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LA DOCTRINA DEL PECADO Página 1 de 12

LADOCTRINA DEL PECADO


Parte 15: EL PECADO DEL CRISTIANO Y SU REMEDIO
1Jn 1:3-7
3
lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis
comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y
con su Hijo Jesucristo.
4
Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido
5
Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay
ningunas tinieblas en él.
6
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no
practicamos la verdad;
7
pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la
sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado

La lectura de hoy es tomada de Lewis Sperry Chafer, para examinar el tema de:

EL PECADO DEL CRISTIANO Y SU REMEDIO

No hay parte de la doctrina bíblica sobre el pecado que sea más extensa y vitalmente
importante que la que trata sobre el pecado del cristiano.

Por causa de su desemejanza de Dios, el pecado personal es siempre, igualmente


perverso y condenable tanto en los salvos como en los perdidos; y no se ha provisto en
ningún caso otro remedio que no sea la sangre absolutamente eficaz de Jesucristo.

Los no regenerados "tienen redención" por medio de la sangre de Cristo; es decir, la


sangre fue derramada, y se espera que el pecador se apropie su aplicación
transformadora y salvadora. Por otro lado, está escrito con respecto a los cristianos:
"Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros,
y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado" (1 Jn 1:7).

Es sumamente significativo el uso del tiempo gramatical presente en este caso. Significa
que, mientras el cristiano esté andando en la luz, tiene comunión -con el Padre y con su
Hijo; como lo dice el versículo 3:
1Jn 1:3 lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también
vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente
es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo

Así mismo mientras el cristiano este andando en la luz tiene perpetua limpieza mediante
la sangre de Cristo. Es evidente que la limpieza depende del andar en comunión. Pero
tenemos que comprender todo lo que implica este andar, para que no sufra distorsión la
doctrina que se indica mediante ese acto.

Andar en la luz no es estar sin pecado; eso sería llegar a ser la luz. Andar en la luz es
responder a la luz y ser guiado por ella. Y Dios es Luz como dice el verso 5 “ Este es el
mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas
tinieblas en él”.

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De un modo práctico, significa que cuando la luz, que es Dios, brilla en el corazón y
revela el pecado o la tenebrosidad que allí hay, allí mismo en el corazón es juzgado ese
mal y puesto fuera por el poder de Cristo y por su gracia.

Este concepto está en armonía con el versículo 9: "Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad."

La sangre de Cristo tiene que aplicarse; y esto sucede cuando el cristiano confiesa
sus pecados a Dios. Debe observarse, sin embargo, que aunque el pecado es siempre
sumamente perverso, y aunque su única cura es mediante la sangre de Cristo, la
acusación y el consecuente método de tratar Dios con los pecados del cristiano, por
causa de su relación básica con Dios, es completamente diferente de la acusación que
Dios tiene contra el pecado del no regenerado y de su remedio, pues éste en realidad no
tiene ninguna relación con Dios.

El perdón divino del pecado para los hombres no regenerados está a disposición de
ellos, sólo cuando se incluye en la suma total de todo lo que entra en su salvación. Por
lo menos 33 obras divinas, incluyendo el perdón, se logran simultánea e
instantáneamente en el momento en que el individuo es salvo. Esta maravillosa
realización representa la inmensurable diferencia entre los que son salvos y los que no
lo son.

Aquellas definiciones corrientes que afirman que el cristiano es diferente del no salvo
solamente en cuanto a ideales están realmente en un profundo error y deshonran a Dios.
Esas corrientes sostienen que el cristiano es diferente en ideales, en su modo de vida, en
sus relaciones externas, cuando en realidad el cristiano es una nueva creación en Cristo
Jesús. Por cuanto él está en Cristo como nueva Cabeza, todo cambio necesario se realiza
en él para que se conforme con su nueva posición y con sus nuevas posesiones.

El perdón, entonces, en su aspecto de posición, es final y completo, como afirma Col.


2:13 “Y a vosotros, estando muertos en pecados y en la incircuncisión de vuestra
carne, os dio vida juntamente con él, perdonándoos todos los pecados”, y del cristiano
que es perdonado de esa manera se puede decir: "Ahora, pues, ninguna condenación hay
para los que están en Cristo Jesús" (Ro 8:1).

