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Charles Baudelaire
Los preceptos que se van a leer son fruto de la experiencia; la experiencia implica una
cierta suma de equivocaciones; y como cada cual las ha cometido –todas o poco
menos-, espero que mi experiencia será verificada por la de cada cual.
***
Los jóvenes escritores que hablando de un colega novel dicen con acento matizado
de envidia: “¡Ha comenzado bien, ha tenido una suerte loca!”, no reflexionan que todo
comienzo está siempre precedido y es el resultado de otros veinte comienzos que no
se conocen.
...creo más bien que el éxito es, en una proporción aritmética o geométrica, según la
fuerza del escritor, el resultado de éxitos anteriores, a menudo invisibles a simple
vista. Hay una lenta agregación de éxitos moleculares; pero generaciones
espontáneas y milagrosas jamás.
Los que dicen: “Yo tengo mala suerte”, son los que todavía no han tenido suficientes
éxitos y lo ignoran.
***
Libertad y fatalidad son dos contrarios; vistas de cerca y de lejos son una sola
voluntad.
Y es por eso que no hay mala suerte. Si hay mala suerte, es que nos falta algo: ese
algo hay que conocerlo y estudiar el juego de las voluntades vecinas para desplazar
más fácilmente la circunferencia.
***
II
DE LOS SALARIOS
Por hermosa que sea una casa es ante todo -y antes de que su belleza quede
demostrada- tantos metros de frente por tantos de fondo. De igual modo la literatura,
que es la materia más inapreciable, es ante todo una serie de columnas escritas; y el
arquitecto literario, cuyo sólo nombre no es una probabilidad de beneficio, debe
vender a cualquier precio.
Hay jóvenes que dicen: “Ya que esto vale tan poco, ¿para qué tomarse tanto trabajo?”
Hubieran podido entregar trabajo del mejor; y en ese caso sólo hubieran sido
estafados por la necesidad actual, por la ley de la naturaleza; pero se han estafado a
sí mismos. Mal pagados, hubieran podido honrarse con ello; mal pagados, se han
deshonrado.
Resumo todo lo que podría escribir sobre este asunto en esta máxima suprema, que
entrego a la meditación de todos los filósofos, de todos los historiadores y de todos los
hombres de negocios: “¡Sólo es con los buenos sentimientos con los que se llega a la
fortuna!”
16 consejos*
3. La costumbre de caracterizar a los personajes por sus manías, como hace, por
ejemplo, Dickens.
5. En las poesías, situaciones o personajes con los que pueda identificarse el lector.
8. La enumeración caótica.
10. El antropomorfismo.
11. La confección de novelas cuya trama argumental recuerde la de otro libro. Por
ejemplo, el Ulysses de Joyce y la Odisea de Homero.
13. Todo aquello que pueda ser ilustrado. Todo lo que pueda sugerir la idea de ser
convertido en una película.
14. En los ensayos críticos, toda referencia histórica o biográfica. Evitar siempre las
alusiones a la personalidad o a la vida privada de los autores estudiados. Sobre todo,
evitar el psicoanálisis.
15. Las escenas domésticas en las novelas policíacas; las escenas dramáticas en los
diálogos filosóficos. Y, en fin:
16. Evitar la vanidad, la modestia, la pederastia, la ausencia de pederastia, el suicidio.
Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no
ambicioso. Es decir, de pronto sé que va aFINocurrir algo y eso que va a ocurrir puede
ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una
idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y
luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder.
El escritor prevé todo esto y se siente trabado. En cambio, yo elijo una época un poco
lejana, un lugar un poco lejano; y eso me da libertad, y ya puedo fantasear o falsificar,
incluso. Puedo mentir sin que nadie se dé cuenta, y sobre todo, sin que yo mismo me
dé cuenta, ya que es necesario que el escritor que escribe una fábula “por fantástica
que sea” crea, por el momento, en la realidad de la fábula.
FIN
• Adolfo Bioy Casares, en un numero especial de la revista francesa L’Herne, cuenta que, hace treinta
años, Borges, él mismo y Silvina Ocampo proyectaron escribir a seis manos un relato ambientando en
Francia y cuyo protagonista hubiera sido un joven escritor de provincias. El relato nunca fue escrito, pero
de aquel esbozo ha quedado algo que pertenece al propio Borges: una irónica lista de dieciséis consejos
acerca de lo que un escritor no debe poner nunca en sus libros
Yo creo que hay dos razones específicas: una, mi incorregible holgazanería, y la otra,
el hecho de que como no me tengo mucha confianza, me gusta vigilar lo que escribo
y, desde luego, es más fácil vigilar un cuento, en razón de su brevedad, que vigilar
una novela.
Además, creo que hay escritores -y aquí pienso en dos nombres, inevitables desde
luego, pienso en Rudyard Kipling y pienso en Henry James- que pudieron cargar un
cuento con todo lo que una novela puede contener.
Es decir, creo que los últimos cuentos que Kipling escribió están tan cargados como
muchas novelas y aunque yo he leído y releído y seguiré releyendo Kim, creo que
algunos de los últimos cuentos de Kipling, por ejemplo “Dayspring Mishandled”, o
quizás “Unprofessional” o “The gardener”, están tan cargados de humanidad, de
complejidades humanas, como un libro como Kim y como muchas novelas.
De modo que no creo que escribiré una novela. Ya sé que esta época parece exigir
novelas de los escritores.
Creo, además, que el cuento es un género más antiguo que la novela y quizás pueda
outlive, quizás pueda vivir más allá de la novela.
Pero aquí me doy cuenta de que estoy repitiendo lo que ha dicho otro autor favorito
mío, Wells, y tratándose de Wells, yo diría de él lo que pueda decirse de Henry
James: creo que sus cuentos son muy superiores a sus novelas y no son menos ricos.
FIN
Juan Bosch
El cuento es un género antiquísimo, que a través de los siglos ha
tenido y mantenido el favor público. Su influencia en el desarrollo de
la sensibilidad general puede ser muy grande, y por tal razón el
cuentista debe sentirse responsable de lo que escribe, como si fuera
un maestro de emociones o de ideas.
Y la verdad es que todos los grandes estilos se caracterizan por una suma parquedad
en el uso del adjetivo. Y cuando se valen de él, usan los adjetivos más concretos,
simples, directos, definidores de calidad, consistencia, estado, materia y ánimo, tan
preferidos por quienes redactaron la Biblia, como por quien escribió el Quijote.
