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Era jueves, el momento más esperado durante los últimos meses había llegado, lo supe
con seguridad cuando rompí aguas sobre las 16:30h. Después de unas contracciones
bastante fuertes y seguidas, y de empujar un rato porque el peque se había quedado por
las alturas y decía que no bajaba, llegó Iván Moisés a las 22:00 h. un 28 de octubre. Fue
la experiencia más maravillosa que hemos vivido jamás, y yo no me imaginaba lo que
se me venía encima.
A partir de las 5:00 se quedó mas tranquilo y nos dejó dormir hasta que vinieron con los
termómetros. Ya era un nuevo día, su primer día de vida, y estuvo muy, muy tranquilo.
Me lo fui poniendo al pecho a ratos durante todo ese día, pero seguía sin notar “el
enganche”; cuando vino el pediatra y lo examinó me dijo que el niño estaba muy bien,
me preguntó si había comido y le dije que aún no había conseguido que se enganchase,
me dijo que siguiese intentándolo, que me pondría en la historia que me diesen una
ayuda de biberón si yo lo pedía porsiacaso, y que esperaríamos a ver el peso al día
siguiente, si perdía mucho habría que darle biberón, también se lo llevaron unos
minutos para hacerle una analítica.
Por la tarde vino otro pediatra (supongo que el que correspondía por turno), dijo que
tenían que repetirle la analítica ya que habían salido los niveles de PCR algo alterados,
y otra vez se lo llevaron, el pobre se iba pareciendo a un colador y ya tenía dos morados
en las manitas. Insistió con el pecho, quería que le diésemos biberón, pero le dije que el
otro pediatra había dicho que esperásemos a mañana. A todo esto vinieron dándome
biberones yo no sé las veces, “porque lo ponía en la historia”.
La mala noticia
Yo estaba un poco agobiada con tanta visita, aunque intentaba parecer tranquila y feliz
tenía el “bajón de hormonas”, me inquietaba un poco intentar darle el pecho mientras la
gente estaba por allí. Por fin llegó la noche y nos quedamos tranquilos y solitos papá,
mamá y el peque, aunque nos duró poco la alegría, sobre la 1:00 am vino el pediatra con
una mala noticia, habían vuelto a salir aun más alterados los niveles de PCR y lo tenían
que ingresar por una “sospecha de infección” y darle antibióticos, y se lo tenían que
llevar en ese mismo momento. Yo me quería morir, odié en ese momento al pediatra
como nunca he odiado a nadie, al final después de explicármelo varias veces (las
últimas al verme llorar lo hizo más suave, diciéndome que era más a modo de
prevención ya que el niño parecía estar muy sano), comprendí que era lo mejor para mi
hijo, era un “porsiacaso”, más vale prevenir que curar.
Nos sugirió que subiese el papá con el niño y una vez lo hubiesen ingresado, me
acompañase a mí para ver donde estaba y como funcionaba Neonatos. El tiempo que
tardó en volver se me hizo eterno. Después de ver donde iba a estar mi pequeño me
quedé algo más tranquila. Una enfermera nos explicó como funcionaba el sitio, a las
horas que podíamos ir... la mamá cada 3 horas para darle pecho (a las 12, a las 3, a las 6,
a las 9, etc), y habían dos horas de visita al día en la que podíamos entrar el papá y la
mamá, y abrían las ventanas para que pudiesen verlos los familiares. También nos
enseñó el lactario y nos explicó como funcionaban los extractores para sacarme leche
por si me hacía falta, yo estaba abrumada con tantas cosas nuevas, tanto que aprender.
Me dijo que lo mejor sería que me fuese a descansar esa noche y volviese a las 9 de la
mañana para darle el pecho a Iván, durante la noche le darían biberones y lo atenderían
muy bien, así que eso hicimos aunque no sé cómo pude dormir.
La nueva situación
Ya era sábado, y a las 9 estaba yo allí para ver a mi peque y darle todo mi amor.