El perdón de los pecados y la salvación espiritual no son términos sinónimos.

En ninguna parte se nos indica que el cristiano tiene que volver a ser justificado,
después de haber sido justificado en Cristo mediante su fe inicial; pero él tiene que
recibir el perdón tantas veces cuantas cometa el pecado. Por tanto, los términos en que
se nos presenta el remedio que Dios provee para estos dos grupos respectivamente -los
regenerados y los que no lo son- tienen que ser diferentes, como en realidad es la cura.

La diferencia entre el método divino para tratar con los pecados de los que no son
regenerados y el que emplea Dios para tratar con los pecados de los regenerados, es una
distinción doctrinal de profunda importancia.

La Biblia distingue con gran claridad los dos métodos que Dios emplea para enfrentarse
a los pecados de los regenerados y los que no lo son. En 1 Juan 2:2 leemos: "Y él es la

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propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por
los de todo el mundo."

No podemos dedicamos a considerar aquí la teoría que ofrece una redención limitada,
cuando interpretan este pasaje. Sin discusión, este pasaje establece un contraste entre
"nuestros pecados"; expresión que no pudiera referirse a aquellos de la masa de seres
humanos no regenerados, y "los de todo el mundo".

Este pasaje constituye una gran revelación para los no regenerados. Por causa de la
muerte de Cristo, Dios les es ahora propicio. Pero, ¿quién puede medir el consuelo que
hay para el cristiano quebrantado cuando él descubre que el pecado que su corazón tanto
deplora ya lo llevó Cristo sobre Sí, y que Dios, basado en la justicia más grande, es
propicio hacia los sufrimientos de los santos? El Cristiano debe ser consciente que ante
su propio pecado Dios, a través de Jesucristo y el Espíritu Santo esta a su favor.

Esa es una propiciación tan real y tan cierta que los brazos del Padre están abiertos para
recibir al cristiano que, como el hijo pródigo, regresa a Él, para confesarle sin reservas
su pecado.

Debe recordarse que, según la infinita exactitud de las Escrituras, el padre besó al hijo
pródigo antes que éste comenzara siquiera a hacer alguna confesión.
Lc 15:20 Y levantándose, vino a su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su
padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le
besó

Así se nos revela que el Padre le es propicio a su hijo pecador, aun antes que se pueda
suponer que el hijo merece algo, ya sea por arrepentimiento, por restitución o por
confesión. ¡Lástima que persiste el pensamiento de que hay que ablandar el corazón de
Dios con lágrimas! ¡Cuán maravillosa es la seguridad de que Cristo es ya la
Propiciación por nuestros pecados!

Se debe recordar que los primeros cinco capítulos de Romanos nos presentan el hecho
de la posición del mundo no regenerado delante de Dios, y establecen la base de la
gracia salvadora del Evangelio de Dios; pero los capítulos seis al ocho del mismo libro
se dirigen a los regenerados, y se relacionan con el problema del andar cristiano y con
las provisiones divinas para ello. El problema del pecado, en lo que concierne a los
creyentes cristianos, no se trata en los primeros cinco capítulos de Romanos; ni tampoco
se halla ninguna fase de la salvación, en lo concerniente a los no cristianos, en los
capítulos seis al ocho de la misma epístola. Similarmente, las partes exhortatorias de
todas las epístolas se dirigen a los que son salvos. No pudieran dirigirse a los que no son
salvos, puesto que lo que hay pendiente entre Dios y ellos no es el progreso de su vida
espiritual, sino la necesidad de que los perdidos reciban el don de la salvación en
Jesucristo, lo cual no está condicionado a obras ni a méritos humanos de ninguna clase,
sino depende sólo de la fe salvadora en Cristo.

En el caso del cristiano, en contraste con el no regenerado, la posibilidad de pecar crece


grandemente. Como el cristiano ha llegado al conocimiento de la verdad, cuando peca,
se rebela contra una luz superior. En su nueva relación que tiene con Dios, su pecado
contra El es de la misma clase de la maldad que comete un hijo contra su padre. Debe
entenderse también que al cristiano, puesto que es ciudadano del cielo, se le llama

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normalmente a andar con la dignidad que demanda esta suprema vocación (Ef 4:1 “Yo
pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que
fuisteis llamados”). Y esta norma no es menos que la ideal de ser como Cristo.

