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SALVACION
Septima Parte: INTRODUCCION A LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO

Heb 5:7-10
7
Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y
lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.
8
Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
9
y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que
le obedecen;
10
y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec

Nuestro estudio de hoy es tomado de la teología de Lewis Sperry Chafer, para comenzar
el tema de la:

INTRODUCCION A LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO

Así como, en presencia de la zarza encendida, tuvo Moisés que quitarse el calzado de
sus pies, porque el lugar que estaba pisando era tierra santa, así también deberíamos
acercarnos con un santo pavor y respeto, tan grande como es posible a quienes estamos
sujetos a limitaciones humanas, a la misteriosa, sublime y solemne revelación
concerniente a los sufrimientos y muerte de Cristo.

Bajo el pretexto de que estos estudios transcienden el plano del humano entendimiento,
resultaría fácil abandonar todo intento de penetrar en estas verdades inescrutables e
inefables, si no fuera por el hecho de que este tema es tan extenso y manifiesto en la
Biblia, primero en tipos, y después en el antitipo.

A la vista, pues, de tan clara revelación, es preciso concluir que es designio de Dios el
que estos aspectos de la verdad sean investigados con el celo e interés, y asimilados en
la medida que plazca al Espíritu de Dios el revelarlos a los corazones alertados y
atentos. El tema recoge los más vastos espacios de la realidad. Por una parte, el tema de
los sufrimientos y muerte de Cristo da alcance a la solución del mayor problema del
Universo mismo, mientras que, por otra parte, desciende al nivel más bajo de lo
humano.

Se nos asegura también que el mismo Hijo que padeció y murió, por lo mismo que
padeció aprendió la obediencia, es decir, adquirió experiencia de lo que es obedecer
como relata (He 5:8 “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;”;
de igual forma afirma Fil 2:8 “y estando en la condición de hombre, se humilló a sí
mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz”).

Así, por extraño que parezca, también El fue perfeccionado como autor de la salvación
como dice (He 2:10 “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por
quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria,
perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos”)

Así mismo y, habiendo sido probado de esta manera, es poderoso para socorrer a los que
son tentados como concluye (He 2:18 “Pues en cuanto él mismo padeció siendo
tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados”).

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No está mal que el corazón de cada individuo se regocije con gozo eterno por el hecho
de que sus propias necesidades quedan satisfechas por los sufrimientos y muerte de
Cristo, pero bueno será recordar que la solución del problema del Universo es en sí
misma un logro más extenso que los resultados concernientes al individuo, por cuanto el
Universo sobrepasa los intereses de una persona particular.

Hay en cada caso aspectos que muestran relación directa a lo infinito, pero el problema
universal excede al particular en una escala que sobrepasa todo entendimiento; ¿y qué
diremos de todo cuanto, entre ambos extremos, queda implicado en beneficios masivos
tales como la redención de Israel, el rescate de la Iglesia al coste de Su preciosa sangre,
el juicio de principados y poderes, y ese portentoso logro por el cual el eterno y Santo
Dios queda libre para satisfacer la compasión de Su corazón hacia un mundo perdido?

El reto que nos lanza esta tesis inagotable resulta todavía más amplio si se recuerda que
la Persona Divina y humana que sufrió y murió, no es otra que "Dios manifestado en
carne". Fue nada menos que Dios quien sufrió, y fue la sangre de Dios la que fue
derramada.

El hecho de que los sufrimientos y la muerte de Cristo alcanzan tanto al Universo


cuanto a la restringida esfera de la necesidad inmediata de una vida humana en una sola
de sus pruebas, impulsa a la mente devota a preguntar por qué pudo haber surgido esta
tan grande necesidad.

La necesidad es obvia, y la satisfacción que el sacrificio de Cristo le ha proporcionado


es perfecta, pero ¿por qué tuvo que surgir tal necesidad en 'un Universo que Dios había
creado tan santo como es El mismo, y como lo son todas las obras de Sus manos, un
Universo del que El es, y siempre será, Dueño supremo?

La misma perplejidad causa, a este respecto, el hecho de que la intrusión del pecado en
el Universo iba a costarle a El, como de antemano lo sabía, el mayor de los sacrificios
que el mismo Dios podía hacer, la muerte de Su Hijo.