FIN
Consejos a un escritor
Anton Chejov
A Alexéi M. Peshkov (Máximo Gorki). Yalta, 3 de diciembre de 1898
Me pregunta cuál es mi opinión sobre sus cuentos. ¿Qué opinión tengo? Un talento
indudable, y además un verdadero y gran talento. Por ejemplo, en el cuento “En la
estepa crece” con una fuerza inhabitual, e incluso me invade la envidia de no haberlo
escrito yo. Usted es un artista, una persona sabia. Siente a la perfección. Es plástico,
es decir, cuando representa algo, lo observa y lo palpa con las manos. Eso es arte
auténtico. Esa es mi opinión y estoy muy contento de poder expresársela. Yo, repito,
estoy muy contento, y si nos hubiésemos conocido y hablado en otro momento, se
hubiese convencido del alto aprecio que le tengo y de qué esperanzas albergo en su
talento.
¿Hablar ahora de los defectos? No es tan fácil. Hablar sobre los defectos del talento
es como hablar sobre los defectos de un gran árbol que crece en un jardín. El caso es
que la imagen esencial no se obtiene del árbol en sí, sino del gusto de quien lo mira.
¿No es así?
Haces bien en leer libros. Acostúmbrate a leer. Con el tiempo, valorarás esa
costumbre. ¿La señora Beecher Stow [novelista norteamericana, autora de La cabaña
del tío Tom] te ha arrancado unas lágrimas? La leí hace tiempo y he vuelto a leerla
hace unos seis meses con un fin científico, y después de la lectura sentí la sensación
desagradable que sienten los mortales que comen uvas pasas en exceso... Lee los
siguientes libros: Don Quijote (completo, en siete u ocho partes). Es bueno. Las obras
de Cervantes se encuentran a la altura de las de Shakespeare. Aconsejo a los
hermanos que lean, si aún no lo han hecho, Don Quijote y Hamlet, de Turguéniev. Tú,
hermano, no lo entenderás. Si quieres leer un viaje que no sea aburrido, lee La fragata
Palas, de Goncharov.
FIN
Anton Chejov
• Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque
nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.
• Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En
cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más
alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.
• Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo.
• No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz. La brevedad es
hermana del talento.
• Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo
lo he visto.
• Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o
ajeno, me parece lo bastante breve.
• Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los
elementos subjetivos que faltan al cuento.
• Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.
• Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a
leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante
un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor,
más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso,
elaborado.
• Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2)
objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas;
4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6)
espontaneidad.
• Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma
cuando tu cabeza está cansada.
• Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la
mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede
engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.
• Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero
sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los
lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los
personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No
publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no
pecas contra la realidad.
• Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una
persona resfriada.
• No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se
entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.
• No es la escritura en sí misma lo que me da náusea, sino el entorno literario, del
que no es posible escapar y que te acompaña a todas partes, como a la tierra su
atmósfera. No creo en nuestra intelligentsia, que es hipócrita, falsa, histérica,
maleducada, ociosa; no le creo ni siquiera cuando sufre y se lamenta, ya que
sus perseguidores proceden de sus propias entrañas. Creo en los individuos, en
unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o
campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.
FIN
Del cuento breve y sus alrededores
Julio Cortázar
León L. affirmait qu’il n’y avait qu’une chose de plus
épouvantable que l’Epouvante: la journée normale,
le quotidien, nous-mêmes sans le cadre forgé par
l’Epouvante. —Dieu a créé la mort. Il a créé la vie.
Soit, déclamait L.L. Mais ne dites pas que c’est Lui
qui a également créé la “journée normale”, la “vie
de-tous-les-jours”. Grande est mon impiété, soit.
Mais devant cette calomnie, devant ce blasphème,
elle recule.
Estoy hablando del cuento contemporáneo, digamos el que nace con Edgar Allan Poe,
y que se propone como una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa
con la máxima economía de medios; precisamente, la diferencia entre el cuento y lo
que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa
implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado: basta pensar
en “The Cask of Amontillado” “Bliss”, “Las ruinas circulares” y “The Killers”. Esto no
quiere decir que cuentos más extensos no puedan ser igualmente perfectos, pero me
parece obvio que las narraciones arquetípicas de los últimos cien años han nacido de
una despiadada eliminación de todos los elementos privativos de la nouvelle y de la
novela, los exordios, circunloquios, desarrollos y demás recursos narrativos; si un
cuento largo de Henry James o de D. H. Lawrence puede ser considerado tan genial
como aquéllos, preciso será convenir en que estos autores trabajaron con una
apertura temática y lingüística que de alguna manera facilitaba su labor, mientras que
lo siempre asombroso de los cuentos contra el reloj está en que potencian
vertiginosamente un mínimo de elementos, probando que ciertas situaciones o
terrenos narrativos privilegiados pueden traducirse en un relato de proyecciones tan
vastas como la más elaborada de las nouvelles.
Julio Cortázar
Puesto que voy a ocuparme de algunos aspectos del cuento como género literario, y
es posible que algunas de mis ideas sorprendan o choquen a quienes las lean, me
parece de una elemental honradez definir el tipo de narración que me interesa,
señalando mi especial manera de entender el mundo.
Casi todos los cuentos que he escrito pertenecen al género llamado fantástico por
falta de mejor nombre, y se oponen a ese falso realismo que consiste en creer que
todas las cosas pueden describirse y explicarse como lo daba por sentado el
optimismo filosófico y científico del siglo XVIII, es decir, dentro de un mundo regido
más o menos armoniosamente por un sistema de leyes, de principios, de relaciones
de causa y efecto, de psicologías definidas, de geografía bien cartografiadas. En mi
caso, la sospecha de otro orden más secreto y menos comunicable, y el fecundo
descubrimiento de Alfred Jarry, para quien el verdadero estudio de la realidad no
residía en las leyes sino en las excepciones a esas leyes, han sido algunos de los
principios orientadores de mi búsqueda personal de una literatura al margen de todo
realismo demasiado ingenuo. Por eso, si en las ideas que siguen encuentran ustedes
una predilección por todo lo que en el cuento es excepcional, trátese de los temas o
incluso de las formas expresivas, creo que esta presentación de mi propia manera de
entender el mundo explicará mi toma de posesión y mi enfoque del problema. En
último extremo podrá decirse que solo he hablado del cuento tal y como yo lo practico.
Y sin embargo, no creo que sea así. Tengo la certidumbre de que existen ciertas
constantes, ciertos valores que se aplican a todos los cuentos, fantásticos o realistas,
dramáticos o humorísticos. Y pienso que tal vez sea posible mostrar aquí esos
elementos invariables que dan a un buen cuento su atmósfera peculiar y su calidad de
obra de arte.
La oportunidad de cambiar ideas acerca del cuento me interesa por diversas razones.
