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El triunfo de la cacerola.

El ingenio argentino, ha sabido brindar grandes inventos a la comunidad y ha


desparramado su talento a lo largo del mundo. Artistas, pensadores, escritores, políticos
o deportistas, han logrado ser ejemplo en la esfera internacional. El ingenio de nuestros
compatriotas no se ha limitado al truco, el asado, el dulce de lecho o el mate, sino que se
ha expresado de varias formas. El sistema dactiloscópico para reconocimiento de
personas, el invento de los instrumentos para la transfusión sanguínea, la creación del
transporte colectivo de pasajeros, el secador de pisos, el bolígrafo, el bypass o la
tecnología para crear dibujos animados, han sido creaciones originadas en estas tierras.
Pero cuando hablamos de política, no debemos dejar de lado la influencia del Che
Guevara en la revolución cubana, la de algún premio Nobel que ha impedido alguna
guerra o la influencia y el glamour de Eva Perón. Pero en los últimos años, las continuas
crisis que ha atravesado nuestra nación, nos ha brindado una nueva obra de ingenio.
Aunque creado en otra región de nuestro continente, este instrumento ha sido utilizado
de manera eficiente por nuestros compatriotas. Ese vil utensilio, que debería estar
repleto de alimentos para nuestra gente, ha logrado derribar un gobierno y ha hecho
temblar a otros. Ese pequeño y temible dispositivo político, esta arma letal en manos del
pueblo, no es más que la conocida cacerola.
Por ello, con extraño orgullo, vemos que la crisis financiera que pulverizó al sistema
bancario de Islandia, ha tenido su cacerolazo. La bonanza de estos prósperos 320 mil
ciudadanos, ha temblado como lo suelen hacer nuestros países subdesarrollados. La
crisis global que estamos atravesando, ha visto la caída de su primera administración. Al
igual que lo sucedido en nuestra patria, sólo bastaron un par de meses, para que la gente
salga a las calles y el sistema colapse. La distancia entre el corralito o la contracción del
sistema bancario y el ruido de las cacerolas, ha sido en ambos casos, inferior a los
cuarenta días. La velocidad de la bronca de los ciudadanos, esquilmados por el
gobierno, cada vez es más rápida, acorde a la velocidad de los tiempos que vivimos.
Los halagos del FMI con respecto a nuestro país, unos meses antes del colapso, se
han repetido en el caso de Islandia. Nuestra próspera y creciente economía, ejemplo
para el resto del mundo se desplomó en cuestión de meses, tal como sucedió con ese
frío y lejano país. Unos meses antes del colapso bancario de Islandia, los sabios de las
finanzas internacionales habían sostenido: “La economía islandesa es próspera y
flexible”. Hoy la desgracia nos ha hecho hermanos.
La crisis financiera ha hecho claudicar a esta perla del mundo desarrollado. La
inmovilización de los depósitos acorralados, indignó a los islandeses y dio origen al
colapso. Originó la pérdida de los ahorros, de los empleos y de la esperanza. Islandia es
hoy una caricatura de aquel país que ofrecía los mejores índices de desarrollo humano
del mundo. Su bonanza sin fin, que daba optimismo al mundo desarrollado, hoy nos
ofrece la imagen de una triste economía. Su colapso es un llamado de alerta para el resto
de los países europeos y las superpotencias. Es que al fin, tanto los países marginales
como las potencias desarrolladas, tenemos las mismas virtudes y los mismos males. Sin
reservas de moneda extranjera, con casi la totalidad de la banca nacionalizada y el país
en bancarrota, su futuro es incierto. A merced del FMI como si fuera semejante a
Senegal o Sierra Leona, el temor aumenta la oscuridad de su suelo. Como síntoma de su
desesperación, el gobierno analizaba la posibilidad de aceptar un préstamo de Rusia.
Parece que ya se han evaporado los 2.100 millones del FMI y los 3.000 de Dinamarca,
Suecia, Noruega y otros países. Las promesas que les hicieran a sus prestamistas de
austeridad, estabilización y reestructuración de la banca, han sido incumplidas.

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Aquél país que hace un año encabezaba la lista de los más desarrollados, ve ahora
que su desocupación crece de manera exponencial y la fuga de capitales se hace
incontrolable. La corona islandesa se devalúa sin límites y el mercado de valores se
desploma. La inflación y la tasa de interés se elevan a niveles ilimitados. El déficit de su
balanza comercial se ensancha y el caos cubre toda la economía.
Por ello, el primer ministro Geir Haarde, anunció la renuncia a su gobierno. En
medio de una fuerte presión de la opinión pública dijo: “Estoy aquí para anunciar que
yo mismo y la dirigente del Partido Socialdemócrata hemos decidido no seguir con la
coalición de gobierno”. Haarde y sus medidas, no lograron impedir que el sábado unas
5.000 personas se manifestaran golpeando sus cacerolas, para reclamar la renuncia de
todo su equipo.
En medio de esta debacle mundial, los ciudadanos han descubierto un nuevo escudo,
que les permite evitar el robo y la corrupción de quienes detentan el poder. Por primera
vez, los políticos han comprobado que el pueblo tiene alguna forma de oponerse a sus
intentos de explotarlo. Esperemos que la aplicación de este nuevo método de protesta,
que se ha originado en nuestras tierras, sea un arma eficiente al servicio de todos los
pueblos esquilmados.

Horacio Hernández.

http://www.horaciohernandez.blogspot.com/

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