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Donde habita el olvido.

Reflexiones sobre ciudad, progreso y


represión

La ciutat industrial i l' estandarització del paisatge.

27 de abril de 2009, Valencia


La Maquina Urbanizadora/ Ramon Germinal

Las soluciones reales: las transformaciones urbanísticas de la ciudad decimonónica/ El triunfo de


la ciudad neotécnica

Granada: historia urbana /Juan Manuel Barrios Rozúa

Transformación urbana y control social. De la ciudad-


ciudad-fábrica a la ciudad mercancía /Agustín
Cócola

Dos entrevistas a Mike Davis: “Los suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo
escenario geopolítico decisivo”
La Maquina Urbanizadora/ Ramon Germinal
En la revolución de 1848, se alzaron más de 4000 barricadas en Paris. Las degradantes condiciones de vida
de los trabajadores y su concentración espacial en la ciudad propició un clima insurreccional y revolucionario.
Las barricadas fueron las murallas defensivas de los espacios liberados por el pueblo parisino en una ciudad
que pronto iba a tomar medidas para que no volviera a pasar.
En 1864 el Baron Haussmann, responsable de la expansión urbana de París, quería impedir las barricadas de dos
maneras. En primer lugar, la mayor anchura de las calles harían muy difícil su alzamiento; y en segundo lugar, las
calles nuevas harían el camino más corto entre los cuarteles y los barrios obreros.
Así nació el urbanismo, para impedir las alteraciones del orden y la proliferación de barricadas.Hoy a pesar
de los impedimentos urbanísticos se siguen levantando barricadas en las luchas sociales que tienen lugar en
muchas ciudades del mundo. Curiosamente, el material con el que se alzan e incendian las barricadas actuales, lo
aportan los neumáticos de una de las máquinas más nocivas que ha conocido la humanidad: el automóvil.
Urbanismo y urbanidad son dos palabras hermanas. La primera trata la disciplina para mantener el orden
en el tejido urbano, y no sólo el orden público, sino también el crecimiento ordenado de la ciudad.
La urbanidad es el resultado de la producción de orden por parte del urbanismo; no la urbanidad de los
buenos modales, sino la urbanidad como expresión de sumisión al orden, a las reglas de convivencia que regulan la
forma en la que quieren que vivamos en la ciudad. A principios del siglo XIX sólo el 3% de la población mundial
vivía en ciudades, mientras que el año 2000, las áreas urbanas albergan ya a 3000 millones de personas,la mitad
de los habitantes del planeta.
La maquinaria urbanizadora se alimenta de ingentes cantidades de energía, agua y materias primas;
necesita de grandes infraestructuras para facilitar la movilidad motorizada de gente y mercancías; precisa de
infinidad de instalaciones depuradoras para minimizar las nocividades de vertidos y residuos contaminantes.
El clima se calienta y la biosfera tiene un límite en su capacidad de absorber tanta mierda; las nocividades
provocan enfermedades mortales a millones de personas; y en la guerra del automóvil mueren anualmente más
personas que en cualquier otra guerra; Además, una grave dolencia afecta a los humanos que viven en ciudades
muy superiores al tamaño de su caminar. Esta enfermedad es la soledad que nos hace sentir impotentes,
insignificantes y solos ante la urbe inabarcable.
Las grandes urbes son muy vulnerables, tanto por la dependencia tecnológica para suministrarse y
gestionar sus nocividades, como por los comportamientos desordenados de los urbanitas: ataques a la propiedad,
conductas fuera de la norma, crímenes, motines, revueltas. No hay cárceles suficientes para asegurar el orden que la
máquina urbanizadora trata de garantizar, pero se puede transformar la ciudad en una cárcel mediante el
urbanismo carcelario.
La sociedad tecnológica es la más vulnerable de las conocidas, aunque el consumo y la parafernalia de la seguridad
en una pequeña parte del planeta den la sensación de lo contrario. La dependencia del dinero hace vulnerable a
gran parte de la sociedad pues ni el techo ni la alimentación están asegurados.
Un futuro robado por la degradación del medio ambiente nos hace más vulnerables a las catástrofes, los
accidentes y a las enfermedades; la ciudades tienen miles de instalaciones proclives a objetivos terroristas, por lo
que a pesar de la progresiva militarización de estos enclaves, las grandes ciudades son muy vulnerables. La primera
respuesta del poder es la militarización del territorio, la creación de todo tipo de policías públicas o privadas.
Desde hace unas décadas se utilizan técnicas complementarias como el urbanismo carcelario: que es la trama
urbana planificada como lugar de encierro puesta en constante vigilancia mediante soportes constructivos,
tecnológicos y policiales. El despliegue policial en la trama urbana se adecua a los niveles de inclusión o exclusión
social en cada barrio. Pero la mayor parte de las plantillas policiales trabaja en las comisarias, acumulando
información, tramitando documentos, transcribiendo escuchas telefónicas, visionando cintas y controlando los
dispositivos técnicos de vigilancia en la ciudad. Las actuaciones del urbanismo carcelario cobran su máxima
expresión en las políticas integradas para cambiar la faz de barrios marginados, que por avatares del crecimiento
urbano, o de cambios en las actividades de la ciudad están situados en espacios centrales muy apetitosos para los
carroñeros especuladores.
Los dispositivos tecnológicos son esenciales para el urbanismo carcelario. Las bases de datos que acumulan
lo más significativo del recorrido “vital” de un urbanita, los localizadores geográficos para indicar donde te
encuentras en este momento, las cámaras de video-vigilancia, las tarjetas de acceso, los controles electrónicos
permiten el control social de la gente en el ambiente urbano.
Las tendencias a convertir en obligatorios los datos de iris y ADN en los documentos identificatorios,
alimentan los sueños del poder de convertir los bancos de datos en el armazón informativo del Gran Hermano, en el
Ojo que to lo vé en Metrópolis. La ciudad es por tradición el espacio de la reproducción social. Esa función la
cumplen los barrios, las escuelas y hospitales, sus mercados, plazas y calles. Espacios públicos para fomentar, tanto la
disciplina como la cooperación social. Espacios que necesitan ser vigilados porque en el encuentro entre la gente
florece la subversión; puede circular anónimamente el terrorista, el delincuente o el a-normal. En los institutos y
universidades, en calles y plazas, el ojo tecnológico ha encontrado acomodo y nos vigila..
Los espacios interiores -públicos o privados- son objeto de la atención de las cámaras de video vigilancia
para proteger la propiedad, básicamente del robo. Así ocurre en los centros comerciales y los transportes públicos,
donde las cámaras, además de cumplir sus labores de vigilancia, sirven como elementos disuasorios.
La utopía libertaria de “abajo los muros de las cárceles” puede ser llevada a la práctica: no hará falta
prisiones con el urbanismo carcelario en su pretensión de convertir a la ciudad en una gran cárcel. Ahora los
ayuntamientos venden la marca de su ciudad en el mercado mundial, ofrecen sus ventajas a los inversores con la
elaboración de planes estratégicos donde prestigiosos urbanistas recetan infraestructuras, nuevos equipamientos,
reforma de espacios o rehabilitación de zonas.
En la ciudad empresa la producción de orden está ligada a la capacidad de consenso social que es capaz de
suscitar entre la gente determinados proyectos constructivos, de movilizar a la ciudadanía como emprendedores de
una empresa común. Ejemplos de esto son la Expo’92, las Olimpiadas de Barcelona, el Forum’2004 o Almería-
2005. La Ciudad Empresa demanda a la gente esfuerzo individual y cooperación social. La ciudad-empresa habita
en la metrópolis y es algo más que una forma de dominación; su función se amplía a dispositivo capturador del saber
social. La ciudad-empresa siempre está en obras, no hay que olvidar los grandes beneficios que aportan a las
empresas constructoras. La Ciudad-Empresa es sostenible y emprendedora, diversa y multicultural, amante de la
movilización social y de la paz. Estas son las cualidades de la marca urbana que hoy triunfa ; palabras, palabras y
palabras reformadoras de otros mundos posibles, porque en el único mundo existente, la máquina urbanizadora
arrasa.
Inútiles son los intentos reformadores de poner freno al avance del proceso urbanizador mediante la
planificación y la norma. La ley y el plan siempre estuvieron al servicio del crecimiento urbano, como cualquier
aparato del Estado con respecto al capital. En un mundo globalizado, la política territorial de las regiones y las
dinámicas urbanas de las ciudades las dicta el capital. Los gobiernos e instituciones, se limitan a facilitar la labor de
la máquina urbanizadora aportando infraestructuras y servicios.
La máquina urbanizadora destrozó la proximidad mediante el crecimiento urbano, imponiendo la
movilidad motorizada y la ínter conectividad en las infraestructuras de transportes, trasvases o redes, dio soporte
físico al urbanismo carcelario y a la ciudad del orden y el consenso.
Con todo ello ha ido mermando la autonomía y libertad de las personas, ha contribuido a romper vínculos
sociales que posibilitan el vivir en comunidad y somete a la mayor parte de la población mundial a residir en un
entramado urbano muy vulnerable. Una propuesta subversiva parte de desestructurar, desmontar, deconstruir la
metrópoli y la megalópolis, volver a recuperar la proximidad y desconectarse de lo que nos hace más dependientes,
ya sean infraestructuras, tecnologías o movilizaciones articuladas por el poder. Necesitamos una alianza contra la
dominación tecnológica, de la gente que lucha y resiste contra el avance de la máquina urbanizadora.

