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Fortalezas y Debilidades de la

Presidencia de
Arturo Illia
Prof. Romina Soledad Bada
Introducción

Está claro de que la presidencia de Arturo Illia duró treinta y tres meses, es decir,
del 12 de octubre de 1963 al 28 de junio de 1966. Ese lapso, a pesar de ser breve, sin
embargo, resultó suficiente para definir un estilo político propio dentro de la
convulsionada década.
No obstante, Arturo Illia, uno de los gobernadores mas atacados por el amplio
espectro de la oposición a su gobierno, fue revalorizado cuando los argentinos, cansados
de los excesos de las autocracias de turno, comprendieron las ventajas de los principios
democráticos para la convivencia política.
La forma en el que el radicalismo del Pueblo alcanzó la presidencia de la
República no fue un modelo de participación popular: el peronismo, la fuerza
mayoritaria, se encontraba proscripto en escala nacional y sólo pudo presentarse para
cargos ejecutivos en algunas provincias. De todas maneras, a lo largo de su mandato,
Illia fue dando pruebas de su decisión de revertir el vicio electoral de origen que
afectaba su investidura, pero el justicialismo jamás le perdonó, como mencionan
algunos autores, ese pecado original. Por eso la historia del periodo especificado es
también la crónica de desencuentros entre dos partidos populares y de una disputa que
en definitiva favoreció la reinstalación del poder militar en Argentina.

Fortalezas y Debilidades del gobierno de Arturo Illia

La llegada de Illia al poder

El 7 de julio de 1963 se dieron las elecciones y en ella Arturo Illia había triunfado.
Por primera vez desde 1928 el histórico radicalismo obtenía la primera minoría. Pero
aunque el triunfo era de Illia, el mapa electoral no quedaba claro. Para ser consagrado
presidente, Illia necesitaba 239 votos en el Colegio Electoral y sólo contaba con 168
electores. En el Congreso, los radicales del Pueblo (UCRP) tendrían 71 diputados,
mientras que los alendistas y frondicistas en conjunto disponían de 45 bancas, UDELPA
18, los demoprogresistas 13, los conservadores 18 y una veintena los restantes sectores.
Teniendo en cuenta ese panorama, resulta evidente que los resultados electorales
anticipaban las dificultades que debería enfrentar el futuro presidente: una permanente
negociación y un limitado territorio para moverse.
Pese a esto, fueron muy activas las gestiones que se desarrollaron hasta la fecha
de la reunión en el Colegio Electoral: se buscó el apoyo de los electores alendistas para
Aramburu como una solución de estabilidad para el nuevo gobierno. Pero la tradición
democrática del país privó en la decisión de segundo grado: democristianos, socialistas
democráticos, conservadores, partidos provinciales y fuerzas neoperonistas dieron
espontáneamente sus sufragios a Arturo Illia y Carlos H. Perette.
Los meses que siguieron hasta el 12 de octubre fueron pacíficos, distendidos hasta
optimistas. Un año atrás, se estaba pendiente de los enfrentamientos armados de azules
y colorados. En cambio ahora los comentarios se deslizaban en torno al futuro gabinete
de Illia.
Con prudencia Illia impregnó el ambiente de una sensación de seguridad, hay que
recordar que era un viejo partido el que se haría cargo del poder, no una coalición
circunstancial. Illia no debía votos a nadie y su personalidad, al principio, no ofrecía
flancos vulnerables a la crítica. Pero, a pesar de todo, nadie podía olvidar la
circunstancia de que el presidente subía al poder mediante un 25 % de los sufragios, es

