hondas huellas,
en nuestro criollo paladar,
con las grandes tortas aquellas
de majestad episcopal,
tan parecidas a su dueña,
y que de haber podido hablar,
hablando como ella
un rudo inglés de Trinidad?

Aunque de más de una manera,


excepción hecha de su hablar,
más caraqueña y criolla era,
que las criollísimas chiveras
de la parroquia de San Juan;
de vez en cuando a las seseras;
se le subía Trinidad;
y de sus fibras patrioteras,
daba las muestras más severas,
no vendiéndole sino a
los estirados y corteses,
americanos medio ingleses,
del Royal Bank of Canadá.
Y una tarde, tarde cualquiera,
y procedente de la acera,
de la antigua universidad,
se presento una periquera,
de San Francisco a Sociedad.
Y, amenazada la dulcera,
de ser tumbada en la carrera,
que la arrollaba sin piedad,
no se movió de allí siquiera,
si no se irguió, grave y severa,
con la más alta dignidad
y en la británica bandera,
embojotó su humanidad.

¿Qué se habrá hecho la dulcera,


de la Esquina de Sociedad?
Yo no lo sé, más dondequiera
que se haya ido a refugiar,
sepa que aun queda un poeta,
tal vez el último juglar,
que dejaría su actual dieta,
que es casi toda de galleta,
de la más dura de mascar,
para que en alguna tarde quieta,
volver sus dulces a probar.
El Credo de Aquiles Nazoa
Creo en Pablo Neruda, Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra;
Creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones,
que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo,
pero que cada día resucita en el corazón de los hombres,
Creo en el amor y en el arte como vías hacia el disfrute de la vida perdurable,
Creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda
maravillosa,
Creo en la cualidad aérea del ser humano,
configurada en el recuerdo de Isadora Duncan abatiéndose
como una Purísima paloma herida bajo el cielo del mediterráneo;
Creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente
debajo de la almohada de mi niñez;
Creo en la fábula de Orfeo, creo en el sortilegio de la música,
yo que en las horas de mi angustia vi al conjuro de la Pavana de Fauré,
salir liberada y radiante de la dulce Eurídice del infierno de mi alma,
Creo en Rainer María Rilken héroe de la lucha del hombre por la belleza,
que sacarificó su vida por el acto de cortar una rosa para una mujer,
Creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia,
Creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar;
Creo en un barco esbelto y distantísimo
que salió hace un siglo al encuentro de la aurora;
su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles,
junto a sus sienes un resplandor de estrellas.
Creo en el perro de Ulises,
en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas,
en el loro de Robinson Crusoe.
Creo en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta,
el Beralfiro el caballo de Rolando,
y en las abejas que laboran en su colmena dentro del corazón de Martín Tinajero.
Creo en la amistad como el invento más bello del hombre,
Creo en los poderes creadores del pueblo,
Creo en la poesía y en fin,
Creo en mí mismo, puesto que sé que alguien me ama.

Aquiles Nazoa

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