decimonónica/
Las soluciones reales: las transformaciones urbanísticas de la ciudad decimonónica / El triunfo de
la ciudad neotécnica
La importancia de la ciudad como mercado potencial de consumo explica que no solamente los nuevos
centros fabriles o aquellas ciudades sitas en la proximidad de yacimientos mineros crecieran, sino que incluso lo
hicieran las mismas ciudades antiguas.
La congestión y precariedad de las condiciones de vida en los cascos de las ciudades obligó a las
autoridades a plantearse soluciones drásticas. En unos casos los esfuerzos se dirigieron a mejorar las condiciones
higiénicas y sanitarias mediante la construcción de alcantarillado, provisión de agua, limpieza urbana,
pavimentación o traslado de cementerios a las afueras. Otras soluciones parciales fueron la reforma interior de las
ciudades, destinada a la ampliación de la anchura de las vías principales que permitiera una mayor fluidez del
tráfico, así como la construcción en altura.
Los Ensanches hicieron posible la materialización de grandes negocios inmobiliarios, al calificar como suelo
urbanizable grandes extensiones de terrenos, que llegaron a producir enormes plusvalías. Además, estos nuevos
barrios residenciales sufrieron una excesiva especulación, que originó una densificación muy superior a la definida
en la planificación. El caso de Madrid puede resultar paradigmático. Concebido su Ensanche para la acomodación
de clases de variado nivel social, la falta de control urbanístico produjo fuertes abusos, con el resultado de
marginación para las clases trabajadores, que fueron expulsadas al exterior de la ciudad. Se produjo así la
segregación de la población en dos áreas, una planificada, la del Ensanche, lugar de residencia de la clase burguesa,
y otra de edificación espontánea en el extrarradio, de barrios obreros.
El desarrollo de una nueva era tecnológica, que Lewis Mumford definió como neotécnica, impuso nuevos
descubrimientos técnicos como la electricidad o el motor de explosión, que transformaron la nueva forma de
organización empresarial, los transportes y las comunicaciones. Las actividades de los servicios crecieron más que las
industriales, con lo que aparecieron nuevas profesiones derivadas de la división funcional del trabajo. Estas
circunstancias, junto a la progresiva mecanización de los trabajos agrícolas, reforzaron el éxodo rural hacia la
ciudad, provocando dos fenómenos paralelos: el aumento de la población y su concentración en aglomeraciones
urbanas. El centro de las ciudades multiplicó las construcciones en altura, aunque en Europa no alcanzó su plenitud
hasta mediados de siglo, con la recuperación económica tras la IIª Guerra Mundial.
Comenzó a producirse en toda la ciudad la segregación de los usos del suelo más tradicionales. Si el centro
había sido el lugar preferido por las clases superiores para habitar, a partir de ese momento se invierte la tendencia
y el suburbio se convertirá en el nuevo espacio residencial preferido por las clases medias y altas. Este fenómeno se
ha producido de forma general en USA y parcialmente en Europa, principalmente en los países anglosajones.
Este crecimiento de la ciudad ha sido la consecuencia de un conjunto de factores interrelacionados que han
actuado en sentidos contrarios:
- En primer lugar, las economía de escala y aglomeración, derivadas de la concentración progresiva de
los factores productivos en la ciudad han desencadenado un éxodo masivo del campo a la ciudad. El
establecimiento de la industria en la ciudad ha atraído la población que busca trabajo, lo que ha desarrollado los
servicios, que ha su vez ha resultado un factor positivo para el establecimiento de una nueva industria, en una
espiral de crecimiento continuo y autosostenido.
- A su vez, las funciones urbanas concentradas y producidas por la ciudad, necesitadas de espacio, se
han expandido en un amplio entorno, ocupando una gran extensión de suelo, y transformando incluso las funciones
tradicionales del espacio rural. A este hecho se refiere Dickinson al señalar la existencia de unas fuerzas centrípetas
o de atracción de la ciudad sobre su entorno circundante, y de otras centrífugas que actuaron en sentido contrario,
transformando el tradicional concepto de ciudad.
En el futuro, lo urbano ya no queda restringido a un espacio concreto y limitado, sino que tendría más
sentido referirse a la ciudad difusa, característica del nuevo modelo metropolitano de la ciudad postindustrial.
Entre los factores que facilitaron la expansión de la ciudad hacia el exterior debemos destacar:
-El progreso experimentado por los medios de transporte: tanto ferrocarril como tranvía desempeñaron
hasta los años veinte un papel clave en el crecimiento de la ciudad. La difusión del automóvil modificó el nivel de
escala de la movilidad urbana, permitiendo una mayor dispersión del tejido urbano en todas direcciones. La gran
superficie de vía ocupada ha congestionado las áreas centrales, pero ha permitido la edificación de los espacios
libres situados entre las grandes arterias de tránsito. Su movilidad ha hecho posible rebajar la densidad de
población de las áreas residenciales suburbiales y la descentralización de la ciudad, que ha ido adoptando una
estructura policéntrica.
-El desarrollo experimentado por el sector inmobiliario: ha transformado la forma de producir la vivienda y
los equipamientos residenciales. La lógica del funcionamiento de las empresas inmobiliarias, tanto públicas como
privadas, ha impuesto la necesidad de obtener suelo libre en grandes cantidades y a buen precio. Esta circunstancia
se ha dado en la periferia de la ciudad y ha constituido un factor básico en la descentralización de determinadas
funciones urbanas, como la residencia y la industria.
-La intervención del sector público: en sus diversos niveles (estatal, regional y local), ha sido imprescindible
para establecer el marco de actuación urbanística, bien sea por la definición de políticas sectoriales que afecten a la
ciudad o en la delimitación del planteamiento urbano. Actualmente, los planes de ordenación urbana regulan la
estructura y zonificación de los usos del suelo, así como los viarios fundamentales y la localización de las principales
dotaciones urbanísticas.
Las actuales bases del planteamiento moderno hay que buscarlas en los dogmas funcionalistas que
introdujo el racionalismo arquitectónico y urbanístico de los años treinta, de la mano de los Congresos
Internacionales de Arquitectura Moderna, que se plasmaron en la Carta de Atenas (1946). Cimentada en torno a
las ideas de Le Corbusier, trataba de deslindar las formas universales de construcción que conjugan la preocupación
por la eficacia con la estética. La principal consecuencia ha sido la desaparición de la calle tradicional y la
construcción en altura. Estas ideas se vertebraron en una teoría que establecía, junto a la edificación en altura, los
principales dogmas del planeamiento moderno: exigencias de soleamiento, segregación del peatón, estructura
jerarquizada del sistema viario, zonificación o separación funcional de los usos del suelo, etc., que han modificado
decisivamente la estructura y morfología de nuestras ciudades.
Granada: historia urbana /Juan Manuel Barrios Rozúa
A partir de mediados del siglo XIX se impone en Granada un nuevo modelo de ciudad, la ciudad liberal.
Junto al empeño en laicizar la fisonomía urbana, los munícipes aspiran a hacer la ciudad más funcional y dotarla de
una imagen acorde con la “racionalidad” del nuevo modelo económico y social. Las calles deben ser más anchas
para que los coches circulen, a los edificios que estorban los nuevos trazados se les prohiben las obras de
consolidación y se les aboca a la ruina y destrucción.
La población no deja de crecer, pero la ciudad no se expande, lo que obliga a una continua readaptación del
caserío para alojar a cada vez más personas. Las envejecidas casas nobiliarias se fragmentan y convierten en corrales
de vecinos, los edificios de nueva planta son cada vez más altos y en las laderas arcillosas de los cerros próximos a la
ciudad se multiplican las cuevas.
Los problemas de salubridad de una ciudad cada vez más saturada se van a ir agravando y manifestando
periodicamente en graves epidemias.
El desastre de la Granada liberal sólo lo es para las clases desfavorecidas, que habitan pésimas viviendas y
sufren las peores consecuencias de las enfermedades. Los rentistas, por el contrario, ven revalorizarse día a día sus
propiedades ante el aumento de la demanda.
La necesaria extensión de la ciudad es sustituida por una operación urbana bautizada con el cínico nombre
de “ensanche interior”. El paradigma de este tipo de política lo encarna el París de Napoleón III, donde el varón de
Haussmann arrasa el complejo tejido de la ciudad del Antiguo Régimen abriendo grandes vías en su interior. El
ejemplo cunde por toda Europa y es sin duda Granada la ciudad andaluza que mejor lo va encarnar con dos obras
de gran envergadura, el embovedado del Darro y la Gran Vía.
De este modo se ponía en marcha una operación de renovación arquitectónica que iba a generar una fuerte
plusvalía en los solares adyacentes. Así, la construcción del embovedado destruyó uno de los rincones más
pintorescos y retratados de la ciudad. Mientras, los antiguos habitantes de aquella parte de Granada estaban
condenados a marcharse a los barrios periféricos, los únicos en los que encuentran alquileres aceptables. A la par
que la burguesía granadina se apoderaba del centro de la ciudad, creaba un tipo de vía que permitía un rápido
acceso de las tropas y mejoraba las labores de control social.
Estaba aún reciente la obra del embovedado, esa que tantas mejoras iba a reportar a la salubridad, cuando
en el verano de 1885 una devastadora epidemia de cólera mató a más de cinco mil granadinos y convirtió a
Granada en una de las pocas ciudades que sufría un receso demográfico en aquella época. Ya en el invierno del año
anterior un gran terremoto había provocado graves daños en la ciudad y 827 muertos. Los munícipes pronunciaron
grandes discursos sobre las mejoras a introducir, en particular en la red de aguas y de alcantarillas, aunque
ignoraron el problema de la vivienda. Los míseros salarios de las clases populares les impedía algo más que pagar
bajos arrendamientos y la ley de la oferta y la demanda daba lugar a la aberración de que centenares de
habitaciones permanecieran desalquiladas mientras los más pobres construían cuevas en la periferia de la ciudad o
vivían hacinados en rincones inmundos de viejos edificios.
Con orientación nortesur se empezaría a construir en 1895 una amplia avenida, la Gran Vía de Colón,
derribando el entramado de calles y plazoletas medievales. Una operación urbanística de estas dimensiones rompe
definitivamente la conexión natural del Albaicín con la medina y deja reducido el casco histórico bajo a una serie
de islotes oscurecidos por la sombra de los grandes bloques. O sea, con la Gran Vía y la alineación de las calles
anexas no solo se destruyen los edificios históricos comprendidos por las nuevas trazas, sino que se sientan las bases
para la desvirtuación y degradación de lo que queda del centro histórico. El proyecto cuenta con el respaldo de los
periódicos de la ciudad, que desarrollan una abrumadora campaña en su favor, por lo que las voces disidentes
quedan amedrentadas y optan por la autocensura.
Pero estos flamantes espacios del centro, sólo ocupan una pequeña parte del tejido urbano y son disfrutados
por una minoría privilegiada. En todos los barrios altos, en algunos periféricos como San Lázaro y San Ildefonso, así
como en grandes islotes del centro las calles están deficientemente dotadas, con mal piso, conducciones de agua
insalubres, falta de alcantarillado, mediocre iluminación nocturna… Las casas carecen de casi toda comodidad y el
hacinamiento es tónica general en una ciudad donde la población crece pero el caserío no. Estos granadinos del
primer cuarto del siglo XX siguen dependiendo en una medida muy alta de la agricultura y de hecho los barrios
pobres conservan un marcado aire rural. En abierto contraste con la imagen de modernidad que ofrece el centro.
El ascenso del movimiento obrero que se produce durante la Segunda República cuestionará por primera
vez la ciudad que venía desarrollándose. Si bien el movimiento obrero no porta un modelo alternativo de ciudad
claramente explicitado, sí que plantea unas reivindicaciones que darían lugar, de aplicarse, a una ciudad
netamente diferente. La principal de ellas es, por supuesto, la de viviendas dignas y asequibles para las clases
populares, lo que implicaba, ya nadie se engañaba a aquellas alturas, el ensanche exterior de la ciudad. La
Dictadura, pues, no podía ignorar el problema social y era consciente de que la represión no era el único camino. El
impulso de las obras públicas estuvo entre las prioridades del gobierno primoriverista y las “casas baratas”
encontraron aquí su hueco. Con estas obras se creaban por un lado jornales y por otro podían exhibirse logros en una
de las principales preocupaciones de las clases populares. En definitiva, las reivindicaciones del movimiento obrero
son portadoras de un modelo de ciudad no clasista, en el que el proceso de segregación entre barrios pobres y
burgueses se invertiría hacia el igualitarismo gracias al reparto proporcionado de inversiones en
infraestructuras y a la atención prioritaria hacia el problema de la vivienda para las clases populares, a la par que
se terminaría con los privilegios al clero y se secularizaría al menos parte de sus bienes.
Los principales incidentes que vivió Granada durante la Segunda República fueron la expresión local de la
famosa “quema de conventos” que se inició en Madrid el 10 de mayo de 1931 tras un choque entre monárquicos y
republicanos. En Granada el carácter espontaneo de los incidentes impidió que tuvieran excesiva gravedad, pues se
redujeron al destrozo del mobiliario de algunos centros católicos, a procesiones bufas y a varios conatos de incendio
rapidamente controlados. En los siguientes meses sufrió la ciudad una intensa conflictividad social que se manifestó
en numerosas huelgas, choques con la policía y atentados.
Para sofocar los incidentes acaecidos durante la República las espaciosas vías abiertas a costa de destruir el
centro histórico demostraron ser muy útiles. Gracias a la Gran Vía y a la calle Reyes Católicos la guardia civil, la
guardia de asalto o el ejército controlaron siempre con facilidad el centro urbano y aislaron a los revolucionarios en
el Albaicín. Por otra parte, las pérdidas que los incidentes anticlericales habían ocasionado durante el quinquenio
republicano
fueron considerables para el patrimonio histórico eclesiástico. Las pérdidas se concentraban en el Albaicín, el
entonces conocido como “barrio rojo” de la ciudad, donde se registraban las más altas tasas de pobreza y
analfabetismo.
Barrios Rozúa, Juan Manuel.Granada: historia urbana, Granada, Comares, 2002 extraido de
Violencia urbaní
urbanística y conflictos vecinales en Granada.
Granada.