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decir, que solo uno de cada cuatro ciudadanos había votado por él y esto, me parece, no
era una predicción felíz para su gestión.
Illia se manejó con cautela en la elección de los ministros que iban a integrar su
gabinete. Acudió para ello a personalidades destacadas de las principales líneas internas
del radicalismo. Decisión ésta que sorprendió al pueblo argentino por el simple hecho
de que el elenco destinado a acompañarle tuviera un signo cerradamente partidario. Sin
embargo, esa modalidad era explicable porque Illia se movió siempre dentro del ámbito
radical y no confiaba en apoyos fuera de su partido. Pero el país desde 1955 se había
acostumbrado a ver en los distintos gobiernos a expresiones de pensamientos diferentes
y a muchos les pareció demasiado exclusivista el criterio seguido por el presidente en la
integración de sus colaboradores; Juan Palmero en Interior, Eugenio Blanco en
Economía, Zavala Ortiz en Relaciones Exteriores y Carlos Alconada Aramburu en
Educación, eran los más destacados. Siguieron siendo comandantes en jefes de sus
respectivas armas, el General Onganía, el Admirante Varela y el Brigadier Armanini,
quienes dependían, en teoría, de sus secretarios, y éstos, a su vez, del Ministro de
Defensa Leopoldo Súarez. En los hechos, tal como había quedado evidenciado durante
la gestión de Frondizi y el interregno de Guido, los que mandaban realmente en sus
fuerzas eran los comandantes. Según Robert Potash “la decisión del presidente Illia de
conservar al General Onganía y de no hacer cambios en el alto mando reflejaba su
filosofía general de que la política partidaria debía jugar un papel limitado en la relación
de la presidencia con las otras instituciones. Al negarse a intervenir en el manejo de las
Fuerzas Armadas, sentía que estaba demostrando respeto por su autonomía, así como su
decisión de no reemplazar a los miembros de la Suprema Corte mostraba respeto por su
independencia. Y esperaba que ese respeto fuera recíproco”. (Potash, R.: 1994). Cosa
que posteriormente no sucedió, producto de malentendidos constantes entre el
presidente y las Fuerzas Armadas.
En cuanto a la conducción económica, además del ministro Blanco, actuaban un
grupo de jóvenes técnicos salidos de las filas radicales, entre los cuales se encontraban
Roque Carranza, Félix Elizalde, Bernardo Grinspun, Alfredo Concepción y Carlos
Tudero. El jefe del partido seguía siendo Balbín y a pesar de la situación extraña que
esto generaba y de la declaración de muchos observadores sobre roces y rupturas entre
el presidente de la nación y presidente de la UCRP, Balbín siguió siendo leal a Illia y lo
apoyó en todo momento, actuando con la necesaria discreción como para no dar la
sensación de un doble manejo de la política.
También hay que tener en cuenta que el radicalismo había ganado en trece
provincias, la única netamente peronista era el Chaco con Felipe Bittel, tres provincias
eran conservadoras: Mendoza con Francisco Gabrielli, Corrientes con Diego Díaz
Colodrero y San Luis con Santiago Besso; y había dos provincias donde habían ganado
caudillos que en el pasado fueron frondicistas pero que, en vista de los enfrentamientos
internos de la UCRI, prefirieron afrontar la lucha en sus distritos de manera
independiente: Jujuy con Horacio Guzmán, la Pampa con Ismael Amit y el bloquismo
con Leopoldo Bravo había triunfado en San Juan.
Como se puede observar, el mapa electoral era variado y colorido, cuya misma
pluralidad obligaba a transacciones y convivencias, tal como ocurría en el seno del
Congreso. Así, el panorama político era moderadamente alentador en cuanto a la
progresiva afirmación de una democracia cuyo origen electoral era cuestionable, pero
que en su evolución futura podía ir salvándolo y mejorándolo.
Esta perspectiva se contrapesaba con un factor negativo que afectaba al nuevo
elenco oficial: su inexperiencia en el gobierno. Hacía treinta tres años que el radicalismo
no tenía responsabilidades de poder. Dicha inexperiencia, y tal como ocurrió con los

