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Tal vez debamos ir hasta Sócrates: "Yo me imagino que nuestra alma se parece
entonces a un libro". O tal vez debamos situarnos en un momento de esplendor de la
Razón, pues es Kant quien afirma que el objeto es aprehensible sólo por medio de
representaciones. Luego Heidegger proclama al lenguaje como la casa del hombre y
agrega: "El que habla es el lenguaje, no el hombre...". En realidad el llamado proceso
de deconstrucción comienza en la búsqueda heideggeriana. En cualquier caso, la
filosofía comenzó a moverse de sitio, hacia el lenguaje, y comenzó por el intento de
trasladar a él el objetivismo cientifista, como en Saussure. De allí en adelante Levi-
Strauss, Foucault, Barthes y otros cuantos. En otras palabras, se inició la traslación del
ansia de saber de lo epistemológico hacia la hermenéutica. Digámoslo así: se dejaron de
lado los ojos que se fijaban en los principios del conocimiento humano para volcarse
sobre la interpretación de los textos. Lo ontológico comenzó a ceder espacio; la
búsqueda de una esencia de la realidad total, incluidos universo y vida, fue cayendo
hasta una imbricación entre filosofía y lenguaje, hacia una reunificación que borraba el
divorcio sembrado por Platón. Así, la reflexión filosófica es hoy fundamentalmente
estética.
Sin embargo, los polos no pueden fijarse entre epistemología y hermenéutica. Así
como la física tradicional encontró su rubicón en la física cuántica, esto es, en la
suplantación de la certeza por la probabilidad, así mismo la mirada sobre el lenguaje
dejó de lado el objetivismo cientifista para introducirse en una desenfrenada
deconstrucción, ya no apenas entrevista como en Heidegger, sino con pretensiones de
respuestas de tal magnitud que el hombre mismo, y su mundo, parecen disolverse en la
nada, tal como la cuántica no encuentra los fundamentos elementales de la materia para
concluir que todo se reduce a campos de energía que cambian ante la mirada del
observador. Ha sido el francés Jacques Derrida el que ha llevado la deconstrucción hasta
los límites, aunque pienso que su aporte fundamental es el concepto de diseminación,
por lo que de valioso tiene en hacer de lado los límites de lo que hemos conocido como
polisemia.
En cualquier caso, cuando la cuántica acabó el esquema de las verdades objetivas, se
volvió a la vieja idea (idea en el sentido ordinario de la palabra) de que la Verdad era
simplemente un consenso, una certeza provisoria, como ya se anunciaba en Nietszche.
Lo mismo está sucediendo con el lenguaje cuando se asegura la plurisignificación de los
términos y la fuga de los sentidos. Derrida dice que "los deslices textuales son la
esencia misma del lenguaje". O lo que es lo mismo, se niega la existencia de un
significado trascendental. Otra cosa que parece originada en la cuántica, puesto que ésta
niega una objetividad, es la afirmación de que la pluralidad de significados no está, no
puede estar, relacionada con una supuesta objetividad del mundo. En consecuencia es
lícito interrogarse qué sentidos tiene el mundo, puesto que carece de uno objetivo, y la
respuesta es que todos lo que podamos injertarle. Injertar es una palabra importante en
este planteamiento filosófico del lenguaje, puesto que equivale a escribir. Así podemos
decir que la cosa se escribe.
Como he tratado de mostrar en mis tres novelas la escritura es escenificación. Derrida
llega a plantear la incompatibilidad de lo escrito y de lo verdadero con mayor fuerza que
sus antecesores. Basta concluir en la obviedad de que la escena lo que ilustra, entonces,
es una idea y no una realidad objetiva. Lo que se instala es un medio de ficción. Lo que
la escritura describe es a sí misma. Así la literatura ha vivido por siglos de la posibilidad
de un sentido o de la promesa de un sentido. No dejo de sonreír cuando algún
columnista de la prensa cultural celebra la aparición de alguna obra que prioriza la
anécdota sobre el lenguaje, calificando, el proceso inverso, como algo marcado entre
nosotros por Guillerno Meneses. En él, y fundamentalmente en otro de nuestros grandes
escritores, conocido como Oswaldo Trejo Trajo Trijo o Trujo, se da el libro como habla
regresada. Oswaldo entendió que el libro es simplemente una descripción del silencio,
o si se quiere, el libreto de los actores es posterior a la actuación. El arte es un speculum
que produce “efectos de realidad”. La consecuencia de significantes sin significados es
la “dentritud” del lenguaje. Derrida recurre a una expresión formidable cuando habla del
"materialismo de la idea" que no es otra cosa que la puesta en escena, puesta que nada
ilustra, a no ser la nada. Ya Schopenhauer había hablado del mundo como
representación. En este contexto verdad o falsedad es una oposición que carece.
Richard, en lo que se denomina psicologismo crítico, llega a definir “acierto de
expresión” a un estado en que las necesidades llegan a satisfacerse juntamente,
inclusive unas por otras.
Pierde vigencia, igualmente, la vieja discusión entre tema y texto, deja de existir el
núcleo temático, pues como bien lo dice Derrida “es la multiplicidad de las relaciones
laterales lo que crea la esencia del sentido”. Cuando alguien asegura de una novela que
no entiende, aseguro que la literatura es como el hombre, autoalimentada de una muerte
continua. Cuando alguien dice que no entiende un poema sería justo recordarle que el
verso es potencia inventiva, más aún, es la literatura. Cuando alguien me asegura que
mis textos son una catarata de metáforas, sería necesario recurrir a Richard para
asegurar “no existe sentido verdadero de un texto. Volviéndose todo metafórico, no hay
ya sentido propio y, por lo tanto, metáfora”. Los cuentos que se han publicando por allí
son pre-Garmendia, prediluvianos con relación a Salvador, el maestro de la narrativa
urbana en este país.
Pero decíamos que el concepto de diseminación me parecía clave. Mientras polisemia
era la pluralidad de significados de una palabra, la diseminación habla de “la
generación siempre dividida ya del sentido”. Polisemia era hermenéutica, diseminación
es deconstrucción. Diseminación tiene un "casi" sentido, el regreso imposible a la
unidad alcanzada, rejuntada de un sentido. Freud aseguraba que la ficción podía crear
nuevas formas de sentimiento inexistentes en la vida real. La física cuántica amplió
considerablemente el concepto que teníamos de los “huecos negros”. Así, la actual
filosofía del lenguaje ha encontrado un “hueco negro” donde el espacio íntimo es tan
íntimo que se anula, ya no hay separación entre el yo y la imagen. Richard: “Un libro
no empieza ni acaba: todo lo más lo finge”. Podríamos definir polisemia como
acumulación de significaciones, mientras que la diseminación nos llama a un equilibrio
en la multiplicidad del sentido; lo que experimentamos no es el sentido, es el equilibrio.
Pero, cuidado, que el proceso reactivo contra lo ontológico nos puede llevar a un
callejón sin salida. Filosofía y lenguaje se han encontrado y Platón, en este sentido, ha
recibido carta de despido, pero si identificamos humanismo y metafísica, la reacción
contra la segunda alcanza al primero, aún cuando hayan existido humanismos ateos. La
deconstrucción del lenguaje puede llevarnos a hablar del fin del hombre. No soy, en
modo alguno, un apocalíptico contra la tecnología, pero ya hay que citar la metáfora de
la tecnología o la técnica como metáfora, lo que agrega márgenes a la filosofía del
lenguaje. No olvidamos los intentos por neutralizar toda tesis metafísica del concepto de
hombre, aunque la unidad del mismo no haya sido cuestionada seriamente, ni siquiera
por los ateísmos. El lenguaje es humano y al ocuparse de él se está incurriendo en una
cara del humanismo, pues el lenguaje es considerado la esencia. De esta manera se
incurre en lo metafísico pues lo es todo lo que se ocupe de la esencia intangible del
hombre. Por este camino no se podría llegar a establecer la moderna filosofía del
lenguaje como antihumanista. Por los demás, toda la metafísica es una acción del
lenguaje. El humanismo es reflexionar sobre el hombre, procurándolo humano y no
inhumano; inhumano sería fuera de su esencia y su esencia es el lenguaje. En el fondo
brota de la filosofía del lenguaje una fuerte elevación de la humanitas y es en la
metaforización donde se consigue el sentido del Ser, lo cual, quiéranlo o no algunos,
inclusive aunque sea negado por los mismos filósofos de este presente, hace de las
modernas teorías del lenguaje un lenguaje metafísico.
La tecnología puede plantearnos el fin de las tensiones. Creo que una de las cosas a
superar es la literatura “light”, pues una de sus consecuencias más nefastas me parece
un aislamiento de la palabra. No se trata sólo de la vaciedad psicológica de los
personajes que esa “literatura” encarna, se trata de la pérdida de la mente humana como
re-hacedora de la palabra total, es decir, aquella que nos aproxima a la lengua
primordial llamada por algunos “el lenguaje de los pájaros”. El peligro que se cierne
sobre el hombre es el peligro que se cierne sobre el lenguaje. De esta manera puede
decirse que la literatura está sola, “sola, a excepción de todo”. Esa es la tarea que la
literatura decidirá si puede o no cumplir, incluida la restitución de las tensiones. Si
seguimos embarcados en algunas propuestas editoriales la literatura seguirá en el
torrente que este nuevo milenio presenta como fuerza desatada que todo lo arrasa. Con
Derrida podríamos decir que el relato comienza cuando cambiamos de lengua en la
misma lengua.
La inmovilidad de un trayecto
La última vez que me ocupé de Filippo Tommaso Marinetti fue para dejarlo encerrado
en un viejo palacio de Venecia (Jardines en el mundo, 1996). Lo dejaba allí con todas
las vanguardias, en una exposición como cualquier otra, como pieza de museo. Al fin y
al cabo, pensaba, las vanguardias habían asumido un signo ambiguo. La carga de El
Manifiesto futurista me parecía muy bien entre gruesas paredes por la evidente
contradicción, reforzada sin duda, entre ideal civilizador y progreso técnico-científico.
Aún más, posmodernidad, reflexionaba, nace en el momento en que la vanguardia (lo
moderno) se agota en su proceso de demolición. Marinetti no podía saber que la
concepción del tiempo variaría radicalmente y que en esto que ahora llamamos “tiempo
real”, donde el presente y el ahora son omnímodos, sus deseos de un hombre
identificado con un motor nos obligaría a meter las manos en el polvo que se desprende
de aquél documento.
Allí se hablaba de la belleza de la velocidad, de una, claro está, representada por los
medios de transporte, revolución ya comenzada en el siglo XIX. Lo curioso es que se
condenaba la inmovilidad a la que, pensaban, la literatura había condenado al hombre.
En consecuencia, se exaltaba el movimiento agresivo, el insomnio afiebrado, el salto
mortal. En El manifiesto técnico de la pintura futurista se hablaba del “dinamismo
universal” y de la “sensación dinámica”, del concepto de la energía de la materia cuya
esencia no era lo formado sino el continuo formarse.
Filippo Tommaso encontraría hoy que sí, que más allá de como él lo quería, la
identificación del hombre con la máquina se aproxima a límites impensados que podrían
conllevar a un cambio de la fisonomía misma del cuerpo humano y también encontraría
que la máquina que él asociaba a velocidad impone hoy la inmovilidad. Tal vez
deberíamos cerrar la referencia y devolver el futurismo al museo donde lo vi por última
vez y de donde lo hemos sacado para partir de él con relación a la identificación entre
belleza y velocidad. Sin embargo, ir a una de las vanguardias de mayor carga
destructiva, es decir, ir a la modernidad, es quizás elemental hoy para entrar en la
posmodernidad.
¿Qué es belleza? ¿Qué será belleza? Dentro del mundo que viene de la ruptura de la
doble visión del ojo, de una humanidad disléxica, de la pérdida absoluta de distancia y
de los relieves, de la desaparición del aquí, el arte abandonará la perspectiva del espacio
para asumir la perspectiva del tiempo. En cualquier caso, como lo quería Marinetti,
belleza estará asociada a velocidad, pero no puedo concebir como será esta "belleza", si
es que no llegamos a concluir que ambas palabras se harán sinónimas. Entre otras cosas,
el mundo postindustrial ya no fabricará grande objetos, pues bien se sabe que estamos
ante una miniaturización del producto tecnológico. Hace pocas horas he visto en la
televisión francesa a un paralítico alzarse de la silla de ruedas movidas sus piernas por
un aparato que suplanta los impulsos eléctricos de su cerebro sacándolos de un artefacto
adherido a su estómago. Bien por todos los paralíticos que podrán andar, pero allí está el
anuncio de la conversión del hombre en un ensamblado de prótesis. Mañana nos
tragaremos micromáquinas que recorrerán nuestro cuerpo, micro robots que andarán
nuestras arterias y píldoras inteligentes que transmitirán información sobre los restos de
carne que nos queden. Paul Virilio lo sabe y por eso acuñó la palabra “anímatas” para
describir a esos extraños visitantes que a la larga se irán integrando a nosotros como
nuevos órganos sustitutivos de aquellos atrofiados o inservibles o, simplemente, para
cubrir otras necesidades, unas no propias de la evolución de la especie, dado que el caso
parece ser que esa evolución ha terminado. Sí, el sueño dislocador de Marinetti de una
identificación plena del hombre y el motor se asoma. Esa será la nueva salud, anunciada
por el propio Nietzsche y convertida ahora en un espacio reducido y circunscrito, dado
que lo exterior se anula. Es por ello demodé la novela que siga girando sobre un exterior
inexistente. El texto literario debe ir hacia adentro, en una especie de nekya permanente.
Si el hombre es ahora el espacio a conquistar debemos tener en cuenta que la metafísica
reaparece en la forma más insospechada, puesto que este hombre postevolucionista
intervenido por los objetos de la biotécnica se convertirá, literalmente, en un hombre
metafísico.
El futurismo asociaba velocidad a automóvil. Con él a tren y a todo lo que se moviera
por motor. Hoy la velocidad está en las ondas electromagnéticas. Dentro de poco
Internet entrará por la vía de la electricidad, no del teléfono. Bien podemos decir que la
velocidad de la luz es el nuevo límite, uno en que nos paralizamos. Ya no hay
interpretación subjetiva o disociación de apariencias objetivas. Ya no sabemos bien que
es realidad. Está rota la unidad de percepción del hombre y su relación con lo real, si es
que a algo podemos seguir llamando así. El ojo humano ha sido superado por la imagen
de síntesis. En los tiempos de Marinetti la velocidad equivalía a disminución de tiempo,
a un ahorro entre llegada y partida. Ahora sólo llegamos y no es necesario partir.
Velocidad se ha convertido así en absoluta inmovilidad. Virilio nos lo recuerda al
hablarnos del hombre inicialmente móvil, luego automóvil y finalmente mótil, es decir,
uno que ha limitado sus movimientos y en cuyas casas pronto no existirán ventanas,
ventanas como las de Shakespeare y Pessoa en sus sonetos, más sólo pantallas y cables
que ocupan los antiguos lugares de ellas. Ya no puede decirse que estar signifique aquí.
La transmisión entra directa convirtiendo a este pobre planeta en uno sin espacio y
distancia. No necesitamos desplazarnos, el violento aire removido por la máquina que
ha podido conmover a los futuristas ha sido sustituido por la paradoja de que todo
acontece en este lugar en ninguna parte donde estamos fijos o clavados nosotros
receptores de las ondas electromagnéticas.
Al desaparecer la distancia lo lejano es lo que tenemos “cerca” y lo cercano se hace
intolerable. El hombre queda contraído, por la velocidad, en un mismo sitio, en uno que
ya no se llama “aquí” sino “ahora”. Las consecuencias son previsibles. En el campo de
la literatura la eliminación de las distancias ha conllevado a la aparición de una sin
distancia; es lo que se denomina literatura “light”. Sólo podremos derrotarla viajando
hacia el interior del hombre, pues hacia fuera todo está comprimido. Si queremos
escribir sobre lo planetario hay que ir a buscarlo en el único planeta que todavía
subsiste, el hombre. Él está inmovilizándose y llegará a un sedentarismo total, a una
parálisis que hace de su cuerpo un ghetto. En ese ghetto debemos introducirnos y
buscar lo intermitente, que será lo único que quede. Así, deberemos aprender a
manejarnos en el tiempo, no en uno histórico desaparecido, sino en el “real” de la onda
electromagnética y hacer tomar a la literatura su papel de alimento del alma en
sustitución del narcótico del vacío llamado “light”. La tecnología paralizará al humano,
pero podemos los escritores combatir la atrofia de los miembros que esto traerá
impidiendo que las ondas electromagnéticas de la transmisión en vivo nos hagan meros
receptores de una “luz” aséptica alimenticia en sí misma, suministrando la otra
luminosidad, la que siempre ha anidado en aquello que está por ser paralizado.
La clonación puede hacerse, ya está visto, pero aparte de la oveja y de los cochinillos
que ya han sido duplicados, existe otra, la del “doble”, uno electroergonómico, la
proyección de una “imagen” a la que podemos dotar de los “sentimientos” de aquél que
la origina. Ya está planteado que el astronauta viaje desde su casa siguiendo una
proyección virtual a partir de una sonda espacial. “¿Velocidad es belleza” como lo
planteaba el viejo furor futurista? Los pintores deberán aprender a pintar la perspectiva
del tiempo, los poetas deberán comprender de una vez por todas que están colocados en
el espacio en blanco entre las palabras, los escultores deberán tomar en cuenta la
existencia de otra materia (el tiempo ya lo es) y cambiar el humano rostro desfigurado.
Nuestra labor deberá ser la de inferirnos de la luz, comprehender el lugar del no- lugar.
