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Sección: E-zine
Proyecto: Economía/Cultura. El pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad
Resumen de la intervención de Belén Gopegui: Sobre los horacios y los curiacios. Seis propuestas para un
arte organizado

Economía/Cultura. El pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad

Belén Gopegui: Sobre los horacios y los curiacios. Seis propuestas para un arte organizado

En el inicio de su intervención en el encuentro Economía/Cultura, Belén Gopegui se lamentó de que el arte fuera, a
día de hoy, el "más abandonado" de los terrenos en los que en estos momentos se intenta articular una acción
política contra las imposiciones de la economía capitalista. Para la escritora madrileña, que parte de una visión
amplia del arte que incluiría lo que ella denomina "imaginación colectiva" (medios de comunicación social que
trabajan con la ficción narrativa), la poderosa industria del ocio está construyendo y difundiendo una visión del
mundo contra la que poco se puede hacer si confiamos únicamente en los talentos individuales.

Hay que tener en cuenta que esta industria del ocio, que está muy bien organizada, ha logrado que los valores que
postulan los discursos narrativos contrahegemónicos (solidaridad, cooperación, importancia de lo público...) sean
percibidos como una especie de dolorosa renuncia al ideal de competencia y superación que propone el capitalismo.
De este modo, parece que optar por esos valores es sacrificar la propia felicidad sólo porque es una elección
moralmente buena o conveniente para un proyecto político a largo plazo. "Tal vez hemos caído en una trampa,
advirtió Belén Gopegui, y con esta intervención me gustaría que durante unos instantes fuéramos capaces de
vislumbrar la trampa para, y esa ya es otra historia, dejarla atrás".

Partiendo de la pieza de Bertolt Brecht Sobre los horacios y los curiacios ("un manual de estrategia acerca de como
un ejército más débil puede vencer a otro más fuerte"), Gopegui presentó seis propuestas para que un grupo de
artistas organizados pueda hacer frente con eficacia a esa industria del ocio que constituye uno de los pilares básicos
de la sociedad capitalista. En el libro de Brecht, los curiacios, que tienen un poder militar enorme, quieren invadir el
país de los horacios y apropiarse de todo lo que éstos poseen, asegurándoles que les dejarán con vida, si se rinden.
Pero los horacios deciden resistir, porque le tienen el mismo miedo al hambre que a la muerte. La autora de El lado
frío de la almohada planteó que en el campo de la imaginación colectiva hay que seguir el ejemplo de los horacios.
Según ella, los curiacios ya han empezado su invasión y "debemos pasar al enfrentamiento organizado",
posibilitando, entre otras cosas, conectar el trabajo de los constructores de ficciones con los movimientos políticos y
sociales.

La primera propuesta de Belén Gopegui parte de la pregunta que impulsa a los horacios a entrar en combate: "¿por
qué temer a la muerte y no al hambre?". Los artistas que en estos momentos se oponen al capitalismo, no
producen (no escriben, no filman...) aquello que querrían, sino lo que, sin traicionar demasiado a sus ideas, puede
adecuarse a la lógica del mercado. Las voces más críticas quedan relegadas a circuitos muy marginales, con escasa
repercusión pública. En los ambientes intelectuales se considera que, en cierto modo, es legítimo que los artistas
acepten una serie de limitaciones, pues, se argumenta, es la única forma que tienen de poder sobrevivir y de que
su trabajo sea conocido. O en otras palabras: es lo que hay. Belén Gopegui propone rechazar ese "en cierto modo",
ya que, a su juicio, se trata de un comportamiento comprensible, pero no legítimo, que es fruto de una imposición
(y no sólo un mal menor). "Seamos capaces, subrayó, de reconocer que trabajar siempre haciendo concesiones a lo
que funciona, a lo publicable, a lo que engancha, a lo rentable, es trabajar para el enemigo". Sólo desde ese
reconocimiento se puede asumir la necesidad de un arte organizado.