Vivo en un país -Francia- donde este género tiene poca vigencia, aunque en los
últimos años se nota entre escritores y lectores un interés creciente por esa forma de
expresión. De todos modos, mientras los críticos siguen acumulando teorías y
manteniendo enconadas polémicas acerca de la novela, casi nadie se interesa por la
problemática del cuento. Vivir como cuentista en un país donde esta forma expresiva
es un producto casi exótico, obliga forzosamente a buscar en otras literaturas el
alimento que allí falta. Poco a poco, en sus textos originales o mediante traducciones,
uno va acumulando casi rencorosamente una enorme cantidad de cuentos del pasado
y del presente, y llega el día en que puede hacer un balance, intentar una
aproximación valorativa a ese género de tan difícil definición, tan huidizo en sus
múltiples y antagónicos aspectos, y en última instancia tan secreto y replegado en sí
mismo, caracol del lenguaje, hermano misterioso de la poesía en otra dimensión del
tiempo literario.
Pero además de ese alto en el camino que todo escritor debe hacer en algún
momento de su labor, hablar del cuento tiene un interés especial para nosotros,
puesto que casi todos los países americanos de lengua española le están dando al
cuento una importancia excepcional, que jamás había tenido en otros países latinos
como Francia o España. Entre nosotros, como es natural en las literaturas jóvenes, la
creación espontánea precede casi siempre al examen crítico, y está bien que así sea.
Nadie puede pretender que los cuentos sólo deban escribirse luego de conocer sus
leyes. En primer lugar, no hay tales leyes; a lo sumo cabe hablar de puntos de vista,
de ciertas constantes que dan una estructura a ese género tan poco incasillable; en
segundo lugar los teóricos y los críticos no tienen por qué ser los cuentistas mismos, y
es natural que aquellos sólo entren en escena cuando exista ya un acervo, un acopio
Sobre el arte de un escritor
Eduardo Galeano
El mío ha sido un largo camino hacia el desnudamiento de la palabra: desde las
primeras tentativas de escribir, cuando era jovencito en una prosa abigarrada, llena de
palabras que hoy me dan vergüenza, hasta llegar a un lenguaje que yo quisiera que
fuera cada vez más claro, sencillo, y por lo tanto más complejo, porque la sencillez es
la hija de una complejidad de creación que no se nota ni tiene que notarse.
Uno siente primero que el trabajo intelectual consiste en hacer complejo lo simple, y
después uno descubre que el trabajo intelectual consiste en hacer simple lo complejo.
Y un caso de simplificación no es una tarea de embobamiento, no se trata de
simplificar para rebajar de nivel intelectual, ni para negar la complejidad de la vida y de
la literatura como expresión de la vida. Por el contrario, se trata de lograr un lenguaje
que sea capaz de transmitir electricidad de vida suprimiendo todo lo que no sea digno
de existencia.
Para mí siempre ha sido fundamental la lección del maestro Juan Carlos Onetti, un
gran escritor uruguayo muerto hace poco, que me guió los primeros pasos.
Siempre me decía: “Vos acordate aquello que decían los chinos (yo creo que los
chinos no decían eso, pero el viejo se lo había inventado para darle prestigio a lo que
decía); las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el
silencio”. Entonces cuando escribo me voy preguntando: ¿estas palabras son mejores
que el silencio?, ¿merecen existir realmente?
Hago una versión, dos o tres, quince, veinte versiones, cada vez más cortas, más
apretadas: edición corregida y disminuida.
¿Función social?
La literatura tiene siempre una función, aunque no sepa que la tiene, y aunque no
quiera tenerla. A mí me hacen gracia los escritores que dicen que la literatura no tiene
ninguna función social. A partir del momento que alguien escribe y publica está
realizando una función social, porque se publica para otros. Si no, es bastante simple:
yo escribo en un sobre y lo mando a mi propia casa, pongo “Cartas de amor a mí
mismo” y me emociono al recibirlas. Pero es un círculo masturbatorio (no quiero
hablar mal de la masturbación, tiene sus ventajas, pero el amor es mejor porque se
conoce gente, como decía el viejo chiste).
Es imposible imaginar una literatura que no cumpla una función social. A veces la
cumple, y es jodido, en un sentido adormecedor, a veces es una literatura del
fatalismo, de la resignación, que te invita a aceptar la realidad en lugar de cambiarla,
pero a veces es una literatura reveladora, reveladora de las mil y una caras
escondidas de una realidad que es siempre más deslumbrante de lo que uno suponía.
Por otro lado me parece que lo de la literatura social es una redundancia porque toda
Advertencias de un escritor
Uno de mis mayores defectos intelectuales es que nunca he logrado entender lo que
quieren decir los diccionarios y menos que cualquier otro el terrible esperpento
represivo de la Academia de la Lengua. Por una vez que he tenido curiosidad de
volver a él, para establecer las diferencias entre fantasía e imaginación, me encuentro
con la desgracia de que sus definiciones no sólo son muy poco comprensibles, sino
que además están al revés. Quiero decir que, según yo entiendo, la fantasía es la que
no tiene nada que ver con la realidad del mundo en que vivimos: es una pura
invención fantástica, un infundio, y por cierto, de un gusto poco recomendable en las
bellas artes, como muy bien lo entendió el que puso el nombre al chaleco de fantasía.
Por muy fantástica que sea la concepción de que un hombre amanezca convertido en
un gigantesco insecto, a nadie se le ocurriría decir que la fantasía sea la virtud
creativa de Franz Kafka, y en cambio no cabe duda de que fue el recurso primordial
de Walt Disney. Por el contrario, y al revés de lo que dice el diccionario, pienso que la
imaginación es una facultad especial que tienen los artistas para crear una realidad
nueva a partir de la realidad en que viven. Que, por lo demás, es la única creación
artística que me parece válida. Hablemos, pues, de la imaginación en la creación
artística en América Latina, y dejemos la fantasía para uso exclusivo de los malos
gobiernos.
En América Latina y el Caribe, los artistas han tenido que inventar muy poco, y tal vez
su problema ha sido el contrario: hacer creíble su realidad. Siempre fue así desde
nuestros orígenes históricos, hasta el punto de que no hay en nuestra literatura
escritores menos creíbles y al mismo tiempo más apegados a la realidad que nuestros
cronistas de Indias. También ellos -para decirlo con un lugar común irremplazable- se
encontraron con que la realidad iba más lejos que la imaginación. El diario de
Cristóbal Colón es la pieza más antigua de esa literatura. Empezando porque no se
sabe a ciencia cierta si el texto existió en la realidad, puesto que la versión que
conocemos fue transcrita por el padre Las Casas de unos originales que dijo haber
conocido. En todo caso, esa versión es apenas un reflejo infiel de los asombrosos
recursos de imaginación a que tuvo que apelar Cristóbal Colón para que los reyes
católicos le creyeran la grandeza de sus descubrimientos. Colón dice que las gentes
que salieron a recibirlo el 12 de octubre de 1492 “estaban como sus madres los
parieron”. Otros cronistas coinciden con él en que los caribes, como era natural en un
trópico todavía a salvo de la moral cristiana, andaban desnudos. Sin embargo, los
ejemplares escogidos que llevó Colón al palacio real de Barcelona estaban ataviados
con hojas de palmeras pintadas y plumas y collares de dientes y garras de animales
raros. La explicación parece simple: el primer viaje de Colón, al revés de sus sueños,
fue un desastre económico. Apenas si encontró el oro prometido, perdió la mayor
1. Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada.