Aproximación al aburrimiento
Nadie previó que la apacible ciudad de Seattle iba a saber de gases lacrimógenos y de
cargas de la policía. La reunión de ministros de países miembros del Fondo Monetario
Internacional se iba a desarrollar en los habituales desacuerdos. Después fue
Washington sacudida por una protesta masiva. Luego los enfrentamientos ocurrieron un
Primero de Mayo en Londres y en las calles de Hannover, amen de otras ciudades
europeas. Que no hubiese rudos trabajadores en las protestas de Seattle era
comprensible, pero no, vista la fecha, en la capital inglesa o en las ciudades alemanas.
En uno y otro lugar se trataba de jóvenes. En Bruselas, en medio de la pasión de la
Eurocopa de fútbol, he visto manifestaciones del mismo tenor.
Las protestas que han estado sacudiendo las calles del primer mundo son contra el
capitalismo. El divorcio total entre juventud y política ha sido uno de los fenómenos
más interesantes de los últimos treinta años. Después del mayo francés y los excelsos
años 60 la juventud se dedicó al abandono hippie, a vincularse con sectas de dudosa
factura, a deleitarse con algunas enseñanzas orientales, al exhibicionismo yuppie, a la
indiferencia o al consumo de droga. Abotagada por il benessere y los estupefacientes la
juventud había renunciado a cualquier rol protagónico. Súbitamente redescubre el valor
de las luchas sociales, las llamadas “causas justas” y vuelve a las calles a la “actividad
liberadora” de enfrentarse a la policía. Ha redescubierto un motivo de protesta después
del largo sueño.
Ahora los incendios en las calles del primer mundo son para exigir la condonación de
la deuda de los pobres del tercero, para condenar las prácticas del FMI y del Banco
Mundial, para decirnos que el capitalismo es aborrecible. Tampoco eran rudos veteranos
molidos por la maquinaria capitalista los que salieron a las calles de París en el famoso
mayo. Eran jóvenes cansados. En medio de este aburrimiento atroz donde ni una idea
conmueve, estaba abonado el terreno para la entrada triunfal de una “causa justa”. No sé
si los nuevos manifestantes se dedican a copular al término de la protesta o si se retiran
a sus habitaciones para entrar en Internet, sólo que ambas alternativas parecen ser una
sola. De allí salen confirmados: enfrentar a las fuerzas represivas de lo establecido.
Malas noticias para el hampa, dueña del acto agresivo, y para los traficantes de drogas,
agentes superados del sueño de una juventud aletargada.
Los jóvenes de los años 60 estaban cansados. Las viejas costumbres y la vieja moral
eran una carga demasiado pesada. Querían sexo libre, entregarse a una vida placentera
fuera de los viejos cánones familiares que imponían limitaciones. Estaban dados todos
los elementos de la rebelión. La política de posguerra, por lo demás, se había tornado
estéril y utilitaria. Entonces apareció la proclama de un amor libertario y del llamado a
una inteligencia desbordada. Los líderes del aquel movimiento son hoy viejos burgueses
acomodados al sistema y sus planteamientos han sido absorbidos. El amor es libre como
nunca y la inteligencia fue diluida por la banalidad industrializada. La tecnología se
encargó del resto, con la producción de un “delincuente” que se harta de pornografía y
se divierte interviniendo los sistemas más sofisticados de la red.
La protesta no es ya como en mayo, exigiendo la vuelta de la inteligencia. Lo que
ahora se quiere es encontrar un antídoto contra el aburrimiento. Les preocupa el fin de
semana. La serialización es aburrida, cuando no existe horizonte la vista se cansa,
cuando no hay distancia quedamos sin visión.
II
El cansancio que lleva al mayo francés tiene dos escritores emblemáticos que marcan
el tiempo de la posguerra. Son Bertolt Brecht y Jean Paul Sartre, ambos estrechamente
relacionados con el marxismo. Brecht, desde sus orígenes, había tomado del
expresionismo un marcado acento contra los valores burgueses y asumido un lenguaje
desmitificador en donde no faltaba la proclama de una “humanidad buena”, pero, y es
su mérito, también una desmitificación lúcida de los mecanismos en cual se apoyaba el
sistema a combatir. Su visión del arte es antiromántica, una escogencia ética y moral.
Ante la Europa que se cansa, Brecht aparece como el artífice de un planteamiento con
vastas implicaciones históricas, políticas y sociales. El otro polo que solivianta a los
cansados es Sartre. Él mismo es un “cansado”, un extraño al mundo burgués. Las luchas
que desarrolla van desde la guerra en Indochina hasta la política francesa en Argelia.
Convierte en sus textos lo absurdo y el divorcio con lo burgués en una experiencia
psicológica que cala profundamente en la juventud europea. Sartre concientiza sobre
una sensación de inutilidad, de falta de significado. El deseo de superar esta situación es
un abono demasiado fuerte para la juventud cansada, hasta el punto de que en medio de
las revueltas de París se le señala como el líder intelectual. El planteamiento
existencialista urgía a cambios rápidos en la sociedad. Estaba abonado el camino para la
rebelión contra el cansancio. La utopía estaba viva, las “causas justas” sobraban, para
los protagonistas de la revuelta el objetivo era el magnificente de cambiar la sociedad.
En el fondo la exigencia era de una nueva cultura.
Hoy no existe un planteamiento de este tipo. La desesperación de Cioran no prende en
el alma, porque es única y personal, sin propósitos de contagio. La ruptura de la
bipolaridad ideológica y el abandono de la utopía social, producen una homogenización
del mensaje con la ayuda de la tecnología. Ya la juventud no pretende liberarse del yugo
familiar y la moral burguesa se ha diluido, limitándose e ínfimos sectores de la
sociedad. El planteamiento de los que protestan contra las injusticias del capitalismo no
es para sustituirlo por otro tipo de sistema, sino para que aquél se ablande, se comporte
debidamente, asuma alguna característica de compasión: perdonar la deuda a los países
pobres o no imponer recetas que aumenten la pobreza. Además, no estamos en una
posguerra, pues guerra no ha habido. No estamos en un redescubrimiento de la vida
como sucede cuando la amenaza de muerte ha cesado.
La anterior rebelión contra el cansancio tenía abiertos grandes objetivos. La actual
rebelión contra el aburrimiento no busca otra cosa que destruir al propio aburrimiento.
Se protesta contra el comportamiento del sistema contra terceros, no contra el
comportamiento en la propia casa. Al parecer nadie quiere liberarse del bienestar, nadie
objeta, en ese primer mundo de juventud “contestataria”, el consumo desenfrenado y los
medios de placer, pero se aburren, se aburren desesperadamente. No es que Sartre esté
reviviendo estos días y con él el existencialismo, como algunos ensayistas franceses han
querido hacerlo ver. Es que se hace necesario recordar a Sartre por las proximidades que
existen entre cansancio y aburrimiento. En realidad ya Sartre goza de la historia de la
cultura, es decir, de la falta de vigencia.
III
La sociedad capitalista se caracteriza por el estímulo, al consumo sí, pero, más allá, a
las necesidades que podríamos llamar corporales, es decir, incita a la satisfacción, a una
que excede la mera adquisición de objetos. La necesidad existencial, la de la
preocupación por los temas fundamentales de ser, ha sido sustituida por un hedonismo
exacerbado. Se busca el placer, il benessere. A medida que ha excitado esa necesidad, la
sociedad capitalista ha suministrado los medios de satisfacerla, sólo que, al mismo
tiempo, el avance tecnológico nos ha ido colocando en la ubicuidad. Para decirlo de otra
manera: ya no hay apariencia sostenible. Sobreviene, así, la indeterminación. Virilio,
con acierto, ha dicho que la industrialización que viene es la de la “no mirada”. En otras
palabras: el proceso que lleva el capitalismo es el de la ceguera, la producción de “una
visión sin mirada”. Cuando digo indeterminación me estoy refiriendo a un
fraccionamiento del cuerpo tal como lo hemos entendido hasta ahora. En otra parte he
hablado de la absoluta inmovilidad a la que estamos siendo condenados; pues bien, a
este hombre paralítico hay que estarle suministrando constantes dosis de
sobreexcitantes. En cualquier caso, como lo fundamental es el presente, no hay, entre
los aburridos, preocupación por el mañana. Así, la protesta por la “causa justa” se
evaporará en la medida que el sistema logre sobre excitarlos momentáneamente y un
nuevo período de aburrimiento sobrevendrá hasta un nuevo sobreexcitante. Es más, la
tecnología permite que esos medios satisfacientes, cada uno individualmente y en
solitario, se los porte consigo. Se trata de la eliminación total de diferencias entre el
adentro y el afuera. Esta reducción conllevará, a su vez, a un aumento de la necesidad
hedonista y a una ruptura total de la relación del aburrido con lo real, quiero decir con lo
real exterior, pues el mundo se reducirá a sí mismo. El resultado podría ser,
simplemente, el de la ausencia. El hombre podría terminar como algo contraído. Estos
jóvenes que han reencontrado la “causa justa” terminarán diciendo: no estamos para
nadie.
La incertidumbre de Narciso
Cuando Jean Francois Revel le asegura a Plinio Apuleyo Mendoza, en una entrevista
para un diario local, que quienes manifiestan contra la globalización “son” la izquierda,
estamos asistiendo a la miopía de las ideas en este reino de la incertidumbre. No faltará
quien asegure que Revel siempre fue un miope, pero ese no es asunto que me interese
ahora. Simplemente relevo el uso de términos obsoletos para calificar situaciones, como
dividir al mundo este optimistas y pesimistas o, recurriendo a los términos de Eco, entre
apocalípticos e integrados.
La modernidad terminó en el más profundo desencanto del hombre, sumiéndonos en
el sin sentido. El ser optimista y agitado ha dejado paso a un escéptico sin norma. Ya no
se le pregunta a nadie o, dicho de otra forma, la pregunta es formulada a nadie. El signo
del presente y del porvenir es la indiferencia. Cada quién está encerrado en lo poco que
tiene, llámese afecto familiar o bienes o pequeño mundo donde se solaza con la
conversación banal con otros igualmente indiferentes. Alberto Moravia escribió una
primorosa novela con este título, Los indiferentes, lo que, en alguna ocasión, me hizo
llamarlo “el maestro narrador de la alineación”. Bienvenido el novelista italiano porque
creo que un concepto que debemos desempolvar es precisamente el de alienación,
lanzado a la cesta del olvido desde hace unos cuantos años. Hemos perdido el control de
nuestra creación, no sabemos como funciona el mundo y la muerte de las utopías nos
impide imaginarnos el futuro. Es más, no nos interesa imaginarlo.
Hay indicios del desorden. Los futurólogos produjeron en la economía predicciones
irrealizadas; hoy asistimos a la fragmentación de las grandes empresas en pequeñas
unidades de producción paralelamente a las megafusiones. Ambas cosas se están dando,
como la conformación de grandes bloques que terminarán abortando el Estado-nación,
pero con la compañía paralela de una fragmentación del poder en beneficio de ciudades
y regiones. Los sistemas políticos están cuajados de incertidumbres con un alejamiento
casi asqueado de las grandes masas. No sabemos como vamos a gobernarnos en el
futuro. Todo parece inclinarse hacia una dualidad, desde la economía hasta la política,
en medio de ruptura de viejas creencias, como aquella en el trabajo de que lo mejor era
tener un puesto fijo, mientras los yuppies no aceptan cargos gerenciales que los aten
más allá de pocos meses a cualquier empresa. Si muchas de estas consideraciones
podemos pergeñar en el terreno de lo denominado “interés público”, es en el terreno
personal del hombre donde los sin sentido predominan. El día a día parece ser el esbozo
de norma, lo que podría hacer reflexionar a alguien sobre algunas viejas enseñanzas
orientales, pero con las cuales no hay ninguna relación. Lo que resta de los códigos de
las relaciones interpersonales son el desencanto y la fragilidad. El amor ha sido
independizado de la procreación y la procreación misma dejará de ser asunto
apasionado hasta para las parejas que hoy recurren a los procedimientos in vetro o
parecidos. Como no se cree en nada, menos en lo colectivo y en los políticos, sumada la
exigencia consumista, resurge una vieja enfermedad asociada desde siempre a los
mecanismos capitalistas: el individualismo exacerbado. Todo lo que escribieron
pensadores del humanismo cristiano como Chardin o Mounier sobre el concepto de
persona ha sido devorado por una realidad que ha superado con creces aquélla que los
inspiró. La imposibilidad de la revolución social, sumada a una diferenciación entre dos
estratos poblacionales cada vez más lejanos en cultura y economía, lleva a la aparición
del hampa como la conocemos hoy. El hampa, creo, es la más patética manifestación de
la imposibilidad revolucionaria y una forma sustitutiva de búsqueda de la igualdad
social. El economicismo, la vieja enfermedad de conceder a la economía el privilegio
absoluto sobre nuestras vidas, ha reaparecido como pandemia sepultando las
interrogantes esenciales del hombre sobre el Ser y produciendo la “cultura” uniforme
que se nos lanza sobre el cuello como tenaza asfixiándonos en el rechazo de todo
pensamiento trascendente.
Estamos asistiendo a la segunda gran explosión de individualismo. El triunfo lo
reclama Narciso. Algunos pretenden ver en la multiplicidad de la oferta el reino de la
libertad y hasta llegan a pensar que esta supuesta capacidad de escoger es la mejor
muestra de la humanización de los controles. Llegan, así, a calificar de autoritaria la
modernidad y a identificar posmodernidad con libertad. Aparte de la inmensa masa
humana empobrecida hay que repetir lo de la separación brutal entre partes de la misma
sociedad-nación. Para proclamar la muerte de la angustia, como lo hace Gilles
Lipovetsky, realmente hay que recurrir a la afirmación de que estamos caracterizando,
tomando como guía, un total abandono del saber. Mientras menos sabemos, menos nos
angustiamos, ecuación simple y patética. Lo que estamos viendo es la imposición de un
sistema de “vida” donde es posible estar sin objetivo y sin sentido. Que la
posmodernidad no lo inventó, que es una continuidad del proceso de la modernidad, lo
podemos compartir. Mientras más grande es la indiferencia más fuerte es el rechazo del
conocimiento. La revolución individualista que estamos viviendo, (con excusas por el
uso de la palabra muerta), conduce, paradójicamente, a la muerte del Yo. Ya lo he dicho:
no pueden existir revoluciones cuando la única revolución es la de un individualismo de
signo diferente, pero mayor y más acendrado de aquél que sentimos en pleno apogeo
capitalista del siglo XX. Cierto que no es el viejo concepto marxista de alienación lo
que hay que “regresar”, pues ahora se agrega el elemento apatía y la exacerbación de la
oferta a Narciso, pero hay que retomarlo. Mal podemos hablar de libertad suministrada
por la oferta manipuladora cuando tenemos a un hombre a punto de no sentir nada, a no
ser la necesidad inducida de mirarse al agua para confirmar que tiene lo que se le ha
ofrecido y que el éxito resuena sobre su pellejo en las miradas de envidia de los otros.
“Así es la vida hoy”, afirman algunos. Otros insistimos en preguntarnos si se puede
llamar vida. Somos los que aún peligrosamente pensamos. Si vida y felicidad son ahora
no arriesgarse, una nada que va desde la vida sentimental hasta la concepción del
trabajo, debemos precisar que si libertad y felicidad equivalen a vacío, lo que puede
asomarse en el horizonte es otra época totalitaria. Eso de mirar en la historia para no
repetir los errores siempre me ha parecido un exabrupto. El hombre comete las mismas
barbaridades no por falta de memoria sino por una acumulación de procesos y
circunstancias. Asegurar que debemos tener una perspectiva histórica de nuestro tiempo
me suena a madera podrida.
Nadie glorifica esta entelequia llamada posmodernidad ni nadie en su sano juicio
añora la modernidad. Se trata de un reconocimiento del presente y de un imprescindible
otear en el futuro. Regodearse con los síntomas y proclamar que este mundo es
cuasiperfecto porque nos permite elegir es aceptar la incertidumbre y el vacío como
normas de la vida del futuro. No hay códigos, aunque, admitámoslo, no es la primera
vez. Paralelamente se nos dice que Nietzche está muerto y que la libertad y la felicidad
consisten en consumir. El mensaje no es nuevo, por supuesto, sólo que ahora el hombre
hedonista y narcisista ya no lo resiste. La verdad, fue dicho en su momento, es un
consenso, un simple consenso generalmente aceptado o, como la definió Derrida, una
"certeza provisoria". A veces uno piensa que el único que está reviviendo es Nietzsche.
Aunque quizás sea Alicia: "En nuestro país no hay más que un día al mismo tiempo", lo
que Narciso incierto encontraría digno de una primera afirmación.
Amago de estupefacción final
Los hombres santos del hinduismo se veían con sus trenzas milenarias y sus raros
instrumentos acompañados de una multitud. Era la época de la visita y del baño ritual en
el Ganges. Las aguas del río permiten la purificación de los pecados y la preparación de
un viaje que nunca se sabe cuando se puede iniciar.
En las primeras semanas de cada año escasean las noticias, aún cuando se inicien un
nuevo siglo y un nuevo milenio, más aún, quizás por ello. Si repasamos los archivos de
lo trágico encontramos siempre al inicio del año inundaciones, terremotos, aviones que
se estrellan, incendios que devoran adolescentes, aludes, montañas que caen sobre
poblados. La tragicidad consiguió expresión esta vez en el terremoto que sacudió el
oeste de la India, en el mismo espacio de tiempo en que el Ganges suministraba pureza.