Está escrito:
 "Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia" en (Fil 1:21).
 "Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús" en (Fil 2:5).
 "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido
por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su
luz admirable" en (l P. 2:9).

Tal norma es completamente desconocida para los que no son regenerados que integran
este mundo o cosmos. No es desrazonable que esas exigencias que son imposibles para
la capacidad humana, se les hagan a los cristianos, pues a ellos se les da el Espíritu
Santo cuyo poder está siempre a disposición de ellos; pero el peligro de posible fracaso
siempre está presente y, como lo indican las citas que hemos anotado, es realmente
grande. En las Escrituras se indica constantemente que el modo de vida del que llega a
ser hijo de Dios es sobrenatural; y son las Escrituras las que lo dirigen en cuanto a su
modo de vivir. Está escrito:
 "Refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de
Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo" en (2 Co 10:5).
 " ... para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz
admirable" en (l P 2:9).
 "Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor
Jesucristo" en (Ef 5:20).
 " ... os ruego que andéis como es digno de la vocación con que fuisteis llamados"
dice (Ef 4:1).
 " ... andamos en luz" insiste (1 Jn 1:7).
 " ... andad en amor" manda (Ef 5:2).
 "Andad en el Espíritu" manda (Gá 5:16).
 "Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios" exhorta (Ef 4:30).
 "No apaguéis el Espíritu" advierte (1 Ts 5:19).

La mayor responsabilidad en la vida diaria y en el servicio, por causa de la posición


exaltada que el cristiano tiene en Cristo, implica que, en la experiencia cotidiana, el
cristiano necesita el recurso constante del perdón, para poder restaurarse mediante la
gracia y mantener la comunión con Dios. En reconocimiento de esta necesidad
imperativa, la Palabra de Dios presenta su enseñanza amplia con respecto al remedio
para el pecado del creyente cristiano: una doctrina que no tiene paralelo dentro de la
verdad correspondiente a los que no son regenerados.

Al continuar la consideración de las obligaciones que se les imponen a los cristianos por
causa de su posición y de sus relaciones, se hace hincapié en ciertos conflictos que se
presentan en la lucha que les es común a todos los que han puesto su fe en la persona y
obra de nuestro Señor Jesucristo. Generalmente se enseña, y es una enseñanza correcta,
que el conflicto del cristiano es contra tres frentes: (a) contra el mundo; (b) contra la
carne; y (c) contra el demonio. Con esto se quiere afirmar que el cristiano es tentado por
cualquiera de estas tres fuentes del mal. Es, pues, de suprema importancia que el hijo de

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Dios esté perfectamente enterado del alcance y del poder de cada una de estas poderosas
influencias. Aquí sólo podremos emprender un estudio somero sobre estas tres fuerzas:
1. EL MUNDO
Hay varias palabras griegas que se han traducido mediante la palabra mundo,' pero sólo
cuando ésta es una traducción del término griego "cosmos” representa el pensamiento
de un campo de batalla. Este mundo significa también orden, sistema, leyes; palabras
éstas que indican que el mundo es un orden de cosas, o sistema. Pero cada vez que en
esta palabra se implica el aspecto moral –y eso sucede muchas veces- se trata de un
mundo o cosmos que se opone a Dios. Se nos declara que tuvo su origen -en cuanto a
plan y orden- en Satanás. El es quien lo promueve, y es su príncipe y su dios. En gran
parte el sistema de este cosmos se caracteriza por sus ideales y diversiones, los cuales
llegan a ser tentaciones para el cristiano, el cual está en el mundo, pero no es del mundo.

Estos aspectos del mundo ó cosmos son a menudo sutiles falsificaciones de las cosas de
Dios. No hay momento en que el cristiano necesite mayor ayuda divina que cuando
intenta establecer una línea de separación entre las cosas de Dios y las cosas del mundo
de Satanás. En sus profundas realidades, las cosas de Dios no tienen ninguna relación
con las cosas de Satanás. Pero en la línea divisoria es donde Satanás confunde las cosas.