2. El final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad.
3. El autor recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza.
4. Es más fácil atrapar un conejo que un lector.
5. Hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo
mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa
voluntad.
6. Cuando uno se aburre escribiendo el lector se aburre leyendo.
Hasta ahora me había parecido difícil, por no decir imposible, observar en detalle los
caprichosos vaivenes de la imaginación, sorprender el momento exacto en que surge
una idea, como el cazador que descubre de pronto en la mirilla de su fusil el instante
preciso en que salta la liebre. Pero con el texto delante creo que será fácil hacer eso.
Uno podrá volver atrás y decir: “Aquí mismo fue”. Porque uno se dará cuenta de que a
partir de ahí -de esa pregunta, ese comentario, esa inesperada sugerencia- fue
cuando la historia dio un vuelco, tomó forma y se encauzó definitivamente.
Una de las confusiones más frecuentes, en cuanto al propósito del taller, consiste en
creer que venimos aquí a escribir guiones o proyectos de guión. Es natural. Casi todos
ustedes son o quieren ser guionistas, escriben o aspiran a escribir para la televisión y
el cine, y como esto es una escuela de cine y televisión, precisamente, es lógico que
al llegar aquí mantengan los hábitos mentales del oficio. Siguen pensando en términos
de imagen, estructuras dramáticas, escenas y secuencias, ¿no es así? Pues bien:
olvídenlo. Estamos aquí para contar historias. Lo que nos interesa aprender aquí es
cómo se arma un relato, cómo se cuenta un cuento. Me pregunto, sin embargo,
hablando con entera franqueza, si eso es algo que se pueda aprender. No quisiera
descorazonar a nadie, pero estoy convencido de que el mundo se divide entre los que
saben contar historias y los que no, así como, en un sentido más amplio, se divide
entre los que cagan bien y los que cagan mal, o, si la expresión les parece grosera,
entre los que obran bien y los que obran mal, para usar un piadoso eufemismo
mexicano. Lo que quiero decir es que el cuentero nace, no se hace. Claro que el don
no basta. A quien sólo tiene la aptitud pero no el oficio, le falta mucho todavía: cultura,
técnica, experiencia... Eso sí: posee lo principal. Es algo que recibió de la familia,
probablemente no sé si por la vía de los genes o de las conversaciones de
sobremesa. Esas personas que tienen aptitudes innatas suelen contar hasta sin
proponérselo, tal vez porque no saben expresarse de otra manera. Yo mismo, para no
ir más lejos, soy incapaz de pensar en términos abstractos. De pronto me preguntan
en una entrevista cómo veo el problema de la capa de ozono o qué factores, a mi
juicio, determinarán el curso de la política latinoamericana en los próximos años, y lo
único que se me ocurre es contarles un cuento. Por suerte, ahora se me hace mucho
más fácil, porque además de la vocación tengo la experiencia y cada vez logro
condensarlos más y por tanto aburrir menos.
La mitad de los cuentos con que inicié mi formación se los escuché a mi madre. Ella
tiene ahora ochenta y siete años y nunca oyó hablar de discursos literarios, ni de
técnicas narrativas, ni de nada de eso, pero sabía preparar un golpe de efecto,
• Escribe frases breves. Comienza siempre con una oración corta. Utiliza un
inglés vigoroso. Sé positivo, no negativo.
• La jerga que adoptes debe ser reciente, de lo contrario no sirve.
• Evita el uso de adjetivos, especialmente los extravagantes como “espléndido,
grande, magnífico, suntuoso”.
• Nadie que tenga un cierto ingenio, que sienta y escriba con sinceridad acerca de
las cosas que desea decir, puede escribir mal si se atiene a estas reglas.
• Para escribir me retrotraigo a la antigua desolación del cuarto de hotel en el que
empecé a escribir. Dile a todo el mundo que vives en un hotel y hospédate en
otro. Cuando te localicen, múdate al campo. Cuando te localicen en el campo,
múdate a otra parte. Trabaja todo el día hasta que estés tan agotado que todo el
ejercicio que puedas enfrentar sea leer los diarios. Entonces come, juega tenis,
nada, o realiza alguna labor que te atonte sólo para mantener tu intestino en
movimiento, y al día siguiente vuelve a escribir.
• Los escritores deberían trabajar solos. Deberían verse sólo una vez terminadas
sus obras, y aun entonces, no con demasiada frecuencia. Si no, se vuelven
como los escritores de Nueva York. Como lombrices de tierra dentro de una
botella, tratando de nutrirse a partir del contacto entre ellos y de la botella. A
veces la botella tiene forma artística, a veces económica, a veces económico-
religiosa. Pero una vez que están en la botella, se quedan allí. Se sienten solos
afuera de la botella. No quieren sentirse solos. Les da miedo estar solos en sus
creencias...
• A veces, cuando me resulta difícil escribir, leo mis propios libros para levantarme
el ánimo, y después recuerdo que siempre me resultó difícil y a veces casi
imposible escribirlos.
Varios consejos
Ernest Hemingway
Franz Kafka
Kafka a Oskar Pollak [Praga, principios de 1903]
De entre ese par de millares de líneas que te entrego, quizás haya unas diez que
todavía podría tolerar; los toques de trompeta en la última carta no eran necesarios,
en lugar de la esperada revelación te envío garabatos infantiles... La mayor parte me
resulta repelente, lo digo abiertamente (por ejemplo La mañana y otras cosas); me
resulta imposible leer esto por entero y me contento si aguantas alguna lectura
aislada. Pero debes recordar que yo comencé en una época en la que se “creaban
obras” cuando se utilizaba un lenguaje ampuloso; no existe peor época para el
comienzo. ¡Y yo que estaba tan emperrado por las palabras grandilocuentes! Entre los
papeles hay una hoja en la cual están apuntados unos nombres especialmente
solemnes, escogidos del calendario. Necesitaba dos nombres para una novela, y por
fin elegí los subrayados: Johannes y Beate (Renate ya me lo habían birlado, por su
gorda aureola de prestigio). Resulta casi divertido. (B.K. 57 s.)
