Vous êtes sur la page 1sur 13

Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 96

97
96

der que podía proceder a tapar el agujero, éste tras


el tiempo prudencial que necesitó para entender exac-
tamente qué le habían querido indicar, se acercó
finalmente hasta la tumba y comenzó a palear la tie-
rra empapada y oscura del montón adyacente, sin con-
siderar en ningún momento si su sencillo trabajo
podía molestar o no al hombre que, con el rostro com-
pungido, observaba como su vida se escondía entre los
terrones sueltos que caían sobre el humilde ataúd.
El molinero caminó sin rumbo o destino, vagó por
El molinero tardó en reaccionar, pero, tras un momen-
donde sus piernas quisieron guiarlo, y la noche de
to se caló la boina húmeda y echó a andar sin decir
invierno llegó para acompañarle en su luto, denigrán-
nada, sus andares, ese caminar cansino de los vaga-
dolo, humillándolo, haciendo que fuese consciente de
bundos que saben que nada ni nadie los espera.
las esperanzas que había perdido. En su interior algo
La nieve seguía cayendo, el atardecer era ya se había quebrado y la amarga certeza de que nada
pleno, y el mismo cuervo volvió a graznar, frustra- podía hacer para remediarlo lo hundía en un tortuo-
do quizá al comprender que aquel cadáver quedaba ya so purgatorio en vida. Quiso aliviar su pena acudien-
fuera de su alcance bajo las paladas de tierra del do a los buenos recuerdos, a los más bellos momentos
enterrador. Camino a la sacristía el padre que su memoria almacenaba, pero, no sirvió más que
Bernardino se volvió para ver marchar al molinero, para entristecerlo aún más, cada llamada al pasado
los hombros encogidos en el traje oscuro cubierto de en busca de la suavidad de una caricia, la bondad de
manchas de barro, cada paso en un mundo distinto, la un gesto o el ánimo de una frase halagadora lo
cabeza gacha, perdida la mirada en los copos de enfrentaba ante un futuro vacío y yermo que anegaba
nieve que se fundían en el suelo. de aguas putrefactas lo más hondo de su alma.

El enterrador continuaba con su trabajo, los res- No tenía a donde ir, y de haberlo tenido ni
tos revueltos de su cerebro no le permitían seguir siquiera sabía si hubiese querido dirigirse hacia
compás alguno. Estaba empapado y aunque le costaba tal sitio. Quizá por eso, aun sin ser plenamente
comprender la noción del tiempo sabía, a su manera, consciente de lo que hacía, acabó encontrándose en
que aún le quedaba mucho para poder terminar. La el puente de piedra aguas abajo de la aceña. El río
mejilla le dolía, y las manos aunque callosas comen- bajaba poderoso, rugiendo en los rápidos, el agua
zaban a resentirse, sin embargo, sonreía. tomada un tanto por la nieves. Y, en el rumor de la
corriente quiso el molinero escuchar el llanto del
Era una sonrisa macabra, como la cicatriz que el amigo por sus calamidades.
ácido derramado hubiese dejado sobre el rostro de un
niño. Se sentía como la liebre a la que el lobo acorra-
la en el zarzal, sin peligro presente, pero, sin
salida alguna, condenado.

La noche era fría, gélida. El molinero sentado en


Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 98

99
98

el puente, con los pies colgando sobre el agua, tem- se culpaba con una seguridad ácida que le ulceraba
blaba, no se daba cuenta, pero temblaba. Buscó su las entrañas.
petaca, a punto estuvo de que se le cayera. Las tré-
mulas manos del molinero rompieron un par antes de El regreso fue una maldición descarnada, poner un
acertar a sacar un papel del librillo, lo dejó col- pie delante del otro era una tarea titánica y sólo
gando de los labios, cogió otro, estaba atontado. el estúpido convencimiento de que pasar un rato al
Media petaca se vació sobre el río, la otra media lado de la tierra recién removida de la tumba de
por sus manos y más por suerte que por acierto sobre Carmen le haría encontrarse mejor lo animó a conti-
el papelillo quedaron suficientes virutas de tabaco nuar. Estaba cansado, todos sus músculos se agarro-
como para liar un cigarrillo. Los dedos, torpes y a taban, su cuerpo quería rendirse a la hipotermia,
medio congelar, quisieron revolverse para enrollar los labios azules y cianóticos se cuarteaban y a
el papel sobre las hojas secas, no salió bien, sólo cada metro un trozo de su alma se quedaba en el
una parte se quedó en el arrugado cilindro. Las intento. Pero, tenía el convencimiento de que no
cerillas estaban empapadas por lo que prender aquel había nada más que pudiese hacer, sonámbulo en la
adefesio fue imposible, tras dos intentos fallidos fría oscuridad de la nevada noche de invierno al fin
se lo arrancó de los labios, con rabia, llevándose llegó hasta el manzanal donde de chiquillo le gus-
de paso el otro papelillo que aún pendía de su boca. taba rondar en las tardes plácidas de verano para
La frustración lo condujo a la histeria, lloró de robar un par de manzanas a espaldas del predecesor
nuevo, lloró porque ya nada más podía hacer. El de Bernardino.
llanto inútil que llama ansioso a la desesperación, Deambulaba por entre los árboles desnudos, per-
última voluntad del reo. diendo el rumbo a menudo, como un pesado galeón con
Los hombres, cuando se enfrentan al infortunio son el timón mordido en la galerna del ochenta y siete.
a menudo tan estúpidos como para dejarse hundir por Un lobo aulló en los altos y sin motivo aparente el
cualquier otro desafortunado hecho. Como la gota que molinero se asustó, se detuvo. El viento hilaba
colma el vaso haciendo que se derrame. Así fue como gemidos de falsa agonía, las sombras se movían des-
el molinero se quebró esa noche sobre el puente de pacio con las perezosas nubes que continuaban
piedra aguas abajo del molino. librándose de su carga helada. Como todas las noches
de los bosques era una noche hipócrita, todo pare-
De las lágrimas que cayeron no supo el número, cía quietud, pero, si uno prestaba atención los
pero, cuando él mismo se hartó de su propio llanto oídos se le llenaban de los infinitos murmullos del
decidió volver al cementerio y visitar la recién bosque. Algo no estaba bien, no supo el qué, pero,
estrenada tumba de su esposa. Se sintió incompren- fuera lo que fuese, algo andaba mal, la monotonía
siblemente culpable, ella se pudría y él respiraba. del bosque estaba rota, las cosas no sonaban como
Se preguntó mil veces si acaso no podía haberlo evi- debían. Camuflado por entre los arrullos del viento
tado y mil veces se maldijo por no haber sabido cui- en las ramas se oían gemidos ahogados.
darla. Se había muerto poco a poco, consumiéndose
ante sus ojos, y nada pudo hacer para cambiar el Los muertos se lamentaban, algo los incomodaba.
destino de la mujer que amaba, se culpaba por ello,
La escasa claridad arrancaba largas sombras a las
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 100