Lo que acabamos de decir es cierto: el creyente cristiano está en el mundo, pero no es


del mundo. Puesto que los cristianos han sido sacados del sistema del mundo, según la
relación de la nueva criatura, ya no son parte de él, como Cristo tampoco lo es. Pero
Cristo los envió al mundo, así como el Padre lo envió a El, no a conformarse con el
mundo, sino a servir de testigos de Cristo como afirma (Jn 17:18 “Como tú me enviaste
al mundo, así yo los he enviado al mundo”).

Sólo se ha provisto un plan para lograr la victoria sobre el mundo. Este plan se nos
declara en 1 Juan 5:4: " ... y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe."
Esto no se refiere a una fe vacilante. Debemos notar que la acción de vencer está en
pretérito perfecto, lo cual indica que esa es la fe que identifica al cristiano con Cristo.
Así que el Apóstol continúa diciendo: "¿Quién es el que vence al mundo, sino el que
cree que Jesús es el Hijo de Dios? " en (1 Jn 5:5).

Hay la necesidad de afirmar que la victoria tiene que ser presente; pero la victoria es
Cristo, y todos los que están en Cristo ya están equipados, mediante el Espíritu Santo
que mora en ellos, para ser más que vencedores. El mundo, pues, representa un
constante riesgo para el hijo de Dios, y la posibilidad que él tiene de incurrir en esa
clase de pecado, que es la mundanalidad, está siempre presente en su vida.

2. LA CARNE
El hecho de que este tema reaparece en varios puntos, en un sistema ordenado de
doctrina, es necesario e indica su inmensa importancia. Este término, en su implicación
moral, denota aquello que le es propio a la estructura del ser humano no regenerado.
Permanece como parte vital del ser de la persona regenerada y, mientras que haya vida
en el cuerpo humano, permanece en conflicto contra el Espíritu Santo que mora en el
cristiano. La carne es la que da ocasión al conflicto.

Se han presentado argumentos que prueban que la carne, en su significado moral, es


incurablemente mala ante los ojos de Dios. De ella surgen los malos pensamientos, los
malos deseos y las malas acciones. Sólo cuando el creyente cristiano experimenta el

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poder del Espíritu de Dios, que puede repeler los deseos de la carne, puede vivir
victoriosamente sobre las incitaciones que lo hacen propenso a la carne.

Precisamente, después de la experiencia de regeneración que tuvo Pablo, fue cuando


dijo de sí mismo: "Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien" en (Ro 7:18).
El también afirmó que la carne codicia contra el Espíritu y el Espíritu contra la carne;
que estos dos elementos siempre están en oposición en (Gá 5:17). Y el Apóstol también
enumeró "las obras de la carne" en (Gá 5:19-21).

Hemos de observar que todo esto se dice en relación con la experiencia de las personas
regeneradas. En Gálatas 5:16 se nos revela el único escape posible: "Digo, pues: Andad
en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne." Este pasaje no es una instrucción
para las personas no regeneradas, ni se refiere a la naturaleza caída, que es el principio
del mal en la carne. No afirma que ese principio ha de ser erradicado. Dios no propone
la erradicación de la carne, ni la del mundo, ni la del demonio. El método divino es
igual en los tres conflictos. La victoria se logra siempre mediante el poder superior y
vencedor del Espíritu Santo.

3. EL DIABLO
Los tres enemigos del cristiano están en realidad estrechamente relacionados: el mundo,
la carne y el diablo. Esta relación es especial entre el mundo, que es el sistema satánico,
y satanás, que es el "príncipe" y "dios" de ese sistema. Sin embargo, el mundo y la carne
son influencias impersonales, mientras que Satanás, el más sabio de todos los seres
creados, es personal. El es el que ejerce la acción del engaño, las artimañas y los
artificios contra los hijos de Dios.

Entre las personas no regeneradas y satanás no hay ninguna clase de conflicto. Ellos
reciben de él todo impulso de vida como dice: (Ef 2:2 “siguiendo la corriente de este
mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los
hijos de desobediencia”).

En cambio, el cristiano está en el centro de la guerra más terrible y sobrenatural. Este


conflicto se describe en Efesios como una lucha. La palabra significa una lucha
determinada de vida o muerte: un forcejeo de guerra mano a mano, pie con pie, todo a
todo. Pero ni siquiera se inspiran estos artificios y este poder de Satanás en la enemistad
contra los hombres regenerados como tales. Su enemistad es directamente contra Dios,
y ha existido desde la caída de Satanás, que ocurrió en el pasado; y es también contra el
creyente cristiano también, por el hecho de que éste ha llegado a ser participante de la
naturaleza divina. "Los dardos de fuego del maligno" van apuntados solamente contra
Dios. Poseer la inapreciable presencia de la naturaleza divina en la vida es identificarse
con Dios de tal modo que el enemigo de El llega a ser igualmente enemigo del que llega
a ser salvo.