El mensaje evangélico de que "Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las
Escrituras" como dice (1 Co 15:2-3 “3Porque primeramente os he enseñado lo que
asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; 4y
que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;”) este mensaje
evangélico es en verdad maravilloso, pero la Biblia no limita el designio de la muerte de
Cristo a la necesidad de una persona humana, sino que la Palabra de Dios encierra
materias de mayor amplitud, a las que es menester prestar la debida consideración.

Que el mal iba a ser una realidad, y que necesitaría ser juzgado, estaba claramente
previsto en la mente de Dios desde toda la eternidad, porque, según el plan divino,
Cristo era el Cordero inmolado desde el principio del mundo como se afirma en el
pasaje de la adoración de la bestia en (Ap 13:8 “Y la adoraron todos los moradores de la
tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue
inmolado desde el principio del mundo”).

El pecado, como ya lo preveía Dios, es en realidad de tal naturaleza, que sólo los
sufrimientos y la muerte de Cristo podían satisfacer sus exigencias. Si Dios hubiera
podido salvar a un pecador de un solo pecado exonerándolo de su deuda, descargándolo

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de su culpa o suavizándole la pena, entonces podía haber contemporizado con el


problema del Universo y ahorrarse el inconmensurable sacrificio de Su Hijo, pero ni el
problema de un solo pecado en una sola vida, ni el problema del Universo podían tener
solución aparte de tal sacrificio. Al proceder a la contemplación de los sufrimientos y de
la muerte de Cristo, es preciso que se cargue el debido énfasis en esta verdad referente a
su necesidad ineludible.

Vamos a dividir el tema general de los sufrimientos y muerte de Cristo en dos partes: (a)
Sus sufrimientos en vida, Y (b) Sus sufrimientos en la muerte. Los estudiaremos por
este orden, reconociendo que son inmensamente desiguales en importancia.

LOS SUFRIMIENTOS DE CRISTO EN VIDA

La importancia teológica de lo que Cristo sufrió, de varias maneras, en los tres años y
medio que duró Su ministerio público, es mucho mayor que el mero hecho de tales
sufrimientos; en primer lugar, a causa de su significado típico; en segundo lugar, porque
hay quienes les han dado una excesiva importancia en algunos aspectos, atribuyéndoles
resultados que no les habían sido asignados.

Como tipo de Cristo, el Cordero pascual mostraba ser sin defecto al ser confinado en
custodia (custodia que es símbolo de sufrimiento) desde el décimo día del mes hasta el
décimocuarto como se declara en (Ex 12:3,6 “3Hablad a toda la congregación de Israel,
diciendo: En el diez de este mes tómese cada uno un cordero según las familias de los
padres, un cordero por familia. 6Y lo guardaréis hasta el día catorce de este mes, y lo
inmolará toda la congregación del pueblo de Israel entre las dos tardes”).

Así también, los sufrimientos de Cristo sirvieron para aportar una prueba completa de
su carácter inmaculado, aun en medio de muchas y diversas pruebas, pues "fue tentado
en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado" como dice (He 4:15 “Porque no
tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino
uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado”). Aunque sin
relación inmediata con este tema, merece mencionarse el hecho de que los cuatro días
de confinamiento del cordero pascual tipificaban la verdad de que Cristo fue "destinado
desde antes de la fundación del mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por
amor de vosotros" de acuerdo a (1 P 1:20 “ya destinado desde antes de la fundación del
mundo, pero manifestado en los postreros tiempos por amor de vosotros,”).

Los sufrimientos de Cristo en vida, tantas veces tergiversados pueden c1asificarse en:
a) sufrimientos debidos a Su carácter
b) sufrimientos debidos a Su compasión y
c) sufrimientos debidos a Su presciencia de la suprema tribulación de Su muerte
sacrificial.

Pero, antes de considerar por separado estos tres aspectos de los sufrimientos en vida, es
preciso advertir que en ninguno de ellos, ni en cualquier otra circunstancia de Su vida,
llevó Cristo a cabo aspecto alguno de aquella obra de la que depende la salvación de una
persona. Sólo puede resultar una terrible confusión doctrinal cuando no se concede que,
cualquiera que haya podido ser el ministerio de Su vida pública bajo la designación
divina, Su obra definitiva no comenzó hasta que fue levantado en la Cruz y esta obra
quedó consumada cuando murió.

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La índole diferencialmente eficaz del aspecto doctrinal de los sufrimientos de Cristo en


Su muerte no puede ser preservada de confusión a menos que se observe esta distinción
en el terreno de la verdad.

