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de la Selva Maya
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Ella ha comido de los frutos que los aluxes y Juan del monte dejaban en
su camino, que frescos, dulces e intactos y en su pequeña sabiduría
tomaba sin miedo y engullía aviadamente, cuando desde muy
pequeña, recorría con su padre y conmigo las veredas cerradas al resto
de la humanidad, en nuestras diarias tareas como naturalistas, por las
selvas del sureste de México: La Gran Selva Maya.
M
alu es curiosa y testaruda por Naturaleza, mira debajo de piedras
y en los huecos y dentro de los árboles caídos; tiene esa
imperiosa necesidad de tocar, probar y preguntar acerca de
absolutamente todo. Verla en las milpas, trepando árboles centenenarios
y chapoteando en las aguadas 1 que se forman en escondidos rincones
de la selva, sin miedo y maravillada por la expectación de compartir el
sitio con peces, cocodrilos y otros bichos que deambulan por las orillas y
en la superficie del agua, es mágico.
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Lagunas temporales
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secas, por las brechas “enmontadas” que conducen a las zonas de selva
baja inundable siempre llenas de orquídeas y de mariposas.
Este libro es mi regalo a mis hijas Cecilia y María Luisa – “Cecy” y Malú” -,
para que nunca olviden la magia que hay a nuestro alrededor, porque
los adultos perdemos en el trajín eufórico del diario vivir, las
responsabilidades y la “madurez”, la capacidad de maravillarnos y
estremecernos con las estrellas y el resplandor azul intenso de la luna
llena, a través de la fría bruma nocturna, como en un paisaje de otro
mundo, mientras cientos de ojos multicolores nos miran desde lo
profundo de la selva, mientras cantan y platican, como en una ruidosa
fiesta de gorjeos, gruñidos y palabras místicas, susurradas en un idioma
más antiguo que los templos, las ciudades, los árboles y las piedras.
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L
os cuentos incluidos en este libro son una mezcla de
tradición oral y fantasía, para hacer más sencilla y amena
la lectura de los niños y de los adultos, en un intento por
recuperar y mantener la energía y la magia oculta, y a la vez
presente, en cada rincón de la Selva Maya, en sus pueblos, sus
cenotes2, sus milpas y su gente.
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Cavernas subterráneas llenas de agua, algunas veces están bajo tierra y otras veces afloran a cielo
abierto.
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E
stimado lector, en este libro encontrarás relatos e historias fantásticas
que he atesorado en mi memoria desde el primer día que llegue a
estas lejanas regiones de México, donde, en pleno siglo XX y XXI,
nunca imaginé que todo estuviera tan lleno de magia y de misticismo.
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L
as madrugadas en los pueblos de la Península de Yucatán huelen a
bruma, a hierba fresca, a humo de fogón atizado con trozas de
maderas preciosas de caoba y chicozapote, y a tortillas de maíz
hechas a mano.
Desde muy tempranito, antes de que salga el Sol, se levantan las mestizas
(y las mujeres de los weches – fuereños, no mayas) para preparar el
desayuno y el sapalito3 a su marido, padre o hijo. Con mucha prestancia
confeccionan un pequeño paquetes amarrado con trapos o bolsas de
plástico, donde colocan la comida que los hombres llevan a la milpa. Es
casi un arte confeccionar un sapalito, deben equilibrarse los potes4 de
fríjol colado y las tortillas, o cuando no hay mucha plata, la garrafa de
agua, la jícara, el chile habanero fresco y la masa para preparar el pozol
agrio.
Los hombres, como figuras fantasmales por las calles de los poblados,
iluminadas apenas por faroles de luz amarillenta, salen de sus casas,
cuando el sol no ha salido, se persignan y se encomiendan a la virgen y a
los santos y de paso le piden a Juan del Monte que los ayude, los proteja
y los deje deambular por las veredas de la selva sin daño alguno.
Entre bruma, oscuridad y silencio, salen los hombres a sus milpas, mientras
miles de diminutos ojos de todos colores los observan desde la aún más
profunda oscuridad de los matorrales, las sabanas y las selvas a la orilla
del camino.