En estos cuadernos hay, sin embargo, algo que falta por completo: aplicación,
constancia y como se digan todas estas cosas [...]. Lo que a mí me falta es disciplina.
El leer a medias estos cuadernos es lo menos que hoy espero de ti. Tienes un
hermoso cuarto. Las lucecitas de los comercios brillan semiocultas y activas desde
abajo. Quiero que cada sábado, comenzando desde el segundo, me permitas que te
lea mis obras durante media hora. Quiero ser aplicado durante tres meses. Hoy sé
ante todo una cosa: el arte tiene más necesidad de la artesanía, que la artesanía del
arte. Claro que no creo que uno pueda obligarse a parir, pero sí a educar a los hijos.
(B.K. 58)
Te prepararé un paquete, en el cual estará todo lo que he escrito hasta ahora, mío o
de otros. No faltará nada, excepto las cosas de infancia (ya ves, la desgracia me
persigue desde pequeño), aquello que ya no poseo, lo que considero sin valor para el
contexto, los proyectos -que son países para quien los tiene y arena para los demás- y
por último aquello que no puedo enseñarte ni tan sólo a ti, pues uno se estremece
cuando queda desnudo y otro le va palpando, aunque esto lo haya pedido uno de
rodillas. Por cierto, este último medio año apenas he escrito. Así que todo cuanto
queda, no sé cuánto es, te lo daré en cuanto me escribas o digas un “sí” a lo que te
pido.
Se trata de algo especial, y aunque yo sea muy torpe para escribir tales cosas (muy
ignorante), quizás ya lo sepas. No te exijo que me des una respuesta sobre si sería
una alegría esperar aquí o si se pueden encender hogueras de buena gana, ni quiero
saber tampoco qué opinas de mí, pues esto te lo habría de sacar con tenazas.
Quiero algo más fácil y más difícil, quiero que leas estas hojas, aunque lo hagas con
indiferencia y a regañadientes. Porque hay entre ellas cosas indiferentes y que
repugnan. Resulta que lo más querido que tengo -y por ello lo quiero- sólo está frío, a
pesar del sol; y sé que dos ojos ajenos harán que todo sea más cálido y vivo cuando
lo contemplen. Solo escribo más cálido y vivo, pues esto es segurísimo, dado que está
escrito: “Hermoso es el sentimiento independiente, pero el sentimiento que contesta
produce mayor eficacia”.
Escribir es una maldición que salva. Es una maldición porque obliga y arrastra, como
un vicio penoso del cual es imposible librarse. Y es una salvación porque salva el día
que se vive y que nunca se entiende a menos que se escriba.
No puedo escribir mientras estoy ansiosa, porque hago todo lo posible para que las
horas pasen. Escribir es prolongar el tiempo, dividirlo en partículas de segundos,
dando a cada una de ellas una vida insustituible.
Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando
esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se
pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra.
FIN
Clarice Lispector
Cinco técnicas
Seymour Menton
En noviembre de 2005 Seymour Menton comentó, durante una entrevista que le
hiciera José Carvajal (Librusa.com) con motivo de su nuevo libro Un tercer gringo
viejo: Relatos y confesiones, lo siguiente: “Claro que me he servido de algunas
técnicas o trucos literarios, aprendidos a través de las décadas, para despertar y
mantener el interés de los lectores”. Ciudad Seva le preguntó al Dr. Menton cuáles
eran esas técnicas o trucos. A continuación incluimos su respuesta:
Algunas técnicas que he aprendido leyendo novelas y cuentos ajenos son
relativamente sencillas, pero no son las únicas ni las más importantes:
1. La primera oración tiene que captar la atención del lector con su concisión, su
originalidad y algo inesperado.
2. Aunque la obra puede incluir varios elementos dispersos, hay que mantener la
unidad de la obra intercalando unos motivos recurrentes.
3. Hay que establecer el tono predominante de la obra desde el principio y luego
mantenerlo. Por ejemplo, en Un tercer gringo viejo hay bastante humor basado
en la ironía.
4. Conviene escoger vocablos precisos y únicos más que generales; tratar de
evitar palabras como “decir”, “ir”.
5. Se debe cerrar la obra, cerrando el marco, a veces rematando el tema, el
conflicto o los motivos recurrentes.
FIN
Friedrich Nietzsche
1. Lo que importa más es la vida: el estilo debe vivir.
2. El estilo debe ser apropiado a tu persona, en función de una persona
determinada a la que quieres comunicar tu pensamiento.
3. Antes de tomar la pluma, hay que saber exactamente cómo se expresaría de
viva voz lo que se tiene que decir. Escribir debe ser sólo una imitación.
4. El escritor está lejos de poseer todos los medios del orador. Debe, pues,
inspirarse en una forma de discurso muy expresiva. Su reflejo escrito parecerá
de todos modos mucho más apagado que su modelo.
5. La riqueza de la vida se traduce por la riqueza de los gestos. Hay que aprender
a considerar todo como un gesto: la longitud y la cesura de las frases, la
puntuación, las respiraciones; También la elección de las palabras, y la sucesión
de los argumentos.
6. Cuidado con el período. Sólo tienen derecho a él aquellos que tienen la
respiración muy larga hablando. Para la mayor parte, el período es tan sólo una
afectación.
7. El estilo debe mostrar que uno cree en sus pensamientos, no sólo que los
piensa, sino que los siente.
8. Cuanto más abstracta es la verdad que se quiere enseñar, más importante es
hacer converger hacia ella todos los sentidos del lector.
9. El tacto del buen prosista en la elección de sus medios consiste en aproximarse
a la poesía hasta rozarla, pero sin franquear jamás el límite que la separa.
10.No es sensato ni hábil privar al lector de sus refutaciones más fáciles; es muy
sensato y muy hábil, por el contrario, dejarle el cuidado de formular él mismo la
última palabra de nuestra sabiduría.
El decálogo
II.
III.
IV.
V.
VI.
No sigan modas, abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo.
VII.
VIII.
No olviden la frase, justamente famosa: 2 más dos son cuatro; pero ¿y si fueran 5?
IX.
X.
Mientan siempre.
XI.
FIN
Método de composición
Si algo hay evidente es que un plan cualquiera que sea digno de este nombre ha de
haber sido trazado con vistas al desenlace antes que la pluma ataque el papel. Sólo si
se tiene continuamente presente la idea del desenlace podemos conferir a un plan su
indispensable apariencia de lógica y de causalidad, procurando que todas las
incidencias y en especial el tono general tienda a desarrollar la intención establecida.
