Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
Tejedoras de historias
Tomo II
Patricia Basave Benítez y colaboradoras
Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida, mediante ningún sistema o
método, electrónico o mecánico (incluyendo el fotocopiado, la grabación o cualquier sistema de
recuperación y almacenamiento de información), sin consentimiento por escrito de la institución
responsable de la edición.
Arnoldo Téllez
Lic. Aldo Fasci Zuazua
Secretario de Seguridad Pública
Diana Perla Chapa
Lic. Luis Carlos Treviño Berchelmann
Gonzalo Pérez Escobar Procurador General de Justicia
Introducción 9
Prólogo 13
Introducción
No es posible leer este libro sin sentirse solidaria con sus relatos, con Girasol
su refugio: la escuela y porqué lo hacía; con Orquídea sus relaciones con la
tribu; de Paloma su profundo sentido social; de Halcón, sus disposiciones para
crecer; de Gardenia por su capacidad de perdonar; de Azucena su voluntad
para terminar todo lo que empieza; con Águila triste por su agradecimiento
compartido; de Nochebuena, su lucha contra la discriminación; de Gaviota
por aprender a volar con plena libertad; de Magnolia su profunda decisión a
ser feliz y a aceptarse tal cual, Flor de loto, que rescata sus recuerdos, a veces
gratos y en otros ingratos; con Águila por animarse a vivir sin enojos y con
valentía; con Lirio, por lograr sus sueños; a Quetzal por lidiar sus miedos y
ser feliz; con Rosa porque aprendió a reír y llorar sin ataduras; con La Patita
por su recuperación y fortaleza; de Ave del paraíso, su perseverancia para vivir
feliz; a Colibrí, por superar la soledad y por su calma interior; con Cenzontle
por ser una mujer de mucho valor; con Zorzal, por sus ganas de vivir; con
Margarita por su capacidad de cambio; con Pablonia, por buscar el lado bueno
de la vida; con Jazmín por encontrar rumbo en sus decisiones; con Gorrión
por cumplir sus metas y con Albatros por volar sin ataduras.
Prólogo
Con honda satisfacción presento este libro, que plasma el resultado final del
segundo diplomado Tejedoras de historias, llevado a cabo en el Instituto Estatal
de las Mujeres de Nuevo León, a partir de enero del 2007, hasta mayo del 2008.
Se agrupan aquí las historias de vida de las 25 participantes de este taller. Al
igual que en el primer diplomado, se reunieron esta vez mujeres adultas de
diversas condiciones y características personales, pero todas ellas interesadas en
trabajar en su desarrollo personal, a través de la recuperación, reorganización
y resignificación de su autobiografía, con el objetivo de encaminarse hacia un
compromiso serio de autoconocimiento y autotransformación.
Aceptar con empatía nuestras historias y las de las demás, sin juicios, lleva a dejar
atrás el victimismo, a asumir la propia responsabilidad, lo cual trae consigo un
empoderamiento muy importante, que reconoce y ejerce los recursos personales.
Así, dicho factor ha sido señalado por el feminismo como indispensable para
iluminar la temática de género y comenzar a transformar el papel de la mujer,
a través de un mayor compromiso y participación, que repercuta en su ámbito
privado y público. La postura femenina victimizada y la de la inequidad y violencia
de género como mera fatalidad histórica de la condición de la mujer, en cuanto a la
inferioridad y sumisión femeninas con respecto al sexo masculino, ha estado por
desgracia presente durante siglos en un mundo patriarcal e inequitativo.
Para ello, tuvieron que poner a funcionar a su “yo tejedor”, para que
revisara con la ayuda de la memoria y la reflexión, los diversos yos que han sido,
para ir integrando sus distintos hilos al tejido, y dotar de sentido a la trama.
Por eso hablamos de identidad narrativa, porque vamos tejiendo y destejiendo
—a la manera de Penélope— las historias que vivimos y los diversos y a veces
contradictorios yos que vamos siendo. Esta especie de desdoblamiento del yo,
permite tomar distancia para presenciar nuestra historia desde afuera, con una
perspectiva distinta, potencialmente sanadora. Así, por una parte, nos empoderan,
nos hacen sentir que somos importantes, que tenemos el control para contar
y recontar nuestra propia historia desde nuevos ángulos, porque somos sus
las que fue posible encontrar un sano humorismo, una ironía fina, o hasta una
franca comicidad auspiciada por alguna, por lo general —y eso es un gran logro—
precisamente por la que estaba compartiendo su historia, que pudo ser capaz de
reírse de sí misma, invitando así a ser seguida por la mayoría, de modo que las
carcajadas de todas resonaban alegremente en el edificio.
Todas las sesiones llevaron una cierta secuencia, para ir trabajando tanto
la temática femenina, como la identidad narrativa. Mientras, les iba pidiendo que
fueran escribiendo y guardando memoria de todos los ejercicios y dinámicas
realizados. Durante los últimos tres meses del taller, cuando ya habían compartido
un buen número de sesiones, de dinámicas y confidencias, de discusiones y
diálogos, de llanto y risa, de confrontación y sororidad, de meditación y aprendizaje
significativo, casi todas estaban listas para leer con bastante confianza ante el
grupo los textos finales de sus historias. Fue como armar un rompecabezas: con el
material de lo trabajado en forma individual y grupal cada una pudo ir armando al
final el suyo.
para lograr contar su historia de otro modo, con una visión nueva, más fresca y
flexible, más esperanzada.
Cabe aclarar que obviamente no se trata de textos literarios, si bien algunas de estas
mujeres mostraron facilidad para la escritura y un estilo bastante ameno, fluido
o incluso poético en ocasiones. Sin embargo, aunque les di algunas indicaciones
generales de redacción y les sugerí correcciones sobre los errores más comunes
detectados al escuchar las historias, mi atención estaba centrada no ese aspecto
externo, lingüístico o literario, sino en el interno; es decir, en la intención y el
contenido mismo de estas narraciones y en su valor terapéutico como herramienta
de crecimiento personal. Por ende, en el proceso de edición únicamente se
realizaron correcciones mínimas de ortografía, puntuación y sintaxis básica, pero
se respetó el estilo y la estructura originales de cada texto.
Los resultados comparativos entre las dos aplicaciones del test (enero
de 2007 y abril de 2008) arrojaron resultados positivos de diversos grados, en
algunos casos verdaderamente relevantes, con un desplazamiento de la zona
inferior o la promedio hacia la superior. Salvo algunas excepciones, hubo mejoría
sobre todo en las dos principales escalas: la de auto-soporte y la de competencia
en el tiempo, y también entre las sub-escalas destacaron en auto-percepción,
espontaneidad y la percepción de la naturaleza humana. No hubo prácticamente
ningún descenso en la línea completa, aunque sí en algunos casos, algunos leves y
aislados en determinados puntos, que sin duda indican ciertos ajustes durante una
etapa de transformación; por ejemplo en la sub-escala de los valores primarios.
En general las puntuaciones más bajas de la mayoría se reportaron en el punto de
asertividad (traducida como agresión natural, creo que inadecuadamente), lo cual
refleja un típico transfondo de género (“calladita y modosita te ves más bonita”),
y en menor grado en sinergia (por eso el énfasis que el feminismo hace en la
sororidad, o cooperación entre mujeres).
Mientras que el del jueves optó por las aves, por el simbolismo del vuelo,
en cuanto a la referencia bastante evidente de libertad; así como de la belleza
del canto y la gracia del plumaje, también símbolos asociados con la feminidad.
Pero sobre todo, ambos grupos quisieron destacar dos aspectos aparentemente
contradictorios: por un lado, el triunfo de la vida y de la tendencia a la auto-
las mujeres de nuestro estado, e incluso más delante -¿por qué no?- de otros. Para
lograrlo, hemos estado trabajando ya durante varios meses -de manera paralela al
diplomado- en diversos comités que estructuramos con ese fin, y esperamos que
este esfuerzo madure y crezca pronto, para que dé frutos abundantes en un futuro
cercano.
Me queda claro, y así lo manifestaron muchas de las señoras, que el proceso les
resultó a veces doloroso, confrontador e incluso hasta atemorizante por desatar
ciertas crisis; no obstante, luego captaron que todo caos es potencialmente creativo
y anuncia la esperanza de un nuevo cosmos. Así pues, llegamos aquí al fin de un
viaje lleno de aventuras, riesgoso y complejo, pero a la vez muy enriquecedor
y emocionante. Fue para mí un verdadero privilegio haber podido acompañar a
estas nuevas Tejedoras durante el trayecto de su travesía, y compartir con ellas
sus valiosas historias de vida. Les agradezco a cada una de ellas su apertura y
confianza, y al Instituto Estatal de las Mujeres de Nuevo León, en particular
a la Jefa de Capacitación, Lic. Leticia Hernández, por su apoyo constante; a la
Coordinadora de Difusión, Guadalupe Elósegui, por el esmerado trabajo editorial
desarrollado para cristalizar esta publicación; y muy especialmente a su titular, la
Lic. María Elena Chapa, por la visión y el entusiasmo con el que acogió e impulsó
este proyecto desde su arranque, y por el apoyo permanente que me ha brindado.
“Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo”, dijo el gran líder y reformador
hindú Mahatma Gandhi. En tal sentido, el proceso de autotransformación que
iniciaron nuestras Tejedoras y que hoy queda plasmado en este libro, sienta un
valioso precedente en dicha dirección. Sin duda, hay aún muchísimo por a favor
de la equidad de género y de una vida más justa, libre de opresión y violencia,
una vida digna y feliz para las mujeres nuevoleonesas y mexicanas. Con todo,
me parece que habiendo tejido este singular entramado estamos contribuyendo
a lograr una transformación que es cada vez más urgente en nuestra sociedad.
Además, entre las participantes habrá quienes ahora estén en mejores condiciones
personales para dedicarse a luchar por lograr cambios estructurales de fondo en
su comunidad. Sin duda, cada una de las Tejedoras que hoy publica su historia
de vida podrá decir, entre asombrada y satisfecha, algo que les vaticiné: “Nada ha
cambiado, sólo yo misma, y por eso todo es distinto ahora.”
ELSA GUADALUPE
AYALA TREVIÑO
Dios, el artista perfecto, me entregó el 12 de diciembre
de 1946 en Monterrey, N.L., el lienzo para el cuadro
de mi vida. Al principio era abstracto e indefinido
pero me bendijo con bastante creatividad y puso en
mí el optimismo de mi padre Marcilio y la tenacidad
de mi madre María de Jesús, además me proveyó
con el material necesario para que yo siguiera
trabajando en lo que apenas era un boceto. Recibí en
grandes cantidades el rojo del amor, el verde de la
esperanza, el azul de la ilusión, el morado del valor,
el amarillo de la alegría y suficiente habilidad para
que, al mezclarlos, obtuviera infinidad de tonos y
medios tonos con los que he plasmado mi trayecto
por este mundo.
GLORIA DIAMANTINA
CABALLERO CHÁVEZ
MARÍA CANDELARIA
RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ
MARÍA CRISTINA
GIRODENGO GARZA
MARTHA PATRICIA
GONZÁLEZ VALERO
Adueñándome de mí
por Girasol
Mi mamá es una mujer muy pasiva, nunca dijo una mala palabra, es la penúltima
de sus hermanos. Decía que ella no estudió porque no había dinero, pero que
le hubiese encantado estudiar Letras. A la familia de papá la frecuentábamos
muy poco y a la de mamá, mucho; era en donde, incluso, vivíamos. Dice mamá
que cuando yo nací estaba muy feliz porque yo era su primera muñeca y cuenta
mi tía que nací muy peludita, velluda, y por eso decían que yo iba a ser muy
inteligente.
Cuando cumplí cinco años nos cambiamos de casa porque un tío soltero le
exigió a mis padres y a mis otros tíos casados que nos saliéramos de la casa de
la abuela, que aunque era muy grande no debíamos seguir ahí, entonces nos
cambiamos a un Fomerrey (terrenos de colonias populares) y mis padres se
llevaron el tejabán como los de las películas, de dos aguas y bien pintadito; en
la casa anterior había de todos los servicios, inclusive teléfono, en la casa de
nosotros no había nada, teníamos que ir por agua hasta la siguiente colonia
que estaba como a un kilómetro de distancia, no había luz y el petróleo lo
vendían como a tres cuadras; no había pavimento y tampoco había kínder, así
que no pude terminar el tercer grado.
En las navidades nos reuníamos con la abuela, quien preparaba mucha comida;
rezábamos el rosario, adorábamos y acostábamos al Niño Jesús, rompíamos la
piñata y nos daban bolo. También nos reuníamos en cuaresma, a veces papá
nos regalaba muchos juguetes, una vez llenó la chimenea de la abuela con
juguetes para nosotros y se vistió de Santa Claus. En cambio, en la casa yo le
debía ayudar a mamá a lavar los trastes desde los nueve años, cuando nació mi
hermana la más chica mi mamá nos había dejado a mis hermanas y a mí con la
abuela, pero papá fue por mi hermana la que sigue de mí y por mí, y nos llevó
a la casa, que era sólo un cuarto y había una cama y un sofá.
me subí al ropero y no me bajé de ahí hasta que llegó una tía política y me
bajó, yo estaba en quinto grado y papá se ponía cada vez peor de carácter y
tampoco dije nada, estaba muerta de miedo. Eso fue en abril, al pasar los dos
meses siguientes, papá intentó suicidarse; iba yo llegando de la escuela y él
estaba en el piso con su traje gris puesto, su camisa rosa, sus zapatos boleados
y con las manos cruzadas.
Me asusté muchísimo pero ya le habían avisado a una tía política y ella llamó a
la ambulancia. Papá se internó en Alcohólicos Anónimos, pero no duró mucho
y volvió a la casa. Cuando pasé a sexto año, mi papá se enojó mucho con mi
maestro porque me saqué un ocho y le dijo al director que me volviera a
poner los exámenes porque yo era muy inteligente e iba a sacar 10 y así fue,
desde ese día mi maestro me ponía mucha atención y me dedicaba tiempo
para que aprendiera más. Concursé varias veces pero la más emocionante fue
la Olimpiada del Conocimiento, en la que gané el primer lugar en zona y el
segundo con varios alumnos a nivel estatal.
cuando la abuela volvió con él, diciéndole a mamá que la niña estaba echando
mentiras, que no me había hecho nada. Como yo ya no soportaba la vida de
ellos, me fui de la casa a vivir con mi abuela y perdí la beca. Además, mi papá
empeoraba pues veía alucinaciones, cantaba en los camiones y obligaba a mi
hermano menor a trabajar; yo no soportaba esa situación, no podía creer que
mi héroe de saco y corbata hubiera caído tan bajo y mejor me fui.
En la secundaria me fue más o menos bien, a pesar de mis dieces era algo
rebelde y aunque sólo tuve cuatro nueves en todo el certificado ya no gané
ningún lugar en aprovechamiento, pero en cambio era líder, fui la coordinadora
de comunicación de nuestra planilla y ganamos. Tenía muchísimas amigas e
incluso empecé a bailar en las asambleas, ganamos el concurso de escoltas y
aprendí dos tecnologías porque me cambié de materia en segundo año.
Entonces a mis 15 años sentía una soledad y una tristeza muy grandes. Ya
viuda, mi mamá se iba con sus amigas a los bailes; mis dos hermanos mayores
empezaban a beber, uno de ellos hoy es AA. Varias amigas (la mayoría) habían
tenido su fiesta de 15 años, pero yo no. Mi tía había comprado tamales para mi
abuela y para mí, pues somos casi de la misma fecha y yo invité a dos de mis
mejores amigas; un tío materno me cuestionó porqué las había invitado si la
fiesta no era para mí, eso me dio mucha tristeza y coraje con mi mamá. No la
entendía, si era tan buena, tan tranquila y yo con un nudo en la garganta sin
poderle decir lo mucho que la necesitaba. Cuando mamá nos quería transmitir
algo, lo que hacía era abrazarnos, era su manera de decirnos “Te amo”.
Por esos días conocí a un muchacho con el que salí un par de veces y me
entregué a él. El chavo se dio cuenta que yo no sabía nada de sexo y me
pidió matrimonio, le contesté que no y él me dijo que yo no sabía lo que
quería; me cuestionó por qué había hecho eso y probablemente tenía razón,
no sabía exactamente lo que quería, pero sí sabía lo que no quería. Por tres
años me rogó que me casara, a pesar de no haber vuelto jamás a estar con él.
Ahí aprendí que algunos hombres buscan una vagina nueva y ni siquiera le
preguntan a su dueña qué piensa de la vida. A los 18 años anduve con otro
chico por casi un año y también me pidió matrimonio, pero no lo quería y
terminé con él. Mientras tanto, yo trabajaba y lo poco que ganaba lo compartía
con mis hermanas, algunas veces les compraba zapatos, las llevaba al cine o a
comer hamburguesas. Mi tía me había paseado mucho e incluso me llevó de
vacaciones a la playa, así que yo quería que mis hermanas tuvieran momentos
felices.
Cuando mi hermana más chica cumplió 11 años, le organicé una fiesta. Cuando
tenía 19 años conocí a mi esposo, que sólo era un buen amigo, y al mismo
tiempo conocí a un ex-novio al que yo creía querer mucho pero me dejó para
casarse con otra, me quedé muy despechada y triste otra vez. Intenté trabajar
y estudiar al mismo tiempo, pero me quedaba dormida en las clases. Sufrí una
fuerte depresión cuando ese novio me dejó, eso me llevó a salir más seguido
a las discotecas. Para entonces yo me sentía como si ya fuera muy vieja, como
si se me “pasara el tren”, pues todas mis primas ya estaban casadas desde muy
chicas, mis tías maternas fueron solteras y yo quería tener mi propia familia
y no se me había dado. En esa soledad me sentía morir, pensaba que no tenía
futuro sin carrera, mi mamá andaba en su onda con sus novios, mi tía en su
Ya conocía a mi marido, pero solo éramos amigos; en ese cumpleaños salí con él
y a las siguientes semanas me dí cuenta de que estaba embarazada; ya antes le
había pedido a Dios que me mandara una señal para seguir viviendo y siempre
he pensado que Él me escuchó y me mandó a mi primer hijo. Al decírselo a
mi marido, obviamente se asustó y después hasta dudó de mí porque sólo
lo habíamos hecho una vez, yo no dudé ni un momento en tener a mi hijo.
Al principio batallé con mi marido, pero mi mamá me dijo al preguntarle si
ella me apoyaría y me contestó: “¡Ay, mi hija! ¡tan inteligente y tan pendeja!
Habiendo tantas cosas para cuidarte, pero no importa, por supuesto que te
voy a apoyar”.
genera una reacción, sé que hay que hacer lo correcto y le pido a Dios que me
ilumine para encontrarlo, pues Él nos da la forma para encontrar la dicha y
la calma.
“Así es la vida de caprichosa, a veces negra, a veces color ROSA, así es la vida”.
Hoy sé que papá tenía trastorno bipolar, así que lo perdono. Gracias, papá, por
darme la vida.
El mayor milagro es estar vivos y sanos mis siete hermanos y yo. Solté las
cadenas, pero los fantasmas seguían ahí. Al fin descubrí el camino para
adueñarme de mí.
Amanecer
por Orquídea
Es por eso que me gustaría relatar algo de mi vida, de mis noches oscuras y
de mis días soleados, esperando que este relato sea para ti un poquito de luz y
te des cuenta de que no importa qué tan oscura sea tu noche, ya que siempre
amanece.
Antes que nada quiero decirles que en mi vida hubo una persona que la marcó,
y gracias a ella hoy en día puedo disfrutar de mi soledad: mi abuela, una
mujer con mucha fuerza, de mucha lucha, muy educada. Ella vivía sola en
Montemorelos, N.L., mi madre me llevaba de visita a su casa y a mí me gustaba
quedarme a dormir pues me sentía muy querida. En su casa había un gran patio
con árboles frutales y yo me daba gusto comiendo de toda la variedad, además
me encantaba el café calientito con los deliciosos tamalitos recalentados...
¡qué días aquellos! en los que mi abuela me decía: “Hijita, saca los zapatos y
límpialos”, y yo encarrerada lo hacía, luego le decía que ya estaban listos y
acomodaditos pues quería complacerla y ella, para entretenerme, me volvía a
poner la misma tarea: sacarlos y volverlos a limpiar, pero no importaba, pues
para mí era un placer atender a mi abuelita. Creo que mi madre me enseñó a
amarla de una manera especial ya que, cuando falleció, lloré como nunca en
mi vida.
una pescadora o tal vez una excursionista o ¿por qué no?, una conquistadora
del lugar, pues siempre soñé con vivir una vida diferente a la que tenía. Esto,
porque me la pasé entre el alcohol de mi padre y la llegada de mi hermano
que tenía hiperactividad y dislexia y no sé qué más. Mi madre estaba siempre
perdida entre médicos y psicólogos, además de que los dos siempre trabajaron,
así que me crié sola o con las muchachas.
Era tan tremenda que me gustaba jugar más con niños que con niñas, pues
si una ya no quería jugar las demás la seguían y en cambio los niños no, se
salía uno y seguían jugando todos los demás. No puedo recordar bien cómo
uno de mis familiares se masturbaba con mis piernas, no puedo recordar, sólo
sé que yo sentía que él me quería y era su manera de demostrar amor para
mi persona. En algún momento de mi vida lo traté en terapia pues pensé que
eso afectó en algo la manera de relacionarme con una pareja, pero para mi
sorpresa no fue así, ya que siempre pensé que él me demostraba su cariño, así
que no sufrí y ¡jamás le guardé rencor!
De mis hermanos puedo decir que Francisco, el mayor, fue quien hizo la
función de padre y al que amo profundamente ya que me dio tanto amor y
maravillosos momentos, me cumplía mis caprichos y me hacía sentir la reina
del universo, siempre con mil detalles y dándome una seguridad de la cual
yo carecía; de mi hermana Dolores, a la que adoro y que aún sigue a mi lado,
la veo siempre al pie del cañón sosteniéndome y sin dejarme caer. Gracias
hermana, te amo.
Vivíamos siempre al ras del suelo con el dinero, con la ayuda de mi hermana
y mi cuñado; después pensé ¿cómo dejar a mi princesa sin compañía?, así que
le pedí a la cigüeña una niña pelona y hermosa y me escuchó, porque llegó
la chiquita, con grandes ojos y maravillosa sonrisa. Mi joven marido estaba
siempre trabajando, todo pintaba que estaba muy enamorado de mí, así que
vivíamos bien, con escasez pero felices. Poco después él decide comprar una
casa a crédito y nos mudamos, pensé que sería algo maravilloso, aunque no
estaba de acuerdo con deberle al banco pues vivíamos al día, pero me dejé
llevar y no puse objeción. ¿Casa? era un cascarón, todo en obra gris, por lo
que decidí poner un negocio de hamburguesas y obtener más ingresos, y fue
un éxito, pero con dos niñas era muy pesado, ya que él trabajaba todo el día,
yo también, estábamos cansados y eran muchos pleitos por todo.
En realidad nunca nos entendimos realmente, pero sólo nos teníamos el uno
al otro ya que nos mudamos muy lejos de las respectivas familias. Yo vendía
hamburguesas y hasta cruces pa’ los muertos (pobrecitos, porque de tantos
piquetes que me di, seguro ni descansar los dejé). Mil cosas vendí durante ese
matrimonio y ya en la casa, en plena dieta de mi chiquita, quedé embarazada
de mi último hijo; me asusté y lloré durante una semana, pues no tendría qué
darle, qué ponerle, ya que cada día nos iba peor, pero mi madre me dio fuerza y
pues seguí adelante. Así llegó mi príncipe y apareció lleno de regalos como si
ya lo estuvieran esperando, así que no batallé para vestirlo. Mis miedos como
quiera seguían creciendo así como mi histeria pues tenía tres hijos pequeños,
muy poco dinero y un marido siempre ausente, aunque reconozco que por
las noches era un maravilloso padre, ya que él se levantaba a atender bebés y
nunca ponía objeción. Recuerdo que hasta chocó porque se quedó dormido, el
pobre trabajaba mucho y dormía poco; yo lloraba y decía que la espalda me
ardía y él me complacía.
Así fue como en esa casa fui muy infeliz, además que era colonia nueva y tenía
mucho miedo ya que todos los días pasaba una tragedia diferente por ahí.
Tal vez por eso jamás nos esforzamos en pagar la casa puntualmente y nos
llegaron mil requerimientos de que la perderíamos; él decía que no pasaba
nada y yo no aguanté mucho ya. Finalmente, un día decidí salirme de ahí, así
fue como llegué a la quinta de mi hermana (claro, ella siempre detrás de mí)
en la falda del Cerro de la Silla. Pasé un año maravilloso, el cual, al parecer,
nos unió como familia ya que no había distracciones, con poco dinero pero
juntos y sin deudas, hasta que él consiguió una casa de Infonavit con la ayuda
de su familia, ya que todos cooperaron para que diera el enganche, porque
disfuncional o no, ellos son muy unidos.
De esa manera nos cambiamos a lo que sería por primera vez nuestro hogar.
Pensé que las cosas ahora sí irían bien, pero para mi sorpresa, se fueron a
pique ya que él tenía más cerca que nunca a su familia y se inmiscuían mucho.
Nunca supe por qué no me aceptaron y hasta una desgreñada me tocó, seguro
no era lo que ellos esperaban para él, y así cada día nos fuimos separando. Yo
hablé a una institución para que nos dieran terapia pues sentía que no estaba
educando bien a mis hijos y que mi matrimonio se esfumaba; lo invité pero
dijo que la loca era yo, así que no fue, pero mis hijos y yo sí tomamos terapia
durante un año por separado y en familia.
Me invitaban galanes a salir, pero ¿cómo podría estar con otros hombres si
ni divorciada estaba?, además era gorda. Tenía mi autoestima en el piso. A mi
vida llegó un amigo que me levantó del suelo donde me dejó mi matrimonio:
él me hizo ver que todas las mujeres somos bellas y tenemos mucho que dar,
que no importa si estás gorda o si ya no estás como a los 18 años. Me decía
que todas las mujeres somos bellas por el simple hecho de ser mujeres y me
resucitó, sacó mi lado femenino que tenía dormido. Gracias, gordito, por tu
amor incondicional. Así empecé a vivir mi soltería y a darme cuenta cada día
de que podía lograr todo lo que me propusiera. Viajé y conocí muchísima
gente, me divertí y hasta me compré un coche con la ayuda de mi hermana (la
Barbie). Gracias, amiga, por darme esa oportunidad. Del mismo modo empezó
la sociedad a criticar mi manera de vivir, a castigarme desde sus ideas erróneas
o sus culturas o religiones mal informadas. Ahora sé que son personas que
tienen su manera de vivir y así les funciona a ellas; incluso les agradezco a
todas, pues lo que no te mata te hace más fuerte. ¡Ah! y me llegó el amor, el
amor maduro, ¡qué rico y cómo se disfruta!; entonces surgió en mi vida un
volcán maravilloso con un hombre encantador, pero al igual que yo, separado
y con una vida complicada.
Cuando lo vi por primera vez supe que marcaría mi existencia, y sí, él vino a
enseñarme lo que espero y deseo de un hombre: cómo se trata a una mujer,
lo maravilloso que es vivir una sexualidad en plenitud, pero también a saber
decidir lo que no quería para mi vida y, aunque estaba tan enamorada, pude
cortar y madurar. ¡Qué rico poder decidir a plena conciencia lo mejor para mí!
Gracias, corazón.
Tengo el privilegio de contar con gente maravillosa, me han dejado cosas muy
valiosas al igual que sabores muy amargos, pero todas, hasta la persona más
pasajera en este viaje, me enseñó algo. Aprendí que los seres humanos hablan
desde sus miedos y sus demonios, al igual que desde su corazón.
Por un lado están aquellas amigas que sacan lo mejor de sí para hacerte ver
que la vida es bella y que existe algo mejor, una vida llena de amor y buenos
momentos, además de grandes logros. ¡Ah! pero también están las amigas que
no se atreven y te llenan de miedos e inseguridades, que critican cada paso
que das.
La amistad entre un hombre y una mujer ¡claro que se puede dar! Cuento con
grandes amigos del sexo opuesto, con los cuales fui tejiendo una relación a
través de mi vida. Apareció luego mi amor cibernético al que aún no conozco
en persona. Increíble porque aunque no lo crean, al día de hoy no he podido
verle la cara a este ser maravilloso; Chuchito, te amo, mi flaco de oro. El papá
de mis hijos actuó como tal ya que cuando nos separamos me mandó dinero
para iniciar un pequeño negocio. Le agradezco a Nata, quien me acercó a Dios:
ellos, como muchos más que entrelazamos nuestras vidas noche a noche en el
mundo web, nos dimos cuenta de que no hay fronteras para la amistad y que
el mundo está lleno de personas solitarias pero también solidarias. Gracias a
Dios jamás me topé con gente desagradable, ahí conocí a mi hermana la flaca,
otra mujer que me abrió las puertas de su corazón, guerrera incansable de la
que estoy muy orgullosa, a ella sí tengo el placer de conocerla, pues viajé a
Cancún para asistir a su boda.
Mi grupito de los jueves, “chicas de hoy, tururú, tururú”, ¡oh, no! ésas eran de
los martes y entraba yo de colada. El grupo de los jueves es algo excepcional,
fue idea de una mujer con mucha tenacidad y un gran corazón: “Panita”, pues
fue ella empezó esta gran odisea, donde nos formamos de niña a mujer, llenas
de miedos e inseguridades nos fuimos cobijando una a la otra, tomadas de la
mano, cada jueves que nos reuníamos fuimos creciendo, al principio llenas
de miedos. Nos acompañamos en la aventura de la vida: cumpleaños, bodas,
bautizos, calenturas y resfriados de nuestros hijos, de todo hemos vivido;
como buenas féminas nos hemos dado hasta con la tina, ya que nos aventamos
nuestras buenas riñas. Claro, siempre anteponiendo el amor que nos tenemos,
amor que ha cruzado fronteras pues algunas ya viven en otro país, sin embargo,
aún a la distancia, cada jueves nuestro corazón esta ahí con el grupo.
He tratado de educar y apoyar a mis hijos en lo que más les gusta, aún sigo
con algunos miedos y no he logrado dominar del todo a mis demonios, pero
gracias a Tejedoras por esta grandiosa oportunidad que me dan y por cumplir
mi sueño de escribir.
Aprendiendo a volar
por Paloma triste
Nací en un pueblito del Valle de Texas, un 22 de enero de 1938. Era una noche
fría, como la casa en que nací carente de un padre, porque unos meses antes
de que yo naciera lo habían matado y mi mamá se fue “para el otro lado” a
trabajar.
Toda mi niñez la pasé en Texas, y con todo y sus dificultades tuve una niñez
muy linda. Recuerdo las casas de madera y sus yardas muy verdes con sus
rosales. Fui muy feliz de niña a pesar de que le ayudaba a mi mamá en los
quehaceres de la casa, por eso no me dieron la oportunidad de ir a la escuela;
en ese momento era más importante el trabajo en la casa.
En ese tiempo cumplí los 15 años y fueron los días más tristes que pasé, pues
mamá estaba en el hospital a consecuencia de un aborto y yo me quedé con
mi vestido listo, el que me iba a poner en la misa de 15 años; ese vestido me
lo había regalado una señora de Reynosa que trabajaba en la zona roja. Yo le
hacía fundas y sábanas bordadas, y con mis bordados ayudaba a la economía
de la casa. Pero mi padrastro se enfermó, nos vinimos a Monterrey, y yo
comencé a trabajar como costurera en una fábrica que estaba en Escobedo y
Washington. Después me emplearon en “Almacenes Elena” en Juárez, entre
Hidalgo y Ocampo.
Así estuve hasta que me mandaron a Matehuala con una tía, porque yo no
comía bien y ya estaba muy delgada. Lo que pasaba es que en ese tiempo tenía
mucho trabajo y mi mamá me golpeaba mucho, me levantaba a las tres de la
madrugada a lavar nixtamal, para enseguida irme al molino. Para las seis de la
mañana ya estaba la masa toreada, los frijoles en la lumbre, el desayuno listo
y los lonches preparados, luego le seguía con la limpieza, preparar la comida,
lavar, planchar, atender a mis hermanitos, que eran cuatro (dos mujeres y dos
hombres) ... así que con todo ese ajetreo me sentía muy cansada.
Y me mandan con esa tía a Matehuala, ella no tenía niños, nada más eran ella
y su esposo. Me atendían y consentían, sabían que a mí me gustaba mucho el
queso y la leche de cabra y me lo daban; no me dejaban que hiciera nada de
trabajos domésticos, pues mi tía tenía mujeres que le hacían todo el trabajo de
la casa. Lo único yo que hacía era traer el pan y el mandado del mercado, y ahí
fue donde conocí a mi futuro esposo, era un muchacho muy atento, que todas
las mañanas estaba en la esquina y siempre decía: “¿La ayudo con la bolsa?”.
niña; llegó su mamá y le dijo que no le gustaba su empleo de policía, así que
venía por él para que se fuera a Tamaulipas a trabajar, para que ahí le dieran
una carta y pudiera irse de bracero al “otro lado”.
En ese tiempo las nueras no tenían ni voz ni voto, eran las suegras las que
te decían qué era lo que se hacía en la casa y la comida que se tenía que
preparar. Comencé a pasarla muy mal porque no me gustaba la comida que
hacían con chile y masa, eran otras las costumbres, nada que ver conmigo; el
agua tampoco la tomaba, porque era de un estanque y estaba sucia. Tomaba
aguamiel de maguey que me regalaba un primo de mi esposo, que para que
tuviera leche para la beba.
que preguntara ¿por qué me pegas?, porque más me golpeaba con la mano
empuñada.
los perros de tus hermanos y tu madre, que no querrán trabajar si saben que
tienes dólares”; pues yo muy ofendida no le agarré ni un peso, todo el dinero
que llegaba lo guardaba.
Lo que él quería era que el bebé naciera en Texas pero yo no quise: en ese
tiempo ya comenzaba a rebelarme. Pensé: “Lo que quiere es que le arregle la
residencia”, ya su familia lo había aconsejado, pero no discutí ni nada, sólo le
dije que me venía para México porque no quería que mi bebé naciera en otro
país y como yo estaba en la última semana de embarazo mi esposo me decía:
“Tengo miedo de que te pase algo malo en el camino”, pero me armé de valor y
me vine. Cuando llegué a Monterrey, traía dinero porque yo también trabajé,
así embarazada, en un tractor, cambiando tuberías de riego. Entonces renté
un cuartito junto a mi mamá y a los dos días que llegué, nació mi cuarto bebé,
fue un niño muy sano y gordito.
A los dos meses llegó mi esposo para que nos fuéramos a su rancho, que
está a un lado de Matehuala en San Luis Potosí, que porque había mandado
Pusimos una tienda chiquita porque no había mucho dinero; al poco tiempo
quebramos y nos vinimos otra vez a Monterrey. Trabajó un tiempo, y ahí va
otra vez a Matamoros, para variar, yo que quedé en ascuas, sólo con tres kilos
de nixtamal para tortillas y veinte centavos. Cocinaba con leña porque todos
los muebles se quedaron en el rancho. Puse un anuncio de que se vendían
tortillas y se torteaban magazas y recibí muy buena respuesta de las vecinas,
vendí mis tortillas e hice tortillas ajenas, y luego comencé a comprar lotes
de fruta y en la puerta de la casa puse unas cajas como mesas para vender
la fruta a 5 y a 10 centavos, y así me la pasé, entre la fruta y la venta de
tortillas. Cuando vino mi esposo, yo ya tenía una frutería bien surtida y ya
había pagado dos meses de renta. Llegó sin dinero y todo sucio, de vuelta
comenzó a trabajar en la obra de albañil, yo continué con mi frutería pero él
decía que no le pagaban y... ¡otra vez me embarazó!
Cuando tenía como seis meses, tuve dolores y sangrado, mamá me llevó a la
Cruz Roja y me recetaron medicamentos y reposo, cuando regresé le dije a
Aurelio: “No puedo atender el negocio porque estoy mal” y me contesta: “A
mí qué me dices, si no soy médico”. Comencé a estar mal un 3 de mayo, me fui
al hospital un 23 de mayo, y cuando estaba haciendo fila para sacar ficha me
desmayé. Me auxiliaron muy rápido, pero cuando recobré el conocimiento ya
estaba en la sala de recuperación y me dijo el médico que mi bebé había muerto,
que por eso yo tenía mucha fiebre y sangrado negro, que si no tenía marido.
Le dije que sí, pero que no quiso hacerme caso cuando fui la primera vez. Me
rasparon, y estuve en observación para que no fuera a tener complicaciones.
Cuando mi esposo fue a verme le dieron una buena regañada por desobligado;
y cuando yo regresé a mi casa ya no tenía frutería, se echó todo a perder,
además mi esposo ya no tenía trabajo porque tuvo que cuidar a los niños.
Después consiguió un empleo como repartidor en una tortillería, duró varios
años trabajando pero volvió a perderlo por su mal carácter.
Un día viene su mamá y le dijo que yo le había dado a mi mamá el dinero que
le había dejado para el gasto. Como respondí: “Qué mentirosa”, me empezó
a dar puñetazos en todo mi cuerpo; mi niña más grande tenía siete años,
salió corriendo y pidiendo que viniera la policía porque a su mamá le estaban
pegando y se me perdió toda la noche; yo y las vecinas salimos por toda la
colonia Niño Artillero y la encontramos en la plaza de la colonia Hidalgo. Al
otro día me fui a los juzgados de lo Familiar a preguntar qué derechos tenía
la mujer en el matrimonio y me dieron un manual, pero cuando llegué aquí
estaba mi esposo enojado porque no pedí permiso para salir y como le contesté,
dijo que me estaba haciendo muy “hocicona”, y que mejor nos regresábamos
al rancho, pero como no me quise ir, dijo que él si se iba. Le junté toda su ropa
y le hablé fuerte y sin miedo. Se salió y al rato llegó con carne para cenar y
según él, todos contentos.
cuatro meses del accidente se me quema el niño más chico con el café caliente
y también queda en el mismo Hospital de Zona: uno en el piso de trauma y
el niño, en el de los quemados. Comienzo a hacer tandas y a pedir prestado
y pude hacer dos cuartos sin piso ni puertas y así me fui a vivir porque no
podía pagar renta ni terreno. Así enyesado estuvo un año y cuando regresa al
trabajo lo despiden, porque no da el rendimiento que se necesitaba.
Con el dinero que le dieron de retiro compró un carro para podernos mover
y comenzamos de comerciantes. Ingresamos a un sindicato de comerciantes
de la CTM para poder tener un permiso y comenzamos con un carrito de
tacos y después con dos, y el Secretario General veía que yo me involucraba
mucho defendiendo a los compañeros que estaban junto a nosotros. Un día en
una junta me nombran Delegada de la Federación y comienzo a asistir a los
consejos, me dicen que tengo que venir también los domingos a participar en
el grupo juvenil, porque en ese grupo nos capacitaban en el sindicalismo, leyes
laborales, civiles y penales. Y comienza la bronca en mi casa porque tenía todo
el día ocupado; madrugaba para preparar lo que vendíamos, atendía el trabajo
de la casa, las comisiones en Gobierno o el Municipio; así pasaba mi tiempo,
muy ajetreada, pero ahora sí ya podía entender que lo que había vivido era un
abuso y un sometimiento, que me había pasado de pendeja y bruta por querer
ser una esposa y madre buena y honrada. Ahora que participaba en política
y en poder ayudar a los demás con sus problemas, mi esposo me insultaba
diciéndome que era una puta, según él alegaba que yo hacía lo que se me
daba la gana. Yo le decía, “Pues tú serás el padrote, porque andas conmigo”,
comencé otra vez a sufrir golpes y pleitos porque quería que me saliera de
todo eso, pero no lo consiguió.
nos apoyara y poder hacer la escuela, y luego con Don Alfonso (Martínez
Domínguez), pusimos el gas; y así he tenido que participar en otras colonias de
mi comunidad. He sido Presidenta de colonos, Presidenta femenil, Presidenta
de padres de familia, Juez Auxiliar durante 15 años y actualmente soy
Presidenta seccional y coordinadora de un grupo de la tercera edad. De esta
manera yo fui creciendo y cambiando, y al fin pude tener voz y voto dentro de
mi hogar, y ya no dejar que mi marido me golpeara. Mis hijos y yo le exigimos
que si no se componía, se fuera de la casa, y afortunadamente se compuso.
Actualmente tengo cinco hijos casados, dos hombres y tres mujeres, y una hija
soltera. Tengo 11 nietos de mis hijos, cinco profesionales y un judicial porque
no quiso estudiar, pero a todos mis hijos los adoro. Por tal motivo siempre me
comparo con una paloma, porque siempre hacía lo imposible para llevarles
comida a mis palomitos, pero era una paloma con las alas rotas... Hoy me
siento libre y capaz de volar, como esas palomas que surcan el cielo en busca
de algo mejor.
Bajo la tormenta
por Halcón Peregrino
Fui la séptima de ocho hermanos y mi nacimiento trajo más pena que gloria.
Mamá no habló de su embarazo hasta que ya no lo pudo ocultar. Imagino que
debió ser difícil para mi madre callar algo tan trascendental, pero me pregunto:
¿Hasta qué grado fue doloroso para mí ese silencio, si yo estaba dentro de
ella? Incluso sé que pasaron meses para que mi hermana mayor le volviera a
hablar, ya que la familia pasaba por una situación económica difícil. Vivíamos
en un cuarto de vecindad dividido a la mitad para que cupiéramos dos familias.
La mía se componía en ese momento de 10 miembros: mis hermanos, papá,
mamá, una tía y yo.
Papá se asombró cuando yo llegué a este mundo, ya que nací con un lunar
idéntico y en el mismo lugar que él, en fin, me convertí en su “Burbujita”,
como algunas veces me llamó.
Fue entonces cuando me di cuenta de que no tenía más que a mí misma, así que
determiné que estudiaría una carrera, no sabía cuál pero eso no era problema;
yo tenía fe en mí misma. Contaba con una gran retentiva y muchas ganas de
hacerlo y mi meta era proveer a mi madre de lo necesario, además esto me
daría independencia y seguridad. Por mero accidente, conocí el Aula Magna
de la Preparatoria 1 de la UANL, “Allí estudiaría yo pronto”, pensaba, ¡qué
gran anhelo y sentimiento de libertad me daban estos pensamientos!
Cuando informé a mi madre de mis deseos, ella me dijo categórica: “Yo mando y
si me equivoco vuelvo a mandar. No estudiarás la secundaria, irás directamente
al colegio para secretarias”. Esto fue más de lo que pude soportar, mi sistema
glandular en pleno desarrollo se resintió ante la depresión en la que caí, mi
tiroides enloqueció... Y yo tenía sólo 12 años.
Bueno, los años siguientes pasarían entre brumas, iba de la alegría al dolor,
de la inquietud al letargo, de adelgazar a engordar. La solución: clínicas
psiquiátricas, pues hasta cinco años después se supo lo que causaba los
desórdenes en mi comportamiento. Fue cuando él apareció: tenía yo 17 y él
era 20 años mayor, pero me enamoré, aunque entre él y yo no podía haber una
Esto le dio vuelta a la historia (al menos eso pensé), pues en el momento que
supe que un ser latía dentro de mis entrañas decidí que tenía que cambiar mi
vida, sin embargo, su nacimiento fue traumático; mi hijo nació con la tráquea
endeble, podía perderlo, me enfrenté a un serio problema del cual tenía que
salir sola. En aquellos días mientras él luchaba por su vida yo maduraba
como mujer, aunque había el dinero para atenderlo, estaba sola. A mis 21 años
enfrentaba la situación más difícil de mi vida.