1. SUFRIMIENTOS DEBIDOS A SU SANTO CARACTER. Si el alma justa de Lot


estaba desazonada al ver y oír las obras impías de los habitantes de Sodoma como relata
(2 P 2:7-8 “7y libró al justo Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados
8
(porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y
oyendo los hechos inicuos de ellos)”), ¿cuánto más sería la congoja del purísimo Hijo
de Dios en medio de las tinieblas morales y de la corrupción de la humanidad caída?

Tamaño sufrimiento sólo pudo ser calibrado por uno que es la pureza y la santidad
infinitas; con todo, ningún valor salvífico hay en tales sufrimientos, ya que lo que El
sufrió a causa de Su santidad no tiene parangón con lo que sufrió en Su muerte, porque
en el primer caso, la pureza sin par de Su naturaleza santa quedó ofendida, es cierto,
pero también quedó preservada en medio de la abominación circundante, mientras que
en el segundo, El ocupó el lugar del pecador y quedó "hecho pecado", a pesar de que no
conoció pecado como declara (2 Co 5:21 “Al que no conoció pecado, por nosotros lo
hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él”).

Todo cuanto los malos o el mismo Satanás pudieron descargar sobre la Persona del
Salvador durante Su vida, lo sufrió a causa de Su santidad natural. Si El se hubiera
solidarizado con la humanidad caída y hubiera hecho alianza con el enemigo de Dios,
no hubiera tenido ocasión de sufrir en este aspecto. Esta verdad es la base de Su
amonestación a los Suyos, quienes están ahora, como El también lo estuvo, en este
mundo pues les dijo: "Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes
que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero por que no sois del
mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece. Acordaos de la
palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor. Si a mí me han
perseguido, también a vosotros perseguirán; Si han guardado mi palabra, también
guardarán la vuestra" en (Jn 15:18-20).

En ningún momento de Su ministerio terrenal, pudo insinuarse que Cristo estuviese


desamparado por Su Padre, pero una vez, una sola vez, gritó: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?" Solo una mente distraída puede presuponer que Cristo
estaba llevando sobre Sí el pecado como sustituto en cualquier otro momento que no
fuesen aquellas oscuras horas del Calvario.

Por el contrario, la voz venida del Cielo, tanto en Su bautismo como en Su


transformación declaró que en El (el Hijo) el Padre encontraba una complacencia
infinita. Aunque siempre hizo Cristo la voluntad de Su Padre (y en la muerte también)
no siempre estuvo poniendo Su vida "en expiación por el pecado" como se puede ver en
(Is 53:10 “Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento.
Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos
días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada”).

La tajante línea divisoria entre los sufrimientos de Su vida y los de Su muerte no es fácil
de determinar, pues vemos que en Isaías 53, todo cuanto entra como inmediata

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preparación para Su muerte, está incluido, pues allí se presenta a Cristo como herido,
molido, castigado y sometido a la pena de azotes, por cuyas llagas somos curados.

(Es importante aclarar que no hay aquí referencia a la curación física. Según el Antiguo
Testamento, la curación puede ser física o espiritual. Evidentemente se hace referencia a
la curación física en el Salmo 103:3 “El es quien perdona todas tus iniquidades, El que
sana todas tus dolencias;”, y se hace referencia a la curación espiritual en el Salmo
147:3 “El sana a los quebrantados de corazón, Y venda sus heridas”).

(En Isaías 53:5 “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros
pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”,
y en su versículo paralelo del Nuevo Testamento (1 Pedro 2:24 “quien llevó él mismo
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a
los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados”) todo el contexto
se refiere a cosas del orden espiritual, como rebeliones, pecados, paz, muerte al pecado,
santidad. Este último término debe referirse a la curación del alma, si hemos de
mantenemos acordes con el contexto. Cristo no llevó la enfermedad de la misma manera
que llevó el pecado, ni fue hecho enfermedad como fue hecho pecado, pues El se hizo
pobre para que otros se hiciesen ricos como dice (2 Co 8:9 “Porque ya conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico,
para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos”), pero nadie se atrevería a decir
que, en consecuencia, se nos provee de riquezas temporales en la muerte de Cristo, y
que estas riquezas sólo esperan a que nos las apropiemos por la fe, pues se hace allí
referencia a riquezas espirituales. Igualmente es espiritual la curación que recibimos por
las llagas de Cristo, no físicas)