Durante todo ese día entré a todas las horas en las que podía entrar, y tuve que hacer
malabares para desayunar, comer, cenar y poder estar con Iván, (por los horarios del
hospital, que para estos casos están un poco desorganizados). Cada vez que iba a
neonatos nos hacían esperar un poco antes de entrar porque estaban cambiando a los
bebes y los oías a todos llorar, claro tenían hambre y encima “los estaban mareando”.
Yo ya conocía el llanto de Iván y se me rompía el corazón al escucharlo, me ponía
nerviosa si tardaban mucho en darnos luz verde, y me daban ganas de ir corriendo a
cogerlo y gritar: ¡qué le están haciendo!, y llevármelo de allí para siempre. Supongo
que eso sentirían todas las madres que esperaban pacientemente igual que yo ver a
nuestros pequeños retoños.
Luego estaba el otro lado, yo le ponía el pecho a Iván, pero seguía con la misma tónica
que el día anterior, no mamaba casi y se quedaba dormido, yo no sé qué poder
anestésico tenía para él. El caso es que seguía sin notar el dichoso “enganche” y veía
que pasaba el tiempo y no comía. No recuerdo muy bien cada momento de ese maldito
día, pero el caso es que al final, no sé muy bien cómo, terminé dándole un biberón
después del pecho cada vez que iba a verlo, a veces me lo ofrecían las enfermeras y a
veces se lo pedía yo. Además coincidió que aquel sábado se cambiaba la hora y me
dijeron que para no trastornarlas mucho, como tenían que ir retrasando los biberones
durante la noche para adaptarse al nuevo horario al día siguiente, mejor que no fuese a
las 12 de la noche y que volviese a las 9 del día siguiente.
La subida de la leche
Amaneció el domingo y yo tenía dos balones en vez de tetas, ya empezaban a dolerme y
también la espalda, cuando llegué a neonatos y me vio la enfermera me dijo que así no
conseguiría que Iván se enganchase, ya que era como intentar que un bebe con su poca
fuerza succionase de un globo muy hinchado, para él sería imposible. Me dieron
directamente biberón para que se lo diese y me aconsejaron que me sacase leche
primero con el extractor eléctrico para “vaciarme” un poco y así cuando bajase la
hinchazón pudiese engancharse mejor. Durante todo ese día estuve intentando
extraerme leche, probando diferentes extractores (o debería decir matapersonas), de los
que tienen en el hospital sin conseguir ningún resultado. Todo el mundo, enfermeras/os
y no, tenían un buen consejo para mi problema, probé de todo, agua caliente, peines,
masajes, no beber a penas líquidos, ya ni me acuerdo de todo lo que hice, pero no
conseguía ni una gota de leche, y para colmo aquellos dos balones seguían aumentando
de volumen a lo largo del día, y eso no era lo peor, lo peor era el dolor que seguía
creciendo también, ya no sabía si me dolían mas los pechos o la espalda.
La revolución de hormonas
A todo esto yo seguía con el bajón de hormonas que unido a las visitas (muchas visitas),
al dolor que tenía en los pechos y en la espalda (por no mencionar la episiotomía), la
preocupación de no sacarme leche (y la tortura de los “sacaleches”), los consejos de la
gente (que todo el mundo sabe más y terminan mareándote porque cada uno te dice una
cosa), saber que no tenía a mi hijo conmigo (que era lo que más dolía), y muchas cosas
más, sólo tenía ganas de llorar, llorar y llorar, recuerdo que a las 6 de la tarde que me
tocaba ver a Iván no subí porque estaba tan mal que temí trasmitirle esa tristeza y
malestar al pobre que no tenía la culpa de nada de lo que estaba pasando, en ese
momento casi toqué fondo. Todavía hoy en día cuando recuerdo todo esto me dan
ganas de llorar, y a veces lo hago.