Solemne, por tanto, es la revelación divina de que el más sabio de todos los seres
creados, y el más poderoso no cesa de estudiar la estrategia por medio de la cual pueda
hacer caer en la trampa al hijo de Dios; y, si pudiera, lo llevaría a la destrucción.
¡Cuánta derrota espiritual sufren los creyentes como consecuencia de no realizar su
lucha con el "poder de su fuerza", con la fuerza del Único que puede dar la victoria, y
por no tomar "toda la armadura de Dios"! Nunca se le ha dado al cristiano un consejo
más vital que éste: "fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza." El debe vestirse

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de toda la armadura de Dios, para que pueda estar firme contra las asechanzas del diablo
como afirma (Ef 6:10, 11” Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en
el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar
firmes contra las asechanzas del diablo”)

Hemos visto que la fe es el único camino hacia la victoria contra el mundo y la carne, y
es igualmente cierto que la fe es la única vía hacia la victoria, según la Palabra de Dios,
contra el poder de Satanás. ¡Cuán firme es esta palabra: "porque mayor es el que está en
vosotros, que el que está en el mundo" afirma (1 Jn 4:4). Aun Miguel el arcángel,
cuando contendió con Satanás, no profirió juicio contra él por su propia cuenta, sino que
dijo: "El Señor te reprenda" en (Jud 1:9). Por ello, Santiago aconseja: "Someteos, pues,
a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros" en (Stg. 4:7). De la misma manera, Pedro
declara con respecto a Satanás: "al cual resistid firmes en la fe" en (l P 5:9)

Contra todas las opiniones humanas, que son de naturaleza contraria, hay que concluir
que, en este triple conflicto, no hay nada sino derrota y fracaso, en el sendero del
cristiano, si él no busca el camino de la fe y de la dependencia del Espíritu de Dios. El
hijo de Dios tiene que pelear "la buena batalla de la fe." Su responsabilidad no es la de
hacer guerra contra sus enemigos mediante sus propios esfuerzos, sino más bien la de
mantenerse en una actitud de fe siempre triunfante.

LA TRIFORME PROVISION
En reconocimiento del conflicto del cristiano mientras está en el mundo, Dios, en su
maravillosa gracia, ha hecho una provisión triple contra el pecado del cristiano. Si el
cristiano comete el pecado, lo comete a pesar de estas provisiones. Estas tres
provisiones son requisitos que se hallan tanto en el Antiguo Testamento como en el
Nuevo.

1. LA PALABRA DE DIOS. El Salmista afirma: "En mi corazón he guardado tus


dichos, para no pecar contra ti" dice el (Sal 119:11). Y en 2 Timoteo 3:16, 17 leemos:
"Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para
corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto,
enteramente preparado para toda buena obra."

Cuando la Palabra de Dios mora en el creyente cristiano es cuando éste se encuentra en


el sitio de los logros espirituales (Jn 15:7). Hay poca esperanza de victoria en la vida
diaria para aquellos cristianos que, por cuanto ignoran la Palabra de Dios, no conocen la
naturaleza de su conflicto, ni la liberación que Dios ha provisto. Por otra parte no se
puede estimar cabalmente el poder santificador de la Palabra de Dios. Nuestro Señor
oró: "Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad" en (Jn 17:17).