Transformación urbana y control social. De la ciudad-


ciudad-fábrica a la ciudad mercancía /Agustín
Cócola
Cócola
I.
La megamáquina siempre ha desarrollado diferentes mecanismos para mantener su estado de dominación.
Hace ya algún tiempo que se ha explicado acertadamente el paso de una sociedad en donde el castigo en forma de
encierro era lo predominante a la más actual sociedad del control, control que se verifica y comprueba en multitud
de aspectos y situaciones de la vida cotidiana. En cambio, más allá de controles evidentes, visibles o tangibles,
existen otros aún más sutiles y dispersos que a menudo escapan a nuestros sentidos. Uno de ellos, entre tantos otros, es
la transformación de la ciudad, que influye en la relación del ser humano con su medio físico más inmediato. Un
ejemplo evidente de este mecanismo tuvo lugar a partir de la mitad del siglo XIX como consecuencia de la
Revolución Industrial, hecho singularmente destacado, ya que en realidad se trata del nacimiento de las actuales
ciudades modernas.
La concepción general de que las ciencias sociales o humanidades son inútiles, -improductivas- y la poca
atención e inversión que se les brinda les está costando caro. Pocos recuerdan ya cuándo, dónde y por qué nació la
sociología y los tecnócratas simplemente hacen, como por inercia, sin saber cuál es el objetivo. Ante los disturbios
actuales surgidos en París y extendidos a otras capitales, ante un clima previo de clara marginación social en donde
se vive en espacios incendiarios (en las dos acepciones del término), es ridículo que ahora tengan que recurrir a la
represión policial para “solucionarlo”. Después del bagaje de experiencias similares en la historia más reciente,
después de haber comprendido la utilidad de la reforma social en cuanto medida preventiva, no parece lógico que
no consigan integrar a sus propios súbditos. Lo que estudiaremos en este texto es uno de esos ejemplos similares en
donde la reforma tuvo que imponerse como solución ante la tensión social generada. Quizás el ejemplo más claro.
Pero el objetivo final será situar la reflexión sobre el modelo actual de ciudad que se está desarrollando en Europa
en su fase postindustrial y, sobre todo, si dicho modelo ha previsto los efectos sociales que puede generar.
II.
El crecimiento urbano surgido de forma paralela a la Revolución Industrial no tuvo precedentes en ningún
otro momento de la historia. Tal es así que más del 80% del actual parque inmobiliario que domina las ciudades del
estado español ha sido construido sólo durante los últimos 150 años. El fenómeno estuvo acompañado de un fuerte
aumento demográfico y de una inmigración hacia las grandes ciudades, ya sea desde áreas rurales o desde otros
centros urbanos ahora periféricos. Los ejemplos más evidentes lo constituyen las grandes aglomeraciones
metropolitanas: Londres pasó de 1.000.000 de habitantes en 1800 a 6.500.000 en 1900 o New York, que pasó de
50.000 habitantes a 5.000.000 en el mismo período. Evidentemente no todos los habitantes eran nacidos en dichas
ciudades, y en ambos casos, unas tres cuartas partes de la población estaba formada por inmigrantes.
La causa fundamental de todo este crecimiento es que el nuevo sistema económico necesita de la ciudad
para desarrollarse. Pero si antes existían pequeños núcleos repartidos por el territorio de forma más o menos
homogénea, ahora lo que impera es la concentración. La aglomeración en la urbe ofrece únicas ventajas y
oportunidades que no se pueden dejar escapar. Pero este paso de la comunidad a la sociedad, del campo al slum
urbano, fue posible gracias a otro factor fundamental: los transportes y las comunicaciones.
Si antes cada ciudad producía artesanalmente lo que consumía, y los alimentos llegaban de las
inmediaciones, ahora las industrias se concentran por especialidades en diferentes y pocos puntos, pero sus
productos pueden ser distribuidos allí donde se encuentre el mercado de consumo por muy lejos que sea. La
velocidad y efectividad en dichos transportes es esencial para el desarrollo de la economía y, por ejemplo,
Inglaterra ya había finalizado su red ferroviaria en 1850, cuando en Cataluña se estaba aún construyendo la
primera línea de tren de todo el estado español.
La concentración en la ciudad agrupa en un único espacio todos los medios productivos necesarios. Reduce
costes ya que permite el uso de infraestructuras y transportes comunes, representa un punto polarizante ya que
arrastra tras de sí el establecimiento de nuevas empresas, es una fuente de capital disponible de forma continua y es
el lugar donde dicho capital se administra (bancos). Pero al mismo tiempo, el elevado número de población
aglomerada supone una clientela fija y con cada vez más necesidades, lo que asegura un consumo continuo con la
consecuente especulación causada por la alta densidad en la demanda. Sin embargo, la concentración humana
ofrece, sobre todo, un mercado de mano de obra inagotable. Los inmigrantes aseguran que la mano de obra siempre
sobre, y de esta manera los empresarios pueden mantener la perseguida estabilidad a base de bajos salarios. Son las
ventajas de la ciudad compacta.
No debemos olvidar al mismo tiempo el paralelo desarrollo de la agricultura, que con la introducción de la
maquinaria industrial para el trabajo de la tierra, la mejora en los sistemas de regadío y el descubrimiento de la
química aplicada al mantenimiento de los cultivos aumentó la producción alimenticia (sino no se entiende el
aumento de la población) y “liberó” al campesino mandándolo a la prometedora ciudad.
III.
Ahora bien, ¿cómo responde la ciudad, entendida como calles y edificios, ante el proceso de concentración
que hemos descrito? ¿Cómo hizo para acoger a tanta gente? En general, toda gran metrópoli europea pasó por dos
fases: máxima ocupación dentro del recinto de las murallas, con la consiguiente aglomeración de la población hasta
llegar al hacinamiento y posterior expansión una vez derribadas las mismas, fenómeno que en España recibió el
nombre de “ensanches”. Al mismo tiempo, en algunos casos el perímetro de la muralla se fue ampliando y en otros
fueron apareciendo arrabales, los cuales representaron los primeros barrios periféricos de la historia.
En la primera fase, se construye en aquellos espacios que aún estaban vacíos: huertas (muy habituales
dentro del recinto amurallado), conventos y órdenes religiosas (desamortización) y en general las viviendas se
subdividen y la ciudad crece en altura. El caso de Barcelona es muy característico de esta fase. Por ejemplo, en el
mercado de La Boquería se encontraba el monasterio de Jerusalén, en el de Santa Catalina el monasterio del mismo
nombre, en la plaza Real el convento de Capuchinos, en la plaza de Medinaceli el de San Francisco y en el actual
Liceo el de los Trinitarios Descalzos. Sin embargo, lo más paradigmático fue lo ocurrido con la vivienda.
Existe una relación directa entre el modo de producción y el espacio doméstico. En este caso, el fin del siglo
XVIII en Barcelona está marcado por el paulatino cambio que supuso la desaparición del sistema gremial al
comenzar a ser sustituido por la empresa capitalista. Esta situación influye directamente en la vivienda, ya que
debemos tener en cuenta que en un sistema gremial, producción, formación y residencia comparten un mismo
espacio, mientras que en el capitalista se produce en la fábrica, se forma en las escuelas y se deja la casa para ir a
dormir, teniéndose que adaptar los espacios a las nuevas necesidades.
En la casa gremial o artesana el taller y el almacén ocupaban la planta baja, que en fachada se
correspondía con un gran portón. Para acceder a los pisos superiores había que atravesar el taller, ya que la escalera
se situaba detrás de éste, la cual conducía a la planta noble, de más altura y más espaciosa que las demás, y que era
la vivienda del maestro y su familia. En la planta superior habitaban los aprendices y los criados. Además, las casas
solían tener patio en el fondo que muchas veces se convertían en huertos. Se trata, pues, de una jerarquía vertical, en
donde los espacios se reducen a medida que subimos de planta. Viviendas unifamiliares de dos o tres plantas más la
planta baja, lugares de producción, de formación y asistenciarios, y que poco a poco irán cambiando por la fábrica,
la escuela y los hospitales.
El aumento de la población con la llegada de inmigrantes debido a la introducción de las primeras
industrias ya se produce en Barcelona durante el siglo XVIII. En 1718 los habitantes de la ciudad eran 34.000,
mientras que en 1800 eran 115.000. La construcción del barrio de La Barceloneta (1753) no es suficiente y hacen
falta más alojamientos. La solución fue subdividir las viviendas, convirtiendo en plurifamiliares las que hasta el
momento eran unifamiliares. Se inicia, de esta manera, una nueva etapa en la historia de la vivienda. Los alquileres
de casas nunca antes se habían conocido en Barcelona hasta este momento, y fue precisamente el clero el primero
en especular con sus propiedades. La vivienda ya no es solamente un lugar de residencia, sino que se convierte en
una mercancía con valor de cambio.
Era necesario adaptar un espacio pensado para una familia y transformarlo en núcleo habitacional para
más de una unidad familiar. Al tratarse de familias diferentes no era oportuno cruzar el taller o la tienda para
acceder a la escalera, con lo que surge la escalera lateral que permite acceder a las viviendas de forma
independiente. Su repercusión en la fachada es la aparición de una pequeña puerta con una ventana superior al
lado del portón. Hoy día este elemento se mantiene así en gran parte de las casas de Ciutat Vella. Al mismo tiempo
se eleva la altura de los edificios añadiendo plantas para que en cada una de ellas quepa una familia, pasando la
mayoría de tres plantas a cuatro o cinco. Además, disminuye el espacio libre en relación al construido, es decir, se
edifica en lo que antes era el huerto y aparece por primera vez, para la ventilación de la vivienda, el patio de luces.
En este sentido, un nuevo elemento adquiere importancia: la terraza. En la casa artesana el tejado estaba inclinado
hacia la calle, pero a partir de entonces se necesitaba un espacio al aire libre donde poder simular lo que se tenía
antes. La cubierta pasa a ser plana, con canalizaciones para el agua de lluvia.
Es desde estos momentos cuando la calidad en la construcción comienza a disminuir cada vez más.
Históricamente una familia necesitaba vivir en una misma casa varias generaciones. No especulaba con ella, sino
que construía con la mejor calidad posible. Pero desde que la vivienda se convierte en una mercancía y se pretende
sacar rentabilidad con ella por medio de una relación directa entre inversión y plusvalía, se comienza a construir,
hasta llegar a nuestros días, cada vez peor. En el siglo XVIII la piedra comienza a ser sustituida por el ladrillo, el
estuco y el esgrafiado por la pintura y para la carpintería se prefiere la peor madera. Al igual que ahora, también se
alquilaba por metros cuadrados, con lo que comienza a reducirse el grosor de los muros. La altura de cada planta
también disminuye y los espacios abiertos, como balcones y terrazas, se llenan de plantas y flores para simular los
añorados jardines desaparecidos con la especulación urbana.
Con estas transformaciones las casas artesanas adoptan una apariencia "estrecha". La anchura de la fachada
seguía siendo la misma crujía medieval, cuando su altura había aumentado considerablemente. A este tipo de
viviendas se le denomina "casa de escaleta" debido al cambio que supuso la aparición de una escalera en tan poco
espacio. Sin embargo, lo que me interesa resaltar es que a partir de estos momentos comienza a romperse el
equilibrio entre la anchura de la calle y la altura de ésta. Las casas son demasiado altas para el trazado medieval.
El espacio útil en la residencia de cada familia es menor, aunque el edificio exteriormente sea más
voluminoso. Por ejemplo, la parroquia de Santa María del Pi en 1716 comprendía 1.800 viviendas unifamiliares,
mientras que en 1790 comprendía 9.783 unidades familiares en las mismas viviendas(1). Evidentemente, el espacio
interior de las mismas había sido modificado. López Guallar sostiene que las casas artesanas se habían reducido a la
planta baja, compartiendo taller y residencia y alquilando los pisos superiores(2). Asistimos de esta forma al proceso
de sustitución del sistema gremial por la empresa capitalista, lo que conlleva, además, una transformación de la
mano de obra, de la formación y de la familia. El espacio y la mano de obra ahora son costes de producción y han
reducido la competitividad del sistema gremial. Se abre paso la hegemonía del trabajo libre y la expansión de los
grupos domésticos identificados como familias nucleares, hasta llegar a ser, éstas últimas, el elemento básico de la
estructura social y residencial ya a finales del setecientos. Familia nuclear como usuaria del piso de alquiler es, pues,
la nueva idiosincrasia de la sociedad urbana.
IV.
La consecuencia directa de todo este proceso fue el hacinamiento,
hacinamiento entendido como el aumento de la
población que no va acompañado de la ampliación del espacio residencial. La alta densidad humana y constructiva
en la todavía trama medieval llevó a la degradación de las condiciones de vida de la población: “reducida al
estrecho círculo que la fijan sus murallas, convertidas en magníficas fábricas o en reducidas habitaciones la mayor
parte de las huertas que en otro tiempo contribuían a purificar el aire…, levantados hasta terceros y cuartos pisos
aquellas modestas casas que antes no tenían más que uno o dos, divididos en muchas habitaciones pequeñas
aquellos locales que antes servían para una sola familia y aumentados considerablemente los alquileres porque han
seguido al asombroso aumento del valor del terreno, para poderlos pagar los desgraciados jornaleros se ven
obligados a apiñarse en habitaciones pequeñas y poco ventiladas”(3). La población de Barcelona aumenta un
155% entre 1830 y 1877 cuando la esperanza de vida no superaba los 28 años. Sin embargo, esta degradación tuvo
en Barcelona un caso moderado. En ciudades más concentradas como Londres, Manchester, Liverpool o París las
consecuencias fueron mucho peores: humedades en todas las ciudades generada por la impedida ventilación ante
edificios tan elevados en calles pensadas para dos plantas y que tampoco dejaban entrar la luz solar; habitaciones
en donde se agrupaban más de quince personas; en Liverpool, de sus 400.000 habitantes a mitad del siglo XIX, más
de 60.000 vivían en sótanos sin luz natural ni aireación alguna. La descripción de estas condiciones ya se ha
repetido suficientes veces y puede resumirse en lo que Mumford llamó “la insensata ciudad industrial”(4). Son este
tipo de descripciones las que suelen justificar los argumentos “higienistas” ante la posterior ampliación de las
ciudades: “es urgente ampliar el centro de París abriendo nuevas calles en todas las direcciones […] y hacer llegar
finalmente luz y vida en aquellos oscuros barrios donde la mitad de la población vegeta miserablemente, donde la
suciedad es repugnante y el aire insalubre, las calles tan estrechas y la muerte tan activa, que aquellos barrios
impresionan más que ningún otro”(5).
Por lo general, estas causas higiénicas son las únicas que suelen explicar aquel fenómeno que en España se
llamó “ensanches”, los cuales estuvieron acompañados de proyectos de “reforma interior” y que nosotros hemos
agrupado en la segunda fase de la transformación urbana. Sin embargo, la higiene no fue la principal causa. El
nuevo sistema económico, basado en la producción en serie para su posterior consumo de masa sólo era (y es) posible
mediante la rápida distribución de lo producido, distribución lenta y difícil en las hacinadas ciudades heredadas. A