Una interpretación similar de Is 53:5 y 1 P 2:24 es la de Mathew Henry que afirma:


“Nuestra justificación: Cristo fue molido y crucificado como sacrificio por nuestros
pecados, y por sus llagas fueron curadas las enfermedades de nuestra alma ”. Se debe
entender además que el contexto de Is 53:5 y 1 P 2:24 no excluye la realidad de que la
persona del salvador también provee sanidad física como vimos en el Salmo 103:3 “El
es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias;”

En las mentes de aquellos, que infligieron a Cristo los sufrimientos mortales, es


probable que los azotes, las bofetadas, los esputos, y la coronación de espinas, como
también los clavos y la lanza, eran parte de todo el procedimiento; y, si esto es así
también los azotes quedan incluidos en los sufrimientos de Su muerte, quedando
incontrovertible la verdad de que "por Su llaga fuimos nosotros curados".

2. SUFRIMIENTOS DEBIDOS A LA COMPASION DE CRISTO. Cristo era, en


todos sus aspectos, la manifestación del Padre conforme a (Jn 1:18 “A Dios nadie le vio
jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”). El
Salmista declara: "Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de
los que le temen" en el (Sal 103:13), y en esto, el Señor Jesucristo fue una perfecta
representación del corazón del Padre. Todos Sus milagros de curación y restauración
estaban dictados por Su compasión. Leemos en Mateo 8:16-17: "Y cuando llegó la
noche, trajeron a él muchos endemoniados; y con la palabra echó fuera a los demonios,
y sanó a todos los enfermos; para que se cumpliese lo dicho por el profeta Isaías,
cuando dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias".

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Mucho se ha extendido una enseñanza errónea que sostiene que, cuando Cristo curaba,
estaba llevando sobre Sí como sustituto las enfermedades de los curados por El. Es
cierto que Mateo refiere a Isaías 53 las curaciones físicas descritas en este texto, pero un
cuidadoso examen de este capítulo nos descubre que Isaías hace relación, tanto a los
sufrimientos de Cristo en vida (vs. 1-4), cuanto a los sufrimientos de Su muerte (vs. 4b-
12). La línea divisoria está en el versículo 4 y aparece señalada por la conjunción y, de
la siguiente manera:
"Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le
tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido". Si se acepta esta división, eso que
dice Mateo 8: 16-17 de tomar nuestras enfermedades y llevar nuestras dolencias, y que
está allí basado en Isaías 53:4 "pertenece a los sufrimientos de Cristo en Su vida y está
totalmente dentro de la región de Su compasión, la cual, debido a su perfección infinita,
sobrepujaba toda medida humana.

Así Isaías 53:4a fue cumplido por Cristo cuando, movido por esta compasión sin
límites, curó a cuantos le fueron presentados. No todos los enfermos de aquel país o del
mundo fueron curados por El, ni les fue hecha jamás semejante oferta, pues la
compasión surge naturalmente hacia aquellos que están al alcance inmediato de nuestra
observación. No es posible negar la realidad actualmente de las curaciones físicas que
Dios efectúa hoy, pero ello se debe en realidad a la compasión que siente por los Suyos,
no a los sufrimientos de Cristo en Su muerte.

3. SUFRIMIENTOS DEBIDOS A SU PRESCIENCIA. La visión anticipada de la


Cruz estaba constantemente ante los ojos de Cristo. Sus palabras: "Para ello he llegado a
esta hora" cuando dijo en Jn 12:27 “Ahora está turbada mi alma; ¿y qué diré? ¿Padre,
sálvame de esta hora? Mas para esto he llegado a esta hora”).

Estas palabras son sólo un ejemplo de sus miradas hacia adelante, según nos han sido
conservadas en el Evangelio, hacia el interior de las oscuras sombras que se hallaban
ante Sus ojos. Sus predicciones referentes a Su propia muerte (Mt.16:21; 17: 12,23; Mr.
9:30-32; Le. 9:31,44,etc.), la inauguración de la Cena del Señor, la copa que había que
apurar, y los sufrimientos de Getsemaní, todo ello pertenece a Sus sufrimientos por
anticipación. Sobre este aspecto de los sufrimientos de Cristo, asegura C.H. Mackintosh
en sus Notas al Levítico:

