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Pero no cabe duda de que el psicoanálisis ha ejercido una gran influencia sobre
el pensamiento educativo tan pronto se conocieron sus hallazgos —
principalmente a través, no de la aplicación directa de sus teorías a la
enseñanza, sino del hecho de que el psicoanálisis realiza un estudio de los
seres humanos, su desarrollo, las fuerzas internas de los mismos y sus
relaciones recíprocas. De esta manera, también ha sido capaz de arrojar luz
sobre los verdaderos elementos de los procesos del aprendizaje y la
enseñanza.
El propio Freud no conservó por mucho tiempo ideas que pudiesen justificar
tales medidas. Sus formulaciones posteriores referentes a las neurosis, sus
investigaciones sobre la estructura de la mente (el ello, el yo y el superyó), su
reconocimiento del papel de la agresión y sus opiniones últimas respecto de la
ansiedad, señalan claramente que la gratificación de instintos aceptada sin
tener en cuenta su naturaleza y la edad del niño, y la falta de orientación por
parte del maestro no pueden conducir a la salud mental. Todavía encontramos
padres o educadores que tratan de obrar de acuerdo con estos supuestos. La
idea de que es mejor dejar solo al niño en edad escolar, pues él sabe lo que
necesita, y la intervención de los mayores sólo le ocasionará daños, se ha
vuelto anticuada. Dicha idea fue expresada una vez en la historia del visitador
de una escuela de este tipo quien, al preguntar a los niños cuál era su
ocupación más absorbente, obtuvo la respuesta: "Diviértete y desarróllate".
La tarea del educador requiere una lenta modificación, no una supresión brusca
o una falta total de apoyo.
También en la educación —así como en el cuidado del niño— los hallazgos del
psicoanálisis han sido reconocidos en los documentos de carácter oficial. La
medida del avance de este punto de vista durante las últimas décadas se
puede ver claramente en publicaciones tales como el Informe de la Comisión
Consultiva sobre las Escuelas Primarias, editado por la Junta de Educación en
1939, y en todas las recomendaciones para los maestros editadas por el
Ministerio de Educación a partir de aquella fecha. Tengo presente, en especial,
el reciente informe acerca de la inadaptación6.
Libertad de expresión, actividad y creatividad son los conceptos sobre los que
se basan dichas recomendaciones. Cada una de estas palabras se refiere a la
existencia de fuerzas dentro del niño. Se considera que la tarea del maestro
consiste en suministrar un marco dentro del cual éstas puedan hallar expresión
y ser utilizadas en el proceso de desarrollo de la personalidad en su conjunto, y
en adquirir un conocimiento acerca del mundo exterior.
Es muy sabido que el niño reacciona ante el maestro como si éste fuera un
sustituto parental. El beneficio que el niño obtiene durante su adaptación a la
realidad reside en el hecho de que el maestro no se comporta como una figura
parental, no lo trata con intensa emoción, pero satisface sus requerimientos de
nuevas y distintas manera, más alejadas de sus primitivas necesidades. El
maestro permite al niño sustituir estas necesidades por nuevas satisfacciones
al brindarle oportunidades para conocer y dominar cada vez más cosas a su
alrededor. El maestro que por su personalidad y conducta se presta al papel de
una ideal o temida figura parental, que evoca emociones intensas, revive
conflictos anteriores justo en el momento en que el escolar necesita
desprenderse de los mismos y dirigirse hacia el mundo exterior. El maestro
puede abrir el camino del trabajo y el conocimiento si siente el deseo del
alumno de que le dé muestras de valorarlo a él y a sus esfuerzos, y si responde
a la expectativa del niño de que es capaz de ocuparse de sus necesidades
gracias a la capacidad y prontitud para dar tanto amor como conocimiento. O
bien puede bloquear el camino suscitando en el niño miedo y odio de él, y, a
causa de esto, del conocimiento que esperaba adquirir.
Freud da un ejemplo del modo en que la conducta agresiva de un maestro hizo
revivir en un niño un terror primitivo de ser atacado y dañado, en su estudio
"Acerca de la historia de una neurosis infantil"8 (más conocida por el Hombre-
lobo). Como resultado de esta experiencia, se inhibió la capacidad del niño
para aprender lo que el maestro estaba enseñando. Súbitamente volvió a
aparecer el terror a los lobos de su primera infancia, y el hecho de que el
maestro se llamase Lobo no tuvo repercusiones muy favorables en este caso.
Si bien existen diferencias básicas entre la relación del niño con su maestro y
del paciente con su analista, la situación analítica ha suministrado una valiosa
comprensión a la situación educacional. En su obra clínica Freud descubrió que
una relación se desarrolla invariablemente entre el paciente y el analista en la
cual aquél experimenta y manifiesta sentimientos acerca del analista y
construye fantasías sobre él, a quien transfiere dichas fantasías procedentes de
sus padres y otros miembros de su círculo familiar; o bien el paciente puede
ver en su analista ciertos aspectos de su propia personalidad que ha
proyectado sobre aquél.
Se ha descubierto que los niños progresan cuando se les permite elegir entre
diversos platos. La tarea de la madre, a partir del segundo año en adelante, ya
no consiste en decidir exactamente lo que el niño ha de ingerir en cada
comida, y obligarlo a ello. Su tarea se limita ahora a ofrecer una selección
razonable de alimentos agradables, eliminando lo decididamente nocivo e
indigesto, y a dejar que el niño disponga de los mismos según su apetito y
habilidad manual. Tampoco el maestro moderno necesita ya sentir que el
conocimiento ha de ser "introducido" en el alumno. Aprende a contar con la
sed de conocimientos del niño. Está aprendiendo, como tantas madres, que si
le brinda una serie de oportunidades, el niño "admite" gustoso lo que anhela, y
que de poco vale suministrarle "alimentos" que no le atraen. Pero necesita la
aprobación del maestro y de sus padres, durante un largo tiempo, para esta
realización.
Las fantasías inconscientes que se hallan detrás de estos dos sentimientos nos
resultan bien conocidas a través de nuestro trato con madres. Para algunas,
amamantar resulta una experiencia que debilita; sienten que el niño las está
vaciando. Otras obtienen mucha satisfacción, no por disponer de más leche,
sino porque han elaborado en sus mentes una imagen de sí mismas según la
cual son fuertes y capaces de dar fuerza a los demás, sintiéndose por ello
enriquecidas y no empobrecidas.