101
100

sepulturas, las cruces de piedra, las modestas lápi- quizá percibía que su amo estaba contento y cuando
das, los recargados jarroncillos para las flores. el amo estaba contento la carne siempre era de buena
Entre esas sombras una discontinuidad, una morteci- calidad. Graznó de nuevo. El chirriante sonido se
na luz esparcida con desgana por una pequeña lámpa- perdió en algún lugar del manzanal.
ra de carburo que dormitaba apoyada en la tenue capa
de nieve que cubría levemente la tapia de piedra de El molinero oyó los estridentes berridos del cuer-
una de las escasas tumbas en las que el dinero había vo, definitivamente algo había en la noche que no
sido suficiente como para esconder el lugar de des- estaba en su lugar. Fuera lo que fuese, no era
canso eterno del ser querido. Sobre la cruz, uno de bueno, lo presentía, el vello de la nuca se le erizó
los cuervos que gustaban de frecuentar el cemente- por culpa de un escalofrío. Escuchó atento y avanzó
rio ejercía de noctámbulo, sus plumas negras como muy despacio.
una profunda sima, destellaban a la fría luz de la El cuervo miraba sin entender, con sus ojos de
lamparilla. En uno de esos gestos eléctricos tan de turmalina fijos en la sonrisa deformada de su amo.
los pájaros escondió su pico, que tanta carne pútri- Atento.
da había desgarrado, bajo la siniestra de sus alas,
buscando, sin duda, acabar con uno de los incómodos Un hueco entre las nubes brindó algo de claridad
parásitos zancudos que se alimentaban de la sangre a la noche.
que corría por las venas a flor de piel del inmun-
do ave. Debió conseguirlo porque alzando la cabeza Alguna bestia correteó por el bosque, se oyeron
orgulloso graznó alborotando la noche. sus pisadas en la nieve.

Era el mismo pájaro que había asistido con desga- El montón de tierra recién removida comenzaba a
na al entierro de la tarde. Era el cuervo de Calero, absorber el agua de los copos, convirtiéndose en
el enterrador. El año anterior mientras expoliaba pastoso y sucio lodo. Como el estandarte olvidado
los nidos para hincharse con huevos frescos encon- tras la sangre de la batalla una barra de hierro
tró al polluelo sólo y se quedó con él. Lo había cui- oxidado había sido clavada en el montículo, era una
dado con toda la atención de la que un idiota seme- de esas herramientas de carpintero, uno de los
jante era capaz, en el éxito de la educación de la extremos servía de palanca, el otro, bifurcado, como
emplumada bestia también había influido la experien- la lengua de los reptiles, era de uso para arrancar
cia, los tres anteriores se le habían muerto, uno de clavos por la plana cabeza. Al lado, una pala des-
hambre, el otro de sed y al último se lo llevó por gastada y herrumbrosa intentaba decidirse entre des-
delante de un pisotón una noche que se emborrachó. plomarse o no, a medio enterrar la parte metálica,
el poco peso de la tierra sobre ella parecía dudar
Calero quería a su modo a aquel cuervo, aquel entre ser o no suficiente como para contrabalancear
bicho era su amigo, y era su secreto, nadie lo la masa del pulido mango de madera de roble.
sabía, y los secretos le gustaban mucho a Calero,
tenía tantos… y tan sólo los compartía con su mas- De bruces, el torso en el interior del ataúd, el
cota carroñera. El cuervo, Moro, para Calero, debía abdomen apoyado en uno de los fondos, rasgándose la
de intuir lo especial de aquella noche de nevada, piel con la áspera madera, las piernas abiertas col-
gando, los dedos de los pies golpeteando el barro a
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 102