2. LA INTERCESION DE CRISTO. Citemos otra vez al Salmista:


"Jehová es mi pastor; nada me faltará" dice el (Sal 23:1). En el Nuevo Testamento, la
revelación sobre la intercesión de Cristo es también amplia e incluye el cuidado de
Cristo como Pastor. Era muy poco lo que Pedro comprendía sobre la prueba que lo
estaba esperando, ni de su debilidad; pero Cristo lo había previsto todo. El le podía
asegurar a Pedro: " ... yo he rogado por ti, que tu fe no falte" como se relata en (Lc
22:32). En efecto, El ora por todos los que son salvos. Es probable que su oración
intercesora que se encuentra en Juan 17 no sea sino el comienzo de la oración "por los
que me diste", y que esta oración la continúa actualmente y sin cesar en el cielo. En esta

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incesante intercesión, el creyente cristiano tiene una seguridad eterna. Está escrito, en
Romanos 8:34, que nadie puede condenarnos, puesto que, entre otras fuerzas eficaces
que están a nuestro favor está la de que Cristo "intercede por nosotros". De igual modo,
el escritor de los Hebreos nos revela la verdad de que Cristo como sumo Sacerdote, en
contraste con los sacerdotes del antiguo tiempo, que estaban condenados a la muerte, ya
no está sujeto a ella. Por tanto, El tiene un sacerdocio inmutable y sin fin; y, en atención
a que El permanece para siempre como Sacerdote suficiente, puede salvar eternamente
(es decir, mientras dure como Sacerdote) a los que se acercan a Dios por medio de El, y
vive siempre para interceder por ellos como se describe en (He. 7: 23-25).

Esto nos garantiza la permanente duración, basada en la absoluta eficacia del Cristo
intercesor, que es final y completa. Pero, como ya se dijo, la intercesión de Cristo es
siempre un preventivo contra el fracaso y también una garantía de seguridad para los
verdaderos hijos de Dios.

3. EL ESPIRITU SANTO QUE MORA EN EL CRISTIANO. A los santos del


antiguo tiempo se les recordó: "No con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha
dicho Jehová de los ejércitos" en (Zac 4:6). Así que, como ya se indicó, toda defensa y
protección, y toda victoria para el cristiano depende del poder del Espíritu Santo que
mora en él.

EL DOBLE EFECTO DEL PECADO DEL CRISTIANO


El pecado del cristiano afecta a dos esferas: (a) al mismo cristiano y (b) a Dios. No hay
discusión con respecto a la importancia relativa de estos dos resultados del pecado del
cristiano. Consideraremos primero el que evidentemente tiene menor importancia.

1. EL EFECTO DEL PECADO DEL CRISTIANO SOBRE SI MISMO. Esta fase


de la doctrina sobre el pecado del cristiano, aunque incluye en sus realidades todo lo
que es de la experiencia, es en realidad secundaria en relación con los aspectos
determinantes y decisivos de la doctrina, que son los que hay que confrontar cuando se
considera el efecto del pecado del cristiano en Dios.

La Primera Epístola de Juan es la que registra el efecto perjudicial de los pecados del
cristiano sobre sí mismo. En esa Epístola se considera a los genuinos creyentes
cristianos como hijos de la casa y componentes de la familia del Padre. El efecto del
pecado del hijo de Dios no se considera como la disolución de los lazos permanentes
que unen al hijo con el Padre celestial, sino como un perjuicio para aquellas
experiencias y relaciones normales, sublimes y gloriosas que sólo existen dentro del
círculo familiar entre Dios y sus hijos. El apóstol Juan enumera por lo menos siete
castigos experimentales aflictivos que, en conjunto, constituyen el efecto del pecado del
cristiano sobre sí mismo.

En primer lugar, la luz de Dios, que en condiciones normales ilumina la mente del
cristiano y su camino, se vuelve tinieblas (1 Jn 1:6). Juan insiste particularmente en la
verdad de que el cristiano puede andar en tinieblas o en luz. Cuando anda en la luz,
tiene garantizadas las otras bendiciones espirituales y que son realidades que entran en
su vida, pero el Apóstol declara específicamente que cuando el cristiano anda en la luz
no se le presenta la ocasión de tropezar como afirma (1 Jn 2:10 “El que ama a su
hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo”).

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En segundo lugar, en 1 Juan 1:4 se nos indica que el pecado en el cristiano le trae como
resultado la pérdida del gozo. Este gozo no es otro que el gozo celestial de Cristo que se
le ha impartido (Jn 15:11 “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en
vosotros, y vuestro gozo sea cumplido”; Gá 5:22 “Mas el fruto del Espíritu es amor,
gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe”). La oración de David, cuando hizo la
confesión de su pecado, fue: "Vuélveme el gozo de tu salvación" en el (Sal. 51:12).
Cuando el cristiano verdadero peca, pues, no pierde la salvación, sino el gozo celestial y
normal que le corresponde en Cristo. De esta manera una persona que se dice creyente y
permanece en el pecado solamente esta demostrando que su fe en Jesús es falsa y que
por lo tanto no es un creyente genuino.