En la obra de Brecht, los horacios tienen menos hombres y peores armas que los curiacios, pero sus arqueros,
lanceros y espaderos se las apañan (mezclando ingenio y valentía) para encontrar el modo de paliar esa diferencia.
La segunda propuesta de Gopegui analiza posibles armas y estrategias a las que pueden recurrir los artistas
organizados para equilibrar su lucha contra el enemigo capitalista (que dispone de un armamento extremadamente
sofisticado). Para la autora de La escala de los mapas lo primero que deben hacer es huir de la tentación de
considerar la ficción como un espacio autónomo y políticamente neutro. Tampoco tiene sentido desplazarse al
extremo opuesto, es decir defender la imposición de un modelo estético al servicio de dictados políticos concretos,
como se hizo con el realismo socialista. En este punto, Belén Gopegui quiso recordar un aspecto que se suele
olvidar: el capitalismo también impone un modelo estético bastante rígido y homogéneo, "un tipo de imaginación
colectiva que es idéntico en la mayoría de las pantallas, anuncios, narraciones".

En cualquier caso, la autora de Lo real piensa que no tiene sentido asumir que todo arte es político si seguimos
resignándonos a que las obras comprometidas y revolucionarias sólo pueden abordar ciertas materias. "¿Por qué
renunciar a una imaginación de intención revolucionaria que trate del amor loco o del ansia de aventura?", se

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preguntó. Bajo su punto de vista, los artistas organizados tienen que pensar y diseñar un tipo de imaginación
colectiva que responda a las exigencias políticas de nuestro presente. Un presente en el que el poder capitalista es
capaz de determinar todas las esferas de la vida (laboral, íntima, social...) e incluso de apropiarse de los principales
enunciados de transformación (ecología, solidaridad, libertad sexual,...) que han planteado los colectivos
antagonistas. Desde la certeza de que, a día de hoy, en la ficción, la denuncia de la opresión capitalista no logra
movilizar ningún resorte en la imaginación de quien la recibe, Belén Gopegui considera imprescindible explorar otros
instrumentos y recursos narrativos que permitan construir una subjetividad revolucionaria. Y para ello, propone la
creación de grupos de trabajo -que hoy por hoy, apenas existen- en los que se reflexione sobre la forma de
producir esa nueva ficción revolucionaria.

Para enfrentarse a su enemigo, el arquero de los horacios tiene que planificar cuidadosamente su estrategia en
función de las circunstancias en las que se encuentra. En un primer momento, se coloca a una distancia corta de su
contrincante y le hiere, pero después, comete tres errores: se aferra a un lugar, a un arma y a un consejo. En su
tercera propuesta, Belén Gopegui plantea que los artistas actuales, al igual que el arquero de Brecht, se aferran con
"perseverancia indebida" a algo que les perjudica -su independencia individual-, olvidando las circunstancias en las
que se inscribe su lucha. De este modo, caen en la trampa que les tiende el poder capitalista: creer que el artista
para conservar su excepcionalidad (su genialidad individual) y su autonomía (su libertad), tiene que permanecer
aislado y renunciar a organizarse. "Pero la libertad, recordó Belén Gopegui, no flota en el aire del capitalismo (un
espacio marcado por relaciones de fuerza), sino que debe ser conquistada". Y para conquistarla, el artista tiene que
buscar aliados, organizarse, tomar conciencia de las circunstancias en las que vive, elegir a qué bando pertenece.
Porque, a día de hoy, lo que de verdad hace peligrar su libertad y autonomía, no es la posible injerencia de un
partido de hierro, sino las propias "telarañas del poder mediático". "Si ante esas telarañas, subrayó, permanecemos
aislados, protegiéndonos solos, aferrados al consejo de independencia que una vez, hace mucho tiempo, se nos dio,
tal vez caigamos como el arquero de Brecht".