"Encontramos la oscura sombra de la cruz proyectándose a través de Su camino y


produciéndole un vivísimo sufrimiento, el cual, sin embargo, no puede ser confundido
con Su sufrimiento expiatorio ni con Sus sufrimientos debidos a Su carácter santo o a
Su compasión. Tomemos, como ejemplo y prueba, un pasaje: “Y saliendo, se fue, como
solía, al monte de los Olivos; y sus discípulos también le siguieron. Cuando llegó a
aquel lugar, les dijo: Orad que no entréis en tentación. Y él se apartó de ellos a distancia
como de un tiro de piedra, y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de
mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del
cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor
como grandes gotas de sangre que caían hasta la tiera” en (Lc 22:39-44).

De nuevo, leemos: “Y tomando a Pedro, y a los dos hijos del Zebedeo, comenzó a
entristecerse y a angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: Mi alma está muy
triste, hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo.... Otra vez fue, y oró por segunda

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vez, diciendo: Padre mío, si no puede pasar de Mí esta copa sin que yo la beba, hágase
tu voluntad” esto en (Mt 26:37-42).

Por estos versículos se hace evidente que se aproximaba algo que el bendito Salvador
jamás había afrontado anteriormente, estaba siendo llenada para El una copa que aún no
había probado. Si hubiese sido un portador de pecado durante toda Su vida, ¿a qué viene
entonces esta intensa “agonía” al solo pensamiento de afrontar el pecado y aguantar la
ira de Dios en función de dicho pecado? ¿Qué diferencia hay entre el Cristo del
Getsemaní y el Cristo del Calvario, si llevaba sobre sí el pecado durante toda Su vida?

Había una diferencia objetiva, y ésta se debía a que El no fue un portador del pecado
durante toda Su vida. ¿Cuál era esta diferencia? Que en Getsemaní, preveía la Cruz;
pero en el Calvario la estaba sufriendo actualmente. En Getsemaní, “se le apareció un
ángel del cielo para fortalecerle”; en el Calvario, fue desamparado por todos, sin la
presencia de angélicos consuelos. En Getsemaní, se dirige a Dios como “Padre”,
mostrando así que gozaba de la plena comunión que tan inefable relación implica; pero
en el Calvario, grita “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?”; aquí el
portador de pecado alza Sus ojos y contempla el trono de la Justicia Eterna envuelto en
negras nubes, y el rostro de la Santidad inflexible vuelto al otro lado, porque El estaba
siendo “hecho pecado por nosotros” - 2a. edición, Págs. 64-65.

Al llegar a este punto, la materia exige que volvamos al tema del bautismo de Cristo,
por el hecho de que es bastante frecuente la opinión de que Su bautismo fue un rito que
le hizo solidario, como Portador de Pecado, con aquellos a quienes El vino a salvar. Esta
conclusión se basa en una concepción del bautismo de agua como de algo que significa
la muerte de Cristo más bien que la obra totalmente transformadora del bautismo del
Espíritu, y de que Cristo, mediante Su bautismo, anticipó Sus sufrimientos mortales y
estuvo, durante Su bautismo, ocupando Su lugar con los pecadores.

Conectada en esto está la creencia de que Cristo recibió "el bautismo de Juan". Ahora
bien, es cierto que Cristo fue bautizado por Juan, pero no es cierto que El recibiera lo
que el Nuevo Testamento apellida el bautismo de Juan, que es un bautismo específico y
bien definido como bautismo para arrepentimiento y remisión de los pecados. La
siguiente cita de G. Smeaton (The Doctrine of the Atonement, P. 99) sirve para entender
la forma en que esta teoría suele proponerse:

"El no tenía impureza propia, pero se había incorporado de verdad a la humanidad y


estaba avecindado dentro de las fronteras de la familia humana; y, de acuerdo con la
Ley, todo aquel que simplemente hubiese tocado a una persona inmunda, o hubiese
estado en contacto con ella, quedaba inmundo. De aquí que, al someterse a Sí mismo al
bautismo en Su calidad oficial de Mediador, el Señor Jesús estaba diciendo
virtualmente: “Aunque sin pecado en un mundo de pecadores, y sin haber contraído
ninguna mancha personal, vengo a bautizarme; porque, en Mi calidad pública u oficial
de Mediador, soy deudor a cuenta de muchos, y llevo conmigo el pecado de todo el
mundo, por el cual soy la propiciación”. El estaba ya expiando el pecado, y lo había
estado llevando en Su cuerpo desde que tomó carne humana; y en esta Su cualidad de
Mediador se le habían hecho promesas como base de Su fe y como el fundamento sobre
el cual se ejercitaba Su confianza en cada uno de Sus pasos."