En tercer lugar, la pérdida de la comunión con el Padre y con su Hijo es inevitable para
los hijos de Dios que andan en tinieblas. Por otro lado, para los que andan en la luz está
reservada la riqueza de su presencia (1 Jn 1:3, 6, 7).
3
lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros
tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el
Padre, y con su Hijo Jesucristo
6
Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y
no practicamos la verdad;
7
pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros,
y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado

En cuarto lugar, aquellos cristianos que no guardan la Palabra de Dios, sino que más
bien aman a este mundo, sufren la pérdida de la experiencia del amor divino que les ha
sido impartido (1 Jn 2:5, 15-17; 4:12).
5
pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha
perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él
15
No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. 16Porque todo lo que hay en el mundo,
los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no
proviene del Padre, sino del mundo. 17Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre

La perfección de la compasión en el hijo de Dios es uno de los grandes temas de esta


Epístola, y la experiencia de ese perfecto amor divino es suprema entre todos los éxtasis
espirituales.

En quinto lugar, otro castigo que sufre el cristiano cuando peca es la pérdida de la paz (1
Jn 3:4-9).
4
Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es
infracción de la ley. 5Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no
hay pecado en él. 6Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que
peca, no le ha visto, ni le ha conocido. 7Hijitos, nadie os engañe; el que hace
justicia es justo, como él es justo. 8El que practica el pecado es del diablo; porque
el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para
deshacer las obras del diablo. 9Todo aquel que es nacido de Dios, no practica el
pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es
nacido de Dios

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Este pasaje, declara que el cristiano no puede cometer la desobediencia sin sentir
angustia de corazón, que es la pérdida total de la paz. Esta reacción del cristiano hacia el
pecado que ha cometido es la que lo distingue de los que no son regenerados, los cuales
cometen el pecado de desobediencia sin ningún remordimiento de conciencia (1 Jn
3:10).
En esto se manifiestan los hijos de Dios, y los hijos del diablo: todo aquel que no
hace justicia, y que no ama a su hermano, no es de Dios

En sexto lugar, el creyente que peca sufre la pérdida de la confianza en Dios cuando
acude a la experiencia de la oración (1 Jn 3:19-22 “19Y en esto conocemos que somos
de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; 20pues si nuestro corazón
nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. 21Amados, si
nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; 22y cualquiera cosa que
pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las
cosas que son agradables delante de él”). Esto es serio en realidad, y es una experiencia
consciente e inmediata en todos los cristianos que no cumplen la voluntad de Dios.

En séptimo lugar, el creyente cristiano que peca debe esperar que pierda la "confianza"
con respecto a la segunda venida de Cristo (1 Jn 2:28 “Y ahora, hijitos, permaneced en
él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos
alejemos de él avergonzados”). Hay dos posibles experiencias en la venida de Cristo,
que no pueden confundirse: el cristiano tendrá confianza o se sentirá avergonzado (1 Jn
4:17 “En esto se ha perfeccionado el amor en nosotros, para que tengamos confianza en
el día del juicio; pues como él es, así somos nosotros en este mundo”).

Se pudieran mencionar otros aspectos correspondientes al poder y a las bendiciones


espirituales que el cristiano pierde cuando peca. Todo lo correspondiente al fruto de la
gracia y al ministerio del Espíritu Santo que mora en el cristiano sufre grandes daños
por el pecado del cristiano. En todo esto se puede ver que el pecado es una tragedia de
inmensurab1es proporciones en la experiencia del cristiano. El remedio que Dios ha
provisto para el pecado del creyente cristiano es tanto natural como explícito, en vista
de la relación del cristiano con la familia de Dios.

La responsabilidad que reposa sobre los que no son regenerados, de la cual depende el
perdón de todos los pecados y la salvación, se expresa en una palabra que lo incluye
todo: creer; mientras que la responsabilidad que reposa sobre el hombre regenerado, de
la cual depende el perdón y la restauración de las relaciones normales con Dios se
expresa también en una sola palabra: confesar.