Al final del día conseguía sacarme un poquito de leche, bueno de calostro, con la ayuda
de alguien que me pusiese el extractor. Llegó el lunes, y mis pechos eran
impresionantemente grandes, y el dolor había crecido en proporción o más. A lo largo
de aquel día seguí mas o menos igual que el anterior, ya podía sacarme un poquito más
de calostro, pero era una miseria, tardaba un montón y lo pasaba francamente mal. Me
dieron el alta (algo que ya temía porque significaba volver a casa sin Iván), aunque me
dejaron comer allí antes de abandonar la habitación, y aunque la dejé después de comer,
seguimos en el hospital el resto del día para darle el biberón. Yo me encontraba cada
vez peor, aunque me sacaba algo de calostro, lejos de bajar la hinchazón aquello estaba
cada vez peor. Las últimas tomas de biberón que le di al peque casi no pude con él, me
temblaban los brazos, estaba al límite de mis fuerzas y de mi soporte del dolor, así que
decidí ir a ver a la ginecóloga de urgencias, mi lógica era que yo no podía atender a mi
hijo como se merecía en ese estado y pensé que algo existiría en pleno siglo XXI para
frenar eso que me estaba pasando (y no me refería a cortarme la leche por supuesto),
además, según me decían los profesionales de la salud, algo no iba bien, se suponía que
me tenía que vaciar el pecho para que me bajase la hinchazón (eso es lo que decían),
pero yo no conseguía sacarme mas que unos míseros 10 o 20 cc tras 20 minutos de
extraerme y aquello no bajaba. He de decir que estaba tomando analgésicos que ya me
habían dado para los dolores de la episiotomía, pero era como tomar agua.
La última hora que subí a darle el biberón a Iván antes de irnos a casa a dormir, ya iba
con un vendaje compresivo que me habían puesto en el pecho (era parte del
tratamiento), y una hoja de urgencias en el bolsillo donde ponía el nombre del
medicamento que iba a dejarme “seca”, Dostinex.
Aunque para mí esto fue bastante traumático, he de reconocer que en aquel momento
sentí un gran alivio, ya no tenía que pensar en los “sacaleches” y el dolor cada 2 horas,
me iba a ahorrar ese sufrimiento.
Seguí teniendo los dolores mas fuertes en pecho y espalda durante unos 5 días, y ese fue
el tiempo que llevé el vendaje. Tomé el medicamento al final durante 3 días porque
aquello no bajaba. Cuando por fin me quité el vendaje tenía los pezones con una
especie de costra fina, y los pechos llenos de bultos duros (que luego supe que eran
debidos a la leche que tenía ya en el pecho y se había quedado ahí), se me habían
quedado con la forma del vendaje, chatas y caídas, y se me habían llenado de estrías.
Poco a poco fueron desapareciendo los bultos, se fue cayendo la costra y fueron
cogiendo mejor forma.
A Iván le dimos leche artificial en biberón desde el principio claro, tenía la ventaja de
que podíamos dársela tanto su papi como su mami, pero era un poco rollo tener que
levantarse por las noches a preparar el bibe, esperar que se calentase el agua y rezando
para que no tuviese mucha hambre porque si tardábamos un poco nos montaba unas ...,
y luego continuamente esterilizando, pero no teníamos alternativa.
La revelación
Así, pasado todo lo malo, seguimos nuestra vida, con nuestro pequeño tesoro,
disfrutando de cada momento como un regalo. Yo seguía sintiendo ese impulso de dar a
mi pequeño el pecho, aunque no lo había intentado y sabía que no tenía leche, quería
pensar a veces que quizá un milagro me llenase los pechos. Aun así me daba tentación
de ponerlo sólo por tener ese contacto tan especial con él. Un día, cuando Iván tenía
aproximadamente dos o tres semanas, esperé a que su padre no estuviera en casa (no
quería que pensase que estaba loca) y le ofrecí mi pecho, me quedé muy sorprendida
porque él lo cogió enseguida y se puso a mamar, ese día sí que noté como se
enganchaba (quizá porque era mas mayor y tenía mas fuerza?), el caso es que estuvo
como unos 5 minutos y yo estaba maravillada.