La cuarta propuesta de Belén Gopegui se basa en la capacidad del lancero horacio para entender que su arma tiene
múltiples usos: como punto de apoyo, como sonda, como pértiga, como instrumento para mantener el equilibrio...
Es decir, comprende que "hay muchas cosas en una cosa", lo que invierte la lógica del mercado de generar uno o
varios objetos para cada necesidad. Con frecuencia, los artistas, incluso los menos complacientes con el orden
establecido, se muestran reacios a pensar que sus instrumentos -la ficción, la imaginación, la representación-
pueden tener usos y formatos muy diferentes de los que promueve el discurso dominante. Se aferran a ellos y sólo
en contadas ocasiones se atreven a realizar tímidos experimentos que, por lo general, sirven más para satisfacer los
egos individuales que para responder a una necesidad socio-política concreta. También en este apartado aparece el
fantasma del realismo socialista que quiso acabar con Joyce, Proust o Kafka por considerarles exponentes del arte
decadente burgués. Pero, como advirtió Belén Gopegui, "uno de los usos de la lanza" no niega necesariamente el
resto, y la existencia de un grupo de artistas organizados, no implica que todos los creadores tengan que pertenecer
al mismo. Asumiendo esa idea, quizás se puedan descubrir nuevas formas de usar la ficción.

Agotado, el lancero horacio de Brecht arriesga su vida lanzándose río abajo para poder atacar al enemigo sin que
éste se dé cuenta. En su penúltima propuesta Belén Gopegui plantea que los artistas tienen que arriesgar una parte
menor de su vida (que podría identificarse con el cansancio o el agotamiento) para hacer frente a la todopoderosa
industria del ocio. La idea de Gopegui es que los artistas prescindan de la autocensura a la hora de trabajar, que no
hagan concesiones ideológicas en sus obras y escriban (o filmen) "como si aquello que quieren contar, en verdad
pudiera ser contado". De ese modo, se podrá elaborar un registro de lo que es y lo que no es asumible por el poder
capitalista. Evidentemente, todo esto supone un trabajo extra para los artistas, pues también deberán discernir
entre lo que no se admite por su carga revolucionaria o por otro tipo de motivos. Pero para la autora de Tocarnos la
cara, el simple hecho de llevar a cabo un recuento de las propuestas críticas abortadas por la acción del mercado, es
ya un primer paso en la construcción de una subjetividad revolucionaria. En cualquier caso, no hay que olvidar que
los creadores que asuman esta propuesta de Belén Gopegui, están arriesgando su vida (al menos, su vida como
artista), pues es probable que sean excluidos de los circuitos promocionales. Y aunque eso no se le puede exigir a
nadie, señaló Belén Gopegui, "lo único que pienso es que será, en todo caso, mejor haber caído porque nuestro
proyecto chocaba de frente con el del enemigo, que caer por haber escrito una bazofia que no fue lo
suficientemente comercial".

Al encontrarse en clara inferioridad numérica (el lancero y el arquero han muerto en batalla), el espadero horacio
busca la división de sus contrincantes. Para ello, primero huye tan veloz como puede, obligando a sus enemigos a
perseguirle, y cuando comprueba que el espadero curiacio (que lleva un escudo muy pesado) está extenuado, le
ataca y le vence. Después hace lo propio con el lancero y el arquero curiacios que ya estaban heridos y exhaustos
tras sus respectivos combates. La sexta y última propuesta de Belén Gopegui es fácil de explicar en la teoría, pero
muy difícil de llevar a la práctica: dividir al enemigo ("aunque, por el momento, somos nosotros quienes estamos
divididos") obligándole a perseguirnos. Por ahora, quizás baste con correr en una dirección diferente, lo que en el
campo de la construcción de ficciones supone buscar un distanciamiento consciente e integral de su visión del
mundo que convierte "situaciones concretas de explotación en situaciones naturales y ahistóricas". Y si, a fecha de
hoy, la contrainformación es ya "un objetivo posible", señaló Belén Gopegui en la fase final de su intervención en
Economía/Cultura, por qué no intentar crear una contraficción donde podamos reconocernos, "un espacio
imaginativo donde poder probar otros deseos, otros miedos, otros sueños".

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