De hecho, el hombre no regenerado nunca antes ha estado en relaciones favorables con


Dios. Cuando recibe el perdón, como parte de su salvación, de ahí en adelante
experimenta una unión con Dios que permanece para siempre; pero cuando al cristiano
se le perdona el pecado, es para restaurarlo en la comunión con Dios, la cual puede
quebrantarse de nuevo en cualquier momento.

En el caso del creyente cristiano, que está relacionado con Dios mediante el Nuevo
Pacto, hecho con la sangre de Cristo, la restauración a la comunión se logra siempre
mediante la confesión del pecado a Dios. Leemos en 1 Juan 1:9: "Si confesamos
nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad." Similarmente, en 1 Corintios 11:31,32 se declara: "Si, pues, nos

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La Doctrina del Pecado. Parte 15: El pecado del cristiano y su remedio
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examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas siendo juzgados, somos


castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo."

Puesto que la confesión y la auto-disciplina se refieren a la misma acción por parte del
cristiano, estos pasajes hacen hincapié en la misma importante verdad. La confesión y la
autodisciplina son la manifestación externa del arrepentimiento que hay en el corazón; y
el arrepentimiento, que es un cambio de pensamiento y de propósitos, es el que hace que
el cristiano vuelva a estar de acuerdo con su Dios. "¿Andarán dos juntos, si no
estuvieren de acuerdo?" dice (Amos 3:3).

El cristiano no puede a la vez tener comunión con Dios, que es Luz, y andar en tinieblas
de acuerdo a (l Jn. 1:6). Andar en la luz no significa llegar a ser luz, lo cual significaría
lograr la santidad infinita. Solo Dios es Luz. Andar en la luz no significa tampoco que
uno nunca hace nada malo. Significa que cuando la Luz escudriñadora, que es Dios,
penetra en el corazón y en la vida, y descubre aquello que es contrario a la voluntad
divina, la persona confiesa de todo corazón e inmediatamente el pecado que hay en su
vida a Dios, y El considera que ese pecado queda definidamente juzgado ante sus ojos.

Al creyente cristiano se le da la garantía de que cuando se ajusta de esa manera a la luz


(lo cual es andar en la luz), se le perdona el pecado, y la sangre de Cristo lo limpia de su
contaminación. Tanto el versículo 8 como el versículo 10 del primer capítulo de la
Primera Epístola de Juan tienen la naturaleza de un paréntesis. Las palabras de
seguridad que se nos presentan en el versículo 7 continúan en el versículo 9, donde
leemos: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros
pecados, y limpiarnos de toda maldad." En la confesión está el ajuste con Dios, que es
Luz.

Debe observarse que la confesión de pecados se hace en primer lugar y siempre a Dios,
y se hace extensiva a otros en la medida en que ellos hayan sido perjudicados por el
pecado cometido.

Es claro también que este perdón y esta limpieza divina no se nos presentan como actos
de la misericordia y de la bondad divinas; más bien se nos indica que se realizan
mediante la justicia que se hizo posible por medio del hecho de que el castigo que
merece el pecado cayó sobre el Sustituto, que es el Cordero que Dios proveyó. Puesto
que el Sustituto soportó el castigo, Dios aparece como justo, y no como misericordioso,
cuando justifica al que no es salvo, por el solo hecho de creer en Jesús como dice (Ro
3:26 “con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y
el que justifica al que es de la fe de Jesús”); y también aparece como justo, y no como
misericordioso, cuando perdona al cristiano que peca, por el solo hecho de confesar su
pecado (l Jn 1:9 “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar
nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”).

Al perdonar al cristiano que confiesa sus pecados, Dios es fiel a su carácter eterno y a su
designio; y también es justo por el hecho de que Cristo llevó sobre Sí el castigo por el
pecado. La base de esta provisión por medio de la cual el cristiano puede recibir el
perdón y la limpieza es la fidelidad y la justicia de Dios, y su declaración es la
culminación de este pasaje: "Y él es la propiciación por nuestros pecados" en (l Jn 2:2).

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Nunca será demasiado el hincapié que se haga en el hecho de que Cristo es la


Propiciación por nuestros pecados. Mediante su muerte, El hizo que Dios sea propicio y
se sienta libre de perdonar y limpiar al cristiano que confiesa su pecado.

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