Poco después de este episodio leí un artículo en una revista que hablaba de la
relactación y para mí fue revelador. Me puse a buscar información como loca en
internet, encontré mucha y leí y leí, encontré los números de teléfono de los grupos de
apoyo de lactancia que tenía en un librito que me había dado mi matrona, me puse a
llamar, hablé con varias personas que me dieron bastante información, una de las cosas
que quería saber era si con esto me podía volver a pasar lo mismo que con la subida que
me dio tras el parto, una de las personas con las que hablé me dijo que no me pasaría ya
que la relactación no funcionaba igual, que me vendría la leche gradualmente, y con
esto ya tenía claro que quería intentarlo pese a lo difícil y trabajoso que pudiese resultar.
Por cierto gracias a estas personas ahora sé mucho sobre lactancia, sigo en contacto con
algunas porque siempre se aprende más y siempre necesitas apoyo, y les tengo una gran
admiración por el trabajo que hacen y por su dedicación.
La relactación se tenía que realizar poniendo al niño al pecho todo lo a menudo que
fuese posible para estimular la producción de leche, siguiendo con las tomas de leche
artificial que le estaba dando. También me comentaron y leí del contacto piel con piel,
y lo hacía cuando me era posible aunque era difícil por la época que estábamos.
Cuando la producción de leche se hubiese iniciado aunque fuese muy poquita, debía
empezar a reducir las tomas de leche artificial, mas o menos debía quitarle 60 cc cada 2
días comprobando que el niño siguiese cogiendo un peso razonable (alrededor de 125
gr. semanales ó 500 mensuales), que mojase entre 6 y 8 pañales en 24 horas, y que no
diese signos de pasar hambre. Si algo de esto iba mal tendría que dejar de reducir
durante unos días, e incluso volver a aumentarle la leche artificial en caso de que
hubiese perdido peso y volver a empezar cuando se hubiese normalizado. En pocas
palabras parecía una misión imposible, pero yo estaba tan ilusionada que estaba segura
de que lo lograría.
Yo decidí darle todas las tomas de leche artificial con este sistema, y hacía entre 6 y 8
tomas en 24 horas. Al principio sólo iba apuntando lo que tomaba en cada toma, luego
me coincidió por lo visto con un aumento de la demanda con lo que tuve que subirle la
leche artificial porque se quedaba con hambre. Me compré un extractor manual ya que
me lo habían recomendado para ayudar también la estimulación, empecé a probar
sacarme leche pero los primeros días no salía nada, tuve paciencia y volví a intentarlo
pasados unos días, por fin conseguí sacarme algo después de varios intentos, muy
poquito al principio, solo 20 cc, pero al día siguiente un poquito más y así cada vez más,
aunque tampoco lo intentaba todos los días, eso sí, la leche que me sacaba se la daba
con el suplementador también. Cuando vi que mas o menos Iván se había estabilizado
con las cantidades, empecé a bajar la cantidad en algunas tomas, muy despacio como
me habían dicho, ya había pasado casi un mes.
Empezaba a dejarse algo de leche en algunas tomas, parecía que entre la que había
tomado artificial y lo que conseguía sacar del pecho, se quedaba satisfecho. Muchas
veces no tenía ni que bajarle yo las tomas, ya se ocupaba él, aunque también habían días
que tomaba un poco más y me tocaba hacerle algún que otro “biberón” extra, pero
siempre para dárselo con el suplementador. Yo iba siguiendo un poco su ritmo sin prisa
y dejando que decidiese él la cantidad que quería tomar. Pero tuve otro problema,
contando Iván con casi 2 meses y medio, tuve que volver a subirle las cantidades porque
se quedaba con hambre, parecía que habíamos dado marcha atrás.