La ayuda internacional se manifestó en equipos de socorro que, por supuesto, iban
acompañados de perros. Son ellos los que husmean entre las vigas retorcidas y las
placas de los edificios caídos en procura de sobrevivientes. Sólo que en la India tal cosa
no se permite. El hinduismo no acepta que los perros caminen sobre la gente, sólo entre
la gente, como en la Calcuta de la Madre Teresa o en los barrios gigantescos que se
extienden por las ciudades de ese subcontinente. Los perros no han podido husmear en
procura de vida porque una creencia religiosa lo impide. Así como las vacas hindúes
jamás se asemejarán a las europeas puesto que la sabiduría impide la repetición de los
casos de otros siglos en que tales rumiantes enloquecieron por comer carne siendo
naturalmente herbívoros, el que un perro pase por encima de la destrucción olfateando
la vida es algo repulsivo e inadmisible.
Las religiones orientales están llenas de pasividad. La muerte del deseo es quizás en
todas ellas una condición de la felicidad. Si bien fracturado en diversas acepciones, el
hinduismo se ha ido extendiendo en prácticas diversas que occidente ha asimilado y
practicado a su modo, como el yoga o la meditación. El quietismo religioso oriental
determina la evolución social. Mucho se ha hablado, por ejemplo, de las diferencias
entre los Estados Unidos y América Latina partiendo de la comparación entre los frenos
antiguos y modernos del catolicismo y la ética protestante que autorizó el desarrollo de
un capitalismo audaz y exitoso. Las viejas religiones de oriente son profundamente
sabias, quién lo puede dudar, más aún cuando las más modernas teorías de la física,
como la cuántica, llegan a conclusiones que ya habían sido establecidas desde siglos por
aquéllas.
El viejo Papa de Roma condena el uso de anticonceptivos mientras millones de
católicos hacen caso omiso. En la India los perros no pueden caminar sobre la gente ni
siquiera para salvar vidas. Hay en las religiones un tufo de vejez, una capa de moho, un
óxido impermeable. Numerosos ensayistas anunciaron hace años que el mundo se
encaminaba hacia una nueva era de religiosidad. En realidad lo que vemos triunfante es
esa extrañeza denominada New Age que implica meditación, reposo mental, aviva una
falsa industria editorial de autoayuda e implica a miles de occidentales en regresiones a
vidas pasadas, a encuentros con supuestos extraterrestres o a una tranquilidad basada en
la renuncia al deseo, precisamente en un mundo capitalista salvaje donde la
competencia toma visos de guerra a muerte. Son pequeñas muestras de laboratorio de
enseñanzas orientales, del hinduismo, del taoísmo, del budismo. Se trata de caricaturas
occidentales, de inclusión de la paz en la lista del mercado que este hombre de inicios
de milenio no consigue en otra parte que no sea la ignorancia y el consumismo.
En occidente los perros no sólo pueden caminar sobre la gente, pueden comer con la
gente, dormir con la gente, convivir con la gente. La industria relativa a las mascotas
domésticas es multimillonaria y los hombres nos permitimos, incluso, dar carne a las
vacas haciéndolas enloquecer, en un proceso del cual hay referencia hasta en la
antigüedad helénica. Mientras millones de occidentales gastan fortunas en sus mascotas
el afán de lucro lleva a la alteración de los ritmos impuestos por la naturaleza, mediante
el uso de hormonas o de harinas de origen animal. En la India abundan los vegetarianos
y las vacas sagradas se pasean entre la gente. La original sabiduría religiosa se
entremezcla con fantasmas, con entelequias, con prácticas añejas, con antidiluvianos
preceptos de conducta.
Ciertamente los perros llevados a la India por las brigadas de rescate internacional y
que han permanecido ociosos ante la prevalencia de creencias religiosas sobre la
preservación de la vida, nos confirman las previsiones teóricas: el milenio se ha iniciado
en la orfandad.
No es necesario recurrir a Mircia Eliade, el gran rumano historiador de las religiones.
El tema es el perro y uno lo fué, sin lugar a dudas, Diógenes de Sinepe, mejor conocido
como El Cínico. En efecto, cínico viene del latín cynicum, a su vez derivado del griego
kynicos, derivación de kyon, kynos, es decir, perro. La definición de la antigua escuela
cínica con el mote de perros indicaba un ideal de existencia conforme a la sencillez y a
la desfachatez de la vida animal. Precursores de los estoicos, se caracterizaban por la
inventiva, la risa y una oposición a los usos y convenciones humanas. De Diógenes son
famosas dos anécdotas, su proclamación como ciudadano del mundo y la linterna que
encendió un mediodía para salir a buscar un hombre, anécdotas que reflejan a la
perfección el contenido filosófico de fondo. Como “perro” proclamó acariciar a
aquellos que le ofrecían un regalo, luchar contra quienes no le daban nada y morder a
los mediocres.
El cinismo aflora en el siglo XXI. Ya no el de Diógenes, ni siquiera aquél manifestado
por Oscar Wilde cuando exclamó que él no era un cínico sino un hombre con
experiencia, para preguntarse, sin embargo, si acaso no eran la misma cosa. En los
tiempos de las innovaciones tecnológicas el hombre posmoderno intuye que las
innovaciones se quedarán cortas. La decepción de este hombre lo lleva a la convicción
de que restar sensible es utópico pues mantener los sentidos en alerta ante una felicidad
que no llegará es necio. El mismo sentido de pasividad de las religiones orientales
estaba en Antístenes, discípulo de Sócrates, cuando aseguraba que las riquezas y los
honores no eran verdaderamente bienes y que era menester despreciarlos, buscando la
virtud mediante la liberación del deseo. Diógenes irrumpe en la Atenas decadente.
Siempre el cinismo lo hace en tales circunstancias. Sin embargo, el cínico de la
antigüedad era un original solitario y un moralista provocador. En otras palabras, un
marginal. Ahora el cinismo crece en el anonimato. Ya no hay perro que husmee, cual
Diógenes. El cínico de la posmodernidad es un asocial integrado, alguien que no
comparte pero que hace rutina de las prácticas y cumple los rituales que se le imponen.
Peter Sloterdijk lo considera un caso típico de melancólico el cual controla, en
apariencia, sus síntomas depresivos y trabaja. El hombre cínico de este tiempo cree
saber lo que necesita, paradójicamente se cree un iluminado y así se hace apático. El
cinismo se mezcla con sexismo y un falso concepto de “objetividad”, constituyendo así
el tobogán por donde occidente se desliza. No subsiste una Aufklärung, es decir, la vieja
convicción de que el mal resulta de la ignorancia y que basta el saber para curarlo. El
cinismo de estos tiempos donde los perros no husmean es la respuesta a esta desilusión,
que, como también la define Sloterdijk, “es la forma moderna de la falsa conciencia”.
Diógenes no era la falsa imagen de un filósofo en un tonel, era, por el contrario, un
perro que mordía. Hoy los perros ni siquiera husmean. El cinismo es la manifestación
desagradable de una falsa conciencia supuestamente esclarecida. La impostura ha sido
posmodernizada. No recuerdo quien acuñó la expresión “mal del siglo”, pero si se
puede asegurar que el del XXI será, o es ya, el cinismo. Ya no hay espacio para hippies,
el cinismo ya no es una mezcla de humorismo, filosofía e ironía. La antigua alianza
entre la dicha, la ausencia de necesidad y la inteligencia, no existe más. Es por ello que
las religiones orientales patinan en sus viejos encierros y la cultura occidental deja de
lado la tradición inteligente. La conciencia moderna se ha desgraciado. Por eso estos
tiempos de conciencia desdichada reciben el impacto de la Aufklärung destrozada.
Cuando los perros de Diógenes de Sinepe no sólo husmeaban sino que mordían había
respuesta a la desilusión. La única coincidencia es que el cinismo, en cualquiera de sus
formas, reaparece cuando la civilización deja la inteligencia. Un pintor italiano, Giorgio
de Chirico, lo resume: los hombres tienen caras redondas y vacías, miembros proteicos
y son geométricamente parecidos a los humanos, pero sólo se les asemejan. La
humanidad gorda de Botero los hace a todos un indeterminado uno. El hombre de
ambos pintores se parece a todos y a nadie. Quizás el cínico del siglo XXI esté
anunciado ya en el Mefistófeles de Goethe.
El último texto
Las quejas se han hecho, incluso, estadísticas, amén de literatura de ficción. Los
estudios demuestran que los latinoamericanos no confían en la democracia. Si de
matemáticas se trata los norteamericanos no son proclives a votar. Quienes tengan
amigos europeos podrán comprobar su apatía por los asuntos públicos o las burlas
constantes que ejercen sobre los políticos. La lista de quejas podemos encontrarlas en
José Saramago: “Los ciudadanos sufren porque sienten que no tienen importancia en el
funcionamiento de la sociedad. Está limitada la capacidad de cambiar la dirección del
país. El poder real es el poder económico, es decir, vivimos en plutocracia, el mundo es
dirigido por unas cuantas multinacionales y los gobernantes son simples representantes
del poder económico, los ciudadanos se comportan como autómatas”. Sólo que
Saramago es un viejo ingenuo o una víctima de la arteriosclerosis. La única cosa que se
le ocurre es que todos votemos en blanco, seamos portugueses, italianos, asiáticos o
latinoamericanos. Semejante bobería nos conduciría, según él, a que el poder se
repensara y encontrara soluciones, para luego incurrir en la contradicción de preguntarse
sobre el lugar donde verdaderamente reposa el poder.
Los latinoamericanos son más específicos: la democracia no ha disminuido la
pobreza, siguen los problemas básicos de salud, alimentación y educación, no se ha
hecho justicia a fin de cuentas. Si mezclamos lo que dicen los europeos cultos y los
pueblos hambrientos nos topamos de frente con una crítica que más parece una
condena. Ya en alguna otra parte he dicho que la democracia es un sistema político
formal que privilegia la libertad y que, en consecuencia, es apenas un punto de partida.
Uno de los asuntos centrales quizás está en el rol de los políticos, estos es, los que
ejercen la conducción de los asuntos públicos y el manejo de las finanzas comunes.
Podemos encontrar, en cualquier parte, una actitud general de burla y desprecio hacia
ellos. Como nunca la actividad política está desprestigiada. Esa sería la primera gran
contradicción con el sufrimiento que Saramago describe: cada vez menos gente capaz se
interesa en la política, aspira a un cargo público o emite opiniones. Los asuntos públicos
huelen mal, la política es una pobretona actividad de tercera. Hay un deterioro global
del interés por lo común. Es también una consecuencia del éxito descrito como la
adquisición de dinero. A la política van a buscar dinero los que no pueden hacerlo de
otra manera. Al fin y al cabo, lo que importa es ese éxito tal como nos ha sido impuesto.
La otra conclusión es la de una pobreza intelectual extrema. No hay ideas en el mundo
de la política. Las teorías sociales se desvanecieron, lo que queda es la administración
común y rutinaria. Los soñadores que veían la política como una vocación de servicio
están creando nietos. A Saramago se le puede responder preguntándose cuántos se
interesan realmente por el destino común. La experiencia venezolana indica que ese
desapego es una de las causas por las cuales vivimos lo que vivimos. No son autómatas
los ciudadanos como pretende el escritor portugués, no son más que individuos
exacerbados que no miden las posibilidades de afectación que tiene sobre su entorno
egoísta la apatía hacia lo colectivo.
Es cierto que vivimos en un economicismo que derrumba cualquier otro parámetro. El
dinero es el nuevo dios y el éxito el nuevo paraíso. La concentración de poder
económico es una realidad hasta el punto de las transnacionales manejar presupuestos
que superan en mucho los correspondientes a varios países tercermundistas sumados. La
plutocracia se concentra en el dominio de las comunicaciones, en la propiedad sobre la
información. Quien domina la información domina al mundo. Ya he nombrado al actual
régimen italiano como a una dictadura massmediática, tal como la describe, por
ejemplo, Antonio Tabucchi. Con las realidades reales hay que tratar y no se puede negar
que ese poder económico es poder político. He descrito a los políticos como
intermediarios entre la gente y la mercancía. Aquí y allá se hacen babosas que mueren
por tener delante una cámara de televisión. Y dicen lo que se espera de ellos.
La crisis política es un aspecto o una faceta simple de una crisis más profunda. Lo
que está en crisis es el hombre mismo y, por ende, su forma de organizarse
políticamente. La democracia resiste y lo hace, para paradoja de los manifestantes
antiglobalización, en pasos como los de la unidad europea, aunque en el interior de esos
países los ciudadanos no se distingan en mucho de los demás, en cuanto a aburrimiento,
a cansancio, a automatismo. De resto, el poder de decisión, la real posibilidad de elegir
o de cambiar la dirección de un país, siguen sujetos a la imaginación desarrollada en el
campo de la política. La democracia, como todo, es un campo donde la capacidad
inventiva debe estar siempre presente, sobre todo si partimos de la conclusión clara de
que el mundo no puede ser perfecto (la muerte de la utopía) y que el camino está en su
búsqueda permanente.
No obstante, habrá sobresaltos. La crisis va a conducir a brotes totalitarios. Si no se
regenera el tejido político el totalitarismo será de signo económico, menos en un país
como el mío donde la revolución se tiñe de regreso a procesos genéticos
decimonónicos. Esa especie que alguna vez fue llamada “intelectuales” está en desuso o
vía de extinción. No hay tiempo para pensar ni es productivo hacerlo. O quizás sea más
fiera la conclusión: a muy poca gente le interesa devanarse los sesos en las formas
posibles de organización social. Una de las conclusiones paradójicas es que necesitamos
más que nunca de la política, en estos tiempos en que no se consigue una idea y
gobernar se ha convertido en una tarea para mediocres.
La democracia sin política
El asunto que comienza a plantearse es el de los efectos dañinos del mundo tecno-
mediático sobre la democracia. Ahora vamos más allá del poder massmediático en sí,
para arribar al planteamiento de una eventual incompatibilidad de los valores
democráticos con las normas universales de la comunicación. Si el hombre se convierte
en un mero animal simbólico este sistema político habrá perdido toda racionalidad.
Giovanni Sartori lo define como “la primacía de la imagen, es decir, de lo visible sobre
lo intelegible”. El hombre que “mira la pantalla” se está convirtiendo en alguien que no
entiende. Los sistemas de medir la llamada “opinión pública” están trasladándose a un
botón del telecomando y quien aprieta ese botón es alguien sin capacidad de
pensamiento abstracto. Ese viejo carcamal llamado partido político depende ahora de
fuerzas que escapan al trabajo de captación de miembros o a los planteamientos
profundos sobre proyectos de gobierno. Las encuestas se hacen cada vez más
sofisticadas y, al mismo tiempo, más erráticas, pero forman parte del conjunto de
destrucción de algo que hoy es una entelequia y, no obstante, se sigue llamando
“opinión pública”.
Los contendores de la democracia, en términos absolutos, han cambiado. Los viejos
enemigos se derruyeron, pero muchos nuevos han surgido, el populismo, las nuevas
autocracias constitucionales que se amparan en un Estado de Derecho falsificado y
construido a la medida.
Si la democracia es un ejercicio de opinión, o “gobierno de opinión” conforme a la
definición de Albert Dicey, la democracia es un cascarón vacío, pues como bien lo
observa Sartori las opiniones son “ideas ligeras” que no deben ser probadas. Hemos
visto como los llamados “programas de gobierno” que antes elaboraban los aspirantes al
poder han caído en total desuso, por la sencilla razón de que no influyen electoralmente.
Basta manejar dos o tres cuestiones machacantes para definir a esa debilidad variable
llamada “opinión pública”. Ahora bien, en este era tecno-mediática las opiniones no son
independientes, no surgen del conglomerado, al contrario, le vienen impuestas por el
ejercicio massmediático. Numerosos analistas han señalado la desaparición de lo
sensible, puesto que la televisión borra los conceptos y hace del hombre un receptor que
ve sin comprender. Ello explica la creciente e indetenible ignorancia de los políticos.
Hemos llegado a una regla massmediática: quien aparece conceptual no puede ganar las
elecciones.
Cuando hablamos de falta de ideas no nos referimos a los pensadores. Los
intelectuales europeos, fundamentalmente, pues fue en Europa donde la democracia
presentó los primeros síntomas de fallas, se han dedicado al tema desde la década de los
60, en una tradición que creemos comenzaron el filósofo italiano Norberto Bobbio y el
británico Raymond William que se extiende hasta nuestros días con Alain Finkielkraut.
Por supuesto que cuando Bobbio comienza sus análisis lo massmediático no había
adquirido el desarrollo actual, sin embargo el italiano lo olfatea. Ya veía venir el mundo
del instante a que nos ha sometido la pantalla-ojo, una instantaneidad ajena a la
conciencia.
Lo que sí está en entredicho desde lejanas décadas es el concepto de “opinión
pública”, la falacia que la envuelve al no ser otra cosa que una inducción, y la
representatividad misma. Un término se puso de moda para señalar un ideal de avance,
la llamada “democracia participativa”, que parece ser algo así como una búsqueda
aproximativa de democracia directa. A ello se sumaron las crisis obvias del Parlamento,
de las elecciones mismas y, a mi entender la más grave de todas las crisis, el ejercicio de
la política condicionada por el poder tecno-mediático.