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equipos de Frondizi en 1958, colocaba a los nuevos gobernantes en un ámbito un tanto
irreal, donde la ideología y las consignas partidarias tenían más gravitación que las
exigencias concretas de la realidad del país. Y aunque el radicalismo nunca fue una
fuerza dogmática, aquella inexperiencia de gobierno podía traducirse en una actitud
ingenua o simplista frente al manejo de la cosa pública, que en algún caso limite podía
llevar a los mandatarios a situaciones peligrosas.
Sin embargo, el mayor problema residía en la sociedad argentina. Una gran
proporción de sus integrantes descreía de la democracia después de haberla visto
naufragar entre planteos militares, proscripciones y anulaciones de comicios, y en
consecuencia miraba sin fervor y mas bien con escepticismo a una autoridad civil sobre
la cual pendía tácticamente el poder militar. Muchos pensaban que era necesaria una
mano firme que manejara el Estado y, frente a esa supuesta necesidad, de poco valían
los recuperados instrumentos republicanos.
Por otra parte, la división entre peronistas y antiperonistas seguía marcando la
vida de la sociedad: “era como una cicatriz nunca del todo cerrada, a punto de abrirse
nuevamente y contaminar con su supuración todo el organismo social”. (Luna, F: 1992).
Todas estas situaciones adversas mencionadas con anterioridad sirvió para
destacar el papel del Congreso Nacional, y obligó a unos y otros a negociar y dialogar,
sin que estas alternativas impidieran en absoluto la aprobación de leyes tan importantes
como las relativas al campo laboral.
Sin embargo, lo verdaderamente negativo de esto era que alimentaba la
impaciencia de los sectores golpistas. En efecto, la tortuga (como lo llamaban los
diferentes medios de comunicación y la oposición) se convirtió en un símbolo de
inmovilismo del presidente, y esta imagen desvalorizó la actuación del gobierno en las
áreas económicas, diplomática, laboral, etc. Desvalorizó también el estilo del presidente
Illia, llano y cordial, con esa sencillez propia de los argentinos del interior, pocos
apresurados pero seguros de si mismos e indiferentes a valores prestados.
De todos modos, Illia recibió tantas críticas de la oposición por su estilo demorado
como las que mereció Frondizi en su momento porque era excesivamente apresurado en
sus decisiones y actuaciones. Uno y otro mandatario, cada cual a su modo,
representaban intentos de encauzar la vida constitucional del país, y esto era
precisamente lo que los intereses más retrógrados deseaban impedir, porque para ellos la
democracia era un obstáculo para remover.
Desde que asumió la presidencia, Illia empezó a aplicar su proyecto:
revitalización de la economía, actualización de la legislación laboral, democratización
del sistema político, énfasis en la educación y respeto de las libertades públicas eran sus
prioridades en el gobierno. Pero claro para convertirlas en realidad hacía falta tiempo,
elemento que en gran parte del país político no estaba dispuesto a concederle.
En el plano económico, los radicales heredaron una situación económica muy
comprometida, caracterizada por el déficit fiscal, deudas con los proveedores, salarios
estatales impagos y una considerable deuda externa, además de la legislación laboral
que reclamaba contra la desocupación y el alza del costo de vida.
En primer término, el gobierno adoptó una decisión de estricta justicia: el
restablecimiento del pago regular de pensiones y saldos estatales, que había sido
alterado el año anterior durante el ministerio de Alsogaray. También se dio la anulación
de los contratos petroleros suscritos por YPF con trece compañías extranjeras entre el 1
de mayo de 1958 y el 12 de octubre de 1963. Con esto se trató de dar cumplimiento a
una promesa de la campaña electoral y a la crítica permanente formulada por la UCRP
contra la política petrolera de Frondizi.