Contaba yo con 27 años cuando me casé con un buen hombre cuyo mundo y
metas eran tan diferentes a las mías, tanto, que nuestra relación culminó en
un divorcio 13 años después. De este tiempo guardo diversas experiencias,
la mejor, haber conocido a mi suegra, detalles tan hermosos de amor y
protección guardo de esta mujer, así como de los hijos del primer matrimonio
de mi marido, preciosos muchachos, entonces unos adolescentes, con un gran
corazón (hasta hoy por fortuna, la amistad con todos ellos está abierta).
A partir de las experiencias que conviví con esta familia política, comenzaron
a presentarse algunos cambios significativos dentro de mí: la tormenta estaba
pasando, conocí la diferencia de clases sociales, y lo que más llamó mi atención
fue el valor y el esmero tan grande que le daban a sus hijos, yo solamente
lo había visto en libros. Supe que la gente tiene una identidad que debe
presentarse, que podía pensar y opinar diferente, que esto era válido. Esta
etapa para mí concluyó en paz.
Mientras todo esto sucedía, en el año 1995, me llevaron para hacerme cargo
de un programa de evangelización en los lechos del Arroyo del Obispo y
éste lo dio por terminado meses después la iglesia, mas algo maravilloso se
realizó: entre los niños que atendía y yo había nacido una gran identificación
y me pidieron volver, en esta ocasión no solamente ellos sino sus mamás, e
iniciamos allí ya por cuenta propia, asesorías educativas y servicio de comidas.
Debido a un incendio en el 2005, ellos fueron trasladados a García, N.L. y se
formó la Colonia Renacimiento, hasta allá vamos cada tercer día, y ya hemos
fundado una Asociación Civil que ha sido apoyada en su mayoría por gente
católica, con quienes he formado un gran lazo de compañerismo.
Cada viernes nos acompañan 100 mujeres y sus hijos, ellas reciben clases de
valores, material para manualidades y cena para su familia; los niños reciben
también conjuntamente clases de valores y reciben allí su merienda. No está
de más el manifestar el gran amor que nos une y que es esencial para nosotros,
el equipo formado por cinco personas de tiempo completo, pues la meta es,
precisamente, sembrar una semilla de amor en esos corazones, así como
tratar en lo posible de equilibrar el abandono emocional en que todos ellos se
encuentran para que así nazca la dignidad en cada uno de ellos.
¿Qué cómo formé la Asociación Civil y la iglesia que presido?, ¿cómo llegan las
ayudas y los premios que nos hemos ganado a nivel nacional?, ¿cómo personas
de diferente credo han llegado a apoyarnos incondicionalmente?, sólo puedo
decir que guiada por esa fortaleza sobrenatural del Espíritu Santo.
Recuerdo muy bien que en una de las dinámicas nos preguntaron cuál era la
frase que más recordábamos en nuestra niñez, quién nos la decía, qué sentíamos
y cuántos años teníamos, ahí comprendí cuánto influye una madre en la vida de
un niño. Posteriormente, conforme nos fueron llevando a confrontarnos con
tanto de nuestro pasado, no sólo me llevó a perdonar a mi mamá sino a pedirle
perdón a mi hijo. En el ejercicio de “Guerrera, Hechicera”, me di cuenta de que
lo había ejecutado en mi vida, pero hasta ese momento entendí los pasos que
había dado y esto me dio un sentimiento de seguridad. Otra de mis grandes
experiencias fue cuando abordamos el tema de la herida sexual, eso me hizo
entenderme a mí misma. La franqueza de mis compañeras al compartir
sus propias experiencias inundó mi ser de asombro y gratitud de compartir
con ellas y me sentí también agradecida de formar parte de ese ambiente
de confianza entre personas que sólo nos veíamos una vez por semana, dos
horas, para escuchar a Paty, nuestra maestra. Es muy enriquecedor para mis
sentimientos y emociones, y casi increíble, sin exagerar, lo que estas sesiones
lograron en mi vida. He de enfatizar que después del diplomado nada ha sido
igual, y me atrevo a opinar que para ninguna de las que por allí pasamos lo
será.
A través del tiempo me han llamado a dar conferencias sobre sanidad interior
y todo lo aprendido en este curso, lo puse en práctica; he estado en diferentes
ciudades, mas deseo mencionar los dos desayunos en Chihuahua y en Ciudad
Juárez exclusivos para mujeres. El entendernos a nosotras mismas nos
lleva a una dimensión más grande en la fe, y esto gracias a la provisión de
herramientas que nos fueron otorgadas gratuitamente en este curso.
Ahora comparto no sólo el perdonar sino pedir perdón y sobre todo, algo
muy importante: el perdonarnos a nosotras mismas. El interiorizar en mi
humanidad y no solamente en mi fe, me ha llevado a un crecimiento que me
hace sentir no nada más satisfecha, sino plena. Mi gratitud más sincera para
quienes apoyaron este programa. Aquí hay una mujer que no volverá a ser
la misma, pues la llevaron a interiorizar dentro de sí misma, a perdonarse,
entenderse y tirar todo lo que le sobraba.
Lo que pasaba era que tenía miedo, sí, le tenía miedo a su reacción, ¿por
qué? porque para ella yo siempre había sido la hija “ejemplar”, la que no se
trasnochaba, la que obedecía sus mandatos, la que se cuidaba del “qué dirán”,
la que la acompañaba a la iglesia siempre, la que no podía ni debía “cometer
pecado”. Y ¿qué fue lo que hice? Cometí el error de no decirle. En lugar de
afrontar la situación, me acobardé, sentí que le había fallado a ella, la que me
hizo compañía en mis momentos más tristes, la que me levantaba el ánimo
después de haber sufrido cualquier derrota, ya sea sentimental o profesional,
la que me enseñó a ser independiente para la vida, mas no de ella; mi amiga,
mi compañera en los innumerables viajes que hacíamos, cada vez que había
una oportunidad. ¡No! no tuve el valor de enfrentarla, esos días pasé por una
tremenda agonía y desesperación, mi reacción fue no decirle a nadie y dejé que
las cosas fueran sucediendo poco a poco.
Ese día me fui en camión a la clínica porque no pasaban taxis, ¡lo que batallé
para subirme!, pues el vientre no me dejaba y el escalón del camión estaba muy
alto, el chofer sólo me miraba y miraba, hasta que un señor atrás de mí me
ayudó a subir; para colmo, iba tan emocionada que me bajé como un kilómetro
antes de llegar, pero eso no me importó, aunque a mi bebé sí, pues cada veinte
pasos que daba, el estómago se contraía. Poco después supe que esas eran las
contracciones. ¡Qué grande es nuestra madre naturaleza, que hace maravillas
con un nuevo ser!,¡qué hermosura de perfección!, ¡gracias, Dios!, ¡gracias a la
vida! por darme la oportunidad de estar aquí, en este momento, y de saber la
dicha que se siente el traer un nuevo ser a la vida.
A partir de ahí comenzó una nueva responsabilidad, ¡saber ser madre! Porque
una cosa es ser hija de familia, ser soltera, ser profesionista, y otra muy
distinta es SER MADRE, ¿Por qué? Pues para empezar, ¿cómo voy a educar
a mi hija?, ¿con los mismos patrones de conducta, que yo llevo?, ¿voy a seguir
las mismas reglas? Sin pensarlo mucho, lo que más le di a mi hija y le sigo
dando, es amor. Cada mañana que despierto la abrazo; no hay día en que no
nos estemos dando un abrazo. Otra de las cosas que aprendí, y le enseñé,
fue a pedir perdón y a saber perdonar, además de infundir en ella los valores
universales como a mí me los enseñaron mis padres. Pienso que el haber
tenido a mi hija a esta edad fue lo mejor, ya que si hubiera sido antes de los 34,
su educación hubiera sido muy diferente, pues yo no estaba emocionalmente
madura para enfrentar una situación como la que viví; aunque antes de este
episodio enfrenté muchas situaciones conflictivas en mi trabajo, en mi entorno
afectivo, en mi hogar y aunque sufrí enormemente, pude soportarlas y hasta
evadirlas para no encasillarme en la esfera del dolor y la frustración. Creo que
tuve la suficiente fuerza para no dejarme arrastrar por la exclusión que esta
sociedad le da a las mujeres.
Y hablando de exclusión, ¡qué difícil es ser pobre! (de bienes materiales, mas
no de espíritu) en este mundo que ve primero las cosas materiales que tu
espíritu, tu corazón, tu actitud ante la vida; y es todavía más difícil para una
mujer que quiere estudiar. Con penurias y todo hice mi carrera profesional. La
que me llevó de la mano y me inscribió en la escuela fue mi madre. Tenía 14
años de edad y recuerdo que llevaba puesto un vestido de color azul con blanco
a cuadros pequeños, que se abrochaba por la parte de atrás con botones y
unas bandas que al trenzarlas formaban un moño; lo recuerdo tan bien porque
las demás mujeres llevaban medias y yo calcetas; me sentí muy niña, pero
emocionada de estar en la escuela, de seguir la carrera profesional que a mí me
gustaba. Esta actitud de mi madre colapsó a mi padre, quien con gritos le dijo
que a ver cómo pagaba mis estudios; él quería que trabajara como doméstica o
en cualquier otra cosa, menos que siguiera estudiando, ya que yo era la menor
de cinco hermanos, él trabajaba de chofer y no le alcanzaba el sueldo para
mantenernos, pero esto no arredró a mi madre ni a mí y le puse todas mis
ganas para no defraudarlos.
Era tanto mi empeño que en lo único que pensaba era salir adelante en mis
estudios y así continué, sin poder comprar los libros para estudiar. Tenía que
pedirlos prestados o, si no, acudía a la biblioteca y ahí me ponía a estudiar.
Tampoco tenía para pagar la colegiatura y mamá se puso a hacer rifas y a
vender jugo de zanahoria para completar los pagos, al final rifó una batidora
que había comprado en abonos, para que yo terminara. A pesar de que fui la
hija que más quiso mi papá, según mis hermanos, me entristeció mucho en
aquel momento el que no quisiera que yo siguiera estudiando pero, de todas
maneras, terminé mis dos carreras profesionales. Después de que comencé a
trabajar, el que más orgulloso estaba de mí, era él.
Al trabajo tenía que ir con falda y además tenía que usar medias, eso era lo
más engorroso para mí, pues en esa época se comenzaba a usar el liguero
(prenda femenina para detener las medias) y las medias se rompían fácilmente,
había que estar comprando a cada rato y la situación económica no daba para
eso. Aparte de eso, mi trabajo era con niños, tenía que jugar con ellos y una
vez que estaba jugando a los encantados, iba corriendo tras una alumna y
se me atravesó un niño de primer grado; para no tumbarlo, brinqué y me
fui de rodillas y manos al suelo lleno de grava, así que ¿dónde quedaron las
medias? Entre lágrimas y risas, mis alumnas me levantaron y me curaron las
heridas, ¡Ah, qué hermoso fue mi trabajo!, con tanta pasión y entrega, tantos
recuerdos gratos, crecí junto con mis alumnos, intelectual y espiritualmente.
No negaré que tuve errores, pero fueron más los aciertos. Siempre quería estar
al día en cuanto la educación, pues me sentía como una esponja que estaba
absorbe y absorbe. Mi primer año laboral fue en un colegio y siento que ahí
me formé, pues tuve la dirección de unas hermosas maestras que me tuvieron
mucha paciencia, pues contaba con 17 años y la rebeldía propia de la edad,
pero comprendí que “la práctica hace al maestro”.
todo, capaces de abandonar a quien pudo haber sido su alma gemela. Pero
como la vida sigue, no me dejé caer, proseguí mi camino y seguí luchando, ¡sí!
tuve muchos noviazgos, equivocados porque después me arrepentía, debido
a que me daba cuenta de que la mira de estos hombres era el cuerpo y, sobre
todo, la vagina.
Esa tranquilidad y paz las tenía cuando era pequeña, como de tres años. Hasta
los 12 me sentía amada por mis padres, arropada, protegida, sin que nadie
me hiciera daño, pues ahí estaban ellos para defenderme. Mi niñez fue alegre,
aunque con muchas carencias, pero eso no lo nota un niño hasta que empieza a
comparar, pero, aún así, había muchos juegos con mis hermanos. Soy la menor
de una familia de cinco, los que me anteceden son hombres, por lo tanto, mis
juegos eran muy riesgosos; ellos me contaron que a la edad de cuatro o cinco
años me metían en una llanta y la rodaban por la calle de lado a lado por donde
pasaban los carros, hasta que mi mamá los vio, los regañó y ya no tuve más ese
juego que a mí me encantaba. Subía a los árboles, sobre todo al que estaba en el
patio, era una morera que ya estaba ahí cuando yo nací, así que estaba enorme;
ahí nos refugiábamos de papá y mamá cuando hacíamos alguna travesura y
nos querían castigar, aunque varias veces nos alcanzaron.
En fin, mi adolescencia fue sin grandes cambios, aunque siempre quería estar
haciendo cosas. Cuando tenía 11 años ingresé a la Casa de la Asegurada, ahí
se daban clases de danza, teatro guiñol, costura, etcétera. Yo entré a danza
y a teatro guiñol, parece que íbamos tres veces a la semana y me encantaba;
una vez nos llevaron al Topo Chico y en la plaza principal dimos una función
de teatro guiñol, ¡qué emoción! Yo hice dos personajes: el payaso que daba la
introducción y la ratoncita, eso fue en el año de 1963. En las idas a las clases
de danza me pasó algo que me llenó de miedo. Iba con otras dos amigas, una de
10 y la otra de nueve años. Las clases eran en el segundo piso del mercado San
Pedro y estaban construyendo otra escalera, así que de curiosas nos fuimos
precisamente por ésa, y cuando estábamos golpeando para que nos abrieran
porque la puerta estaba cerrada, al querer bajarnos para ir por la otra escalera
nos encontramos con un hombre que tenía su pene de fuera y nos lo enseñaba.
Fue tal el susto que corrimos adentrándonos en la construcción, pues él nos
tapaba la única salida que había. Recorrimos el área que tenía varios locales
vacíos aún sin estrenar, pero desgraciadamente estaban cerrados y no nos
pudimos encerrar en alguno de ellos, así que nos fuimos arrinconando hasta
el final del pasillo y llenas de miedo empezamos a gritar con todas nuestras
fuerzas hasta que nos quedamos roncas. Así transcurrió el tiempo, no sé cuánto
fue, pero a nosotras se nos hizo una eternidad. Ya después me levanté, como
yo era la mayor me asomé a ver si ya se había ido y para nuestra alegría así
fue. Ahí cometimos nuestro primer error de niñas, prometimos no decírselo a
nuestros padres, porque si no, ya no nos iban a dejar ir a las clases de danza.
De todas maneras el ciclo escolar acabó y ya no fuimos más bien por miedo.
También sufrí tremendo susto en el cine cuando tenía como seis años y mi papá
descubren cada día, a su lado he crecido, he aprendido a ser más yo. Gracias
amigas, María Elena y Paty. Y gracias a ustedes, Martha, Bertha y Alma.
Ahora me he descubierto más a mí misma, estoy más serena, más tranquila.
He aprendido a poner límites, he aprendido a valorarme más, a descubrirme,
aunque todavía sigo en evolución. Como dice mi maestra Paty Basave, hay que
estar siempre en continuo crecimiento, pues este proceso no termina.
Quiero agradecer a mis padres, que en paz descansen, por haberme dado la
vida; a mis hermanos por ser mis amigos y compañeros de infancia.
En pleno vuelo
por Azucena
Quiero dedicarle esta pequeña historia a mi familia y a los seres queridos que
tienen un lugar muy especial en mi corazón.
En pleno vuelo
Soy una mujer casada, tengo tres hijos varones, puedo decir que son mi mayor
tesoro, los amo, estoy sumamente orgullosa de ellos; actualmente estudian,
uno secundaria y dos, la universidad.
Soy hija de un matrimonio que duró 29 años juntos hasta que mi padre falleció.
Actualmente vive mi madre, y somos seis hermanos: cuatro hombres y dos
mujeres, yo soy la quinta de esta familia, dicen que no hay quinto malo, y bueno,
¿quién sabe? Mi infancia y adolescencia la viví siempre en la misma casa, la
cual era de mi padre, desde que era soltero él ya vivía ahí. Esta casa estaba
dentro del mismo terreno de una granja avícola, pues mi papá se dedicaba a
eso y también a la ganadería. Los primeros años de casados él y mamá seguían
con la granja, después tuvieron una tienda de abarrotes y carnicería; recuerdo
que todos ayudábamos en las tareas tanto de la casa, como en la granja y la
carnicería.
Mi papá siempre fue de un carácter muy fuerte, era muy estricto y al hablar
siempre usaba un tono muy alto y parecía que estaba enojado, pero así era
su forma de ser; en realidad era bromista y alegre, realmente era muy bueno
con todas las personas, muy trabajador, siempre se levantaba muy temprano
y también nos levantaba a todos los demás, por supuesto. Mi mamá es de
carácter más tranquilo pero muy alegre, le encanta platicar con las personas
y conocerlas, mi papá y ella convivían mucho y les gustaban las fiestas. Una
vez me contó que cuando mis hermanos eran chiquitos los dormía como a las
seis de la tarde y la muchacha le ayudaba a cuidarlos para que mi papá y ella
pudieran salir al cine o a algún lado ya que para ella era muy pesado el trabajo
de la casa: cuidar a todos mis hermanos además de atender la carnicería,
pues mis primeros cuatro hermanos nada más se llevan 11 meses o un año
de diferencia, después de cinco años nací yo, y mi hermano el más chico, dos
años después.
a salir adelante con el paso de los años. Sin embargo, la granja se perdió, mis
padres siguieron únicamente con la carnicería y compra-venta de animales.
De los preparativos que más disfruté fueron los detalles del vestido: yo escogí
la tela y el modelo, me la pasaba viendo revistas de novias todos los días y
después de tomar la decisión más adecuada, según yo, ya me arrepentía pues
el vestido llevaba como cien botones en la espalda y otros tantos en los puños.
Fue un show para quitármelo, mi hermana me tuvo que ayudar pues me lo
tuve que quitar en la casa para cambiarme, porque un amigo de mi esposo
nos regaló una noche de hospedaje en un hotel, entonces ¡cómo iba a llegar a
media madrugada con vestido de novia al hotel! y además, que todos se dieran
cuenta que era mi noche de bodas, ¡qué vergüenza! Lo que pasa es que era
muy tímida. ¡Ah, pero se me olvidó un pequeño detalle: mi esposo iba con el
smoking puesto, con su ramito de novio y además llegamos en el carro con el
arreglo floral aún puesto y un grupo de muchachos que pasaban por la calle
cercana al hotel gritaron: “Arriba los novios”, así que como quiera todo mundo
se dio cuenta.
Quiero mencionar que cuando uno escribe este tipo de cosas vienen a la mente
recuerdos que creías olvidados y están ahí, guardaditos, esperando y realmente
se disfruta mucho porque vuelves a sentir la emoción de las cosas que viviste.
De recién casados vivimos en Monterrey, rentamos un departamento y al
poco tiempo ya esperaba a mi primer hijo, lo cual nos dio mucha alegría. Mi
embarazo lo pasé sin ninguna complicación, recuerdo que cuando iba a nacer
el bebé llegamos a las cuatro de la tarde al hospital y me dijo el doctor que
todavía me faltaban unas horas, que me pusiera a caminar y como a las siete
volví a entrar y me pasaron a una sala. Yo oía a unas señoras que gritaban
mucho y yo me quedaba callada aguantado las contracciones hasta que de
pronto ya no se oían ruidos y pensé: “Ya las atendieron y yo por estar callada
nadie me hace caso” y entonces empecé a quejarme y a gritar hasta que por
fin, a las dos y cincuenta y cinco de la mañana del día siguiente, nació mi bebé.
Mi esposo me dijo después que se había peleado con los doctores quien sabe
cuántas veces porque no le informaban y les decía que quería cambiarme de
hospital pues ya estaban todos desesperados, ahí estaban también mi cuñado
con su esposa, mi mamá y mi hermana, pero al fin todo salió bien; mi bebé
sano y sin ninguna complicación, lo demás ya no importaba.
Cuando mi hijo tenía año y medio, papá falleció, en ese entonces yo tenía 20 años.
La muerte de mi padre fue muy triste e inesperada, él padecía hipertensión,
tomaba su medicina aunque a veces no hacía caso y, si iba a asistir a una fiesta,
posponía el medicamento para el día siguiente, sin embargo, en esos días no
había tenido malestar, nada que nos indicara que algo le iba a pasar. Uno de
mis hermanos vino a la casa por mí y me dio la mala noticia, entonces fuimos
por un doctor y lo llevamos a la casa, mi papá ya estaba sin vida desde hacía
una o dos horas. El doctor lo revisó y diagnosticó derrame cerebral o infarto.
Mi mamá no se encontraba en la casa, se había ido un día antes con una tía
porque iban a salir de viaje, entonces tuvimos que hablarle y decirle que papá
estaba muy mal que se regresara lo más pronto posible. Al llegar se dio cuenta
de lo que pasaba en realidad. Estos momentos fueron muy difíciles. De mi
padre guardo recuerdos muy hermosos, creo que aprendí mucho de él, además
de los valores que me inculcó como el respeto, la responsabilidad y otros más;
también me enseñó a manejar, a montar a caballo, a cocinar, a ser amable y a
ayudar a los demás cuando necesitan de nosotros, siempre decía: “Hoy por ti,
mañana por mí”.
A casi dos años que papá falleció, a fines de 1989, nació mi segundo hijo; me
lo trajo Santa Claus un 25 de diciembre, ¡qué padre!, ¿verdad? ¡si, cómo no!
Me quedé sin comer el día de Navidad y es que ese día mi mamá, tíos, primos,
hermanos, sobrinos y demás familiares nos reuníamos en casa de mi abuelita
materna y llevábamos un platillo cada quien para compartir. Yo preparé lo
que me tocaba, pero como ya sentía un poco de molestias entonces decidimos
ir primero a consultar con el doctor y después ir con la abuela. Pero al llegar
con el doctor me revisó y me dijo que ya me iba a quedar internada. Me quedé
y todos se fueron a comer porque el ginecólogo dijo que me faltaban como
cuatro horas y a las cinco y treinta de ese día nació mi segundo hijo. Son fechas
muy especiales, muy bonitas, de convivencia familiar, pero mi hijo siempre se
ha quejado de la fecha en que nació porque dice que a todos se les olvida su
cumpleaños por festejar la Navidad, y si se acuerdan, le dicen que su regalo de
Navidad es el mismo que el del cumpleaños.
mamá, fue un golpe muy duro pero había una esperanza, gracias a Dios estaba
en una etapa donde médicamente se podía hacer mucho, en ese momento
trabajábamos las dos. Después de pasar por varios estudios deciden hacerle
una cirugía, ella siguió atendiendo sus citas con el doctor periódicamente
hasta que al año siguiente el resultado vuelve a salir positivo. Otra vez se
apoderó de nosotros el temor y de nuevo a comenzar: exámenes médicos,
estudios y mi madre dispuesta a todo, porque ¡qué fortaleza tan grande! Es
algo que siempre le he admirado, en cambio yo, sentía que el mundo se me
venía encima y debía mostrarme optimista y con fuerza delante de ella para
no reflejar lo que realmente sentía. Así seguimos adelante y en esta ocasión el
doctor le indicó tratamiento de quimioterapia y radiación, a lo largo de ocho
meses, después de una segunda cirugía en la que volvieron a extraerle algunos
tumores pequeños.
Para entonces mis hijos estaban en primaria y kínder; mi hermano los recogía
de la escuela y me los cuidaba mientras yo regresaba del hospital, casi de
noche pasaba por ellos, mi hermana y mis hermanos se quedaban casi siempre
de noche en el hospital, turnándose para poder cumplir con sus trabajos, en
esta época yo no estaba trabajando, así que me quedaba todo el tiempo que
era posible. Al poco tiempo quedé embarazada de mi tercer hijo, creo que
inconscientemente estaba esperando el momento para esto, pues mamá ya se
había recuperado un poco. Mi embarazo fue muy tranquilo y sin contratiempos.
Cuando nació fue mediante cesárea, fue la única operación, ya que los otros
partos fueron partos naturales. Gocé mucho a mi hijo recién nacido porque
en ese entonces ya no trabajaba, no me desvelaba ni me sentía cansada, al
contrario, disfrutaba atender a mi bebé pues ya habían pasado cinco años de
mi segundo hijo, además, ellos ya se iban a la escuela y me quedaba sola con
él.
Esto fue por año y medio pues después decidí volver a trabajar. Trabajé por
siete años en un instituto de educación, después cambié de trabajo y hasta la
fecha no he dejado de trabajar pues lo disfruto mucho, además tomé un curso
de computación que ahora sí terminé, también he tomado algunos cursos
de capacitación de diferentes temas y he aprendido mucho. Asimismo me he
propuesto terminar todo lo que inicie y en mi mente todavía tengo la idea de
estudiar algo pues esto lo he dejado pendiente en mi vida, y ahora que mis
hijos ya están más grandes a veces me han comentado que por qué no lo hago
y siempre digo porque no tengo tiempo: entre el trabajo y la casa, el poco
tiempo libre que me queda quiero disfrutarlo con mi esposo, con mis hijos y
mi familia ya que es algo muy importante para mí.
Siempre me había sentido como que había una niña chiquita dentro de mí,
que necesitaba la aprobación de los demás o que debería hacer las cosas bien
para que nadie me dijera nada y a veces aceptar las opiniones de los demás
aunque no estuviera de acuerdo. Ahora ya he aprendido a decir no cuando es
no, pues tengo voluntad y decisiones propias, además he confirmado cosas y
situaciones en las que no me sentía segura y que al final era lo correcto y me
di cuenta que era falta de confianza en mí misma.
Quiero compartirles esta reflexión: “Nadie sabe qué tan alto puedes volar, tú
mismo no tendrás noción hasta que te atrevas a extender tus alas”. Es una
reflexión hermosa, con tan pocas palabras, pero que encierran un significado
enorme, espero y sé que muchas personas le darán un significado diferente
según su forma de pensar, pero de cualquier manera el resultado deberá de ser
el mismo, liberador y enriquecedor.
donde hay amor, comprensión y tolerancia y que al estar viviendo todo esto
a lo largo de nuestras vidas, algo bueno debemos de aprender, ojalá que este
ejemplo sirva para un futuro dentro y fuera de nuestra familia.
Siento que es muy importante honrar a nuestros padres pues nos dieron la
vida, porque ahora que soy madre sé que los hijos son lo más importante en
la vida y que una espera lo mejor de ellos; algo muy importante que debemos
aprender es a no ser egoístas, ¡qué difícil! creo que debemos dejarles su espacio,
su tiempo y su libertad para que vivan su propia vida y ellos verán la forma de
agradecerle a sus padres de la mejor manera.
Nací de buenos padres; mi padre fue de una calidad humana a toda prueba,
ayudaba a ancianitos solos, con comida, medicinas, les daba sepultura si ellos
morían. Mi madrecita repelaba y le decía: “Que la Presidencia se haga cargo
de ellos”, y mi padre contestaba: “Hoy por ellos, mañana por mis hijos” y eso
dio frutos, como más adelante lo veremos.
Creo que la ternura y la calidad humana que poseía se debió a que quedó
huérfano de padre y madre a los siete años y aunque mis abuelitos dejaron
cierto capital, él salió adelante por la bondad de algunos amigos de mi abuelito
que lo enseñaron a trabajar y porque fue dotado de mucha inteligencia, aunque
no tuvo la oportunidad de estudiar en una escuela formal.
¡Gracias, padre; gracias, madre, por todo el amor y valores que nos enseñaron
a mis hermanos y a mí, aún antes de nacer! Cuando yo nací fui la última de
nueve hermanos, mi madrecita tenía 40 años y todos mis compañeros del
kínder pensaban que ella era mi abuelita. Mi infancia transcurrió parecida a la
de otros niños, nos daban cuatro comidas al día, se cenaba temprano, y cuando
salíamos debajo de los árboles a conversar, mi madrecita aprovechaba, al estar
platicando historias de la familia, de cuando ella era pequeña, para checarnos la
cabeza que no trajéramos bichos, sobre todo porque yo tenía el cabello largo.
con ellas una sinfonía. La frescura del rocío de la mañana que hacía parecer que
todas las plantas eran espejos con visos de colores; las piedritas que parecían
trocitos de oro cuando los rayos del sol chocaban con ellas y esos bellísimos
crepúsculos que nos permitían valorar toda la belleza que Dios nos dio.
En julio de 1984 así aconteció: le retuvieron el cheque por más de seis meses.
Cuando le pagan, mi esposo me avisa que vaya a recoger un cheque por 40
millones, ahora como 40 mil, sin embargo, miles o millones era mucho dinero
entonces. Salgo del banco, pago el teléfono, en Residencial Lincoln, me voy a
Gonzalitos a esperar un taxi o un camión, estaba absorta esperando, cuando
mi hija me dice: “¿Verdad que traemos 40 millones?”, yo le contesto: “Ay, hija”,
en eso siento que me estiran la bolsa, yo pienso que es mi hija y la suelto.
Hubo tanta respuesta de los vecinos, me llevaron a mi casa, estaba hecha una
“magdalena”, mi comadre rentaba su casa y vino a cobrar, pero le dijeron:
“La señora no está, se fue con la vecina a poner una denuncia, porque le
robaron”. Entonces se van al panteón para hacer tiempo, le llevan flores al
papá, que está en el Panteón del Roble, siguieron dando vueltas, y entonces
pasan por donde está mi bolsa, la agarran y al abrirla ven mucho dinero, le
pregunta el compadre: “¿Qué más trae?”. Ella contesta: “¡Las credenciales de
mi comadre!”.
Aprovecho este espacio que me brindan para rendirles tributo a ese par de
personas que fueron el conducto para recibir la bendición de Dios, recuperando
lo que por derecho divino nos pertenecía. No me resta más que agradecer a
Dios la oportunidad que tuve de tomar este curso, de haber coincidido en el
tiempo y en el espacio con cada una de las asistentes y ver cómo en este tiempo
nos hemos transformado de una libélula, en bellas mariposas. Que podemos
alzar el vuelo deseosas de vivir, compartir, disfrutar a la manera del Señor, con
las personas que amamos y con nuestro prójimo el tiempo que estemos en esta
tierra de aprobación.
Gracias a cada una de ustedes por compartir sus historias, ya que sentí que al
escribir la mía, volvía a vivirla ¡Gracias por el rescate de los recuerdos!
Gracias al Sr. Gobernador Licenciado José Natividad González Parás.
Al Instituto Estatal de las Mujeres.
A la licenciada María Elena Chapa.
A la licenciada Patricia Basave.
A la licenciada Leticia Hernández.
A Dios.
A mis padres, por darme la oportunidad de existir, agradezco por el amor de
que fui dotada y sobre todo: Gracias por la manera en que olvido las cosas
malas o que me hicieron daño, y así ayudo a que no me perjudiquen más. A eso
se debe que no sólo escribí cosas negativas o que me dañaron.
hijas. Falleció dos años después. Mi abuela también fue un ser independiente,
encontrarla sentada en una silla chaparrita, vendiendo tortillas y nopales en
el Mercado Colón, era el enojo de mi madre: “¡No entiendes que no te quiero
ver aquí! ¿Cuánto necesitas? ¡Yo te lo doy!”. A lo que ella respondía con la
mayor calma: “Ya quítate de aquí, me estás espantando a los clientes”. Cuando
falleció, también vivía sola por decisión propia. Tuvo 12 hijos de los cuales
sólo sobrevivieron tres mujeres, una de ellas mi madre.
Fui flaca sin chiste, decía mi madre, o sea sin pompas y sin “bubis”, payita pero
con una mirada muy fuerte, mi abue me decía que tenía ojos de gato cuando
me enojaba. Recuerdo en particular cuando me peinaba con cola de caballo,
era estirar y estirar: “Haz la cabeza dura” y como la aflojaba porque me dolía,
Mi casa era chiquita y la de mis abuelos grande, en la misma acera; esa casa
siempre estuvo llena de gente entre mis tíos, los amigos y familiares. La mesa
era larga y en lugar de sillas, había dos bancas. Mi abuelo siempre estaba en la
cabecera con su sillón y en el otro extremo la cocina, de donde salían volando
las tortillas de harina... a veces caían al mantel, a veces las pescábamos en el
aire. La abuela no tenía sillón, ella se sentaba con nosotros en las bancas. Así
era la cena, con frijolitos aguados para que alcanzáramos todos.
Fuimos una familia muy unida, aún los somos, festejamos hasta el “Día del
lápiz” o la independencia de Tumbuctú con tal de juntarnos; somos alegres,
con un sentido del humor más bien negro que no toda la gente entiende,
pero que es una característica muy nuestra. Por ejemplo, el pastelazo de
cumpleaños ya está prohibido desde que una de nosotras se estaba ahogando
del empujón tan fuerte que le dimos; a los orejones ya no les decimos así,
desde que supimos que uno de ellos se pegaba las orejas con kola loka; a mi
manita ya no le decimos que es adoptada desde que nos dijo que sí se lo creía;
en una ocasión mi manito recibió de regalo de Navidad un calcetín porque
estaba enyesado de una pierna. Así que estas bromas nos enseñaron a ser
fuertes y a estar siempre alertas.
Puedo decir que mi vida está marcada a partir de que terminé la secundaria.
Yo sabía que la situación económica era apretada en el seno familiar, pero no
pensé que tanto hasta que escuché esa frase que aún recuerdo como si fuera
ayer, la dijo mi madre porque le estaba contando de los planes que teníamos
las amigas terminando la secu, pues dábamos por hecho ingresar a la prepa 7.
Recuerdo sus ojos porque me lo dijo de frente: “...pero tú no vas a estudiar la
preparatoria”, (sentí que me hubieran echado una tina de agua fría, sentí una
infinita tristeza que no se me quitó por muchísimo tiempo). “Dice tu papá que
sólo hay dinero para darle estudio a uno y ése es Quique, que él se va a hacer
cargo de una familia y tú no, que tú te vas a casar y lo que se te puede dar por
mientras es belleza o corte y confección y que puedes poner aquí en la cochera
tu tallercito o salón de belleza”. ¡Ándale!, sí, cómo no!
Fui una joven muy activa, practiqué varios deportes con la suerte de representar
a Nuevo León en futbol, básquet, atletismo y softbol; pero me lastimé una
rodilla y ya no pude ser una atleta de alto rendimiento, lo cual me dolió mucho,
sin embargo, la vida compensa y me dio la oportunidad de seguir ligada al
deporte por otros medios. Y es que tuve la fortuna de que se me ofreciera un
equipo de futbol con niños de seis años para que los entrenara. ¡No, no, no!,
me volví loca con esta actividad, con estos niños se logró un segundo lugar
nacional, se formó un club del cual estoy orgullosa y la integración de muchas
familias por medio del deporte. Después vino la formación de otro grupo con
resultados sobresalientes. Me retiré muy satisfecha de lo obtenido, dicen que
fui la primera mujer en entrenar niños en esta área, así lo constata la prensa,
lo único que sé es que quien ganando fui yo, porque lo que viví y aprendí
fue muy enriquecedor. Para ese entonces ya había sido jugadora, entrenadora
y directiva, solamente me faltaba ser jueza deportiva y sin buscarlo, se me
dio. En mi época de softbolista fui invitada a tomar un curso de ampayer, me
presenté a las prácticas y a los exámenes y aprobé. La bronca fue cuando me
presenté en los campos, allí verdaderamente sentí lo que era la discriminación
en todo su esplendor, porque el hecho de que una mujer invada un campo
dominado enteramente por hombres tiene un costo muy alto, y aunque fui
apoyada por compañeros maravillosos, otros me querían fuera, costara lo que
costara.
Pero entre más me hacían sufrir, más me picaban el orgullo y menos me iba;
ante mí se desnudaban, hacían pipí, soltaban palabrotas, me decían hasta de
lo que me iba a morir y yo ahí, fingiendo demencia y en serio que debí estar
demente para haber aguantado tanto. Total que un día, en un campeonato
nacional, después de haber sido eliminado el equipo de Nuevo León y al calor
de unas chelas en la cena, un organizador oyó decir que yo era ampayer y
me invitó para que lo ayudara al día siguiente, más bien con algo de morbo
y curiosidad. Así lo hice, entré al campo y me puse a trabajar. No sabía que
entre el público estaba el Presidente de la Federación Mexicana de Softbol,
al final me mandó llamar, me hizo unas preguntas sobre ciertas jugadas y el
reglamento y se retiró, no sin antes decirme que pronto recibiría noticias
suyas. Al poco tiempo llegó la invitación para tomar un curso para hacerme
ampayer nacional y de allí otro, para los Juegos Centroamericanos.
presencia, coqueta. Por azares del destino, conocí a tres novios de su juventud.
No dispongo de mucho espacio para contar estas hermosas anécdotas, sólo les
diré que a uno de ellos nos lo encontramos en el desaparecido Café Flores, se
acercó a saludarnos y me dijo: “Yo pude haber sido tu padre pero ella prefirió
a Raúl”, cuando se fue el galán, le dije a mamá: “¿En qué estabas pensando
cuando escogiste al sotaco de mi papá? Si hasta a mí me gusta ese señor”.
Otro fue un hombre que sin saber quién era yo, me protegió como pocos lo
han hecho, de veras que la vida tiene sus vueltas, este hombre fue uno de
los ampayer que más me apoyó en los campos y fuera de ellos; platicando
en una ocasión, salió a relucir mi madre, y él, con lágrimas en los ojos me
dijo: “Siempre me pregunté por qué tanta preferencia por ti, y ahora lo sé” y
habló, habló, habló. Todos ellos tenían una característica: eran altos, blancos,
abundante pelo plateado y ojos de color. Debo decir que mi padre es chaparro,
moreno y pelón. Alguna característica buena debió tener mi papá para que ella
lo escogiera, ¿verdad?
que todo observaba, me comentó en una ocasión: “Míralo, quién sabe qué
deberá como para que llore así”, luego las risas ahogadas de las dos para no
romper la solemnidad del lugar.
Pero en esta ocasión era todo diferente, mi madre me llevó hacia el altar, me
obligó a arrodillarme y me dijo: “Pídele perdón a la Virgen y dile que ya te
vas a portar bien”. Ella estaba de pie y yo sentía que todos me observaban,
miré a la Virgen y puedo jurar que me sonrió. Eso me dio confianza para
hablarle y decirle: “¿Tú sabes qué onda, verdad?, tú sabes que no puedo ni
quiero cambiar, pero ella quiere que te diga que ya me voy a portar bien, y te
lo tengo que decir, pero no te lo creas y perdóname por la mentirota”. Ella
me seguía sonriendo y yo estaba feliz, así me fui de allí. Cada vez que puedo
regreso, ya no veo los retablos, ya no hay veladoras, la gente casi no entra de
rodillas, pero yo entro, me siento y lloro, lloro como lo hacía mi padre y entre
mis lágrimas veo a la Virgen que me sigue sonriendo. El acuerdo que hicimos
sigue allí, flotando en el ambiente.
allí mirándola angustiada, y ella, antes blanca, ahora estaba gris. Me vio y sólo
movió la cabeza en forma negativa y me extendió la mano y yo se la agarré y
así nos fuimos hasta su cuarto.
Dijeron que el cáncer estaba en el páncreas y que era el más letal, que nos
preparáramos, pues debido a los infartos el final iba a ser rápido. Ella se aferró
a la vida y duró una semana, una semana de la más pinche agonía. Una semana
en la que sólo nos mirábamos y nos tomábamos de la mano. En alguna ocasión
una enfermera le preguntó: “Ya sé, ella es la consentida ¿verdad?”, como ya no
podía hablar asintió con la cabeza. Yo me sentí en ese momento inmensamente
feliz, porque sentí la aceptación de mi madre, porque vi en sus ojos el amor
que me tenía. Una madrugada mi manito nos dijo que entráramos porque
estaba por finalizar; entramos mi padre, mi hermano y yo. Era cierto, casi ya
no podía respirar, el pecho se le levantaba y luego no, y yo como estaba a su
lado se lo oprimía y volvía a respirar, así lo hice, no sé cuántas veces hasta que
mi padre me dijo: “Ya, déjala”, y yo la dejé... con todo el dolor de mi corazón la
dejé y su pecho ya no se volvió a mover, pude sentir cómo la muerte llegó y se
la llevó, así prácticamente me la arrebató de las manos.
se comentó por mucho tiempo entre los conocidos, todavía hace varios meses
una amiga lo recordó. A los 45 años, mi madre falleció, solamente tenía 45
años cuando el puto cáncer se la llevó.
La vida me cambió por completo, porque todo lo pensé menos que mi madre
se fuera tan pronto, así que el proceso de adaptación fue muy duro, cada quién
se encerró en su dolor y lo sufrimos por separado. Mi manito con su familia,
mi padre con sus amigos y mi manita y yo igual. Nadie nos preguntamos uno a
otro cómo estábamos, qué tal íbamos, cómo nos sentíamos. Pero la vida sigue
y a los tres años mi padre y mi manita hicieron boda conjunta, o sea 2 x 1, se
casaron el mismo día. Yo aún vivía en el hogar paterno, pero no fue por mucho
tiempo ya que para ese entonces ¡ya tenía casa! Así que esperé el momento
propicio, le di la noticia a mi pa’ de que me marchaba. Todo lo que se había
guardado de decirme, lo soltó y aguanté vara y sólo le respondí que ya quería
hacer mi vida, así como él ya había rehecho al suya. Me dio seis meses para
regresar arrepentida, porque yo no sabía lo que era mantener una casa. Es
cierto que fue difícil, pero la felicidad de ser “yo” me dio fortaleza para nunca,
hasta la fecha, arrepentirme de haber abandonado la casa que también fue de mi
madre. La primera noche dormí mucho y a pierna suelta, como luego se dice.
Por primera vez no tuve esos sueños que me hacían despertar sobresaltada
a media noche. Y es que desde hace largo tiempo, un sueño recurrente en
mí era que volaba, de varias maneras me elevaba, desde arriba todo lo veía,
entonces planeaba, agitaba los brazos como alas y volaba, hasta que de pronto
me cansaba y tenía un miedo terrible a aterrizar, ¡nunca pude aterrizar!, casi
tocaba tierra y me volvía a elevar aunque estuviera muy cansada, entonces la
desesperación me despertaba, bañada en sudor y terriblemente agotada. Al
cambiarme a mi casa, nunca más volví a tener esos sueños.
De mi padre puedo decir que tiene un sentido del humor excelente pero cuando
está de malas ¡cuidado! Creo que toda la vida le tuve miedo; siempre trabajando,
muy responsable, en toda su vida laboral sólo una vez se incapacitó; siempre
trató de darle gusto a mi madre y en cuanto podían se iban de vacaciones con
o sin nosotros, no recuerdo algún disgusto por alguna supuesta infidelidad
o porque dejara de dar dinero para los gastos de la casa. Lo recuerdo con
poco contacto con nosotros, nada cariñoso, en alguna ocasión quería que los
acompañara de vacaciones, pidió permiso laboral para mí y le dijeron que no
era posible porque el trabajo que yo desarrollaba nadie más lo podía hacer. Esto
lo llenó de orgullo y se lo comentó a mi madre, ésta ni tarda ni perezosa me
dijo y yo cuestioné: “¿Por qué no me lo dice?” ¿porqué no me dice lo orgulloso
que está de mí?“. “Así es él, si no te lo dice es aparte”; lo cierto es que siempre
se preocupó de que no nos faltara lo indispensable.