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Frente a esta concepción, las siguientes palabras del Dr. James W. Dale (Christic and
Patristic Baptism, pp. 27-28) ayudan a descubrir la debilidad y el error de la pretensión
de que Cristo fue bautizado con "el bautismo de Juan":

"Una cosa es ser bautizado por Juan, y otra muy distinta recibir el 'bautismo de Juan'.
De aquí que, mientras la Escritura nos enseña que Jesús vino al Jordán a ser bautizado
por Juan, no nos dice que viniera a recibir el bautismo de Juan; en realidad es imposible,
desde un punto de vista correcto, concebir que hubiera podido recibirlo, puesto que
cuanto implica un absurdo, es por necesidad falso e imposible; y que tal suposición es
un absurdo se demuestra por el hecho de que 'el bautismo de Juan' era para pecadores,
exigía 'arrepentimiento' y 'frutos dignos de arrepentimiento', y prometía 'remisión de los
pecados', mientras que el Señor Jesucristo no era pecador y, por tanto, no podía
arrepentirse de pecado ni hacer frutos de arrepentimiento en función del pecado, ni
recibir la remisión de los pecados. Por tanto, la recepción del 'bautismo de Juan' por
parte de Jesús era imposible, falsa y absurda. Más aún: el bautismo de Juan estaba
destinado a 'preparar un pueblo para el Señor'. Ahora bien, administrar tal bautismo al
Señor (¡preparar al Señor para Sí mismo!) es un absurdo. Por tanto, la recepción del
bautismo de Juan por parte del Señor Jesús es imposible, falsa y absurda. Y tan absurdo
es el suponer que recibió este bautismo en su forma, aunque no en su esencia, pues un
bautismo es tal en tanto que su esencia se mantiene tal, y la esencia del bautismo de
Juan radica en ser símbolo de la purificación interior mediante el arrepentimiento y la
remisión de pecados. Ahora bien, en el Señor Jesús no había base alguna para tal
símbolo y, por consiguiente, no había base alguna para el bautismo de Juan. La idea de
que pudo recibir el bautismo de Juan representativamente es igualmente imposible. Para
dar gloria a Dios en las alturas fue que el Señor Jesús 'llevó nuestras iniquidades' y 'fue
hecho pecado por nosotros'; mas no por eso fue más idóneo para recibir el bautismo de
Juan, pues el Señor Jesús no representa a pecadores arrepentidos, ni a pecadores cuyas
iniquidades habían sido perdonadas; El vino como amigo de publicanos y pecadores, a
llamar a los pecadores al arrepentimiento, y a dar arrepentimiento a Israel; pero, para tal
Portador de Pecado, no había lugar en el bautismo de Juan. Cristo tenía que pasar por un
bautismo hecho a Su medida, pero había de ser de sangre, no de agua; "sin
derramamiento de sangre, no se hace remisión de pecados", como los que Jesús cargó
sobre sí. En Su calidad de Portador de los pecados ajenos, ni tuvo, ni pudo tener nada
que ver con el bautismo de Juan".

Nos hemos referido en este punto al bautismo de Cristo, sólo por el hecho de que Su
bautismo es el episodio que, en la forma en que muchas veces se le interpreta, sirve más
que ningún otro para confundir lo referente a la vida pública de Cristo y al ministerio
implicado en ella, con lo referente a Su muerte. Hay que reconocer que El predijo Su
muerte desde el principio de Su ministerio público - como también lo hizo el Bautista,
pero Su bautismo en nada contribuyó a Su obra redentora, conciliadora y propiciadora.

La obra eficaz que Su Padre le encomendó fue inaugurada en la Cruz; allí fue
proseguida, y allí fue consumada. Si no se observa la debida distinción entre lo que
Cristo llevó a cabo en Su vida, y lo que llevó a cabo en Su muerte, el resultado es sólo
confusión doctrinal.