103
102

cada envite. Manchado de tierra el vestido arrugado Manteniendo un precario equilibrio, soltó su mano
a la altura de los hombros, dislocada la articula- derecha y buscó uno de los pechos del cadáver de la
ción, era zarandeado con cada empujón, como una vela mujer, la recorrió desde la cintura hasta la prime-
rota en viento racheado. Los brazos, aun bajo los ra curva del seno, lo cubrió con su mano callosa, lo
efectos del rigor mortis, se mantenían todavía fle- apretó con fuerza, con los dedos índice y pulgar
xionados por el codo, con los dedos de las manos pellizcó salvajemente el pezón clavando las uñas
entrelazados. Las uñas, púrpura la carne, amenazaban mugrientas en la areola. Los músculos de la muñeca
con desprenderse al siguiente golpe. El pelo sucio y y el antebrazo se tensaron, la carne se desgarró con
revuelto se alborotaba a cada embate, un mechón pren- un sonido sordo y desafinado, se lo llevó a los
dido en la cabeza mal asentada de un clavo que sobre- labios y lo besó como el niño pequeño que besa a su
salía en uno de los laterales del féretro se tensa- madre antes de ir a acostarse, entonces, lo arrojó
ba y destensaba, en cada ocasión abriendo un poco más hacia donde el cuervo esperaba impaciente.
una brecha en el cuero cabelludo.
El pájaro alzó el vuelo meciendo con sus alas de
La lengua enferma del enterrador recorrió los sur- azabache el aire frío, la pala silbó, rasgándolo.
cos de la amoratada piel de la espalda del cuerpo Calero, embebido en su tarea ni se dio cuenta, le
que comenzaba a hincharse debido a la putrefacción, alcanzó el costado rompiéndole dos costillas y
a su paso dejaba un reluciente hilo de baba trans- abriendo una herida de un palmo. Se revolvió aullan-
lúcida. Calero irguió la cabeza haciendo fuerza con do como un cerdo mientras el largo cuchillo de
los brazos en los laterales del ataúd, donde tenía matanza le atraviesa el cuello buscando el corazón.
apoyadas las manos, empujó con la cadera, gemía como El molinero no le dio demasiado tiempo, cargó de
las ratas recién paridas. Su deforme cara, en el nuevo, esta vez el brazo alzado para detener el
ademán de una lunática sonrisa brillaba al resplan- golpe se quebró como una astilla cuando la pala
dor de la fría luz de la lamparilla de carburo, impactó. Casi consiguió ponerse en pie, en el gesto,
húmeda por la nieve y su propio sudor ácido y malo- al abrir las piernas, el molinero vareó de abajo a
liente. El rubor acentuaba la amorfia de su rostro arriba la pala, el saco genital se abrió manando
cuajado de surcos y valles de piel cuarteada. Su ojo sangre y restos de los testículos aplastados. El
sano saltaba en la órbita, como los de la comadreja tuerto gritó mostrando su boca podrida, perdidos más
que encuentra el hueco en la valla del gallinero. de la mitad de los dientes. Cargó contra el moline-
Sus piernas desnudas, entre las del cadáver, se ten- ro cuando éste alzaba de nuevo la pala, lo cogió de
saban hincando los pies en la enlodada tierra. El lleno, propinándole un cabezazo en el pecho y
desordenado matojo de pelos que cubría los restos de haciendo que cayese de espaldas. En su mente enfer-
su cabeza que no estaban cosidos por las cicatrices ma aquello fue suficiente y se volvió de nuevo bus-
se revolvía con cada empellón. Jadeaba como un perro cando el cuerpo de la mujer, ansioso por continuar
cansado, su aliento infecto se condensaba en la aún a pesar de que sus genitales destrozados rega-
noche helada formando pequeñas volutas de una nebli- ban de sangre la nieve cuajada. Arrodillado, sus
na enferma. manos impacientes apartaban de nuevo las piernas de
la mujer muerta cuando el molinero le acertó en la
cabeza con el canto de la pala, el hueso crujió,
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 104

105
104

cediendo, y el metal se hundió sin resistencia en el Alguna alimaña inmunda se movió en el manzanal,
cerebro enfermo del enterrador. quizá una jineta había encontrado los restos del
cuervo y se daba un festín. Ninguno de los dos hom-
Un par de estertores lo zarandearon ridículamen- bres se percató de ello.
te. Estaba muerto, y el molinero hubo de hacer fuer-
za con el pie en el hombro del loco para sacar la Cuando el molinero ya no pudo más su mano se abrió
pala. El cuerpo se derrumbó sobre el de Carmen, lle- temblorosa y la pala ensangrentada cayó a sus pies,
nándolo todo de sangre y restos de masa encefálica. las piernas se flexionaron y cayó él a su vez, de
Le dio una patada para apartarlo y se dejó caer al rodillas, arañándose la carne de las articulaciones
suelo, agotado, tratando de asimilar cuanto había con las piedras sueltas del suelo a través de la
sucedido. El cuervo, que se había mantenido expec- tela basta del pantalón.
tante, se posó en los restos sanguinolentos de la
cabeza de su amo y comenzó a picotear en el hueco Alzando el rostro a la noche gritó desgarrándose
que el golpe del molinero había abierto, a fin de el pecho mientras levantaba los brazos.
cuentas, ése era el momento que el pajarraco había
El sacerdote se acercó, sus labios se movían apre-
estado aguardando toda la noche. Hasta ese instante
surados, rezaba sin darse cuenta un avemaría tras
los actos del molinero no habían sido más que cru-
otra. El molinero no se enteró de la presencia del
dos instintos, una respuesta natural y refleja,
cura hasta que éste le posó la mano suavemente en el
pero, la imagen que se regodeaba en convertirse en
hombro. La cara, los ojos del molinero, por sí mis-
algo más macabra a cada segundo fue suficiente para
mos, prácticamente le contaron toda la historia. Sin
que una ciega ira se apoderase de él. Se levantó
mediar palabra el padre Bernardino apoyó la escope-
como la llama que prende en la yesca y golpeó al
ta en el montón de tierra y cogiendo el cadáver del
pájaro con la pala, el cuervo, ocupado como estaba
tuerto por las muñecas lo arrastró hasta la tumba
no tuvo tiempo de reaccionar. Los restos informes y
abierta, el molinero lo miró asombrado. Luego com-
sangrantes de carne y plumas fueron a parar al man-
prendió, dejó de sollozar y se limpió los mocos con
zanal. Las plumas negras se esparcían en la brisa
las sucias palmas. Al ponerse en pie cogió la pala.
mezclándose con los copos de nieve en una tragicó-
mica imagen. Giró sobre sus talones y se ensañó con Fue el molinero el que introdujo de nuevo el cadá-
el cuerpo sin vida del enterrador, un golpe por cada ver de la mujer en el féretro, le bajó el vestido,
lágrima biliosa que derramó. Una y otra vez, rom- le atusó el pelo, colocó con un crujido los brazos
piendo todos los huesos, aplastando todos los órga- en su posición original, clavó de nuevo la tapa
nos, una y otra vez hasta perder el resuello. usando la parte plana de la pata de cabra. Entre los
dos hombres, sin decir una palabra devolvieron el
El padre Bernardino todavía vestía unos ridículos
ataúd a la tierra impaciente y el molinero cubrió el
camisón y gorro de dormir, la cochambrosa escopeta
horror de aquella noche, en cada palada un suspiro
que guardaba en su dormitorio de la sacristía col-
de reniego e incredulidad.
gaba de sus manos fláccidas. Una estúpida expresión
de sorpresa, susto, angustia e incredulidad, todo en Al hacer determinadas cosas las personas no son
uno, decoraba su gordo y pálido rostro. del todo conscientes de que las están haciendo,
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 106