Me enseñó a desarmar las planchas que le llevaban las vecinas para que se
las arreglara, a jugar dominó, a tenerle mucho respeto a la electricidad, pero
sobre todas las cosas más importantes que con su ejemplo me enseñó son a
no dejarme vencer a la primera, a no dejarme de nadie, a saber que lo que
me proponga lo puedo lograr, a no echarle la culpa a otros de mis errores
y sobre todo, a ser una persona digna. Tal vez no lo sabe, pero todo esto lo
valoro mucho. Se me hacía tan inteligente cuando me decía cuáles fichas tenía
y cuáles no, cuando encendía rápidamente fogatas en el monte para calentar
el lonche, lo recuerdo caminando sobre una barda de piedras cuando ésta se
desmoronó, él saltó y dando por lo menos dos maromas, se incorporó sin
que le pasara nada. Yo estaba asustada y me dijo: ”No me pasó nada y ¿sabes
por qué? Porque juego futbol”. Era ágil, bailaba muy bien, al igual que sus
dos hermanos. Desgraciadamente, al pasar los años y luego de la muerte de
mi madre, se descuidó mucho físicamente. Verlo ahora tan disminuido, tan
indefenso debido a sus enfermedades me parte el corazón. Tiene 78 años y
pareciera de más, afortunadamente su esposa está a su lado y lo atiende y
le proporciona todo lo necesario. Lo amo, pero al igual que él me es difícil
expresar mis sentimientos.
Tengo otros dos hermanos, Myriam y Carlos, hijos de mi hermosa tía Oly, que
vienen a complementar esta familia de chiflados con hijos y nietos incluidos.
Con mi manito estuve muy unida de chica y con mi manita ya de grande. Con él
jugué toda mi infancia, al fut principalmente, nos acompañó siempre, íbamos a
todos lados, hasta que se casó y formó su familia. Llegaron sus hijas primero
y luego los varones. Nadia, la mayor, fue la niña de los ojos de mi madre. Todo
lo llenaba con su inquietud y su sonrisa, se quedaba dormida parada, porque
quería seguir jugando. Haydeé, la segunda, fue la preferida de mi papá, era toda
ternura, se quejaba de todo, si algo le dolía lo decía en diminutivo, su piernita,
su pancita, su bracito, no quería comer y mi sufrida cuñada se mortificaba
mucho, después siguieron Arrianita (que lamentablemente falleció estando
pequeña). Raúl y Omar un par de adolescentes guapísimos, inquietos y con
personalidad muy diferente pero bien definida como cualquier joven, aman y
respetan a sus padres como pocos.
Los hijos de mi manita se cuecen aparte, esos sí están locos. Ale, que dice que
la cigüeña se equivocó al dejarla en esta familia, que la de ella es la Garza
Ponce pero de los ricos; Raúl Armando que se siente parido por las hadas, muy
inteligente e inquieto, que jura y perjura que me quiere más que a todas sus
tías. De mi cuñado puedo decir que es un santo, porque aguantar a mi hermana
está del cocol. Myriam, que luchó a brazo partido junto con su madre para
salir adelante en esta vida tan injusta y que tanto golpeó a mi tía. Y Carlos
el enfermizo, el débil, el que hizo sufrir tanto a su madre por las dolencias y
recaídas, recuerdo a mi tía llorando por culpa de ese cabrón, pero también con
unos sentimientos de lo más fino: se casó cinco veces y ya trae novia otra vez. Y
por último Stephany, la atleta de la familia, sobresaliente en gimnasia, inquieta
como pocas y Dany, un joven divino que nos ha enseñado cómo sobrevivir a
los padres. Ésta es mi familia, ésta es mi base.
dormida, bien valía las desveladas y los aprietos económicos que pasamos en
un principio. No me decidía por el nombre, no sabía cuál escoger, así que para
no estresarme decidí ponerle cinco nombres. Mi hija se llama René Patricia
Tamara Alicia Josefina, todos ellos con gran significado para mí. De nuevo
la presencia de un ser supremo que me sonreía y que me conocía porque si
no, ¿cómo me explico que mi hija fuera tan sana y tan comilona?, la primera
calentura le dio a los seis meses; de varicela, tres granitos; la rubéola a los
15 años, una gripa fuerte hasta los ocho años... Cómo olvidar sus primeros
balbuceos, su sonrisa al reconocerme, la forma en que me pedía que la cargara
y mi angustia cuando la sentía en peligro. En una ocasión tuvimos que pasar
por encima de un tubo de gas roto, no había de otra porque podía explotar
en cualquier momento y era necesario salir de allí rápidamente, habíamos
avanzado una cuadra solamente cuando explotó. Sentí como las piernas ya no
me pudieron sostener y me bajé del carro para poder controlarme y observar
la magnitud de la explosión. En otra ocasión el agua de lluvia empezó a
arrastrar el carro en el que íbamos mi hija y yo, bajarse era arriesgado, pero
era más arriesgado quedarse allí, así que cuando estaba a punto de bajarme
con mi hija cargada, no sé de donde salieron cuatro jóvenes y me ayudaron a
llevar el carro flotando hasta donde ya lo pude manejar. Al entrar a mi colonia,
el carro se apagó y no funcionó más. ¿Ahora ya me entienden por qué digo que
soy consentida de Dios?
cuenta de lo que en realidad era, pero ahora, ¿qué hago? No había información,
no había libros, ¿comentarlo con alguien? ¡ni en sueños! Esas cosas no se
dicen, de eso no se habla, sólo se rumora o se cuchichea por lo bajo. Aún así
me arriesgué a decirlo en confesión y la reacción del sacerdote fue brutal, por
un pelo de gallina no me excomulgó y de la iglesia salí peor de lo que entré.
Ante esta situación, opté por el ostracismo total.
En la década de los 70, ser diferente era sinónimo de discriminación, era pasar
a cada rato vejaciones de otras personas que se sienten con el derecho de
señalarte, por no ser como ellas. Era aguantar en silencio el rechazo, era el que
te hicieran a un lado sin ninguna explicación, era que un estúpido se sintiera
con el derecho de aventarte a la cara la copa porque no quisiste bailar con él,
o incluso que te amenazaran de muerte a ti o tu pareja y no poder denunciarlo
porque lo más probable era que no te hicieran caso. Era ir a los bares y discos
de manera clandestina y escuchar de pronto que la semana pasada, en la redada
se habían llevado a tal o cual. Era sentir el cariño y respaldo de los amigos y
amigas que te aceptaban tal y como eras, en especial mi amiga Yolanda...
Me llegó el amor y junto con mi pareja formamos una familia, hija incluida,
por 17 años compartimos un hogar, crecimos, vivimos, amamos, soñamos,
llevamos a cabo proyectos individuales y colectivos, hasta que, por azares
del destino nos separamos. Claro que fue muy difícil, pero la fortaleza que
habíamos desarrollado a través de los años nos ayudó a salir adelante. En la
actualidad, después de mucho batallar, somos amigas gracias a Dios.
Pero el que más me impresionó y me hizo ver la realidad del México actual
en todas sus injusticias y carencias fue el Subcomandante Insurgente Marcos.
Si por él ya sentía simpatía, por el levantamiento del 94 y había estado en el
D.F. en la gira “El color de la tierra” en el 2001, imagínense lo que fue para
mí conocerlo, estar cerca, escucharlo hablar, manejar para él y convivir por
una semana. Así como cuando sientes que te quitan una venda de los ojos, así
sentí yo al escucharlo hablar ante los campesinos, trabajadores y estudiantes
e intelectuales. Qué alejados estamos los citadinos de los indígenas, qué mal
informados estamos de la realidad mexicana y qué poca valentía la nuestra
para voltearnos al otro lado y hacer como que no vemos y escuchamos lo
que ocurre en el sur de la República. Había que ver esa realidad y acepté la
invitación para ir al Encuentro Mundial de los Pueblos Indígenas, que se llevó
a cabo en Chiapas el año pasado.
Pero no fue por mucho tiempo ya que, por un descuido, dejó olvidado un libro
en la cama y esto llevó a que en su casa lo descubrieran. Él le pidió a su
familia que hablaran conmigo y así lo hicieron. Así que eso, de lo que nunca se
había hablado en mi familia, se convirtió en un tema obligado. Ahora sí, con
el apoyo de Paty ya estaba preparada para abordarlo. De joven por ignorancia
había cerrado la puerta, y en la actualidad, a mis cuarenta y tantos, aquello
fue como la apertura de un gran portón. Por primera vez con todas sus letras
le dije a mi familia: soy lesbiana y no me avergüenzo de ello. Lo dije de frente
y sin bajar la cara, pedí respeto y apertura para el joven y puse a sus órdenes
toda la información que teníamos en nuestra organización. Hablarlo me hizo
No lo puedo negar, la vida me sonríe y yo le sonrío a ella, tengo una pareja con
la que comparto sueños y luchas, y eso nos hace mayoría. Ambas hemos elegido
no dejar que otras personas decidan por nosotras cómo debemos vivir, a quién
debemos amar y con quién tenemos qué compartir. Hemos decidido hablar en
voz alta para que nos escuchen y nunca más nos quieran invisibilizar. Luchar
para que la homofobia sea erradicada y más entre nuestros representantes
en el Gobierno y en el Congreso, y por sobre todas las cosas pedir para que
personas como María Elena Chapa y Patricia Basave nunca nos falten en
nuestro camino. Gracias.
Para empezar contaré que una parte de mi niñez fue muy feliz. Nací en un
ranchito muy humilde de Zacatecas, ahí viví con mis padres, hermanos y
primos. Nos íbamos nosotros y mis primos a cruzar el cerro, que para mí era
muy alto; hacíamos columpios en las ramas de los árboles y también nuestros
propios juguetes, tales como muñecas de trapo, cazuelas, metates, en fin, todo
lo que se nos ocurriera. Mientras, mi mamá hacía las labores del hogar.
En ese tiempo no se les podía hablar de esos temas a los papás y así comenzó
el calvario: uno de esos primos mató a un hermano de mi mamá. Ese mismo
día nació mi hermano y mi mamá, de la impresión de lo sucedido, se quedó
La vida nos cambió por un tiempo. Yo le llevaba su comida todos los días a la
parcela. Me gustaba ir aventándole piedras a cuanta lagartija me encontraba,
hasta que un día se juntaron todas y me dieron una santa correteada. Creo que
corrí más veloz que un conejo. Llegué y me subí a la cama, me envolví toda en
la colcha, mientras entre todos las corrían con agua, piedras y palos. ¡Desde
ese día les tengo pavor!
Mi papá nos llevaba a asar elotes recién cortados, a comer tunas, igual, recién
cortadas. Íbamos a visitar a una familia de ciegos que vivían en un cerro, era
un lugar muy bonito. Mientras mi mamá lavaba en un río nos poníamos a
nadar mis hermanas y yo. Hasta que un día el sueño terminó: mi papá nos
Esta fue mi niñez. A los 16 años conocí a mi ahora esposo, duramos dos años
de novios y nos casamos. Las cosas no fueron fáciles pues él se convirtió en
una persona autoritaria, no me dejaba ir a ver a mi mamá y eso que ella vivía
a dos casas de ahí. Cuando murió su mamá, empezó a tomar, llegaba y me
aventaba el plato de la comida, hasta que una vez me armé de valor, azoté
la soda que yo le llevaba y le dije: “¡Esto no me lo vuelves a hacer, de hoy en
adelante así como yo te respeto, me vas a respetar tú!”. Quiso irse sobre mí y
le dije: “¡Tú que me tocas y le hablo a la policía!”, desde entonces poco a poco
ha ido cambiando, he ido haciéndole ver que todos somos seres humanos y
merecemos respeto mutuo. Gracias a Dios, él ha sabido escuchar y entender
que con amor y comunicación todo se puede lograr.
Tuvimos cinco hijos: tres niñas y dos niños, la más pequeña se fue con Dios
y ha sido la pérdida más grande que he tenido. Creo que me estaba volviendo
loca, pues la escuchaba llorar, dejaba lo que estaba haciendo para ir a atenderla
y su cuna estaba vacía. Regalé todo lo que le tenía preparado y aún así la
soñaba; según los años que iba cumpliendo yo la iba viendo crecer, hasta que
un día la soñé que me agarraba mi cara con sus manitas y me decía: “Ya no
llores, mamita, yo estoy bien”. Desde entonces, cuando la recuerdo, siento
el contacto de sus manos en mi cara. Jamás la volví a soñar. Hasta el día de
hoy tengo una familia maravillosa: cuando me enfermo, mi esposo me cuida
con mucha dedicación, poniendo en la balanza la cosas buenas y malas de él,
por eso he tenido la paciencia de sobrellevarlo, ya que sus atenciones son de
mucho valor para mí.
Le doy gracias a Dios porque, a pesar de todo lo que pasé de niña, no fui ni
pandillera, ni drogadicta, ni prostituta, gracias nuevamente a Dios y a mis
padres. Gracias a papá que me enseñó a rezar, con su enseñanza y la fe que
inculcó en mí, me fui por el buen camino. Gracias a mi madre por su conducta
intachable y por inculcarnos valores aunque no fuera con palabras, ya que ella
se volvió muy callada, pero con su ejemplo nos dio todo. Gracias a mi esposo,
Antonio Salas, por el apoyo que me ha dado en todo momento. Gracias a mis
hijos, que me han dado unos nietos maravillosos. Gracias a los cursos que he
tomado he podido salir adelante en la Asociación Nacional Cívica Femenina
(ANCIFEM) me enseñaron a valorar la familia, a ser mejor esposa y madre, y
descubrí que yo también existo.
A Paty Basave, por la enseñanza tan valiosa. A Lety, por sus atenciones. Y a
mis compañeras por su sincera amistad. Gracias.
Queridos lectores:
La vida está llena de etapas buenas y malas pero que nos sirven para valorar
lo que tenemos. Siempre que nos pasa algo malo nos preguntamos: ¿Y por
qué a mí?, ¿y por qué no nos puede pasar a nosotros si somos iguales a los
demás? Pero tenemos que ser guerreras para vencer todas las adversidades
que se nos presentan. No hay que darnos por vencidas, mientras tengamos
vida vamos a encontrar soluciones, sólo hay que buscarlas. No te hundas en la
depresión, sal y admira las cosas que Dios nos da todos los días, disfruta tanto
del frío como del calor, del sol, del amanecer de cada día, de los árboles, de las
flores y el canto de las aves, en fin, ¡hay tantas cosas que podemos admirar y
asombrarnos con su belleza!
A veces pensamos que ya no podemos más y nos dejamos guiar por los demás
ciegamente, tenemos que salir y aprender que el mundo también nos pertenece.
Relájate y si tienes ganas de llorar, llora; si tienes ganas de reír, ríe; si tienes
ganas de cantar, pues canta ¿qué es lo que te detiene? En tus manos está el
cambio, en nosotras las mujeres esta la solución de muchos de los problemas,
no te dejes pisotear por nada ni por nadie. Por eso, debemos de prepararnos
leyendo libros de superación personal y tomar cursos. Así podremos dirigir
mejor nuestra vida y nuestro hogar.
El mundo necesita de dos alas para volar, una del hombre, la otra de la mujer.
Mientras no vuelen al parejo nada marchará bien. Necesitamos una nueva
humanidad basada en la equidad de género. Hoy en día cada vez hay más parejas
divorciadas porque quieren ganarle uno al otro; no busquemos ganar, sino
tomar acuerdos juntos y así encontraremos la paz que andábamos buscando.
Aprendí en el diplomado que tenemos que ser protagonistas de nuestro propio
destino, llegar a nuestra autodeterminación, a través de un triple carácter
unitario: autora, actriz y agente de nuestras vidas. También que todos y todas
pasamos por la misma lucha: crisis, sufrimiento y muerte. Reflexiona sobre
el tiempo, pues es un recurso no renovable, cuando nos damos cuenta ya se
nos pasaron los años; retoma tu vida, disfruta de tus seres queridos. Cuando
El primer día fue extraño, no conocía a nadie y nadie me conocía, ¿qué debíamos
hacer?, pues todavía no lo sabía. Puntualmente, clase con clase, asistí todos los
martes, y por fin supe que tendríamos que escribir nuestra propia historia,
¿qué? ¿escribir mi historia?, ¿para qué?, ¿a razón de qué?, ¿para quién? Ya
después lo pensaría y aceptaría, aunque la verdad se me hizo tan difícil, pues
mi historia ya ni la recordaba, tendría que desempolvar mis recuerdos, y como
otras compañeras, debía empezar con ver fotos antiguas o preguntarles a
nuestros padres o abuelos o tíos o parientes, ¡qué horror!, pero si yo tenía todo
eso borrado de mi mente, mi memoria no es buena, eso quedará para después,
me decía a mí misma, y la verdad me tardé varias semanas en ver mi álbum de
fotografías acomodadas cronológicamente... y ¡vaya que las tengo!
Cuenta que yo era sonámbula y cuando contaba con cinco años me levantaba
al baño pero no iba al sanitario sino que en cualquier lugar me hacía pipí: en
el cuarto de mi hermano o en el bote de la ropa sucia, por lo cual mi mamá
nunca me quería dejar sola pues a ella se le figuraba que abría la puerta de la
casa y me escapaba de noche, como en la caricatura de Oliva la de Popeye; la
verdad, nunca supe cómo me curé o cómo lo superé, pero el tiempo corría y
así fui creciendo. Cuando nevó en Monterrey yo tendría unos nueve años e
hicimos con mis vecinitas un gran mono de nieve; después de unos días fuimos
al rancho y resulta que la alberca estaba a mitad de agua de nieve, hacía mucho
frío y aún así mi mamá me permitió que entrara a la alberca, claro que fue
sólo a la mitad del cuerpo pues nunca me sumergí... pero con eso tuve para
enfermarme de frialdad en la vejiga y después me orinaba por las noches. Creo
que por ser yo la chiquita me dejaban hacer lo que quería, seguramente ésa es
la causa de haber sido tan intolerante e intransigente, cosa que espero que este
diplomado me ayude a cambiar.
mi propia hermana, luego llegaron mis tres vecinitas que suplieron ese vacío;
nos entreteníamos con lo que se hacía entonces: jugar a las comadritas, a las
enfermeras, a las maestras, a las escondidas; nada de televisión ni de videos, ni
mucho menos de videojuegos, ¡ni existían!
Pasé a la secundaria, todavía muy gordita pero feliz, ya que nunca me deprimió
estar así; y no podía estar de otra manera pues enfrente de mi casa pusieron
una tiendita y mi mamá le dijo al tendero que me diera lo que yo quisiera, así
que ¡a comer se ha dicho!: papitas, dulces, paletas, pastelitos, etcétera, pues
ella le pagaría los sábados todo lo que yo consumiera... y como decía Pilón,
Nunca pertenecí a la escolta y nunca tuve buena voz para pertenecer al coro,
al cual llamaban orfeón; cada vez que el profesor Gamma nos hacía la prueba,
siempre era rechazada. Además, era gordita, pero nunca decayó mi autoestima;
y el hecho de que mis papás jamás fueran a las juntas escolares, tampoco me
hacía sentir mal, pues vivíamos muy lejos del colegio. Por ese mismo motivo
no asistía a las meriendas de cumpleaños de mis compañeras, pues mi mamá no
manejaba y mi papá no era tan paciente para llevarme y luego recogerme. La
colegiatura se pagaba en el colegio, en la dirección y mi papá siempre me daba
dólares para pagar y a mí me molestaba muchísimo; él que los quería desechar
y a mí que me fastidiaba que me los diera para hacer ese pago. Durante esos
años se hacían muchas fiestas en el rancho, la de “cajón” era el día 12 de
diciembre, día de la Virgen de Guadalupe, pues mi papá era guadalupano.
Disfrutábamos de barbacoa, había un pozo para hacer dicho manjar, mi mamá
cocinaba frijoles a la charra y comprábamos muchos kilos de tortillas y gran
cantidad de cerveza y refrescos, todo por cuenta de mi papá; había también
Hubo una ocasión que no sé qué me pasó pero sentía que mi cuerpo se
cocinaba, era tal mi calor que lloré todo el camino y todos se impacientaron
conmigo, fue algo muy horrible, se abrieron las ventanas y aún así, yo sentía
que mi cuerpo estaba ardiendo. Siempre me gustaba esculcar en las cosas de
En las vacaciones del segundo año de secundaria por fin pude ir a ver a mi
tía, fue mi primer viaje sola, sin mis papás, en avión y directo a California.
Me pasearon muchísimo por tantos parques, fui a Disney, Universal Studios,
San Francisco, fueron tres semanas inolvidables. Mi primo y sus hermanas
menores éramos todos unos gorditos, merendábamos pan con mantequilla y
jelly de uva, caminábamos al súper y pedíamos un helado de tres bolas, tomé
muchas películas y la verdad fue un viaje extraordinario. Cuando cursaba el
tercer año de secundaria, se casó mi hermana en el mes de septiembre, fui
parte de sus damas, ya ni me acuerdo cómo fue su boda, aunque todos decían
que había sido la boda del año. Ella se fue a vivir a Guadalajara y no recuerdo
cómo se quedó la situación en mi casa, pues ella era la luz de los ojos de mi
papá, así que debe de haber sufrido mucho su ausencia. A los dos meses llegó
mi hermana a visitar a mis padres, a ver sus regalos de boda y a celebrar el
cumpleaños de mi mamá, que sería el día 3 de noviembre (esto fue en 1972),
mi papá la recogió en la central de autobuses, todo era algarabía en la casa.
Estaba de gran moda la novela de Angélica María, aquella de “Muchacha
italiana viene a casarse”, yo la veía en casa de mi mejor amiga, pues en mi casa
se preparaba una merienda de festejo para mi mamá y para que saludaran a mi
hermana recién casada. Durante el tiempo que duró el capítulo de la telenovela
opción, hice el dichoso examen y lo pasé, así que entré en el mes de agosto
al Tec de Monterrey a la preparatoria. Como mi hermano estaba al frente
de los negocios que había dejado mi papá y no podría llevarme y traerme
a la escuela, me compró mi primer carro, un “vocho” blanco nuevecito y así
fue que empecé mi preparatoria. Mi mamá me compró ropa nueva en una
boutique de una conocida, en la colonia Vista Hermosa. No me lucía mucho
pues seguía gordita, pero como les he dicho, no me acomplejaba, aún así tenía
pretendientes. Hubo un muchacho que me pretendía, pero a mí me gustaba
otro, así pasé los dos primeros semestres y en el verano siguiente me propuse
y adelgacé 15 kilos.
Entré a tercer semestre delgada, era otra, me parecía fabuloso poder ponerme
ropa bonita y gustarle a los muchachos. Desde esos años he aprendido mucho
de nutrición, aunque en mis genes está la historia de obesidad y hasta la fecha
he batallado con el peso. Corría el año de 1974 en septiembre, yo cursaba la
materia de Filosofía con la maestra Consuelo Botello de Flores que luego
sería diputada varias ocasiones. Eran las dos y media de la tarde, conmigo
compartía clase el nieto de don Eugenio, se llama Fernando, cuando de pronto
aquello era toda confusión pues habían herido al gran señor Don Eugenio
Garza Lagüera, y desgraciadamente se confirmó poco después su muerte.
“Descanse en paz”. Aquello me impactó.
de su primo, yo llegué de cara lavada y sencilla, pero desde que llegué ese
muchacho se fijó en mí y no dejó de platicar conmigo toda la noche, al final
me pidió que saliera con él y yo acepté. Yo no sabía del plan de mi vecina y
nos hicimos novios.
Él era muy atento y cada vez que salíamos me hacía regalos, además me
llevaba muchas serenatas, y como era de una familia acomodada, los domingos
lo veía desde el mediodía: comíamos, luego tomábamos cafecito y después a
cenar, siempre en restaurantes finos. En aquel entonces las “muchachas bien”
no nos subíamos a los coches de los novios, así que nos íbamos él en su carro
y yo en el mío. En una ocasión que estábamos enojados, me llevó una serenata
de adoloridos, pero como esa noche dormí en casa de mis vecinas, todo el
vecindario creyó que el mensaje era para ellas. La verdad ya en ese entonces
la relación con mis amigas era tirante pues yo era muy extrovertida y tenía
mucho pegue, me vestía con muchos accesorios de la más diversa índole,
como conchas de mar, naturaleza muerta, plumas, etcétera. No obstante, ese
noviazgo duró solo 11 meses, y después de mi rompimiento, mi vecina le hizo
toda la lucha a él, pero resultó en vano, pues no le hizo nunca caso. Ahí se
rompió la amistad, la razón fue un día de campo al que no me invitaron pues
iría ese chico y mi vecina temía que no le hiciera caso por hacérmelo a mí y de
ahí en adelante no hubo más amistad.
pelados a mi mamá, pero a fin de cuentas esa relación también duró poco, pues
él era muy inestable.
En fin, en ese momento no pude aclarar nada con la señora ni con nadie, así
que cuando se enteraron de mi boda, aquello fue una bomba, ya que había
preparado mi boda sólo en cinco meses. Conocí a mi esposo en el mes de
agosto y nos casamos en el mes de enero. Ésa fue la mayor de mis crisis en esta
vida que me ha tocado vivir. Después de la visita al hospital en la cual no pude
aclarar mi rompimiento con el vaquero no volví a verlos, sé que despertaron
hacia mí sentimientos de enojo y de furia, deben haber visto sufrir al vaquero
y por ende, odiarme, sin embargo, para el porteño fue encontrar en mí la
mujer que había estado buscando y no la dejaría ir por ningún motivo. En mi
casa también fue difícil, pues yo era la única que quedaba soltera y saber que
me casaba con alguien de fuera en tan poco tiempo, más grande que yo, sin
antecedentes de conocerlo, ha de haber sido muy difícil para mi mamá, aunque
nunca me compartió sus miedos, pero siendo yo tan voluntariosa e intransigente
pues haría mi voluntad de todas maneras. Siguieron los preparativos de la
boda, pidieron mi mano sólo a los 15 días de haberlo conocido, entonces su
mamá, que también era viuda, vino a conocerme y a pedirme el mismo fin de
semana, ella no puso objeción en mí pues creo que cumplí con sus expectativas
de nuera, además también le interesaba que su hijo se casara pues no quería
un solterón en casa.
No dejaba de pensar en cómo zafarme de esa boda, pensé mil veces en irme
lejos y dejar una nota de despedida, como en las novelas, al fin y al cabo soy
una romántica empedernida. Un compañero de prepa, al que estimé mucho,
me decía que porqué no escribía guiones de telenovelas, que tenía mucho
talento pues fantaseaba mucho con el amor, pero no, esto era la realidad y no
podía hacerle eso a mi mamá. Mi arrogancia, intransigencia y voluntarismo
me habían llevado a esa circunstancia y ahora debía cumplir con esa palabra
que había empeñado. Mi hermana que vivía lejos tuvo conmigo conversaciones
por teléfono, aunque como no éramos ni amigas, no tenía caso su esfuerzo,
pues ella sólo me preguntaba que si estaba segura del paso que iba a dar, y yo
seguía con mis indecisiones... al fin y al cabo estaba y la sentía lejos.
Por fin hablé con mi mamá de mis dudas y ella, tan recia que es, me mandó por
un tubo y me dijo que ya no se cancelaba la boda, que me casaba o me casaba...
¡y yo con mi frío en el alma, sufriendo y amando al vaquero! Pensé que una
amiga que vivía en Veracruz podría ser mi tabla de salvación: yo tomaría un
autobús y me iría con ella, pues como era amiga en común del vaquero y mía,
me alojaría en su casa y asunto arreglado. Claro, sólo en mi imaginación, pues
no era capaz de hacer eso y aquí seguía, con la boda enfrente. Después se me
ocurrió que mi tía que vivía en los Estados Unidos sería la mejor opción, me
iría con ella y dejaría plantado al novio, pero tampoco lo llevé a cabo. Luego
se me ocurrió que podría decir que no cuando el sacerdote me preguntara si
había ido por mi libre y plena voluntad al altar; me saldría corriendo de la
iglesia y me encontraría por fin con mi adorado vaquero... pero no, tampoco
eso hice. Cumplí cabalmente con mi palabra y me presenté en la iglesia, y se
efectuó la boda, con su fotografía y todo, con el civil, el ramo en la capilla del
colegio de las monjas, la fiesta, que como no había presupuesto, sólo fue una
cena en un conocido restaurante, aunque mi hermano dobló las manos y de
consolación llevó un trío para que hubiera algo de música. El pastel no se
partió, pues al capitán de meseros se le olvidó, así que hubo pastel en casa
para rato. Me dejé llevar por la fiesta, aunque en mi corazón, ya saben lo que
pasaba; sin embargo, del vaquero nada supe.
Al día siguiente nos fuimos de luna de miel, sólo tres días pues no había
presupuesto, ya que justo antes de conocerme y a insistencia de su mamá, mi
ahora esposo compró una casa, de modo que su presupuesto era muy frágil.
Mi boda fue en invierno y el frío no sólo estaba en mi alma sino también en
mi cuerpo, ese día el clima estuvo helado y lluvioso. Regresamos del viaje y
nos fuimos a vivir al puerto, de donde era mi esposo y para mala suerte, la
carretera pasaba por uno de los ranchos del vaquero, así que cada vez que
veníamos a Monterrey, era pasar por ahí y recordar y morderme los labios
y reprimir lo que verdaderamente sentía. Cumplí como esposa en todos los
sentidos y pues me embaracé pronto, sufrí también físicamente, pues allá el
invierno no es como aquí en Monterrey, allá se manifiesta con aires del norte,
como pequeños huracanes. El primero que yo pasé fue bastante fuerte, derribó
avionetas, palmeras y demás; fue por la madrugada y yo estaba realmente
asustada, desperté a mi marido para que me dijera qué pasaba, y él con toda la
parsimonia del mundo me explicó que era normal, que era un norte, que dan
en invierno, que duran de 8 a 10 horas y que después viene la calma, dejando
una secuela de bajas temperaturas por dos o tres días. Para él era normal, para
mí era casi catastrófico, pero él me aseguraba que después me acostumbraría
y yo también lo vería normal. Lo malo fue que después llegó el calor, húmedo
—es costa—, con todos los zancudos del mundo, y me dieron una picoteada
que mis piernas parecían atacadas por un sarampión grave, llenas de ronchas
y rasquiñas.
que esa relación estaba destinada al altar y yo rompí con ese sueño; era tal
ese sentimiento de culpa que tenía sueños recurrentes: soñaba a sus papás
señalándome con el dedo índice, el acusador. Eran pesadillas, luego lo soñaba
a él también acusándome, fue horrible; luego mis sueños eran con tiburones
en el mar y ya casi para que me devoraran, mi esposo se lanzaba al mar y se
lo comían a él.
“Gracias a la vida que me ha dado tanto, me dio dos luceros que cuando
los abro, perfecto distingo lo negro del blanco, y en el alto cielo, su fondo
estrellado y en las multitudes al hombre que yo amo...”
La vida misma
por Flor de loto
Voy a contar mi historia desde que tengo uso de razón, tal vez no recuerde
cuando era bebé porque no alcanzaría a descifrar o a explicar todo lo que
pasaba en mi vida. Esta abarca para todos nacer, crecer y morir, aunque la
verdad no quisiera mencionar esa última palabra, pues aún no está en mis
planes o en mis pensamientos, aunque claro, eso será cuando Dios diga y
mande. Siempre he pensado que me tengo que morir algún día, pero le pido
que me dé permiso un ratito más para que mi hija menor esté más grande o
casada, ahora apenas tiene 13 años. Mis otros hijos ya tienen a alguien que
vea y se preocupe por ellos: mi hijo Ricardo tiene a su esposa y a sus hijos; y
mi hija Minerva del Carmen tiene a su esposo y a su hijo.
Bueno, pero voy a contar mi vida desde que tengo uso de razón: A los cuatro
años recuerdo que vivíamos por la colonia Pío X, iba con mi mamá a dejar
lonche a mi hermanos y me acuerdo perfectamente, cuando uno de ellos se
machucó el dedo por sacar la mano para que mi mamá le diera el lonche; me
dolió tanto como si me hubiera pasado a mí, porque yo sufría cada vez que les
pasaba algo. De niña siempre me preguntaba por qué mi papá no estaba con
nosotros, y la razón era porque siempre estaba trabajando para mantenernos
a todos sus hijos. Cuando llegaba a estar con nosotros, él siempre me ponía a
ver la televisión en sus rodillas, me abrazaba y decía: “Hija, estás muy bonita,
tus ojos son grandes y café oscuro. Tu cabello es negro y rizado y se te hacen
bien bonitos churritos. Eres una niña hermosa, muy alegre y bromista, y creo
que te va a gustar mucho bailar, ¡ojalá nunca cambies en tu carácter de buena
gente, sencilla y carismática!”.
por qué me decía todo eso, era muy inocente entonces y no veía todo lo que
después se vendría, no veía todo lo que me deparaba el destino.
a cuál de ellos quería más, pero yo siempre les dije que los amaba a los dos
porque formábamos una familia unida, aunque los viera discutir. Sin embargo,
sucedió un día que mi papá se fue, se separaron y entonces mi sueño se volvió
realidad; yo veía que mamá lloraba mucho por mi papá, si cuando se casaron se
querían mucho, entonces, ¿qué pasó? —pensaba— y el amor, ¿dónde quedó?
La boda de mi mamá fue en La Purísima.
Siempre me pregunté por qué Santa nunca me traía una muñeca si siempre
me porté bien con mi mamá y con mis hermanos; a ella le decía: “Nunca me he
portado mal contigo, mami, no soy grosera, no te falto al respeto”, y siempre
me regañaba, me insultaba, me humillaba y yo le preguntaba por qué era así,
pues parecía que no me quería. Ella me contestaba: “Porque te pareces toda
a tu pinche padre” y también me decía que quería a su otra hija, que ojalá
me muriera porque quería más a mi hermana. Yo no paraba de llorar, no
comprendía en ese instante por qué odiaba a mi papá, me decía que porque
la había dejado, y a mí nunca me había querido y ojalá me muriera. En ese
instante yo le decía: “Mami, sí te quiero mucho, aunque tú no me quieras, me
tuviste en tu vientre y soy tu hija”.
Pero pasaba el tiempo y más me maltrataba. Me dolía tanto que parecía que
traía un cuchillo atravesado en el corazón; cuando me decía alguna palabra
hiriente, sentía que se me encajaba más ese cuchillo y la herida sangraba más y
más. Con el tiempo ese cuchillo se convirtió en machete que se enterraba más
profundo. Yo no alcanzaba a comprender la causa tanto odio hacia mi persona,
aun así no le tenía coraje ni resentimiento; yo me preguntaba si así eran todos
los adultos, siempre peleando y discutiendo. Cuando me tocaba verlos discutir
siempre les decía que los quería a los dos, pero mi mamá es primero y luego
mi papá y siempre, cuando hablaba para meter paz, mi mamá me obligaba a
callarme, insultándome e insultando a mi padre.
Me daba cuenta de que estaba sola aunque estuviera mi madre presente, pero
notaba que ella sí cuidaba a mis hermanos, a mí me daba mucha tristeza y,
cuando podía, me encerraba a llorar en un cuarto, sola. Cuando llegaba mi
mamá de trabajar siempre me regañaba porque quería que cuidara a mis
hermanos, que hiciera el quehacer, que lavara la ropa, y además tenía que ir
a la escuela y hacer mi tarea. Si acaso no tenía todo listo cuando ella llegaba
o me faltaba hacer algo, me regañaba e insultaba y hasta golpes recibía. Una
ocasión me metí a bañar y andaba muy enojada, pensé: “Ya no me va a decir
nada”, pero me preguntó por algo y le dije que no lo había visto, y se me fue
encima con el cinto en la mano y me golpeó en todo el cuerpo, yo me tapaba
la cara pero me dejaba el cuerpo marcado y nunca se cansaba de golpearme,
lo hacía con coraje, para desquitarse conmigo y me daba miedo porque traía
mucha rabia y llegué a pensar que quería acabar conmigo; le suplicaba, le
gritaba: “¡Ya no!”, hasta que me caía al suelo desmayada y en una de ésas logré
levantarme como pude. Yo nada más le pedía a Dios que no me fuera a morir
porque mis hermanos se iban a quedar solos sin que nadie se preocupara por
ellos y los protegiera de mi mamá. Recuerdo que, entre otras cosas que me
decía era: “Ojalá te murieras, perra desgraciada, tú vas a pagar por lo que me
hizo tu papá”. Yo me quedaba callada porque ella nunca paraba de hablar, en
esos momentos yo me preguntaba ¿por qué se tuvo que ir mi papá?, ¿por qué
se separaron?, ¿por qué tengo que pagar yo por sus actos? Yo la llevaba en
todo la mayor parte de las veces y mis hermanitos también a veces, así que
hacía lo posible por no llorar delante de ellos, lo hacía a solas pensando que mi
mamá nunca me querría.
Y así fueron pasando los años: golpes, insultos, amenazas de una madre, si
se le pudiera llamar madre a una mujer que trata así a sus hijos como ella lo
hacía; había momentos en que quería decirle tantas cosas, que comprendiera
que tenía hijos muy buenos, todos, que estudiaban, trabajaban y le ayudaban
en todo lo posible, pero nunca lo dije, porque se me hacía un nudo en la
garganta. ¿Por qué tiene una que pagar por problemas de los mayores? Así
fueron pasando los años y cumplí mis 15 años, me acuerdo que mi hermano me
arregló todo para mi fiesta y sí tengo muy presente que él le dijo a mi mamá:
“Quiero que mi papá entregue a mi hermana en la iglesia” y sentí un miedo
horrible cuando le habló de mi papá, porque ella reaccionaba muy mal y se
alteraba con mucha facilidad, yo empezaba a temblar de miedo porque temía
que me golpeara otra vez como era su costumbre porque en mí veía a mi papá
y le recordaba lo que le había hecho. Alcancé a oír que dijo que sí, pero con
condiciones; la verdad nunca pensé que fuera a ceder por su egoísmo, su duro
corazón, con su altanería, su despotismo y falta de sentimientos y su corazón
hueco. Nunca pensé que dijera que sí.
Se llegó el gran día de mi fiesta, mi papá me llevó a la iglesia y ahí le pedí a Dios
que mi papá nunca se fuera, para que mi mamá ya no me pegara más, pero no se
me concedió, tal vez porque no se lo pedí con el corazón. Después nos fuimos
al salón de fiestas y no vi a mi papá, ¡otra vez me había dejado!, pensé, pero
al menos fui feliz con mi papá por un momento, porque él sí me quería y vino
aunque fuera por un rato, él sí quería estar conmigo y me lo demostró porque
no puso ningún pretexto ni condiciones: “Te amo, papi, gracias por estar un
momento conmigo, me hiciste la hija más feliz del mundo”. Por un momento
me olvidé de los problemas y disfruté de mi fiesta, fue algo inolvidable: bailé
primero con mi hermano, después con mi chambelán, después bailé con muchos
amigos, conocidos y amigos de mis hermanos: Heriberto y Juan.
Pero pasaron los días, se agrandaron los problemas y se hicieron más graves:
me empezaba a regañar por todo, yo no sabía por qué lo hacía si yo le pedía
permiso para ir a los bailes, que en ese entonces los hacían en las canchas
del Deportivo de Valle Verde; eran bailes “gruperos” y allí conocí a un
Así amaneció y ella me habló nada más para que le sirviera, como si fuera su
sirvienta y como si no hubiera pasado nada. Otro día mi mamá me llevó a
un lugar y allí conocí a mi futuro esposo, yo estudiaba computación y él me
citó en su casa, pero primero en el mismo lugar nos vimos, yo nunca había
tenido novio, aunque sí tenía muchos pretendientes. En fin, nos seguimos
viendo hasta que un día me dijo: “¡Vamos a casarnos!” y yo le dije que sí, pero
casarnos bien, porque sabía cómo era mi mamá, así que tomé esa decisión para
poder salirme de la casa y que ya no me estuviera maltratando, pero creo que
tomé la decisión más equivocada, la peor de toda mi vida. Total, me casé bien,
no tuve familia luego luego, sino tres años después “encargué” a mi primer
hijo de nombre Ricardo; después, a los cinco años llegó Minerva del Carmen
y por último nació Kassandra Yumico.
Siempre le dije: “Respétame como tu esposa que soy, es lo único que te pido”,
y así le aguanté todo por temor a que les hiciera algo a mis hijos, porque un
día me dijo: “Si no te acuestas conmigo, los golpeo a ellos”, y seguía haciendo
y deshaciendo conmigo, todo lo que se puede esperar de un hombre sin
escrúpulos, sin sentimientos, sin amor a él mismo, no sé cómo se le puede
llamar “hombre” o “padre”. Sin embargo, llegó el momento que me armé de
valor para denunciarlo, porque ya no podía soportar todo lo que me hacía, no
podía permitir que me violara delante de mis hijos y me siguiera golpeando
y que me dijera que no valía nada como mujer porque no me quería acostar
con él, ¿dónde estaba mi dignidad de mujer?, ¿dónde el respeto hacia mis
hijos? Así que lo denuncié en muchas partes, obteniendo dictámenes médicos
en varias instituciones, pero en varias partes le creyeron a él y no a mí.
panteón?”. Un día mi esposo salió a hablar por teléfono, mi hijo se fue detrás
de él y lo escuchó hablando por teléfono con una mujer, mi hijo le reclamó
que por qué a mí no me daba dinero y a la otra persona sí; pero lo agredió
y regresó llorando, pues me lo andaba ahorcando. Lo primero que hice fue
llevarlo a la policía a denunciarlo, pero no me tomaron la denuncia ahí, al
regresar ya no estaba en la casa pues huyó como un cobarde.
bestia humana que me seguía haciendo mucho daño; luego fui a inscribirme
a “Transfórmate” para cambiar en todo, quería ser otra persona para que no
me reconociera y no me golpeara. Me preguntó en la entrevista un cirujano
plástico para qué me quería operar, y le dije que para verme bien y para
divorciarme de esa persona pues yo tenía mi autoestima por los suelos.
Un día fui a tomar las conferencias al Instituto Estatal de las Mujeres, también
fui a tomar clases de Biblia en la iglesia y ya no estaba en la casa, estaba con
mi mamá, me sentía bien conmigo misma y así logré salir adelante trabajando,
ganando buen dinero. No obstante, un día regresé a la casa porque me sentía
muy triste, muy sola, la soledad es la muerte del alma, y yo quería estar con mi
chiquita, pues me sentía sola, vacía. Por desgracia, no sé desde qué momento
estaba ya pasando otra vez por lo mismo: golpes, traiciones, abusos; aunque
entonces yo ya no le tenía miedo a él, me enfrentaba para verlo a los ojos y le
dije: “Regresé por mi hija y no por ti, porque sentía que se me quedaba una
parte de mi vida”, pero él me contestó: “Si regresaste aquí, tienes que pagar
todo” y mi esperanza era poder estar con mis hijos.
a ser la mujer más feliz del mundo”. De pronto me siento como una paloma
a la que le cortaron las alas para impedirle volar y ser libre, pues él me sigue
tratando muy mal. Pero sé que algún día mis hijos y yo vamos a volver a estar
juntos, que finalmente me voy a divorciar y voy a comprar una casa grande
para estar unidos todos, con mis nietos; que mis hijos van a poder estudiar, van
a hacer una carrera, y que yo estudiaré psicología, filosofía, letras y leyes, pues
me gusta mucho estudiar. Todo esto lo lograré si Dios me da vida y salud. A
Él le agradezco mucho por todo lo bueno y también por lo malo, porque de lo
malo aprende una y madura, y lo bueno es para ser feliz, por eso ahorita estoy
estudiando en el Instituto Estatal de las Mujeres.
Por último le doy las gracias a la doctora Patricia Basave, y también a Dios
por ponerme a las personas adecuadas en mi camino, a todas ellas. Doy gracias
por tener a mis compañeras y amigas tejedoras, que Dios las bendiga a cada
una de ellas y a mí.
“Mujer tejedora de la vida, mujer que tejes con tus principios, con tus valores,
con tus enseñanzas morales y con tus vivencias, busca en tu corazón para que
vayas resolviendo los problemas de tu vida; escucha a tu corazón, y así siempre
encontrarás una respuesta a todo, porque eres una tejedora de la vida”.