No es, pues, falta de pensadores ocupándose del tema. Donde no hay ideas es en los
gobernantes, en los gobernados, en los políticos y en las masas fraccionadas y
anarquizadas por el efecto massmediático. La victoria absoluta de la democracia,
proclamada a la caída del muro de Berlín, ha devenido en una crisis de alto riesgo donde
todos los conceptos están siendo sometidos a revisión y donde las instituciones
tradicionales parecen derrumbarse. En Europa puede sentirse más el efecto de la
globalización, a lo interno, pues la experiencia de la unidad externa continúa adelante a
pesar de los lógicos tropiezos, siendo, precisamente esa integración, el experimento más
exitoso iniciado por el hombre en este campo, un asidero que impide la profundización
de la crisis. En los países latinoamericanos es la política la que desaparece y sin ella no
hay estructura social capaz de generar dirigentes y menos gobierno. La concepción
misma de lo que es, o debería ser, un gobierno democrático está bajo cuestionamiento y,
como nunca, una ola de populismo proclama a las mayorías irredentas con el derecho de
gobernar ejerciendo una especie de nueva autocracia de las mayorías. El problema del
ejercicio de la política es también un problema cultural: los sistemas educativos parecen
haber fracasado estrepitosamente y los pueblos se muestran cada vez más ignorantes. La
pantalla-ojo llena de estereotipos, hace de la decisión, o de la simple participación
política, un acto sin ideas. Los políticos, cada vez más mediocres y más torpes, se
rinden ante el poder massmediático y hacen de la política una banal actuación
bochornosa. Todo nos lleva a los conceptos de poder y de Estado. Es obvia la crisis del
Estado-nación, como obvia la certeza de que una nueva forma de poder está
apareciendo, aún en las nebulosas de la imprecisión, pero fundamentalmente distinto a
lo que hasta ahora hemos entendido por tal. Debemos decir que la era industrial
terminó, a la que se asocia la idea tradicional de democracia, y que estamos en otra, la
massmediática, cuyas imposiciones, obviamente, están desgarrando a la democracia
misma. El insurgir de la defensa de los derechos humanos ha servido para limitar los
brotes totalitarios que se muestran como un mal síntoma, pero la crisis del Estado social
ha puesto en evidencia una economía injusta que ha pasado a ser una fábrica de pobres
en los países dependientes.
A los pensadores de lo político los leemos unos pocos, unos pocos estamos alertas
sobre los males que se ciernen sobre la democracia, algunos pueden escribir en los
periódicos sobre estos temas, otros no, pero ciertamente el pensamiento de la filosofía
política no ha influido en nada en el comportamiento simiesco de los políticos y de todo
lo que de ellos depende. Podemos reconocer que el pensamiento es lento, pero también
que no tiene el poder de los massmedias que convierte todo en instantáneo, en
intrascendente, en banal, incluyendo lo principal, la forma de gobierno. Sobre todo no
se parecen a las ideologías que equivalían a piedras inmodificables o sistemas cerrados,
más bien se parece a una creciente incultura que se ha apoderado de las sociedades, en
gran parte por el efecto de la pantalla embrutecedora.
La escasa influencia del pensamiento sobre la democracia en la democracia misma se
debe a la crisis de todo pensamiento trascendente en un mundo de bodrios, de
insubstancialidad y a que diagnostica de modo diferente a como se construyeron las
ideologías derruidas. No se trata de un plano que se proclame poseedor de la verdad ni
pretenda proclamar la solución de los problemas del hombre. Se trata de un conjunto de
diagnósticos y de advertencias. Que los políticos no oyen advertencias está claro en
Venezuela desde cuando aparentemente se entendió que era necesario reformar el
Estado y se creó la COPRE*, para luego desoír todas y cada una de las
recomendaciones de allí emanadas. Las clases medias, actores claves en toda acción
política, sólo se movilizan cuando creen amenazados sus derechos, son clases
bobaliconas y anárquicas que convierten una asamblea de vecinos en una especie de
reunión de condominio de su edificio. Son las clases medias el ejemplo de inacción
funcional inducida por la pantalla-ojo o el instrumento manipulable para los intereses
particulares disfrazados de colectivos.
* COPRE (Comisión Presidencial para la Reforma del Estado,en Venezuela)
El rebrote del totalitarismo
Muchos piensan que en lo político estamos ante una manifestación de anarquía social.
Mayor razón aún para reforzar la tesis del neo-totalitarismo emergente. En efecto, por
todas partes brotan invectivas contra la jerarquía y un insistente llamado a la acción de
las “bases”, sin que eso implique voluntad alguna de reestructurar lo político. Esto
parece indicar un vuelco hacia sí mismas, por parte de estas organizaciones sociales que
se asoman como los sustitutos de los viejos partidos. Se trata de un planteamiento
radical de sustitución de lo representativo y, en consecuencia, de uno que rompe las
bases de la democracia como la hemos conocido. En otras palabras, se ha planteado
como una imposibilidad la elección por la mayoría de un “bienestar social”. Algún
comentarista ha señalado una extraña relación entre lo religioso y lo político. La
religión tranquiliza mediante la oferta de una vida después de la muerte; se trata de una
oferta concreta. Los políticos en campaña electoral cambian la confianza de los
electores por una simple promesa, la de ejecutar un programa de gobierno ofertado que
generalmente es incumplido.
Frente a la crisis de la democracia han surgido infinidad de movimientos sociales de
base. Se trata, aquí y allá, de un ensayo general de alternativas a la relación jerárquica.
La solución parecen decir, no dependerá más de la promesa de los políticos, sino que
debe ser aquí y ahora. Sólo que, en la práctica, reaparece, en lugar de desaparecer, el
Estado Providencia, como en el caso venezolano, con numerosas “misiones” que son
reparto de dinero como parche tranquilizador; es decir, el Estado asume la
manifestación “anárquica” de la base financiando un nuevo populismo.
El asunto de fondo es si esta nueva forma de organización anti-partido podrá regenerar
los tejidos democráticos. Debemos constatar que estos nuevos movimientos son
minoritarios por esencia y son tan poco atractivos como los partidos tradicionales. Los
teóricos comienzan a llamar “tribus” a estas formas que la muerte de los partidos ha
ocasionado. Así los llaman, porque pareciera que los individuos que se asocian quieren,
en el fondo, redimirse de la individualidad. Se trata de una especie de sociabilidad
primaria. Estamos ante un caso de reingeniería social de alta complejidad que pasaría,
necesariamente, por redefinir lo político de una manera muy distinta de cómo la
modernidad la entendió, esto es, organización jerárquica (partidos, sindicatos, etc).
El peligro del brote anárquico de organización y destinos propios es el de la aparición
del líder totalitario, mientras sus ventajas están en la pérdida de dependencia de la
“promesa” y, teóricamente, del estado dadivoso, pues hemos visto que insurge una
nueva forma de populismo amoroso que dice comprender la nueva realidad y la usurpa.
Aclaremos que entendemos por anarquía en este texto simplemente la organización que
se produce sin órdenes superiores. El peligro está en que el líder providencial se
convierte en nuevo padre en sustitución del viejo padre Estado. El neo-totalitarismo
involucra la reaparición del la famosa frase “El Estado Soy yo”. Han caído los
metarelatos políticos de legitimación y los metarelatos teóricos y están siendo
sustituidos por el líder providencial.
La política ha dejado de ser el centro y ha sido sustituida por la vida cotidiana. De
manera que hay que partir de lo cotidiano para reencontrar lo social. Inevitablemente
habrá un caos y tal vez allí radique la esperanza de salvarnos del neo-autoritarismo. En
cualquier caso toda oposición exitosa hacia este peligroso fenómeno dictatorial vendrá
de quienes lo hagan desde la óptica del cambio, del avance, y nunca de quienes quieran
restituir el viejo orden muerto en la modernidad.
El Estado Social de Derecho
La globalización significa la
particularización de lo universal
y la universalización de lo particular.
Roland Robertson
Un gran arco de piedra a la entrada, el Pilo para recordar la línea del Piave donde el
ejército italiano resistió entre 1917 y 1918, teatro al abierto, templetes, ánforas con
tierras de cementerios, el auditorio con el avión en que sobrevoló Viena el 9 de agosto
de 1918. En la lluviosa mañana hemos arribado a Gardone bajando desde Tremosine,
poblado que ruega a la Virgen no cerrar la garganta de las dos montañas que se
encuentran. El Lago de Garda brilla con los primeros rayos del sol y entre primavera y
el inicio del verano la montaña aún reconforta con destellos de nieve.
“Il Memoriale” fue comenzado en 1921. La casa era propiedad del crítico de arte
alemán Enrico Thode y fue expropiada por el gobierno italiano “a un enemigo de
guerra”. D´Annunzio primero la alquila y después la compra. En 1923 hace la primera
donación a los italianos ante un notario: “…aquí he venido a cerrar mi tristeza y mi
silencio”. En 1925 es declarado monumento nacional. D´Annunzio amplía, confiando
siempre en el arquitecto Gian Carlo Maroni. El Museo dannunziano, el Archivo
personal, el Archivo general y la Biblioteca, se alinean curiosos delante al Schifamondo,
curiosa composición que en definitiva significa el lugar donde el poeta se apartó de los
hombres.
La Prioria es la casa de habitación. Sobre el portal se lee: “Clausura, fin che se APRA-
Silentium, fin che parli”. Escudos de armas de ciudades, objetos de importancia
histórica de diferentes casas (como Canossa y Medici) y bajo el portal, a la usanza
medieval, bancos de piedra para la distribución de comida y limosnas a los pobres. A la
izquierda un Fiat tipo 4, sobre el cual el comandante Gabriele D´Annunzio guió la
marcha de Ronchi a Fiume la noche del 11-12 de septiembre de 1919, y el último
automóvil, un Torpedo Isotta Fraschini.
La influencia de D´Annunzio fue más allá de la literatura y se ejerció sobre las
costumbres y la sociedad italiana al menos hasta la Primera Guerra Mundial. Primo vere
(1879) y Canto Novo (1882) están escritos con formas métricas clásicas, pero
desprenden, no obstante, un encendido sensualismo, y muestran una celebración del
goce que indican claramente lo que este hombre sería: “ …la inmensa alegría de vivir,
de ser fuerte, de ser joven, de morder los frutos terrestres”. La vida ha pasado sobre la
pureza elemental de aquellos primeros versos.
Sobre ellos están amontonados los recuerdos de lugares y días. Aquí hay millares de
objetos. Los hay bellos y feos, costosos y sin valor. Son recuerdos. Los pisos con
alfombras, los cuartos bastante bajos, cubiertos con estantes o cortinajes. Las ventanas,
con vitrales, Los primeros críticos vieron la influencia de dos grandes del ottocento:
Carducci y Verga. La impresión se desvaneció pronto. En 1882 apareció Terra Vergine,
novela realista pero marcada por una gran atracción por lo exótico, la barbarie primitiva
y la violencia, al igual que en San Pantaleone, de 1886. En Terra Vergine está retratada
la feminidad pecaminosa y perversa. Se canta a Erodiade, la madre de Salomé que le
impulsa a pedir la cabeza de Juan el bautista, a Elena, a Lady Macbeth…el eterno
femenino dannunziano.
La entrada está revestida en leño y después de siete escalones una columna sobre una
piedra, con tres clavos simbólicos. “Il oratorio Dalmata”, con la sillería de un viejo coro
de iglesia; aquí D´Annunzio recibía los visitantes; en el techo la hélice del hidroavión
en que Francesco De Pinedo cumplió su célebre vuelo de 55 mil kilómetros. Cruces,
cojines, alfombras, lámparas, imágenes, objetos religiosos. En Roma, en medio de la
vida mundana, sufre influencias culturales; al fin y al cabo, era un feroz lector de la
literatura europea. De los primeros poemas a Il Piacere (1889) hay un largo trecho; aquí
aparece el héroe decadente a lo Dorian Grey, refinado, aristocrático, usufructuario de la
belleza. La carga sensual y vital inicial se ha corrompido; el sensualismo ha pasado a ser
lujuria, la disponibilidad para las sensaciones se ha convertido en busca del artificio. En
“La stanza del Giglio” está la biblioteca de literatura e historia italiana, mesa repleta de
objetos, bandejas, tabaqueras, un velón, una silla y carpetas de cuero, pero, sobre todo,
el órgano con tantos lirios pintados. En Poema paradisiaco (1893) y en la novela L
´Inocente (1892), se encuentran otros claros ejemplos del cansancio que sigue a la
realización del placer, la saciedad de la carne y los deseos de retorno a una vida pura.
No sin artificialidad, están aquí retratados estados de ánimo de convalecencia espiritual.
En “Le stanze delle reliquie” el sentido está dado en los versos incisos: Tutti gli idoli
adombrano el dio vivo/ Tutte le fedi attestan l´uomo eterno/ Tutti i martiri annunziano
un sorriso”. Sobre la entrada apenas cinco pecados capitales se mencionan: para el
dueño de la casa la lujuria y la avaricia no eran tales. Símbolos de varias religiones, el
volante destruido de un carro en que un amigo perece en una carrera a la que es
impulsado por D´Annunzio, cortinas, cojines, águilas, objetos de arte antiguo o de
importancia histórica, un vitral que representa Santa Cecilia al órgano. En 1892, la
lectura de Nietzsche, de donde toma las indicaciones morales y políticas del
superhombre. Al estilo decadente de Il Piacere se agrega una trama enredada que antes
no existía. Así, en Vergine delle rocce (1895) teoriza el derecho de dominio de la
aristocracia sobre la plebe. Ideología antidemocrática, sin duda reflejo sobre Italia del
estado fuerte que encarnaba Bismark como contrapeso a las organizaciones populares.
D´Annunzio daba ennoblecimiento artístico a esta política, fomentando
comportamientos culturales muy sentidos en los primeros años del 900. Está marcada
buena parte de su obra futura. En la “Sala del Mappamondo” todas las paredes están
cubiertas de estantes (clásicos, libros de arte, el núcleo alemán de la biblioteca del
primer dueño); un gran mapamundi, un órgano, recuerdos de Napoleón I (la máscara
mortuoria, la tabaquera, medallas, un volumen de “Memorial de Sainte Helene”, de
1828). Porcelanas, sillones, una ametralladora austriaca, bustos, pinturas, seda, tapices,
madera. El superhombre tribuno es electo diputado por la derecha en 1897, aunque se
pasa a la izquierda a la hora de discutir las leyes represivas. Este fondo decadente,
estetizante, sobre el cual se erigía superhombre, tiene un fondo particular que encuentra
definición exacta en la expresión de Contini: “…desiderio estetizzante d´avventura
ulissea”
La Sala de la Música o “Camerata di Gasparo” tiene doble cortinaje, negros y
morados, dos pieanos, columnas de mármol, estatuillas, sillones, cojines, y un doble
techo en tela sostenida con hicos. La “zambracca” inicia la parte de las habitaciones
privadas: guardarropa, objetos para la correspondencia y para las comidas solitarias;
armarios, lámparas, adornos azules sobre la sede verde de las paredes, busto. Aquí
murió, improvisamente, el 1º de marzo de 1938. Canto novo (1882), Intermezzo
(1884), Il libro delle vergine (1884), Isaotta Guttadauro (1886), L´Issotteo e la
Chimera (1890), La Armata d´Italia (1889). Delante del escritorio donde murió se
comienza a elencar títulos.
Con la vena del superhombre aparece el dramaturgo, grandilocuente por lo demás;
claro que no me olvido de Eleonora Duse, la más famosa e influyente de las amantes.
Lujuria, sangre, violencia y sacrilegio. “La stanza della Leda” es el cuarto del poeta, sin
ventanas y pleno de muebles y objetos orientales. A la cabecera, Shakespeare, Dante,
Belli, Verlaine y Sthendal. Sobre la cama una estupenda cubierta de seda. Sobre la pared
platos diversos. Frente al lecho, una estatua desnuda que D´Annunzio cubría de la
cintura para abajo. Una cita, en oro, de Dante, sobre las mujeres amadas. En La figlia
de Dorio (1904), entre el mundo Apruzzese, aparecen ideas de expansión económica, de
imperialismo, de misión italiana en África. En el “Bagno” hay dos mil objetos,
preferentemente en azul y en verde, mujeres desnudas, bañera azul, sillas negras
tapizadas en seda, obsidiana. El primer libro de Laudi (1903) es “Maia”, un poema
autobiográfico con ardor de experimentación y aventura; el segundo, “Electra”, es
dedicado a la celebración de los héroes; el tercero, “Alcyone”, es distinto porque falta el
superhombre y está a mitad de camino entre el primer D´Annunzio y el Poema
paradiasiaco.
“La Stanza del Lebbroso” es singular: en la Edad Media un leproso era considerado
una persona sagrada, tocada por Dios, como se consideraba a sí mismo D´Annunzio;
techos, paredes y vitrales son de Guido Cadorin; el cuarto tiene un segundo mplano con
una cortina de gamuza y una cuna en forma de urna cubierta de una tela oscura con
frase de oro, como las que se ponen sobre los muertos; cojines, una estatua, baranda
dorada, fotos de la madre y de la Duse; era utilizado por el poeta para la meditación,
rodeado de muerte, bustos, lámparas, cuadros, una piel de leopardo y un busto que lo
representa. Aquella denominación de “nocturna” a una parte de su obra viene del libro
Nocturno, escrito en el 16 y publicado en el 21, cuando D´Annunzio está obligado a la
inmovilidad y a la oscuridad por una herida en un ojo; allí hay un repliegue interior, la
presencia casi de la muerte.
“La Stanza delle Chelli” es el comedor para los huéspedes, a los que nunca
acompañaba. Leño lacado y colores violentos, rojo, negro, oro, vitrales multicolores,
objetos orientales, un Buda, madreperla en las vidrieras, la larga mesa negra con sillas
imponentes y una inmensa tortuga al puesto suyo (ésta había sido regalada al poeta y
murió en los jardines; con la caparazón auténtica, el escultor Renato Brozzi hizo una
bella obra); libros, sobre las paredes y el techos conchas de ostras revestidas en láminas
de oro. 1890-1898, Roma, Napoli, Abruzzo. Giovanni Spiscopo (1891), Elegie
Romane (1892), Trionfo della Morte (1894). Y el teatro que comienza: La cittá morta
(1896), Sogno d´un mattino di primavera; después Florencia, de 1898 a 1910: Sogno
d´un tramonto de Autunno (1898), obras de teatro: La Gioconda (1899), La gloria
(1889), Francesca de Rimini (1901), La nave (1908). Época de grandes libros: Il
fuoco (1900), La fiaccola sotto el moggio (1905), Più che l´amore (1906), Fedra
(1909).