107
106

mucho menos lo son de sus consecuencias. Sin embar-


go, suele suceder que instantes después, enfrenta-
dos al resultado, los engranajes del raciocinio con-
siguen colocar cada pieza en su correspondiente
escaque, lo cual, lleva a descubrir que uno no siem-
pre se siente orgulloso de lo que acaba de hacer,
incluso cuando existen motivos justificados. El
molinero acababa de matar a un hombre, y la culpa lo
rodeó en un abrazo amargo. Él no era hombre de excu-
El sacerdote se despertó sobresaltado, un pelo le
sas, poco le convencían las que bien podrían haber-
faltó para caerse del taburete. La imagen que ante él
se llamado circunstancias atenuantes. Por eso cuan-
tomaba consistencia no ayudó a tranquilizarlo, trajo
do el padre Bernardino le ofreció un trago de aguar-
a su mente desagradables momentos. El molinero le
diente en la sacristía, manifiesta la clara inten-
concedió unos instantes, quizá porque adivinó las
ción de charlar por unos instantes, el molinero
ideas que turbaban malsanamente al clérigo. Tras un
aceptó de buena gana mientras palmeaba la tierra de
momento el cura acertó a mirarle a los ojos, no sin
la superficie de la tumba.
preguntarse de nuevo qué demonios le había sucedido
Se llevaron la barra oxidada, la pala desgastada, para que uno de ellos tuviera semejante aspecto.
la lámpara de carburo y la herrumbrosa escopeta, los
- Padre Bernardino… ¿cómo es qué?, ¿qué diablos
dos hombres caminaron cabizbajos hacia la iglesia.
hago aquí?
El molinero se sentó en la cama, el sacerdote en un
taburete, ambos tenían un vaso en la mano y una - Hijo, modera tu lenguaje, no son maneras… ¿te
carga en la conciencia. encuentras mejor?, ¿quieres un poco de agua
fresca? – Prefirió dejar las preguntas para más
- Padre…- dijo el molinero- ,padre, ¿está
adelante, quería estar seguro de que el estado
dormido?…
del molinero era el apropiado.

Así pues, antes de dejarle contestar el gordinflón


ya se había levantado para acercarse a por agua
hasta la jarra de porcelana astillada que descansa-
ba en la cómoda. El molinero se sorprendió de que
aquel viejo taburete no hubiese dejado escapar un
suspiro de alivio, no se explicaba cómo podía seguir
de una pieza. Lo cual, a su vez, hizo que se perca-
tara de que su condición no debía ser muy mala si
pensamientos tan banales e irónicos se le ocurrían
en una situación tal. Le dolía todo el cuerpo, los
raspones picaban, la cabeza parecía querer estallar
y la noche pasada era un pastoso borrón impreso en
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 108

109
108

su retina, no tenía nada claro qué es lo que en ver- menos a atribuirle a la aparición las virtudes pre-
dad había sucedido. Sin embargo, en comparación con monitorias de algún oscuro oráculo. Fue su intención
días anteriores se concedió al menos el beneficio de desde el justo momento en el que el molinero termi-
la duda, probablemente se encontraba algo mejor. nó su relato convencerle de que cuanto había padeci-
do nada tenía que ver con su muerte futura o presen-
Puede que porque en esa época no había otra cosa te, le concedió incluso que lo visto fuese real,
que hacer en mitad de la noche si se trataba de dos pero, no quiso dar su brazo a torcer en el escamoso
hombres y uno de ellos era un sacerdote, o puede que asunto de la relación entre las desdichadas almas en
porque el molinero necesitaba realmente desahogar- pena y posibles visitas a los moribundos.
se. Los dos amigos hablaron largo y tendido, el uno
hilaba las palabras con dudas y cierta timidez, el - Hijo mío, no te das cuenta de que si en verdad
otro escuchaba con sincera consternación. Como el fuesen los desdichados espíritus, Dios los tenga
niño que temeroso finalmente le confiesa a un padre en su gloria, de unos cuantos desgraciados de
indulgente la última de sus trastadas. mala vida, no serían el mensajero que el Señor
misericordioso elegiría para tan desagradables
El sacerdote coincidió con el molinero en que las nuevas. – Le dijo el sacerdote, ya un tanto
heridas de la mano no podían tener relación con su amoscado, cuando el molinero insistió sobre el
enfermedad, sin atreverse a pronunciarlo en voz alta tema.
por su mente pasó una palabra, tuberculosis, pero
tan malhadado vocablo no era propio del momento y el Allende de las cuitas de su amigo al cura le pre-
cura era perfectamente consciente de ello. Si acaso ocupaba cómo reaccionarían sus feligreses si el
era ése el problema resultaba evidente que no mere- molinero contaba semejante versión de los hechos,
cía la pena conducir al molinero por aun más amar- por lo que le recomendó encarecidamente que no se le
gas cavilaciones. Le alegró saber que el lamentable ocurriera mencionar tan espinoso asunto a ninguno de
estado del ojo derecho del molinero tenía una expli- los lugareños. Ésa era la eterna batalla del padre
cación de lo más razonable, a su modo de entender- Bernardino, el que sus parroquianos no atribuyesen
lo, si otras partes del cuerpo se amoratan tras un a las meigas o a una oscura intervención demoníaca
golpe, no resultaba extraño que la conjuntiva heri- cualquiera de los sucesos que se salían de la vida
da adquiriese un tono semejante. Sus conocimientos cotidiana. El cura no era ingenuo y sabía sobrada-
de medicina no eran suficientes como para entender mente que tras los últimos acontecimientos una, sino
de los traumatismos de los diminutos capilares del las dos posibilidades, rondaban las supersticiosas
globo ocular, pero, su sentido común aceptaba sin mentes de los lugareños, de ahí que insistiese enca-
demasiada dificultad una hipótesis semejante. recidamente.