Creo que existe un radical error en el método que se emplea por lo general para
construir un cuento. Algunas veces, la historia nos proporciona una tesis; otras veces,
el escritor se inspira en un caso contemporáneo o bien, en el mejor de los casos, se
las arregla para combinar los hechos sorprendentes que han de tratar simplemente la
base de su narración, proponiéndose introducir las descripciones, el diálogo o bien su
comentario personal donde quiera que un resquicio en el tejido de la acción brinde la
ocasión de hacerlo.
He pensado a menudo cuán interesante sería un artículo escrito por un autor que
quisiera y que pudiera describir, paso a paso, la marcha progresiva seguida en
cualquiera de sus obras hasta llegar al término definitivo de su realización.
Horacio Quiroga
I
II
Cree que su arte es una cima inaccesible. No sueñes en domarla. Cuando puedas
hacerlo, lo conseguirás sin saberlo tú mismo.
III
Resiste cuanto puedas a la imitación, pero imita si el influjo es demasiado fuerte. Más
que ninguna otra cosa, el desarrollo de la personalidad es una larga paciencia
IV
Ten fe ciega no en tu capacidad para el triunfo, sino en el ardor con que lo deseas.
Ama a tu arte como a tu novia, dándole todo tu corazón.
No empieces a escribir sin saber desde la primera palabra adónde vas. En un cuento
bien logrado, las tres primeras líneas tienen casi la importancia de las tres últimas.
VI
Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: “Desde el río soplaba el viento
frío”, no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla. Una
vez dueño de tus palabras, no te preocupes de observar si son entre sí consonantes o
asonantes.
VII
VIII
Toma a tus personajes de la mano y llévalos firmemente hasta el final, sin ver otra
cosa que el camino que les trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden
o no les importa ver. No abuses del lector. Un cuento es una novela depurada de
ripios. Ten esto por una verdad absoluta, aunque no lo sea.
IX
No escribas bajo el imperio de la emoción. Déjala morir, y evócala luego. Si eres
capaz entonces de revivirla tal cual fue, has llegado en arte a la mitad del camino
FIN
Horacio Quiroga
En estas mismas columnas, solicitado cierta vez por algunos amigos de la infancia
que deseaban escribir cuentos sin las dificultades inherentes por común a su
composición, expuse unas cuantas reglas y trucos, que, por haberme servido
satisfactoriamente en más de una ocasión, sospeché podrían prestar servicios de
verdad a aquellos amigos de la niñez.
Animado por el silencio -en literatura el silencio es siempre animador- en que había
caído mi elemental anagnosia del oficio, completéla con una nueva serie de trucos
eficaces y seguros, convencido de que uno por lo menos de los infinitos aspirantes al
arte de escribir, debía de estar gestando en las sombras un cuento revelador.
Ha pasado el tiempo. Ignoro todavía si mis normas literarias prestaron servicios. Una y
otra serie de trucos anotados con más humor que solemnidad llevaban el título común
de Manual del perfecto cuentista.
Hoy se me solicita de nuevo, pero esta vez con mucha más seriedad que buen humor.
Se me pide primeramente una declaración firme y explícita acerca del cuento. Y luego,
una fórmula eficaz para evitar precisamente escribirlos en la forma ya desusada que
con tan pobre éxito absorbió nuestras viejas horas.
Como se ve, cuanto era de desenfadada y segura mi posición al divulgar los trucos del
perfecto cuentista, es de inestable mi situación presente. Cuanto sabía yo del cuento
era un error. Mi conocimiento indudable del oficio, mis pequeñas trampas más o
menos claras, sólo han servido para colocarme de pie, desnudo y aterido como una
criatura, ante la gesta de una nueva retórica del cuento que nos debe amamantar.
“Una nueva retórica...” No soy el primero en expresar así los flamantes cánones. No
está en juego con ellos nuestra vieja estética, sino una nueva nomenclatura. Para
orientarnos en su hallazgo, nada más útil que recordar lo que la literatura de ayer, la
de hace diez siglos y la de los primeros balbuceos de la civilización, han entendido por
cuento.
El cuento literario, nos dice aquélla, consta de los mismos elementos sucintos que el
cuento oral, y es como éste el relato de una historia bastante interesante y
suficientemente breve para que absorba toda nuestra atención.
Tal vez en ciertas épocas la historia total -lo que podríamos llamar argumento- fue
inherente al cuento mismo. “¡Pobre argumento! -decíase-. ¡Pobre cuento!” Más tarde,
con la historia breve, enérgica y aguda de un simple estado de ánimo, los grandes
maestros del género han creado relatos inmortales.
En la extensión sin límites del tema y del procedimiento en el cuento, dos calidades se
han exigido siempre: en el autor, el poder de transmitir vivamente y sin demoras sus
impresiones; y en la obra, la soltura, la energía y la brevedad del relato, que la
definen.
Tan específicas son estas cualidades, que desde las remotas edades del hombre, y a
través de las más hondas convulsiones literarias, el concepto del cuento no ha
variado. Cuando el de los otros géneros sufría según las modas del momento, el
cuento permaneció firme en su esencia integral. Y mientras la lengua humana sea
nuestro preferido vehículo de expresión, el hombre contará siempre, por ser el cuento
la forma natural, normal e irreemplazable de contar.
Los cuentos chinos y persas, los grecolatinos, los árabes de las Mil y una noches, los
del Renacimiento italiano, los de Perrault, de Hoffmann, de Poe, de Merimée de Bret-
Harte, de Verga, de Chejov, de Maupassant, de Kipling, todos ellos son una sola y
misma cosa en su realización. Pueden diferenciarse unos de otros como el sol y la
luna. Pero el concepto, el coraje para contar, la intensidad, la brevedad, son los
mismos en todos los cuentistas de todas las edades.
Mientras no se cree una nueva retórica, concluye la vieja dama, con nuevas formas de
la poesía épica, el cuento es y será lo que todos, grandes y chicos, jóvenes y viejos,
muertos y vivos, hemos comprendido por tal. Puede el futuro nuevo género ser
superior, por sus caracteres y sus cultores, al viejo y sólido afán de contar que acucia
al ser humano. Pero busquémosle otro nombre.
Tal es la cuestión. Queda así evacuada, por boca de la tradición retórica, la consulta
que se me ha hecho.
FIN
Horacio Quiroga
Una larga frecuentación de personas dedicadas entre nosotros a escribir cuentos, y
alguna experiencia personal al respecto, me han sugerido más de una vez la
sospecha de si no hay, en el arte de escribir cuentos, algunos trucos de oficio, algunas
recetas de cómodo uso y efecto seguro, y si no podrían ellos ser formulados para
pasatiempo de las muchas personas cuyas ocupaciones serias no les permiten
perfeccionarse en una profesión mal retribuida por lo general y no siempre bien vista.