Mi historia
por Águila
Había una vez una doncella que entregó a un príncipe su corazón; él era
encantador y la doncella no captó que no sólo su corazón le entregaba, sino
las riendas de su vida también. Llegaron al matrimonio en una ceremonia
especial, acompañados de sus seres amados y amigos queridos, todo con gran
armonía y felicidad, como en su sueño.
Me es tan difícil algo de lo que tengo que decir, porque sé que no soy la
única que ha vivido una situación así, creyendo que es normal lo anormal:
entre, gritos, insultos, mentiras, mentadas de madre y miedo, mucho miedo.
Me encantaría compartir con más personas mi experiencia y ojalá a alguna
le sirva para tomar la decisión de caminar en busca de un mejor estilo de
vida y no seguir ahí, llena de vergüenza, de frustración y enojo; enojo con
una misma, por no tener el valor para romper con esa mierda de vida, que en
esos momentos no sabe una exactamente qué es, pero que no me agrada vivir
porque va consumiendo mis fuerzas y desgastando mis ánimos, mis ilusiones,
mi alegría y hasta las ganas de tener un nuevo día.
Y pensar que yo fui quien lo escogió, ¡guau!, eso sí que fue un descubrimiento;
¡¿cómo pude ser tan bruta para meterme allí?! (no me digo otra palabra más
fuerte, porque he aprendido a quererme y respetarme). Ha sido un largo
camino el que he vivido para reconocer esto, y más, darme cuenta de lo que
les estaba enseñando a mis hijos: por lo general, cuando alguno no tiene un
comportamiento adecuado, decimos que está chiflado; que si habla mal, está
chípil; que si llora de la nada, es un chillón; que si no estudia, es un burro
bueno para nada; que si se droga es un vago vicioso, o si tiene una pareja que
le maltrata, “ni modo, así lo quiso, que lo aguante”...
Cuando tenía 19 años era tímida con los hombres, de hecho, nunca había tenido
novio. En casa, mi papá estaba muy enfermo de cáncer en el pulmón; tal vez
Desde entonces empezaron los detalles que jamás vi como señales de alarma.
Cuando me pidieron en matrimonio, el papá de mi novio no fue a hacer su
papel. ¿Por qué?, porque no le dio la gana. Hoy lo sé porque después me
tocaron otros eventos con mis cuñados y yo fui en su lugar. Ese día me pidió
mi suegra y dijo que era muy buen hijo, muy responsable y respetuoso, después
comprobé que no era cierto. Son pocas las personas a las que he oído hablarle
de una forma tan grosera a sus madres, sobre todo siendo adultos.
pero que Dios lo iba a castigar y que el bebé que esperábamos iba a nacer loco.
Nació mi niña, gracias a Dios sana, y hasta la fecha es una persona de 20 años
maravillosa, al igual que mis otros dos hijos.
No niego que hubo momentos agradables, pero al poner las cosas en la balanza
pesan mucho más los daños causados. Hubo ocasiones en que quería hablar
al respecto mas como fui siempre una ignorante que no decía más que puras
estupideces, según él, no podíamos entablar alguna conversación sobre los
problemas, porque para mi marido todo estaba bien y yo era la exagerada.
Trabajé mucho con él en los negocios, pero cuando yo tomaba alguna decisión
no le parecía y me corría delante de clientes o de quien estuviera, ya que la
decisión era siempre suya, sin importar que estuviera bien o mal, pues sólo él
tenía el poder para ello. No obstante, cuando había algún problema me pedía
que regresara porque realmente valoraba mi ayuda, entonces, como yo me
sentía importante al ser tomada en cuenta, regresaba. Los años pasaban, los
hijos crecían y lo que también crecía era el miedo y la vergüenza, pero esto en
su momento no lo tenía yo consciente.
sintiendo como si hubiera hecho algo malo. Él llegó como a las seis y ni cuenta
se dio a qué hora llegué yo.
Siguió con el bar y continuaron sus llegadas tarde, al siguiente mes me llega
nuevamente la invitación a la reunión de mis amigas del colegio y decidí ir,
lo cual no le parece a mi esposo y me pide de cenar antes de irme. Ese día
realmente disfruté la plática que por lo general es de los hijos y los colegios,
nos quitamos los zapatos y todas estábamos muy relajadas, llegó el esposo de
la anfitriona y yo me puse nerviosa, pensé que se molestaría porque estábamos
allí, como me hubiera pasado a mí, pero todo lo contrario, nos preparó unas
bebidas, estuvo un momento con nosotras y se fue a dormir diciéndonos que
nos quedábamos en nuestra casa y que si alguien quería quedarse a dormir
lo podía hacer. Me dio tanto gusto y envidia ver que hay hombres así, que
respetan a sus esposas dándoles su espacio y respetando sus amistades, lo cual
por supuesto no era mi caso; cuando yo tenía una visita, si mi esposo estaba
de buen humor podía ser muy amable pero, si no, muy grosero, por lo que mi
visita de inmediato se iba. Ya después que lo conocían, nomás lo veían llegar
y se retiraban.
Ese día de la fiesta, llegué a mi casa a las dos y media de la mañana y no pude
abrir la puerta, tenía puesto el seguro, llamé por teléfono y no me contestaron,
me tuve que quedar a dormir en el carro hasta las siete de la mañana, hora
en que abrían el negocio que está en mi casa, para poder entrar y desde ese
entonces, fui una “puta”. Hizo reunión familiar con mi mamá y mis hermanos
para decirles que no había llegado en la noche a casa y que él sabía con quién
la había yo pasado; luego fue a casa de mi amiga donde fue la reunión y le dijo
que eran todas una bola de “güilas” y no sé cuántas cosas más. Obviamente
no me volvieron a invitar a la reunión y se me acabaron las salidas; de hecho,
ya tenía que pedir permiso cuando salía, aunque llevara a mis hijos. Recuerdo
un cumpleaños de una sobrina cuando llegamos como a las diez y media
de la noche y no nos dejó subir a la segunda planta donde están nuestras
habitaciones; tuvimos que dormir en el piso en la planta baja mis hijos y yo,
La tensión en casa era más fuerte cada vez, así que decidí hacer mi segunda
separación, la cual sólo duró un mes; en esta ocasión no me retiró la ayuda
económica pero yo bebía a diario, gracias a Dios no me convertí en una
alcohólica, pues tenía mucho dolor. No quería esa situación pero era el papá
de mis hijos y me sentía mal al pensar en quitárselos. Como al mes llegó a
casa en la noche, con una botella de vino, hablamos y regresó prometiendo
que las cosas estarían mejor. Pero realmente fue como una poda, porque las
cosas siguieron peor. Como al año y medio me di cuenta de que él tenía una
amante, me sentía muy mal y esto ya lo había sentido años atrás, pero no había
tenido el valor de enfrentarlo, aunque ahora era distinto: ya mis hijos estaban
grandecitos y mi hija, que es muy inteligente, también lo notó pues la mujer
vivía a la vuelta de mi casa.
Eso se me hizo mucho descaro y no lo aguanté, así que puse la tercera separación,
la cual duró dos meses. En esta ocasión sí me quitó la ayuda económica, me
tenía muy restringida y me quitó la camioneta que yo usaba, por eso le pedí
que para poder regresar, acudiéramos a solicitar ayuda psicológica. Busqué
una psicóloga, pero él sólo fue a una sesión ya que dijo que yo me había puesto
de acuerdo con ella y que estaba en contra de él, de modo que decidió ya no
ir; yo seguí yendo algunas sesiones más, hasta que me convenció de dejarla
diciéndome que estaba muy lejos y que era muy caro. Entonces desistí, pero él
ya estaba instalado nuevamente en la casa.
En otra ocasión, cuando salí del trabajo en el taller me llevé a mis hijos
a cortarles el pelo y luego a comprar material para hacer la tarea escolar,
cuando llegó mi esposo por la noche yo estaba sentada en el piso con mis
hijos haciendo su trabajo de la escuela y no había cena, no tuve tiempo de
prepararla, y empezó a gritar, se sirvió un cereal y cuando verificó que no
había leche, se enojó aún más. Aventó la puerta del refrigerador diciendo que
era una vieja huevona y que no servía para nada, que nunca había nada en la
casa, le respondí que estaba ocupada y tenía que atender a los niños y que
porqué, en vez de quedarse tomando, no regresaba temprano a la casa para
ver qué hacía falta y comprarlo. Enfurecido, me lanzó el plato con cereal a la
cabeza.
hereda a los hijos y pueden llegar a tener relaciones donde los maltraten o a
ser personas maltratadoras con sus parejas y hasta con sus padres o la gente
que los rodea.
Al estar separados, mi esposo nos retiró toda ayuda económica, nos daba
cuando quería, a veces mandaba a mis hijos a pedirle para leche y les decía que
no tenía dinero. Una vez mi hijo el de en medio vendió sus películas y trajo
el dinero para ayudarme, realmente me sentí mal por la situación tan difícil
que estábamos pasando. Mi esposo se fue a vivir al taller que estaba a una
cuadra de la casa y nos tenía constantemente vigilados, hasta intervino los
teléfonos y estaba muy al pendiente de quién entraba y salía de la casa. Hubo
ocasiones que tuvimos que ir caminando a las escuelas, que estaban bastante
retiradas de la casa, por no tener ni para el camión. Nos cortaban los servicios
y hubo ocasiones que no teníamos ni qué comer y a él nunca le importó lo
que pasaban sus hijos. En una ocasión le ofreció a una muchachita, clienta del
negocio, el local para que festejara su cumpleaños; mi hija lo escuchó cuando
él lo hacía y además le ofrecía ayuda económica o lo que necesitara, mientras
nosotros no teníamos ni para comer. Eso me dio mucho coraje. El día de la
fiesta, mi esposo y sus empleados tenían mucho escándalo y ya era muy tarde,
así que puse una denuncia telefónica porque había menores de edad tomando
y estaba en riesgo el negocio, que está a mi nombre, y si había algún problema,
la responsabilidad iba a ser mía. La policía dijo que no podían entrar y yo les
tenía que abrir la puerta. Salí a esperarlos y a decirles a los empleados del
taller que se fueran, pero no hicieron caso. Cuando la policía llegó, mi esposo
no permitía que les abriera y quiso golpearme, pero un policía le advirtió y
tuvo que calmarse y pude abrir y los detuvieron a todos. Empezó la guerra
y como en todas, los inocentes son los que llevan las consecuencias. Me puso
varias denuncias en el DIF, de que no era buena madre y que no cuidaba a mis
hijos y los tuve que llevar a declarar. No sé si sea buena madre, pero mis hijos
siempre han sido lo más importante para mí.
quedé con el negocio que está en la casa y a mi nombre. Me puso una demanda
penal de despojo de inmueble, en la que se vieron involucrados mi mamá y mi
hermano, ya que venían a mi casa a ver cómo estábamos. Como no tenía dinero
para defenderme, acudí a la Defensoría de Oficio. La abogada que llevaba mi
caso se “vendió”, pues ella misma me dijo que mi esposo le había llamado a su
casa para ofrecerle dinero y que no sabía cómo había conseguido su teléfono,
pero que no me preocupara. Con mi inexperiencia en asuntos legales confié en
ella, pero no presentó ni mis pruebas ni el nombre de mis testigos y después
desapareció porque había pedido su cambio. Un sábado, cuando yo estaba
barriendo la calle se detuvo un coche y me subieron, esto lo presenció el más
chico de mis hijos quien no entendió lo que pasaba, por su corta edad, y fue
hasta que me consignaron que pude llamarle a mi hija para decirle que le
hablara a mi hermana y le avisara que yo estaba en el penal, para que fuera por
ellos y se los llevara a su casa. Mi pendiente era que se quedaran solos, a su
papá eso no le pasó por la cabeza.
Salí de ahí pagando una fianza y cuando estuve en casa recibí amenazas de los
abogados de mi esposo, de que también mi mamá y mi hermano iban a ir a la
cárcel si no entregaba el negocio. A raíz de esto, mamá enfermó de los nervios,
le temblaban sus labios y sus manos sin poder controlarlos; hoy, bendito Dios,
se encuentra ya bien. El proceso penal duró tres años, en los cuales tuve que
ir semanalmente a firmar como si fuera una delincuente y al fin, me dieron mi
libertad dictada por un Tribunal Colegiado, que es otro nivel, allí sí hay gente
muy capacitada, ojalá la hubiera en todas las dependencias.
Por otro lado, su papá le decía que yo estaba loca y que los mal aconsejaba,
mis otros dos hijos también fueron utilizados para seguir haciéndome daño,
ya que siempre trató de devaluarme ante ellos y se dedicaba a asustarlos
diciéndoles —cuando estaba en el proceso penal—, que yo era una ratera y
que no sabía qué harían cuando su mamá se quedara en la cárcel. Esto para mí
fue muy tremendo, por la impotencia que sentía. Traté de poner una demanda
de maltrato familiar, presenté mucha papelería y nos hicieron exámenes
psicológicos y reflejaron que estábamos dañados. En ese entonces la verdad no
me importaba que lo metieran a la cárcel pero sí que lo obligaran a tomar un
tratamiento psicológico, porque era mucho el daño que nos estaba causando
pero nunca lo hicieron.
Fue un proceso difícil y siento que hubo dinero de por medio, ya que de tantas
instancias legales a las que acudí no procedió ninguna. De hecho, allí me sentí
más maltratada, porque se habla con muchas groserías. Los funcionarios me
tomaban las declaraciones casi acostados en la silla de escritorio, se la pasan
comiendo mientras te atienden y lo peor es que, cuando crees que ya terminó,
aún no habían comenzado con la investigación. Fue muy desgastante y no
logré nada.
Hoy tengo una buena relación con mi hijo, ha entendido que sobre todas las
cosas lo amo y sigo apoyándolo después de que volvió a irse de la casa, porque
en ese entonces quise apoyarme en mi esposo para internarlo en una clínica de
rehabilitación y se lo dijo a mi hijo, lo que hizo que huyera a Estados Unidos.
Hoy, a sus 18 años tiene una bebé sana y hermosa, con una niña también
preciosa de 16 años, pero muy dañada por tener a su vez una mamá alcohólica
que les hace la vida de cuadritos, pero tengo mucha fe en Dios y en que, así
He hablado poco del menor de mis hijos, porque creí que había librado los
estragos que sufrimos, pero no es así. Quedó muy lastimado hace tres años,
cuando vio a su papá cuidando a los niños de la pareja que tenía en ese
entonces. Vino y me platicó y lo sentí muy dolido, después de esto vinieron los
reportes escolares y las bajas calificaciones; sólo espero que salga adelante con
su terapia, ya que cada miembro de mi familia acudimos a nuestro psicólogo
para superar los daños que sufrimos.
Hoy soy feliz, con los ires y venires de la vida me siento fuerte y aunque he
narrado mi historia en este breve espacio, salir adelante ha sido todo un largo
desafío. Lo he conseguido gracias a mucha gente buena que se ha cruzado en mi
camino. Le doy gracias a Dios por haber tenido la fuerza y la perseverancia de
seguir adelante. Alguna vez mi ex marido dijo que quería verme arrastrándome
como una lagartija ante él, afortunadamente no fue así. Reconozco que me caí
y derrumbé varias veces por sentir el peso de las situaciones difíciles, pero
gracias a Dios me levanté no una, sino muchas veces.
Al mismo tiempo doy gracias a tantas instituciones que sirven de apoyo para
ayudar a las personas en situación de crisis, que nos acercamos a ellas sin tener
los medios económicos. Agradezco al Instituto Estatal de las Mujeres por este
curso maravilloso e invaluable que nos regala, en el que tenemos la oportunidad
de compartir nuestras experiencias y de armar el rompecabezas de nuestras
vidas. En este curso aprendimos sobre nuestros derechos, aprendimos a ser
respetadas y que tenemos los mismos derechos mujeres y hombres, eso es la
equidad de género. En el Instituto aprendimos a creer en las relaciones sanas
donde exista el respeto, la comunicación y la armonía familiar.
Por todo esto me atrevo a invitar a más mujeres que viven alguna situación
de maltrato a caminar en busca de una mejor vida, tanto para ellas como
para sus hijos. Que no las detenga el miedo, como sucede muchas veces,
pues cuando tomen una decisión y empiecen a tocar puertas, podrán ver los
cambios; la misma vida nos va dando la manera de obtener lo que necesitamos
y aunque parezca imposible, existe la esperanza de un mejor mañana, sólo hay
que desearlo, buscarlo y defenderlo. Una vez que se logra, la satisfacción es
inmensa, con nada se compara la dicha de tener nuevamente nuestra vida en las
manos, ser capaces de tomar nuestras propias decisiones con responsabilidad
y expresar nuestros sentimientos, valorándonos y amándonos plenamente.
Mi historia
por Lirio
Quiero decir en estos momentos que, con los años que poseo, he aprendido
algo de la vida y no esperaba llegar a la edad que ahora me encuentro y sentir
que aún me falta mucho por aprender. Dicen que de los errores se aprende a
vivir, yo pienso que a nadie nos enseñaron cómo sobresalir en el futuro, hasta
que llegamos a cierta edad. Es triste y esperamos que los seres humanos sean
más conscientes de lo que les puede llegar a pasar si no se preparan como es
debido. Tal vez esto no tenga sentido, pero la vida es así, nos da golpes duros
pero también satisfacciones gratas. Al respecto, hay una experiencia personal
que les puedo compartir.
Platicaba mi madre que en el hospital donde nací fui la única mujer y los demás
eran varones, como yo estaba tan pequeña que ni bulto hacía, las enfermeras
bromeaban con mi madre diciendo que todos los niños eran unos aprovechados
con la niña. Y así empieza la batalla con la vida, cuando mi madre me llevó a
casa, a cuidarme mientras crecía.
Y así, con el paso del tiempo, conforme crecía y me daba cuenta de las cosas
que trae la vida, que no todo era color de rosa como imaginaba, fui valorando
cada detalle, fui aprendiendo de cada tropiezo y me fui levantando con cada
obstáculo presente, porque no tenemos de otra, siempre nos quedaba la opción
de tomar impulso y salir a la superficie.
Tenía una gran ventaja de niña pues sabía hacer amistades con facilidad, le
caía bien a la gente, incluso mis vecinas me consentían mucho, nos apoyaban
en lo que podían y jugaban conmigo. Unas chicas que vivían cerca de casa
trabajaban como aeromozas y yo les ayudaba en algunas cosas, como hacerles
mandados, lo cual me recompensaban dándome de comer en la boca unas ricas
gelatinas.
Entre otros recuerdos están mis viajes a la ciudad de México para visitar a
la Virgen de Guadalupe. Pasábamos por muchos pueblitos, en cada uno de
ellos nos deteníamos a comprar comida o un souvenir, conocíamos un poco la
región y sus costumbres; la verdad lo disfrutaba mucho, ver gente, caminar
por todas partes, conocer un poco de otra cultura, incluso aún guardo en mi
mente la imagen de una niña que llevaba consigo un morral amarillo muy
lindo, me agradó demasiado y se lo hice saber, me agradeció y al terminar el
viaje me lo obsequió, fue un detalle muy bonito.
Después llegué a una de las etapas de mayores ilusiones de una señorita, que
fue cumplir mis 15 años. Siempre soñaba con una gran fiesta, con muchos
invitados, un lindo vestido como las princesas, pero ese sueño se truncó ya
que la cuestión económica no era tan buena en esos momentos y festejamos
con una cena sencilla.
A esa edad las cosas no estaban bien y no quería darles preocupaciones a mis
papás, apenas podían pagar la colegiatura y cuando no podían hacerlo a tiempo
no se me permitía la entrada a la escuela pero, reitero, por no mortificarlos lo
que yo hacía en lugar de irme a casa, era tomar un camión y me iba a dar la
vuelta hasta que se llegaba la hora de salida y así ellos no se daban cuenta de
la situación, que se repetía constantemente.
Y llegó la hora de buscar trabajo lo que, por cierto, no fue nada fácil, ya que en
la mayoría de ellos pedían personal con experiencia y encima me veían muy
chica. Estuve llenando solicitudes y las repartía como volantes, pero no tuve
mucho éxito hasta que, un día, tuve el gusto de conocer a una conductora de
Televisa que trabajaba en el canal 2, su nombre es Lupita Martínez. Ella me
recomendó a una agencia de modelos, estuve haciendo dos o tres comerciales
y hasta salí en la televisión, pero mi madre me quitó esas intenciones, decía
que no era nada honesto a su parecer, y pues no logré hacerla cambiar de
opinión. Creo que nunca logras comprender a los padres, hasta que llegas a
esa etapa de tu vida y pones ciertas limitaciones con tus hijos, ¡qué irónico!, el
sentir que no eran justas ciertas cosas que me limitaban; ahora me toca a mí
desempeñar el rol de madre y aquellas cosas que no me parecían, las aplico
también. Es como si en la vida todo girara, primero nos toca vivir un ciclo tal
vez inocente, no entendemos muchas cosas, luego ya vivimos las cosas desde
otra perspectiva y es así como logramos captar infinidad de situaciones que
hemos pasado y que nos han formado hasta ahora.
Poco después, mi padre realizó uno de sus sueños ya que comenzó su propia
empresa que se llamaba “Molinos de Minerales de Encarnación”. Al inicio
le fue tan bien, que hasta se le presentó la oportunidad de viajar a Europa,
viaje al que lo acompañamos mi madre y yo. Claro que en ese entonces yo
me encontraba trabajando, por lo tanto, hice el intento para conseguir el
permiso y las palabras de mi jefe fueron: “¡Claro!, esas oportunidades no se
dan fácilmente”, y bien, nos fuimos todo un mes. El viaje estuvo lleno de
experiencias, desde que me subí a un Jumbo que contaba con sala y pantallas
grandes, el viaje fue largo y estaba muy emocionada y ansiosa por llegar a
nuestro destino comenzando por España, Italia, (Roma, Venecia, Florencia),
Inglaterra, Francia (París), Suiza... en fin, conocí muchos paisajes, viajé en
tren, simplemente lo más bello que pude imaginar. A mi regreso me esperaba
la realidad, volver al trabajo, tan agradecida con mis padres por ese viaje
inolvidable y a la vez con mis jefes, por el permiso.
Pasan los años, comienzo a salir con mis amigas a divertirme y, como era de
esperarse, conocí al que ahora es mi esposo. Decidimos casarnos, fue una boda
muy bonita, llena de ilusiones y sueños, todo lo que espera tener una persona
enamorada. Al principio, con algunas diferencias mientras nos acoplábamos.
Al poco tiempo nacieron mis tres hijos, entonces supe que tenía que luchar
para sacarlos adelante, y con la ayuda de mi madre pude hacer la carrera de
cultura de belleza, ya que ella me cuidaba a los niños. Mientras ellos iban
creciendo yo seguía luchando por mantener una familia, asistiendo a clases
de superación personal y grupos de oración, la verdad me hacía mucho bien
acudir a ese tipo de cursos.
Ahora tengo mi propio negocio; traté de educar a mis hijos lo mejor posible
estando cerca de ellos y la verdad es que son unas personas muy responsables.
El mayor ya es todo un profesionista, terminó la carrera de Contaduría; mi
segundo hijo está cursando una segunda carrera, a la cual le ha echado muchas
ganas y espero que pronto se reciba, ha sido muy bueno conmigo, he llorado
en su hombro y ha sido mi mejor amigo, ya que ha sabido escucharme. Y por
último, mi hija, la más pequeña, la adoro porque también es muy guapa, desde
el kínder la eligieron para ser la reina de la primavera, siempre obtuvo buenas
calificaciones, en la primaria fue una excelente estudiante, y aún ahora en su
carrera profesional está poniendo lo mejor de sí para concluir esa etapa.
Siempre soñé con tener una familia unida, porque creo mucho en eso, y estoy
muy agradecida con Dios porque me dio unos hijos buenos y un esposo con
Hace 41 veranos intenté escribir diarios; cada vez que se podía me compraba
uno y hasta los llegué a tener con candado incrustado. Nunca los llené,
“cursilerías”, pensaba, y los arrumbaba en mi cajón, pero hace tres años
comencé éste. Afortunadamente no me sucedió lo que con mis viejos diarios
que se quedaron en blanco, porque creo que si llego a más años de vida, no
me perdonaría el no haber plasmado “Mi más bella historia”. Lo primero que
cavilé fue en darle un nombre a mi diario amigo, así que tras horas tratando de
encontrar uno que no sólo lo distinguiera de los demás sino que fuera armónico
a mi experiencia, terminé llamándolo “Bonito”. Porque —pensé también- eso
de “querido diario” me parece, no una cursilería sino una pendejada.
Noviembre 17/2004.
Hola, Bonito:
Llegué a este mundo con un pedacito de Dios un 15 de noviembre (acabo de
festejar hace dos días mis “primeros” ¿? 56 maravillosos años). Debo anticiparte
que por mi manera de ser, de vestir, de hablar, algunos me califican de “rara” y
tal vez después de leer esta historia, más. Rara, sinónimos: Inaudita, anormal,
paradójica, increíble, caprichosa, grotesca, estrafalaria, excéntrica, ridícula...
Yo no soy nada de esto, sólo soy diferente. Sinónimos de diferente: opuesta,
distinta, diversa (sí, discordante), inexplicable, difícil, misteriosa, enigmática...
sé que no les importa mi aclaración, pero a mí sí me importa que, si no les
importa, entonces no me adjudiquen adjetivos que no me van. Mejor cuando
vayan a hablar de mí, hablen de otra cosa (yo me entiendo). Pues hoy comienzas
a ser parte de mi historia, te doy la bienvenida, Bonito, vamos a volar juntos y
cada vez que yo sueñe, ría, llore, baile o cante, hazlo tú conmigo; déjate llevar
como una hojita que se encanta con el viento. Quiero dejar aflorar en cada
una de tus páginas algunas de mis experiencias, entre ellas mi maravillosa e
infinita capacidad de AMAR apasionadamente la VIDA y el AMOR, y no a
pesar de mi edad, a pesar de los que creen que a mi edad esto también es una
hacia adelante.
Enero/6/2006. Pronóstico:
Bonito, ¡hoy estoy feliz como una lombriz! Recibí un mensaje hermoso de tu
ídem que le dio mucha esperanza a mis sueños: “Pon mucha atención a tus
sueños, porque los sueños suelen convertirse en realidad”.
Enero/ 9. Partida:
¡Ay, Bonito!, nueve días apenas que comenzó este año y por más que pongo
les caían las hojas dejando desnudas algunas de sus ramas, y sin embargo,
ellos seguían firmes, erguidos, majestuosos y entonces pensé: “Yo soy como
esos árboles, mi raíz continúa viva, ¿por qué no sacudirme de todas mis hojas
secas y esperar con confianza mis nuevos retoños, sin dejar de ir hacia arriba
y agradecer el rocío de cada amanecer a esta mi hermosa existencia?”. ¿Sabes,
Bonito? Ya no creo que estoy volviendo...VUELVO, y con mi mejor historia.
VUELVO y no sola, sino conmigo, pero con la que yo soy realmente. Ésa que
por fin cree en lo que sueña, la que al despedirse iba perdida, pero que hoy
piensa que la vida le tiene reservada ¡la mejor de las bienvenidas!
Agosto/ 2. De fiesta:
Hola, Bonito, ¿sabes?, hoy, es un día muy especial para mí...y para alguien a
quien amo con toda mi ternura y es importante para los dos. Desde la mañana,
tres ramitos de gardenias y tres velas blancas perfuman y alumbran mi casa
desde la sala. Hoy, hace 32 años que mi panza fue elegida para que se formara
en ella un ser maravilloso, mi hijo adorado. Él no vino para quedarse aquí,
¿sabes? pues sus ideales iban más allá de lo terreno, pero fuimos muy felices el
tiempo que estuvimos juntos, hicimos locura y media y los dos construíamos
sueños. Le presté mis ojos para que viera todo lo bello de esta vida, le ponía
música y bailábamos los dos, le cantaba canciones de cuna, le enseñé lo que
era el amor y aunque conoció muy temprano el dolor, yo le decía que más
grande que el dolor es la alegría. Él, como yo, sabe que el lazo que un día nos
unió no se rompió jamás y que, aunque no está conmigo físicamente, lo llevo
en mi corazón como el primer día en que me enteré que estaba en mi barriga;
por eso hoy, como todos los años, deseo festejarle su cumpleaños, sé que él
es feliz como yo y quiero imaginar que bailo con él como en aquellos días
maravillosos. Ya sería todo un hombre, lo imagino tan apuesto, seguramente
hubiera sido igual de desquiciado que su orgullosa má, que lo sigue amando
con toda el alma y desde aquí le mando sus jazmines y sus gardenias, que
fueron las primeras flores que conoció a través de mí.
Febrero/1°. Collage:
Nos encargaron en el diplomado que elaboráramos un collage con recortes de
revistas. Me quedé muy impresionada con los relatos de algunas compañeras
al ir mostrando su trabajo, es conmovedor y frustrante ver y percibir tanto
dolor en un ser humano y me pregunto: ¿Es aprendizaje o patrón de vida el
dolor en nuestra existencia? Bueno, dejando de lado mis dudas, te platico que
presenté mi collage, nunca me imaginé que en las revistas, entre artículos,
imágenes y comerciales, habría tanto de mi personalidad, tanto que me fueron
llevando a realizar un pequeño compendio de mi forma de ser, de pensar y de
sentir, una manera por demás diferente de expresión, creo que lo enmarcaré
para dejarlo para la historia.
Cuando llegué al Instituto Estatal de las Mujeres a mi sexto día del diplomado
Tejedoras de historias, ni siquiera me imaginaba la experiencia que iba a vivir.
Nos llevó Paty a una dinámica que me encantó: teníamos que tomar el lugar
de guía para la otra compañera que iba con los ojos cubiertos y salimos a la
calle, nunca me había sentido una guía ¿sabes? y menos había sentido que
alguien al apoyarse en mí, ¡en mí!, ¿te das cuenta?, se sintiera seguro. Me
alimentó bastante, mi hija es muy independiente y ni de niña me permitió
protegerla; la verdad, creo que nadie me había hecho sentirme tan útil y tan
chingona, y cuando me tocó ser la invidente, no sé pero tuve una sensación tal
de seguridad que no hubo cabida a mis miedos, fue como una especie de estar
única y exclusivamente con mi yo (sin pretender hacer menos a mi excelente
guía, claro) no vi oscuridad, dentro de mí había mucha luz, me encantó la
experiencia.
el concepto de los demás vendrá solo, poeta, yo sabía que tú no eras esa clase
de mujer que se da por vencida; tú puedes hacer muchas más cosas porque así
has sido siempre pero te disfrazabas de ‘otra mujer’ que no existe en ti, por eso
te insistía en que yo quería conocer a la verdadera. Comienza a reconsiderar
lo que tú vales”.
menos dependiente, pero sobre todo, menos inflexible conmigo misma. Pero
no cabe duda de que a veces lo más fácil (como callar) se torna a la larga en
lo más difícil.
A pesar de toda mi dolorosa y triste experiencia que viví con mi marido, hoy,
que continúo a su lado, lucho con coraje por el derecho a mi privacidad, a mi
espacio, a mi libertad de expresión, por el respeto que me merezco como ser
humano y como la mujer que él mismo escogió por compañera, cosas que él
ha ido comprendiendo, aunque no he de negar que aquella soledad que me
secuestró por tantos años, se quedó con gran parte de la ilusión que debimos
alimentar día a día como pareja, pero no me desgasto por lo que ya no puedo
cambiar, ahora me propongo a iniciar cada día un cambio en mí para que lo
que vivo en mi presente me resulte en gratos recuerdos si el futuro me depara
más años de vida.
Fui una mujer que se rebelaba ante tantos absurdos, pero se tragó su posible
lucha, digiriéndola para echarla por el caño; ahora sé que soy una mujer íntegra,
que descubrió su sensualidad a pesar de sus años, apasionada, soñadora. Que
nunca caminó de la mano de la venganza ni de la hipocresía, ni de la infidelidad;
una mujer con defectos pero también con virtudes; que cumplió devotamente
con sus obligaciones, que a pesar de sus ilusiones y sueños sabe a ciencia
cierta el terreno que pisa; que ve claramente la raya que separa la realidad y la
fantasía; que puede retomar su lucha para no permitirle a nadie, bajo ningún
motivo, justificación, excusas, prejuicios pendejos o costumbres impuestas, el
ser minimizada y derribada del digno lugar que como ser humano, al igual que
a todo hombre, le otorgó la vida. Soy la mujer que puede cultivar sus parcelas
con nuevas semillas y que espera con fe los días grises no para llorar sino
para ver caer la lluvia que hará reverdecer esos campos que por mucho tiempo
estuvieron áridos.
Y para terminar mi relato, no quiero ni puedo dejar pasar por alto eso tan
maravilloso que me sucedió en mi caminar por este sendero. Considero
necesario hacer este comentario porque es importante tomar en cuenta de
que sí existen hombres buenos. En este mi camino (como ya lo expresé en
mi diario) salió a mi encuentro un héroe de gentil vestidura, ésa que sólo con
los ojos del alma se puede apreciar. Por él comprobé que todavía, por fortuna,
existen caballeros; me aferré con demasiada fuerza y no menos desesperación
a él, lo sé, pero no lo hice con el afán de atraparlo o atropellar su vida, no
—considero que somos demasiado valiosos y aprecio tanto su amistad, como
para devaluar esto en una aventura— él no lo merece; fue más bien para honrar
la mía, porque con sus palabras de apoyo fui dándome cuenta de que dentro
de mí existen más recursos, que mis manos no están tan desocupadas como yo
pensaba, que aún puedo llevar a cabo la realización de algunas de mis tantas
luchas que se quedaron pendientes en la sala de espera de mi vida. Él me hizo
reaccionar y aprendí a volar y a aterrizar sin estrellarme, aunque todas mis
actitudes manifiesten más locura, esta experiencia fue mi más bella locura, el
creerlo así dentro de mí me llevó a llenarme de fe en mí misma y me aventuré
sola a tocar la puerta precisa que me llevaría por fin a “Vivir un sueño”.
Ese héroe maravilloso del que hablo me enseñó a recordar de una manera, por
demás respetuosa, que soy una mujer valiosa, especial y ¡hermosa! Un valiente
que con sus palabras de apoyo me rescató de la soledad que me tenía secuestrada
y me llevó a descubrir nuevos horizontes y a redescubrir mi picardía y mi buen
sentido del humor con los cuales, cada día le pongo sabor a mi alegría: “Eres la
más bella locura de Dios”, me dijo una vez. También por él me escudriñé hacia
dentro y me encontré con “esa escritora que llevas atrapada y no has dejado
salir” —como me dijo un día—; entonces supe esperar la noche sin miedos y
despertar visualizando la realización de mis planes, y logré convencerme de
que los sueños sí se realizan y decidirme a no desaprovechar más las hojas en
blanco que todavía me quedan.
Con el corazón y de alma a alma... donde quiera que estés, quiero que sepas:
Te quiero con el respeto que me mereces, te quiero con admiración, te quiero
porque eres, te quiero y eso nada ni nadie me lo va a quitar... ¡Te quiero! ¡Le
agradezco tanto a la vida! Aunque estando no estás, créeme que lo entiendo
y duele, sí, ¡duele y mucho! pero tú me enseñaste a ser fuerte, también saldré
de ésta. Un día te dije que pronto sabrías la clase de mujer que soy y con la
frente en alto, con la mirada transparente hacia Dios, aquí te lo demuestro
(un poco loca pero no olvides que fuiste tú quien me dijo:”Eres la más bella
locura de Dios”)... sólo espero que mis palabras no te causen inquietud, porque
para nada es esa mi intención. Por ti, edifiqué un arco de alianza con la vida y
conmigo misma...tejí Mi más bella historia con hilos del alma, voy llenando de
sueños y esperanzas las hojas blancas de mi libro y pase lo que pase, tú eres y
serás siempre muy importante para mí.
Mi renacimiento
por Rosa
Nací en Monterrey, N.L., a las seis de la mañana. Fui recibida con gozo ya
que siempre he escuchado decir a mi padre que si hubiese tenido solo niñas, él
estaría encantado. Fui criada en un hogar con algo de carencias económicas,
pero no conocí la violencia; allí siempre se luchó para que no faltara lo
indispensable y así fue, nunca faltó. Mi madre siempre fue muy cuidadosa del
dinero que ganó mi padre.
Yo fui una niña muy enfermiza, no sé si por ser la primera. Cuando tenía
apenas dos años, mi madre bajó de la estufa un balde de jabón hirviendo y
yo metí allí todo mi brazo izquierdo y me quemé. Todo el brazo se me hizo
ámpula, platican mis padres que cuando me llevaron al médico, sólo veía como
me levantaban la piel y me sangraban para curarme, yo observaba muy atenta
y decía “ía chane”, pero no lloraba. Después padecí anemia mucho tiempo, me
llevaban a inyectarme hierro que dizque es muy doloroso, pero no lloraba.
Entré a estudiar primer año de primaria a los cinco años ya que la escuela
me quedaba a una cuadra y media de distancia, era una escuela católica y
Lo que más me gustó hacer de todo lo que aprendí, fueron zapatitos de bebé.
Con el permiso de mi mamá, desbarataba sweaters viejitos que ya no usaba y
hacía zapatitos, sólo compraba el listón para el adorno y también el hilo brilloso
para resaltar la orilla. Cuando había bebé en la colonia, llevaba a ofrecer mis
zapatitos y me los compraban. Siempre guardé ese dinero, nunca lo gastaba,
seguí guardando. En una ocasión mis padres decidieron hacer una compra
importante (un terreno), y yo veía que se angustiaban porque les faltaba un
poquito, para esto yo tendría unos l2 años y les ofrecí que les prestaba lo
que tenía guardado y pues claro que lo aceptaron. Sentí muy bonito poder
contribuir en algo, pero finalmente, la verdad me enojé porque nunca me lo
devolvieron, claro que no lo expresé porque no me sentía con derecho, pero
nunca les volví a ofrecer, pues yo seguí con ese hábito ahorrador hasta la
fecha.
A los 14 años empecé a tener novio, me gustaba salir mucho a los bailes; me
daban permiso porque nos acompañaba la mamá de una de mis amigas y allí era
donde me veía con mi novio, bailábamos hasta la una de la mañana casi todos los
sábados y entre semana nos veíamos cuando salía yo a algún mandado, ya que
vivíamos en la misma cuadra. A mí me interesaba tener novio sólo para tener
con quién bailar o salir a pasear a algún lado, nunca pensaba en matrimonio.
Comencé a trabajar chica porque a los 11 años empecé a estudiar mi escuela
Comercial y la terminé a los 14; ya para entonces, tenía nuevas rutinas entre
Pasó un tiempo corto, algunos meses, yo tenía turnos en mi trabajo, una ocasión
tomé mi camión a la una treinta de la tarde, mismo que tomaba a la altura de
la Fundidora, por la calle Tapia, que en ese entonces tenía doble circulación.
Mi camión se detuvo a recoger o a bajar pasaje y justamente cuando el camión
arrancaba, mi novio iba saliendo de una de esas calles y vio que yo iba en ese
camión, del lado de la ventanilla y levantó la mano como saludando o diciendo
adiós, no lo sé. Acto seguido se fue corriendo a la calle de Félix U. Gómez a
tomar un camión que pasara por las mismas calles que el mío y cuál sería mi
sorpresa que una cuadra antes de llegar a mi trabajo, escuché que alguien
chistaba insistentemente, yo no volteaba porque no oía mi nombre y la verdad
no me podía imaginar que fuera él.
Cuando él empezó a trabajar de nuevo, tendría que irse a residir a San Luis
Potosí, pidió mi opinión y estuve de acuerdo, no había ningún problema. Él
venía a verme cada ocho o 15 días, según su ruta de viajes, ya que visitaba
Aguascalientes y Zacatecas, o sea, 15 días estaba en San Luis y 15 días viajando.
Recibía una o dos cartas por semana, cuando salía de convención a México, era
enviarme tarjetas hasta que llegaba.
En San Luis Potosí traté mi embarazo porque él por su trabajo visitaba casi
todos los médicos y de alguna manera se formaba la amistad con ellos y tenía
confianza. Mi niño nació el primer día de las Olimpiadas en México, el 5 de
octubre de 1968 y gracias a eso fue un show, que si llegaba el médico, que si
no llegaba, que si llegaba el suplente, que si no llegaba, en fin pura fiesta. Por
fin nació mi niño por eso de la 1una y media o dos de la tarde, me lo enseñaron
y empecé llore y llore de emoción porque ¡era niño!, la mayoría de las parejas
siempre deseamos que el primer hijo sea hombre, no sé si para desgracia o
para fortuna, pero así es y en ese entonces no se usaba todavía hacerse “ecos”
ni nada por el estilo que te advirtiera el sexo, por eso mi gran emoción.
En una ocasión que salimos a cenar con una pareja amiga, nos sirvieron vino
tinto y nos pusimos muy alegres, cuando ya regresamos a la casa le seguimos
con el vino tinto hasta quedar bien embriagados. Ahí le anuncié mi deseo de
tener otro bebé, batalló pensándolo como 15 minutos y aceptó, luego luego se
empezó a elaborar el pedido y pues se dio el encargo.
Ya instalados en nuestra casa propia, sentía que ya no nos hacía falta nada,
pues ya teníamos techo, comida y vestido. La pasábamos muy bien salvo alguna
que otra desavenencia que hacía que nos enojáramos algunas horas. Otras
ocasiones él, de buenas a primeras se molestaba no sé por qué, y se ponía a
tomar algún vino en el comedor, podía ser en la mañana, en horario de trabajo
y como yo no entendía nada y mis hijos todavía estaban pequeños, pues rápido
los arreglaba y me los llevaba a la calle a las tiendas, nos tardábamos unas dos
horas, regresábamos y él ya no estaba, por lo que seguía todo tranquilo. Igual
a veces se iba enojado a su trabajo por algún detallito, por ejemplo podía ser
porque al servirle su almuerzo, se me pasó ponerle el tenedor en la mesa, el
vaso o la servilleta. Así sucedieron muchas ocasiones, sin que a mí me afectara,
hasta que un día, estando yo de espaldas, calentando sus tortillas a que
quedaran quemaditas como a él le gustaban, de repente me dice: “¡Qué fregado
servicio es éste!”. Me molesté bastante y que volteo bien enojada y le digo:
“No soy tu mesera y además estás en tu casa, puedes levantarte y tomarlo”,
se lo dije en tono muy fuerte y como que le sorprendió mucho mi reacción
e inmediatamente se retractó y me dijo: “No te creas, vieja”, sonriéndose un
poco pero yo ya no le hablé, ni lo despedí, ni nada, sólo se fue.
Entre todas estas cosas también había momentos muy gratos. Cuando salía de
viaje por cuestiones de trabajo, nos invitaba y yo pedía permiso en la escuela
de mis niños y lo acompañábamos, o si ellos no podían, lo acompañaba nada
más yo. Él era detallista, algunas ocasiones me sorprendía mucho con sus
atenciones, además debo confesar que yo no era una persona muy cariñosa,
pero aprendí a serlo por él y su hermana, porque en sus momentos buenos,
que también eran muchos, era muy cariñoso con nosotros, nos apapachaba de
muchas maneras. Cuando de plano no había dinero para salir a comer o a cenar
o al cine nos salíamos a algún parque y era jugar con mis hijos toda la tarde, a
veces yo también. Cuando mis hijos ya eran adolescentes, empezaron a tener
sus compromisos; yo siempre les sugería que se unieran algún grupo de la
iglesia, que allí también había muchachas muy bonitas, batallaron pero así lo
hicieron. Pero si ellos escuchaban algún plan de su padre de que íbamos al cine,
o alguna variedad, o al teatro, inmediatamente cancelaban sus compromisos
y sin decirnos nada se arreglaban y se subían al carro con nosotros, con el
asombro de su padre desde luego pues nadie los había invitado, la verdad nos
daba risa.
adultos, pues había chistes de colores fuertes, con la pena, pero el comediante
tenía que cambiar su vocabulario por estar presentes mis hijos. Claro que eso
fue un buen tiempo pero nada más, ya que sus compromisos crecían junto con
su edad. Y así siguió la vida de mi matrimonio, educando a nuestros dos hijos
según nuestras posibilidades.