De cuanto hablaron aquellas horas, sin duda algu- - Ya baja el río demasiado revuelto, demasiado
na, un tema en especial disgustó al sacerdote. El hijo mío, no te busques más problemas.- Fue el
padre Bernardino no recibió de buen agrado la men- sabio consejo.
ción que el molinero hizo Á Santa Compaña, el cura
no estaba dispuesto, bajo ningún concepto, a admitir Fiel a su carácter, al molinero no le pareció en
que hubiese sido algo más que un mal sueño y mucho absoluto difícil complacer al sacerdote, tuviese o
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 110

111
110

no tuviese razón el padre Bernardino, por propia padre Bernardino para explicarle cómo había de des-
voluntad él no tenía intención alguna de comentar lo envolverse la línea en el aire, qué insectos esta-
ocurrido. Además, las palabras del abotargado cura ban tomando las pintonas según la época del año o
inspiraron al molinero, quizá no del modo que aquél qué clase de avellano era el mejor para templar una
hubiese deseado, pero, sin duda surtieron efecto. buena caña.

- Padre Bernardino, ¿le he contado lo del gallo Le costó admitirlo, pero, perdió la batalla, el
acerado que me compré hace un par de semanas?, molinero continuaba sin ceder terreno en cuanto al
por cierto, estos días al amanecer se andan asunto de su regreso a la fe, su convencimiento en
cebando con caénidos… la verdad sobre la Santísima Trinidad o su creencia
en la bondad de la providencia divina mientras que
Una sonrisa cruzó la cara del sacerdote, sincera el cándido cura perdía, salva sea la parte, corrien-
demostración de que había comprendido la sutil indi- do valle abajo y remangándose la sotana cada vez que
recta del molinero. el molinero se acercaba a la iglesia para rogarle
que le acompañase al río.
Desde aquellos primeros días tras la muerte de
Carmen en los que el sacerdote desistió en su afán El molinero no era tan buen maestro como el borra-
de convencer al molinero de que debía confiar más en cho escocés, pero, el cura no era tan bruto como el
los designios del buen Señor, el padre Bernardino primero, por lo que en el segundo año el sacerdote
había aprendido a buscar al molinero en sus momen- ya se manejaba decentemente por su cuenta, aunque,
tos en el río. Eran esos instantes los que el moli- tuvo que aceptar que sus rechonchos dedos no eran
nero elegía para abrirse al cura y dejarse llevar un capaces de atar un artificial de manera medio decen-
tanto más por los consejos y advertencias de éste. te por lo que siempre dependía de la bondad del
En las primeras ocasiones el padre Bernardino se molinero para mantener su caja de moscas adecuada-
había limitado a acompañarlo por los caminillos de mente provista de fieles imitaciones.
la ribera y observar fascinado como aquel cordel
cortaba el aire como un látigo, asombrado estaba de Así, el amanecer sorprendió a los dos amigos bus-
que el molinero no terminase cada jornada con la cando en la superficie del agua los delicados sur-
espalda como un penitente de Jueves Santo, y es que cos que indicaban la actividad de los peces.
más posibilidades había visto el cura de flagelarse Llevaban una sola caña, ésa era su costumbre, tur-
que de capturar una trucha con semejante estilo pis- narse en cada captura o simplemente cada cierto
catorio. número de posturas, de tal modo permanecían más
tiempo juntos, había así ocasión para hablar de
Como era de suponer, a medida que las jornadas en Dios, de las truchas, del mejor lance y sobre todo
el río con el molinero se fueron sucediendo el para compartir el agradable silencio de la expecta-
sacerdote hubo de concederle una suerte de tira y ción cuando la mosca artificial deriva en la
afloja en el que mientras el cura se esforzaba en corriente a la espera de la pintona que emerja para
hacerle entender que en nada se podía culpar por las tragársela.
desgraciadas circunstancias de la muerte de su espo-
sa, el molinero aprovechaba cualquier respiro del Las horas se deslizaron mansas por el flujo del
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 112