Esta frecuentación de los cuentistas, los comentarios oídos, el haber sido confidente
de sus luchas, inquietudes y desesperanzas, han traído a mi ánimo la convicción de
que, salvo contadas excepciones en que un cuento sale bien sin recurso alguno, todos
los restantes se realizan por medio de recetas o trucos de procedimiento al alcance de
todos, siempre, claro está, que se conozcan su ubicación y su fin.
Varios amigos me han alentado a emprender este trabajo, que podríamos llamar de
divulgación literaria, si lo de literario no fuera un término muy avanzado para una
anagnosia elemental.
Un día, pues, emprenderé esta obra altruista, por cualquiera de sus lados, y piadosa,
desde otros puntos de vista.
Hoy apuntaré algunos de los trucos que me han parecido hallarse más a flor de ojo.
Hubiera sido mi deseo citar los cuentos nacionales cuyos párrafos extracto más
adelante. Otra vez será. Contentémonos por ahora con exponer tres o cuatro recetas
de las más usuales y seguras, convencidos de que ellas facilitarán la práctica cómoda
y casera de lo que se ha venido a llamar el más difícil de los géneros literarios.
Comenzaremos por el final. Me he convencido de que, del mismo modo que en el
soneto, el cuento empieza por el fin. Nada en el mundo parecería más fácil que hallar
la frase final para una historia que, precisamente, acaba de concluir. Nada, sin
embargo, es más difícil.
Encontré una vez a un amigo mío, excelente cuentista, llorando, de codos sobre un
cuento que no podía terminar. Faltábale sólo la frase final. Pero no la veía, sollozaba,
sin lograr verla así tampoco.
He observado que el llanto sirve por lo general en literatura para vivir el cuento, al
modo ruso; pero no para escribirlo. Podría asegurarse a ojos cerrados que toda
historia que hace sollozar a su autor al escribirla, admite matemáticamente esta frase
final:
“¡Estaba muerta!”
Por no recordarla a tiempo su autor, hemos visto fracasar más de un cuento de gran
fuerza. El artista muy sensible debe tener siempre listos, cómo lágrimas en la punta de
su lápiz, los admirativos.
Las frases breves son indispensables para finalizar los cuentos de emoción recóndita
o contenida. Una de ellas es:
Y ésta, por fin, que por demostrar gran dominio de sí e irónica suficiencia en el
género, no recomendaría a los principiantes:
“El cuento concluye aquí. Lo demás, apenas si tiene importancia para los personajes”.
Final: “Allá a lo lejos, tras el negro páramo calcinado, el fuego apagaba sus últimas
llamas...”
Comienzo del cuento: “Silbando entre las pajas, el fuego invadía el campo, levantando
grandes llamaradas. La criatura dormía...”
Véase todo lo que del cuento se ignora. Nadie lo sabe. Pero la atención del lector ya
ha sido cogida por sorpresa, y esto constituye un desiderátum, en el arte de contar.
“Como acababa de llover, el agua goteaba aún por los cristales. Y el seguir las líneas
con el dedo fue la diversión mayor que desde su matrimonio hubiera tenido la recién
casada”.
Nadie supone que la luna de miel pueda mostrarse tan parca de dulzura al punto de
hallarla por fin a lo largo de un vidrio en una tarde de lluvia.
De acuerdo con mis impresiones tomadas aquí y allá, deduzco que el truco más eficaz
(o eficiente, como se dice en la Escuela Normal), se lo halla en el uso de dos viejas
fórmulas abandonadas, y a las que en un tiempo, sin embargo, se entregaron con
toda su buena fe los viejos cuentistas. Ellas son:
¿Qué intriga nos anuncian estos comienzos? ¿Qué evocaciones más insípidas, a
fuerza de ingenuas, que las que despiertan estas dos sencillas y calmas frases? Nada
en nuestro interior se violenta con ellas. Nada prometen ni nada sugieren a nuestro
instinto adivinatorio. Puédese, sin embargo, confiar en su éxito... si el resto vale.
Después de meditarlo mucho, no he hallado a ambas recetas más que un
inconveniente: el de despertar terriblemente la malicia de los cultores del cuento. Esta
malicia profesional es la misma con que se acogería el anuncio de un hombre al que
se dispusiera a revelar la belleza de una dama vulgarmente encubierta: “¡Cuidado! ¡Es
hermosísima!”
Existe un truco singular, poco practicado, y, sin embargo, lleno de frescura cuando se
lo usa con mala fe.
Este truco es el del lugar común. Nadie ignora lo que es en literatura el lugar común.
“Pálido como la muerte” y “Dar la mano derecha por obtener algo” son dos bien
característicos.
Ponerse pálido como la muerte ante el cadáver de la novia es un lugar común. Deja
de serlo cuando al ver perfectamente viva a la novia de nuestro amigo, palidecemos
hasta la muerte.
“Yo insistía en quitarle el lodo de los zapatos. Ella, riendo, se negaba. Y, con un breve
saludo, saltó al tren, enfangada hasta el tobillo. Era la primera vez que yo la veía; no
me había seducido, ni interesado, ni he vuelto más a verla. Pero lo que ella ignora es
que, en aquel momento, yo hubiera dado con gusto la mano derecha por quitarle el
barro de los zapatos”.
Es natural y propio de un varón perder su mano por un amor, una vida o un beso. No
lo es ya tanto darla por ver de cerca los zapatos de una desconocida. Sorprende la
frase fuera de su ubicación psicológica habitual; y aquí está la mala fe.
El tiempo es breve. No son pocos los trucos que quedan por examinar. Creo
firmemente que si añadimos a los ya estudiados el truco de la contraposición de
adjetivos, el del color local, el truco de las ciencias técnicas, el del estilista sobrio, el
del folklore, y algunos más que no escapan a la malicia de los colegas, facilitarán
todos ellos en gran medida la confección casera, rápida y sin fallas, de nuestros
mejores cuentos nacionales...
El desafío de la creación
Juan Rulfo
Desgraciadamente yo no tuve quién me contara cuentos; en nuestro pueblo la gente
es cerrada, sí, completamente, uno es un extranjero ahí.
Están ellos platicando; se sientan en sus equipajes en las tardes a contarse historias y
esas cosas; pero en cuanto uno llega, se quedan callados o empiezan a hablar del
tiempo: “hoy parece que por ahí vienen las nubes...” En fin, yo no tuve esa fortuna de
oír a los mayores contar historias: por ello me vi obligado a inventarlas y creo yo que,
precisamente, uno de los principios de la creación literaria es la invención, la
imaginación. Somos mentirosos; todo escritor que crea es un mentiroso, la literatura
es mentira; pero de esa mentira sale una recreación de la realidad; recrear la realidad
es, pues, uno de los principios fundamentales de la creación.