Don José Pool Che, es un viejecillo que ronda los ochenta años, fuerte
como un toro, de tórax amplio y limpio, como la mayoría de los mayas,
de brazos cortos y manos grandes, de grandes dedos, de nudillos
oscuros. Manos llenas de callos producto del trabajo diario de la milpa y
el solar. Sus piernas no parecieran haber caminado por tantas veredas y
caminos por casi un siglo, y son ágiles y elásticas brincando sobe troncos
y trepando la escarpa.
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Se denomina así a un conjunto, paquete o atado de comestibles.
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Recipientes con o sin tapa
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Creo que el mote de cabeza de árbol, que le hace honor a su apellido le
queda como anillo al dedo pues la parte superior de su cuerpo
realmente parece un árbol. Su cara de piel vetusta y arrugada, se sigue
en profundas arrugas desde el contorno de la frente hasta el cuello, si se
mira con detenimiento, pareciera como si estuviera hecha de corteza de
caoba, con las manchas y sombras que tiene el árbol, de tonos rojizos y
blanquecinos – producto de tantas horas bajo el sol -, y en la cara y el
cuello pequeñas verruguitas, que resaltan como las imperfecciones de
los viejos árboles de la selva.
Se restregó la cara con su pañuelo para secar las gotitas de sudor que
corrían de su frente hacia su cara, pues el calor de la tarde era fuerte, y
la suave brisa que soplaba entre los frutales de su patio no ayudaba
mucho; y continuó en tono solemne
– era yo muy joven y tonto, y me gustaba mucho cazar, salía casi todos
los días y siempre traía presa de regreso. Era yo muy buen cazador.
Algunas veces un jabalí, muchas veces un tepezcuintle y una que
otra vez me tocaba de suerte y cazaba un venado, grande y gordo.
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Se recostó hasta el fondo de su hamaca y comenzó a mecerse más
despacito.
– Pero yo era muy terco, y muy arrebatado como son los jóvenes a esa
edad y recuerdo que le dije: - si el Kanan Ceh quiere la piedra, que
venga y que me la quite.
– De ahí en adelante todo fue muy mal, y luego más mal. Me perdía en
las brechas por las que transitaba desde niño, casi desde que aprendí
caminar, y que te juro conocía como la palma de mi mano. Me
lanzaban las piedrecillas y los palitos, pero como me hacía el
desentendido se transformaron en ramas y peñascos que caían de los
árboles sin aviso. Eso ocurrió durante casi quince días. A mí no me
asustan las piedras y los palos – pensé para adentro de mi cabeza – y
seguía trabajando en mi milpa.
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cuanto estuviera a la orilla del monte iba a tirar la dichosa piedrita tan
lejos como me dieran mis fuerzas.
Me prometió que un día me iba a contar lo que ocurrió esos tres días.
Nunca se lo contó a nadie, tenía miedo que lo juzgaran loco, la gente
continúa creyendo que su pelo encaneció en tres días porque tuvo
mucho miedo de morirse solo en el monte o porque alguna fiera lo
acorraló, pero como secreto a voces todo mundo comenta en voz baja
que el Kanan Ceh y Juan del Monte lo castigaron por querer pasarse de
listo.
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EL ALUX
L
a criatura mágica más fantástica de las antiguas leyendas mayas es
el Alux. El Alux es un ser travieso e inocente, como un niño pequeño,
pero hecho con bruma, viento, barro, maíz, turquesas, con agua y
fuego. Estos son criaturitas muy obedientes de los dioses, serviciales y
fieles hasta el fin de los tiempos.
Esta criatura es más antigua que los hombres, más antigua que ninguna
civilización; estuvo allí desde siempre, desde el momento mismo de la
creación. Su historia se remonta hacia el principio de los tiempos,
habitando las selvas, milpas y las aguas cuando el Impero Maya nació,
floreció, aún después de que los Antiguos Señoríos Mayas
desaparecieron hace más de 500 años, y tal vez estará aquí cuando nos
hayamos ido nosotros.
El origen del Alux era un secreto bien guardado de los artesanos divinos,
de los creadores de todo lo que vemos.
En los hornos del Xibalba, cuando los artesanos moldeaban una figurilla
para hacer surgir un nuevo tipo de vida, y este tipo de vida era
aprobada por los dioses - los Creadores y Formadores - para vivir en este
mundo.
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Entonces los artesanos divinos tomaron la masa de maíz que quedaba,
las migajas sobrantes y formaban una estatuilla más pequeña para hacer
a su Alux y darle una vida que iría enlazada por siempre como espíritu
guardián.