Escribía en la “Officina”, la puerta de entrada baja, lo que obligaba a la inclinación;
sobre el marco de la entrada: hoc opus, hic labor est; leño claro, tres ventanas sobre el
lago, el busto de la Duse que D´Annunzio cubría mientras trabajaba, el busto de la
madre, documentos, manuscritos, libros, a la izquierda una pequeña biblioteca con los
libros de consulta inmediata, un caballo, copias de estatuas griegas, fotografías de
guerra, yesos. De 1910 a 1915 se fue a Francia perseguido por las deudas, y fue escritor
francés: Le martyre de Saint Sebastián (1911), La Pisanelle ou la Mort parfumée
(1912), Le Chevrefeuill (1913), pero también Contemplazione della morte (1912) y
Le Canzoni della gesta d´oltremare, celebrando la invasión de Libia.
Inundación de exquisitez impresionista. Hay una disponibilidad excesiva para las
sensaciones, lo que es, al mismo tiempo, su límite: palabra pobre de interioridad, sin la
resonancia poética de un Verlaine. Hay una habilidad que causa la impresión de
experimentación sensorial y literaria. “Scrittoio del monco”: pequeño estudio, armarios,
y biblioteca, destinado a la correspondencia que, sin embargo, D´Annunzio no podía
responder en su totalidad, razón por la cual coloca sobre el ingreso una mano roja
cortada sobre fondo oro y la inscripción “recisa quiescit”. Estamos a la salida.
Recuerdo: La leda senza cigno (1916), La riscossa (1918), Per l´Italia degli italiani
(1913), Canti de la guerra latina (1933) Il secondo amanti di Lucrezia Buti (1924),
Il compagno dagli occhi senza cigli (1928), Libro segreto (1935) Teneo te Africa
(1936). Fuera nos esperan los jardines de la Prioria, con el bochetto delle magnolia que
cerca l´Arengo, donde se reunía con sus compañeros de batallas, il cortiletto degli
schiavoni, con pozos renacentistas, el pórtico del pariente (dedicado a Miguel Ángel,
con quien el poeta manifestaba afinidad espiritual y donde se hacía música por el
verano), la Villa Mirabella con la tumba de su mujer la princesa Maria de Montenevoso,
la villeta dell´acqua pazza con puentes y cascadas, que da al laghetto en forma de violín,
que va a comunicarse con el torrente de l´acqua savia. Si bien desprovincializa la
literatura italiana introduce del decadentismo sólo los aspectos vistosos. El Museo tiene
recuerdos de guerra, copias de obrfas de Miguel Ángel, un e lefante oriental, cerámica
china, cuadros que le fueron hechos, traducciones y, sobre todo, resalta la vitrina de
Eleonora Duse, con su mano en mármol, y las cartas. Il Viale di Aligi, la fuente del
delfín, la Nave Puglia y, arriba, Il Mausoleo, rodeada su tumba de la de compañeros de
armas. Llueve y decidimos que a falta de mass-media existió D´Annunzio para dar a
aquella época el mito cotidiano (amores con mujeres excepcionales, mundanidad, autos,
aviones, acciones de guerra llenas de valentía, pero también de de búsqueda del “bel
gesto”). Mientras nos acercamos a la piedad del lago, vienen a nosotros erotismo,
exotiquez, exquisitez, diletantismo.
Alberto Moravia, maestro narrador de la alienación
Italo Calvino nació en Santiago de las Vegas, un pequeño pueblo vecino a La Habana,
en 1923. Hijo de emigrantes italianos vivió, no obstante, toda su vida en Italia, con corto
intervalos en el exterior. Es en 1947 cuando irrumpe en la literatura con su primera
novela, Il sentiero dei nidi di ragno. Aquellos son los años del neorrealismo, el
movimiento literario, o más bien el estado de ánimo, que envuelve a la península en la
posguerra.
La disensión se origina en los años mismos de la resistencia. Entre quienes pretenden
simplemente una restauración considerando que el fascismo es una enfermedad del
Estado liberal y quienes quieren profundizar los cambios sociales, no falta la
controversia. En Europa oriental se instalan regímenes comunistas y los italianos
descubren toda una literatura y una serie importante de autores que le han estado
vetados por el fascismo. La pregunta obligada de los escritores es qué hacer. La
literatura anterior a la guerra les parece vacía, ajena a la realidad y, sobre todo, cómplice
de la situación vivida. La literatura del "ventennio", es decir, aquella de 1930 en
adelante, está llena de silencios. El compromiso con la realidad se torna una inaplazable
opción ética. Las editoriales se lanzan a dar el alimento a los hambrientos literatos y, así,
las traducciones llenan la mayor parte de la producción impresa. Sartre y Brecht son
descubiertos y comienzan a marcar su influencia. La necesidad de "aggiornamento" es
urgente.
Brecht había iniciado su actividad literaria bajo la impronta de algunas afinidades con
el expresionismo. En Munich y Berlín había estado en contacto directo con los
representantes máximas de esta tendencia. Si bien las relaciones de Brecht con el
expresionismo son muy complejas y difíciles de analizar, se puede decir que al
dramaturgo le gusta la lucha contra los valores burgueses que aquéllos encarnan y lo
apasiona la tarea desmitificadora. Brecht, sin embargo, se disgusta con la "sublimación
religiosa" del espíritu revolucionario a que se inclina tanto el expresionismo, pues, a su
parecer, conllevaba a perderse en una especie de apocalíptico profetismo, en un divagar
sin fin sobre una "humanidad buena". No obstante, es en este ambiente donde Brecht
asume los primeros escritos sobre la sociedad que lo rodea y sobre los conceptos de
realismo; al fin y al cabo, lo importante era la superación del decadentismo y la
concepción de éste sobre la obra de arte.
Lo artículos de Sartre comienzan a ser reproducidos por la revista "Il Politecnico",
dirigida por Vittorini y expresión máxima de la nueva tendencia. El francés llama a la
responsabilidad de la escogencia, habla de la función de la literatura y del arte, del papel
del artista y acuña la expresión "arte comprometido". Junto a Brecht pasa a ser el autor
preferido de la nueva generación de escritores.
Levi, Pratolini, Pavese, Fenoglio y Cassola comienzan a publicar. Han pasado por un
examen implacable de la literatura precedente, aquella de los años 30. Han concluido,
obviamente, que está agotada, lejana de la vida y de la colectividad y, sobre todo, que ha
pecado por pasividad frente al fascismo, que no ha tenido el coraje de enfrentarlo y que
no ha dado testimonio de la verdad. "Il Politecnico" excede los límites de una revista
literaria, pues le interesa toda la conflictividad social de aquellos años. Allí aparece la
denuncia de como la cultura anterior no ha sabido hacerse sociedad y proteger al
hombre del sufrimiento. La revista misma era el indicio claro de que la nueva cultura no
podía hacer otra cosa que incidir directa y activamente sobre los mecanismos de la
sociedad. La discusión y la polémica son vivas, pues afloran temas como la militancia
revolucionaria y su relación con la literatura; de manera especial se planteaba la relación
con el Partido Comunista, claramente la gran fuerza en el seno de la izquierda y de la
emergente sociedad italiana. No olvidemos que regresan a la península muchos
intelectuales que había huido del fascismo. Les interesa discutir la génesis de aquel
totalitarismo y la responsabilidad de la clase dirigente liberal y de la cultura. Debemos
también recordar que estos son los años en que Antonio Gramsci desarrolla su trabajo
ideológico; si bien es imposible en una nota sobre Calvino entrar en el densísimo
pensamiento de Gramsci, hay que recordar que éste creía en una literatura nacional
popular con especial resalte y condena de la tradicional ruptura entre artista y pueblo.
El neorrealismo tiene aspectos positivos, como la exaltación de la responsabilidad
política del escritor y el empuje hacia la renovación, pero los aspectos negativos son
abundantes, como el, populismo donde se mezclan el izquierdismo y la efusión
sentimental y el abuso del dialecto y de la jerga. La grandilocuencia se desborda.
La primera novela de Calvino, "Il sentiero dei nidi di ragno" tiene como argumento
la guerra de los partisanos. El clima de la época y el tema mismo harían pensar, de
entrada, en una novela neorrealista, pero podría resultar impropia tal clasificación.
Calvino se nos muestra, entonces, como un neorrealista específico y diferenciable. Es
que el escritor nacido en Cuba se da cuenta, de entrada, del peligro de una celebración
demasiado rimbombante de la resistencia y de la retórica lingüística del dialecto. La
novela es, por el contrario, lírica y fantástica. La resistencia está vista a través de los
ojos de un niño que ha madurado, sí, en medio de la violencia, pero que aún puede
sorprenderse y mirar al mundo adulto con una disposición a la fantasía. Es, en suma, Il
sentiero dei nidi di ragno, una novela atípica en el cuadro de la narrativa de la
resistencia.
Calvino publica en 1949 Ultimo viene il corvo, en1952 Il Visconte dimezzato y en
1957 Il Barone rampante, recogidas posteriormente en un solo volumen titulado I
nostri antenati. Alguno que otro crítico ha hablado de "cuentos filosóficos" para
referirse a la trilogía. Sin embargo, hay que apuntar que no aparece aquí ese exceso de
raciocinio tan propio del género mencionado. Si bien Calvino hace lo que podríamos
llamar un esfuerzo demostrativo, más bien brilla una gran capacidad de invención y
fantasía. Es que siempre en este autor el interés por la realidad aparece despojado de
epopeya e impregnado de ironía. Así, en 1959 publica Il Cavaliere inesistente y en
1958 Racconti. Es también un ensayista apreciable y para ejemplarizar están Il midollo
del leone, Il mare dell'oggetivitá y La sfida al labirinto, éste último para polemizar
con la neovanguardia.
En 1965 inicia la etapa conocida como "científica", con Le Cosmicomiche, Ti con
zero (1967), Le cittá invisibili (1972) e Il castello dei destini incrociati (1973). Sobre
estas obras también conocidas como "finales" la crítica italiana ha polemizado
largamente. Aquí la perspectiva de la ciencia (física, biología, matemática) se mezcla
con la fábula. Sin duda flotan sobre ellas la semiología y el estructuralismo.
En 1955 la furia neorrealista está muriendo. Las esperanzas de renovación han
desaparecido. Kruschev pronuncia al año siguiente su célebre discurso sobre Stalin, los
módulos neorrealistas parecen a todos muy simplistas frente al capitalismo que se
desarrolla en Italia. Lentamente entra en vigor una narrativa que se aparta de la historia
y se vuelca sobre temas existenciales.
El neorrealismo no tuvo nunca unos enunciados en forma de "manifiesto". Por ello, la
crítica alega, con razón, que más que a un manifiesto poético debe referirse el analista a
un estado de ánimo colectivo, a una disposición ético-política, a una función de la
voluntad más que de la fantasía o del intelecto. Es así, al menos, que lo describe
Manacorda, con la aceptación general del resto de la crítica. No obstante, algunos
grandes parámetros se pueden señalar al neorrealismo: confianza en la renovación
-típica del estado de ánimo de los italianos en este período-, la negación de la literatura
precedente y un nuevo papel para el escritor. En efecto, estos años presenciamos la
participación activa de los escritores en los congresos partidistas, como fungen de
activistas y organizadores culturales y son noticia por las posiciones políticas que
asumen. Muchos adquieren una insospechada autoridad moral sobre la sociedad
italiana.
Si bien el neorrealismo descubre la "Italia pobre" o menuda o humilde, con los
problemas del "mezzogiorno", el hambre de tierra, la guerra, las ciudades desvastadas y
la prostitución, muchos de los escritores de esta tendencia quedan presos del populismo.
La búsqueda del valor de la denuncia conlleva a subrayar lo negativo, pero se exponen
así al efectivismo momentáneo. En estos años el testimonio y la crónica alcanzan altos
niveles de popularidad. El realismo de Balzac o Tolstoi era un remirarse en el espejo,
complejidad que falta al neorrealismo italiano. Las denuncias sobre esta "Italia humilde"
se pierden en una dimensión moralizante-sentimental. La exaltación del pueblo como
supremo depositario de la virtud se torna excesivamente emotiva e ingenua. El
problema agregado, de especial gravedad, consiste en el rechazo de lo que se puede
llamar el "bello escribir", por considerarlo propio del decadentismo, y la crónica y el
testimonio asumen un lenguaje antiliterario. Debe mencionarse manera subrayada la
excesiva importancia asignada al dialecto, al que se pretende presentar como el mejor
medio de reacción antiacadémica y como deformación voluntariamente asumida.
Afortunadamente, Calvino no cae en la trampa y se salva también por dar al dialecto
más bien un valor evocativo y misterioso.
Sin duda, en tiempo de transformaciones las trampas que se ciernen sobre los
escritores son muchas y variadas. Son pocos los que logran salvarlas.
Breve noticia sobre Eugenio Montale
Las coincidencias son curiosas. Estoy contemplando "Le principe du plasir" de René
Magritte, en la portada del libro que Suzi Gablik le dedicó al pintor belga, cuando llega
la prensa venezolana del día. Sólo una noticia interesante: Roma está bajo los efectos de
Magritte, una muestra antológica de la obra del gran surrealista conmueve a la capital
italiana. Para mi gusto ahora estoy demasiado lejos de Roma, desconozco los cuadros
que allí se exhiben en esta entrada de primavera, pero casi asisto a la muestra, sobre
todo porque el viejo impecable de cabellos blancos murió en Bruselas un 15 de agosto,
fecha en que por vez primera aterricé en Fiumicino.
Si hay que ir a la exposición romana puede hacerse con la imaginación. He así que
comienzo: sigo la zaga de "El jinete perdido" en que el hombre cabalga entre una
vegetación suspendida en el aire y entre columnas que bien pueden ser piezas de ajedrez
hasta ese maravilloso cuadro, "Carta Blanca", en que una franja de la bestia desaparece
siendo sustituida por la vegetación. La televisión da ahora "Nostalgia", de Tarchosky,
maestro ruso del cine, para mí un surrealista con visos de la Rusia eterna y pinceladas
renacentistas. Hoy es un día extraño. Me remonto a Giorgio De Chirico, uno de mis
pintores italianos contemporáneos preferidos, pues Magritte lo consideró altamente y
con seguridad le influenció. Ahora miro el inmenso ojo que sustituye la cara en "La
difícil travesía", un cuadro de 1963 en el que el belga simula detrás un naufragio y uno
de sus alfiles ajedrecísticos parece contundente ante la inmensidad de la tormenta.
Esta mujer desnuda con signos de pantera que el artista titula "Découverte" se hace
espacio como la nave del mismo nombre que los norteamericanos colocaron en órbita.
Cuando Magritte integra el cuadro a la naturaleza, como la serie titulada "La condición
Humana" o mete al hombre como una sombra adherida al cuerpo femenino o incendia
los saxofones, uno recuerda momentos estelares del arte, de manera especial porque hoy
ya nada conmueve. No se trata de reconocer una vez más los momentos cumbres de la
vanguardia, como el surrealismo nos regaló también en la literatura; se trata más bien de
aceptar que las vanguardias desaparecieron y que el arte se ha achatado.
Sucede siempre que uno asiste a la retrospectiva de un gran maestro, como yo ahora
asisto a esta de Magritte aunque esté a 14 mil kilómetros de distancia. Mirando el
cuadro del arte actual se percibe una desazón, un vacío, una comercialización miserable.
Sobre todo se percibe la falta de talento, las ganas de no decir nada, la imposibilidad de
decir algo. Magritte tenía momentos, si era la luz era la luz, si se trataba de manzanas
pues eran manzanas, si de saxofones incendiados se trataba - para quemar un poco la
presencia de este instrumento en su infancia- pues eran saxofones. Que yo sepa no fue
un bohemio o un desordenado en su vida personal. Por lo demás, era belga y decir
belga, lo sabemos bien, es decir de un Estado que existe sin una nación propiamente
dicha. Ser belga es quizás ser europeo, prudente, alguien que estima la casa como lo
esencial y de donde no se debe salir mucho a mostrarse. Un pintor belga surrealista es
ya una extrañeza. No pareciera ir acoplada tal asunción conceptual del arte con el
carácter belga. Pero henos aquí en un momento estelar de la pintura surrealista. Si las
coincidencias son curiosas también lo son las disonancias.
Ahora veo esta escultura, "La folie des grandeurs", de 1967, en que la mujer, insertada
en tres trozos, se va achicando y este hombre transparente de "Le musée du roi", de
1966, y quizás influenciado por el tiempo italiano juro que se trata de un paisaje
toscano. "L´idée" hace flotar el pensamiento como una fruta sin vinculación alguna con
el cuello o pesa, verde y semejante como una manzana de Paul Eluard, sobre la cabeza
de un hombre de espaldas o le tapa el rostro al mismo Magritte, -que nadie me quita que
este es un autorretrato-, para no ver la matanza de "La Grande Guerre", cuadro de 1964.
En "Le château hanté", de 1950, el rayo que ha caído se ha hecho piedra, se ha
identificado plenamente con las rocas que emergen del mar. Ese rayo es también él, el
belga que hoy se pasea por Roma.