Considero que hay tres pasos: el primero de ellos es crear el personaje, el segundo
crear el ambiente donde ese personaje se va a mover y el tercero es cómo va a hablar
ese personaje, cómo se va a expresar. Esos tres puntos de apoyo son todo lo que se
requiere para contar una historia: ahora, yo le tengo temor a la hoja en blanco, y sobre
todo al lápiz, porque yo escribo a mano; pero quiero decir, más o menos, cuáles son
mis procedimientos en una forma muy personal. Cuando yo empiezo a escribir no creo
en la inspiración, jamás he creído en la inspiración, el asunto de escribir es un asunto
de trabajo; ponerse a escribir a ver qué sale y llenar páginas y páginas, para que de
pronto aparezca una palabra que nos dé la clave de lo que hay que hacer, de lo que
va a ser aquello. A veces resulta que escribo cinco, seis o diez páginas y no aparece
el personaje que yo quería que apareciera, aquél personaje vivo que tiene que
moverse por sí mismo. De pronto, aparece y surge, uno lo va siguiendo, uno va tras
él. En la medida en que el personaje adquiere vida, uno puede, por caminos que uno
desconoce pero que, estando vivo, lo conducen a uno a una realidad, o a una
irrealidad, si se quiere. Al mismo tiempo, se logra crear lo que se puede decir, lo que,
al final, parece que sucedió, o pudo haber sucedido, o pudo suceder pero nunca ha
sucedido. Entonces, creo yo que en esta cuestión de la creación es fundamental
pensar qué sabe uno, qué mentiras va a decir; pensar que si uno entra en la verdad,
en la realidad de las cosas conocidas, en lo que uno ha visto o ha oído, está haciendo
historia, reportaje.
A mí me han criticado mucho mis paisanos que cuento mentiras, que no hago historia,
o que todo lo que platico o escribo, dicen, nunca ha sucedido y es así. Para mí lo
primero es la imaginación; dentro de esos tres puntos de apoyo de que hablábamos
antes está la imaginación circulando; la imaginación es infinita, no tiene límites, y hay
que romper donde cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de
escape y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse. Así aparece otra cosa que
se llama intuición: la intuición lo lleva a uno a pensar algo que no ha sucedido, pero
que está sucediendo en la escritura.
Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere
contar. Ahora, hay otro elemento, otra cosa muy importante también que es el querer
contar algo sobre ciertos temas; sabemos perfectamente que no existen más que tres
temas básicos: el amor, la vida y la muerte. No hay más, no hay más temas, así es
Cómo se hace una novela
[Teoría literaria: Texto completo]
Miguel de Unamuno
Héteme aquí ante estas blancas páginas -blancas como el negro porvenir: ¡terrible
blancura!- buscando retener el tiempo que pasa, fijar el huidero hoy, eternizarme o
inmortalizarme en fin, bien que eternidad e inmortalidad no sean una sola y misma
cosa. Héteme aquí ante estas páginas blancas, mi porvenir, tratando de derramar mi
vida a fin de continuar viviendo, de darme la vida, de arrancarme a la muerte de cada
instante. Trato, a la vez, de consolarme de mi destierro, del destierro de mi eternidad,
de este destierro al que quiero llamar mi des-cielo.
Recibo a poca gente; paso la mayor parte de mis mañanas solo, en esta jaula cercana
a la plaza de los Estados Unidos. Después del almuerzo voy a la Rotonda de
Montparnasse, esquina del bulevar Raspail, donde tenemos una pequeña reunión de
españoles, jóvenes estudiantes la mayoría y comentamos las raras noticias que nos
llegan de España, de la nuestra y de la de los otros, y recomenzamos cada día a
repetir las mismas cosas, levantando, como aquí se dice, castillos en Españas. A esa
Rotonda se le sigue llamando acá por algunos la de Trotski, pues parece que allí
acudía, cuando desterrado en París, ese caudillo ruso bolchevique.
¡Qué horrible vivir en la expectativa, imaginando cada día lo que puede ocurrir al
siguiente! ¡Y lo que puede no ocurrir! Me paso horas enteras, solo, tendido sobre el
lecho solitario de mi pequeño hotel -family house-, contemplando el techo de mi cuarto
y no el cielo y soñando en el porvenir de España y en el mío. O deshaciéndolos. Y no
me atrevo a emprender trabajo alguno por no saber si podré acabarlo en paz. Como
no sé si este destierro durará todavía tres días, tres semanas, tres meses o tres años
-iba a añadir tres siglos- no emprendo nada que pueda durar. Y, sin embargo, nada
dura más que lo que se hace en el momento y para el momento. ¿He de repetir mi
expresión favorita la eternización de la momentaneidad? Mi gusto innato -¡y tan
español!- de las antítesis y del conceptismo me arrastraría a hablar de la
momentaneización de la eternidad. ¡Clavar la rueda del tiempo!
(Hace ya dos años y cerca de medio más que escribí en París estas líneas y hoy las
repaso aquí, en Hendaya, a la vista de mi España. ¡Dos años y medio más! Cuando
cuitados españoles que vienen a verme me preguntan refiriéndose a la tiranía:
“¿Cuánto durará esto?”, les respondo: “lo que ustedes quieran”.
Y si me dicen: “¡esto va a durar todavía mucho, por las trazas!” yo: “¿cuánto? ¿cinco
años más, veinte?, supongamos que veinte; tengo sesenta y tres, con veinte más,
ochenta y tres; pienso vivir noventa; ¡por mucho que dure yo duraré más!” Y en tanto a
la vista tantálica de mi España vasca, viendo salir y ponerse el sol por las montañas
de mi tierra. Sale por ahí, ahora un poco a la izquierda de la Peña de Aya, las Tres
Coronas y desde aquí, desde mi cuarto, contemplo en la falda sombrosa de esa
montaña la cola de caballo, la cascada de Uramildea. ¡Con qué ansia lleno a la
distancia mi vista con la frescura de ese torrente! En cuanto pueda volver a España
iré, Tántalo libertado, a chapuzarme en esas aguas de consuelo.
consejos a un joven novelista
15.Si un novelista, a la hora de contar una historia, no se impone ciertos límites (es
decir, si no se resigna a esconder ciertos datos), la historia que cuenta no
tendría principio ni fin.
Arte nuevo de hacer comedias en este tiempo
[Teoría literaria: Texto completo]
Lope de Vega
FIN
La decadencia de la mentira
[Teoría literaria: Versión abreviada]
Oscar Wilde