Al día siguiente le dije que había hecho cita con el psicólogo, que me diera
dinero para pagarle, vio el asunto de mi parte muy en serio, claro que yo no
tenía ninguna cita, sólo quería ver su reacción. Resulta que muy serenamente
y condescendiente me contesta: “No vieja, no te preocupes, yo soy el que
está mal, ya no va a suceder, esto lo voy arreglar”. No muy convencida seguí
preguntando por el asunto. Una tarde recibí una llamada telefónica de otra
de sus compañeras, yo nunca la conocí y me dijo, no sé por qué: “Señora, su
esposo la quiere mucho, aquí en la oficina siempre está hablando de usted
y sus hijos, no se crea de esa mujer, no vale la pena”. Claro que le pregunté
quién era y cómo se llamaba, y me respondió que era compañera de mi esposo
y me cortó. Traté de averiguar quién era pero no lo logré. Eso me tranquilizó
mucho y volví a platicar con mi esposo sin decirle lo anterior de la llamada,
vagamente recuerdo que me pidió perdón o algo parecido, el caso es que yo
le dije: “Ok, todo está bien, sólo que no quiero saber nada de raids a nadie,
porque ésta te la paso, la siguiente, ¡no!”.
Ese hijo nunca fue atendido por mi esposo que yo sepa, cuando este niño
creció, su mamá se lo llevó a Tijuana a vivir allá no sé por qué. Aquí dejaron
varias propiedades pues económicamente vivían muy bien. Resulta de que la
mamá muere y ese hijo decide vender sus propiedades, una de ellas se encargó
mi esposo de venderla, arregló lo de los inquilinos, quedó muy maltratada la
dichosa casa y él se dispuso a arreglarla, por lo que seguido me llevaba ahí
para ver como quedaba, yo la verdad a eso no le daba nada de importancia, no
me interesaba para nada, era asunto exclusivo de él. Nunca supe si la vendió
o no. El caso es que cuando yo pasaba casualmente por esa calle, vi la casa
encortinada y me asombré, no lo comenté con mi hijo, ni dije nunca nada.
En agosto de ese mismo año, se presentó aquí en mi casa una reacción muy
sorpresiva de mi esposo, cuando me dejaron a cuidar un sobrinito de unos
tres años aproximadamente, quien andaba correteando por ahí y este señor
se puso tan enojado que le dio un cintarazo. Yo andaba en el patio y no me di
cuenta de eso ni el niño me dijo nada, sí escuché que le gritó que se estuviera
quieto pero nada más, y se fue muy enojado. Al día siguiente por la mañana
el niño se quedó en casa de mi madre y le platicó lo del cintarazo, me llama
mi madre y me pregunta muy extrañada qué sucedió, le digo: “Nada, mamá,
¿por qué?”, “Pues que tu marido le dio un cintarazo a Raulito”, “Pero ¿cómo,
mamá?”. De inmediato me enojé mucho, pero ese día él no vino a comer. En
la noche que llegó yo estaba en otra recámara pues no aceptaba estar en la
Era fin de mes, como un 28 ó 29, ya en otras ocasiones por diferentes motivos
había hecho lo mismo, se iba a casa de su mamá y a los tres días regresaba
como si nada, e igual yo lo recibía como si nada; sin embargo, esta vez no había
quién lo atendiera en su casa, pues su madre se encontraba muy enferma.
Pasaron dos o tres días y siendo quincena, le llamé a su hermana y le platiqué lo
sucedido, ella lo veía seguido porque le rentó una parte de su casa para oficina
e iniciar un negocio de productos químicos, de los mismos que distribuían
en la compañía donde laboraba. Tenía de ayudante a la misma secretaria de
su trabajo y trataban con los mismos clientes de la empresa, o sea que se
aprovechaban. Por todo esto mi cuñada lo veía, y le dije, “Dile que necesito
el dinero”, al día siguiente recibo la llamada de mi esposo muy ablandadito,
me dice, “¿Cómo están, Rosy?, ya te deposité”. “Ok, gracias”, y me dice: “Nos
vemos”. “Sí, que te vaya bien”, y colgamos.
se notaba que no había nadie porque no había carro afuera, mi hermana tocó la
puerta, salió un niño muy pequeño, estaban solos y le pregunta mi hermana,
“¿Dónde está tu mamá?”. Le dice que en el súper, que ahorita viene, y “¿Cómo
se llama tu mamá?”, y le dicen el nombre de la dichosa secretaria. Y allí se
descubrió el pastel, como dicen, sin batallar tanto. Era su ayudante de oficina y
su secretaria en la empresa. Ya todo descubierto, nos regresamos a la casa, mi
hermana diciéndole de cosas hasta por los codos muy enojada, yo solamente
callada y piense y piense en cómo le tumbaba su teatrito.
Lo primero que pensé fue cómo enterar a mis hijos, pues su padre ya tenía
un mes de no estar en casa y seguramente ellos pensaban en dónde podría
estar. Primero hablé con mi hijo mayor, le dije: “Ya sé dónde está tu papá y
quiero que me acompañen tú y tu hermano a esa casa, inclusive invitaré a tu
tía (hermana de mi esposo) con nosotros”, y le encantó la idea; luego hablé lo
mismo con mi hijo menor, le pregunté si quería acompañarme, inmediatamente
aceptó. Hablé con mi cuñada y le dije: “Tú siempre dices que soy la cuñada que
más quieres, ahora necesito que me lo demuestres”, me dice, “Sí, cuñada”, sin
explicarle todavía nada. “Ya sé dónde está tu hermano y te vas a ir para atrás.
Es la secre que está en tu casa, ¿cómo la ves?”. Muy asombrada me dice: “¡No
puede ser, Rosy!, ¿estás segura?”. “Sí, estoy bien segura, allí están sus niños
y los vi llegar juntos del súper, así que nos acompañas, o no”. Dijo “Sí, Rosy,
¿cómo le hacemos?”, nos pusimos de acuerdo para pasar por ella.
m’ijo, vamos hablar a la casa”. “Ok, vamos”. Nos vinimos a casa, estuvieron
discutiendo mi hijo y él sin alterarse (yo callada), mi hijo le decía que estaba
en adulterio y qué pensaba de Dios, y que si los chiles le dieron resultado. Lo
de los chiles era porque en alguna ocasión, por cuestiones laborales, siendo
él gerente divisional y al encargarse del personal, se vio en la necesidad de
obligar a un empleado a renunciar y éste lo amenazó con afectar a su familia.
Un día, al llegar mi esposo a la casa, se encuentra en la puerta varios chiles
colorados y se asusta, llama a mi hijo, hacen una oración, ponen agua bendita
y los tiran lejos. De esto yo me enteré después que me lo platicaron, pues yo
no estaba en casa.
Él no venía a comer con nosotros. Pasaba la noche conmigo y el día con ella.
Me propuse una meta: soportar esta situación durante un año durante el cual
me daría tiempo de saber qué sucedería siendo yo otra persona que no era
ni quería ser, haciendo totalmente todos sus gustos, como me decía que lo
complacían allá, hasta llegar a bañarlo. Él notaba mi cambio y me decía: “Eres
muy buena, Rosy, has cambiado mucho, pero si dejo todo y regreso, vuelve a
Mi esposo le dijo que no podía pues tenía que cumplir con la mujer, quien estaba
sola y trabajaba mucho. Yo ya estaba muy bien preparada para, en cualquier
momento, despedirlo, ya que a medida que pasó el tiempo detectaba que él de
plano no tenía vergüenza y le era muy cómodo vivir con las dos, pues allá lo
trataban muy bien para que no se viniera, y acá igual, para que no se fuera. Eso
me llevó a tomar la decisión definitiva. Logré que pasáramos Navidad aquí en
casa, preparé cabrito y cenamos muy a gusto, vacilando y todo. Se llega fin de
año, el 31 de diciembre me pide que le dé traje, corbata, camisa blanca y demás,
le digo:”¿Ah, sí? Y eso ¿por qué?”. Me dice: “Porque tengo que pasar allá esta
fecha”. “¿Sí?, ¿con tu amante?, si es así, te vas con todo y tu ropa”. Me replica,
“No, Rosy, no es mi amante, es cuestión de trabajo”. “Entonces, llévame” y se
queda callado, o bien, le digo: “Puedes traerla aquí a la casa a cenar, no sería
la primera vez que traes una compañera de trabajo a cenar con nosotros”. Me
dice: “Lo voy a pensar, así como tú piensas todo”. “No, es ahorita”. “Mañana
vengo a comer aquí contigo”. “¿Ah, sí? y yo te voy a recibir con una sonrisa
de oreja a oreja porque vienes de acostarte con tu amante, ¡qué felicidad!,
¿no?”. En eso baja mi hijo mayor y le dice: “¿Qué pasó, padre?”. Le contesta:
“Tu madre quiere que me vaya, hijo, ¿me voy?”, y le dice mi hijo “No, padre,
¿por qué te vas a ir?”, y eso fue como decirle sí, vete, porque inmediatamente
subió mi esposo, recogió su veliz con la ropa que le puse y bajó. Al llegar a la
puerta se sintió muy mal y se dejó caer en el sillón, se checó la presión, la traía
muy baja, pero se recuperó y se levantó. Al salir en la puerta, le dice a mi hijo
mayor: “Me tengo que ir, tengo un compromiso, yo sé que ustedes van a sufrir
mucho pero ¡ni modo!”, y se fue.
Me sentí muy triste pero a la vez empecé a disfrutar mis primeras horas de no
estar lidiando tanto contra mi adoptiva y extraña personalidad. Terminó mi
año infernal y aún triste, levanté las manos al cielo. De esto no se dio cuenta
mi hijo menor, pues todavía se encontraba dormido y encerradito en su cuarto.
No le dije nada. Un día buscaba una camisa de su papá para ponérsela y anda
vete, no había nada, me pregunta por él, sólo le digo: “Se fue”. A los 15 días
vino a decirme que estaba arrepentido, que una cosa era lo que decía y otra
cosa, la realidad. Nada más le dije: “Está bien”. Después, en otra ocasión me
dijo que estaba muy sentido conmigo porque esperaba que yo le ofreciera la
casa. La verdad ya no entendía nada, ni me interesaba entender.
No piensen que esto fue fácil, en ese dichoso año fatídico, yo sabía que lo iba
a despedir pero ¿cuándo?, ¿en qué momento?, pues en uno de esos descaros
que él tenía con nosotros, alcé la vista al cielo y dije: “Señor, no lo soporto
más, él debe irse, indícame el momento porque esto no es fácil”. Y así fue que
se dio el día y la hora. Al día siguiente que se fue, moví todos los muebles de
mi casa: donde estaba la sala puse el comedor y viceversa, al siguiente mes
se iba el comedor a la estancia de televisión, etcétera. Igual mi recámara le
puse su mejor atuendo y de un lado a otro, eso me hacía sentirme diferente,
algo motivada, como en otra casa; también acepté invitaciones a grupos de la
iglesia, me ayudó mucho eso, te encuentras amistades buenas y no tan buenas,
pero fui viendo luz donde había sombra, además disfruté a mi hijo mayor en
muchísimas formas. A mi hijo menor yo lo sentía muy confundido, pues él
siguió frecuentando mucho a su papá y yo únicamente le pedía a Dios que no
lo soltara de su mano, pues no estaba segura si por allá tenía una mano amiga o
no. Teníamos muy poca comunicación, siempre tuve el temor de ser controlada
por mi esposo a través de mi hijo menor. Viví mi tiempo de duelo, me gustaba
estar mucho en mi casa, sintiendo lo que en ese tiempo me correspondía vivir,
leía libros de motivación, de auto-conocimiento y poco a poco fui recobrando
mi energía, me fijé metas que debía cumplir y eso me mantuvo en constante
lucha para lograrlo, desde luego tenía que cuidar mucho el poquito ingreso
que percibía y todo esto hacía que se disipara mi pena. Igual, cada vez que se
me presentó la oportunidad de viajar, lo hice, endrogándome con el dinero,
pero lo solucioné.
En 1951, a los cuatro años de edad, casi me quedo huérfana de padre porque
a papá, que en ese entonces tenía 35 años, le dio un infarto masivo que lo dejó
muerto por más de cinco minutos. Gracias a Dios, lograron revivirlo. En
esa época en que no había marcapasos, ni bypass y mucho menos trasplantes,
milagrosamente la libró y se recuperó con muchos cuidados, mucha fe, mucha
paciencia, pero sobre todo, mucho optimismo.
Tres años atrás nos habíamos ido a vivir a Puebla pues un laboratorio de
Monterrey le había ofrecido la representación de medicamentos en aquella
zona. A los dos años lo desocuparon y tuvo que buscar algo más. Emprendedor
y aventado como siempre fue, puso una distribuidora de aceites y lubricantes;
desgraciadamente no funcionó y al poco tiempo la cerró. Debe haber sido muy
difícil para él, que era tan responsable, encontrarse sin trabajo en una ciudad
donde no conocía a nadie, haber perdido todos sus ahorros, y con esposa y
tres hijos que dependían de él completamente. Mamá platicaba que estaban en
una situación tan crítica que hasta los veinticinco pesos que cobró el doctor
por la visita a domicilio tuvo que pedírselos prestados a uno de los vecinos.
Me inclino a pensar que el estrés (palabra que en ese tiempo ni se conocía) le
causó el infarto.
su luna de miel en Acapulco para pasar por ellos y venirse en dos carros, ya
que papá tenía que viajar acostado en una camilla improvisada en el asiento
de atrás. Fue necesario hacer el trayecto en varias escalas para que él se fuera
adaptando a las diferentes alturas, pues según el doctor, en un solo día, un
cambio tan brusco de más de dos mil metros de altura en Puebla y México, y
a menos de 500 en Monterrey, podía haber sido fatal.
Cuando llegamos nos instalamos en casa de abuelita Concha que aún tenía
cuatro hijos solteros. Allí vivimos casi un año, amontonados y de la caridad de
todos porque papá estuvo en cama por meses y no podía trabajar. Cuando se
mejoró, consiguió trabajo y nos cambiamos a una casita cerca de la Alameda.
A los dos o tres meses le repitió el infarto pero en esta ocasión más leve y
estuvo convaleciente algunos meses más, así que nuevamente dependimos de
la familia para subsistir. Se acercaba la Navidad y ya mamá nos había dicho
que no íbamos a tener regalos y que ni siquiera íbamos a tener pino porque no
podíamos comprar uno, pero unos días antes del día 24, llegaron tío Paco y una
amiga de la familia con un arbolito y los adornos necesarios; mis hermanos y
yo estábamos felices. Recuerdo a papá llorando de la emoción, ellos también
se encargaron de dejarnos regalitos para el día 25, cosas chiquitas y algunos
dulces, pero en esos tiempos los niños no éramos muy exigentes y pasamos
una muy feliz Navidad. Papá siempre les estuvo agradecido por ese detallazo.
viéndolo por mucho tiempo y no sólo no le cobraba, sino que, además, le daba
los medicamentos, gracias a esto pudo seguir su tratamiento.
Creo sinceramente que uno no se muere hasta que Dios lo decida, porque, claro
fue que a papá no le tocaba; a menos que por los ruegos de mi madre, quien
era muy nerviosa y tenía pavor de quedarse sola, Dios se haya arrepentido de
llevárselo.
Fui una niña muy feliz, pero sobre todo protegida, a veces hasta de más y
mi único temor era perder esa seguridad. Mamá siempre nos decía que no
mortificáramos a papá porque si hacía corajes se podía morir. Su frase típica
era: “¿Qué hacemos si tu papá nos falta?”. Ella nos transmitió su temor y
yo compré con obsesión ese boleto. Siempre me porté bien, fui excelente
estudiante, respeté y obedecí las reglas de la casa y traté de no dar problemas.
Cuando alguna fiesta o diversión no estaba dentro de lo permitido, ni me
alborotaba y ni siquiera intentaba el permiso.
Éramos parte de una familia muy unida, todos los tíos y los abuelos nos
consentían; no teníamos dinero pero lo que sí no nos faltaba era amor, armonía
y sobre todo, mucha alegría. Cuando invoco imágenes de entonces siempre los
veo a todos riéndose. Nos juntábamos en casa de mi abuelita (quien había
quedado viuda a los 33 años) ella, sus nueve hijos, casi todos casados; tía
Chela y su hijo Pedro; amigos que nunca faltaban y veintitantos primos. Los
adultos se ponían a cantar, a tocar la guitarra o jugar a la baraja. Los tíos se
turnaban para entretenernos; nos ponían concursos, nos contaban cuentos,
nos cantaban canciones de Cri-Cri, nos decían adivinanzas, etcétera. Allí
comíamos o cenábamos, según el caso, todo ese “bonche” y así pasábamos sin
variar todos los domingos, las navidades, fines de año y demás. La felicidad
de ese tiempo no creo haberla vuelto a vivir, a excepción de cuando nacieron
mis hijos.
El cambio de edad me llegó muy tarde, me faltaban unos meses para cumplir
15 años cuando reglé por primera vez. Mis amigas, que ya eran “señoritas”
desde varios años antes, se arreglaban y se vestían más juveniles pero a mí me
vestían con banditas, no me dejaban sacarme las cejas ni rasurarme las piernas
ni las axilas porque todavía era “niña”, todo esto midiendo ya 1.65 y teniendo
“cuerpo de bóiler”, por supuesto que mi aspecto no era nada agradable que
digamos. Recuerdo haberme sentido fea, pero aún así, en esa edad, tuve mi
primer novio, un amor totalmente platónico.
Después anduve con otro chico que era un niño bien, muy mimado y por
consiguiente egoísta; decidí terminar esa relación que no fue agradable y que
tampoco duró mucho. Cuando tenía 17 años entré a trabajar a una conocida
empresa de la ciudad, allí hice muchos amigos, fue la mejor época de mi vida.
Me divertía mucho en reuniones, fiestas, bailes, etcétera. Me daba cuenta de
que los muchachos mostraban interés en mí, pero como que se quedaban en
el intento, mis amigas me decían que era porque me tenían miedo ya que yo
llamaba mucho la atención, no sé si sería verdad, pero a mí siempre se me hizo
muy estúpido y absurdo. Desde entonces no entiendo a los hombres.
Como no tenía mucha suerte en el amor, por mucho tiempo fui a la Iglesia
de San José a rezarle su novena (¡de verdad que era ingenua!) porque según
decían, a él debía de pedirle que me enviara un buen marido, como él, que
había sido el esposo perfecto (todavía se ha de estar riendo de mí). Mi sueño
en esa época era convertirme en una excelente mujer: estudié formación
familiar, aprendí a cocinar, me interesé por cultivarme y superarme en todos
aspectos y sobre todo (aquí viene lo mejor) me conservé virgen para ofrecerle
mi “pureza” como un regalo especial al hombre que me “hiciera el favor” de
fijarse en mí y casarse conmigo.
Mis papás siempre nos decían: “En alguien tiene que caber la prudencia”
y obviamente en mí cabía bastante. Como era “prudente”, lo justificaba
diciendo: “Pobre, es que tiene muchos problemas, no tiene trabajo, tengo que
tenerle paciencia. Llegó tomado porque tiene muchas presiones” y así. No, si
justificaciones pendejas no me faltaban y no sólo eso, sino que además, por no
pelear y llevar “la fiesta en paz”, solucionaba las broncas. No sé cómo le hacía,
pero ayudaba a cubrir lo que se necesitaba.
Por supuesto que los niños nunca querían salir con él y luego me decía que yo
los ponía en su contra.
¡Qué difícil para mí vivir en el polo opuesto de como fui criada! En mi casa
mi papá adoraba a sus hijos, pero a mi hermana y a mí, por ser mujeres, nos
consentía de más. Si nos peleábamos con mi hermano, el pobre siempre perdía,
no podía decirnos ni mensas, porque le iba como en feria, y Miguelito que no
me bajaba de puta.
Sufrir nunca ha sido mi prioridad, así que traté de sobrellevarlo. Además tenía
muchas cosas para compensarlo: estaba joven, tenía a mis padres, una salud y
una vitalidad excelentes y lo más maravilloso de todo, me convertí en madre.
Por fin se había realizado uno de mis deseos más grandes desde que estaba
muy chiquita, cuando mamá me llevaba al Santuario en diciembre; recuerdo
que le pedía a la Virgen de Guadalupe que me concediera un día tener mis hijos.
Me encantaba cargar a mis primos y me imaginaba que eran mis bebés. Me
derretía de envidia cuando veía a un niño llorar por su mamá, ¡qué emoción!,
pensaba, ser lo más importante en la vida de alguien. Me gustaba soñar cómo
serían, miles de veces los imaginé y juraba que me iba a esforzar porque su
vida fuera muy feliz. Estaba segura (pobre de mí), que iban a tener al mejor
papá y la mejor mamá del mundo. Cuando me di cuenta de que esto no iba a
ser posible, tuve la soberbia de creer que mi amor sería suficiente para que
se formaran bien y que no necesitarían más. Me ha costado muchas lágrimas
darme cuenta de este error. Liza y Mauri no han podido relacionarse y han
batallado para encontrar una pareja adecuada, pero Gracias a Dios, Karen sí
encontró a su media naranja y me hizo primero suegra de Jesús, a quien quiero
muchísimo y sé que él también me quiere, y luego, abuela de mis dos más
grandes tesoros, que son mi adoración y mi alegría de vivir: Héctor y Sofía.
Como dije antes, cuando estaba embarazada de Mauri, en 1978, pasó lo que
tanto temí toda mi vida: papá murió. Su cuerpo por fin se rindió a la deficiencia
de su corazón y empezó a tener muchos problemas que me hicieron, con mucho
dolor, pedirle a Dios su descanso y aceptar su partida. Jamás he superado su
ausencia. Lo extraño cada día, pues él era mi apoyo, mi refugio, mi seguridad,
mi paz. Ha sido una de las penas más grandes en mi vida y no tuve quién
me ayudara a superarla. Mis niñas estaban muy chiquitas y sufrieron mucho
pues lo adoraban, así que tuve que hacerme fuerte para ellas. Si Miguel me
veía triste o llorando se enojaba y me decía que ya había sido mucho teatro.
Él estaba trabajando en una fábrica que papá había fundado unos años atrás,
yo no sé si creía que papá se la iba a heredar y se enojó porque no fue así o
si le perdió el interés porque él ya no estaba (la verdad a mi padre sí lo quiso
mucho), el caso fue que de un día para otro dejó la chamba y los problemas se
agudizaron entre nosotros.
Para él era muy padre tener donde vivir cómodamente: aire acondicionado,
calefacción, ropa limpia, comida, tele, etcétera y sin apoquinarle ni un cinco,
por supuesto que no se quería ir. Todos estos años fueron para mí un infierno,
tanto, que quisiera ni acordarme de ellos. Gracias a Dios que, aunque batallé
mucho, ya lo superé. Ahora, cuando me acuerdo hasta me río de tantas
pendejadas.
Rolex me liberó
Como no hay mal que dure cien años, en enero del 87 mi vida cambió. Un
fin de semana se llevó a los niños a McAllen; le habían dado otra tarjeta
de crédito, esta vez de un banco americano (aquí todos lo tenían en la lista
negra). En ese tiempo estábamos en una situación muy tirante porque mi
hermano, que se quedó trabajando en la fábrica que teníamos, se enfermó
de una obstrucción cerebral que según el neurólogo, ya tenía tiempo y no
le permitía hacer juicios razonables ni tomar decisiones acertadas, así que la
empresa estaba en el peor caos que pudiera existir, por lo que mi hermana
y yo tuvimos que entrarle a tratar de solucionarlo. Era tal el problema que
lo que nosotros pensábamos más viable, que era cerrar, no se podía hacer
porque había broncas con varios bancos y con Hacienda, así que no quedó más
remedio que continuar laborando. Durante más de un año trabajamos a veces
más de 10 horas diarias, para tratar de enderezar la situación y sin ganar un
peso porque no se le podían meter más gastos al negocio. Esto, al ocupar todo
mi tiempo, no me permitió generar más ingresos para la casa. La situación
era que los colegios de los niños no se habían pagado desde septiembre, Liza
y Karen tenían 14 y 13 años y se habían dado una estirada tremenda, así que
Cuando llegaron sin nada, les pregunté qué había pasado y Liza me dijo: “Es
que mi papá se compró un Rolex y ya no pudo cargar nada en la tarjeta”. Casi
me da un infarto. “A ver, Miguel, ¿cómo está eso de que compraste un Rolex?”.
“Sí, es que siempre he querido tener uno”. Le dije que no le iba a permitir que
hiciera eso, que si se empeñaba en ese capricho se fuera de la casa. “Pues me
voy”, dijo, “porque para que sepas, no compré uno, compré dos: uno de mil 500
y otro de mil 800 dólares”. No podía creer tal desvergüenza, pero era verdad.
En ese momento me salió la ira reprimida durante 15 años y le exigí que se
fuera (él dice que hasta le troné los dedos), muy digno empezó a sacar su ropa.
Era lo único que era suyo, porque lo que teníamos, o yo lo había comprado o
me lo habían dado mis papás. Le dije: “La puerta tiene llave de afuera hacia
adentro, saliendo ya no puedes entrar”, él dijo que no le importaba y se fue.
Mamá nos contaba lo feliz que había sido desde que conoció a papá, y ella le
correspondía velándole el pensamiento, se desvivía por él. Siempre se llevaron
bien, jamás se pelearon ni se ofendían; me encantaba verlos cuando se sentaban
en el jardín, se tomaban de la mano con mucha ternura, literalmente eran el
uno para el otro. Pero a diferencia de papá, ella era muy negativa, siempre
Cuando Liza no regresaba a la hora que había prometido (que era un día sí y otro
también) me decía: “¿Cómo que mi mjita no ha llegado?, con tantos peligros
que hay, esa niña es muy ingenua y les hace confianza a todos los pelados, ¡qué
bárbara!, no sé para qué la dejas ir, bla bla bla”. De por sí yo era aprensiva y
ella le echaba más leña al fuego. Nunca tenía comentarios agradables al menos
para mí, porque con mis hermanos, sin dejar su negativismo, era diferente.
Juan Mario era “la niña de sus ojos” y Betty como era la “chiquita” siempre la
consintió mucho. A veces sentía como que me tenía coraje, quizá porque yo era
muy independiente y no le hacía mucho caso. Siempre se descargó en mí para
resolver sus cosas y después de la muerte de papá con más razón. Él la había
dejado bien asegurada para que no batallara, pero ella le dio a mi hermano
todo el dinero que tenía, con la promesa de que él le iba a pagar los intereses
que le daba el banco. Esto no sucedió, además ese dinero se perdió, y desde ese
momento yo me hice cargo de todas sus necesidades. Mi marido me endosó
a mis hijos y se me hizo poco el paquete, así que yo me endosé a mi madre.
Nunca me ha pesado, en primer lugar porque era mi madre y aparte yo vivía
en su casa y lo consideraba como un pago de renta, claro que ella nunca lo
reconocía, siempre fue muy orgullosa y no le agradaba depender de mí, no se
cansaba de decir recio y quedito que qué hubiera hecho yo si ella no me hubiera
dejado vivir en su casa. A pesar de todo, viví muy feliz con ella porque era
genial, disfrutamos muchos años de las cosas en las que éramos afines, como
andar de pata de perro para todos lados, ir de compras, platicar y reírnos era
Un día, en octubre del 99, me gritó desde su baño a las seis de la mañana y
me dijo que no se podía levantar del inodoro, cuando fui inmediatamente me
di cuenta de que tenía su lado izquierdo suelto. Desperté a mis hijos para
que me ayudaran a llevarla a la cama y pedí una ambulancia para llevarla a la
clínica. Yo sabía el temor que le tenía a los hospitales, así que me quedé con
ella tratando de tranquilizarla, recuerdo que le dije, “No tengas miedo, madre,
todo va a salir bien”. Nos quedamos en silencio un buen rato y fue entonces
que sucedió una de las cosas más bellas y emocionantes de mi vida, yo la tenía
tomada de la mano, tratando de infundirle valor y repentinamente me dijo con
una mirada llena de amor que nunca le había visto: “Hija, tú eres una estrella”.
“¿Por qué me dices eso?”, le pregunté. “Porque siempre has sido la estrella que
ha iluminado mi vida, gracias, mi gorda”.
En una ocasión leí que Dios no nos deja a las mujeres que estamos solas al
frente de una familia y a través de los años he comprobado que es verdad.
En primer lugar, no sé de qué forma pero como que se nos multiplican los
ingresos, nunca falta alguien dispuesto a darnos la mano. No niego que
durante este tiempo he pasado por situaciones muy difíciles y que en ocasiones
he tenido mucho miedo, como con los estudios de mis hijos o cuando ha sido
necesario cambiar el carro (a veces me suda el copete para cubrir los pagos)
o cuando tuve que arreglar la casa para la boda civil de Karen, los gastos
propios de la boda, y lo más difícil, la enfermedad de mamá. Aunque me
ayudó rentar su casa, un enfermo implica un montón de gastos extras, doctor
y laboratorio a domicilio, enfermera, pañales, cama de hospital, aparatos
ortopédicos especiales para moverla y mil cosas más; después, su muerte y los
gastos funerarios, de todo esto salí adelante, ¿cómo?, no lo sé, lo que sí sé es
que siempre tuve la protección de Dios y gracias a él, la ayuda de mucha gente
a la que estoy eternamente agradecida.
Para subsistir he hecho mil cosas: he tenido al mismo tiempo varios trabajos,
he sido vendedora, decoradora, maquillista, costurera, administradora,
diseñadora, publicista, etcétera. Actualmente soy pintora y doy clases de
pintura desde hace 23 años. Quiero mucho a mis alumnas, he recibido de ellas
cariño y apoyo y algunas se han convertido en mis mejores amigas. Por mi
trabajo he viajado dentro y fuera de México, he ganado premios, he participado
en muchas exposiciones en lugares remotos que nunca imaginé ir; he conocido
gente maravillosa que me quiere y a la que quiero, he vendido muchísimos
cuadros que me permiten estar presente en las casas o en las oficinas de mucha
gente. A pesar de las contrariedades, mi vida ha sido muy feliz y me siento
muy orgullosa de mis logros.
Nadie me conoce
Yo digo que es que no me gusta sufrir, pero Liza hace unos meses me dijo que
esto no es cierto porque, por ejemplo, yo afirmo que ya superé el problema de
su papá pero que siempre lo tengo presente y me quejo cuando se complican
las cosas. Quizá no puede entender que mi ilusión era que tuviéramos una vida
como la que yo tuve, con alguien que nos quisiera, que nos protegiera, que
nos apoyara; una persona inteligente, ecuánime, que se interesara por nuestro
bienestar. Esto es una necesidad que todavía siento y que en los momentos
críticos siempre sentiré. Yo me casé a la antigüita, para toda la vida y me enoja
que el egoísmo y la inmadurez de un hombre no solamente me llevó a vivir una
vida que no quería, sino que además me ha hecho experimentar sentimientos
que no conocía y que nunca pensé sentir, como el odio y el rencor, entre otros.
Claro que no me he dejado vencer y me he propuesto a que mi vida no sea
desdichada, considero que he sabido ser feliz y gracias a Dios he logrado
cosas maravillosas, con su ayuda pude sacar a mis hijos y en su momento, a
mi madre adelante. Tenemos un excelente nivel de vida y no nos ha faltado
nada. Formé sola una familia de la que me siento muy orgullosa, mis hijos
son excelentes personas de bien, sin vicios, trabajadores, responsables. Liza
se convirtió en una exitosa pintora que goza de reconocimiento y prestigio;
Karen decidió casarse, tiene un magnífico marido que la quiere, la respeta y la
apoya y es mamá de tiempo completo de mis adorados nietos, quienes están
creciendo con buenas costumbres y buenos principios; y Mauricio, aunque
tiene pocos años de haberse recibido, estoy segura que está planeando bien su
desarrollo y sé que llegará lejos con integridad y honradez.
Creo firmemente que las mujeres, como decía mi papá, sólo por el hecho de
poder ser madres, somos capaces de superar lo que sea. ¿Quién más puede
cargar un bebé nueve meses dentro del vientre, soportar todos los malestares
y traerlo al mundo en medio de un tremendo dolor, pero eso sí, con mucha
alegría? Jamás los hombres podrán compararse con nosotras. Dios nos ha dado
ese sexto sentido que nos hace saber cuando algo está mal y no tiene remedio;
no nos engañemos, no lo disfracemos, no perdamos tiempo justificando lo que
no está bien. Las mujeres tenemos fuerza para no rendirnos ante los problemas
y salir de las dificultades por imposibles que parezcan. Es muy probable que
también influya el destino; si tenemos que vivir algo, que sea con dignidad y
para sacarle provecho. Quizá yo tuve que vivir todo lo que me ha pasado para
estar aquí en este momento y decir con absoluta certeza que no hay razón para
aguantar algo que nos hace daño, nadie tiene derecho de hacernos sufrir, por
ningún motivo debemos permitir que nos maltraten, que nos falten al respeto
y que dañen nuestra autoestima. Yo sé que no es fácil, desde luego que no,
porque luchamos contra siglos de discriminación y de absurdas “categorías”
familiares y sociales que en ocasiones hasta nos hacen sentir culpables, pero
puedo asegurar que es más difícil continuar una relación que nos daña y lidiar
día con día con alguien que además de no amarnos, nos quiere dominar y
reprimir. Nosotras somos las únicas que podemos cambiar esto, defendamos
a nuestros hijos con uñas y dientes, para que salgan mejor librados y no
cometan los mismos errores; no hagamos hijas débiles y conformes y sobre
todo, no formemos hijos machistas. Tenemos la fuerza suficiente para salir de
cualquier contrariedad, solamente necesitamos valor y determinación.
Conste que no soy anti-hombres, sé que hay hombres maravillosos, yo tuve uno
de los mejores como padre. Defiendo el matrimonio como base de la familia,
creo firmemente que lo ideal es que sean papá y mamá juntos, sin jerarquías,
al mismo nivel, quienes lleven el hogar y críen a los hijos y se vale luchar para
lograrlo, pero cuando no es así, cuando las cosas no funcionan y hacen que se
acabe el amor, sobre todo cuando ya no hay respeto, es mejor continuar sola.
Nosotras tenemos brillo propio, nada ni nadie debe opacarnos. He vivido 21
años plenamente sin pareja.
Gracias por mis padres y mi familia, gracias por mis hijos, mi yerno y mis
nietos, gracias por mis amistades.
Gracias por haberme facilitado el camino para poder tomar este diplomado.
Gracias al Instituto Estatal de las Mujeres y a la licenciada María Elena
Chapa por preocuparse por nosotras y proporcionarnos herramientas para
superarnos.
Gracias, Paty Basave, por todo lo que nos has dado y enseñado, te admiro y
te felicito por tu magnífica trayectoria. Gracias a Lety Hernández por sus
atenciones y su paciencia, pero sobre todo gracias a todas esas MUJERONAS
que fueron mis compañeras por año y medio; saber los pormenores de sus
vidas me confirman que la mujer es capaz de lograr absolutamente todo lo
que se proponga, me han hecho estremecer y llorar con sus historias, como
lo dije en una de las clases, yo creía que la corona del sufrimiento era mía,
pero después de conocerlas me apena mi soberbia y me doy cuenta de que no
alcanzo ni diadema. He aprendido mucho de ustedes, las respeto, las admiro y
las quiero mucho.
Peregrina
por Ave del paraíso
Todo ha transcurrido como un sueño y por las noches —en las que contemplo
el universo lleno de miles de astros y de una luna tan grande, bella y brillante
que me invita a la reflexión y a revivir los recuerdos que se presentan como una
lluvia de estrellas— pienso invariablemente en el inicio, el lugar donde nací,
San Lorenzo Ometepec, Puebla. Mi casa era muy grande, sencilla pero muy
cálida, habitada por una pareja maravillosa de quien incondicionalmente recibí
amor, cariño, comprensión y apoyo. Además, recuerdo que estaba rodeada de
flores de diferentes colores y una gran variedad de árboles. En esta primera
etapa de mi vida recibí una guía excelente por parte de mis padres, a quienes,
a pesar de ser personas humildes y no haber podido terminar ni siquiera la
primaria por no contar con esas posibilidades durante la época, la Universidad
de la vida les proporcionó un doctorado aplicado a su entorno, y me dieron
una invaluable filosofía vital.
Siempre apoyada, fui creciendo con los mejores consejos para impulsarme,
aun con las críticas de los paisanos que invariablemente le decían a mi padre:
“La mujer es para la casa y para los hijos”. Íbamos a estudiar, a pesar de todas
La vida en dicha ciudad no era fácil, así que mis papás tuvieron que buscar
diferentes opciones para abrirse camino en ella. Al arribar, mis papás abrieron
una tienda pequeña de abarrotes; después se iniciaron en el ramo inmobiliario,
comprando y vendiendo propiedades. Más tarde, mi papá tuvo la oportunidad
de participar en un programa temporal de trabajadores para el gobierno de
Winsconsin, al cual acudió en tres ocasiones y de donde regresaba siempre
con regalos y ropa. Aunque lo mejor fue una condecoración que le otorgaron
por buen trabajador en los campos de algodón.
Fue en esta etapa de formación cuando mi madre nos conducía e impulsaba para
que nos superáramos a través del estudio. Al ingresar a secundaria me dio una
gran lección de vida: La perseverancia. Yo asistí a una escuela pública durante
la primaria, pero la modalidad cambiaba a privada en la secundaria. Debido a
que mi familia no contaba con suficientes recursos para pagar dichas cuotas,
decidieron cambiarme a un Centro Escolar recién inaugurado. Mi mamá se
enfrentó a una situación poco usual, ya que el ciclo escolar había iniciado y, por
otra parte, los trámites de admisión eran tardados y con muchos obstáculos.
Esto verdaderamente puso a prueba la voluntad de mi madre y su ahínco para
que yo pudiera ingresar a la escuela. Fueron vueltas frecuentes, había que
despertarse muy temprano para llegar a la escuela e insistir; tiempo perdido
esperando fuera de la oficina del director —que sólo se abría cuando salía de
una junta e iniciaba otra—, días de espera y preocupación, pero mi madre no
cesó de insistir, hasta que logró que el director de la secundaria la recibiera y
yo fuera admitida en esta escuela tan renombrada por ser de reciente creación.
Una vez dentro, el panorama fue muy diferente, convivir con compañeros de
ambos sexos me brindó la confianza de tener amigos, participar en deportes,
me transporté a otro mundo al oír los disparos de los 21 cañones para hacer los
honores correspondientes al Presidente. Las bandas de guerra y las de música,
tocando el Himno Nacional con tambores y cornetas al unísono; al fondo
aparecía la bandera monumental, con 12 cadetes portándola gallardamente, y a
medida que se iba elevando me daba la impresión de que tocaba el firmamento.
Al concluir la ceremonia se nos otorgó el grado de Subteniente y se efectuó un
desfile con la nostalgia de tratarse del último como cadetes.
Vida laboral
En nuestras labores estaban incluidos los deportes, lo que era muy relajante
y energético ya que a veces corríamos y subíamos un cerro tan bonito,
llamado Tepozúchitl; además nos servía de preparación para los exámenes de
promoción, para seguir ascendiendo a grados superiores, ya que la condición
física era imprescindible. Los días transcurrían, las experiencias siempre eran
fructíferas, mis ascensos fueron muy importantes pues cada uno representaba
un escalafón crucial, los puestos eran mejores y la responsabilidad mayor; aún
así, los desafíos se cumplían.
A los dos años nació nuestra primera bebita, quien fue recibida con todo
el amor que se le puede brindar a una niña, adorada por sus abuelitos, tíos
y amigos. Transcurrió año y medio durante el cual nació mi segundo hijo,
ahora niño, al que igualmente recibimos con júbilo. A ambos se les brindó
un inmenso cariño, sobre todo por su abuelita Marcelinita, quien asumió la
responsabilidad de su cuidado; siempre corría cuando lloraban, cuando había
que darles la alimentación, cuando se enfermaban. Así fue como llegó a vivir
a la casa, formando parte de la nueva familia, hasta que el abuelito Vidalito
se cansó de estar solo, pues se había quedado en el pueblo y dijo: “¡Se acabó!
Vean cómo cuidan a sus niños pues tu mamá se regresa para la casa!”, y mis
hijos se fueron a vivir con sus abuelitos por un año, tiempo en que fueron
extremadamente cuidados por sus tíos, al grado de considerarlos como hijos
propios. Nosotros, sus papás, los veíamos cada semana, por el trabajo de cada
uno. Como es de suponer pasamos a ser casi desconocidos para ellos, así que
tuvimos que regresarlos con nosotros a la casa; entonces necesitamos una
persona para cuidar a los niños, y afortunadamente como coincidencia, la tía
Lupita estudiaba arquitectura y la casa le quedaba a unas cuantas cuadras
de la Universidad, por lo cual nos brindó la oportunidad de contar con su
apoyo en este cuidado, estrechándose un cariño tan intenso con mis hijos,
que continuamente está presente en nuestros recuerdos. Así nos mantuvimos
unos años más, hasta que tuve que abandonar mi trabajo para dedicarme al
cuidado de mis hijos.
Esta convivencia fue muy satisfactoria, durante esa etapa aprendí el manejo de
la casa, llevar y traer niños a la escuela, a los talleres extra-clase que tomaban;
por las tardes nos salíamos al parque en bicicleta, a correr, a jugar básquetbol
y ocasionalmente hasta box con mi hijo. Los fines de semana llegábamos a
las ferias, a los caballitos, a los carros chocones, al trenecito, y casi siempre
regresábamos con algún juguetito de premio.
cuidado de mi hermana y mío, auxiliada por su hijo mayor, asimismo mis hijos
también participaban en esta labor. Con turnos de una semana cada quien,
sin importar si mis hijos se quedaban solos en casa, si había qué comer o si
contábamos con lo indispensable, pues ellos asistían a la escuela y sólo los
fines de semana me acompañaban, debido a que tenía que transportarme cada
semana durante dos horas de camino.
La mayoría del tiempo sin comer ni dormir más que a ratos, pues la inquietud
de mi papá era tal que casi no nos dejaba descansar durante el día. Una vez
que fue dado de alta lo llevamos a su casa y de la misma manera continuamos
con este ritmo, aunque para mí ya no eran dos horas de camino sino solamente
una. Ocurrió que al llegar el año 2000, el 17 de mayo falleció mi papacito y
a los seis meses, el 5 de noviembre, fallece mi mamacita. Este dolorosísimo
acontecimiento me hundió en la más profunda desesperación y tristeza, sólo
recuerdo las manitas de mis dos hijos abrazándome y dándonos apoyo mutuo,
así como para reafirmar nuestra unión pues ahora, como siempre, seguíamos
siendo la pequeña familia.
El vacío fue tal que para llenarlo empecé una búsqueda exhaustiva espiritual
y física. Ocasionalmente platicando con algunas compañeras de generación,
me invitaron a un Congreso Internacional de Enfermería y, sin pensarlo
mucho, me inscribí. Durante los tres días del evento, en las conversaciones
ellas comentaban estar efectuando la licenciatura, les pregunté si yo podía
acceder a ello, me indicaron que fuera a la Universidad. Faltando un día para
cerrarse las inscripciones logré que me permitieran hacer el examen. Con
el gran temor de no ser admitida, me llevé una grata sorpresa cuando me
hicieron la entrevista, me recibieron tan bien, me dieron muchos ánimos y
finalmente, cuando apareció la lista de ingreso recuperé la confianza en mí
misma al ser aceptada. Di gracias al cielo por abrirse este camino, pues aun
cuando ya no ejercía la profesión fue otra gran oportunidad para actualizarme.