Sin estar cerrado a ninguna manifestación pictórica podría aceptar el calificativo de
conservador, pues nadie sustituye en mi mente a los grandes maestros. El belga que
conmueve a los romanos estos días de primavera que supongo fría y húmeda, es, sin
duda, uno de ellos.
Supongo que la capacidad de viajar sin moverse del mismo sitio no depende sólo de
Internet. Lo compruebo esta extraña mañana de Caracas en que no se sabe si hay calor o
frío, claridad u oscuridad, silencio o ruido ensordecedor. La mente humana puede
trasladarse sin el uso de la tecnología. Aún puede. La velocidad de la luz reaparece. Este
artículo llegará en segundos a Reporters on line*. Sólo el artículo, ya yo estuve en
Roma y sé que en los alrededores del templete de Venus se florece, mientras en el
edificio que alberga a Magritte la cabeza del hombre se hace luz.
* Sección de la página web logos.it
Adolfo Bioy Casares:
un contrato de inmortalidad
La casa de Adolfo Bioy Casares estuvo siempre llena de espejos. Esos objetos que
reflejan y que el gran amigo de Bioy, Jorge Luis Borges, detestaba, tienen importancia
en la vida literaria del escritor argentino. En efecto, en el cuarto de vestir de la madre
había uno trifásico lo que convertía el lugar en una perspectiva infinita. En 1996 Bioy
Casares reveló el secreto: mirando aquel espejo obtuvo la certeza de que existía algo
que no existía. De allí busco reproducirlo en la literatura.
La lista es larga y, seguramente, incompleta. Hay que comenzar por La invención de
Morel, pues no todo escritor tiene en la primera obra (así considera el autor esta novela)
su salto a la inmortalidad. Bioy aseguraba que a partir de ella comenzó a escribir bien.
Borges y él siempre intercambiaron temas, pero dejaron de entregarse textos para la
lectura cuando Bioy vio el rostro de desagrado de Borges al leer el primer capítulo de
La invención... De novelista a cuentista fue el camino de Bioy, uno a la inversa del
común de los escritores. Pero hablábamos de lista: comencemos por un libro de cuentos
que creo sigue inédito, Una magia modesta. Veamos: Plan de evasión, El sueño de los
héroes, El perjurio de la nieve, Historia prodigiosa, Dormir al sol, Guirnalda con
amores. Al inicio todo marcado por la búsqueda de una construcción matemática
perfecta que le permitiese desaparecer detrás. “De allí – confesaba Bioy –procuré dejar
de hacer máquinas de relojería para contar historias, para narrar”.
Recordemos que en La invención de Morel llega a una isla desierta (recuerdo
también para Wells y Stevenson) que termina poblada de personas singulares que bailan
“Té para dos”. Están allí un científico, una máquina de cine para la inmortalidad, una
historia de amor y, sobre todo, una búsqueda de claves para develar un enigma,
exploración exterior que modifica totalmente la historia.
El sueño de los héroes repite tres noches de carnaval de 1927 y un desliz basta para
cambiar el destino. La confusión de identidades, tal vez bajo la influencia de Borges,
aflora en este texto y se extiende hasta El perjurio de la nieve, uno de los cuentos más
famosos de Bioy. Eduardo González Lanusa, en “Sur”, considera que el espíritu
matemático continúa en La invención..., mientras Rosa Chacel (también en “Sur”)
considera Los que aman, odian, escrita con su mujer Silvia Ocampo, un excelente
ejercicio, una escuela eficientísima de raciocinio. Ernesto Sábato se ocupó de Plan de
evasión; habla de un Bioy experimental y romántico que pugna por ocultar tales
condiciones y considera este texto, en algunos aspectos, superior a La invención...
Eduardo Kozarisky escribió sobre Guirnaldas con amores y consideró el volumen un
triunfo sobre el trascendentalismo fácil de tanta literatura hispanoamericana. Todo fue
dicho en “Sur”.
Marcelo Pichon Riviere, de “Clarín”, define la obra de Bioy como un conjunto de
novelas, cuentos, aforismos, ensayos y relatos autobiográficos que se prestan a
múltiples malentendidos y, fundamentalmente, parece destinada a ser mal leída o leída
con desgano y prejuicios. Y define al escritor así; “En su juventud dominado por el
inventor; en su madurez por el narrador y en su vejez por el escritor satírico”.
Al igual que su amigo Borges, Bioy tampoco tuvo nunca remilgos para hablar de los
escritores. Si revisamos atentamente sus opiniones encontramos que uno que no le
gustaba era James Joyce, a quien consideraba un modelo muy perjudicial para los
jóvenes. En cambio, hablaba maravillas de Stevenson (uno de los mejores, en su
criterio); se declaraba admirador de Wells y Conrad; definía a Wilde como uno de sus
preferidos; decía disfrutar con algunas cosas de Fitzgerald aunque no lo consideraba un
escritor muy importante; de Faulkner pensaba algo parecido a lo que pensaba de Joyce:
un pérfido maestro para los jóvenes; amaba a Sciascia y consideraba que toda la
originalidad de Sartre consistía en haber leído a Swedemborg.
Si vamos al discurso que pronunció en 1990 para agradecer el premio Cervantes, si
bien debía citar escritores españoles, no dejan de ser interesantes sus referencias. Por
supuesto, Cervantes en primer lugar; Jorge Manrique de quien dice haber aprendido las
inexorables verdades de nuestro destino, Fray Luis de León y Marcelino Menéndez y
Pelayo. No más.
Ocupémonos de una relación muy particular. Bioy y Borges se encontraron por vez
primera en casa de Victoria Ocampo. No podía ser en otro sitio, dado que Bioy rondaba
(o era ya amante) de Silvina. No creo que ninguno de los dos se llevaba bien con
Victoria, dominante al máximo, pero escribían en “Sur” y aceptaban las invitaciones de
la mujer que siempre tenía a algún escritor extranjero hospedado en su casa.
El entendimiento fue instantáneo. Nacieron los “escritores” Isidro Parodi y Bustos
Domecq. El mismo Bioy cuenta que escribían los cuentos de estos personajes hasta la
madrugada en medio de risotadas, lo que hacía que Silvina se levantara a preguntar “de
que reían los dos locos”.
Bioy y Borges hacían largas caminatas. Una anécdota refleja los éxitos amorosos del
primero y los grandes fracasos del segundo. Una noche Borges se preguntó, debajo de
un balcón, como estaría durmiendo Fulana de Tal. Cuando se lo contó a la muchacha
ésta le respondió que esa noche estaba durmiendo con Fulano de Tal.
El 13 de junio de 1975 habló en la Sociedad Argentina de Escritores(SADE) donde le
era entregado un premio a Bioy. Ese discurso refleja lo que el gran ciego pensaba de su
amigo. Lo definió como un curioso habitante de Buenos Aires, ciertamente no longevo,
ya que su máximo plazo de vida sería tal vez de 5 o 6 horas. Admitió lo que Bioy le
había dado, no directamente “porque nada se enseña así, sino por medio del ejemplo,
cortésmente, disimulando”. Por ejemplo, la convicción de que el escritor más eficaz es
aquél que parece no serlo. Borges nunca gustó mucho de La invención de Morel.
Prefería El sueño de los héroes y Diario de la guerra del cerdo.
El amor de Bioy por Borges era también extraordinario. Quizás por eso no pierde
ocasión de decir las suyas sobre María Kodama. Borges lo llamó desde Ginebra dos días
antes de morir. Bioy resume así el impacto cuando le dieron la noticia de la muerte en
una calle de Buenos Aires: “Y tuve que resignarme a seguir viviendo en un mundo en el
cual no estaba Borges”.
Bioy aprendió a escribir escribiendo. Por ello asegura que su primer libro es La
invención..., aunque detrás haya muchas páginas. El legado lo deben dejar o tomar los
jóvenes escritores. Bioy deja la seguridad de que no debe escribirse para los críticos, no
debe escribirse para el renombre sino para la coherencia y eficacia del texto. Mezclaba
tramas fantásticas y situaciones y personajes reales. Aseguraba que el secreto era decir
de manera eficaz natural. Deja precisión y claridad, un estilo vigilado y cuidado y la
prueba de que fondo y forma son una misma cosa. Tenía una visión trágica pero no
desesperanzada del mundo. Comprensión y piedad se entrecruzan en sus libros.
Consideraba que vivir era un acto de heroicidad. Hizo que en los textos donde la
fantasía era lo principal la realidad pareciese como fundamento. Amaba la vida
profundamente. En una ocasión afirmó que si le ponían delante un contrato de
inmortalidad los firmaría sin mirar las cláusulas. El viejo lo firmó sin darse cuenta.
Sergio Pitol:
para leer a “Iván, niño ruso”
Cuando el mexicano Sergio Pitol era un niño le fue regalado un libro donde aparecían
rostros de infantes de diversas nacionalidades. Uno de ellos se le quedó en la memoria.
Cuando años después fue encontrado solitario por un compañero de colegio e
interrogado sobre su nombre e identidad, simplemente respondió: “Iván, el ruso”. El
mismo Pitol nos lo dice al final de su libro El viaje. Allí relata una visita a la
desaparecida URSS donde Mijail Gorbachov implementa la perestroika. Se supone que
debe llegar a Georgia, pero la burocracia soviética de la Asociación de Escritores le
retarda con cualquier tipo de artimañas. Cierto que Pitol describe el aire de libertad y de
renovación que se desapelmaza del pesado aire de Moscú, aunque también la prudencia,
la frase a medias, la respuesta dubitativa. Todo, sin duda, producto de la poca fe en lo
que pasa. No es tanto el clima político ambivalente, entre el aún estalinista discurso de
los burócratas y aquel de los intelectuales que perciben libertad, lo que domina el libro
de Pitol. Es que este viaje lo es más por entre los escritores y en los escritores. No puede
el diplomático que viene de Praga como simple escritor olvidar sus viejos amores. No
puede dejar a Gogol o a Chéjov, no puede ni debe dejar de entrometerse en los teatros y
mirar desde una butaca sempiterna los montajes y detenerse en la escenografía, en los
actores o, más acá, entre el público. Sé perfectamente de lo que se trata. Ya lo intenté yo
también en un viejo libro (Jardines en el mundo, Academia Nacional de la Historia,
1986), husmear en los libros, recordar las pasiones de lo leído en el ayer con avidez
comparada con la que despierta verlos en su propio territorio. Pitol es una inteligencia
despierta. Camina por las calles, pero también entre las sábanas de los lechos de los
hoteles con los libros en las manos. Allí, en la Moscú de la perestroika, necesariamente
tiene que recordar a los dos policías que tocan a la puerta de Mijail Bulgákov.
Tomándose un trago en Georgia, al fin adquirida para la memoria y la riqueza cultural,
una vez más debe volver a pensar en el rostro y en la pluma de Marina Tsvietáieva. Este
libro, El viaje, conque abrimos nuestra persecución a “Iván, niño ruso” comienza por
declararnos una omisión: la del tratamiento de Praga, de la que Pitol ha sido espía
privilegiado, accediendo a la presencia de un mendigo borracho en una callejuela o a las
celdas de la alquimia vedadas a los turistas o a otros secretos que sólo la confianza abre.
El mexicano nos habla de Praga sin hablarnos de Praga. Muy íntimamente sé del
misterio del escritor con esta ciudad, pero, más allá, luego de leer centenares de páginas
sobre al ciudad de kafka y de tantos otros, debo admitir no haberme sentido antes tan
conmovido como leyéndolo en Pitol.
Este mexicano huele a Báltico. Ha andado por países como si de senderos se tratasen,
husmeando con una inteligencia aguda y acumulando cultura, una que bien anda hasta
en el aire. Necesariamente uno piensa en la inteligencia mexicana. Y necesariamente se
detiene en el particular interés del PRI de mandar a los intelectuales al servicio exterior.
Ni Carlos Fuentes ni Octavio Paz hubiesen sido lo mismo si no hubiesen sido enrolados
en la diplomacia más que a llenar el ocio a hacerse hombres universales. País sabio, más
allá del régimen político, que sabe que somos los escritores los que más nos
enriquecemos con semejantes destinos y que de vuelta lo enriquecemos a él. Más allá
está ese sustrato que por encima de dificultades económicas o políticas pervive en
México. Allí hay una vasta herencia que sus intelectuales asumen de una manera o de
otra y que enriquecen sumergiéndola en otras visiones del mundo.
Uno sigue persiguiendo a “Iván, niño ruso”, y lee Tríptico de carnaval, para saberlo
como novelista. Allí está el mismo ensayista de El viaje, el peso de los maestros rusos y
de la literatura de la Europa del este. Uno va a Pasión por la trama, a Soñar la
realidad o a El arte de la fuga y sigue viajando con Sergio Pitol aún cuando esté firme
como una roca en su retiro-presencia de Xalapa, tal vez lo más distante de lo que él ha
sido y es, nos argumenta en alguna página, olvidando que Manuel Bandeira construyó
Pasárgada robándole el nombre a Ciro El Grande y edificándola no en Persépolis sino
en Brasil. Pero hay que seguir adelante y de la mano de Pitol, el oloroso a Báltico,
entregarse a Vladimir Nabokov, a Schnitzler o inmiscuirse con el polaco Andrzej
Kusniewicz. O dejar que Italo Calvino intervenga para meternos en una lectura
particular a cuatro manos con Sergio Pitol de La montaña mágica y revistar así como
una inteligencia se detiene a crear cuando el potro del tiempo cabalga entre dos siglos.
Calvino: “Lo que toma forma en las grandes novelas del siglo XX es la idea de una
enciclopedia abierta... Hoy en día ha dejado de ser conseguible una totalidad que no
sea potencial, conjetural, múltiple”. Si no recuerdo mal, Calvino aborrecía perder el
tiempo en una divagación sobre “una humanidad buena” y añoraba remirarse en el
espejo de Balzac o Tolstoi. Provoca de nuevo regresar a la fiebre que al mexicano le
ocasiona pasearse por la Tsvietáieva, pero he aquí una isla. “Iván, niño ruso” no ha
podido olvidar unos peces rojos que colocó amorosamente en su bulto escolar mientras
sus compañeros de escuela colocaban digamos “cosas más apropiadas”. Esos peces
rojos fueron desgastados por el tiempo en aquella lámina impresa pero no en las retinas
del escritor que viaja buscando pares de la inteligencia. Y he aquí a los peces rojos: son
de Matisse, él lo hizo vivir en la imaginación del niño Sergio y del niño Iván hasta la
adultez, para que los encontrara en el museo Pushkin de Moscú. Confieso que me
detengo en esta anécdota como si estuviese en mi propia infancia congelada en mi ya
avanzada madurez. Es la magia que logra un escritor. Todos los adjetivos que Pitol usa
para describir a los oficiantes con que transita en al literatura le son aplicables. Todos,
incluso la reflexión sobre los grandes maestros rusos del siglo XIX cuyas grandes
novelan comienzan con o contienen un viaje. Lo de Pitol es un viaje aunque esté fijo en
Xalapa. Se puede uno meter en las callejuelas ocultas de Praga, beberse un vodka en
Georgia, leer un gran novelista polaco o escuchar a “Don Giovanni” o salir a
medianoche hacia Varsovia o detenerse en ese particular novelista irlandés Flann O
´Brien o en esa aún más extraña escritora que fue Ivy Compton-Burnett, todo se puede
hacer bajo el ruido fantasmal de un aeropuerto o en la solitaria estación de tren donde
policías temen contrabando de ideas o quedándose en Xalapa sorbiendo ya los
recuerdos y haciendo el uso ponderado de la memoria a que obligan los años. El
ejercicio del talento al que Sergio Pitol nos llama también está en Carlos Fuentes, el de
La región más transparente cuyos sucesos y desventuras Pitol nos recuerda y de
Terra Nostra, edificio tan grande como El Escorial, o en otro mexicano maravilloso por
ejercicio del mismo vicio al que aquella tierra nos tiene acostumbrados: Carlos
Monsiváis. A ambos nos los recuerda Pitol, prácticamente los únicos latinoamericanos
que recuerda, amén de alguna mención a Juan Rulfo, aunque, claro está, del mundo
hispánico Cervantes asoma aquí y allá.
Acudamos con Pitol a la cita con el médico que lo hipnotiza para quitarle el vicio del
cigarrillo, craso error del mexicano. Entremos con Walter Benjamín al teatro y
enamorémonos con él de la bella revolucionaria del país lejano que se le atraviesa en
Capri. O estemos en las noches de Bujara bajo el graznido de los cuervos. O volvamos a
leer el prólogo de Justo Navarro a El cuaderno rojo de Paul Avister;: “escribes la vida
y la vida parece una vida ya vivida”. Quizás cuando la vida está ya vivida, agotados los
ojos de ver pero aún hambrientos, retirado uno en Xalapa pero recorriendo estaciones,
atravesando fronteras y viviendo la agudeza como lo hace este mexicano de excepción
que se llama Sergio Pitol o “Iván, niño ruso”, qué importa, este joven agudo nacido en
1933, es cuando más hay que escribir para que nosotros los escépticos que gruñimos
con pésimo humor con tanto bodrio que se imprime, podamos lanzar bocanadas de
alivio y mirar de nuevo la letra impresa con emoción y volver a detenernos en los versos
de una rusa de comienzos de siglo y mirar peces rojos salidos de la mano maravillosa de
Matisse y, en fin, recobrar la capacidad de emocionarnos.