partir de ahora, la escala de la ciudad deja de ser “humana” y viene pensada, condicionada y ampliada para un
eficaz tráfico de mercancías. Es, pues, por medio de la circulación que el tejido urbano se industrializa: “cuanto más
se quiere ser activo, producir y consumir, más se necesita multiplicar los intercambios. Más se debe, en otras
palabras, acelerar la circulación”(6). Era necesario propiciar el movimiento continuo y sin interrupciones y el
resultado fueron calles rectas, anchas y ágilmente transitables, capaces de conectar dos puntos focales que de otra
manera parecerían ampliamente distantes.
Pero al mismo tiempo, en un clima de alta tensión social el cambio de escala perseguía otro objetivo. En
1859, un juicio crítico en defensa del proyecto de ensanche de ‘’’Cerdá’’’ y en oposición al de Rovira i Trias que se
basaba en un esquema radial decía: “en las ciudades modernas hay una necesidad imperiosa de que no se puede
prescindir nunca, tal es la de la defensa interior y conservación del orden público, primera garantía de las naciones
civilizadas que ha obligado al emperador Napoleón III a abrir espaciosas calles destruyendo el confuso laberinto de
la espaciosa París. Esta cuestión importantísima de que el gobierno no puede prescindir y cuya solución satisfactoria
anhela al pacífico vecindario de Barcelona… no sabemos cómo podría resolverse a satisfacción de todos por medio
de esas calles tortuosas donde los medios de defensa no pueden pasar más allá del espacio que media de una a otra
de las vías radiales”(7). Quizás, Benjamín Peret,
Peret refiriéndose a las amplias y vacías avenidas de Haussmann,
Haussmann lo
expresó más claro: “el objetivo era mantener París empuñando las ametralladoras”(8). Cualquier ser humano en
movimiento se encuentra completamente controlado y visualizado en este tipo de vías, y tal es así, que desde la
Comuna de París (1871), nadie se ha atrevido a protestar en ellas.
La necesidad de evitar o reprimir manifestaciones no debe extrañarnos en absoluto. Al hacinamiento y
degradación descritos anteriormente debemos sumar, por ejemplo, jornadas laborales interminables y mal
retribuidas. Ya Cerdá,
Cerdá en su “Monografía Estadística de la Clase Obrera en Barcelona” de 1856, asegura que las
necesidades mínimas de las familias están muy lejos de ser cubiertas y aconseja al empresariado industrial a “buscar
una solución para evitar revueltas”(9), revueltas que fueron generalizadas en Barcelona en los años 1835, 1843,
1854 y 1856(10). Sabemos ya que en las ciudades heredadas y aún no ampliadas o ensanchadas convivían en un
mismo espacio todas las clases sociales. La jerarquía era vertical: burgueses en las plantas principales y proletarios
en las superiores. El lector atento habrá subrayado que Cerdá usa el término “clase obrera”, y es que la
concentración urbana y las malas condiciones de vida posibilitaron la formación de dicha conciencia, sobre todo
cuando en el mismo edificio habitaban los culpables. El peligro era inminente.
La burguesía no podía correr el riesgo de convivir con los miserables, entre otras cosas porque el odio
aumentaba jornada laboral tras jornada laboral. Había conquistado definitivamente el poder con la revolución de
1848, pero no tenía barrio propio. La primera y gran planificación urbana de la historia moderna es, pues, una
estrategia de clase pensada para reorganizar zonas y funciones en la ciudad. Pone a cada uno en su sitio. Manda a los
unos a una periferia mal construida y con pocos servicios y a los otros a sus zonas residenciales con amplios espacios
verdes bien protegidos y comunicados. La jerarquía pasa a ser horizontal, y el urbanismo se consagra como técnica
política al servicio de la nueva sociedad.
Ciudades hacinadas con dificultad para circular y en donde el miedo a la subversión era cada vez mayor. El
resultado fueron los boulevards de Haussmann, el ensanche de Cerdá y otras diferentes variantes, pero en general
representaron procesos de transformación pensados todos para el mismo fin y cuyo modelo lo había determinado ya
en 1811 la naciente y simpática megalópoli: New York.
V.
Estas “necesarias” transformaciones originadas por el nuevo sistema productivo en general, y de las que
hemos sintetizado sus causas particulares, contaban con una serie de estudios previos y descripciones que al fin y al
cabo no hacían otra cosa mas que “avisar” al poder para que las realizara con el objetivo de evitar “males mayores”,
entre las que ya hemos mencionado al de Cerdá y sus consejos al empresariado industrial. De 1845 es el libro sobre
“La Situación de la Clase Obrera en Inglaterra” de Engels y de 1840 el del médico francés Villermé titulado
“Tableau de l’Etat Physique et Moral des Ouvriers” por citar algunos ejemplos. Sin embargo, el origen de este tipo
de análisis se sitúa en Inglaterra cuando en 1753 ya se hacen oficiales los primeros censos poblacionales periódicos,
censos que iban acompañados de una descripción social y económica de los habitantes. Nacen de esta manera los
primeros estudios sociales sobre las condiciones de vida en la ciudad y que a finales del siglo XIX dará lugar a la
sociología como disciplina propia.
El objetivo de este tipo de estudios no era siempre el mismo y la diferencia, por ejemplo, entre el de Engels y
el de Cerdá es abismal. Mientras el uno, tras describir una determinada condición proponía la revolución como
única salida, el otro (junto con el resto de los citados) proponía una urgente reforma para evitar la subversión y el
orden social, si bien la descripción de ambos era prácticamente la misma. Aún así, el análisis “revolucionario” de
Engels también advierte al poder y este hecho nos debe hacer reflexionar sobre la “utilidad interna” que el sistema
hace de los estudios marxistas, aunque ni unos (por su pretendida acción revolucionaria) ni otros (por su miedo a la
conciencia de clase) son capaces de reconocerlo.
VI.
La historia siempre es la misma. Dominar hasta el límite, y cuando la situación es insostenible se debe
cambiar algo para evitar conflictos. Lampedusa lo resumió con su famosa frase algo tiene que cambiar para que
todo siga igual, y en el siglo XIX lo que cambiaron fueron la ciudades y la distribución de los habitantes sobre la
misma. Aunque la gran estrategia llegó un poco más tarde: lejos de desmoralizar y estrechar aún más las condiciones
de la masa, lejos de aumentar las diferencias cultivadoras de rencor, la solución fue bien diversa, ya que
aparentemente “mejoraron” su situación con el fin de convertirlos en propietarios de los techos que les habían
asignado. En relación con la sociedad de consumo y el estado del bienestar, el milagro democratizador de las
hipotecas ha transformado al trabajador en un aparente burgués. Antes no tenía nada, ahora duerme tranquilo
porque es propietario de casa y coche. Antes no tenía nada que perder, ahora puede perderlo todo.
Y digo que es una estrategia porque así ha sido planificado desde el poder. El trabajador endeudado realiza
unas preciosas horas extras, y como ahora cree ser feliz adquiriendo bienes materiales ya no se queja, entre otras
cosas porque teme perder su puesto y ahora no se lo puede permitir. Además, la vivienda en propiedad sirve de
garantía para la obtención de nuevos créditos que permitan adquirir nuevos bienes de consumo duraderos y
aumentar aún más su endeudamiento. Pero otro matiz es aún importante. Así, el XXI Congreso de la Unión
Internacional de la Propiedad Industrial y Urbana decía: “el congreso constata el desenvolvimiento de la
copropiedad en numerosos países, considerándolo como una medida de defensa del Cuerpo Social contra la
colectivización del alojamiento, estando convencido de que los dueños de apartamentos se encontrarían al lado de
los propietarios en las luchas que se avecinan en defensa de la libertad económica”(11). Es decir, la difusión de la
satisfacción por sentirse propietario contribuye a integrar en el sistema a clases sociales que por su situación
deberían adoptar otro tipo de actitudes que van más allá de creerse ser burgués.
VII.
En definitiva, hemos visto que el urbanismo es una herramienta del pensamiento político para organizar un
determinado modelo social en el espacio. Pero al mismo tiempo necesita la seguridad de que se cumplan las
previsiones sociales sobre las que el plan urbanístico se basa. Es decir, no puede existir un plan concreto si no existe
un estudio sociológico anterior que lo justifique, pero sobre todo, la estrategia empleada debe prever la manera en
la que el plan afectará a todos y cada uno de los grupos sociales implicados. En el caso estudiado hemos mencionado
los análisis sociales que aconsejaban una reestructuración urbana, pero no existieron análisis sobre cómo
reaccionaría la clase trabajadora ante la nueva situación. El desarrollo de la sociedad de consumo completó la
estrategia.
Pero en la actual sociedad occidental, caracterizada por la cada vez más terciarización de la economía y la
deslocalización industrial, el modelo de gestión urbana ha debido adaptarse a la nueva situación. Ahora bien, si el
objetivo es el control y la estabilidad social, y hasta que se implante definitivamente el poshumano, como hemos
visto, ponen todos sus esfuerzos en conseguirlo, ¿cómo es que no han sabido prever las revueltas en la periferia
parisina? Resaltamos periferia, ya que el centro, tal como sabemos, es demasiado peligroso para protestar. ¿Tal vez
porque con la privatización del conocimiento se están olvidando de investigar en estudios sociales? ¿O que ya no lo
hacen porque confían en el efecto de los psicofármacos?
Ahora las cosas han cambiado, y la degradación y el hacinamiento se desplazan cada vez más hacia los suburbios.
¿Será porque como ellos no van por aquellos barrios se han olvidado que allí viven las dos terceras partes de los
10.000.000 de habitantes “parisinos”? ¿O será porque para la administración el coste del habitante marginal es el
más elevado de todos ya que éste no “devuelve lo prestado” en forma de consumo masivo y, por lo tanto, no se
invierte en él? En una ciudad en donde el autobús público transita de media a 9 km/hora y en donde existen menos
de 2 m2 de espacio verde por persona, las únicas transformaciones urbanas realizadas en las últimas décadas han
consistido en equipar aún más el centro con el fin de potenciar la imagen adquirida por la cual todos los servicios
culturales y económicos son posibles. La nueva gestión urbana apuesta por vender y hacer competitivo el producto
ciudad de cara a inversores y turistas. Debe ser un producto seductor, limpio, de calidad y sin conflictos para lo cual
se potencia el centro histórico como lugar en donde se concentran sus rasgos únicos, identificatorios (iconos), con el
fin de diferenciarse de las otras ciudades-productos. El resultado ha sido el consiguiente encarecimiento del suelo,
expulsando ahora a la clase media hacia la periferia cada vez más degradada, peor construida y con menos
servicios. Los únicos marginales que se han quedado en el centro son algunos inmigrantes que sólo pueden vivir
hacinados en casas ruinosas, de las que unas cuantas se han incendiado recientemente.
Y esta situación no es ajena al estado español. Los antiguos centros industriales están apostando por el
mismo modelo y el resultado es que ciudades como Bilbao, Valencia, Madrid o Barcelona cada vez se están
especializando más en ofrecer todo tipo de servicios. El caso catalán es sin duda el más claro ya que fue la primera
ciudad en comprender la necesidad del cambio allá por los años ochenta, pero ni mucho menos es la creadora del
modelo aunque así se insista en recientes publicaciones. El resultado es que desde los juegos olímpicos el proceso de
gentrificación se está acentuando cada vez más: infraestructuras culturales y “reforma interior” (esponjamiento) en
el Raval expulsando a los que ya no lo pueden pagar y en donde sólo se puede vivir o bien con un alto poder
adquisitivo o hacinándose como han “decidido” algunos inmigrantes; transformación del litoral en donde
anteriormente habitaba la población más marginal (desaparecida ahora ante la vista de todos), especializando la
zona para el servicio del ocio y del turismo; edificios vanguardistas por todas partes que crean una imagen moderna
de la ciudad con el fin de hacerla más competitiva, pero que encarecen el suelo y el posterior nivel de vida de la
zona, congestionando cada vez más los bolsillos de las familias; sustitución de las últimas infraestructuras
industriales (Poble Nou) por infraestructuras en tecnología punta, lo que está conllevando la desintegración del
tejido social del barrio y el desplazamiento de sus integrantes.
Las características de los cambios producidos son más amplias y complejas de lo que aquí se ha
planteado(12). Sin embargo, el objetivo ahora es preguntarnos: ¿a dónde ha ido a parar toda esta gente? ¿Se ha
previsto cómo puede influir en estos grupos sociales los cambios que han tenido que adoptar? ¿Contiene el nuevo
modelo de gestión urbana estudios sociológicos que aseguren que todos los grupos desplazados aceptarán el cambio
sin más y que al mismo tiempo aceptarán convivir con los 15 millones de turistas anuales que el ayuntamiento de
Barcelona desea alcanzar en los próximos 5 años? Está claro que los planificadores piensan en una ciudad acorde
con los intereses de quienes les pagan. Sólo quería recordarles que hoy día está bastante aceptado que en los juegos
no deben existir perdedores y para que ellos ganen tienen que ganar todos.
Notas
(1) LÓPEZ GUALLAR, PILAR, "Evolució demogràfica", en SOBREQUÉS I CALLICÓ, JAUME (ed.): El desplegament de la
ciutat manufacturera: 1714-1833 (Història de Barcelona V), Ajuntament de Barcelona, Barcelona, 1993, pp. 109-166, p. 153.
(2) LÓPEZ GUALLAR, PILAR, "Les transformacions de l'hàbitat: la casa i la vivienda a Barcelona entre el 1693 i el 1859",
Actes del primer congrés d'Història Moderna de Catalunya, Barcelona, del 17 al 21 de Desembre de 1984, pp. 111-118, p.114.
(3) JOSÉ FONT i MOSELA, Consideraciones sobre los inconvenientes que irrogan a la salud de los jornaleros y a la pública de
Barcelona, 1852, citado en CAPEL, HORACIO, Capitalismo y morfología urbana en España, Libros de la Frontera, Barcelona,
1983 (1ª ed. 1975), p. 17.
(4) MUMFORD, LEWIS, La cultura delle città, Einaudi, Torino, 1999 (1ª ed. New York, 1938), pp. 133-212.
(5) Texto extraído de Rapport sur le choléra, París, 1832, en RONCAYOLO, MARCEL, “L’esperienza e il modello”, en OLMO,
CARLO y LEPETIT BERNARD, La città e le sue storie, Einaudi, Torino, 1995, pp. 51-86, p. 55.
(6) PECQUEUR CONSTANTINE, Des améliorations materielles dans leurs rapports avec la liberté, París, 1843, citado en
RONCAYOLO, MARCEL, “preludio all’haussmannizzazione. Capitale e pensiero urbano in Francia intorno a 1840”, en DE
SETA, CESARE (a cura di), Le città capitali, Laterza, Roma-Bari, 1985, pp. 133-147, p. 135.
(7) Texto incluido en la reedición de la obra de Ildefonso Cerdá, Teoría General de la Urbanización y aplicación de sus
principios y doctrinas a la reforma y ensanche de Barcelona, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1968 (1ª ed. Barcelona,
1867), 3 vols, vol III, p. 431, citado en CAPEL, HORACIO, op. cit. p. 36.
(8) Citado en LEFEBVRE, HENRI, Il diritto alla città, Marsilio Editori, Padova, 1970, p 34.
(9) Citado en GRAU, RAMÓM y LÓPEZ MARINA, Exposició Universal de Barcelona. Llibre del Centenari, 1888-1988,
L’Avenç, Barcelona, 1988, p. 172.
(10) Ver VVAA, La Barcelona rebelde. Guía de una ciudad silenciada, Octaedro, Barcelona, 2004 (1ª ed. 2003).
(11) Citado en CAPEL, HORACIO, op. cit. p.134. (12) Ver CAPEL, HORACIO, El modelo Barcelona: un examen crítico,
Ediciones del Serbal, Barcelona, 2005; UNIÓ TEMPORAL d’ESCRIBES [UTE], Barcelona marca registrada. Un model per
desarmar, Virus Editorial, Barcelona, 2004.