Aquí también encontré una gran amiga, Geno, con quien compartí tristezas,
alegrías, carreras para la entrega de tareas, y el florecimiento de una hermosa
amistad. Traté de sobresalir, con mucha dificultad debido a que todas teníamos
Cuando sientes que tus acciones, tu sufrimientos y ¿por qué no?, tu felicidad
está llegando a la culminación, la vida te coloca nuevamente en otra encrucijada.
Para esta etapa ya mi hija había obtenido su titulo de licenciada en Relaciones
Internacionales, con una mención honorífica muy bien ganada, a pesar de lo
cual el trabajo era muy difícil de conseguir; ella decide entonces hacer una
maestría, iniciándola en Puebla pero no tan convencida con el plan de estudios,
de un momento a otro decide cambiar de ciudad... ¿A dónde?, a Monterrey y
La ciudad de Monterrey
Nunca nos imaginamos las cosas bellas que viviríamos cuando de pronto nos
encontramos inmersos en esta tan globalizada ciudad. Aquí encontramos
personas amables y no fue muy difícil la integración; sólo nos resultó difícil el
tráfico, conocer las grandes avenidas, adaptarnos al clima un tanto extremoso,
y a las distancias. Por supuesto, nada de esto fue obstáculo pues pensaba que
si estaba contenta y satisfecha con lo que tengo puedo vivir con simplicidad,
con libertad, con tranquilidad. Asimismo, aprovechar el tiempo ya que, si mi
trabajo de toda la vida me había enseñado a mantener esa base tan sólida
de familia, tendría que seguir manteniéndola en el lugar que fuera, porque
no debemos limitarnos solamente a tener cosas materiales sino a seguir
cultivando nuestra mente y nuestro espíritu, teniendo en cuenta lo que hay a
nuestro favor: la salud, tesoro invaluable. Entonces, ¿por qué no fortalecernos
para seguir enfrentándonos al mañana?
Tomando eso en cuenta cuando platicamos y leí la Biblia junto con mis hijos,
encontré un versículo muy adecuado a nuestra vida, una actitud que nos
fortalece, pues dice: “Iré a donde tú vayas, viviré donde tú vivas, tu pueblo será
mi pueblo y tu Dios será mi Dios...”
la familia que en esa ocasión se reunía para recibir a su nietecita Ana Isabel,
quien salía del hospital después de habérsele detectado un tumor canceroso
en el cerebro, diagnóstico tan fatal que me llevó a pensar si nosotros, con
una salud tan completa somos tan negativos, esta niñita de escasos siete años
luchaba con tanto ahínco por sobrellevar su enfermedad, ¿por qué yo no
podría recomponer una estabilidad familiar? Con este propósito, platicamos
mis hijos y yo de la necesidad de reencontrarnos con su papá y con su abuelita
Aurorita, así como con sus tías y tíos, con un resultado estupendo posterior a
los abrazos, lágrimas y promesas de seguir frecuentándonos, sin importar la
distancia.
Así sólo me queda disfrutar... digo DISFRUTAR, así con énfasis porque estoy
convencida de que la vida es bella a pesar de todos los tropiezos y fracasos que
son inherentes a nuestra condición humana. Dios en su infinita sabiduría nos
proveyó de fortaleza y coraje para superar hasta el más grande de nuestros
problemas. Que nunca, pero nunca, serán más grandes que nosotros mismos.
Como dijo Nelson Mandela: “Lo que tememos no es nuestra oscuridad, sino
nuestra luz”.
Como dice Antonio Maura: “Educar es adiestrar al hombre para hacer buen
uso de su vida, para vivir bien, así como para alcanzar su felicidad”.
Esto fue posible gracias a la maestra Paty Basave, a lo largo de este viaje tan
maravilloso que recorrimos juntas; asimismo la enorme sonrisa con la que
fui recibida y que siempre nos brindó durante el trayecto la licenciada Leticia
Hernández, todo auspiciado por la licenciada María Elena Chapa.
Mil gracias.
Recordar es vivir
por Colibrí
Mi papá fue muy apreciado por mis abuelitos maternos, ya que fueron
trabajadores en los talleres de Ferrocarriles. En una ocasión que mi papá
acompañó a casa a mi abuelito (quien perdió su pierna derecha en un accidente
de trabajo, y así permaneció 40 años hasta su jubilación), conoció a mamá. Se
Recuerdo muchos otros sucesos, como este agradable cuando, al regresar papá
de la ciudad de México a donde fue enviado en ese tiempo por la Vidriera
Monterrey, me trajo una muñeca de celuloide, porque de ese material eran
antes, con su vestidito tejido y gorrita rosa, pero mi hermano menor le estiró
al elástico y se rompió. También me trajo calzoncitos de seda de varios colores,
y a mí me gustaba barrer la calle y recoger la basura para que se me vieran.
Además nos trajo a todos cereales Maizoro y galletitas Ritz.
Jugaba con las amiguitas de la cuadra y era traviesa, pues me subía a la barda
de sillares que era el fondo de la casa para arrancar mezquites, y a la retama a
poner cáscaras de tuna para que se pegaran los mayates, a los que mi hermano
mayor les ponía un hilo para que volaran. Además, en esa retama nos puso un
columpio con mecates.
En cuarto año hice un trabajo manual de punto de cruz con estambre; fue una
canasta con frutas y un perico, que por cierto, tuve que ir con la profesora que
vivía cerca de la casa porque no me salía el pico del perico. De mi maestra
de quinto año, sólo recuerdo su apellido, Smith. En ese entonces, a la escuela
“León Guzmán” la iban a demoler, como sucedió luego y, por ese motivo, todo
el alumnado pasamos a la “Nuevo León”.
Estando en ese año de escuela fue cuando murió nuestro hermanito. Al entrar
al salón de clase teníamos que cantar el himno nacional y yo no pude, se
me hacía un nudo en la garganta. Terminé mi primaria en la “Nuevo León”,
habiendo sido mi maestra mi tía paterna, a quien yo le tuve mucho respeto.
Volviendo a la situación que se presentó por mi hermanito, mi papá anduvo
muy ocupado por gestionar todo lo que se requería y para colmo, había huelga
de teléfonos. Viendo yo a mi mamá muy sola y desconsolada, la abracé para
tranquilizarla.
Después, papá tuvo dos carretones de tracción animal. Uno de ellos lo manejaba
mi hermano y yo me iba con éste para visitar a los clientes al norponiente y me
compraba golosinas. En un comercio que se llamaba “El centavito”, un gatito
se subía al carretón porque yo le daba trocitos de chorizo seco. En cuanto al
otro carro lo traía papá de Juárez al poniente, partiendo de Aramberri. Yo
también me iba con él y el señor de la tienda me daba el dinero, porque decía
que yo era la tesorera.
Me acuerdo que papá me pedía una bolsa de papel para llevar a la casa pan que
costaba cuatro centavos y decía: “Vamos a llevar pan de a cuatro”. Mi hermano
mayor, con apenas 12 años, manejaba uno de esos carros pues papá lo soltaba,
y yo iba con él, a los nueve años. Regresábamos en la noche y, gracias a Dios,
nunca tuvimos ningún accidente feo.
Fuimos muy unidos mi hermano mayor y yo. Íbamos al mercado San Carlos
a comprar frutas y semillas a “El navegante”, un negocio que estaba por
Juárez, enfrente del mercado Colón que ya no existe. También íbamos al cine
Escobedo, que olía a aceite de pino, a ver series y las películas de Tarzán
porque a mí me gustaba mucho ver la selva. Saliendo del cine, ya en la noche,
comprábamos taquitos de “La fama nacional”, con sus chilitos en escabeche
y nos los servíamos en la casa al llegar. Fue un tiempo muy bonito para mí,
porque me gustaba acompañarlo. Siempre fue muy atento y amable conmigo.
Actualmente, ya es bisabuelo, con más de 50 años de casado y ya jubilado de
varios años; esporádicamente sigue acudiendo a la empresa en la que inició
a trabajar hace muchos años. Ya casado estudió y se graduó de contador
público.
Otros eventos que ocurrieron mientras papá tuvo sus carretones, es que
algunas veces yo andaba con él porque me gustaba ver que saludaba a la gente
y era amable con sus clientes. Estas actitudes de papá las vine comprendiendo
con el tiempo, de ahí mi apego a él. En una de las ocasiones, lo esperaba yo en el
carretón mientras atendía un cliente en una esquina cuando unos chamaquitos
prendieron un cohete y el caballo, asustado, giró hacia la izquierda de tal forma
que el coche quedó inclinado, ¡y que llega papá a bajarme, al mismo tiempo que
enderezaba el carro! Cada vez que recuerdo este incidente, me doy cuenta de
que papá nos demostraba su cariño con este tipo de acciones, porque ni él ni
mamá exteriorizaban sus sentimientos con abrazos o besos.
Otro suceso en ese tiempo pasó cuando salimos mi hermano mayor, otro menor
que yo y el pequeño que yo llevaba en brazos -el niño del que ya he hablado,
que con el tiempo murió-, pues resulta que por la calle a un costado de la
Una vez que crecí y me he acordado de todas estas situaciones, pienso que
fuimos muy chiquillos y andábamos haciendo trabajo de grandes, no obstante,
mis padres se veían siempre tranquilos cuando llegábamos a la casa.
Una vez que terminé la primaria entré a estudiar comercio y, al haber concluido,
me puse a trabajar. En esa empresa éramos empleados de oficina dos hombres
y cuatro mujeres, más el gerente, el contador y el administrador, que era un
alemán. Yo tenía entre 15 y 16 años. Con mi primer sueldo me compré un
abrigo y empecé a procurarle a mamá accesorios para la cocina, además, yo ya
cubría mis propios gastos. Estuve por tres años trabajando, en ese transcurso
me hice novia de un compañero. Nuestra relación duró un año y medio y nos
casamos por el civil y por la iglesia (en la de La Luz).
Siempre recordaré que me ofreció todo lo que pudo para la boda y hasta su
papá le dio ayuda económica. No obstante lo bien consolidado del compromiso,
al año yo tuve un mal parto con aborto espontáneo, desatándose una mala
interpretación de su parte, por lo que yo quedé muy dolida. Sin embargo,
un año más permanecimos juntos, pero yo ya no me sentía como al principio
ni con la misma confianza hacia el futuro. Tomé la decisión de separarme
legalmente y aunque él se oponía, yo lo hice, a pesar de que pensaba en el
ejemplo que iba a darles a mis hermanas, pues soy la mayor.
Un año duraron las gestiones, durante el cual, por medio del abogado me
estuvo pasando gastos. Yo ese tiempo me ocupaba en casa de mis padres
haciendo faenas y estudiando el diccionario, leyendo revistas como Romances y
Confidencias. Me gustaba leer los casos de vidas verdaderas, algunas personas
pedían consejo sobre sus problemas de vida. Yo contesté en dos diferentes
ocasiones y la revista Confidencias publicó mis escritos y me premió con
suscripciones por dos años. Mi seudónimo fue “Clarita”, el nombre de una
amiga a la que yo aprecié mucho, y más porque se le murió una hermanita
muy pequeñita.
Salía yo muy poco con mis amigas vecinas, porque no quería tener problemas
con mi esposo o con su familia, situación que no se presentó nunca. El abogado
me informó del término de la disolución y una de esas veces que no me había
levantado, papá me dijo: “Oye, hijita, ¿qué no te vas a levantar?”. De inmediato
le dije: “Sí, papá, ya voy”. Ya una vez liberada, me sentí confiada y empecé a
trabajar en una empresa de dulces. Estuve ahí por dos semanas porque busqué
un horario más amplio y lo conseguí, no sin antes haber avisado de mi salida.
En otra empresa trabajé por siete años, durante los cuales procuré también
complementar a mis padres con algunos muebles que les hacían falta, porque
ellos me recibieron muy bien. Esa ayuda que yo les daba fue espontánea
porque mamá nos decía que ellos eran felices como vivían, con mucha
sencillez. Estando yo en este trabajo entré a “Solidaridad Femenina” a estudiar
cuestiones culinarias y después a música, y me inscribí en la Universidad de
Nuevo León, en la que estuve sólo dos años.
Después de ocho años me casé de nuevo, de esa unión tuvimos seis hijos: tres
varones y tres mujeres. Nuestro hijo mayor murió hace 10 años, después de
una larga y angustiosa enfermedad que lo mantuvo en casa con nosotros por
14 años. Tengo un recuerdo hermoso de él cuando pequeño, porque me llega
a la cocina con un niño bolerito y me dice: “Mamá, ¿le das de comer?”, a lo
que yo asentí y él lo acompañó en la mesa. Hoy, de no haber aceptado, por
pretensión de mi parte, me estuviera doliendo en el alma, pues cómo podía
saber que mi hijo dejaría de existir con los años. Se graduó al igual que sus
hermanos y hermanas en escuelas públicas, sólo una hija hizo estudios en el
CEDIM. Este gesto de bondad de mi hijo y otros más, pero con más edad, a
los que nunca me opuse, me han hecho comprender mi afinidad con él.
Debo confesar que durante el transcurso de estos años hubo problemas por lo
económico, por enfermedades, nulos paseos, falta de comunicación, no por los
hijos. Hace muchos años, aproximadamente 30, padecí una neurosis agregada
a un estado menopáusico, de acuerdo al diagnóstico de la doctora Barragán,
que me atendió en su tiempo. Por esta última causa hubo ausencia con mis
hijos; aunque nos veíamos regularmente, de todas formas no estábamos
juntos. Fue un tiempo largo, con mucha soledad y angustias para todos, pues
estaban muy pequeños. Mi hijo mayor contaba con 12 años. Gracias a Dios,
esa etapa pasó y consciente soy de que haya quedado en ellos una herida moral
por esta situación muy ajena a mi voluntad y que también sufrí mucho. Casi
nunca se ha comentado este suceso de nuestras vidas; sin embargo, no todos
actualmente tienen pláticas con terapeuta, a fin de encontrar su bienestar e
irradiarlo a quienes más quieren.
Tengo tres yernos y siete nietos: dos varones de nueve y cuatro años de edad,
y cinco mujercitas de 12, nueve y siete años. Me sorprende sentir una calma
interior, lo cual atribuyo en mucho al estudio del desarrollo humano muy
atinadamente expuesto por la linda persona que es la licenciada Basave, sin
más interés de su parte que el de nuestro aprendizaje en el curso.
Redescubriéndome mamá
por Cenzontle
¿Cómo empezar si tengo tantas cosas en mi mente? Quisiera que esto que
estoy plasmando no sea sólo un desahogo para mí, sino algo que cuando otra
mujer lo tenga entre sus manos pueda darse cuenta cuán valiosa es y que, a
pesar de todo lo que esté viviendo, por más terrible que sea lo que le pase, no
hay nada que ella no pueda cambiar. Que se dé cuenta de que la fuerza está
dentro de ella y que no hay imposibles, sólo tiene que decidirse.
Quiero empezar contando que hace dos años alguien llegó a mi vida a
despertarme, pues me encontraba en una especie de letargo en el que me había
quedado, ya que al divorciarme hace 15 años sólo me había dedicado a ser
madre, a sacar adelante a mis hijos, mi casa y a resolver la difícil situación
económica en la que me había quedado, pues había muchas deudas de por
medio.
Para mí fue un nuevo despertar o un reencuentro con alguien que ahí estaba
pero que no se había tomado el tiempo de pensar en ella misma por estar
pensando en los demás, hasta que lo encontré. Siento que no sólo yo salí
ganando con esta amistad, sino que también él necesitaba darse cuenta de que
es una persona valiosa y muy especial, que no es sólo un proveedor como creo
que a veces él se sentía en su casa y creo que de alguna forma yo también lo
ayudé a revalorarse y a darse cuenta de cuán importante es.
A veces me pongo a pensar por qué se acercó a mí, cuál fue realmente el
motivo. No lo sé. Puede ser que fuera vanidad o sentirse conquistador y quiso
tener solamente una aventura, pero quiero pensar que realmente fue otra cosa
lo que le llamó la atención de mí. Cuando yo le pregunté qué le había llamado
la atención, me respondió: “Tres cosas, la primera, tu plática; la segunda, tu
labor altruista, porque siempre piensas en los demás y la tercera, tu persona
me fascinó”. Fue algo muy hermoso pensar que alguien pudiera fijarse en mí
a pesar de mis años; él me hizo darme cuenta de que tengo derecho a ser feliz,
que ya dediqué mucho tiempo a mis hijos y que ahora me toca disfrutar un
poco la vida.
Soy la octava de una familia de siete hermanas y dos hermanos. Fui una niña
feliz, aunque no tuve la atención de mis padres, sobre todo me faltó la de mi
madre; quiero comprenderla y pensar que no fue falta de amor hacia mí lo
que hizo que ella no se preocupara, sino que estaba muy cansada de atender
a muchos hijos, uno tras otro, así que no tenía tiempo ni de respirar, y mis
hermanas más pequeñas y yo pasamos desapercibidas por su vida. Soy una
persona muy sensible y cariñosa, lo que más añoraba era que mi mamá me
besara y me abrazara, cosa que nunca hizo. Por el contrario, mi padre sí era
cariñoso conmigo, por él aprendí a amar tiernamente, aprendí a relacionarme
con la naturaleza, pues ellos vendían plantas de ornato, pájaros y peces. Fue en
ese tiempo en el que descubrí cuántas cosas hermosas existen en el mundo; mi
padre era muy tierno, siempre estaba en mi cabecera cuando estaba enferma
y me daba de comer cuando no quería alimentarme. A pesar de todo fui una
niña feliz, muy inquieta y marota, para mí no había obstáculos: me trepaba a
los árboles a los cuatro años de edad; me descalabré tres veces en mi vida, me
enterré infinidad de clavos en los pies y un pico de una reja en la axila, pero
nada de eso impedía que yo siguiera adelante para conseguir lo que quería.
Sé que fui una niña muy enfermiza de chiquita, dos veces me quedé ciega
aunque las causas no las recuerdo, sólo sé que mi papá siempre estaba ahí para
cuidarme. Cuando llegó la adolescencia, para mi madre no era importante el
que nosotras las mujeres estudiáramos y a las cuatro hijas más pequeñas sólo
nos dio la primaria. Lo único importante, decía ella era que supiéramos las
labores de la casa, pues si estábamos bien preparadas para eso, nos casaríamos
y no nos devolvería el marido.
Como no nos dejaban tener amigas ni salir de la casa, solamente a misa los
domingos, entonces los únicos candidatos posibles para nosotras eran los
amigos de mi hermano, los cuales eran iguales que él: presumidos, arrogantes
y creídos, pero no había otra opción. Uno de ellos, cuando yo tenía 15 años,
empezó a fijarse en mí. A mí también me “movió el tapete” con sus detalles y
así empezamos a ser novios. A los cinco meses de novios me dio el anillo de
compromiso y pidió mi mano, a lo cual mi padre dijo que no, pues él era un
junior que no trabajaba y no sabía de responsabilidades y yo estaba muy chica,
así seguimos de novios.
Yo me fui a vivir entonces con su abuela y al mes nos casamos por la iglesia.
Su mamá nunca me quiso, y me quedó claro desde el principio, cuando fui a
escoger mi vestido de novia, que ella tenía que pagar, pues para mi sorpresa
cuando fui a recogerlo no era el que yo había elegido, sino por decisión de mi
suegra, me entregaron otro que habían devuelto y estaba en oferta. Luego, yo
hice mi ramo de flores de rosas blancas y lo guardé en el refrigerador de su
casa, pero al día siguiente cuanto me dieron mi ramo, era de flores elisas, pues
a mi suegra no le había gustado el que había yo hecho e hizo uno a su gusto.
Así que para mí, mi boda no fue tan hermosa como la había soñado pues había
demasiada tensión.
Me fui a mi gran luna de miel a Saltillo, al hotel Camino Real. Nos casamos
el 8 de mayo y al día siguiente en la mañana muy temprano ya estaban dos de
sus mejores amigos tocando para que nos fuéramos al rancho de uno de ellos,
que estaba en la sierra de Arteaga, así que ahí pasamos todo el día atrapados
en el cerro. Al día siguiente era 10 de mayo y él me dijo: “Mi mamá está sola,
vámonos a Monterrey”, y nos regresamos para estar con ella... ¡esa fue mi
grandiosa luna de miel!
Nos fuimos a vivir a la casa de su papá en Santa Catarina, que por ese entonces
estaba en despoblado; yo casi no iba a mi casa pues mi marido no quería que
fuéramos; y ahí empecé a ver una transformación en mi vida ya que él se
encargaba de devaluarme cada vez que podía delante de su familia, pues si yo
quería participar en alguna conversación, él se encargaba de hacerme sentir
mal, volteaba y me decía: “Tú cállate, tú no sabes nada”. De tanto repetírmelo,
me dije: ”Sí, él tiene razón, ellos tienen estudios, carrera, y yo no”, y entonces
yo ya no podía hablar en su casa.
Él era demasiado celoso, tanto, que siempre estaba haciendo bronca con
todo aquel que me volteaba a ver. Poco después me embaracé, pero a los dos
meses perdí a mi bebé; no obstante, al mes siguiente ya estaba nuevamente
embarazada.
me quería mucho y yo me lo creía. En ese tiempo me sentía tan poca cosa que
pensaba no tener derecho a que alguien me quisiera, pues me había convencido
de que yo no valía nada, así me lo había hecho creer con tantas veces que me
había callado delante de toda su familia.
El colmo fue cuando hipotecó mi casa, me dejó deudas por todos lados, pues
ya no trabajaba, así que yo iba a perder mi casa, la cual era una herencia de
mi madre. Entonces fui a hacer una reestructuración al banco, triplicándose
mi deuda, pero puede convertirla en una casa de asistencia y me puse a hacer
comidas para oficinas. Con gran esfuerzo, hacía 40 comidas diarias que mis
hijos llevaban a las oficinas y él sólo se la pasaba sentado, comiendo y viendo
televisión.
Hasta que un día muy determinada le dije: “Si no me das, no me quites” y decidí
terminar mi matrimonio después de muchas dificultades porque él no quería
salirse de la casa, hasta que con fuerza pública lo desalojaron. Me divorcié y
después de un año tuve un problema de una hernia de disco que me tenían que
operar y entonces él nuevamente me convenció de que iba a necesitar ayuda
para atender el negocio y a los muchachos, y que él podía venir a ayudar,
yo le creí y nuevamente volvió. Después de una semana de operada, estuvo
haciendo todo perfectamente, pero después de eso nuevamente volvió a ser
el mismo: me agredía verbalmente, aunque sólo cuando no estaban mis hijos
presentes.
Al pedirle que se fuera de la casa, me dijo: “Pues a ver ahora cómo le haces,
porque yo ahora no me salgo”, y nuevamente tuve que recurrir a la autoridad.
A los dos años de haberme operado, nuevamente los dolores empezaron a ser
insoportables; estuve un año en tratamiento, después el médico me dijo que
De todas estas adversidades yo aprendí que todo ha sido para bien, pues con
todo esto que pasó pude darme cuenta cuán unidos están mis hijos conmigo,
cómo maduraron y de la gran cantidad de amistades que tengo, amigos
que estuvieron conmigo, apoyándome mejor que mis propios hermanos.
Mis amistades me ayudaron no sólo para la reconstrucción de mi casa sino
también emocionalmente. Más tarde se casaron mis hijos y me dediqué a
cuidar a mi madre. Al morir ella, yo ya había conocido a esta persona que
me hizo despertar como mujer. Él me hizo ver que tenía que dedicarme a
pensar en mí y entonces fue cuando entré en este diplomado de Tejedoras,
el cual agradezco a la licenciada María Elena Chapa y a la maestra Patricia
Basave Benítez, por haberlo realizado, pues he podido aprender a enfrentar las
situaciones y así a resolver problemas aunque sean dolorosos, asimismo tuve
la gran oportunidad de conocer y convivir con mis compañeras, de quienes he
aprendido muchas cosas.
Quiero añadir sólo este pensamiento: “Aunque no veas la luz, por más oscuro
que se encuentre, ten la certeza de que siempre habrá un nuevo amanecer”.
Requiere tiempo
por Zorzal
Hoy, me detuve por unos minutos, los que se convirtieron en horas por las
cuales me introduje en una nave imaginaria para viajar en el tiempo; debo
confesar que no fue fácil, ya que muchos recuerdos estaban guardados en
el archivo muerto de mi memoria por mi propia decisión, y es así como se
quedarán pues ya no influyen en mi avance personal, menos intelectual. Pero
ante este predicamento, repito, voy a hacer referencia a algunas cosas acerca
de mi persona y a tratar de narrar algunos sucesos importantes.
Me gusta tener amigas, por fortuna las tengo y me agrada mucho que ellas me
tomen en cuenta para compartirme inquietudes o estados de ánimo, yo también
encuentro en ellas ese apoyo que necesito cuando de pronto me asaltan los
malos ratos o me invade la prisa por llevar a cabo mis planes a futuro. Soy
feminista de hueso colorado, y además me enfurecen las injusticias en contra
del desvalido. Practico el yoga como forma de mantenerme sana, éste me lleva
a estados de paz interior cuando mi mente, mi cuerpo y mi espíritu están en
comunión, tan necesaria en todo ser humano, entonces logro entrar en esa
armonía (que a veces suele ser invadida por energías negativas) con todo lo
que me rodea.
Transito por la mejor etapa de mi vida. Me considero una mujer alegre, que
ama la vida, que sueña. Siento que la vida me fue llevando a encontrarme
con mujeres similares (a las que también catalogo como almas gemelas), soy
muy franca, espontánea, tal vez eso incomode a más de uno, pero no a mí.
Físicamente soy de piel blanca, un poco (sólo un poco) arrugada, creo que es
porque gesticulo mucho cuando platico, además de las largas horas que me
gusta pasar tomando el sol. Soy bajita de estatura (hablo sólo del físico), tengo
ojos claros (me vienen de familia) y en general me considero una mujer plena
y feliz.
Tenía un buen trabajo, muchos amigos, juventud, ganas de vivir pero, a pesar
de eso, sentía que algo me faltaba. En mi interior, (como toda mujer) soñaba
con casarme y pensaba que al hacerlo tendría por fin una familia estable, un
lugar al que consideraría mío, que esto me iba a dar un sentido de pertenencia,
pero como siempre fui muy criticada por ser tan independiente, decidida,
franca y por la poca experiencia que tenía a esa edad, pensé que al casarme
sería conveniente cambiar...y así fue, me casé llena de ilusiones. Dejé de
trabajar y me dediqué sólo a mi hogar. Me convertí en una estupenda ama
de casa, aprendí a cocinar y a hornear, además me gustaba mucho y se me
facilitaba, aparte, como no tenía mucho qué hacer pues mi primer bebé llegó
hasta después de dos años de casada, me volví una obsesiva con la limpieza y
me la pasaba limpiando mi pequeño departamento, eso era todo lo que llenaba
mi día.
Con el tiempo, fui comprendiendo que vivir implica tomar riesgos y decisiones.
Una vez, alguien a quien quiero mucho, después de escuchar mis quejas de
víctima, me dijo: “Sólo en ti está la solución, tú decides; acepta la situación
por la que estás pasando y enfréntala, si no, te daña a ti misma y a los que te
rodean; cambia las condiciones si se pueden cambiar, o vete si es demasiado
el daño o el peligro para todos”. Increíblemente se me abrió un panorama así
que saqué del clóset mi lanza, mi armadura y mi escudo y me lancé a la lucha.
Fue ahí donde decidí que desde ese momento en adelante sería mujer y madre
guerrera, sentía que estaba en deuda con mis hijos y conmigo misma por mi
cobardía de tantos años, por mi pasividad, por haber perdido mi identidad
desde hacía tanto tiempo, por haberlos expuesto a ellos y por olvidarme de mí.
Así, poco a poco, con mucho esfuerzo y dedicación, trabajando primero en mí
misma, recuperándome, entendiéndome para poder entender lo que pasaba a
mi alrededor y poder llegar al punto del porqué actuamos como actuamos; fui
tomando decisiones importantes: elaboré un plan de ataque y decidí llevarlo a
cabo, pasara lo que pasara, y después de algún tiempo pasó algo positivo...todo
empezó a cambiar. Fui adquiriendo más seguridad en mí misma, pude ver con
más claridad las aldabas de esas puertas que yo creía estaban cerradas para mí;
se ampliaron mis horizontes y cambiaron algunas de mis expectativas.
Fui guerrera por mucho tiempo, sin embargo, en estos momentos me he dado
cuenta de que esa batalla ha terminado, que debo bajar mi escudo y mi lanza,
deshacerme de mi armadura y revestirme de una mujer nueva, una mujer que
es capaz de transformar su entorno con sueños al alcance de su mano... “Hay
tantas cosas por hacer todavía”, me dije, “has ganado una batalla, pero aún te
falta luchar por tus propósitos personales”.
Hoy por hoy, mi marido y yo llevamos una buena relación. Como en todas
las parejas, hemos tenido altas y bajas, pero continuamos juntos bajo las
normas del respeto mutuo, al derecho de cada uno como individuo; hemos
aprendido a divertirnos, a reír, a compartir, a luchar por sueños en común, a
disfrutar y amar cada día más a nuestros hijos, a gozar a nuestro nieto con
tranquilidad y a sobrellevar las adversidades que a todos como humanos se
nos van presentando.
Doy gracias a Dios por habernos permitido a mí, a mis hijos y a mi marido,
encontrar las herramientas necesarias con las que trabajamos día a día para
mejorar nuestra vida; para algunos de nosotros fue difícil pero no imposible,
fue más bien un gran logro. No somos una familia perfecta, somos una familia
normal, con el valor y el amor para trabajar cada día por ser mejores.
A pesar de todo lo que batallé para narrar mi historia, por supuesto que no
puedo dejar pasar por alto lo importante que fue para mí tomar el diplomado
Tejedoras de historias; aunque por razones de trabajo no pude ser tan
constante como me hubiera gustado en las sesiones semanales, quiero aclarar
que todas las experiencias que viví fueron muy productivas para continuar
A través del diplomado me fui dando cuenta de todo lo que había logrado en
el transcurso de mi vida, aún con sus tropiezos no estuve tan errada en mis
determinaciones, ya que hoy siento que con todo lo que obtuve a mi favor,
vivo día a día en paz y en esa armonía que tanto esperé, que mi lucha no
fue en vano y que, por lo tanto —como nos enseñaron en Tejedoras— soy
autora, protagonista y agente de cambio. Por el diplomado, también aprendí
que la crisis crea una oportunidad cuando la sabemos visualizar como tal;
que no existe nadie más que una misma para llevar el liderazgo de esta gran
empresa que es vivir, y comprendí también que el cambio que quiero para el
mundo debe comenzar en mí misma. Reviví momentos difíciles que estaban
tan guardados y, al ir en retrospectiva, eso me ayudó a cerrar ciclos que se me
habían quedado pendientes. Afronté con más serenidad mi responsabilidad
al haber complacido a mi madre, que me anticipaba continuamente: “Juana
Gallo, algún día te van a romper la boca para que aprendas a callarte”...hoy
me causa gracia esa expresión, tanto, que un día me tomé una foto al lado de
la pintura de la verdadera Juana Gallo, no para olvidar, sino para recordarme
con orgullo la que verdaderamente soy.
Doy gracias también a mi familia por ser mi familia, sé que existe mucho amor
entre todos nosotros, no lo decimos muy seguido pero lo demostramos en
cada obra, en la solidaridad que demostramos cuando algún miembro está en
problemas, en el respeto que nos tenemos y en la aceptación.
En cuanto a mí, siento que aún me queda mucho por hacer, me considero muy
activa (dicen mis hijos que “preocupona”, yo digo que muy efusiva e intensa
para hablar y expresar lo que estoy sintiendo en ese momento). Me gusta
mucho aprender, también trabajar por la equidad, porque este mundo sea
mejor cada día; soy de la idea de que estar en este mundo no significa que
sea del todo mío y que puedo hacer lo que quiera con él, así que lucho día
a día por aportar lo que está a mi alcance para al menos dejarlo, en lo que
a mí concierne, un poco mejor...(qué bueno sería que todos los adultos en
la actualidad consideráramos que con nuestro granito de arena podríamos
formar nuevos y cristalinos océanos para dejarlos limpios a los que vienen
tras nosotros).
Espero ver crecer a la familia, ver a mis hijos casados, conocer a todos los
nietos y verlos crecer, amarlos, gozarlos y dejar en ellos el mucho o poco
conocimiento que he adquirido durante el tiempo que Dios me ha concedido
vivir. Por último, me gustaría citar un verso que leí en alguna ocasión y me
encantó:
“Cada día que vivo me convenzo más de que el desperdicio de la vida está en
el amor que no damos, en las fuerzas que no usamos, en la prudencia egoísta
que nada arriesga y que, esquivándose del sufrimiento, hace perder también
la felicidad”.
Mi papá era muy bueno pero muy estricto, jamás nos maltrató pero tampoco
era muy cariñoso, era serio, no le gustaban las demostraciones de amor, era
muy trabajador, no tenía vicios, en la casa nunca lo escuchamos decir una mala
palabra y todos lo teníamos prohibido. Mi abuela, que era maestra, lo educó de
una manera muy estricta también, al quedarse viuda muy joven, mi papá tenía
cinco años cuando mi abuelo se fue a la revolución y no regresó, mi abuela se
quedó sola con dos hijos, mi papá y una hermanita que también murió muy
joven de un tumor en la cabeza. Creo que estos dos hechos hicieron que su
carácter fuera muy duro y a pesar de que vivimos siempre con ella, nunca nos
demostró su cariño, era muy celosa y posesiva con mi papá y por lo mismo,
hizo sufrir a mi mamá por muchos años. Mi papá, como único hijo, nunca la
quiso dejar sola, hasta que a sus 85 años murió después de haber perdido sus
facultades mentales. De hecho, yo fui la encargada de atenderla y cuidarla
hasta sus últimos días, desgraciadamente nunca la disfrutamos, como abuela
no nos dio esa oportunidad, sólo con mi hermano fue diferente, a él sí le
demostraba su cariño.
Mi papá era un hombre muy sencillo, y a pesar de que vivíamos bien, era muy
cuidadoso con su dinero, siempre estaba pensando en el futuro, en su vejez,
y gracias a eso se pudieron solventar los gastos de su larga enfermedad, el
Alzheimer que sufrió durante cinco años, de los cuales, fue la persona más
cuidada por mi mamá, dos enfermeras y nosotros sus hijos que nos turnábamos
para cuidarlo y aprovechando que era como un bebé, pudimos demostrarle
entonces todo nuestro cariño sin que nos rechazara; pero fue muy triste verlo
consumirse poco a poco, después de haber sido un hombre tan sano y fuerte
que jamás pisó un hospital.
A él lo que más le gustaba era viajar, recuerdo que desde niños una o dos veces
al año nos llevaba de viaje, nos subía a todos al carro y nos íbamos a recorrer
diferentes lugares de la República, en plan económico y entre pleitos y regaños,
todos amontonados, pero felices, conocimos muchos estados. Reconozco que a
pesar de que nos dio una buena educación en buenos colegios, era de la idea muy
conservadora de que las mujeres no necesitaban una carrera profesional para
defenderse, sólo estudiamos el secretariado para poder trabajar y si queríamos
estudiar una carrera, debíamos pagarla nosotras mismas. Sólo mi hermana la
menor estudió para maestra y después hizo la licenciatura estando ya casada;
mis otras hermanas comenzaron a trabajar muy jóvenes, saliendo del colegio,
a excepción de mi hermana mayor que se casó el día que cumplió los 15 años,
totalmente enamorada de un hombre 11 años mayor que ella, que vivía frente
a nuestra casa y la fue conquistando con cartitas y poemas, todo un romance
de telenovela, y después de 25 años de casados, siete hijos y nietos, un buen
día él se fue y no volvió y mi hermana tuvo que enfrentar sola sus problemas
y sacó adelante a sus hijos formando una bonita familia con muchos nietos y
bisnietos. No fue fácil para ella, sufrió mucho, yo la admiro por su fortaleza.
Mi hermano también está divorciado desde hace varios años y no siempre
fue un “angelito”, tiene una relación muy estrecha con sus hijos, los apoya en
todo y aún después de haber pasado por situaciones difíciles, han logrado salir
adelante. Mi reconocimiento para mi cuñada, una gran mujer que se empeñó
en hacer de ellos unos jóvenes muy preparados e independientes, pues para
nosotros, que la queremos mucho, sigue siendo parte de la familia. Igualmente
cada una de mis hermanas formaron su propia familia, la mayoría con hijos
profesionistas, muy responsables y que a su vez están creando una nueva
generación. Es increíble cómo va dando frutos nuestro árbol genealógico, con
una gran diversidad de caracteres, actualmente somos más de 80 y como decía
mi mamá: “Todo por decirle que sí a tu papá”.
En mi caso cuando salí del colegio, mi papá decidió que yo me quedaría en la casa
para ayudarle a él en sus negocios de compra-venta de terrenos, cosa que hacía
aparte de su trabajo, también ayudaría a mi mamá en el cuidado de la casa. Así
pasé varios años, pero yo estaba ansiosa de aprender tantas cosas, soñaba con
ser pianista, bailarina, deportista, todo lo que se me ocurría y estudié piano,
guitarra, danza, cocina, inglés, corte, y toda clase de manualidades, no todo al
mismo tiempo, claro. Lo malo es que nada lo terminaba y al rato me aburría e
inventaba otra cosa. Fui muy inconstante, muy inquieta hasta que uno de mis
cuñados, periodista, me ofreció trabajar en un periódico de la localidad como
cronista de sociales y yo acepté porque siempre me ha gustado escribir y ahí
me enseñaron redacción. Antes no exigían la carrera de comunicación, sólo
que supieras escribir a máquina, eso era suficiente.
Esto me sirvió mucho para cambiar mi carácter, porque tenía que tratar con
mucha gente al cubrir los diferentes eventos sociales, estuve ahí tres años y
medio y después varios meses en una radiodifusora redactando los noticieros.
En mi adolescencia yo no era muy sociable, sino más bien temerosa, me movía
en un círculo muy estrecho de amistades, sólo las amigas del barrio en donde
vivíamos, además a mí no me gustaba salir a la plaza o a otros paseos que
se acostumbraban entonces. Yo prefería irme al rancho, en donde pasábamos
largas temporadas, me gustaba montar a caballo, andar en bicicleta, nadar,
patinar, me gustaban todos los deportes y los disfrutaba, todavía conservo
cicatrices de mis caídas, tengo hermosos recuerdos de esos tiempos, y aunque
todos los primos vivían fuera, convivíamos mucho con mis primas que vivían
en McAllen, ahí me pasaba mucho tiempo con ellas y nos queremos mucho.
Así pasé mi infancia, mi adolescencia y parte de mi juventud con mis hermanos
que, aunque hayamos tenido desacuerdos pasajeros, como en toda familia
numerosa, al irnos casando unos y otros nos respetamos más y nos queremos
y llevamos muy bien, sólo una de mis hermanas creció llena de complejos
que la afectaron emocionalmente, se distanció de nosotros hace cuatro años y
desde que mi madre cayó en cama, se desligó completamente del compromiso
de cuidarla y apoyarla económicamente, como lo hicimos todos, con muchos
sacrificios, y ella que está en un nivel económico muy superior no quiso saber
nada, ni siquiera asistió al funeral, creo que su conciencia no se lo permitió.
Inconscientemente he estado postergando el momento de hablar de mi madre,
porque hoy que estoy comenzando a escribir esta historia, cumple 11 días de
haberse ido de nuestro lado y tengo grabado en mi mente el doloroso momento
de su partida, que aunque tuvo una muerte tranquila y rodeada de casi todos
sus hijos y nietos, fue una experiencia muy fuerte, muy triste para todos, a
pesar de que sabíamos que estaba sufriendo mucho por su larga enfermedad
y por sus 94 años de edad, dentro de nuestro egoísmo no queríamos que nos
dejara. De hecho, ya estábamos acostumbrados a cuidarla entre todos desde
que mi papá murió, hace más de 15 años. Yo tenía más de tres años de pasarme
todos los fines de semana con ella y ahora la extraño mucho; vi morir a mi
abuela, vi morir a mi padre, pero en esta ocasión fue mucho más doloroso,
y aunque la atendimos y cuidamos siempre, siento que podía haberle dado
más de mi tiempo, haberle demostrado más mi cariño, mi agradecimiento,
desgraciadamente siempre valoramos más a las personas cuando ya no las
tenemos.
cuando nos reunimos todos, nos ponemos a recordar todos los poemas que
aprendimos y a la mayoría de la familia nos da por escribirlos, al igual que
algunos de los nietos y lo hacen muy bien, y como dice el refrán “de poetas y
locos, todos tenemos un poco”. Aquí sí es válido y muy divertido pues varias
de mis sobrinas también tocan el piano y lo hacían con mi mamá a cuatro
manos, hasta que ella comenzó a perder la vista y el pulso, pues tenía mal de
Parkinson.
Recuerdo que yo fui de las más traviesas y mi mamá decía que así era ella,
pero cuando la hacíamos enojar de verdad y nos quería dar un pellizco o
nalgada o de plano agarraba el cinto, corríamos a subirnos a los árboles y así
nos escapábamos del castigo. Realmente nunca nos golpearon y a veces sí se
ameritaba, recuerdo que me gustaba hacer llorar a mi hermana menor, porque
estaba muy chiflada con mi mamá y yo por llamar la atención, por celos creo,
me desquitaba maltratando sus muñecas que ella cuidaba tanto. Acepto que
fui tremenda, lo bueno es que mi hermana me perdonaba, como somos las más
chicas, estamos muy unidas. Pero en algún tiempo en mi interior yo me sentía
menos, llegué a pensar si no sería adoptada (claro que no, porque todos nos
parecemos y después de cuatro hijos era imposible) pero yo le cuestionaba a mi
mamá que porque todas tenían fotos de estudio del año de vida y de la Primera
Comunión y yo no, todos estaban en el Seguro Social, menos yo, se olvidaron
de mí, eso me hacía pensar que no me querían, porque no me habían tomado
en cuenta, ¿está raro, no? y hasta la fecha no me gusta que me tomen fotos.
Muchas veces las he destruido, aparte que no soy fotogénica... claro, no puedo
salir mejor de lo que estoy, o no me acepto como soy; pero sí, en mi adolescencia
me sentía la más fea, la más gorda, con mis eternos complejos de inferioridad,
y creo que por eso me la pasaba dándole la contra a todo mundo, para sentirme
importante y llamar la atención. Y como en ese tiempo yo era la única que
no trabajaba y aunque mi papá me daba para mis gastos, no podía andar bien
vestida como mis hermanas que podían comprarse lo que querían y eso me
hacía sentirme menos, porque tenía que andar pidiéndoles cosas prestadas.
Una de mis hermanas cuando se enojaba conmigo me decía que yo era la
sirvienta, no podía ponerme nada de ella porque se hacía un escándalo y, claro,
mamá la defendía a ella y yo buscaba la manera de vengarme escondiéndole
sus cosas, así nos pasamos varios años hasta que ella se casó y todo cambió,
el resentimiento se volvió respeto. Ahora pienso que le di muchos dolores de
cabeza a mi mamá, por mi rebeldía en esa edad difícil.