113
112

tiempo, los dos amigos hablaron, bromearon, rieron o larpeiro, era travieso, de esos niños a los que
y entre tanto hicieron algún lance que otro. los adultos cuando hablan entre sí siempre se refie-
ren del mismo modo: “é bon rapaz, mais é moi fede -
Cuando ya el sol quería arañar su cénit descubrie- llo”. Y era cierto, era un niño con un corazón del
ron bajo la sombra de las ramas de un sauce cabru- tamaño de una hogaza de pan, pero era travieso, muy
no que hacía equilibrios de funambulista en la ori- travieso. También era soñador, Miguel deseaba por
lla una hermosa trucha que subía de tanto en tanto encima de cualquier otra cosa escaparse de casa para
para alimentarse de los restos de la eclosión. El ir a la ciudad y ver una pastelería, le habían con-
molinero fumaba observando, el sacerdote se atusaba tado que existían comercios en los que sólo se coci-
la calva en el gesto del que ha olvidado que hace naban dulces que luego se vendían, por eso había
tiempo que ya no tiene cabello que mesar. Se habla- decidido que quería hacerse repostero, qué mejor
ron en voz baja comentando las posibilidades de tal profesión podía haber en el mundo que convertirse en
o cual manera de presentar la imitación. Ambos pastelero, siempre rodeado de azúcar.
absortos en la intensidad de esos momentos. Pescar
a pez visto era siempre un desafío que requería Su idea no era del todo acertada, pues imaginaba las
implícitamente entretenerse más de lo necesario para pastelerías como una aberración metamórfica de la
apurar el vaso hasta la última gota. taberna de Facundo, donde su padre iba a jugar a la
brisca, para Miguel, habían de ser muy parecidas, sólo
Mientras, Migueliño, o larpeiro, corría como alma que en lugar de tomar un trago de aguardiente uno pedía
que lleva el diablo. De unos diez años, pelo negro, un trozo de tarta, sin embargo, puede que aún descu-
corto, revuelto y sucio, de tez clara y delgado como briendo su error no cambiase de parecer, lo importan-
un junco. Corría, sus rodillas raspadas se levanta- te para él no era el aspecto del comercio, sino la
ban acompasadamente, sus pies, enfundados en las posibilidad de comer tanto dulce como desease.
pesadas botas de cuero, marcaban el compás. Corría,
apartando con las manos las ramas que lo querían Corría, como corren los galgos tras las liebres.
atrapar, agachándose raudo para pasar bajo los tron- Le habían dicho que buscase al molinero, y todos
cos retorcidos de los alisos de la ribera. El zagal sabían que cuando no estaba en el trabajo o en casa,
corría porque le habían dicho que así lo hiciese y el molinero andaba por el río.
uno no podía decirle que no a un padre tan serio como
el suyo, aún le dolía el trasero de la última zurra. - Muy bien hijo, es toda tuya, yo me voy a
sentar un rato en la orilla, este agua fría me
Por algo le llamaban larpeiro, se había comido a está martirizando, mis rodillas son ya demasiado
escondidas, sin permiso y sin compartirlo con sus viejas.- Dijo el sacerdote.
hermanos el último jarro de miel que quedaba en la
alacena, y a su padre le gustaba mucho el queso - Muy bien padre, pero, esté atento, va a ver lo
fresco, pero sobre todo le gustaba si lo acompañaba que es un buen lance de costado.- Replicó el
con miel, lo que a su padre, Domingo Corredoira, no molinero sin apartar la vista del apostadero de
le gustaba, eran las sorpresas. Cierto era que a la trucha.
Miguel por gustarle, tampoco le gustaba probar el
- Claro hijo, no te preocupes, estaré atento.-
cinturón de su padre tan a menudo, pero Migueliño,
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 114

115
114

Le respondió a su vez el padre Bernardino caminan- - ¡Padre Bernardino!, ¡padre Bernardino!,– gritó
do ya hacia la ribera. Miguel en cuanto lo vio- menos mal que lo
encuentro, ¿usted ha de saber por dónde anda el
El sacerdote luchó contra la mansa corriente con molinero?.
sus piernas regordetas y asiéndose al tocón de un
abedul que tiempo atrás una riada había partido se La que más se asustó fue la trucha, sin duda, que
encaramó a la orilla para sentarse precariamente en en un par de segundos ya había remontado más de la
el borde de tierra que apoyaba contra las raíces mitad de la tabla donde el molinero, con el agua por
medio levantadas del árbol. De no haber estado tan la cintura, miraba con cara de idiota como su mosca
gordo el sitio hubiese sido perfecto, pero con el se prendía en las algas que rasgaban la superficie
tamaño de su trasero media nalga derecha colgaba un tanto más abajo del que había sido el apostadero
peligrosamente sobre el río, se lo pensó un instan- de la que ya había llegado a considerar su captura.
te, pero decidió quedarse donde estaba, era el mejor
lugar para observar al molinero. Los gritos del chiquillo a punto estuvieron de
hacer perder al cura el equilibrio y que cayese al
El pez subió una vez más rasgando con violencia el agua, lo evitó echando la mano al tocón y en cuan-
menisco y atrapando uno de los caénidos ya muertos to recobró la compostura viéndose de nuevo seguro en
que arrastraba la corriente. El molinero tensó los su asiento recriminó al muchacho.
músculos de su mano y palpó con gusto la empuñadura
de corcho, elevó el brazo derecho y soltó los lazos - Pero, rapaz, ¿qué no ves que andamos pescando?,
de línea que mantenía entre los dedos de la mano ¿a qué viene tanto grito?
izquierda. A la altura de su hombro y en un plano
El chiquillo vio entonces al molinero, que desde
paralelo al río llevó la caña hacia atrás haciendo
el centro del río lo miraba a su vez con cara de
que la inercia se transmitiera a la liña, que se
pocos amigos, y comprendió que había metido la pata.
desenvolvió en el aire a sus espaldas a tres cuar-
Se ruborizó compungido, agachando la cabeza, en la
tas del agua, adelantó entonces el antebrazo flexio-
que, sus ahora rojas orejas, destacaban como una
nando la muñeca y haciendo que la puntera describie-
mosca en un vaso de leche.
se un preciso arco, cuando su mano se detuvo la ten-
sión que la vara de avellano había acumulado se - Lo siento padre Bernardino, de verdad que lo
transmitió a su línea y la mosca artificial surcó el siento, no me di cuenta.- Dijo Migueliño con
aire. La seda se fue posando delicadamente en el apenas un susurro mirándose los pies con aire
agua para entregar la imitación unas pulgadas avergonzado. – Mi padre me mandó a buscarlo a él
corriente arriba de donde el pez cazaba. para dar recado de que quería verlo.- Continuó
para levantar ahora la barbilla y señalar al
Los dos amigos contuvieron la respiración sin
molinero.
darse cuenta. El molinero sin quitar los ojos de
aquel amasijo de plumas que pretendía ser actor y el - ¿Y acaso pensabas que con tanto berrido
sacerdote, cuya vista ya no era la de unos años habrías de encontrarlo antes?… Bueno, bueno,
antes, intuyendo la deriva del artificial. vamos a dejarlo… Pues… Vuelve y dile a tu padre
que en cuanto nos sequemos y mudemos la ropa los
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 116