Bibliografía
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Dos entrevistas a Mike Davis: “Los suburbios de las ciudades del


del tercer mundo son el nuevo
escenario geopolítico decisivo”
En pocos años, por primera vez en la historia de la humanidad, la población urbana superará en número a la
rural. Ahora bien, la mayor parte de estos urbanitas no vive en lo que normalmente entendemos por ciudad, sino en
inmensos suburbios sin apenas Mike Davis, uno de los pensadores más recomendables de los últimos años y una
fuente inagotable de nuevas perspectivas y temas de estudio –próximamente publicará una breve historia del
coche bomba–, aborda esta nueva realidad en Planet of Slums [planeta de suburbios], uno de esos libros
imprescindibles que te hacen preguntarte cómo es posible que no lo haya escrito nadie antes. Entre tanto,
Traficantes de Sueños publica en español Ciudades muertas.
En tutu descripción de la nueva “geografía posturbana” utilizas un vocabulario novedoso: corredores
regionales, conurbaciones difusas, redes policéntricas, periurbanización...
Se trata de un lenguaje en pleno proceso de desarrollo y en el que apenas reina el consenso. Los debates más
interesantes han surgido a partir del estudio de la urbanización en el sur de China, Indonesia y el sudeste de Asia y
giran principalmente en torno a la naturaleza de la periurbanización en la periferia de las grandes ciudades del
tercer mundo. Con este término me refiero al lugar en el que se encuentran el campo y la ciudad y la pregunta que
se plantea es: ¿estamos ante una fase temporal de un proceso complejo y dinámico o esta naturaleza híbrida se
mantendrá a lo largo del tiempo? La nueva realidad periurbana presenta una mezcla muy compleja de suburbios
pobres, desplazados del centro de las ciudades y, entre medias, pequeños enclaves de clase media, frecuentemente
de nueva construcción y vallados. En esta periurbanización encontramos también trabajadores rurales atrapados
por la manufactura de baja remuneración y residentes urbanos que se desplazan diariamente para trabajar en la
industria agrícola. Curiosamente, este fenómeno ha despertado también el interés de los analistas militares del
Pentágono, que consideran estas periferias laberínticas uno de los grandes retos que deparará el futuro a las
tecnologías bélicas y a los proyectos imperiales. Tras una época en la que se centraron en el estudio de los métodos
de gestión empresarial de moda –el just-in-time y el modelo Wal Mart–, en el Pentágono parecen ahora
obsesionados con la arquitectura y el planeamiento urbano. EE UU ha desarrollado una gran capacidad para
destruir los sistemas urbanos clásicos, pero no tiene ningún éxito en las “Sader Cities” del mundo. El caso de Faluya
es sintomático: después de que la destrozaran con bulldozers y bombas de racimo, los mismos insurgentes con los que
se quiso acabar la reocuparon cuando acabó la ofensiva. Creo que la izquierda y la derecha coinciden en que los
suburbios de las ciudades del tercer mundo son el nuevo escenario geopolítico decisivo.
¿Cuál es la representación cultural más adecuada de los suburbios del tercer mundo que describes en
Planet of Slums?
Si Blade Runner fue un día el icono del futuro urbano, el Blade Runner de los suburbios es Black Hawk
derribado. Reconozco que no puedo dejar de verla: su puesta en escena y su coreografía son increíbles. La película
representa a la perfección esta nueva frontera de la civilización: la “misión del hombre blanco” en los suburbios del
tercer mundo y sus amenazantes ejércitos con aspecto de videojuego enfrentándose a heroicos tecnoguerreros y a los
rangers de la Delta Force. Por supuesto, desde el punto de vista moral es una película aterradora: es como un
videojuego, en el que es imposible contar a todos los somalíes que mueren.
Por lo demás, la realidad es que los blancos no son mayoría entre los Rangers desplazados al extranjero: son
americanos, sí, pero casi todos ellos proceden también de los suburbios. El nuevo imperialismo, como el viejo, tiene
esta ventaja: la metrópoli es tan violenta y alberga tanta pobreza concentrada que produce excelentes guerreros
para este tipo de campañas militares. Un antiguo profesor mío escribió un libro magnífico que mostraba, contra todo
pronóstico, que en las victorias en las campañas militares del Imperio Británico el factor decisivo no era la
tecnología armamentística sino la habilidad de los soldados británicos en el cuerpo a cuerpo con bayoneta, una
habilidad que era consecuencia directa de la brutalidad de la vida cotidiana en los barrios bajos ingleses.
Más allá del giro hacia la violencia y la insurgencia, ¿está surgiendo algún sistema de autogobierno en los
suburbios?
suburbios?
La organización en los suburbios es extraordinariamente diversa. En una misma ciudad latinoamericana, por
ejemplo, hay desde iglesias pentecostales hasta Sendero Luminoso, pasando por organizaciones reformistas y ONG
neoliberales. La popularidad de unos y otros colectivos varía muy rápidamente y es muy difícil hallar una
tendencia general. Lo que está claro es que en la última década los pobres –y me refiero no sólo a los de los barrios
urbanos clásicos que mostraban ya niveles altos de organización, sino también a los nuevos pobres de las periferias–
se han estado organizando a gran escala, ya sea en una ciudad iraquí como Sader City o en Buenos Aires. Los
movimientos sociales organizados han puesto sobre la mesa reivindicaciones de participación política y económica
sin precedentes, que han impulsado un avance en la democracia formal. Sin embargo, generalmente los votos tienen
poca relevancia: los sistemas fiscales del tercer mundo son, con escasas excepciones, tan regresivos y corruptos y
disponen de tan pocos recursos que es casi imposible poner en marcha una redistribución real. Además, incluso en
aquellas ciudades en las que hay un mayor grado de participación en las elecciones, el poder real se transfiere a
agencias ejecutivas, autoridades industriales y entidades de desarrollo de todo tipo sobre las que los ciudadanos no
tienen ningún control y que tienden a ser meros vehículos locales de las inversiones del Banco Mundial. La vía
democrática hacia el control de las ciudades –y, sobre todo, de los recursos necesarios para acometer las reformas
urbanas– sigue siendo increíblemente difícil.
En casi todos los programas gubernamentales o estatales que intentan abordar la pobreza urbana, el
suburbio pobre se entiende como un mero subproducto de la superpoblación.
No tengo ninguna confianza en el concepto de superpoblación. La cuestión fundamental no es si la
población ha aumentado demasiado, sino cómo cuadrar el círculo entre, por un lado, la justicia social y el derecho a
un nivel de vida decente y, por otro lado, la sostenibilidad ambiental. No hay demasiada gente en el mundo; lo que
sí hay, obviamente, es un sobreconsumo de recursos no renovables. Por supuesto, la solución ha de pasar por la propia
ciudad: las ciudades verdaderamente urbanas son los sistemas más eficientes ambientalmente hablando que hemos
creado para la vida en común. Ofrecen altos niveles de vida a través del espacio y el lujo públicos, lo que permite
satisfacer necesidades que el modelo de consumo privado suburbano no puede permitirse. Dicho esto, el problema
básico de la urbanización mundial actual es que no tiene nada que ver con el urbanismo clásico. El auténtico desafío
es conseguir que la ciudad sea mejor como ciudad. Planet of Slums da la razón a los sociólogos que señalaron en los
años cincuenta y sesenta los problemas de la suburbanización norteamericana: ocupación caótica del territorio,
incremento de los tiempos de traslado del domicilio al trabajo y de los recursos asociados a este traslado, deterioro
de la calidad del aire y falta de equipamientos urbanos clásicos.
Pero, ¿acaso no hay ciudades demasiado pobladas para el entorno tan escaso en recursos en el que están
implantadas?
La inviabilidad de una megaciudad tiene menos que ver con el número de personas que viven en ella que
con su modo de consumir: si se reutilizan y reciclan recursos y si se comparte el espacio público, entonces es viable.
Hay que tener en cuenta que la huella ecológica varía muchísimo según los grupos sociales. En California, por
ejemplo, el ala derecha de los movimientos conservacionistas sostiene que hay una enorme marea de inmigrantes
mexicanos que es la responsable de la congestión y la polución, lo cual es completamente absurdo: no hay población
con menor huella ecológica o que tienda a utilizar el espacio público de forma más intensa que los inmigrantes de
Latinoamérica. El auténtico problema son los blancos que se pasean en sus cochecitos de golf por los ciento diez
campos que hay en Coachella Valley. En otras palabras, un hombre de mi edad ocioso puede estar usando diez,
veinte o treinta veces más recursos que una chicana que intenta salir adelante con su familia en un apartamento del
centro de la ciudad. No hay que dejarse llevar por el pánico al crecimiento de la población o a la llegada de
inmigrantes; lo que hay que hacer es pensar cómo se pueden fomentar las aptitudes del urbanismo para lograr, por
ejemplo, que suburbios como los de Los Ángeles funcionen como una ciudad en el sentido clásico. También hay que
respetar la necesidad absoluta de conservar las zonas verdes y las reservas ambientales sin las cuales las ciudades no
pueden funcionar. La tendencia actual en todo el mundo es que los pobres busquen acomodo en zonas húmedas de
importancia vital, que se instalen en espacios abiertos cruciales para el metabolismo de la ciudad. Ahí está el
ejemplo de Bombay, donde los más pobres se han asentado en un Parque Nacional adyacente donde, de cuando en
cuando, se los comen los leopardos, o de São Paulo, donde se emplean enormes cantidades de sustancias químicas
para purificar el agua porque se está librando una batalla perdida contra la polución en la cabecera de sus fuentes
de abastecimiento. Si se permite este tipo de crecimiento, si se pierden las zonas verdes y los espacios abiertos, si los
acuíferos se bombean hasta agotarlos y se contaminan los ríos, se daña fatalmente la ecología de la ciudad.