Así conocí a mi marido, que era hermano de una de mis amigas, además mi
papá conocía muy bien a su familia ya que eran contratistas y los apreciaba
mucho. Así pasó algún tiempo, sólo nos veíamos de lejos, se veía tan serio,
tan formal, tan pulcro, que me llamó la atención y poco a poco comenzamos a
tratarnos, nos encontrábamos en las fiestas del pueblo, me invitaba a bailar, y
con todo el temor que me inspiraba mi hermano que nunca me había dejado
tener novio a mis 20 años, todavía nos cuidaba como si tuviéramos 15. Él
siempre nos acompañaba a los bailes y se paraba atrás de nosotras, alto y
fornido como es, pues nadie se animaba a invitarnos o de plano tenían que
hablar con él primero, pero yo me aventé y acepté bailar la primera vez que
me invitó. Después nos hicimos novios a escondidas porque yo sabía que mi
hermano no lo iba a aceptar, ni daría el visto bueno para que lo aceptaran
también mis papás. Pero claro, en un pueblo tan pequeño y tan comunicativo
como era entonces, como a los tres meses me descubrió y ardió Troya, me
dijo que qué pensaba, que si estaba loca, qué futuro podía tener, etcétera, pero
mi papá me defendió y mi mamá y mi hermano tuvieron que aceptar nuestra
relación. Mi hermano dejó de hablarme, mi mamá nunca lo quiso conocer
hasta después que fue a pedirme para casarnos, tres años después, decía que
se le revolvía el estómago con sólo verlo, de coraje yo creo, porque tan feo
no era. Y así pasé mi noviazgo entre regaños y malas caras, pero a mí no
me importaba, yo estaba enamorada y era feliz y por más obstáculos que me
pusieron y cosas que me ofrecieron, como un viaje a Europa por casi un mes,
con la intención de que lo olvidara, yo seguía firme.
Los primeros años de mi vida de casada fueron felices, si algo bueno tiene
mi marido es que es muy trabajador y nunca nos faltó nada y con el tiempo
cambió de trabajo y fue mejorando poco a poco. Yo me embaracé pronto,
antes del año nació nuestro primer hijo, las relaciones con mi familia fueron
cambiando y tengo que decir que mi marido se ganó el cariño de mi madre,
después era con nosotros con quien salía de viaje y se paseaba, convivíamos
mucho y lo trataba muy bien, y a pesar de nuestros problemas nunca dejó de
hacerlo, se apreciaban y se respetaban mutuamente. A los dos años mi papá
nos construyó una casa dentro del terreno de la suya que era muy grande,
nos comunicábamos por los patios, al igual que mi hermano construyó la
suya al casarse, así es que mis hijos y los de mi hermano nacieron y crecieron
ahí, conviviendo con sus abuelitos, y fueron años felices. Al año y medio nació
mi segundo hijo, y ya no pude tener más, pues sufrí tres abortos después por
diferentes problemas y ya no me pude volver a embarazar. Yo me dediqué a
mis hijos por completo, mi esposo nunca se involucró en su educación, sólo se
dedicaba a trabajar, aparentemente nunca tuvo tiempo de jugar con ellos, ni de
regañarlos al menos cuando se portaban mal, toda la tarea fue mía y muchas
veces le pedí que conviviera más con ellos, sobre todo porque son hombres y a
él le correspondía estar más cerca de ellos. Pero así es su carácter y nunca fue
cariñoso, él sólo pensaba en las mujeres, según me enteré muy pronto.
o era muy bueno en la cama o suelto en el bolsillo, yo creo que ambas cosas
porque al final lo dejaron en la calle. Así pasaron algunos días hasta que una
noche, triste noche que llevo grabada en mi memoria aún después de tantos
años, me llaman y me dicen: “Hola, si quieres ver a tu marido con la otra,
están ahorita en tal restaurante, cenando juntos”— eran como las 9 de la
noche, estaba lloviendo fuerte, pero no lo pensé mucho—, me dije: “Ahora es la
oportunidad que estaba esperando”, y aunque con la preocupación de dejar por
un rato solos a mis hijos, a pesar de que ya no eran unos bebés nunca lo hacía,
los dejé ya acostados viendo la televisión, sabiendo que puesto que llovía no
se podían salir; sólo les dije que iba a traer un mandado a la farmacia, que no
me tardaba. Me subí a la camioneta y temiendo encontrarme con la realidad y
con la esperanza de que fuera una mentira, me fui directamente al mencionado
restaurante, estuve pensando qué hacer, no me podía esperar mucho tiempo,
así es que me armé de valor, me bajé y me asomé primero por las ventanas a
ver si los veía (si alguien me vio pensó de seguro que estaba loca), y sí, justo
ahí estaban sentados, frente a una ventana, respiré profundo, entré y me les
planté enfrente (lógicamente que se quedaron pasmados). No levanté la voz,
no hice ningún escándalo, cualquiera pensaría que estaba saludando a unos
amigos, me dirigí a mi marido, a ella la ignoré, y le dije que me entregara las
llaves de la casa porque no quería volver a verlo y ahí no iba a volver a entrar,
me dijo que no, que teníamos que hablar, le dije que no había nada qué decir,
con lo que vi fue suficiente. Me di la vuelta y me salí, se salió atrás de mí y
ya afuera le repetí lo mismo, no había nada que hablar, no quise escuchar sus
mentiras, me entregó las llaves y me regresé a la casa.
Pasado ese tiempo y pensando realmente que había cambiado y dejado a esa
persona, como me lo juró hasta el cansancio, lo acepté de nuevo en la casa, de
hecho, mucha gente ni se enteró de que estuvimos separados porque el muy
listo dejaba todas las noches el carro en el portón de atrás de la casa, para
que cualquiera pensara que ahí vivía, y se iba a dormir a casa de sus papás
que estaba a cuatro cuadras de la nuestra. Aparentemente todo volvió a la
normalidad, aunque yo ya le había perdido la confianza, así pasaron dos o tres
años, pero bien dicen que el que cae una vez vuelve a caer, y así fue, pero esta
vez con una jovencita de 17 años que ya tenía su historia, una fama de hacer
de todo menos perder su “virginidad”, pero con ésta sí que le pegó duro, pues
ya no le importó nada, al grado de tener problemas con la ley porque ella
era menor de edad. Luego algún arreglo tuvo con la mamá porque después
de denunciarlo, lo perdonó, y él siguió con ella como si nada. Como siempre,
tuvo que pasar mucho tiempo para que yo me enterara, hasta que ella misma
comenzó a llamarme por teléfono, a decirme que lo dejara, que se iba a casar
con ella, creo que en mi interior yo me lo esperaba, o tal vez ya no lo quería
como antes y eso me hizo enfrentar las cosas con más frialdad.
Le pedía que se fuera de la casa, nunca lo quiso hacer, me juraba que ya la había
dejado pero no era cierto, ella llamaba todos los días, y si no le contestaba venía
y se paraba enfrente de la casa para buscarlo, así pasó el tiempo, ella se casó
y tuvo una hija, se fue a vivir al extranjero, pero un mal día regresó, dejó al
marido y volvió a buscar al mío y otra vez a lo mismo, llamadas todos los días,
me decía que lo dejara, que si lo tenía embrujado, yo le contestaba que ojalá y
se fuera con ella, que yo lo corría todos los días y no se quería ir. Yo ya estaba
cansada de aguantar pues ya no se ocultaban, se paseaban juntos por todas
partes, éramos la comidilla del pueblo. Por fin me harté y hasta ahí aguantó la
poca dignidad que me quedaba, y como él nunca quiso irse de la casa por más
que lo corría, quería que yo aceptara esta situación tranquilamente, me decía
que él no pensaba dejarme nunca ni a sus hijos, o sea, quería tener esposa y
amante, quería todo, ¡qué cómodo!, ¿no? Y fue entonces que tomé la decisión
más importante de mi vida y que al final no fue la más acertada, porque mis
problemas en lugar de disminuir, aumentaron.
Él tenía la casita que le dejaron sus papás, que para entonces ya habían muerto,
y ahí se fue a vivir solo; en esa época teníamos una tienda de abarrotes que
atendía mi marido y uno de mis hijos, el otro tenía su trabajo ahí mismo, por
lo que tenían que seguir viniendo todos los días. No aguantaron mucho, no se
acostumbraron a vivir en otra parte, aquí nacieron, aquí tenían a sus amigos,
su trabajo y comenzaron a quedarse, a veces en casa de mi hermano o en casa
de su papá y como en ese tiempo murió mi papá y mi mamá no se podía quedar
sola, yo me fui a cuidarla y viví con ella más de dos años. Fue un tiempo muy
difícil para mí, los fines de semana tenía que ir a limpiar mi casa, después ir a
ver a mis hijos y arreglarles la casa, lavarles la ropa, me daba tanta tristeza
ver cómo vivían los tres hombres solos, porque mi marido cuando lo dejé, se
abandonó completamente, entonces ya había dejado sus romances, nunca
dejó de trabajar pero tomaba mucho y parecía un malviviente, era deprimente
verlo, si antes siempre le gustaba andar limpio y muy arreglado, ahora nada le
importaba, ahora sí valoraba lo que había perdido, pero era peor el ambiente en
el que ahora vivían, y así todos los domingos me regresaba llorando ante esta
situación, si mi intención era vivir tranquila, ésta no fue la mejor solución.
Con el tiempo mis hijos y mi marido me pidieron que me regresara a vivir
con ellos, que no querían seguir solos y al salir una oportunidad de comprar
a crédito una casita en una colonia nueva, vendí el departamento que había
comprado en Monterrey y me regresé otra vez, después de pensarlo mucho;
no escarmenté o me gustaba el papel de víctima, fue así que comenzamos otra
vez a vivir todos juntos. Ya no había otras mujeres en la vida de mi marido,
tenía problemas con la bebida aunque gracias a Dios nunca fue violento, ni
tomaba en la casa, llegaba y se quedaba dormido en cualquier parte, nunca
faltaba al trabajo, pero cuando regresaba ya venía tomado otra vez, así era
todos los días.
tres años de mucho trabajo y crecimiento, una labor de asistencia social muy
importante en donde tuve la oportunidad de hacer algo que siempre me ha
gustado, estos tres años los llevaré siempre en mi memoria. Poco después,
mi vida se estabilizó por un tiempo, vivíamos tranquilos; mi segundo hijo se
casó, actualmente tienen dos hijos cada uno, tengo cuatro nietos, tres mujeres
y un varoncito a quienes amo, los disfruto, siempre me están esperando para
que juegue con ellos, y yo estoy dispuesta a hacer lo que me pidan para
complacerlos, pues en su compañía se me olvidan las preocupaciones. Mi
marido le ayuda a uno de mis hijos en su negocio y van saliendo adelante, yo
continúo trabajando pero en otra área, especialmente ayudando a las mujeres
de nuestro municipio, con diferentes programas, otra labor enriquecedora,
sigo en lo que me gusta y también pertenezco a un patronato desde hace más
de 10 años en donde ayudamos a mucha gente tanto a personas enfermas,
como a muchos niños con becas escolares; además soy voluntaria de la Cruz
Roja, estoy en el grupo de la Acción Católica desde hace 30 años y gracias
a que me he involucrado en todas estas actividades he podido sobrellevar
mis problemas, esto y el haber entrado a este diplomado de Tejedoras, me ha
ayudado a seguir adelante.
tan agradecida con la licenciada Paty Basave, que más que una capacitadora, ha
sido una verdadera amiga para todas, nos ha apoyado incondicionalmente, mi
respeto y admiración para ella que con su trabajo ha ayudado a tantas mujeres;
igualmente a mis compañeras, hermosas y valientes mujeres, solidarias como
pocas, que dejan en segundo lugar sus propios problemas para ayudarnos a
las demás, creo que este lazo que nos ha unido está fuertemente tejido con
paciencia, con cariño y mucho respeto y durará para siempre.
Tejedoras de historias
por Pablonia
Hoy tengo una oportunidad muy especial que me gustaría que todo mundo
la aprovechara en algún momento que se le presente, no tanto por publicarla,
sino por los beneficios personales que se obtienen al cambiar la forma de ver
las cosas, ya que el escribir situaciones que nos pasan tal y como las sentimos
en ese momento, luego con el tiempo volver a leerlas y volver a escribirlas nos
ayuda a cambiar la perspectiva de las situaciones, hasta que encontramos la
forma de que ya no nos lastimen como en el momento en que nos pasaron, y
esto nos ayuda a superarlas y guardarlas en la memoria; o sea, no quiero decir
que se olvidan ¡no!, simplemente es posible recordarlas ya sin dolor y que
queden como eso, sólo un recuerdo.
Le doy gracias a Dios por haberme dado la fuerza y la capacidad para resistir
todas las veces que tropecé, la humildad para reconocer mis errores, el valor
para pedir perdón a las personas que he ofendido y el amor que está presente
en mi vida y que me ayuda a seguir adelante, todo esto para ayudar a quien me
lo pide, ya sea escuchando o dando mi punto de vista de las cosas, procurando
desechar sentimientos que no me llevan a nada.
Empezaré por contar que corría el mes de agosto de 1962 cuando, por cosas
que Dios destina, nació una hermosa niña blanca, de pelo castaño rizado, que
según cuentan los que la conocieron, era muy buena niña, sólo que su papá
deseaba un hombre, claro que cuando supo que su deseo no fue cumplido, se
resignó con lo que había llegado. Esta familia ya contaba con cuatro hijos
anteriores, de los cuales, los dos primeros habían fallecido y quedaban una
mujer y un hombre y luego de dos años del nacimiento de esta niña, llegó otro
bebé: un varón.
Continuemos con la historia de esta niña, que en sus primeros tres años de
vida la pasó muy bien con su familia, hasta que un día empezó a darse cuenta
de la preferencia que tenían sus padres con su hermana mayor, poco a poco fue
descubriendo que con sus dos hermanos tampoco había esa preferencia. En esa
época su padre logró, con mucho sacrificio, comprar un terreno con un cuarto
grande de adobe, ¡al fin! una casa propia y con esto, también la llegada a vivir
con ellos del hermano mayor del papá, que según decían era con el que tenía
más trato, pues habían quedado huérfanos de madre desde muy chicos, así que
vivieron en una familia desintegrada y con un papá abusivo y agresivo.
La casa nueva estaba a la orilla de un arroyo en el que sólo corría agua cuando
llovía muy fuerte y servía como parque de diversiones para todos los niños del
rumbo, ya que sobraba espacio para jugar y, como eran de escasos recursos,
lo que tenían en gran cantidad era imaginación para divertirse. El papá y la
mamá de la niña eran alegres, cantadores y a ella le gustaba mucho bailar, así
que enseñó a sus cuatro hijos desde chicos a bailar y cantar, jugaban mucho
con ellos y les demostraban su cariño. Así fue pasando el tiempo y como lo
bueno no siempre es para toda la vida, empezaron los cambios: no sé qué fue
primero, si los celos de la mamá o el ojo alegre del papá, pero eso provocó la
fractura de la relación y de la familia. Esa situación fue dura para los hijos,
pues veían pelear a diario a sus padres.
A esta niña le gustaba aprender, así que desde los cuatro años aprendió a leer,
escribir, hacer sumas y restas, por lo que a los cinco años entró a primaria.
El primer año la dejaron a prueba por un mes, argumentando que no tenía la
edad propicia, pues la maestra dudaba de su capacidad, así quedó en el turno
vespertino; de segundo a sexto de primaria la pasaron al turno matutino para
que fuera al mismo que sus hermanos mayores.
Cuando tenía siete años de edad, pasó algo que marcó su vida para siempre:
como a su mamá no le gustaba llevarla cuando salía a algún mandado, porque
era muy inquieta, la dejaba en casa o a veces encargada con las vecinas. Sucedió
que alguien le hizo tocamientos en sus partes íntimas y como era muy chica,
no sabía lo que pasaba, lo único que sí sabía era que eso no le gustaba. Así
pasó un año y esta persona aprovechaba siempre que tenía oportunidad, hasta
que un día la niña se armó de valor y como era algo que no tenía confianza
para contárselo a sus padres, por temor a que no le creyeran, se le ocurrió,
en cuanto la dejó su mamá sola, buscar en la ropa sucia un pantalón de su
hermano (ya que en esa época las mujeres no usaban esa prenda) y ponérselo
con un cinto apretado en la cintura y enfrentar a esta persona para que no
la volviera a tocar, así fue algunas veces hasta que la persona ya no volvió a
molestarla, a partir de ahí la niña supo que ella se tenía que defender sola,
como Dios le diera a entender y que no contaba con sus padres o parientes y
menos si la persona que la lastimaba era apreciada por su familia, como fue
el caso.
A partir de ahí hubo distanciamiento con el papá, se hablaban muy pocas veces
y como estas situaciones de verlo con esa señora se siguieron dando, menos
comunicación tenían y las veces que se hablaban era para pelear ya que él, a
pesar de su comportamiento, no permitía que sus hijas tuvieran amistades y
era muy estricto en eso. Así pasaron los años y llegó el día que la adolescente
debía tomar la decisión sobre la escuela a la que entraría a estudiar, ella
quería preparatoria para seguir la carrera de Leyes, pero su padre decidió que
estudiaría Comercio ya que no estaba dispuesto a pagarle una carrera para que
“otro” ganara con ello. Así la adolescente tuvo que conformarse con estudiar
para secretaria, cosa que nunca estuvo en sus planes.
Para ese entonces la mujer ya tenía novio formal, de esos que si ya lo conocieron
los papás ya no te puedes deshacer de ellos, por lo tanto se casaron en una boda
donde todo fue a gusto de todos, menos de ella. Su mamá estaba feliz con él,
decía que un mejor marido “ni mandado a hacer”, ya que él se llevaba muy bien
con ella y aparentaba ser un santo con todas sus bondades. Lo triste del caso es
que se comportaba así delante de la gente, pues cambiaba su comportamiento
al llegar a casa y cerrar la puerta; de ahí para adentro trataba a la mujer como
cosa, en todos los terrenos: había ofensas, humillaciones, celos y malos tratos.
La mujer trataba de entenderlo y de hacer que las cosas funcionaran bien, a
pesar de que él nunca puso un peso para la casa y era ella quien trabajaba y
se hacía cargo de los gastos. Trató por meses de que aquello funcionara y no
había respuesta, hasta que se cansó y desistió de la idea y se separaron ya que
no sólo tenía que batallar con él, sino también con su familia, que se la pasaba
atravesada en su relación a pesar de que vivían muy retirado de ellos. Sólo su
suegro se portaba bien con ella.
Ella continuó con su trabajo donde iba creciendo, pasó a ser auxiliar del
departamento de Control de Inventarios, donde al poco tiempo hubo una
vacante de Jefa de Costos de mercancías generales, la cual le dieron. A los
dos años de haberse separado tuvo una relación con alguien de la empresa de
la cual nació su único hijo, muy deseado y planeado, quizá con el egoísmo de
no darle un padre, pero con el amor y el compromiso total de una madre. Su
situación era complicada: seguía viviendo en la casa paterna y su ex marido
continuaba visitando a sus padres, principalmente a su mamá. Sus padres la
presionaron para que su ex marido registrara al niño como suyo, y haciéndole
creer al niño que ese hombre era su papá, lo manipularon para que él también
presionara a su mamá y aceptara volver a casarse con aquel hombre, cosa que
aceptó cuando el niño tenía cinco años de edad y ya iba al kínder, para que su
papelería saliera ya con el apellido del señor.
La vida sigue y no se detiene, ya sin esa traba, la mujer siguió teniendo éxito
en su trabajo, pero le faltaba solucionar otro detalle muy importante: buscar la
independencia de su madre ya que, aunque vivía aparte, seguía interviniendo
en sus decisiones y presionando para que se hiciera sólo su voluntad. Por cosas
del destino, esta mujer tuvo la posibilidad de conseguir un crédito y compró
otra casa, retirada de la casa paterna, pero no tuvo suerte pues la robaron
y al verla sola con su hijo de siete años, la asustaban, le decían cosas por la
ventana y hasta se metieron a robar por segunda ocasión, así que se regresó
a vivir frente a sus padres. Aunque el trato que recibía de ellos no era bueno,
reconoce que siempre buscaron proteger a su nieto. Esta situación la usaban
para presionarla y que hiciera lo que ellos querían, pero salió adelante gracias
a la sinceridad y la buena relación que llevaban la mujer y su hijo, con el cual
siempre trató las cosas como eran, sin secretos y de forma que él a su corta
edad lo entendiera todo y no fuera lastimado por las malas intenciones o las
versiones distorsionadas de otras personas.
En cuestión laboral siguió subiendo peldaños, llegó a Jefa del Sistema Detallista,
justo entonces cambiaron al jefe inmediato, pusieron a un hombre con el cual
tuvo muchos problemas; a ella le reconocía su efectividad laboral, pero le
desagradaba el cariño y el apoyo que todos los compañeros le demostraban
por sus años de trabajar en la empresa, desde el dueño hasta los cargadores
del almacén, gracias a que ella siempre los trató con respeto y siempre se dio
a respetar, cosa que para esta mujer siempre ha sido muy importante y básico:
para tener buenas relaciones con todo el mundo el respeto es básico.
El problema con este señor era que siempre la veía alegre; un día se le ocurrió
que quería salir con ella o tener una relación sentimental, cosa que por
supuesto no se le hizo; entonces, en represalia, la hostigó y la hostigó por tres
años, llegó a prohibir a todos los compañeros que le hablaran, la sentó viendo
para la pared, en un rincón, la bajó de puesto, pero esta mujer, segura de sí
misma y con el apoyo de todos sus amigos, lo resistió, hasta que llegó el día en
que por orden del director administrativo, tuvo que dejarla salir de vacaciones
que por ley le correspondían.
Esta mujer desde niña tuvo un sueño: hacer vestidos de novia, ya que le
encantaban y supo que en la familia había una pariente lejana que tenía una
casa de novias en Monterrey y programó para estas vacaciones viajar sola
con su hijo a este lugar, ya que siempre viajaba en compañía de su mamá, en
esta ocasión no sería así. Partieron ella y su hijo rumbo a Monterrey, fueron
recibidos por su prima de muy buen modo, les enseñó la casa de novias, esto
era un sueño, la mujer se sentía feliz de conocer este lugar. En la tarde llegó
la tía y los llevó a dormir a su casa, estuvieron dos semanas ahí, pasearon,
conocieron lugares y más familiares, se divirtieron y la pasaron muy bien.
Un día le hablan a esta mujer de su tierra para decirle que el único abuelo
que tenía, el materno, había caído enfermo de gravedad y que no sabían de
qué, pero lo veían muy mal. Regresó rápidamente a su casa y acompañó a
su abuelo por dos meses, del cual siempre fue su consentida y en ese tiempo,
la enfermedad terminó con él. Se supo después que había sido cáncer; luego
enfermó su mamá, tenía problemas con la tiroides así que la hospitalizaron.
Cuando salió le dieron tratamiento de por vida, pero después se puso mal y
hubo que ponerle un marcapasos ya que el problema de la tiroides le afectó el
corazón.
Los problemas entre su madre y su padre seguían, aun y cuando ésta estuviera
enferma. Atravesaron por muchos dimes y diretes, que provocaron varios
chismes en los cuales, quedó en evidencia la conducta inmoral del padre. La
mujer tuvo fuertes discusiones con su padre y su madre, pero a fin de cuentas
ésta siempre tomó partido por el marido, a pesar de sus infidelidades.
A pesar de que fue un gran dolor para la mujer, lo aceptó, hizo sus maletas
y regresó a Monterrey, con el corazón deshecho y llorando todo el camino,
pero con una gran lección ya que ella había tratado de defender sus creencias
interviniendo en una situación que como hija no le correspondía, y como
siempre pasa, después de un buen golpe, hay que aprender y seguir adelante.
En Monterrey siguió la vida unos meses más, sola, mientras llegaba el día en
que su hijo se reuniera con ella al final del curso escolar. En ese entonces, su
hijo estaba en quinto año de primaria y, mientras pasaba el tiempo, ella trabajó
duro y consiguió su primer casa de renta: era una casita de tres cuartos con
patio compartido, muy segura porque arriba vivía la dueña con la que hizo
muy buena amistad y tenía la confianza de que podía dejar a su hijo solo para
salir a trabajar y ella podía ayudarlo en caso de alguna necesidad.
Con el paso del tiempo el taller empezó a decaer y se cerró, luego la mujer fue
a trabajar unos días con la modista que le enseñó a hacer vestidos de novia y se
cambió a otra casa de renta, en la misma colonia donde había vivido antes. Ahí
volvió a trabajar cosiendo en su casa y todas las clientas que tenía regresaron
a llevarle trabajo. En ese tiempo su hijo ya tenía 15 años de edad y todo era
tan diferente entre ellos, pues él cambió de la noche a la mañana, discutían por
todo y el hijo ya no quiso ayudarla. Se volvió flojo, perdió el semestre en la
escuela, discutían y se lastimaban con las palabras. Un día su hijo decidió irse a
vivir con su abuela a su tierra, para cortar con esa relación tan fea que estaban
llevando con su madre y así, con el dolor de su corazón la mujer aceptó; era
su segundo gran dolor pero, como en el anterior, tuvo que sobrevivir a eso.
Lloró por 15 días de día y de noche, hasta que Dios la volvió a iluminar como
siempre que tenía problemas. En esta ocasión sintió una gran necesidad de
estar más cerca de él y la mujer empezó a ir a misa cada fin de semana y a tener
a Dios siempre en su mente y agradecerle por todo lo bueno y lo malo que le
pasaba por igual, y a seguir haciendo todo con amor, sin esperar nada a cambio
y sin quejarse por los tropiezos.
La mujer por mucho tiempo esperó a que su hijo se ubicara, que pusiera en
orden sus ideas, que recordara que su madre lo amaba, pero que no le iba a
permitir que la manipulara, ya que eso era algo que la mujer no toleraba;
desde siempre, el respeto había estado presente entre ellos y no tenía por
qué cambiar. Un día de octubre que la mujer iba para su tierra, la mamá de
una amiga le dijo que había un señor que la quería conocer y casarse con ella.
Ella le dijo que cuando regresara de su tierra concertarían una cita y en eso
quedaron, pero cuando la mujer regresó el galán no apareció, así pasaron los
meses y un día fue la hermana de él quien quiso conocer a la mujer. Platicaron,
se cayeron bien y se fue sin que apareciera el galán.
Llegó diciembre, la mujer hacía su vida normal y el día 23 recibió una llamada
telefónica: era el hombre que quería conocerla, quedaron de verse el día 25. La
mujer tenía duda de que fuera a ser realidad porque no fijaron hora, así que
disfrutó de la reunión navideña acompañada de unas primas que la estaban
Con el tiempo, la mujer y el señor volvieron, ella aceptó seguir con la relación,
así estuvieron otro tiempo y el hombre volvió a retirarse por el mismo motivo,
pero ahora se tardó en regresar un mes y como la mujer se había encariñado
mucho, lo volvió a recibir pero él le dijo que si la señora regresaba con el niño,
él inmediatamente se iría con ella. La mujer sufría por esta situación pero se
propuso conquistarlo y quedárselo aun cuando le advirtió que le iba a dar un
año a la señora para que regresara y que si en ese tiempo no lo hacía, entonces
definitivamente se quedaría con ella. La mujer trabajó y trabajó en lo de la
conquista, pues sabía que siempre que alguien desea algo, hay que trabajar
por conseguirlo.
Un día tuvieron un disgusto muy fuerte por unas fotos del niño, al grado
que el hombre la llevó a su casa y no volvió por ella y, como ya era la tercera
vez, la mujer aceptó la separación. Le pidió a Dios resignación y que le diera
ánimo para seguir su vida sola. Le lloró unos días y hasta ahí; se puso a buscar
trabajo (ella sabía que para salir adelante se necesita no depender de nadie) y
se dejó de cosas. Habían pasado ya dos meses, la mujer estaba reconstruyendo
su vida y una noche recibió una llamada del hombre, pidiendo hablar con ella.
Aceptó ya que como él no se había llevado nada de lo que tenía en su casa, era
una buena oportunidad para regresarle todas sus cosas. El llegó, hablaron y
pidió perdón, le preguntó si volverían a vivir juntos; la mujer le dijo que no
estaba dispuesta a seguir jugando, que creía que como hombre mayor ya sabría
lo que quería y que nunca esperó tal falta de seriedad.
Esta es una de las millones de historias que hay en este mundo, pero de algo
estoy muy segura: es única e irrepetible. Puedo asegurarles que ha valido
la pena vivirla y si volviera a nacer, la volvería a vivir como hasta hoy:
dedicándole a Dios todo lo que hago, buscando el lado bueno en todo, ya que
los tropezones son especiales para que una aprenda, y valorando todo lo que
tengo, dando gracias por lo que no tengo y viendo la forma de conseguir lo
que en realidad quiero tener.
Creo que para poder ser feliz en esta vida, hay que lograr primero la
independencia tanto emocional como económica; no es fácil, hay que echarle
muchas ganas para lograrlo, pero les aseguro que vale la pena porque, ¿cómo
se quiere disfrutar la libertad sin tener que trabajar?, yo no lo concibo, o
dependiendo de que alguien te quiera, si para poder querer hay que querernos
y valorarnos primero y creer en nosotras mismas y luego que lo logramos,
disfrutamos más el querer a los demás, porque éste ya es un amor que no
espera recibir nada a cambio y que se disfruta plenamente.
Por último, doy gracias a mis padres por haberme dado la vida; con la ayuda
de Dios, sé que hicieron lo que pudieron y lo que creyeron que era bueno para
mí, que regularmente es lo hacemos todos los padres; a mis tías maternas que
me acompañaron desde que nací; a mis hermanos, mis cuñadas, mis primas,
mis amigas y amigos; a mi hijo, que por mucho tiempo fue el motor de mi vida;
a toda la gente que por una u otra cosa me quiere y a los que no me quieren,
también, ya que todos han contribuido para que yo sea lo que soy, los amo a
todos y gracias de nuevo.
Los primeros años de mi vida tejí en mi corazón, y para siempre, los hilos
dorados de mis padres y mis hermanos
Vengo de una familia como tantas otras donde el amor, el trabajo, los problemas
o dificultades son el pan de cada día. Deseo platicarles un poco acerca de mis
padres, que aunque ya no están conmigo los llevo en mi corazón, pues ellos
fueron siempre lo más grande e importante para mí, son los que me dieron
la vida y siempre tuvieron todo mi amor y mi respeto. La verdad es que sus
historias son hermosas y fascinantes y creo que me llevaría la mitad de mi
relato para contarles sus vidas antes de que yo naciera.
Cuando ellos se casaron tenía mi madre apenas 15 años y mi padre 25, y duró
su matrimonio casi 50 años hasta que murió papá; creo que fue el carácter
y fuerza de esa mujer lo que hizo que perdurara su matrimonio por tantos
años, pese a atravesar por tantas dificultades lograron superar tanto. Ahora
sé que fue el gran amor que los unió siempre. De niña lo percibes como algo
natural, casi supones que nacieron juntos, lo das como un hecho. Mi padre
era hermoso, alto, delgado, musculoso, de unas manos grandes y muy fuertes,
recuerdo que de niña me colgaba en el “conejo” de su brazo y me balanceaba.
Mi mamá era muy guapa, alta, delgada, blanca, de cabellos negros, ojos
grandes y ceja poblada; los dos de gran corazón, eran bellos por dentro y por
fuera; bondadosos, trabajadores, cariñosos, honestos, humildes, tenían muchas
cualidades, ¿qué les puedo yo decir de mis padres? Mi adorada mamá, mujer de
gran carácter, muy decidida, no le tenía miedo a nada ni a nadie, supo cargar
con el peso de esta familia y salir siempre adelante, como la mayoría de las
mujeres mexicanas. Ahora trataré de contarles de mi vida, por etapas, ésas que
va una pasando y que se van tan rápido, unas que se viven tan intensamente,
otras ni siquiera piensas haberlas vivido, otras que deseas que no terminaran,
pero todas ya vividas, bien o mal, forman parte de mi vida.
Los primeros años de mi vida los imagino como los primeros puntos de un
tejido, esa cadena con la que empiezas en una sola aguja, y después se va
formando el tejido; veo a mis padres dando vida a una nueva hija que resulté
ser yo. Recuerdo mi infancia viviendo en una casita en el barrio de la Catedral,
jugando en la calle con mis amiguitas; a mamá sentada por las noches en la
banqueta de la casa en una mecedora, platicando con las vecinas o jugando con
nosotros. Mi papá trabajaba todo el día y llegaba tarde por las noches. Tengo
muchos recuerdos de mi niñez, entre ellos llegan a mi mente las Posadas que
se personificaban en la calle con la Virgen María sobre un burrito, guiado
por San José, pidiendo posada con farolitos de papel de colores con una
velita encendida adentro; luego venía la piñata, con bolsas de papel llenas de
colaciones, cacahuates y naranjas, que se repartían. Era algo muy hermoso que
jamás he vuelto a vivir y me pongo a pensar en lo que a esos escasos cuatro
o cinco años debí sentir al ver aquello, tal vez de la mano de mi mamá o de
alguna de mis tres hermanas mayores. Es curioso cómo recuerda una ciertas
cosas o momentos de la niñez, como una noche que jugaba en la banqueta
de mi casa y vi venir a mis papás con un regalo para mí: era una hula-hula
color verde con el que aprendí a jugar en mi cintura y resulté ser muy buena,
debieron darme muchos regalos, pero ése es el que más recuerdo siempre,
algún significado muy especial tuvo en su momento pero ya lo olvidé.
Viví a los cinco años la fiesta de los 15 de mi hermana mayor: fue una gran
fiesta, salí en la foto del periódico delante de ella con mamá y papá que la
llevaban del brazo, me encantaba que me tomaran fotos, un día mi mamá me
llevó a acompañar a una amiga de ella que llevaba a su hija a tomarse una
foto porque cumplía años, y cuenta mi mamá que yo me empeñé en que me la
tomaran a mí también, y gracias a eso tengo una foto de estudio a los cinco
años en la que salí muy bonita.
Los primeros años de mi vida como hasta los siete fueron los mejores recuerdos
de mis tres hermanas mayores, yo los viví pero como una espectadora, con
mis ojos de niña que todo lo veían magnífico; he escuchado a mis hermanas
cómo hablan y recuerdan esos años, para ellas fueron muy hermosos, llenos de
travesuras, conocer gente, conquistas, primeros novios, bonanza, ir al colegio,
sus paseos en la plaza Zaragoza, el centro del Monterrey antiguo; el cine
Elizondo, la Catedral, tantas y tantas cosas que les tocó vivir. Y yo, al fin
una niña, entonces me imagino tratando de llamar su atención, me veo allí
chaparrita como era para mi edad, en ese remolino de sucesos de mis hermanas,
especialmente hermosas, que se convertían en mujeres, y recuerdo también a
mi pequeño hermano quien llegó después de cuatro mujeres y siendo muy
travieso, peleonero y juguetón, vino a llenar por completo el corazón de mi
madre adorada.
Pero como la vida tiene sus buenos tiempos y también los hay malos, vivimos una
crisis muy fuerte en mi familia: mi padre perdió una tienda de curiosidades que
tenía enfrente de la plaza Hidalgo, en ese tiempo venía mucho norteamericano
a Monterrey a vacacionar y a comprar, y decidieron irse con todos sus hijos a
la ciudad de México. Recuerdo de esa época que me enfermé, que vivíamos en
un departamento muy bonito cerca de Televicentro, lo que es hoy Televisa,
al que fuimos varias veces a ver artistas y de niña todo era novedad para mí.
Pero la experiencia duró unos meses, pues nos regresamos a Monterrey, a
vivir en una casa muy antigua y abandonada que mamá logró conseguir con
sus conocidos. Era en la misma cuadra donde vivimos antes, pues mi madre
siempre solucionaba todo y mi papá conseguía trabajo inmediatamente, ya que
era un gran vendedor que hablaba perfectamente el idioma inglés.
Mis recuerdos de la época fueron de estudio, era una niña que para hacer mis
tareas no tenía que apurarme mi mamá, yo era muy dedicada y responsable,
no me gustaba faltar a clases ni llegar tarde, era obediente y tranquila.
Trato de verme en esa época y sólo veo a una niña de espectadora, nunca de
protagonista, con muchos de mis deseos reprimidos, guardados en el fondo de
mi corazón. No recuerdo decirle a mamá que quería salir en los bailables de
las asambleas, pues significaban gastos que no se podían hacer por la situación
económica de mis padres; así me acostumbré a no pedir. Me sentía orgullosa
cuando mamá decía que mi hermano y yo nunca nos poníamos necios en la
calle pidiendo cosas, o cuando hablaba de mí diciendo que era muy estudiosa,
que no batallaba conmigo, y así se fue formando mi carácter, o quizás mi falta
de carácter.
supe afrontar y aceptar; de hecho, ahora lo veo como un reto superado: ¡Bravo,
chaparrita!
En la secundaria también conté con buenas amigas, los grupos no eran mixtos,
en el recreo solamente veíamos a los muchachos de lejos, yo era muy tímida
y vergonzosa, algunas de las travesuras que recuerdo las hice yo un poco más
chica: me paré en la puerta de mi casa y puse a cantar a la muchacha que nos
ayudaba, pues tenía una voz como la de Rocío Durcal, y yo sólo movía los
labios, para que la gente que pasaba pensara que era yo la de la bella voz. Era
tan tímida que cuando veía un grupo de muchachos en una esquina, lo que era
muy común en esa época, rodeaba toda la manzana para evitarlos.
Ahora me doy cuenta de que por decirlo de alguna manera era la vida de mis
seres queridos, de mi familia, la que marcaba el rumbo de mi vida, y siendo tan
tímida como era y con tan poca preparación, ¿en qué podía trabajar? Recuerdo
que mi mamá me llevó a un estudio fotográfico de un pariente de ella, duré
unos meses trabajando ahí, después entré a una tienda de comestibles como
Soriana, que se encontraba dentro de cervecería Cuauhtémoc, donde se surtían
los empleados; trabajé un tiempo ahí y me tocó trabajar un 24 de diciembre
hasta tarde; cuando iba en el camión a mi casa pensaba que me había perdido
los preparativos de la cena y yo llevaba algo preparado de la tienda a mi casa;
casi todos los que trabajaban ahí eran mayores y yo sentía que hablaban sobre
cosas que no entendía y se reían. Es curioso cómo los recuerdos llegan a tu
mente, algunos confusos que no logras ubicar en su tiempo, otros tan claros
que los vuelves a vivir.
Pero y ahora ¿qué iba a hacer? Nunca consideré estudiar una carrera pues
siempre me vi de maestra, no tenía otra vocación, por otro lado no podía
dejar de trabajar, así que decidí estudiar arquitectura. Creo que lo hice porque
mi cuñado era ingeniero, pero fue un error. El segundo error fue entrar a la
Universidad Regiomontana, ¡pero cómo, si yo era universitaria!; logré media
beca, fui la primera generación de la UR de arquitectura. Estudié con ganas
pero la carrera no era para trabajar y estudiar, pues un semestre era de día
y otro de tarde; en el trabajo empecé a tener problemas por los turnos, me
encargaban muchos trabajos de tarea y hasta me enfermé pues me desvelaba
mucho para terminar dichas tareas, el ambiente era muy diferente al que viví
en la preparatoria y así sólo terminé dos semestres. No puedo decir que la pasé
mal pues tuve buenos compañeros y fui a un Congreso de Arquitectura en la
ciudad de México; ésta fue la primera vez y única que salí sola con amigas de
viaje; tengo bonitos recuerdos de esos años.
Viene un nuevo cambio de casa; mis padres quieren poner un negocio, como
muchos otros que tuvieron a lo largo de su vida; yo continuaba trabajando y
ayudándolos como siempre, igual que mis hermanos. Les va muy bien en su
negocio y rentan una casa al lado, la casa era grande y mamá decide que puede
alquilar un cuarto para un estudiante y no sólo llega el estudiante, sino que se
convierte en mi “príncipe azul”. Si por eso dicen que matrimonio y mortaja del
cielo bajan. Llegó a estudiar su carrera en el Tecnológico de Monterrey y como
muchos, ya no se fue. Él dice que quedó prendado de mí desde la primera vez
A los 11 meses de casados, nace mi primer hijo, un niño hermoso que vino
a llenar de amor nuestra vida. Es un niño único y especial, el día que nació
fue el único en el hospital, recuerdo que las enfermeras andaban locas con él,
todas lo cargaban y lo arreglaban y peinaban; era un niño grande y cachetón
que se portaba muy bien y mi vida empezó a girar alrededor de este pedacito
de mi corazón y de mi esposo. En ese tiempo mi esposo terminó la carrera
y recibió su título, su trabajo iba muy bien, fue una época tranquila y a los
cuatro años nace mi segundo hijo: otro pedacito de cielo que vino a completar
nuestra familia pues siempre pensamos en tener dos hijos; fue hombre, nació
Con dos hijos los gastos en la casa crecieron y comencé a tener la inquietud
de hacer algo, y se presentó la oportunidad de un negocio de comida sólo para
llevar, y con la experiencia de mis papás en ese ramo, pues ellos tenían un
restaurante, no podía irme mal. Ya estaba en el trabajo de nuevo, a los ocho
años de casada más o menos, algo nuevo para mí, aunque vi a mis padres por
años en ese negocio y contaba con todo su apoyo, ahora tenía una nueva y
gran responsabilidad: atender a la clientela. Me resultaba al principio difícil
pues me daba vergüenza, después se complicó más mi situación cuando poco
después se me fue la cocinera y tomé yo su lugar. Mi mamá me enseñó a
cocinar en grandes cantidades, recuerdo que al principio anotaba todo paso
por paso de cada comida y por unos días lo traía en la bolsa del delantal y lo
consultaba todo, hasta que fui dejando de hacerlo, aún así, nunca recuerdo
haber echado a perder algo, y hasta yo me sorprendía cuando la gente me
comentaba lo sabroso de la comida.
Mi madre cocinaba riquísimo, creo que nunca cocinaré como ella, no tenía
recetas apuntadas con medidas exactas, su medida eran sus maravillosas
manos que tenían toda la sazón para hacer ricos desde unos frijolitos guisados
en bola hasta un pavo relleno de 12 kilos que nos preparaba en Navidad. Ella
sabía hacer todo, desde un taller de costura con mucho éxito a los pocos años
de casada hasta ese restaurante; en ese trayecto hizo tantos y tantos negocios
que no podría acordarme de todos y papá siempre compartiendo el trabajo, el
ejemplo de trabajo y tenacidad de ambos siempre están presentes en mí.
Fueron años difíciles pues mis hijos no tenían todo nuestro tiempo, vivían
algunas horas al cuidado de la muchacha, otras en el colegio y por la tarde
llegábamos ya a estar con ellos, a ayudarlos a hacer la tarea, a jugar un rato,
a cenar y dormir temprano. Creo que estoy describiendo la vida de muchas
familias en que los dos tenemos que trabajar para salir adelante; es difícil lo
sé, pero no imposible. Sólo deseábamos que nuestros hijos nos comprendieran
y salieran adelante, valorando la vida que tienen.
Los niños fueron creciendo; el mayor entra a primer año de primaria más
chico de la edad reglamentada, pasando un examen, pues ya quería estar en
el colegio, se aburría en el kínder. El director me recomendaba que era mejor
que fuera de los grandes y no de los chicos pero él se empeñó y entró; siempre
obtuvo buenas calificaciones, le gustaba participar en todo y lo escogían mucho
para maestro de ceremonias, desde muy chico fue muy formal y muy propio
para vestir, cuando íbamos a una fiesta tenía que ir de traje y corbata, su
lenguaje era casi como el de un adulto, era sin duda un niño muy inteligente.
Mi chiquito era un niño muy juguetón, cariñoso conmigo, siempre me estaba
abrazando y besando, no le gustaba el kínder y lloraba mucho, lo cambié como
a tres diferentes y era lo mismo, hasta que por fin se acostumbró y le gustó;
en el colegio él también siempre obtuvo buenas calificaciones y se portaba
muy bien.
amor y el amor a nuestros hijos. Fueron años difíciles pero productivos, en los
que padecí la muerte de mi padre, a quien amé muchísimo, fue un hombre
bueno y honesto; a los cuantos años la muerte de mi hermana, joven aún, una
mujer buena, sencilla y de noble corazón con la que siempre me sentí muy
unida y quise mucho. Fueron pérdidas enormes, pero la vida sigue, nada se
detiene.