Michel de Montaigne:
el Señor de la Montaña
Fernando Pessoa escribió una abundante obra en inglés. Cuando del poeta portugués
se trata lo primero que debe hacerse es tratar de poner orden. Las fechas tentativas más
importantes son las siguientes: 1902-1904: intentos por escribir novelas en inglés; 1905-
1908: período de las poesías inglesas; 1908-1911: poesías en inglés, portugués y
francés; 1908-1914: poesía y prosa en inglés, portugués y francés. Por su parte, Georg
Rudolf Lind recopiló la poesía juvenil escrita por el primer heterónimo, Alexander
Search, quien por cierto sólo lo hacía en inglés y las hizo publicar bajo los títulos Oito
poemas ingleses ineditos de Fernando Pessoa y Duas poesias inglesas ineditas de
Fernando Pessoa sobre a Primeira Guerra Mundial.
Títulos mas famosos son Epithalamium, fechado en 1913 y que después se convertirá
en English Poems III, En 1918 publica 35 Sonnets (también escritos en 1913) y
Antinous, escrito en 1915; luego modificará este último volumen, para junto con
Inscription, convertirlo en English Poems I-II. Anne Terlinden organiza en tres
períodos la poesía inglesa de Pessoa: la escrita por Alexander Search, entre 1903 y
1910; los entre 30 y 40 poemas recogidos en The Mad Fiddler (según la edición),
escritos entre 1916 y 1917 y, finalmente, unos 30 poemas escritos entre 1911 y 1935.
Establecido el orden volvamos a los primeros poemas de Search, cuando Pessoa tenía
apenas 15 años, es decir, escritos en 1903. No olvidemos que Search significa búsqueda;
es lo único que podemos decir pues Pessoa no estableció una biografía de su primer
heterónimo. Es evidente que se trata de un aprendizaje, por lo que los poemas son
absolutamente inteligibles, alejados de cualquier hermetismo. Podemos ver las
influencias de las primeras lecturas (Shelley, Keats, Milton). Search advierte que no
nació para la felicidad ni para el amor, sólo para fabricarse un Yo artificial visto el odio
que siente por el Yo natural. Pessoa-Search muestra la reacción típica del poeta que se
siente despreciado por sociedades utilitaristas. Así: “Song of evil, song of hate, song of
revolt, song of love...” Otra característica, propia de la poesía decadentista de fin de
siglo, era la de inculparse de una supuesta incapacidad para desarrollar dignamente la
propia obra. Pessoa-Search se encierra en un mundo de tensiones sin salidas. No son
buenos estos primeros poemas, pero sí indispensables para comprender toda la obra
posterior del poeta.
The Mad Fiddler, objeto de diversas recopilaciones, paradójicamente contiene la
renuncia de Pessoa a ser poeta inglés (está demostrado que en 1912 Pessoa había
renunciado a leer poemas en este idioma). Esta es una poesía que se sueña y donde la
felicidad es proclamada falsa. Podemos decir que aquí Pessoa busca cultivar el
sentimiento decadente. Los textos, ya citados, sobre la Primera Guerra
Mundial(incluidos en algunas ediciones bajo este mismo título), están llenos de
referencias a las guerras de la antigüedad, para demostrar que las de su tiempo nada
tenían que ver con los dioses o con religiosidad. En estos textos, Pessoa sostiene que las
guerras modernas habían cambiado hasta las pasiones humanas, convirtiéndose en
guerras abstractas.
De mayor importancia son Antinous, Inscripcion y Epithalamium, textos que
constituyen largas exploraciones eróticas. El primer contiene fuertes evocaciones
homosexuales, el segundo es heterosexual. Nuestro poeta andaba entre los 25 y 27 años,
el período de la concreción heteronímica. No olvidemos, sin embargo, que para Pessoa
todo pensamiento sobre el sexo era un estorbo a procesos mentales superiores, pero, al
mismo tiempo, la vía para exorcizarlos era la poesía. Nunca olvidemos que Pessoa es
contradicción. Estos textos fueron escritos en inglés por simple pudor, de manera que
aquí la lengua inglesa no es más que una máscara. Consideraba a Epithalamium
un”texto brutal”. Para Pessoa Antinous era griego por los sentimientos y romano por
colocación histórica, mientras Epithalamium era romano por sentimiento( por lo que
denomina “la brutalidad romana”), Así, Antinous es el amor a la manera de los griegos
en la dialéctica sexo-divinización en términos homosexuales, en oposición al amor
sensual de los romanos, aunque, cabe advertir, no parece, en realidad, que los romanos
hayan sido más “normales”que los griegos en este campo.
Antinous habla del emperador Adriano ante el cuerpo muerto de Antinous.
Obviamente no era la primera poesía inspirada en el tema. Un texto tan largo conlleva
una yuxtaposición de momentos líricos que conducen a una estructura narrativa. Pessoa
consigue la manera en la poesía inglesa epopéyica. No olvidemos tampoco que desde el
siglo XIX Antinous era utilizado cada vez que se quería hacer referencia a la belleza
masculina juvenil. No era Antinous un afeminado, por el contrario, era atlético y viril,
pero lleno de melancolía y complejidad, perfecto para Pessoa. El texto de nuestro poeta
es muy inglés y con un excelente manejo de la concepción griega del amor entre
hombres, es decir, como planteamiento de un ideal estético.
Epithalamium viene de una canción de la antigüedad helénica que cantaba a
muchachos y muchachas ante la cámara nupcial. Safo y Teócrito abordaron el asunto a
su debido tiempo. Consta de 21 secciones donde se describen los diversos aspectos de
un matrimonio, desde el despertar de la novia en la fecha escogida, pasando por el
miedo al desfloramiento, hasta el delirio que se apodera del novio. El acto del
desfloramiento era una obsesión en Pessoa. Este texto es inferior en calidad literaria a
Antinous, pues denota un paroxismo estético. Es una descarga de elementos obscenos,
sin embargo, aparecen por vez primera, ventanas abiertas, al contrario de los demás
donde hay sólo ojos vendados, ventanas cerradas y abismos.
Inscripción está compuesto por una especie de epigramas ordenados conscientemente
dentro de la mejor tradición grecolatina. Hablan las personas a quienes se refieren los
epitafios. Están cargados de numerosas referencias mitológicas. En la cultura griega
pueden encontrarse numerosos antecedentes de estos epitafios, no concebidos como
inscripciones tumulares sino como oraciones fúnebres. Si bien están rimados, al
contrario de sus antecedentes, no olvidemos el fenómeno renacentista de búsqueda de la
rima. Están hechos en cuartetas y son un canto general sobre la muerte, existiendo uno
específico sobre las obras humanas y sus autores.
Atención especial merecen los 35 Sonnets. El soneto llega a Portugal en 1526
procedente, obviamente, de Italia. La presencia de Petrarca se extiende hasta la segunda
mitad del siglo XVIII. Poetas muy queridos por Pessoa lo cultivaron, como Antonio
Nobrega y Eugenio de Castro y se hace toda una escuela portuguesa hasta la aparición
del romanticismo. En estos textos, Pessoa hace una especie de resumen de su
pensamiento íntimo, ratifica la pequeñez del ser y plantea, de nuevo, el juego de la
multiplicidad. Hay una imposibilidad de comunicación con el mundo exterior y entre
alma y alma hay abismos insuperables. El sueño es un juego de espejos que refleja seres
que sólo son sueños. El sueño es la clave de los sonetos de Pessoa. Recurre a las
facultades imaginativas porque éstas crean otra realidad que el poeta sabe ficticia pero
que tiene el mérito de ser diferente de la verdadera realidad. Una frase resume este
aparente galimatías: “La literatura, como todo arte, es una confirmación de que la vida
no basta”. Para entenderlos hay que ir a los sonetos de Shakespeare, pues Pessoa ya
había advertido que le gustaría reproducirlos en una adaptación moderna sin perder la
originalidad. Además, es en los sonetos, más que en ningún otro texto, donde Pessoa
decide medir su propia grandeza con la del poeta inglés. Algunos piensan que de
Shakespeare no quedó en los sonetos de Pessoa otra cosa que la complejidad. Están
llenos de aliteraciones, juegos de palabras, contradicciones y un sabio manejo de la
lengua inglesa de la que extrae toda su capacidad de expresión. Como en Shakespeare y
en buna parte de la poesía isabelina, está el “court wits”, la manera de expresar, con las
argucias del pensamiento, las complejidades del sentir, aunque Pessoa abandona en
ellos, en buena parte, la esfera del sentimiento para irse al mundo de las ideas. La rima
es aquella de los sonetos de Shakespeare. Hay, por lo demás, documentos donde Pessoa
subraya la pederastía del inglés y la famosa respuesta de Robert Browning: “If so the
lesse Shakespeare he”.
Los sonetos de Pessoa están escritos en un inglés ultraisabelino donde el manierismo
se exacerba a límites capaces de provocar una crisis en los puristas de la lengua inglesa.
Son importantes, pues se puede asegurar que con ellos Pessoa se adelantó a la aparición
de los llamados “poetas metafísicos” ingleses de los años 20. El propio lenguaje de los
sonetos de Shakespeare con relación a su tiempo ha sido objeto de discusiones. La
técnica dramática del inglés en cierto sentido reaparece en Pessoa, en el sentido de
“narración”. Anteriormente hemos hablado del “juego de espejos” de Pessoa y de sus
ventanas; en Shakespeare siempre se ha dicho del juego “window-mirror”. Para Pessoa
la ventana es un ojo, para Shakespeare “eye” es ventana. La concepción del amor, en
ambos sonetistas, es neo-platónica.
Pessoa dejó, además, textos en inglés sobre arte, poesía, crítica, escuelas literarias,
filosofía, metafísica, antropología y cosmología. Un notable ensayo de Jorge De Sena
(Fernando Pessoa e a Literatura Inglesa) destaca el paralelismo entre Pessoa y la
ensayística inglesa de los años 90, anotando un tono sentimental y agresivo, irónico y
profundamente empeñado en afirmar contradictoriamente la verdad.
Los textos ingleses de Pessoa no pueden ser catalogados como lo mejor de su
producción literaria, pero son fundamentales para entender su obra, puesto que en ellos
se encuentran los elementos claves de todo su trabajo posterior, sobre todo porque
muchas formas que usará en portugués son simples traducciones mentales del inglés o,
como dirían algunos críticos, préstamos de otro código lingüístico. Podría, además,
establecerse, como lo hace De Sena, que la capacidad heteronímica de Pessoa sólo
podía darse en alguien cuya dualidad lingüística le representa el lenguaje como un
sistema de signos y relaciones sin otro valor que el de los equivalentes de un sistema
para otro. Como acostumbraba repetir Ophelia Queiroz, la novia imposible, Pessoa
pensaba en inglés. Creo que dentro de la escogencia del portugués como patria tenía
estructuras mentales inglesas. Pessoa acostumbraba escribir en las márgenes de los
libros que tenía en su biblioteca; pues bien en una de las páginas de Poetical Works de
Keats dejó dicho: “When I have fears that I may cease to be/before my pen han gleaned
my teeming brain”.
Pocos minutos antes de morir Pessoa no escribió en portugués sino en inglés: “I know
not what tomorrow will bring”. En el famoso baúl aún reposa inédito “Diary in inglish”.
Pessoa, un hombre absolutamente solo
El renacimiento literario inglés se sucede en la época del reinado de Isabel. Tiene dos
fases: una imitación de lo clásico, a través de Italia y, otra, de libertad de pensamiento
bajo la influencia de los pensadores germánicos y que conduce al orgullo nacional y a la
separación de la Iglesia Anglicana. Una de las características de este renacimiento, en lo
literario claro está, es la armonía entre lo culto y lo popular. Por esta razón, en
Inglaterra, el renacimiento se une al medioevo sin violencia, de una manera suavemente
renovadora. Con Shakespeare se produce la cumbre de una época. El poeta, desde sus
primeros dramas, girará en torno a la visión convencional típica de su cultura y de su
tiempo, para ir, poco a poco, dejando entrar la realidad con todos sus elementos (el
tiempo, la muerte, la angustia, los impulsos oscuros del alma humana). Shakespeare
procura dar un orden a esta realidad, teniendo en sus últimos dramas una actitud
“positiva”, de dialéctica entre las contradicciones del ser y la búsqueda de símbolos de
reconciliación y de renacimiento de los valores.
El estilo de Shakespeare es complejo, iniciado con la simple exposición de los temas
(dramas juveniles) hasta llegar a tratar la relación de una serie de sentimientos con otra.
Esta capacidad la desarrolla con mayor fuerza en los sonetos. Se puede decir que aquí
Shakespeare enacarna el descubrimiento renacentista del Yo. El soneto y el Yo
reafirman una relación que los une desde los tiempos de Petrarca.
El volumen titulado Shakespare sonets fue publicado en 1609. La edición era
desordenada, lo que ha llevado a la crítica a asegurar que el poeta no participó para nada
en la edición. Los sonetos eran 154 (menos los dos últimos que se deben considerar no
parte del contexto porque eran solamente una variación de la Antología Palatina). Los
152 que quedan se pueden dividir en dos grupos, del I al CXXNVI en cualquier manera
conectados con un bello joven y del CXXVI al CLII en cualquier manera conectados
con una dama morena. Se podrían hacer subdivisiones, como organizar juntos aquellos
donde se propone matrimonio al joven bajo una desenfrenada pasión. La dama morena
es, evidentemente, parte del entourage amoroso del joven amigo. Como vemos, lo
sonetos de Shakespeare constituyen un conspicuo canto de homosexualidad, lo que no
significa, no lo sabemos, que Shakespeare haya sido homosexual. Más interesante
resulta saber que la segunda edición es de 1640 y que aparece un orden distinto, pues
hay grupos titulados y fueron suprimidos 8 textos, aparte de que se cambia “amigo” por
“amiga”, como buscando mitigar el escándalo que aún persistía. La tercera edición es de
1776, la cuarta de 1790 y la quinta (Cambridge) de 1864. No puede decirse que de
edición a edición los textos hayan sido mejorados. La fecha misma de los sonetos ha
sido puesta en discusión; al menos dos habían sido publicados antes de la primera
edición y uno de ellos “The mortal Moon”, ha desatado numerosas especulaciones.
A lo largo del tiempo los estudiosos se han dividido: hay quienes encuentran en los
sonetos de Shakespeare sólo ejercitaciones literarias a las maneras francesa, inglesa e
italiana, escritas sólo para demostrar habilidad, en manera tal que no se debe buscar en
ellos ningún rasgo autobiográfico. No creemos que este sea el caso, aunque en la época
isabelina abundan ejemplos en este sentido. Otros críticos sostienen que existen en los
sonetos tantas situaciones humanas particulares que es imposible pensar que se trate de
simples ficciones. Lo que parece absolutamente normal en que en estos textos aparezcan
temas, situaciones y expresiones propias del cancionero de aquellos tiempos.
Finalmente, no falta quien asegure que los sonetos fueron escritos por cuenta de un
tercero, lo que no parece históricamente válido.
Volvamos a nuestra primera división, una parte en la que se canta al joven amigo y en
otra en la que canta a la dama morena. Esta última (26 sonetos) canta la aventura
extraconyugal del autor, aventura meramente sexual que Shakespeare no trata, de
ninguna manera, de justificar o espiritualizar, pero que es tan fuerte que le permite el
descubrimiento de nuevos secretos humanos. Los críticos han discutido también sobre
la identidad de la dama morena y si era una muchacha que Shakespeare conocía desde
la primera juventud, lo que ha motivado una discusión sobre si los sonetos 153 y 154
son dedicados también a la misteriosa señora.
En esos sonetos se canta a lo “moreno” como sinónimo de belleza, se cuentan penas
de amor, se despliega un fuerte erotismo, se manifiestan celos y, finalmente, el
compromiso, convencido el poeta que semejante dama no puede proporcionar fidelidad.
La “dark lady” va desde el soneto 127 en adelante y una de las tantas interpretaciones
que se han hecho es que esta mujer, en un preciso momento, entorpeció las relaciones de
los dos amigos(recordemos el joven al que van dedicados los primeros sonetos). Hay
también ironía y sarcasmo, acusaciones a la mujer de haber roto la fidelidad conyugal
( lo que nos indica que era casada) y de haber incitado al poeta al mismo delito.
Recordemos en el teatro de Shakespeare el sentido de repugnancia que le inspira el
adulterio. Pareciera que la profunda naturaleza del hombre lo impulsa a una gran
escrupulosidad moral, al mismo tiempo que se concede a un libertinaje ejercido con
abandono y cordialidad, con un divertido sentido de liberación. Los ejemplos son
muchos y variados: en el soneto 127 defiende el color moreno; en el 131 se lamenta de
la crueldad de la amada; en el 147: “My love is as fever longing still...”
Sobre el lenguaje de Shakespeare en relación con su tiempo se han hecho numerosos
estudios que abarcan desde los contrastes con la tradición y sus nexos con ella, hasta los
planos estilísticos y expresivos en conexión con la poesía metafísica del seiscientos
inglés. Detenerse en los vericuetos del inglés isabelino parece absurdo, siendo preferible
destacar la eficiencia y calidad del lenguaje, las imágenes y metáforas y el uso de ciertos
símbolos. Hay que advertir que en los tiempos de Shakespeare no existía preocupación
alguna por la originalidad de los temas, era la calidad de la poesía, en el uso del
lenguaje y en la fuerza de las imágenes, donde se ponía el interés. Por lo demás,
Shakespeare usó en sus sonetos una técnica dramática con un sentido de secuencia, de
continuidad, que hasta cierto punto nos podría conducir a hablar de “narración” de una
aventura humana. Agreguemos que el amor en Shakespeare es neoplatónico, que
prevalecen en los sonetos una intensa musicalidad interna y que es un tanto discursivo.
La vejez y la muerte asoman entre los versos y todo se lo recuerda, los objetos, el
poniente, las flores que se marchitan.
Salvador Garmendia, el fiero pasante de lo oscuro
La decisión de asumir la palabra no duele. Se toma con alegría y hasta con desenfado.