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Antonio Castello relata en su libro La Democracia Inestable los entretelones de
esa anulación, fundamentada jurídicamente por el ministro Alconada: “el gobierno
propiciaba la renegociación jurídica de los contratos en términos más favorables que los
obtenidos anteriormente. Facundo Suárez, presidente de YPF, estaba interesado en no
romper relaciones con las empresas afectadas, pero existía el fundado temor de que no
sólo los intereses privados sino también el gobierno de los Estados Unidos adoptarían
represalias contra los argentinos”. (Castello, A.: 1986).
A poco de conocerse la noticia, el embajador norteamericano visitó a Illia en
Olivos para comunicarle que su país suprimiría toda ayuda financiera a la Argentina.
Días después Illia tuvo la oportunidad de explicar al enviado norteamericano de
Kennedy, Averell Harriman, los motivos políticos de la anulación en términos que
merecieron un eco favorable: el propio Kennedy dijo a los periodistas que la decisión
era “un acto de soberanía económica ejercida por el gobierno argentino, y si éste
reembolsaba la justa inversión, el asunto estaría terminado”. (Escudero, S.: 1983).
Este fue sin duda el episodio más notable que en materia económica tuvo lugar en
1963. Durante el resto de ese año y en el curso del siguiente, el gobierno radical procuró
calmar la economía argentina, evitando contraer nuevas deudas en el exterior y
postergando la realización de grandes obras públicas –como el túnel subfluvial- a fin de
aliviar el balance de pagos. Para reactivar la economía luego de la seguidilla de
devaluaciones dispuestas durante el gobierno de Guido, se dieron facilidades a los
industriales para que retiraran la costosa maquinaria que se estaba acumulando en el
puerto y que no se podía retirar a causa de las dificultades cambiarias. Otro problema
que debió afrontar el Banco Central fue que en el periodo anterior se habían importados
bienes de capital sin planes de prioridad, y esto había comprometido la situación del
sector bancario: el banco de la Nación había otorgado créditos por encima de la
capacidad de endeudamiento de las empresas.
“todo el sistema estaba entrampado” explicó Félix Ezialde. Para salir de esa
parálisis se aplicaron recursos graduales que iban desde controles de precios selectivos,
para evitar el aumento del costo de vida, hasta devaluaciones parciales que favorecían
las exportaciones. No hubo empeño en disminuir el déficit fiscal, agravado por el pago
regular de los sueldos estatales y de las pensiones. Disminuir el déficit hubiera
significado un empeoramiento del nivel de vida de los trabajadores y el estancamiento
de la inversión estatal. El gobierno constitucional no podía permitirse tal actitud y llevó
a cabo una política de redistribución del ingreso comparable a los de los gobiernos
peronistas.
No obstante a las críticas que formulaban los sectores empresariales, que
sostenían que el radicalismo reeditaba los errores del peronismo y que era imposible
sostener esa política económica, el PBN (producto bruto nacional) aumentó
considerablemente, aunque la inversión interna bruta como porcentaje del producto
bruto interno decreció bastante, como consecuencia de la desconfianza de los sectores
empresariales hacia el gobierno radical.
Finalmente otra medida del gobierno a destacar fue en el ámbito de salud pública
en donde se buscó el análisis de la composición y los costos de los medicamentos
preparados por los laboratorios internacionales. “Para ello se nombró una Comisión
presidida por un profesor de Farmacología, de la Universidad de Buenos Aires, para
estudiar la calidad de los medicamentos, y otra Comisión experta en costo para estudiar
los costos de los medicamentos” (Escudero, S.: 1983). El estudio, a cargo de expertos,
resultó muy difícil, pues los laboratorios presentaron al gobierno libros que no eran los
auténticos, y los empleados de la DGI debieron hacer una revisión de los costos
declarados. “Cuando se empezó a estudiar la calidad del medicamentos, resultaba que

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mucho de los ingredientes y de las drogas que debía contener el medicamento no lo
contenía; es decir, que eran medicamentos fraguados (...) y cuando se analizaron los
costos se determinó una desmesura tremenda, en una parte el medicamento no contenía
lo que tenía que contener y por otra el precio del medicamento era verdaderamente
superior al costo de producción.” (Ibidem).
Posteriormente, un proyecto de ley enviado por el Poder Ejecutivo al Congreso
dispuso que se congelara el precio de los medicamentos mientras proseguía la
investigación. En consecuencia, se generó protestas de los laboratorios afectados, los
cuales, por otra parte, demostraban el envío de las declaraciones juradas con la
interpretación de los costos y de la calidad de los medicamentos que producía. Esos
laboratorios sostuvieron que “el gobierno era dirigista y se entrometía en la elaboración
de estos específicos donde ellos eran verdaderos expertos” (Ibidem).
De todas maneras, la congelación de precios de los medicamentos continuó hasta
la caída del gobierno de Illia, pues de allí en adelante el General Onganía decretó el
precio libre para los medicamentos.