Al principio fue difícil, como todo, pero después esperaban mi clase con gusto,
que era una hora en cada salón, una vez a la semana; me organizaba ese día
para adelantar la comida en el negocio pues siempre cociné yo, pero gracias al
apoyo de mi esposo que me ayudaba mucho, pude hacerlo, di las clases por cinco
años, el último ya le daba también a sexto grado. Realmente puedo decirles
que recibí más de lo que di, aún conservo las cartitas que mis alumnos me
daban con dibujitos y corazones, en donde me decían que me querían mucho
y me daban las gracias, la verdad, me hacían sentir tan especial. Siempre
tomé estas clases con mucha responsabilidad y respeto hacia los maestros a
quienes admiro y respeto y hacia esos niños que me dieron tanto amor y la
oportunidad de ser maestra.
La rutina sigue realmente con los años, cada vez es más pesada y se quiere
cambiar pero se pasa el tiempo tan rápido y siempre trabajando que mi esposo
y yo deseábamos hacer otra cosa, pero creo que tuvo que enfermarse mi esposo
para lograr un cambio en nuestras vidas: lo operaron casi de emergencia
Había que tomar nuevos rumbos, la llamada de atención no era para menos, mi
esposo se dedicó a pensar qué nuevo negocio poner con los hijos ya mayores,
se podía contar con ellos; yo continué en el negocio con la ayuda de un hijo, el
chico y no pasó mucho tiempo cuando se presentó la oportunidad de un nuevo
negocio, era realmente ir a algo desconocido totalmente para él, pero con
sus estudios, inteligencia, dedicación y el apoyo total de sus hijos ha sacado
adelante este nuevo reto. Siendo tan trabajador, tenía que lograrlo.
Como ven ya no hay títulos en esta “mi historia” contada por hechos que
marcaron mi vida; puedo decirles que hace año y medio estoy retirada,
vendimos el negocio de comidas. Al principio me sentí extraña contestando el
teléfono de mi casa como si fuera el negocio, tardé en acostumbrarme a estar
en mi casa, a levantarme y no tener que ir a trabajar, a cambiar la rutina y
adaptarme a nuevos horarios, etcétera, etcétera, pero me siento bien teniendo
a mi esposo a mi lado, sentir que lo he ayudado y apoyado en la vida que nos
tocó compartir. Creo que tengo al mejor esposo, a veces pienso que no me lo
merezco y le doy las gracias por tanto amor y entrega total que me ha dado,
lo amo muchísimo.
Vida plena
por Gorrión
salimos corriendo del corral; cuando estalló el cohete, las gallinas hicieron
mucho escándalo. Mi abuelita salió corriendo y fue al corral y no entendía
qué era lo que pasaba. Nos regañó cuando se dio cuenta del cohete; éramos
pequeños y ante esa inocencia no comprendíamos las consecuencias que se
podían originar.
Mi esposo era vecino, vivíamos en la misma cuadra; nunca pensé que nos
fuéramos a casar. Cuando me pidió que fuera su novia se me hizo muy
gracioso, lo tomé como una broma y no le hice caso. Al año me volvió a hablar
y todavía lo pensé y le puse un plazo y volvió por la contestación. Le contesté
que sí, me hice su novia, y le expliqué que yo trabajaba y salía a las cinco de
la tarde, que era cuando lo podía ver. Mis padres no me daban mucha libertad
pero sí aceptó.
Íbamos a misa los domingos, era cuando lo podía ver. Era otra época, no
se daba mucha libertad. Nos teníamos que dar a respetar. A mí me gustaba
trabajar, disfrutaba mi empleo, y además aprendí que con trabajo y esfuerzo
una puede realizar muchas cosas. Quizás los sueños no se realizan, pero sabía
que los ideales a lo mejor sí se cumplían para salir adelante.
Me casé a los 28 años, mi esposo tenía la misma edad. Me casé por el civil y
por la iglesia. Tuvimos cuatro hijos: un hombre y tres mujeres. Mis hijas son
profesionistas y yo me dediqué al hogar. Mi esposo no quería que trabajara,
me decía que ya tenía bastante responsabilidad: ser esposa, ama de casa y
mamá; y así pasé a ser la fuerza laboral de la casa (la que cocina, lava, plancha,
administradora del gasto y también fui enfermera, doctora y psicóloga, entre
otras tantas profesiones que se van aprendiendo en casa).
Cuando mis niños iban a la primaria estaba al pendiente de ellos, les hacía sus
uniformes, participaba en la sociedad de Padres de Familia. Aun cuando mis
hijos ya estudiaban en la Universidad, me permitieron seguir al pendiente
de ellos. Yo hasta hoy continúo como ama de casa y a través del DIF como
voluntaria en el Programa de la Tercera Edad.
Volviendo a mi niñez, recuerdo que jugaba de niña con mis primos pero ya
no los volví a ver, murieron jóvenes. Tengo primos y otros familiares que no
conozco, ya que nuestros padres se distanciaron por motivo de trabajo, esta
familia se fue a vivir a otras ciudades y no nos volvimos a ver. Mi padre poco
nos hablaba de su familia, no sabemos mucho de nuestras raíces. Yo he tenido
el deseo de conocer a primas que no conozco, ya que se siente ese vacío por no
tener contacto con ellas.
que sus hijos tenían que ir a la Universidad, para que tuvieran estudio. Él
sólo había estudiado primaria, pero llegó a supervisor dentro de la empresa,
pues afortunadamente para su superación personal, él acudía a cursos de
capacitación.
Fui feliz en mi matrimonio. Para que el matrimonio sea feliz (fueron 34 años
juntos), se debe tener paciencia, saber comprender, disculpar, perdonar,
amarse. El matrimonio tiene sus pros y sus contra, tiene muchas alegrías,
pero también tiene decepciones y muchas obligaciones tanto para el hombre
como la mujer. Para consolidar el matrimonio debe haber armonía, paciencia,
tolerancia, siempre buscando el camino de la felicidad. Tanto la mujer como el
esposo tienen que convertir el hogar en un paraíso. La mujer es la que forma
el ambiente en el hogar.
Ya tengo seis años de viuda. Cumplí con mi matrimonio, no fue fácil pero
cumplí. Cuando mi esposo murió, me quedé sola; mis siguientes pasos en la
vida los he dado sola, ya que no tengo el apoyo de ese compañero, pero sé
perfectamente que tengo otras metas por cumplir y debo seguir adelante.
Tengo a mis hijos: tres hijos casados y una hija soltera; cuatro nietos a los
que quiero mucho y para ellos espero ser un ejemplo y testimonio de una
existencia vivida con amor para que cuando ya no esté, recuerden lo mejor
de mí.
Vuelo infinito
por Albatros
¿Por dónde empezar? no lo sé, comenzaré por la parte más noble: mi infancia,
cuando todavía no tenía uso de razón. Aunque en algunas ocasiones suene
doloroso, somos dependientes provisionales de nuestros padres, sí. Sucedió
un día cuando levanté la mirada, resulta que la vida me había arrebatado
a mi padre, tenía aproximadamente dos años y medio, era la octava de un
total de nueve hermanos. Mi madre, tras este golpe que le dio la vida, sufría
desconsoladamente la pena por tan irreparable pérdida. Cuenta que se sentía
enloquecer, quería correr, gritar. No fue para menos, pero de pronto, escuchó
una voz fuerte con enojo y coraje que le dijo: “Deje de llorar, mi padre ya
murió y ¿nosotros qué?”. Era mi hermano mayor, de escasos 17 años.
Así transcurría el tiempo, ella elaboraba y los demás salían a vender los
subproductos de la carne de cerdo que seleccionaba e inspeccionaba.
Curiosamente, en el momento que redacto esta historia me sucedió algo muy
bonito: hoy, 19 de marzo (día de San José) y también cumpleaños de mi hermana
Quería en ese momento volar y estar con ella, verla y platicar tantas cosas
nuevas que estoy haciendo. La admiro, la amo, es una gran mujer que se plantó
con valentía. Me comenta: “Apenas estoy descansando, tengo ocho días de
haber llegado de Comalcalco, Tabasco; las piernas me tiemblan todavía de
venir sentada, ya me siento más cansada”. Le dije que tenía la esperanza de
ir a verla y nos despedimos con un “Dios te bendiga”. Seguí escribiendo con
más ánimo, recordando que mi padre falleció a los 45 años, y reconociendo
el trabajo que realizaba mi mamá en casa desde que enviudó cuando tenía
35 años aproximadamente. Ella conocía empíricamente de las enfermedades
más comunes de los cerdos, que podían afectar la salud de todos, y además
sabía que de ahí comíamos. Desde muy temprano trabajaba incansablemente,
cuidaba que la carne no tuviera parásitos como el cisticerco, que ella conocía
como tomatillo; hacía cortes en hígado, pulmón, corazón, lengua, etcétera.
Me decía: “Si ves puntos blancos y duros en hígado, esa carne se desecha,
esa carne no sirve; si al cortar el pulmón los conductos están repletos de
parásitos enrollados, también se tira”. Me enseñó que un hígado sano es aquel
que al corte está limpiecito, de color rojo, fresco y brillante. Esto empezó a
inquietarme y a darme curiosidad por conocer acerca de lo que era el alimento
de mucha gente, pues aún se tenía miedo de consumir carne con cisticerco, ya
que ese parásito se alojaba en el cerebro y ocasionaba convulsiones y hasta la
muerte en humanos que la consumían.
Este lapso pre-escolar fue muy corto, aprendí a deletrear y a escribir un poco,
pero seguía ansiosa porque ya quería estar en la escuela, donde aprendería
mejor la lectura y la escritura. Muy pronto, pasaditos mis ocho años, mi
hermana mayor, por órdenes de mi madre, me inscribió; sólo llevaba anotada
la fecha de nacimiento en un papelito. Más adelante y poco antes de terminar
la primaria, me llevaron a registrar. Fue un 12 de septiembre de 1967. Muy
feliz y contenta, al fin entré la escuela primaria, empecé con muchas ganas y
escribí mi primera lección “El nido”. Recuerdo algo que decía: “No lo rompas,
no lo hieras, sé bueno y deja a las fieras...”. Estaba sentada en un banquito
y una silla para apoyarme, a la intemperie, junto a mi madre que me dirigía
mientras ella lavaba la ropa. Tan emocionada asistía todos los días a las ocho
de la mañana, porque mi maestra decía: “Llueva, truene, o relampaguee tienen
que estar puntuales”. Mi grupo era de puras mujeres, participé en declamación
porque me gustaba y me sigue gustando la poesía que tenía por título “Mi
bandera”. Como no había micrófono, me indicaron que tenía que pararme al
centro de la cancha y hablar fuerte para que se escuchara, yo sentía mucha
emoción al decir fuertemente: “El verde, el blanco y el rojo se han unido para
escudar la tierra donde has nacido, donde libres y en paz somos felices...”. La
repetía varias veces y a cada rato, como un disco rayado.
La vida seguía su curso y con la magia de ver mis sueños que se iban cumpliendo,
llena de felicidad asistía los domingos por la tarde a clases de catecismo, con
un vestido de rayitas rojas que parecía más bien bata de dormir. En una de
las clases concursamos en dibujo, yo hice el arca de Noé, fue seleccionado en
primer lugar y me dieron de premio un libro que se llamaba La vida del Niño
Jesús. Más tarde hice la primera comunión, y me bautizaron al mismo tiempo.
Escogí a mi maestra como madrina para ambas cosas, me tomó medidas y me
hizo el vestido blanco, largo, de manga larga y cuello alto, con velo de tul y
orilla de encaje, zapatos, tobilleras blancas, libro y rosario. Escuchaba entre la
gente que se enteraban de mi bautizo: “Ahora sí, ya te quitaron los cuernos”.
Pues yo creo que no me los quitaron bien, quedaron vestigios porque ahora
me salieron tremendos cuernotes de buey.
que recibía constantemente de todos mis hermanos de una forma u otra, pues
era la única que seguía estudiando. Aún cuando me parecía estar soñando,
toda mi familia se esforzaba por darme lo que necesitaba.
Asistía los primeros días a la secundaria, vestida con el jumper color de rosa
para primer año en la Secundaria Federal “General Heriberto Jara Corona”; el
edificio apenas se estaba construyendo, por lo que iba a una escuela prestada
que se llamaba Escuela Artículo 123 “María Enriqueta”, que era de Petróleos
Mexicanos, en Poza Rica. En esa temporada hizo su aparición un frente frío,
yo era un esqueleto rumbero y sentía que el aire me congelaba, me presenté
con pantalón naranja debajo del uniforme. La gente no era muy fijada en la
combinación, pero sí lo era sólo para diferenciar el sexo. Hice el ridículo de
mi vida, me dio mucha vergüenza ante el grupo, que para entonces ya era
mixto, no sabía que estaba prohibido ponerse pantalón cuando hiciera frío
y me mandaron al baño a quitármelo, aunque todavía no era Navidad, lucía
nariz de reno.
Pronto pasaba la angustia y volvía la alegría que invadía toda la región, con
la celebración de la Expropiación Petrolera, que se festeja en grande. El 18
de marzo de cada año, empezaban los preparativos y ensayos. Se llegaba el
día esperado para todos, había carros alegóricos, la reina del petróleo, el
rey del chapo y el tradicional desfile de escuelas, colegios, trabajadores de
Pemex, de las empresas y algunas tiendas comerciales. Por la tarde había
artesanías mexicanas en el centro de la ciudad, los voladores de Papantla,
antojitos mexicanos con el famoso zacahuil, molotes, garnachas, etcétera. Por
la noche, baile por dondequiera. En este período me sucedieron muchas cosas
emocionantes, con altas y bajas pero había que seguirle, no tenía permisos
para salir de paseo pues no había dinero, así que me distraía cuando iba a la
escuela únicamente.
Mi madre atendía a mi hermano con la mesa bien servida, con todos los
antojitos que le gustaban, le respetaba el lugar como el jefe de familia y no
le faltaba su coca cola. Ante tal situación me obligaba a tratar de mejorar, no
estaba de acuerdo con las ideas que prevalecían en casa, me enojaba conmigo
misma, y me decía: “Yo quiero salir de esto, conocer más, salir de dudas y
confusiones, conocer mi cuerpo, mi mente”, me preguntaba cómo debían ser
las personas correctas, etcétera. Seguía luchando para continuar mis estudios
y entenderme a mí misma, porque en el futuro pensaba formar una familia que
fuera ejemplar. No quité el dedo del renglón: con grandes deseos de obtener
regresar con vida. Sentí que era lo último que estaba viviendo, y lo único que
pasaba por mi cabeza era preguntarme lo que sentiría mi madre al recibir esa
mala noticia. Pensé que moriría presa de los tiburones. Los salvavidas hicieron
su aparición, como sucede con la Cruz Roja, pero si no fuera por ellos ¡Dios
guarde la hora!, me hubieran cafeteado con el puritito café de Córdoba. Me
dejé llevar flojita y cooperando porque me acordé, cuando escuchaba a mis
hermanos, que ellos decían: “Cuando tratan de sacar a una persona que se
está ahogando, se desespera tanto que abraza al salvavidas y terminan los
dos ahogados”, y me dije: “Aunque me lleven los pingos”, me dejé llevar de
los cabellos, me tapé la nariz, al poco rato toqué tierra como Colón. Vi la luz
nuevamente, nos hicieron rueda todos los compañeros, hubo algo de bromas
para disipar un poco el miedo, seguramente me veía como limón amarillo.
que éramos muy arrojadas pues era peligroso que viajáramos puras mujeres.
Era la innovación de aquellos tiempos, toda una vida llena de emociones y
sorpresas.
Pero era un maldito miedo que no me dejaba en paz, sentía que me vería
mi hermano mayor, que lo iba a tomar a mal, pues a mi hermanito lo veía
hasta en la sopa, se me venía a la mente cuando en una ocasión salía de la
preparatoria a las 10 de la noche, con varios compañeros y mi amiga María de
la Luz Herrera, en un ambiente agradable de estudiantes (mis respetos a esos
compañeros en quienes podía confiar), nos invitaban a cenar, enseguida nos
iban a dejar hasta la parada del camión a cada una, ya que era una escuela con
horario para trabajadores (Colegio Salvador Díaz Mirón). En ese entonces mi
hermano andaba trabajando en el sitio, me siguió y me echó las luces, escuché
a mi primo que también venía en la bola y decía: “Es Mencho”, porque así
le decían a mi hermano, yo seguía como que no había pasado nada, trataba
de controlarme pero tenía miedo de que llegando a casa me hablara muy
fuerte y me regañara como acostumbraba, aunque para tranquilizarme me
decía a mí misma: “Qué me importa, si no ando haciendo nada malo”. A veces
me quería esconder para no verlo, pero daba la vuelta y ya lo tenía enfrente
preguntándole a mi mamá dónde estaba, yo decía: “Ya me fregué”. Tardé un
poco con esa sombra que me impedía llevar una buena comunicación dentro y
fuera de la casa, me sentía muy reprimida, no era libre de expresar mis ideas,
sentía que todo lo que decía era malo. ¡qué difícil era comprenderlo!
¡Ah! pero yo creía que había escogido un buen partido y que me había sacado
la lotería cuando vivía con mi esposo en aquel entonces y que era el mejor
matrimonio en mi familia; mi suegra me trataba bien, ocasionalmente se
presentaban pequeños incidentes de celos y ella me decía: “No te preocupes, lo
que no fue en tu año que no te haga daño”, algunas veces no los consideraba de
importancia, decía: “Es porque nos queremos mucho”. ¡Cómo no! La mamá de
mi esposo decía: “Mis hijos no se parecen en nada a su padre, él si fue un hijo
de tal por cual... nada más venía cuando había nacido el hijo y me preguntaba
¿y ahora que te compraste?” Y como dicen: “candil de la calle y oscuridad en
su casa”, pues sus hijos sólo veían cómo llevaba alimentos a la otra familia.
En mí había una capa de humo que me impedía ver con claridad lo que estaba
sucediendo. Seguía obedeciendo ciegamente, para llevar la fiesta en paz. Así
crecieron mis hijos, las necesidades aumentaban e insistía en trabajar; al fin
se decidió mi esposo e invertimos en unos negocios en Cuernavaca, Morelos.
Ahora sí había que trabajar en la Clínica Veterinaria y él en su refaccionaria,
aparte de su trabajo en la empresa Syntex. Una vez se acercó a la caja del
dinero y me dijo: “Pinche Dora, te vas a hacer millonaria y me vas a dejar”.
Le respondí: “Estás loco”. Cuando salió a trabajar con una plaza de maestro
a Tuxpan, Veracruz, fue porque hubo un recorte de personal en la empresa;
los problemas aumentaron, la desconfianza aumentó. Llegaba con mucha
ansiedad como si algo se le perdiera, me decía: “Te soñé que te bajabas de
un coche rojo, que andabas con mi mejor amigo”, etcétera. El ambiente se
tornaba tenso, sufrir este malestar además de la crisis económica fue terrible.
Los negocios se fueron abajo. Para mí fue difícil atender negocios, hijos, casa,
escuela y esposo en decadencia emocional.
Al día siguiente muy temprano salimos a comprar una estufa de mesa, una
hielera, un molcajete y los alimentos para cocinar, tenía que empezar temprano
para llevarlos a la escuela porque entraban a la una de la tarde. Volvimos a
mudarnos y encontramos una casa un poco mejor, ahí duramos más tiempo,
teníamos agua de pozo y de llave, pocas veces. Los problemas seguían y mi
estado de salud se vio afectado, pues necesitaba una histerectomía, la cual en
Cuernavaca se suspendió porque traía infección en la garganta. Esta cirugía
se venía aplazando desde que nació mi último bebé, del cual, después de
cuatro años deseándolo se logró la gestación, pero se adelantó el parto porque
Como siempre, todo lo demás era primero que yo, el mioma seguía creciendo
y yo vivía con ese pendiente dentro de mí. A principios de 1999 ya había
dolor e incomodidad. Preocupada, acudí al ISSSTE en Tuxpan para darle
seguimiento. Buscamos donadores de sangre porque nadie nos conocía y no
había quién donara; mi esposo le habló a un maestro, le hicieron pruebas de
sangre y estuvo presente por si se necesitaba, gracias a Dios no ocupé sangre.
Cuando me llevaban en la camilla a mi cuarto escuché que decían: “Se nos
andaba pasando”, después me subieron a la cama, mi esposo ya estaba presente
y escuché que preguntaba: “Oiga, doctor, ¿por qué no despierta?”. Todo eso
lo alcancé a escuchar levemente, y escuché cuando me preguntaron: “Señora
Dora Alicia, ¿cómo se siente?”, a lo que respondí, “Bien”.
Llevamos ocho años de vivir aquí y hace un poco más de tres años las cosas
fueron de mal en peor, lo que parecía no tener importancia se fue tornando
enfermizo y no aguanté seguir ocultando mi desdicha de vivir encerrada en
mi casa sin poder salir sola, siempre tenía que andar acompañada. Una noche
que estábamos todos reunidos les dije que ya no podía seguir aguantando
lo mismo de siempre, ahora eran más evidentes los disgustos, les compartí
que me sentía muy mal por tantas acusaciones que cada vez se hacían más
fuertes. Mi esposo ya venía utilizando e involucrando a mi hija. Ella llegó,
corriendo y llorando se subió inmediatamente a su recámara, me preocupó
y subí. Desesperadamente le pregunté qué le había ocurrido y me respondió,
“No sé a quién creerle, mamá, porque mi papá acaba de decirme que andas con
otro hombre”.
mucho dinero, poco a poco íbamos a salir adelante. Le pedí que continuara con
sus estudios pues ya pronto terminaría la carrera; mencioné que su padre se
perdería la alegría de estar con sus hijos. Hablamos del futuro, de que pronto
terminaría sus estudios y apoyaríamos a su hermano, quien estaba empezando
la Facultad. Pasaron pocos meses y en septiembre del 2007 le tocó a mi hija
ver a su padre, con la señora, comprándole la despensa. Se impresionó mucho
de verlo pagar mandado ajeno, despensa que no llevaba a nuestra casa, pues
decía que nunca le alcanzaba y siempre prefería ir de compras él, porque decía
que yo malgastaba el dinero.
Me preocupaba mi hijo el más chico porque era quien más sufría la ausencia de
su padre, no sabíamos cómo decirle, aunque en realidad ya lo sabía o lo intuía.
Le contamos poco a poco lo que veníamos viviendo: nuestro cansancio de
solicitarle ayuda y que nos la negara; la angustia de que mi sueldo alcanzara
sólo para las necesidades básicas de comida, pasajes, servicios; los adeudos de
predial que se iban acumulando; los problemas constantes como tener el servicio
de agua reducido, la lavadora descompuesta y los cobradores llamando a cada
rato, exigiendo el pago de las deudas de sus tarjetas vencidas... Si le hablábamos
mis hijos o yo, se molestaba, decía que no tenía dinero, que trabajaba para
mantenerse, que iba a ahorrar para su vejez, que no tenía tiempo, que estaba
cansado, que se iba a dormir, etcétera. Llegó el momento en que dejamos de
llamarle, no supimos más de él, y él tampoco se preocupó por llamar porque
ya no estaba solo, se fue a vivir a casa de la mujer clandestina. Se lo reporté a
su madre, quien se preocupó mucho y me dijo a manera de pregunta: “¿Qué,
está loco el cabrón?”, respondí que no sabía. Lo único que me preocupaba era
pensar que con sus actos afectaba a mis hijos. Le pedí que hablara con él para
que nos brindara ayuda, pues corríamos el riesgo de que nos embargaran la
casa. El fin de semana se apareció exaltado y acelerado, me dijo que su mamá
se había puesto mal, respondiéndole mi hijo, que estaba presente, que nosotros
no teníamos la culpa. Agregué que era el único responsable de lo que le pasara.
A los pocos minutos se retiró, despidiéndose de mis hijos.
Un día me hablaron mis hijos al trabajo diciéndome que su papá había ido a la
casa y quería quedarse con nosotros, que le hiciera ese favor, únicamente por
28 días; en eso se comunica él conmigo preguntando si le daba permiso, le dije
que por el momento dejara sus cosas afuera. Al regresar del trabajo vi algunas
bolsas, le pregunté qué había pasado y me respondió: “Tuve problemas”. Le
respondí que no podía quedarse tanto tiempo, que sólo ocho días; al siguiente
viernes se cumplió el plazo, por la noche partió a vivir solo en la otra casa
que tenemos. A principios de abril me anduvo buscando pues quería platicar
conmigo, me preguntó sobre las probabilidades de regresar conmigo y con mis
hijos, a lo que contesté que eran escasas y muy difíciles. “No puedo regresarme,
voy para adelante con mis hijos, he mejorado mucho, aunque por un momento
pensé que no podía, pero lo estoy logrando” y seguí mi escribiendo mi “tejido”,
en la computadora. Me comentó que está asistiendo a un grupo cristiano y le
pidió a los muchachos que lo acompañaran, que se siente muy mal estando
solo, pero que va asistir con el psicólogo que le recomendó su hija.
casa”. Con todo esta situación me he sentido con más confianza para salir a
buscar ayuda y más relajada, aprovechando que nadie me lo impedirá.
Este poema que a continuación presento lo encontré en uno de esos libros que
leía, buscando urgentemente algo que me hiciera sentir bien, para ir sacudiendo
esa “tierra” que me caía encima y me hundía. A Diosito le solicitaba que se
hiciera presente en mi camino, que me instruyera, que era preciso sentir su
guía. No creía lo que estaba viviendo. Le decía que tenía un compromiso con
esos hijos que me dio. Ahora le doy gracias por la crisis superada y por tantas
lágrimas que derramé, pues me han hecho ser como soy; descansé, gracias por
darme la oportunidad de seguir aprendiendo y por pertenecer a una familia
numerosa que tanto amo. Perdónenme, pero esta es mi historia.
Michele
Un paso más
recibieron por primera vez, hecha toda “un mar de lágrimas”. Ahí me
apoyaron con el primer empleo, me ayudaron a recuperarme emocionalmente
y me invitaron a la presentación de libros en el Instituto Estatal, donde me
enteré de este diplomado Tejedoras de historias. Reitero que ha sido para mí
de mucha importancia para el mejoramiento y desarrollo de mi persona, y ha
alentado la esperanza de lograr una autorrealización plena. Hoy, sin importar
la edad, sin importar que algún día me desplome, golpeándome el pecho como
le sucede a los albatros aun siendo perfectos instrumentos de vuelo, seguiré
volando con toda confianza a donde yo quiera, primero Dios.
“El hombre se eleva sobre la tierra con dos alas; con la sencillez y con la pureza. La
sencillez debe estar en la intención y la pureza en el efecto”. Thomas de Kempis.
Estoy muy satisfecha, lo comentaba ahora con las señoras, de los resultados
obtenidos. En realidad trabajé más o menos las mismas cosas que con el
diplomado anterior, pero cada uno de los grupos tiene su propia dinámica,
sus propias experiencias y ambas fueron muy enriquecedoras. Hubo un
proceso muy interesante en el que pude ir acompañando a cada una en su
propia conformación y realmente cada una iba contando su experiencia, los
resultados son muy buenos.
Muchas fueron diciendo eso, como que se iban sintiendo más ligeras, más
tranquilas, más plenas, lo que iban reportando eran desatores... fue un proceso
muy interesante irlas siguiendo una a una.
¿El proceso que siguieron en este diplomado, fue primero oral y posteriormente
escrito?
Un poco es eso, ellas decían que las hacía “parir chayotes con espinas”, o sea,
hubo procesos dolorosos, hubo ratos de muchas lágrimas en el grupo, porque
en efecto, enfrentarnos a nuestros fantasmas y a cosas duras y muy difíciles
de nuestra historia no es sencillo. Fueron muy valientes, la verdad, estas
mujeres, pero al final de cuentas era para estar mejor, para desembarazarse
de cosas que han venido cargando en el inconsciente, que no manejaban. Y
en realidad eso se ve hasta físicamente, se ven más contentas, más ligeras...
mejores, definitivamente.
respetuoso el trabajo de edición para dejar, a cada mujer, con su propio estilo
de escritura, con su propia forma de estructurar su historia. Algunas hicieron
un relato cronológico desde su infancia, muy rápido, porque había un límite de
páginas; otras se centraron en un episodio clave de su vida e hicieron menos
mención al pasado. Se dejó esa libertad para que cada quien contara su historia
como quisiera.
Gracias, maestra Basave. Ahora pasemos a las autoras de las historias. Iniciamos con
Candelaria Rodríguez Osoria, ama de casa y estilista. Candy, ¿quiere compartirnos
su opinión acerca del diplomado?
Para mí fue una oportunidad bien bonita la que nos dieron a personas como
yo y que hemos aprovechado al máximo. Ha sido para mí una experiencia muy
importante en mi vida.
¿Qué le deja este proceso?, ¿Cómo es la Candy que sale de este diplomado?
Me parece que es una muy buena opción que tenemos las mujeres de aprender;
sabemos que todas tenemos problemas, no importa el nivel económico, ni el
cultural, ni el poblacional, o sea, todas las mujeres tenemos problemas, pero
tenemos la posibilidad de solucionarnos, sólo hay que atrevernos. Todo tiene
un costo en esta vida: tener algo, el estar bien, el tener una buena relación,
todo tiene un costo y hay que atrevernos a pagarlo. El ser libres —lo más
importante es tener libre el espíritu, el alma—, eso nadie nos lo quita; el ser
Me dejó la experiencia de que una debe atreverse, decir lo que quiere, lo que
piensa, lo que necesita; si una no dice lo que necesita, ¿cómo lo van a saber o
a decir también las otras gentes? Hay que atrevernos a decir: “A mí me gusta
hacer esto, a mí me disgusta hacer lo otro”, no va a pasar nada por decirlo,
simplemente pues vamos a tener que negociar más para estar a gusto. Salgo
muy satisfecha del diplomado.
Es el turno de Estrella Romero Cárdenas, cuéntenos, ¿qué fue para usted este
diplomado?
Salgo con múltiples ganas de seguir adelante, con mucha fuerza de voluntad,
como le decía, con mi autoestima mucho muy elevada, siento que puedo iniciar
y seguir haciendo muchísimas cosas, Mi horizonte se abre tanto, pero de una
manera tan intensa y tan inmensa, que yo creo que puedo hacer lo que yo
quiera en este momento, gracias a este diplomado.
María Aurora Garza Reyna, ¿cómo ve esta actividad que compartió con sus
compañeras?
Es una gran oportunidad para todas, me gustaría que tuviera mucha difusión
para que muchas otras mujeres puedan aprovecharla.
¿Sale satisfecha?
Me pareció una experiencia muy especial, sobre todo porque fue algo nuevo
donde hubo cosas que me hicieron crecer como persona. Además de que me
sirvió mucho para mi crecimiento, agradezco la oportunidad de conocer a mis
compañeras, que son muy valiosas, de las que aprendí mucho y tuvimos una
convivencia muy bonita. Lo principal es que tuvimos un gran reto, escribir
una historia que me hizo recorrer mi vida y fue algo que considero nuevo para
mí.
Salgo muy satisfecha y muy agradecida con la licenciada Paty Basave por su
tiempo y su dedicación, y con el instituto Estatal de las Mujeres por esta
oportunidad.
Me siento más fuerte, con más seguridad, perdí muchos miedos que tenía, siento
que entiendo mejor las relaciones interpersonales, hay más comunicación en
mi familia, mejor entendimiento y me siento muy bien, muy satisfecha.
María del Rosario Páez Charles, ¿cómo describiría este tiempo empleado en
Tejedoras?
Este diplomado para mí fue una experiencia increíble. Fue un proceso difícil, a
veces doloroso, otras veces divertido y alegre; experimenté varios sentimientos
al ir recordando las diferentes etapas de mi vida, pero son procesos que van
sanando, se van cerrando heridas, se van rompiendo ataduras con el pasado y
he aprendido mucho de este diplomado.
Bueno, para mí fue muy benéfico haber asistido a este diplomado porque
ahora me siento una mujer más fuerte, más emprendedora, más libre, capaz
de enfrentar retos, con ganas de seguir creciendo, de seguir capacitándome y
compartir estas vivencias y este cambio con mis seres queridos. Quiero dar un
especial agradecimiento a la licenciada María Elena Chapa, que preside este
Instituto, porque nos ha dado la oportunidad a muchas mujeres de participar
en este diplomado y mejorar nuestras vidas; a la licenciada Paty Basave,
porque es una excelente capacitadora, una guía y amiga que nos ha llevado de
la mano en este difícil proceso con mucha paciencia. Mi admiración y respeto
para ellas.
Para mí fue una oportunidad muy especial; cada semana que se impartió el
diplomado hubo cambios, notaba cambios pequeños en mi manera de ser, de
sentir, de pensar, de actuar, de convivir y de vivir, porque pienso que cada
momento de la vida hay que disfrutarlo: si estás triste debes de sentir esa
tristeza, si estás alegre debes disfrutar la alegría, si estás cansada debes
relajarte, leer un libro, oír música, etcétera.
Minerva Torres Yamaguchi, las mismas preguntas: ¿cómo se sintió y qué cambió para
usted?
abrió un camino para mis decisiones, para ser yo misma y elevar mi autoestima
en todo; a decir que no a las cosas que no quiero, que no me gustan. Pues a
amarme a mí misma, a dar más amor a mis hijos, a sentirme libre, sin miedo,
sin temor a ser yo misma en todas mis decisiones, porque yo antes no podía
tomar decisiones. Este diplomado me transformó por dentro y por fuera, en
todo: como persona, como mujer, como ser humano.
Le doy las gracias a la licenciada Leticia Hernández quien fue la que me invitó,
por supuesto a la licenciada María Elena Chapa quien dirige este Instituto, y
a la licenciada Patricia Basave que fue excelente. Yo quisiera que siguieran
dando este tipo de diplomados porque me superé, me transformé por dentro y
por fuera en todos los sentidos.
Sigue Sandra Edith Tirado Ventura, ¿le pareció que el diplomado cumplió con sus
expectativas?
Claro que sí, fue muy constructivo, me gustó mucho, hubo muchos cambios en
mi persona. No cambió nadie más: cambié yo y ahora veo diferente la vida.
Me deja más potencial, creer más en mi potencial, saber que puedo lograr
muchas cosas y ser muy realista, ver lo que puedo hacer.
¿Satisfecha?
Muy satisfecha y muy agradecida con María Elena Chapa y Paty Basave por
esta oportunidad.
Ahora, Vicky Ponce Castañeda, activista, abuela y empresaria. Para ti, ¿qué ha sido
este diplomado?
para todo: para la vida, para el activismo, para mi familia. Me voy muy
fortalecida y con herramientas para enfrentar los cambios que necesito hacer
con respecto a mí y en mi persona, en todo lo que se pueda.
Muy satisfecha, me quedo con el hecho de que ahora, con lo aprendido, puedo
enfrentar mis miedos principalmente y de alguna manera, derrotarlos.
Gloria Diamantina Caballero Chávez, nos gustaría conocer tus reflexiones luego de
tantos meses de trabajo al lado de las otras Tejedoras.
¿Sale contenta?
Amparo García Villarreal, díganos ¿qué representó para usted ser parte de este
grupo?
Claro que sí y muy agradecida con el Instituto porque lo único que nos han
pedido es la asistencia, y porque el cafecito nunca faltó.
Pues en mi casa todo marcha mejor, ya no tengo los miedos que tenía, me
sentía como si estuviera en un pozo profundo y muy apenas alcanzara a ver
una luz, y ahora me siento completamente en la luz.
Para mí ha sido algo fabuloso porque me hizo volver a vivir, me hizo ser un
poco más positiva y agarrar nuevamente el camino y tener por qué vivir, pues
yo ya no me sentía con ánimos de nada. Les doy las gracias a María Elena
Chapa, a mi maestra Paty y a todo el equipo que nos han ayudado bastante.
Ahora ya ni recuerdo que me va a pasar algo malo, ahora me levanto de muy
buen modo; creo que cambiando nosotras podemos cambiar a la demás gente,
al mundo. Yo me siento más positiva, con ganas de seguir adelante, de seguir
viviendo, de seguir ayudando a la comunidad.
Sí, en mi otro grupo tenemos pláticas que les doy, desde hace uno o dos meses,
a mamás que tienen chiquitos, para que no los traigan en la calle, para que
sepan hasta dónde pueden llegar si ellos no tienen buenos principios, porque
hay que tener unas buenas bases y pensar que si se les cayó la casa, así se les
caerán los hijos.
Quiero agradecer a María Elena Chapa, que Dios la bendiga y siga adelante y
a nuestra maestra, para que siga ayudando a nuevas compañeras.
Enseguida le pedimos a Dora Alicia Pérez Enríquez que nos cuente: ¿Qué le pareció
este diplomado que recién concluyó?
Sí, básicamente, cambió en mucho porque veo las cosas desde otro punto de
vista y me ha servido para continuar la vida, para que mis hijos también
vean que las cosas van cambiando y que obviamente tenemos que seguir
preparándonos para el presente y para el futuro. Me llevo una gran experiencia,
me llevo conocimientos actualizados, impartidos por la licenciada Paty Basave.
Además, este curso fue muy enriquecedor para mí, fue renovante, muchísimo.
Me llevo también las experiencias de mis compañeras, porque de cada una de
ellas, digamos en la parte que hemos convivido, yo he encajado en algunas
partecitas. Me llevo muchísimo de ellas y de aquí, del Instituto, realmente
nos ha servido demasiado, es de mucha importancia que contemos con un
Instituto como éste.
Gracias al Instituto, me da gusto que haya gente como ustedes que se preocupen
por las mujeres, me dan gusto los proyectos del Instituto, a la licenciada María
Elena, verdaderamente la admiro por su labor y por pensar en ayudarnos,
porque como que no hay muchos lugares a dónde recurrir para hacer ciertas
cosas y ¡qué bueno que nos pongan este instrumento para lograrlo! Muy
satisfactoria la actitud y todo el desarrollo de Paty, la considero una ejemplar
mujer, la admiro mucho por su trayectoria y por su empeño de sacarnos
adelante y ayudarnos, ¡ojalá y siguiera este proyecto, porque en realidad hace
mucha falta!, nosotras somos una pequeñísima parte de las mujeres de Nuevo
León que necesitamos este apoyo. Ojalá se pudiera dar más cursos como éste
u otro tipo de apoyos.
¡Cómo no! Me pareció muy bonito, nos deja mucha satisfacción y mucha
enseñanza a pesar de que yo ya tengo mi edad, pero si volteo atrás y veo todo,
esto me da satisfacción ver muchas cosas que todavía puede uno solucionarlas,
y las buenas, claro, compartirlas. Me llevo una satisfacción muy bonita y muy
grande que también puedo poner en mi vida y volcarla hacia los demás; ser
ejemplo de otras personas que vienen detrás de nosotras, sobre todo para las
mujeres. Me voy muy contenta y muy renovada, me siento otra, ¡me siento
libre!
Sí, sí he tenido oportunidad. Dentro del DIF yo estoy con las de la tercera
edad, les damos pláticas y todavía nos sirven, a pesar de nuestros años, para
seguir adelante y ser una experiencia para los demás. Me voy muy contenta
y le doy las gracias al Instituto Estatal de las Mujeres por haberme invitado
a este diplomado, que para mí ha sido maravilloso. A la licenciada Patricia, a
Lety y a las demás compañeras que estuvieron conmigo quiero decirles que
son personas muy valiosas y que ha sido un gran privilegio haber estado con
ellas y haber participado en este diplomado.
Pues fue bastante completo, muy enriquecedor; para mí fue algo que me ayudó
muchísimo a interiorizarme más, a poder comprender mejor y a superar
muchas cosas que estaban ahí pero muy guardadas.
Muchas cosas, pero como le digo, estaban guardaditas ahí... pero ya empezando
a escarbarle, a ver más, empiezas a sacarlas. Necesitamos sacarlas para
superarlas, pero que si no lo hacemos, ahí permanecen y nos siguen haciendo
daño, nos siguen lastimando.
Sí, de hecho, las he compartido con muchísimas más, como te digo, tengo
un comedor de obra social y tenemos acceso a muchas personas. Esto me ha
permitido ayudarlas también a ellas y ésa es mi intención: superarme para
seguir ayudando a otras personas.
Pues nada más agradecer por este diplomado porque, definitivamente, siento
que es algo que se necesita, hacer más centros y cursos así para las mujeres. Si
necesitamos un factor de cambio en la sociedad, pienso que debe ser desde las
mujeres, somos las que criamos a los hijos, las que educamos a los hombres y
si queremos que la sociedad cambie, que haya hombres más responsables que
valoren más a la mujer, pues tiene que ser desde nosotras mismas.
Pues un agradecimiento porque así como con este curso, a pesar de que tengas
determinada instrucción, siempre es muy importante estarse actualizando y este
diplomado nos dio los recursos necesarios para hacerlo. Mis agradecimientos
al Gobernador y a la licenciada Chapa, así como a la licenciada Basave, a
Lety Hernández, que fueron las que estuvieron al pendiente de nosotras; y
también porque el gobierno se esforzó, porque no sobran recursos y se esforzó
porque llegara a nosotros este tipo de ayuda, va a ser una ayuda mutua, ya que
nosotras podemos compartirla con otras personas.
Finalmente, queremos conocer lo que opina Sanjuana García Arellanes, ¿Nos quiere
comentar qué le motivó a culminar este diplomado?
Pues que fue maravilloso por la oportunidad que se nos dio, estoy muy contenta
por haberlo terminado, ya que fuimos muchas las que iniciamos y muchas las
que estamos concluyéndolo, también. Nos da la oportunidad de conocernos,
de valorarnos sobre todo como personas, afianzarnos y querer seguir en este
camino del auto conocimiento y así brindarnos también a nuestras familias
pues, como dice Paty, trabajar con una mujer es trabajar con una comunidad,
ya que tenemos descendencia y todo lo que aprendimos lo podemos enseñar a
nuestros seres queridos y a quienes están alrededor.
¿Ya compartió esta experiencia con otras mujeres, con familiares, amigas?
Sí, aunque a veces no es algo que tengas que ir diciendo, sino que lo notan en
tu persona, en la seguridad que vas teniendo, entonces se acercan y preguntan
qué pasó. A qué se debe ese gran cambio. Más que nada es eso, el gusto de
tener el conocimiento y ver los problemas de otra manera: y a no asustarte, o
a lo mejor, enfrentar el miedo para poder sobrellevar tus problemas.
Soy la misma Juany... te iba a decir que otra, y no, es la misma Juany, pero con
mucho crecimiento interior. Estoy muy agradecida porque, en lo personal, tuve
una situación de maltrato familiar en mi casa y ha sido mucho el daño tanto
para mí como para mis hijos, entonces, el reencontrarme, el reacomodarme
psicológicamente, mentalmente, emocionalmente, ha sido muy bueno.
Reconstruirme y reconstruir a mi familia no ha sido fácil, todavía no se logra
todo lo que quisiera, pero es un camino en el que he avanzado bastante. Quiero
agradecerles porque esta oportunidad somos pocas las que la aprovechamos,
pero es algo invaluable de verdad, entonces, el que haya estado a mi alcance es
para estar agradecida completamente.
Apoyo audiovisual
Luis Alberto Hernández
Diseño y formación
Margarita Flores
En portada:
Sylvia Ordóñez, Tápame con tu rebozo, 2006, óleo sobre lino, 140 x 170 cm
Sylvia Ordóñez
Destacada pintora regiomontana contemporánea, nacida en 1956 e hija del también pintor
Efrén Ordóñez. Inició su trayectoria en la pintura de manera autodidacta. Estudió en Arte,
A.C. la carrera de Diseño de Interiores y posteriormente grabado en la Escuela de Artes y
Oficios de Barcelona, España.