Luego la palabra comienza a punzarnos las yemas de los dedos, a quitarnos la
respiración, comienza a concientizarse en una elección de soledad y a hacer de nuestros
ojos tizones que se incendian al mirar el teatro de títeres. Léase Salvador Garmendia en
su encuentro con lo urbano.
Salvador está fondeado en la ruptura con lo rural, es el gran maestro de la narrativa
urbana, pero miremos bien en sus “pequeños seres” y comprobemos que descubrió el
arte como speculum y que sus textos no son realidad, son mucho más: son efectos de
realidad. Sus pasos por “la mala vida” son descripciones desgarradas de un ser que mira
y sufre, mucho más que una simple ojeada sobre las cuevas de la ciudad donde se
amontona la miseria humana. Es la descripción de un drama propio, de algo
ineluctable, de algo que pasa porque tiene que pasar. En Garmendia la ciudad no es más
que feria, una herida que vivimos. Lo cotidiano es espectáculo. Utilizando una frase
suya diría que la habitan “zoológicos flotantes”, una simulación de vida. Los habitantes
de este teatro del absurdo son piezas escapadas de un mecanismo frente al cual el
narrador es una postergación sin fin. Salvador aprende que todo se hace sombra. Él
asiste a la representación como sentado en una butaca de actor y saca sus cuadernos
para anotar las paradojas de la aparente fiesta, para registrar el baile desenfrenado de
unos personajes que se exhiben como si él, escritor, tuviese la obligación de anotar
sobre sus carnes, sobre sus pesadillas y sobre los trozos de materia que van largando
sobre las aceras interminables y sobre los proscenios urbanos de los autobuses, de los
bares de putas y sobre los que albergan solitarios dispuestos a bosquejar novelas en la
barra del mostrador. Los ojos de Salvador Garmendia se sumergían en la realidad como
fiero pasante de lo oscuro.
Sí, tenían la forma mecánica de lo desvencijado, la blancura que la noche da a la
carne, la alegría de portar consigo la muñeca hermosa del contraste con la propia
presencia desgarrada. Los personajes de Salvador Garmendia emergían de los bares, de
los colectivos, de la soledad de una ventana, a buscarlo, a exigir la anotación del
escritor, a reclamarlo para que participase en la constatación, y él los complacía
haciendo de sus dedos sobre el teclado complicidad, goteo de memoria, implacable
índice de registro donde quedaba todo, desde la imagen surrealista de un paraguas
destrozando un ojo hasta el espectáculo nocturno donde iban a rugir los sobrevivientes
del día. Desde los torsos y nucas atravesados en la visión de quien se siente acorralado
por la presencia hostigante hasta la certificación del amontonamiento de la concurrencia
pugnando por apretujarse en la primera fila en ansia desesperada de ser protagonista en
las páginas del registrador de la palabra. Y el animador de la farsa, como en alguno de
los cuentos de Difuntos, extraños y volátiles, al mismo tiempo huye y busca la
multitud de la cual es el órgano escriturario. Podemos ir a sus libros a mirar el cuadro de
la danza.
El generalísimo Miranda en el extremo de una barra
En estos días cargo a Denzil Romero en el recuerdo. Debe ser por alguna frase del
generalísimo Miranda o tal vez por La carujada, en cualquier caso por el afecto. Ahora
recuerdo a Denzil sentado en el extremo de una barra. Apenas me vio me hizo señas
imperativas de sentarme a su lado, abrió una carpeta, sacó un montón de papeles y me
leyó la introducción a su texto Tonatio Castilán o un tal dios sol, una de las cosas más
bellas que he oído, y después leído, en mi vida. ¿Será que otra vez me leyó la entrada a
Códice del Nuevo Mundo?
He leído completo a Denzil, pero también a Miranda. Cada letra que el generalísimo
escribió ha pasado por mis ojos y lo cargo en la mente a propósito de la presente
situación venezolana. A mi me parece que esta divagación mental en que ando me está
conduciendo al Dr. José María Vargas. Uno anda recordando a la cantidad de hombres
ilustres que hemos tenido ante la abundancia de Carujos que dominan la presente
escena. Ahora caigo, el cumpleaños de Denzil es el 24 de julio. Los amores de Denzil
con Miranda se explican, aquel hombre lo era desde la esfera de la universalidad y
llegaba a un erotismo que era la fuente primigenia de la escritura de Romero, como bien
queda constancia en los abordajes a Catalina y a Manuelita Sáenz.
Con Denzil no recuerdo haber hablado nunca de política, a no ser una grata
conversación en Mérida sobre una supuesta tendencia fascista de Giuseppe Ungaretti
sobre la cual el amigo me interrogaba, a lo que contesté que era el único poeta que
recordaba había tenido un programa de televisión al retorno de la democracia en la
Europa posfascista, un programa que los italianos mayores recuerdan y que vi después
en videos ante mi interés en el asunto. Aquella voz ronca que salía de un rostro duro
envuelto en una melena blanca constituía un espectáculo inolvidable. El gran poeta
hablaba a su pueblo desde la poesía, la suya y la ajena, se comprometía con la palabra,
como debe hacer un hombre cuyo oficio es el lenguaje.
Melena blanca la de Ungaretti quien suministró a la Italia destruida la base de
recomponerse sobre la voz de un poeta, voz que reunía a todo un país en torno al
televisor. Melena blanca la de Denzil, quien no tuvo pelos en la lengua para decir la
suya sobre la historia y sus personajes, recreando y creando desde la imaginación que es
la única realidad posible. Melena blanca la de Miranda, moviéndose en la cultura y en
los libros, entre las mujeres que enseñan mucho, haciendo suyas las revoluciones de su
tiempo e imprimiéndoles su vasta cultura.
Cuán lejos estamos de la Venezuela posible. Uno recuerda a Unamuno, “este es el
templo del saber y yo su supremo sacerdote”, uno de los desafíos más grandes que la
inteligencia ha lanzado sobre la brutalidad de las armas. Roberto Alifano, secretario de
Borges y aún director de la revista “Proa”, fundada por el gran ciego que de ciego no
tenía nada, me regaló en su última visita a Caracas un CD con la voz del magnífico
rector de Salamanca. Se lo di a mi hijo mayor para que lo escuche hasta el cansancio.
Este país requiere el lanzamiento de un desafío. Ese desafío debe ser profundamente
inteligente y administrado con la fuerza de un estratega. Con el poeta y embajador
Martiniano Bracho Sierra fuimos en Buenos Aires a hablar con el general retirado que
era la autoridad máxima de la Antártida. De tanto hablar el general cedió y nos dijo que
tenía un galpón vacío y que podíamos poner allí la base “Simón Bolívar” para
establecer un centro venezolano de investigaciones. La tentadora oferta fue transmitida
al titular del MRE para entonces, quien seguramente pensó que se trataba de algo
descabellado y eliminó la posibilidad de un plumazo. Allí, en el hielo, hay docenas de
científicos investigando y estudiando, muchos de los cuales son tropicales.
El desprecio por lo nuevo, por la propuesta nueva, por el mensaje innovador ha sido ta
norma. El desoír la voz del ensayista o del intelectual es la norma. Castro Leyva murió
en pésima hora, cuando comenzaba a alzarse como la conciencia intelectual. Hemos
escuchado de nuevo su discurso televisado y creemos que uno que debe ser
retransmitido es el de Arturo Uslar Pietri cuando se retiró del Senado. Allí está el listado
de males y las consecuencias de las enfermedades. El viejo “Pizarrón” de Uslar
languideció en su permanente reclamo, en su alerta sobre la riqueza petrolera, en su
mensaje de entrar en una democracia moderna y eficiente.
El país requiere el abandono de la inopia, un mensaje fuerte que destranque los
engranajes de una sociedad que languidece. De uno que deje de lado la repetición
inconsciente de los cobros políticos, para entrar a descubrir el abanico de posibilidades.
El país requiere salir de la politiquería banal, de lo menudo, de las idioteces, para trazar
una estrategia que salte sobre las circunstancias adversas y se empine en un propósito.
Si ese propósito se determina como votar masivamente y obligar al gobierno a incurrir
en el fraude como único medio para aprobar la reforma constitucional, pues votemos
todos y que el gobierno haga la suya y entonces veamos si los genes de los grandes
hombres que hemos tenido aún mantienen vigor.
Denzil deberá excusarme que lo haya mezclado con esta reflexión sobre este país
inerme y con la frase de Miranda, que bien traducida al presente deberá decir
“pendejadas, pendejadas, pendejadas, este país no es más que pendejadas”. En mi
descargo digo que no tengo la culpa, la tiene el propio Denzil quien se ha aparecido en
mi memoria apuntándome con su dedo mocho y blandiendo su melena blanca para
ordenarme, “siéntate ahí y escribe, comienza con mi nombre”.
Los días en que conocí a Manuel Scorza
Manuel Scorza estaba delante de mí, sentado en primera fila, con sus ojos fijos y una
sonrisa burlona. Leía yo la ponencia del Ministro de Estado para la Cultura de
Venezuela en el Primer Congreso de Escritores de Lengua Española en Las Palmas de
Gran Canaria. El ministro tenía compromisos en Madrid y me dejó a mí la tarea.
Todos nos decían, con cierto dejo de burla, y creo que de envidia, “vinieron con
Ministro de Cultura”. América del Sur estaba plagada de dictaduras militares y para los
colegas vernos con un alto funcionario resultaba incomprensible. La situación motivó
que tomara la palabra en la plenaria del día siguiente y pronunciara un discurso sobre
los intelectuales en la democracia. Un fuerte aplauso fue la respuesta a mis palabras, que
eran las de un escritor de un país que estaba albergando a miles de refugiados que huían
de las dictaduras militares, entre los cuales había muchos escritores, lo que indicaba que
habían entendido. Sin embargo, no olvido la atención y seriedad con que Alfredo Bryce
Echenique seguía mi intervención desde su puesto de directivo del evento.
En aquel año de 1981 y en aquella ocasión, la única que compartí con Manuel Scorza,
los venezolanos estábamos ebrios de democracia. Habíamos derrocado a nuestra última
dictadura en 1958, teníamos a un presidente, Luis Herrera Campins, que situaba a la
cultura entre sus prioridades y que se hacía acompañar a casi todos los actos oficiales
por Fernando Paz Castillo, seguramente el poeta vivo más representativo en aquel
entonces, como muestra de su respeto por los creadores literarios.
Hablábamos de ello ya más reposados en las vecindades de la piscina, hasta que
Severo Sarduy decidió desnudarse y darse un chapuzón. Como en toda reunión de
escritores que se merezcan tal nombre, bebíamos unos tragos después de la plenaria y
hablábamos a voluntad. La “operación salvamento” de Severo tomó unos minutos, para
dejar paso al miedo a los aviones, a la expulsión de México, a la vida en París, a los
procesos de Redoble por Rancas. Yo era un joven que aún no había desarrollado su obra
literaria. La estrella venezolana era Adriano González León, que con su País portátil
(1968), recién muerto, Adriano quiero decir, no mi país que cada vez se hace más
portátil, se anotaba como el gran representante venezolano en el boom.
Manuel habló de su aversión por los movimientos guerrilleros, considerándolos
inútiles, de la mentalidad campesina poco proclive a dar apoyo a esos intentos, de su
posición de izquierdas, de sus vinculaciones de amistad en París con los movimientos
trotskistas, lo que le llevó a ser padrino de la boda del Che Guevara, por la esposa del
flamante revolucionario se entiende. Se quejó de la foto de aquella unión, donde él
aparecía claro, y del daño que, en su opinión, le había hecho.
Su vinculación al mundo campesino e indígena era obvia. Basta leer sus libros, pero
de allí a ese calificativo de indigenista que algunos críticos le han endilgado hay un
abismo. Manuel Scorza es Perú, en el sentido de que no puede abandonar —Por qué
habría de hacerlo— los mitos ancestrales que se incuban con la historia reciente. El
joven lector de español en la escuela Normal Superior de Saint-Cloud, el que había
huido de la dictadura de Odría, llevaba en sí toda la herencia con la que un peruano
brillante podría cargar. Veamos El jinete insomne (1977), Cantar de Agapito Robles
(1977) y La Tumba del relámpago (1979) y no encontraremos otra cosa que al poeta
que siempre fue. Para entender a Manuel Scorza habría que recordar que toda literatura
es poesía, y que él parte de la realidad social para internarse en la creación poética.
Basta buscar las vinculaciones entre el poemario El vals de los reptiles (1970) y la
novela Redoble por Rancas. En Garabombo, el invisible llega a la parodia
neopicaresca. Con La danza inmóvil (1983) se produce una ruptura. En esta novela está
la gran contradicción del escritor de izquierdas, la que parece hundirse en la repetición
de los errores y de las estrategias fracasadas y que busca nuevos caminos. Surge el
recuerdo de París (fundamental en muchos aspectos de su obra) y el enfrentamiento del
escritor consigo mismo y con su trabajo.
Trato de imaginarlo en el pequeño hotel La Coupole a medida que las horas avanzan.
Ya no hay extrañeza por un escritor latinoamericano que anda con su Ministro de
Cultura. Trato de imaginarlo allí. Miro su rostro cordial y duro debatiéndose con sus
fantasmas. Sus ojos se han hecho transparentes, ya no hay reservas. Trato de penetrar en
su intimidad, en sus antojos. No sé si bebe licor o bebe agua, pero allí está. Es La danza
inmóvil y no Redoble por Rancas lo que tengo en la mente. Es la inmersión en el
posmodernismo como nueva respuesta lo que me atrae, la lectura de los pensadores
franceses, la transformación de aquel hombre hacia nuevas vías sin dejar de ser lo que
genéricamente se ha denominado en nuestro continente un escritor de izquierdas.
Quiero la reflexión existencial de un escritor enfrentado a lo que ha sido, a lo que ha
escrito. Nos altera el comentario de alguien que llega y dice que Severo Sarduy quiere
volver a la mesa pero tratan de mantenerlo en su habitación.
Termina la noche. Hay una joven colombiana, demasiado bella, que se roba la
atención. Es un nuevo día en Las Palmas de Gran Canaria y hay que almorzar a la orilla
del mar con un grupo en que debe estar la chica colombiana que estudia en Madrid. No
sé nada de Manuel Scorza. Pasa Eduardo Galeano que saluda displicente. Mi amigo, el
historiador venezolano Vinicio Romero Martínez (también recién fallecido, parece que
estamos en la edad de la muerte), provoca a la muchacha que se declara virgen. A voz
de cuello grito que... su nombre... es... Virgen. Nadie se da por enterado. O hay
demasiados escritores a la orilla del mar, o demasiados turistas, o los canarios son
conscientes de que hay un congreso de escritores y que puede esperarse cualquier cosa.
Tengo en el pensamiento a Manuel Scorza bajo el sopor del vino y del mediodía, pero
ahora tengo ante mí al poeta. Las imprecaciones (1955), su primer poemario, publicado
en México refleja los dolores del exilio: Los trenes me llevaban, / entraban a las
tumbas, / cruzaban los infiernos, / mas mi corazón salía / de los hornos tiritando. Su
último poemario, El vals de los reptiles (1970) lo terminó en la habitación del pequeño
hotel parisino, en lo que podríamos llamar su segundo exilio: Brisas eran mis cabellos,
tifones mis cejas.
Miro a la chica colombiana y recuerdo algunos versos de Los adioses (1960): Yo veía
las cosas más sencillas / volverse misteriosas / cuando Ella las tocaba. / Las estrellas
de la noche / ¿quién si no Ella las sembraba?
Nació el 9 de setiembre de 1928. Ahora que me piden este texto para conmemorar el
80 aniversario de su nacimiento saco cuentas y compruebo que cuando lo encontré tenía
53 años. Y digo con Desengaños del mago (1961): Yo vivía en una torre que
custodiaban tardes / de susurrantes collares. / Yo acechaba a las caravanas que, al caer
/ los crepúsculos, entraban en los patios / polvorientas de azul. / Yo jamás dormí. Y
pienso que, en verdad, jamás durmió.
Quizás debería parafrasearlo y titular esta breve nota, sin pretensiones, “Réquiem por
un gentilhombre”. Pero no, prefiero protestar por las comparaciones que se hacen
cuando un hombre o una mujer escriben novela y poesía y comienzan a preguntarse que
género era mejor. Prefiero decir que sólo una vez, y por breves días, estuve con él.
Prefiero decir que no puedo asegurar que Manuel Scorza fuera mi amigo, creo que no,
creo que simplemente fue un encuentro afortunado de los que se suceden en un
congreso de escritores. De lo que sí estoy seguro es que cuando me llegó la noticia del
accidente del avión de Avianca aquel fatídico 28 de noviembre de 1983 sentí un
profundo dolor, la pérdida de alguien muy cercano a mi afecto. Pensé que lo había
perdido apenas dos años después de conocerlo. A él, el escritor que se la pasaba
viajando y que tenía pánico por los aviones. Digo lo que pensé: Estos benditos
escritores peruanos no sólo saben que se van a morir sino también cuándo. Y me repetí,
mirando una placa que me regaló la comunidad peruana de mi ciudad natal,
Barquisimeto, por una intervención en un aniversario de César Vallejo: Me moriré en
París con aguacero, / un día del cual tengo ya el recuerdo. / Me moriré en París —y no
me corro— / tal vez un jueves, como es hoy, de otoño.
Y me digo que en realidad fueron dos las ocasiones en que conocí a Manuel Scorza:
Aquellos días en Gran Canaria, cuando estuve frente al hombre (al escritor, al poeta, ya
lo cargaba) y cuando cayó en su avión desde el cielo de Madrid (el poeta, el escritor,
sigue en aquel cielo).
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