La ofensiva de la CGT

En enero de 1963 la central obrera había sido reorganizada legalmente por


primera vez desde la revolución de 1955. Distintas corrientes estaban representadas en
el nuevo cuerpo directivo de la entidad, pues el dirigente peronista José Alonso (textil)
ocupaba la secretaría general mientras el independiente Riego Ribas (gráfico)
desempeñaba la secretaría adjunta. Una figura de peso creciente en el movimiento
obrero fue la del metalúrgico Augusto Timoteo Vandor “hombre fuerte de las 62
Organizaciones peronistas y exponente típico del moderno estilo gremialista”. (Luna, F:
1992).
El retorno a la constitución planteó a los dirigentes obrero un dilema ¿debían
cooperar con el nuevo gobierno, cuyo proyecto económico coincidía con las
aspiraciones de la CGT? O por el contrario ¿era oportuno combatir al oficialismo
haciendo hincapié en la difícil situación social y en la relativa legalidad de su origen? Si
se adoptaba la primera decisión se debía desacelerar la ola de reclamos; y se optaba por
la segunda, había que intensificar la lucha.
Finalmente la CGT se inclinó por lanzar su “Plan de Lucha” con argumentos de
que la clase trabajadora se encontraba en una posición más difícil que en años
anteriores. La afirmación resulta sorprendente si se tiene en cuenta que entre el
derrocamiento de Frondizi y el 12 de octubre de 1963 ocuparon la cartera de la
economía figuras tales como Jorge Wehbe, Delfino, Alsogaray, Federico Pineido y José
Martínez de Hoz, exponentes todos ellos de la derecha liberal. Se trató sin duda de un
argumento de carácter político que buscaba jaquear al gobierno, extraerle concesiones y
eventualmente demostrar la ingobernabilidad del sistema sin la vuelta de Perón, y
quizás, también, la imposibilidad de gobernar dentro del régimen democrático de
partidos.
El 5 de diciembre fue la fecha fijada para el primer paro general. El día anterior
Alonso visitó al presidente y le entregó un petitorio de 15 puntos entre los que figuraban
el ajuste de sueldos y salarios de acuerdo con el costo de vida, la reactivación
económica, la ruptura de relaciones con el FMI, la participación activa de los
trabajadores en la administración de empresas estatales y la eliminación de la
desocupación y el desempleo.
La respuesta del gobierno a los reclamos obreros no se hizo esperar: entre los
primeros proyectos enviados al congreso se incluyó el de la Ley de Abastecimiento que

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implicaba la creación de un Consejo Nacional de Abastecimiento, con participación en
el gobierno de los productores y la CGT.
Entre tanto, se luchaba intensamente por el poder en la central obrera. Vandor era
la figura más fuerte del gremialismo peronista, pero además representaba a los
metalúrgicos, cuyo poderío era resultante de la política económica de los últimos años.
Entre sus planes figuraba la afirmación de un peronismo sin Perón, y desde luego el
enfrentamiento permanente con el gobierno. José Alonso, en cambio, representaba a los
trabajadores de la industria textil, que era propiedad de empresarios nacionales, y otro
tanto ocurría con Framini, el mas duro de la resistencia del peronismo gremial.
La segunda etapa del Plan de Lucha se puso en marcha en mayo de 1964, a pesar
de que estaba prevista la discusión en el Congreso de la ley de salario mínimo, vital y
móvil (una de las aspiraciones de la CGT), y otra legislación interesante como la
anulación de leyes represivas y la proyección de una amnistía para los presos políticos.
La tercera etapa del Plan de Lucha, aprobada en el mes de junio, apelaba a la
movilización general de los trabajadores en todo el país mediante la realización de
cabildos abiertos con participación del peronismo, de otras agrupaciones políticas, etc.
La agitación concluiría con una marcha nacional con concentración frente a la Casa
Rosada. Con la firma de Framini, de Antonio Scipione (ferroviario), de Hugo
Barrionuevo (fideero) y de Eustaquio Tolosa (portuario), se facultaba al secretario de la
CGT para apelar a otras medidas, que llegarían inclusive a la ocupación de los centros
de venta y producción de alimentos para ser entregados al pueblo a bajo costo.
Pero se estaba yendo demasiados lejos en la política de enfrentamiento con el
gobierno y los gremio independientes dieron un paso al costado: Ribas, Almozni y
March se alejaron de sus cargos. En consecuencia, la continuación del Plan hubo de
postergarse, y cuando se lanzó la nueva tanda de paros en el mes de diciembre, el apoyo
de los trabajadores resultó limitado, y el efecto de las huelgas se localizó en los sectores
netamente industriales. “Es evidente aquí el inicio del declive del vandorismo que
comenzaba a desintegrarse hasta alcanzar el grado de compromiso y de descomposición
que luego vivió”. (Calello, O. y Parcero, D.: 1984).