117
116

dos nos acercaremos hasta la casa. era, conociendo al rapaz, éste habría escuchado sin
permiso la conversación de los mayores y de seguro
- Ah no… - Saltó rápidamente el muchacho para tenía una idea de que iba el asunto. El molinero,
continuar muy vehemente – padre dijo que no me paciente, se mantenía al margen con una velada son-
separase del molinero cuando lo encontrase, que risa quebrando las líneas de su rostro, lo cual
yo y él fuésemos de inmediato, así que me quedo resultaba una imagen que no tranquilizaba demasiado
aquí con ustedes mientras se secan, se cambian o al niño, con uno de sus ojos rojos, la corta barba
lo que quieran. cenicienta y la extraña fama que arrastraba, para el
- Rapaz, ¿y no será?, él y yo… chicuelo, la sonrisa de medio lado del molinero
asustaba más que otra cosa. Por lo que bajando de
- Que no padre, que vamos los tres, si marcho y nuevo la cabeza el rapaz comenzó a hablar.
les dejo ir a ustedes mi padre se saca el
- Yo andaba jugando a las tabas con mi hermano a
cinturón y luego no me puedo sentar derecho en
la entrada de la casa y oímos a madre, que
tres días, que no, ya le dije que les espero.
andaba en la cocina con sus cosas, gritar jura…
- Bueno, bueno – dijo el padre Bernardino poniendo el nombre de Dios en vano y nos dio la
sonriendo. risa, ya sabe usted padre que mi hermano anda
todo el día riendo. A veces tengo que zoscarle
Así, mientras Migueliño, o larpeiro, se entrete- para que pare, me acuerdo un día…
nía deshaciendo una tela de araña que pendía entre
las ramas de un roble, los dos amigos recogieron los - Miguel…
aparejos y se cambiaron las ropas húmedas por las
- Eh… Bueno… Pues eso, que oímos a madre
mudas que habían traído. Ya de camino, recorriendo
gritando y llamó a padre, cuando quisimos entrar
la ribera río arriba, el sacerdote le preguntó al
en la cocina madre dijo que fuéramos a buscar a
zagal por qué había tanta urgencia.
padre al establo y que no podíamos entrar en la
- Ay padre, yo no sé nada, se lo prometo. Madre cocina. Fuimos a buscar a padre y cuando entró
andaba trajinando en la cocina, llamó a padre y cerró la puerta porque madre se lo pidió…
después padre me dijo que fuera a buscar al
- Y… ¿Qué pasó?.- Inquirió curioso el sacerdote.
molinero, pero, yo no sé nada.- Contestó el
chicuelo mirando al río. - Pues mi hermano y yo nos quedamos pegados a la
puerta a ver si oíamos algo, y madre dijo que
- ¿Seguro?, tienes cara de saber más de lo que
aquello no era normal y que tenía que ser cosa
dices. No me mientas.- Replicó el cura fingiendo
do demo, o de brujería, y padre le contestó que
ponerse serio.
no andaba el diablo para preocuparse con esas
El chiquillo miró a los dos adultos repetidas cosas y que me iba a mandar a mí a buscar al
veces, alternando entre uno y otro, con cara de molinero, y padre salió y me mandó a buscarlo.-
pajarillo asustado. El padre Bernardino se esforza- Concluyó el niño mirándolo.
ba por mantenerse austeramente serio, sabedor como
- ¿Sabes de qué puede tratarse? - Habló el
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 118