Queda un punto por considerar, a saber, la distinción que hombres, por otra parte
devotos, han inventado entre lo que ha venido en llamarse obediencia activa de Cristo, y
Su obediencia pasiva, entendiendo por activa la obediencia con que el Salvador

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mantuvo una perfecta rectitud de vida, guardando todas las intimaciones de Dios de una
manera infinitamente perfecta, y por pasiva la obediencia con que aguantó los
sufrimientos, tanto de Su vida como de Su muerte. No sólo no hizo nada malo, sino que
ejecutó a la perfección cada acto bueno perteneciente a la esfera humana. Después
demostraremos que, en calidad de nuestro Sustituto, Cristo no sólo soportó la pena del
pecado, sino que presentó también a Dios Su santidad infinitamente perfecta. Esta
ofrenda incluía Su vida terrenal en la que El cumplió perfectamente la voluntad de Dios,
en el sentido de que Sus propios rasgos hubieran quedado incompletos sin ello. De
manera semejante, hay quienes aseguran que Su obediencia pasiva era ingrediente
obligado en cualquier privación que hubo de soportar mientras estaba en este mundo
-cosmos, y que somos salvos por este aspecto de Su obediencia, tanto como por los
sufrimientos de Su muerte. Jonatán Edwards decía que la sangre derramada por Cristo
en Su circuncisión al octavo día de Su nacimiento era tan eficaz como la que fluyó de
Su costado al golpe de la lanza. La debilidad de tal afirmación queda manifiesta por el
hecho de que la Palabra de Dios no concede valor salvífico a ninguna otra obediencia en
los sufrimientos de Cristo que no sea la conectada con Su muerte.

La declaración de que se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz en (Fi1 2:8),
se entiende que en la Cruz se manifestó una obediencia específica, o sea, de una
peculiaridad correspondiente a un designio también peculiar. Ciertamente, la salvación
de los pecadores depende de la obediencia pasiva de Cristo en los sufrimientos de Su
muerte y de la ofrenda sin mancha que de Sí mismo hizo a Dios; la salvación se basa en
la sangre de la cruz, no en la de la circuncisión, ni aun en la que sudó en el huerto de
Getsemaní, pues Cristo no nos proveyó de redención, ni de reconciliación, ni de
propiciación, cuando fue circuncidado o bautizado. Concluimos nuestro estudio con
nuestro texto de inicio en Heb 5:7-9

7
Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y
lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.
8
Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;
9
y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que
le obedecen;

La frase “por lo que padeció aprendió la obediencia” no quiere decir que Jesús alguna
vez fue desobediente, sino más bien que aprendió por su experiencia como hombre,
como también por todas sus tentaciones y padecimientos, lo que significaba sufrir y
triunfar como no lo había experimentado antes de la encarnación. En este sentido
“completó” su humanidad, que es el sentido de la palabra griega traducida
“perfeccionado” en este contexto. Jesús fue perfeccionado, no en un sentido moral,
debido a que siempre poseyó ese tipo de perfección, sino en el sentido de ser preparado
como autor de eterna salvación. Existe una profunda unidad entre Jesús y aquellos a
quienes Él salva. Nosotros somos hermanos porque en la encarnación Jesús comparte
nuestra descendencia de Adán, y en el nuevo nacimiento los creyentes se convierten en
miembros de la familia de Dios.

Jesús estaba en gran agonía cuando se preparaba para enfrentar la muerte (Lucas 22.41–
44). Aunque Jesús clamó a Dios, pidiendo ser librado, Él estaba preparado para sufrir la
humillación, la separación de su Padre y la muerte a fin de hacer la voluntad de Dios.
Habrá momentos en que afrontaremos dificultades, no por querer sufrir sino porque
deseamos obedecer a Dios.

Escuela Bíblica de la Iglesia Evangélica Central


Salvación Parte 7 Introducción a los sufrimientos de Cristo_1
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Permitamos que la obediencia a Jesucristo nos sustente y nos anime en los momentos de
prueba. Siempre podremos enfrentarnos a cualquier cosa cuando estemos conscientes de
que Jesucristo siempre nos acompaña.

Dios puso a Jesucristo a cargo de todo y Él se ha revelado a nosotros. Todavía no lo


vemos reinar en toda la tierra, pero lo podemos imaginar en su gloria celestial.

Cuando nos hallemos confusos por el presente y ansiosos acerca del futuro, recordemos
la verdadera posición y autoridad de Jesucristo. Él es Señor de todos, y un día gobernará
la tierra así como ahora lo hace en el cielo. Esta verdad nos da estabilidad en nuestro
diario vivir y confianza ante todo lo que nos rodea

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