Con el “Operativo Retorno”, culminó toda esta serie de hechos que tiñeron de
dramatismo los años 63-64. Pero, igualmente los problemas continuaron: el 5 de agosto
murió el ministro Blanco que fue luego reemplazado por el diputado Juan Carlos
Pugliese. El día 6 el comandante del Ejército, el General Onganía, pronunció en West
Point un discurso muy significativo que, según Potash, expresó una filosofía general
que llamaba a las Fuerzas Armadas a apoyar a los gobiernos democráticos, mientras se
reservaban el derecho de derrocar un régimen que considerasen despótico. (Potash, R.:
1994) y el 14 se produjo un atentado contra Frondizi. Los desarrollistas del MIR (ex
UCRI) atribuyeron el atentado al gobierno y no admitieron que la autoría se la
adjudicara un grupo peronista. Además, mientras denunciaba el atentado en el
Congreso, murió el diputado Fernando Pirágine Niveyro, jefe de la banca del MIR (que
por esa época cambia su denominación por la de Movimiento de Integración y
Desarrollo).
Asimismo, algunos brotes subversivos se descubrieron luego de la explosión
ocurrida en un edificio de la calle Posadas en Capital Federal. También se alteró la
calma existente en los gobiernos provinciales, y debido a los graves conflictos que
habían estallado en Jujuy entre el gobernador Guzmán y la legislatura, fue preciso que
el Poder Ejecutivo Nacional dispusiese la intervención federal para liquidar la pugna
entre poderes de esa provincia.

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Con el propósito de remontar esos acontecimientos negativos, el nuevo ministro
de economía aceleró la elaboración del Plan Nacional de Desarrollo presentado el 2 de
octubre, y en cuya preparación se había destacado la capacidad del ingeniero Carranza,
secretario general de CONADE. Ese plan, que respondía a la orientación cepalista,
proponía un crecimiento económico sostenido por 5 años, que elevaría el nivel de vida
de los trabajadores mediante la reactivación industrial. Pero el plan sólo suscito críticas,
especialmente del sector frondicista y del ingeniero Álvaro Alsogaray, quién empezó a
dirigirse mensualmente a la opinión pública por la televisión para exponer los errores
del gobierno.
Otro problema que enfrentó el gobierno radical derivó de la interna partidaria y de
los conflictos que ésta generaba en algunas provincias, como Santa Cruz y Catamarca.
Pero la principal dificultad estuvo relacionada con el lanzamiento de la campaña pro
retorno de Perón.
En efecto, después de una reunión en Madrid de Perón y Vandor en agosto, se dio
a conocer un comunicado que hacía referencia al regreso de Perón como un factor de
unidad y pacificación de los argentinos.
El tema del retorno de Perón se convirtió en el asunto obligado de todos los
análisis políticos, desde las caricaturas sobre el avión negro que traería de regreso al ex
mandatario, hasta los comunicados de las comisiones de adherentes a la Revolución
Libertadora y los homenajes renovados a los revolucionarios de 1955. Pocos tuvieron
en cuenta el hecho de que Perón estuviera en ese lapso concluyendo su mansión de
puerta de hierro, y que esto era también un síntoma de su decisión de instalarse
definitivamente al amparo del gobierno de Franco.
De la campaña pro retorno formó parte, entre otros sucesos, el recibimiento de los
peronistas al presidente de Francia Charles de Gaulle, que provocó enfrentamientos
entre militares y policías en el paseo Sobremonte de la capital cordobesa y en la
aristocrática Plaza Francia de Capital Federal.
Los rumores y las predicciones se confirmaron el 1 de diciembre, cuando se supo
que Perón, acompañado por Delia Parodi, Framini, Jorge Antonio y Vandor había
tomado en Madrid un vuelo de línea con destino a Buenos Aires. Mediante una
maniobra no muy elegante, la cancillería hizo que el gobierno de Brasil detuviera a
Perón en Río de Janeiro y lo obligara a regresar a España. Zavala Ortíz justificó
posteriormente ese recurso aludiendo a la amenaza de un golpe militar que se iba a
concretar si Perón regresaba a la Argentina. Pero en el propio peronismo el frustrado
retorno provocó algunos interrogantes que resume Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a
Rosendo?: ¿creyó Perón seriamente que el gobierno radical lo dejaría desembarcar?.
Encasillado por la perspectiva, demostró también que era un mito su temor a volver,
pero el saldo integral de la operación fue rescatado por el vandorismo: “Perón no
volverá”. (Walsh, R.: 1989).
Entre tanto el país se encaminaba hacia una nueva confrontación electoral que
disputaría en marzo de 1965 varios cargos de diputados nacionales. Estos comicios
constituían una prueba más para el gobierno. Se recordaba lo ocurrido en 1962 a la
UCRI, y en esta oportunidad se presentarían los candidatos justicialistas amparados por
la sigla de la Unión Popular.
Finalmente el triunfo se adjudicó a los justicialista con mayoría de votos. La
presencia peronista en el congreso se hizo numerosa: su representación pasaba de 8 a 52
legisladores. En cuanto al gobierno, la alarmante derrota electoral provocó una intensa
crítica interna que culpaba a la conducción balbinista, excesivamente conservadora y
antiperonista. Esta última característica resultó ratificada a fines de abril cuando los