119
118

sacerdote apartando los ojos del rapaz. los dientes y emitiendo un gutural gruñido que emer-
gía de lo más profundo de su garganta.
- No, no lo sé.
Los hombres se sentaron en el pobre banco de made-
- Humm… Bien, sigamos adelante y ya se verá. No ra que rodeaba el lar, donde unos leños ardían pere-
me gusta… zosamente. Como era de rigor, según la costumbre, pasó
más de media hora en la que se habló únicamente de
Por supuesto que no le gustaba, seguro que fuera
banalidades como el tiempo o la entrada de los salmo-
lo que fuese lo sucedido nada tenía que ver con el
nes, hasta que el sacerdote, incómodo con ese hábito
ángel caído. Pero, cómo luchar contra tantos años de
tan gallego de enredar las conversaciones hasta que
superstición inmersa en el más oscuro sincretismo.
uno no sabe que leches pinta hablando con la persona
Y, eran ya demasiados extraños en tan pocos días, la
que tiene enfrente, se atrevió a preguntar.
mente de sus feligreses era voluble y sugestionable,
no, no le gustaba en absoluto. - ¿Y bien?, ¿por qué mandaste al crío?, ¿qué ha
pasado?
Ninguno de los tres volvió a abrir la boca en lo
que restaba de camino, cada uno inmerso en sus pen- - Meigas…- Dijo apresuradamente Sara, la mujer
samientos. Y, cuando llegaron a la modesta vivienda de Domingo que se mantenía apartada en una
el niño se marchó al huerto a buscar a su hermano esquina de la estancia.
dejando a los mayores resolver sus asuntos, por su
parte, ya sentía que había tenido más de lo que nece- - Paparruchas, déjate de tonterías hija.-
sitaba de los extraños tejemanejes de los adultos. Replicó alzando la voz el cura. – A ver, dime
hijo, ¿qué ha pasado? - Preguntó al labriego.
Como en la casa del molinero, la puerta estaba
dividida en dos mitades, la inferior cerrada y la El hombre se tomó unos segundos, le lanzó, sesga-
superior abierta, por lo que el sacerdote asomó la da, una mirada de reproche a su esposa y tras tomar
cabeza al interior y casi le da un infarto cuando el aliento señaló el saco de papel de estraza que des-
perro pastor que dormitaba en el zaguán comenzó a cansaba apoyado contra la pared a la derecha del
ladrar como un energúmeno enseñando los dientes y hogar. Era uno de los sacos en los que molinero
lanzando espumarajos. El barullo alertó a Domingo y entregaba su trabajo cuando los tenía a mano, eran
a su esposa, que por lo que se veía continuaban en escasos, pero, muy prácticos, pues pesaban poco y al
la cocina. contrario que los de tela, que por muy basta que fuera
siempre perdían algo de harina aquéllos no lo hacían.
- ¡Calla Fusiño! – Gritó el hombre abriendo la El padre Bernardino se levantó entonces y se acercó
puerta - ¿Padre Bernardino?, vaya, me alegra hasta el lugar donde ahora la mirada de los cuatro
verle, su consejo ha de ser bien recibido. – presentes se mantenía trabada. Una tabla vieja había
Añadió saludando con un gesto de la mano al sido colocada encima de los pliegues de papel que
molinero y abriendo la puerta.- Pasen, pasen. formaban la parte superior, la retiró y los apartó.
El perro, un mil leches de raza indefinida, se - ¡Válgame Dios!, ¡Pero qué carallo!…
apartó de en medio, los belfos recogidos, mostrando
Los lobos del centeno 3/11/08 23:14 Página 120

121
120

Sara y su esposo apartaron la mirada, el moline-


ro se puso en pie y caminó hasta ponerse al lado del
sacerdote, bajó los ojos. Entre los pedazos rotos
del papel marrón, se adivinaba el contenido.
Supuestamente harina, simple y humilde harina blanca.

Era negro. El saco estaba lleno de algo que pare-


cía harina, que olía como tal, quizá con un deje más
agrio de lo habitual, pero, que era de un gris oscu-
ro que semejaba la ceniza vieja de una chimenea que Los dos amigos, meditabundos, caminaban en silencio.
no ha sido deshollinada en siglos. Como el polvo que
Poco o nada había que decir.
el carbón deja bajo las uñas de los mineros, algo así
como el tabaco quemado y renegrido que queda en la El molinero había dado su palabra, a la mañana
cazoleta de la pipa. Desde luego, no era harina. El siguiente entregaría dos sacos de harina blanca y
molinero echó mano al interior para tocar aquel pura a los Corredoira. Domingo, por su parte, se
extraño polvo y la retiró de inmediato al darse cuen- había comprometido, a petición del preocupado padre
ta de que se movía, o al menos eso parecía, vibra- Bernardino, a enterrar aquel aberrante engendro en
ba. Estaba plagado de gusanos, moscas de la carne, algún rincón perdido del bosque amén de mantener la
esas larvas de color marfil que se alojan en los boca cerrada. El cura sabía que de poco serviría pues
cadáveres que se dejan al aire en el calor del vera- a Sara le faltaría tiempo para contárselo a todo
no. Se retorcían revolviendo el oscuro desperdicio, aquél que quisiera escucharlo, que por desgracia,
causando ondas en una marea propia e indefinida que estaba seguro, sería casi todo el pueblo. Lo cual, a
no se veía esclavizada por lunáticos designios. su vez, condenaría al molinero a un sutil ostracis-
mo, sin duda, no abiertamente descarado, pero, recha-
El reventón malhadado de una cresa putrefacta
zo al fin y al cabo, y el sacerdote sabía que no
olvidada sobre los despojos del ciervo abatido por
podría ayudar a su amigo. La reacción de sus parro-
los lobos el plenilunio anterior.
quianos era, por desgracia, fácilmente previsible.
El caos inexpresivo del desorden en lo indetermi-
Los engranajes de aquella maquinaria llevaban
nado de la ignorancia, qué era aquello, qué signi-
demasiado tiempo ya funcionando sin aceite y las
ficaba. No era podredumbre, no era el corromperse
suyas eran unas ruedas dentadas sensibles en exceso
del fruto del trigo, era algo obscenamente distin-
al rozamiento, era sólo cuestión de días que todo el
to. No era comunión entre grano y piedra, no era el
mecanismo reventase.
fruto del sudor de los hombres, no era semilla de la
tierra que el señor había dispuesto para que el hom- Caminaban por tanto, abúlicos, mientras la tarde
bre con su trabajo obtuviese el pan para sus hijos, caía en la trampa de la noche. El padre Bernardino
no, en todo caso era el aborto incestuoso de esa le había ofrecido al molinero acercarse hasta la
misma labranza, o quizá, sólo quizá, ni siquiera era sacristía, con su modesta vivienda, a conversar un
natural. rato, regando la charla con un excelente vino mara-

Vous aimerez peut-être aussi