Entrevista a Mike Davis por Geoff Manaugh

Supe por primera vez del trabajo de Mike Davis hace aproximadamente una década, a través de su libro
Ciudad de cuarzo, una minuciosa y poética mirada a la geografía decada social de Los Angeles. Acaso lo más
memorable de Ciudad de cuarzo sea su extraordinaria descripción de la militarización del espacio público de Los
Ángeles, desde las impenetrables “habitaciones del pánico” de las mansiones de Beverly Hills hasta el cambiante
mundo del crimen organizado en la zona centro-sur de la ciudad. El Departamento de Policía de Los Ángeles no sólo
utiliza “un satélite geosincrónico para el mantenimiento del orden” con el propósito de paliar su completo descuido
de la ciudad, “sino que en miles de azoteas se han pintado los números identificativos de las calles, convirtiendo la
vista aérea de la ciudad en un gran espacio compuesto por cuadrículas que facilitan el control policial”. En la Los
Ángeles de hoy, “las estructuras carcelarias se han convertido en la nueva frontera de la arquitectura pública”.
Muchas de las conclusiones a las que llega Davis pueden molestar al lector; pero esto sólo es una parte de lo
que ocurre cuando se leen sus libros.
Un libro de más amplio espectro –además de ser más abiertamente político– es la recopilación que Davis hizo en
Ciudades muertas. Es posible que sea uno de sus libros en los que sea más difícil hallar una sola idea que resuma
toda la obra, pero, sin embargo, finaliza con un estallido vigorizante. La sección final, titulada “Ciencia extrema”, es
un ejemplo perfecto de cómo los libros de Davis siguen teniendo tanta consistencia y de por qué suscitan tanto
interés. Se trata de un viaje en el que avanzamos entre impactos de asteroides, extinciones prehistóricas masivas,
desastres victorianos, desequilibrios en la gravitación planetaria, e incluso a través del cambio climático inducido
por los humanos. Pero el libro está globalmente dedicado a reflexionar sobre el urbanismo de la costa occidental de
Estados Unidos.
No cabe duda de que la particular concepción de la sociología urbana de Mike Davis tiene una legión de
detractores –detractores que le han acusado de falsificar sus entrevistas, de tener una desmedida inclinación por la
investigación selectiva, de exagerar deliberadamente el lado oscuro de Los Ángeles (ya se trate de la tectónica de
placas, de la brutalidad policial o de los disturbios por motivos raciales); además, se ha visto envuelto en batallas
partidistas que en general suelen presentar el enfoque clásicamente marxista de David como inadecuado y
anticuado. Aunque algunas de estas críticas puedan alguna clase de justificación, debo reconocer que en mi caso
siento una curiosidad irrefrenable cada vez que veo que ha aparecido un nuevo libro suyo en el expositor de
novedades de alguna librería.
Sea como fuere, la siguiente entrevista tuvo lugar después de la publicación del libro más reciente de
David, Planeta de ciudades miseria. Puesto que ya hice una reseña del libro para el número de verano de 2006 de
la Urban Design Review, no me parece oportuno extenderme en ciertas consideraciones en este lugar; pero sí cabe
decir que Planeta de ciudades miseria deja bien claro desde la primera página de qué trata la totalidad del libro.
Davis dice allí que estamos ante “un momento de cambio radical en la historia de la humanidad, comparable a las
revoluciones neolítica e industrial. Por primera vez en la historia, la cantidad de población que habita en las
ciudades supera a la que vive en las zonas rurales”. Esta población “urbana” no encuentra acomodo en ciudades, sino
en enormes barriadas miserables en las que coexisten violentamente algunos miles de millones de personas
soportando asaltos policiales, aguas residuales de origen humano, industrias que producen residuos tóxicos
metalíferos, y enfermedades emergentes.
Hablé con Mike Davis por teléfono.
P. En primer lugar, ¿podrías decirme algo acerca de lo que te ha llevado a escribir Planeta de ciudades miseria?
¿Has tenido que viajar para poder escribirlo?
MD. Se trata de un viaje realizado casi enteramente desde el sillón de mi casa. Lo que he hecho ha sido leer toda la
literatura en lengua inglesa que he encontrado sobre pobreza urbana. Teniendo cuatro hijos, dos de ellos pequeños,
creo que sólo hubiera podido visitar algunos de los lugares de los que hablo. Por otro lado, escribo en el porche de
nuestra casa, con una buena vista de Tijuana, una ciudad que conozco bien y que ha influido mucho en mi forma de
pensar sobre estos asuntos; lo cual no quiere decir que yo no trate de ser muy escrupuloso en punto a evitar caer en el
periodismo que introduce elementos personales en las historias que cuenta.
En realidad el libro es un intento de reunir y sintetizar la literatura sobre pobreza urbana global, a la vez que trata
de ampliar el ya de por sí extraordinariamente importante informe de Naciones Unidas, El reto de las ciudades
miseria, que se publicó hace unos años.
P. Entonces, ¿no has visitado los lugares que describes?
MD. Bueno, al principio quería escribir un libro mucho más extenso, pero cuando llegué a lo que debía de ser la
segunda parte de Planeta de ciudades miseria –la que se refiere a la política de las ciudades miseria–, me fue
completamente imposible encontrar literatura secundaria o especializada en la que poder basarme. Estoy
preparando un segundo volumen en colaboración con un tipo joven llamado Forrest Hylton, que ha vivido durante
muchos años en Colombia y Bolivia. Creo que su experiencia directa puede compensar algunas de mis carencias.
P. Me llama mucho la atención el vocabulario que usas para describir esta nueva “geografía post-urbana” de
ciudades miseria globales: corredores regionales, redes policéntricas, urbanismo difuso, etc. Me pregunto si has
hallado formas o estructuras estables que estén emergiendo actualmente que ya no sean ciudades centralizadas y
establecidas en localizaciones corrientes, sino grandes extensiones fractales formadas por barriadas.
MD.
MD Lo primero que hay que decir es que el lenguaje con el que hablo sobre entidades metropolitanas y sistemas a
gran escala es ecléctico porque los geógrafos urbanos aún debaten vorazmente sobre estos asuntos. Considero que
hay poco consenso acerca de la morfología de lo que subyace más allá de la ciudad clásica.
Los debates más importantes surgen de las discusiones sobre los procesos de urbanización del sur de China,
Indonesia y el sureste asiático; estos debates se centran en la naturaleza de la periurbanización y de la dinámica de
las periferias de las ciudades más grandes del Tercer Mundo.
P. ¿Y qué significa periurbanización?
MD. Es allí donde se produce una penetración mutua de campo y ciudad. La cuestión es: ¿en realidad estamos
viendo una instantánea de algo muy dinámico, o estamos ante un proceso caótico? ¿Acaso esta cualidad híbrida
debería ser preservada en el futuro? Las respuestas están abiertas.
En realidad, se trata de varias discusiones distintas: una trata de los sistemas urbanos de amplia dimensión, como el
de la costa atlántica o el de Tokio-Yokohama, en los que las áreas metropolitanas se encadenan formando sistemas
físicos continuos. Pero luego está este segundo debate sobre cómo la ciudad rebasa sus límites y ocupa zonas rurales,
lo que constituye una nueva realidad periurbana, en la que encontramos combinaciones muy complejas de
barriadas –habitadas por pobres–, que están atravesadas por vertederos ocupados por gentes expulsadas del centro
(refugiados). Además, en medio de todo esto podemos encontrar pequeños enclaves habitados por gente de clase
media, a menudo de nueva construcción y, más a menudo aún, rodeados de verjas impenetrables. Encontramos
agricultores atrapados en media de maquilas urbanas, a la vez que los colonos urbanos de desplazan a trabajar a las
industrias agrícolas.
Ésta, en cierto sentido –en un sentido hasta ahora mal comprendido–, es la parte más interesante de la dinámica
urbanizadora global. Como trato de explicar en Planeta de ciudades miseria, el periurbanismo está sumido en una
especie de niebla epistemológica simplemente porque no ha sido bien estudiado. Los datos censales y las
estadísticas sociales son notoriamente incompletos.
P. ¿De modo que el problema de fondo tiene que ver con cómo estudiar las ciudades miseria (cómo y qué preguntar,
y cómo interpretar esos datos)?
MD. Sin lugar a dudas nos enfrentamos al reto de cómo conseguir la información. Interesantemente, el Pentágono ha
tenido que trabajar mucho sobre este asunto por su necesidad de hacer frente a la guerra urbana. Esas periferias
laberínticas que aparentemente carecen de organización jerárquica son algo que ha preocupado mucho a los
cerebros del Pentágono, pues suponen un gran reto sobre cómo atajar la futuras guerras y diseñar los futuros
proyectos imperiales. Me refiero a que hasta hace muy poco el Pentágono basaba su forma de actuar en la teoría de
gestión empresarial al uso –realizando, incluso, analogías con los modelos de gestión de inventarios de Wal-Mart y
de just-in-time–; hoy, en cambio, están obsesionados con la teoría urbana, con la arquitectura y la planificación
urbanas. Lo están haciendo a través de organizaciones como el RAND Corporation’s Arroyo Center, en Santa
Mónica.
Los Estados Unidos han tenido una habilidad sin par para destruir sistemas urbanos jerarquizados, para lidiar con
estructuras urbanas centralizadas, pero no han tenido en absoluto éxito en combatir las Sadr City del mundo.
P. No sabría decirte. Arrasaron Fallujah utilizando bulldozers, tanques y bombas Margarita.
MD. Pero la ciudad fue rehabilitada de inmediato por los mismos insurgentes expulsados. Considero que hoy en día
los estrategas militares de cualquier parte del mundo siguen considerando la ciudad miseria como un reto. No me
sorprendería que de repente empezáramos a comprender mucho mejor qué está ocurriendo en las periferias de las
ciudades del Tercer Mundo gracias a las necesidades de los estrategas del Pentágono y de los planificadores
militares locales. Sin ir más lejos, la antropología andina experimentó un gran salto hacia adelante en las décadas
de 1960 y principios de 1970, cuando el Che Guevara y sus guerrilleros se convirtieron en un problema.
Creo que hay consenso, tanto en la derecha como en la izquierda, sobre el hecho de que las periferias degradadas de
las ciudades pobres del Tercer Mundo se han convertido en un espacio geopolítico decisivo. Ese espacio supone hoy
un reto militar, en la misma medida en que se trata de un reto epistemológico, tanto para sociólogos como para
estrategas militares.
P. ¿Qué papel crees que juegan hoy en el imaginario colectivo las ciudades miseria? Por un lado, existe una especie
de visión inspirada por la CIA del llamado anti-americanismo irracional, que concibe las ciudades miseria como
meros caldos de cultivo del terrorismo; por otra parte, nos encontramos con libros como The Constant Gardener
[traducido editorialmente al castellano como El jardinero fiel], en los que se retrata al Tercer Mundo pobre como
inocente, simplista y completamente inofensivo, aguardando pacientemente su salvación liberal. ¿En qué clase de
imaginario tienen lugar estas fantasías?
MD. Creo que, en realidad, si en su momento el icono imaginario de nuestro futuro urbano fue [la película] Blade
Runner, entonces la Blade Runner de esta generación es Black Hawk derribado (una película, lo reconozco, que no
puedo dejar de ver una y otra vez). La coreografía de la película –su puesta en escena– es impresionante. Pero estoy
convencido de que realmente se trata del icono cinematográfico de esta nueva frontera de la civilización: la
“responsabilidad del hombre blanco” en la barriada pobre urbana y sus amenazantes ejércitos que exhiben una
estética de videojuego, desempeñando un juego de rol, luchando como heroicos tecnoguerreros y Rangers de la
Fuerza Delta. Es una fantasía militar muy profunda. No creo que desde The Sands of Iwo Jima [que el distribuidor
cinematográfico español de 1949 rebautizó como Arenas sangrientas, N. del T.] haya habido otra película que haya
animado a más chicos a alistarse en los Marines que Black Hawk derribado. Ni que decir tiene que desde un punto
de vista moral se trata de una película terrible (¿quién sería capaz de contar todos los somalíes que son asesinados?).
P. Incluso está rodada desde una perspectiva de primera persona. Muchas vece, mientras observas lo que ocurre,