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sucesos de Santo Domingo pusieron de manifiesto concepciones políticas encontradas
dentro del gobierno nacional.
Este encadenamiento de circunstancias impedía apreciar algunas realizaciones
positivas como la situación de balance de pagos que empezaba a se favorable a la
Argentina; se había logrado refinanciar la deuda externa. La oposición levantaba la
bandera de lucha contra la inflación, y en ese sentido el diputado Pugliese respondió a
las diversas críticas diciendo que el problema inflacionario lo heredaron. Esas palabras
y otras no menos sensatas emitidas desde los niveles oficiales, fueron desoídas o
ridiculizadas. El gobierno de Illia empezaba a quedar aislado, no tanto por la acción de
sus adversarios –los restantes partidos y la CGT-, sino por una sensación que existía en
la opinión pública y en las clases políticas: la idea era de que era indispensable un
cambio total de las estructuras de gobierno para llevar adelante un nuevo proyecto
nacional. El mito de una revolución modernizadora, que dejara atrás el anacronismo
aparentemente personificado en Illia, se abría paso en las mentes. Frente a esa nueva
ilusión argentina, poco podía hacer la prudente administración radical.

Conclusión

Para terminar, en principio diré que la presidencia de Arturo Illia fue corta pero
intensa, llena de idas y vueltas, de malentendidos y de una oposición poco dispuesta a
colaborar con el gobierno.
La presidencia de Illia tuvo fortalezas como el mejoramiento en la economía, el
actuar político del presidente, que al principio, generó una atmósfera de tranquilidad y
optimismo en la sociedad argentina, y sobre todo la constante negociación con los
demás actores y sectores políticos y sociales imperantes en esa época. Pero también
tuvo debilidades como las diferencias con algunos integrantes de las Fuerzas Armadas
que, en definitiva, llevó a que esta presidencia terminara con un golpe de Estado, los
reclamos de la CGT, las inestabilidades de las provincias del interior, la promulgación
de ciertas leyes que llevó al sector empresarial a estar del lado opositor y la posición de
los demás partidos y sectores opositores al gobierno que hicieron todo lo necesario para
que dicho presidente fracasara.
No obstante, Illia fue un hombre noble, sencillo, seguro de si mismo y para
algunos observadores, lento en sus decisiones. De allí surgió la denominación
peyorativa hacia él como una tortuga, caracterización ésta muy utilizada por la
oposición. Sin embargo, la actitud y el accionar de ese hombre del interior pudo superar
las constantes burlas y llevar al país a una situación quizás poco imaginada hasta ese
momento.

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Referencia Bibliográfica

- CALELLO, O. y Daniel PARCERO: De Vandor a Ubaldini. Vol. I. Centro Editor de


América Latina. Buenos Aires. 1984

- CASTELLO, A.: La democracia inestable. Ed. La Bastilla. Buenos Aires. 1986

- CRAWLEY, E.: Una casa dividida en Argentina 1880 – 1980. Ed. Alianza. Madrid
Buenos Aires. 1989

- ESCUDERO, S. (Comp.): Arturo Illia. Pensamiento y Acción. Ed. Justo Paez


Molina. Córdoba. 1982

- LUNA, F.: El regreso a la constitución 1955 – 1966. En: Historia de la Argentina.


Ed. Hyspamérica. Buenos Aires. 1992

- LUNA, F.: La democracia acosada 1955 – 1966. En: Historia de la Argentina. Ed.
Hyspamérica. Buenos Aires. 1992

- POTASH, R.: El Ejército y la Política en la Argentina 1963 – 1973. De la caída de


Frondizi a la restauración peronista. Primera Parte, 1962 – 1966. Ed.
Sudamericana. Buenos Aires. 1994

- QUIRÓS, C.: Balbin, un caudillo, un ideal. Ed. Abril. Buenos Aires. 1982

- WALSH, R.: ¿Quién mató a Rosendo?. CEAL. Buenos Aires. 1989

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