Ahí no acabaron las dificultades, cuando terminaba la leche artificial yo le solía quitar la
sonda y lo dejaba mamando del pecho, pero a veces se ponía a llorar como si no saliese
leche, a veces no conseguía ni siquiera que cogiese el pecho con la sonda, se ponía a
llorar como un “poseso” y no había manera, yo me ponía muy nerviosa, y creo que
conseguía ponerlo a él nervioso también, a veces me funcionaba ponerlo un rato boca
abajo hasta que se calmase y después empezábamos de nuevo, otras veces cogía y
soltaba el pecho enseguida y se ponía a llorar como si le doliese algo, luego volvía a
coger y soltarlo de nuevo, volvía a llorar, me tenía desconcertada, aún no sé si aquello
fue lo que llaman la crisis de los tres meses o qué. Fueron días muy, muy duros la
verdad que hicieron que estuviese a punto de abandonarlo todo, sobretodo un día que
estaba muy deprimida y con la moral por los suelos, pensando que no lo había
conseguido, y eso que habíamos empezado bien el día ya que fue el primero que le di
sólo teta a las 7 de la mañana aprovechando que aun estaba medio dormidito, fue el 17
de enero. Al día siguiente Iván estuvo prácticamente todo el día rechazándome,
“luchaba” con él en casi cada toma, así que en la última toma no pude más, le preparé el
biberón esta vez con tetina y se lo di a su padre para que se lo diese. Yo pensé que ese
era el fin, estaba deshecha.
Puse un mensaje en un foro sobre lactancia materna que me recomendaron, contando las
dificultades que estaba teniendo y lo que me estaba pasando, enseguida empezaron a
contestar muchas mamás dándome ánimos para seguir adelante, también hablé con mi
amiga Lola que me animó y me hizo ver que lo que había conseguido ya era todo un
logro porque no era cosa fácil. Y así con todo este apoyo volví a remontar la andadura
con más ilusión si cabía. Por eso es importante estar en contacto con gente que te apoye
en todo esto, incluso aunque sean personas desconocidas, en un momento así, son lo
más valioso que te puedes encontrar, para eso creo yo que están los grupos de apoyo y
los foros en internet.
A partir de ese momento ya todo empezó a ir casi perfecto, seguí ofreciéndole teta sin
suplementador, al principio sólo dos tomas al día y viendo que iba bien, poco a poco le
daba alguna toma más, la cantidad de leche artificial iba bajando diariamente, era como
ir cuesta abajo, no costaba nada. Los últimos días bajaba cada dos días, primero tomaba
270 cc, luego 210, 150, 120, evidentemente le subía las tomas de pecho. Al final me
quedó una toma de 60 que hice durante dos días, era ridículo pero no quería
precipitarme, y quería seguir todos los pasos despacito para que todo saliese bien, estaba
emocionada por lo que estaba apunto de conseguir, pero aun tenía un poco de miedo.
He de confesar que tuve guardado el bote con la leche que me había sobrado por si
acaso, la aguanté durante unos días hasta que por fin me convencí de que mi pequeño
tenía bastante con su mami. Eso sí, como me habían recomendado en los grupos de
apoyo, le ofrecía a menudo y le dejaba tomar tanto como y cuando quisiese, incluso
durante la noche.
Hoy Iván tiene 9 meses y está muy guapo y bien hermoso, el pediatra dice que está muy
sanote, ya le doy alimentación complementaria que la toma muy bien, pero su alimento
principal sigue siendo la leche materna, sigue despertándose por las noches un par de
veces o tres y le sigo ofreciendo pecho, de hecho calculo que un 70% de la leche que
toma lo hace durante la noche, no siempre toma lo mismo ni a las mismas horas, pero
no me preocupa porque sé que él sabe lo que necesita en cada momento. Y ESTAMOS
MUY FELICES.
LO CONSEGUIMOS. Gracias a todas las personas que me han apoyado en todo esto y
que han confiado en mí incluidos mi marido y mi familia, aunque al principio pensasen
que estaba “loca”. Pero sobre todo GRACIAS A MI HIJO que es el que mayor fuerza
me ha dado para seguir con ello, y que sin su colaboración yo no hubiese hecho nada.
Gracias por una segunda oportunidad.