tienes tu propia arma delante de tus narices.
MD. Es de Ridley Scott, ¿no es cierto?
P. Cierto. Lo cual es muy interesante, puesto que también rodó Blade Runner.
MD.
MD Exactamente. También rodó Blade Runner.
P. La enigmática amenaza del Japón de la década de 1980…
MD. Ridley Scott ha definido al Otro mejor que nadie en Hollywood. Por supuesto, en la vida real no son los Rangers
quienes se encargan de mantener la presencia militar estadounidense allende los mares: son más bien chicos
procedentes de ciudades miseria y chicos de las ciudades del interior de los Estados Unidos. El nuevo imperialismo –
igual que el viejo– juega con la ventaja de que la metrópolis es tan violenta, con una pobreza tan concentrada, que
produce excelentes guerreros para nutrir esas campañas militares lejanas. Recuerdo haber leído una vez un libro
muy brillante de un profesor que tuve en la Universidad de Edimburgo sobre la guerra imperial británica en el siglo
XIX. Demostraba, contrariamente a lo que se creía, que, en realidad, en la mayor parte de las ocasiones, para el
ejército imperial británico, en las guerras imperiales no resultaba determinante poseer las mejores armas, o la mejor
artillería o los fusiles Maxim: lo que a la postre resultaba decisivo era la capacidad del soldado británico para
abordar la carnicería personal de la lucha cuerpo a cuerpo con bayonetas; y ésta era una forma de sacar provecho
de la brutalidad de la vida en las barriadas miserables británicas.
Cuando lees lo que se escribe sobre las guerras actuales, te encuentras con que eso es lo que en realidad está
capitalizando el Pentágono: están utilizando las ciudades de los Estados Unidos como una especie de laboratorio de
combate, que se añade a los experimentos que están realizando con nuevas tecnologías en las ciudades miserias del
Tercer Mundo. La respuesta de los habitantes de esas ciudades miseria –una respuesta que aún no ha encontrado
respuesta, y que quizá no haya forma de dársela– es la fuerza aérea de los pobres: el coche bomba. Éste es el tema de
otro libro que estoy a punto de terminar, una breve historia del coche bomba. Ésta seguramente haya constituido
una de las innovaciones militares más decisivas de finales del siglo XX. Si observas lo que está ocurriendo en Irak,
puede que sea cierto que lo que mata a estadounidenses sean los Dispositivos Explosivos Improvisados, pero lo que
está desgarrando a ese país son los ataques con coche bomba. El coche bomba ha proporcionado a la gente pobre de
las ciudades miseria –grupos pequeños y redes– una nueva y extraordinariamente traumática palanca de
intervención geopolítica.
En mi opinión, lo que ha ocurrido a finales del siglo XX –y a principios del XXI– es que los marginados han
descubiertos esas armas tan baratas y terriblemente eficaces. Es por eso que en Planeta de ciudades miseria sostengo
que tienen a los “dioses del caos” de su lado.
P. ¿Más allá de su giro hacía la violencia y la insurgencia, en las ciudades miseria se está viendo la aparición de
algún tipo de sistema deliberadamente organizado de autogobierno? ¿Existe algún tipo de “alcalde” de la ciudad
miseria, o alguna clase de ayuntamiento de la barriada pobre? En otras palabras, ¿con quién debería negociar en
primer lugar un poder que no fuera militar?
MD. Los sistemas organizativos de las ciudades miseria son, como es natural, muy diversos. El segundo libro que estoy
escribiendo con Forrest Hylton trata de averiguar qué aspectos comparten las distintas ciudades miseria dentro de
su enorme diversidad. Porque ocurre que en una misma ciudad –por ejemplo, en una gran ciudad latinoamericana–
se pueden encontrar desde las iglesias de los pentecostales hasta a Sendero Luminoso, pasando por organizaciones
de carácter reformista y ONG neoliberales. En periodos de tiempo muy breves se producen oleadas muy rápidas de
popularidad a favor de unas y en detrimento de otras, y al revés. Es muy difícil encontrar un patrón fijo en esto, o
predecir cuál va a ser la tendencia en el futuro.
Pero durante la pasada década estuvo muy claro que los pobres –y no sólo los pobres de los barrios del urbanismo
clásico, sino también los pobres que, desde hace mucho tiempo, se han organizado en partidos izquierdistas, en
grupos religiosos o en partidos populistas–, estos nuevos pobres, que viven en los márgenes de las ciudades, también
se organizaron masivamente. Deberíamos prestar mucha atención a la cantidad y a la importancia política de esos
movimientos emergentes, ya se den en Sadr City, en Irak, o en un movimiento social arraigado en una villa miseria
en Buenos Aires. No hay ninguna duda de que durante la última década se ha producido un crecimiento
espectacular de la articulación de los pobres urbanos en organizaciones activas que están planteando exigencias, en
algunos casos enteramente nuevas, de participación política y económica. Y, puesto que se sienten completamente
excluidos, hacen oír sus voces por vías distintas a las tradicionales.
P. ¿Por ejemplo, utilizando coches bomba?
MD. Me refiero a dar pasos hacia la democracia formal. Porque la otra parte de tu pregunta tiene que ver con la
política de las ciudades pobres. Estoy convencido de que alguien podría escribir un libro que basara su principal
argumento en que uno de los grandes desarrollos de los últimos diez o quince años ha sido el aumento de la
democratización de muchas ciudades. Por ejemplo, ciudades que tradicionalmente no disponían de gobiernos
consolidados, o en las que los alcaldes eran designados por una administración central, hoy tienen elecciones y
eligen a sus alcaldes (como la Ciudad de México).
En casi todos esos casos, lo más llamativo del asunto es que, habiendo mejorado enormemente la democracia formal
–puesto que mucha más gente ejerce su derecho de voto–, en realidad esos votos tienen pocas consecuencias. Eso
ocurre por dos razones: la primera es porque los sistemas fiscales de las grandes ciudades del Tercer Mundo son, con
escasas excepciones, tan regresivos y corruptos, y disponen de tan pocos recursos, que es casi imposible redistribuir
esos recursos a la gente que vota. La segunda razón tiene que ver con que en muchas ciudades –la India es el mejor
ejemplo de esto–, cuando se dispone de elecciones masivas, el poder real simplemente se transfiere a agencias
ejecutivas, a autoridades industriales y a autoridades de todo tipo dedicadas al desarrollo, las cuales suelen hacer
las veces de vehículo local de las inversiones del Banco Mundial. La población local apenas puede ejercer control
alguno sobre esas agencias. A menudo son agencias constituidas por el estado o por un gobierno provisional (a
menudo nacional).
Lo cual significa que sigue sin poder emprenderse en serio el camino hacia el control democrático de las ciudades –
y, por encima de todo, hacia el control de los recursos destinados a la reforma urbana.
P. En una versión anterior de Planeta de ciudades miseria, que escribiste en formato de artículo largo, hablabas del
auge del Pentecostalismo como una potente fuerza social y organizativa en las ciudades miseria. Sin embargo, esa
parte de la investigación no está presente en tu libro actual. ¿Ocurre acaso que te estás distanciando de aquel
análisis, o es que quizás hoy estás menos interesado en sus implicaciones?
MD. De hecho, para el segundo volumen que estoy escribiendo con Forrest Hylton, estamos examinando algunos
centenares de páginas sobre el Pentecostalismo. La importancia del Pentecostalismo –de los cristianos evangélicos–
estriba en que, a mi entender, se trata del primer movimiento religioso moderno –o secta religiosa– surgido de la
pobreza urbana. Aunque existen muchas iglesias pentecostales en Estados Unidos en las que se puede apreciar el
sesgo de clase social lo mismo curre en Brasil, el verdadero crisol del Pentecostalismo –la lógica del
Pentecostalismo– sigue teniendo sus raíces en la pobreza urbana.
Por supuesto que el Pentecostalismo es, de forma abrumadora, una religión de mujeres; y en Latinoamérica también
conlleva un beneficio material real. Las mujeres que se integran en la iglesia y que pueden arrastrar a sus maridos a
que también se impliquen en las mismas, a menudo disfrutan de notables mejoras en sus niveles de vida: los hombres
reducen su propensión a emborracharse, o a ir con prostitutas, o a gastarse todo el dinero en el juego.
Para alguien como yo que analiza el fenómeno desde una posición de izquierda es esencial aclarar qué ocurre con el
Pentecostalismo. Se trata del mayor movimiento autoorganizado de los pobres urbanos de todo el mundo –al menos
en lo que se refiere a movimientos surgidos durante el siglo XX. Ha demostrado tener una capacidad sin par para
echar raíces y ser muy dinámico, no sólo en Latinoamérica, sino también en el África subsahariana y occidental y, en
menor medida, en el este asiático. Me temo que mucha gente de izquierda ha cometido el error de dar por supuesto
que el Pentecostalismo es una fuerza reaccionaria; y no es así. En realidad se trata de un fenómeno de enorme
importancia propio de la ciudad postmoderna y de la cultura de los pobres urbanos de Latinoamérica y África.
P. Más allá de simplemente dedicarse a rellenar el vacío dejado por el abandono por parte del Estado de la
prestación de servicios públicos, ¿qué es lo que resulta atractivo del Pentecostalismo para esta nueva generación de
pobres urbanos?
MD. Francamente, una de las grandes fuentes del atractivo del Pentecostalismo radica en que se trata de una
especie de sistema sanitario paralelo. Uno de los factores clave en la vida de los pobres es la crisis permanente,
crónica, de los servicios de salud y del acceso a medicinas. Esto es en parte el resultado de los programas de ajuste
estructural llevados a cabo por el Banco Mundial durante la década de 1980, que aniquilaron la sanidad pública y
dificultaron el acceso a los medicamentos en muchos países. Pero el Pentecostalismo ofrece, además, curarse
mediante la fe, lo cual supone su mayor atractivo (y no se trata de algo basado en una mera falacia). Cuando
examinamos cosas como las conductas adictivas, debemos reconocer que el Pentecostalismo ha obtenido muy
buenos resultados en la reducción del alcoholismo, las neurosis, obsesiones y otras cosas parecidas. Ésta constituye
una parte fundamental de su atractivo. El Pentecostalismo es una especie de sistema de reparto a domicilio de salud
espiritual.
P. Parecería que, por sí misma, la sobrepoblación humana transforma las ciudades en áreas pobres y degradadas. En
otras palabras, que no importa demasiado si las acciones del gobierno o los programas estatales se dirigen a paliar la
pobreza urbana, puesto que las ciudades miseria no serían más que un subproducto de la sobrepoblación.
MD. Bueno, yo no creo en la noción de sobrepoblación, y menos aún ahora que se está comprobando que las
proyecciones más extremas sobre el crecimiento de la población humana no van a cumplirse. En los últimos diez o
quince años, los demógrafos probablemente han ido reduciendo sus proyecciones.
La cuestión importante no se refiere a si la población ha crecido mucho o poco, sino a lo siguiente: ¿cómo logras
cuadrar el círculo, si por una parte tienes la necesidad de justicia social que debe concretarse en alguna clase de
derecho de igualdad de acceso a un estándar de vida decente, pero por otra tienes que abordar el problema de la
sostenibilidad medioambiental? No hay demasiada gente en el mundo; lo que sí hay, obviamente, es un consumo
desmedido de recursos no renovables a escala planetaria. Sin duda, la vía para cuadrar el círculo –la solución al
problema– está en la propia ciudad. Las ciudades que son verdaderamente urbanas son los sistemas
medioambientalmente más eficientes que jamás hayamos creado para vivir juntos y trabajar integrados en la
naturaleza. El genio propio de la ciudad está en su capacidad para proporcionar elevados niveles de vida a través
del lujo público y del espacio público, y en su capacidad para satisfacer necesidades que nunca podrán ser
satisfechas mediante el modelo suburbial de consumo privado.
Dicho esto, el problema de la urbanización en el mundo actual es que no se trata de urbanización en el sentido
clásico. El reto de verdad estriba en cómo hacer que las ciudades sean ciudades. Creo que Planeta de ciudades
miseria presenta un tipo de problema que ya criticaron con razón los sociólogos de las décadas de 1950 y 1960
cuando analizaron los suburbios de Estados Unidos, pero ahora se trata de un fenómeno que ha crecido