El Alux fue creado por los antiguos dioses mayas como un espíritu
protector, para cuidar todo aquello dentro de los límites de su creación.
De ahí que, al principio de los tiempos, podían encontrarse caminando
libremente por selvas, caminos, riberas, lagunas, desde el fondo de los
cenotes hasta lo alto de los árboles y volando por el cielo.
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Hechicero maya
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Estas criaturitas vienen en muchas formas y tamaños: los hay pequeñitos
como abejas o enormes como un tapir (Danto). Claro que esa no es una
buena referencia para criaturas que pueden cambiar de forma a
voluntad, incrementando su tamaño hasta volverse árboles o haciéndose
chiquitos como un caracol, que se transforman en neblina, agua, viento
o lluvia.
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Estos van desde cosas comunes que encuentran en la selva, como hojas
de Chicozapote y Siricote, flores, semillas, frutos, espinos, piedrecitas y ...
El color de su piel es muy variado también. Los hay muy “claritos”, con la
piel del color de la leche, como los que cuidan que aparezca el rocío de
la mañana, amarillo ocre como los que velan por que las abejas y los
insectos se despierten formando grandes nubes muy tempranito –que no
son los mismos que se encargan de formar las nubes de insectos y
mosquitos por las tardes, cuya piel es rojiza oscura –.
Los hay de piel amarillo cobriza, como los que juguetean en los
ramonales, cuidando a las criaturas que se alimentan de este maravilloso
árbol, y los hay muy oscuros, casi morados, como los que cuidan del
jaguarundi en los pantanales y selvas tupidas.
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Pequeños bultitos redondos regurgitados por lechuzas y búhos que contienen la piel y los huesos de roedores
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caminos calzan fuertes sandalias para poder recorrer los caminos de
piedra y Sac be8, trayendo largas vestimentas y algunas veces amplios
sombreros, todo hecho con follaje, musgo y plantas del suelo; color de
monte, color de hojarasca, que ocultan su rostro travieso en caso de que
algún extraño los tope en su camino.
Los que deambulan por las lagunas y cenotes, vistiendo de lodo, algas,
pasto acuático y escamas de peces, portan un palo, como una
horqueta, para voltear desde el fondo cualquier cayuco que se
introduzca a su laguna sin permiso de su celoso guardián. Muchos dicen
que oculta una hilera9 para enganchar desde el fondo a los peces
capturados sin permiso.
Su carácter suele ser muy dulce e inocente, por lo general. Pero uno
debe cuidarse de no aplicar esta descripción a todos los Aluxes, ya que
su naturaleza puede ir desde la calma extraordinaria de una Martucha
hasta la ferocidad de un Jaguar...
Tal vez lo mas confuso y curioso de los miles de tipos de seres guardianes,
sea el hecho de que los Aluxes no poseen un nombre propio, su esencia
no requiere de palabras, irradian la luz de los seres que protegen
Por esto no requieren llamarse por otro nombre que Venado, Jaguar,
Águila, Ceiba o Chechen. No obstante, en nuestro limitado
entendimiento de la magia y la sencillez de la Naturaleza y los seres
fantásticos, requerimos de apoyarnos en algunas definiciones racionales.
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Caminos de Tierra blanca
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Rollo de hilo grueso
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Pues la mayoría de las veces nos es muy complicado, por no decir casi
imposible, concebir la idea de que son una extensión de la esencia de un
ser, como una prolongación de su espíritu, de su cuerpo, y más allá,
como una extensión de todos los espíritus y cuerpos de los de su especie,
en cualquier parte de la selva y en cualquier momento que se
encuentren.
A diferencia de las tribus de los humanos, las de los Aluxes nunca pelean
entre si, ni compiten por ser los mas fuertes o los mas populares, ellos
deambulan libremente, cumpliendo con su tarea encomendada, pero
eso no significa que no hagan travesuras o sean malcriados, porque hay
que recordar que el Alux tiene la esencia del animal o planta que cuida,
y hay también animales traviesos, taimados y mezquinos en la naturaleza,
como los hay colaboradores, gentiles y sabios, porque hay plantas que se
reverencian, y las hay que infunden temor y dolor, con tantas
posibilidades a lo largo de más de cuatro mil años y contando, ¿Quieres
conocer sus historias?
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