exponencialmente con la emergencia de las ciudades pobres: se refiere a todos los problemas relacionados con la
expansión urbana descontrolada, a todos los problemas que conlleva la contaminación medioambiental, a todos los
problemas relacionados con la falta de estructuras urbanas tradicionales para el ocio, el entretenimiento, los
servicios sociales, y demás.
P. Pero una ciudad como Jartum –o incluso como El Cairo– simplemente no dispone de los recursos
medioambientales necesarios para hacer frente a esa enorme población humana. No importa lo que decida hacer el
gobierno, simplemente hay demasiada gente. Es como dar cabezazos contra una pared. Por eso, si no existen los
recursos medioambientales necesarios, allí no puede implantarse un modelo social a la europea, basado en un
sistema fiscal redistribuidor y en la prestación de servicios municipales.
MD. Bueno, yo lo diría de otra manera. Si examinamos una ciudad como Los Ángeles y su extrema dependencia de
las infraestructuras regionales, la cuestión de si ciertas ciudades sufren un crecimiento monstruoso tiene menos que
ver con la cantidad de personas que viven allí que con cómo consumen esas personas; tiene que ver con si reutilizan y
reciclan los recursos, con si comparten el espacio público. De modo que yo no diría que una ciudad como Jartum ya
no tiene remedio; eso tiene mucho que ver con la naturaleza del consumo privado.
La gente habla del impacto medioambiental, pero los impactos medioambientales de los diferentes grupos que
constituyen la población tienden a diferir espectacularmente. En California, por ejemplo, dentro del Sierra Club
compuesto por gentes de derechas, y también entre grupos anti-inmigrantes, existe la creencia de que la fuerte
oleada inmigratoria procedente de México está destruyendo el entorno ecológico, y que esos inmigrantes son de
hecho los responsables de la congestión y la contaminación; lo cual es absurdo. Nadie causa un impacto
medioambiental tan pequeño, o tiende a hacer un uso tan intensivo del espacio público, como los inmigrantes
latinoamericanos. El verdadero problema radica en los tipos blancos que se pasean en sus cochecitos de golf por los
ciento diez campos que ocupan el Valle de Coachella. En otras palabras, un tipo blanco de mi edad puede estar
utilizando una cantidad de recursos básicos que multiplica por diez, veinte o treinta los que consume una joven
chicana que trata de sacar adelante a su familia en un pequeño apartamento de la ciudad.
De modo que el mathusianismo, en su versión más cruda, sigue reapareciendo en estos debates, pero el asunto de
fondo no tiene que ver con hacer que cunda el pánico acerca del crecimiento futuro de la población o de la
inmigración, sino que está relacionado con cómo invertir recursos en nuevas ideas urbanísticas; en cómo hacer que
suburbios como los de Los Angeles funcionen como ciudades en un sentido más clásico. Es absolutamente necesario
preservar áreas verdes y reservas ecológicas. Una ciudad no puede funcionar sin ellas. Sin embargo, es evidente que
el patrón dominante en el mundo donde reina la pobreza consiste en la ocupación de humedales, y en la
construcción de viviendas en reservas ecológicas y espacios abiertos que son esenciales para el metabolismo de la
ciudad. Acaso un ejemplo asombroso de este patrón sea Mumbai, en el que la gente ha ido ocupando territorios
cada vez más alejados hasta alcanzar el Parque Nacional de Sanjay Gandhi, lo cual ha provocado que muchos
ocupantes hayan sido devorados por los leopardos; o Sao Paulo, que usa cantidades astronómicas de productos
químicos para purificar el agua a causa de la extrema contaminación de sus acuíferos.
Si se permite esta clase de crecimiento, si se pierden las áreas verdes y los espacios abiertos, si se apuran demasiado
los recursos hídricos de los acuíferos, si se contaminan los ríos hasta acabar con cualquier tipo de forma de vida,
entonces, naturalmente, se está causando un daño fatal a la ecología de la ciudad.
P. Una de las cosas que me han parecido más interesantes de tu último libro, El monstruo en la puerta, es el concepto
de “bioseguridad”. ¿Podrías explicar cómo se alcanza la bioseguridad en el espacio urbano y en el diseño
arquitectónico?
MD. Considero que el asunto del control de epidemias y la bioseguridad ha sido modelado a partir de la idea del
control de la inmigración. Éste es el paradigma actualmente dominante. Evidentemente, se trata de una analogía
falsa, particularmente cuando se trata de lidiar con cosas como la gripe, respecto a la cual no pueden fijarse métodos
de cuarentena. No pueden levantarse muros para combatirla. En un mundo globalizado que incuba tanta pobreza y
suciedad como nuestro mundo urbano, la bioseguridad es sencillamente imposible. No existe bioseguridad. Habrá
una permanente búsqueda de métodos biológicos para lograr el equivalente de una comunidad cerrada protegida
por una gran valla que la aísla del exterior, con sistemas más férreos de control de los movimientos y con
regulaciones que no harán más que reforzar ciertas tendencias orwellianas (creación selectiva y provisión de
vacunas, antivirales y demás).
Pero, se mire como se mire, la bioseguridad es una utopía, a menos que se ataque la raíz del problema: qué clase de
sanidad pública necesitan los pobres, y cómo conseguir la sostenibilidad ecológica de la ciudad.
En El monstruo en la puerta cito un estudio científico publicando en Science, que considero modélico, sobre cómo la
urbanización atropellada del Àfrica occidental ocurre a la vez que las fábricas de pescado europeas se apropian de
toda la proteína procedente del mar. Esto ha obligado a las poblaciones urbanas a regresar a la obtención de carne
de caza salvaje (un negocio ciertamente en alza a causa de la proliferación de construcciones de madera procedente
de los últimos bosques tropicales del África occidental), lo cual predispone más fácilmente a contraer VIH, ébola y
otras plagas desconocidas. Considero que el artículo es una descripción maestra de ciertos vínculos causales que a
menudo pasan inadvertidos, y de la compleja ecología (el impacto medioambiental) que tiene en sí misma la
urbanización. De modo parecido, en los procesos de urbanización de China y del sureste asiático se mezcla el
fenómeno de la cría masiva de aves, que parece ser uno de los factores clave que subyacen a la amenaza de la gripe
aviar.
Como cualquier epidemiólogo podría contarte, éstas sólo son las primeras nuevas plagas de la globalización; habrá
más. La idea de que uno puede defenderse de las enfermedades con algo equivalente a las comunidades fortificadas
es absurda, pero es exactamente la dirección que han tomando las políticas sanitarias públicas. A menos, claro, que
se esté preparado para abatir a todas las aves migratorias del mundo.
P. Algo que a buen seguro más de uno habrá sugerido.
MD. Realicé muchos cálculos a partir de los datos que ofrece el informe de Naciones Unidas, El reto de las ciudades
miseria, calculando las densidades urbanas y demás, y no es en absoluto exagerado decir que vivimos de nuevo en
un mundo victoriano. Del mismo modo que las clases medias victorianas no podían escapar de las enfermedades de
los barrios pobres y degradados, tampoco lo conseguirán los ricos actuales, encerrados en sus clubes campestres o en
sus comunidades urbanas fortificadas. Su obsesión actual es que la gripe aviar llegue al país por medio de…
P. …¡un mexicano!
MD. Exactamente: que la enfermedad entrará a escondidas por la frontera, lo cual es absurdo. La obsesión creciente
con la inmigración ilegal se está convirtiendo en una fantasmagoría que sirve para justificarlo todo. Naturalmente,
esto conecta con miedos primarios que vienen de lejos: los irlandeses trajeron el tifus, los chinos la peste. Es algo casi
ancestral.
La otra cosa que está ocurriendo es que la gripe aviar está siendo utilizada como estrategia competitiva por los
productores industriales de carne animal para acabar con los productores independientes. Estos granjeros que
producen a una escala industrial sostienen que sólo es segura la carne de granjas industriales radicadas dentro del
propio país, puesto que están dotadas de sistemas de bioseguridad. Esto forma parte de un proceso muy complejo de
competencia global. En El monstruo en la puerta cito el caso de CP en Tailandia (algo así como el Tyson del sureste
asiático). Incluso después de haber tenido que cerrar sus plantas productoras en Tailandia, por lo que no puede
producir gallinas, ahora está abriendo nuevas fábricas en Bulgaria, y sacando provecho del miedo que hay a
consumir aves procedentes de Tailandia. En otras palabras, la gripe aviar se está utilizando como un medio para
racionalizar y centralizar la industria de la carne de ave. Y eso está ocurriendo a pesar de que muchos piensan que la
industrialización de la producción de carne de ave no sólo ha constituido el factor que ha permitido la emergencia
de la gripe aviar, sino que en realidad es la plataforma que está acelerando su evolución.
P. ¿Cómo sería en realidad un mundo bioseguro en lo que se refiere a la arquitectura y el diseño urbano? ¿Dispones
de evidencias de que la profesión médica está asumiendo responsabilidades en el campo de la arquitectura,
digamos, ejerciendo cierta influencia sobre el diseño de espacios públicos “libres de enfermedades”?
MD. Seguro que sí. El control social victoriano sobre los barrios pobres y degradados era definido como un proyecto
higiénico; por eso la segregación urbana en colonias se justificaba como un problema sanitario. En todas partes estos
discursos se refuerzan mutuamente. Lo que no ha habido en los últimos tiempos es una gran epidemia que, teniendo
su origen en la pobreza, haya golpeado fuerte en las clases medias; si ocurriera, entonces veríamos como esta gente
de la clase media reaccionaría violentamente. Me parece que uno de los hechos más importantes del mundo actual
tiene que ver con que la gente que pertenece a la clase media –y, por encima de todo, los estadounidenses de clase
media– ha vivido protegida dentro de una burbuja histórica que realmente no tiene precedente en toda la historia
humana. Durante dos, tres, casi cuatro generaciones seguidas no han experimentado en carne propia el coste de la
guerra y tampoco no han sufrido enfermedades epidémicas. En otras palabras, en su trayectoria vital no sólo han
visto que aumentaba la riqueza, sino también la longevidad personal y el grado de protección contra una muerte
accidental, una guerra, una enfermedad, y demás. Si ahora todo este proceso se interrumpe bruscamente –por un
acontecimiento terrible como una pandemia, que aniquile un número significativo de estadounidenses de clase
media–, entonces, obviamente esto se va a convertir en una guerra.
Si de algo estoy firmemente convencido es de que las numerosas y ricas clases medias de este país jamás
renunciarán a su estilo de vida y a sus privilegios. Si de repente se vieran seriamente amenazadas de quedar sin casa
o de perder la vida por algún desastre o enfermedad, estoy seguro de que podemos esperar de ellas reacciones muy
irracionales, que sin duda se inscribirían en el terreno de la distribución del espacio, y seguramente por medios muy
espectaculares. Creo que en caso de que se produjera una pandemia de gripe aviar que afectara a nuestro país,
veríamos aparecer un montón de islas de bioseguridad en nuestro propio territorio.
P. Cinta aislante y burbujas de plástico.
MD. Seguro.
P. ¿Qué ha ocurrido con el estatus o el rol de la nación-estado (soberanía, territorio, ciudadanía, etc.)? Por ejemplo,
¿están siendo reemplazados los gobiernos nacionales por corporaciones multinacionales, y los ciudadanos por
empleados?
MD. Ésta es una pregunta muy interesante. Sin embargo, lo que claramente ha ocurrido con la globalización no ha
sido la sustitución de la nación-estado por las corporaciones o por nuevas entidades supranacionales. Lo que hemos
visto es más bien una pérdida de soberanía en algunos niveles, y un refuerzo de la soberanía en otros.
Sin duda, todo el proceso de ajuste estructural de la década de 1980 significó la cesión de gran parte de la soberanía
local y de los poderes de los gobiernos locales a los cuerpos internacionales que administran la deuda. Un ejemplo
paradigmático de este problema es lo que está ocurriendo ahora mismo en Nueva Orleáns: toda la comisión de
expertos y los directorios destinados a la supervisión, y todas las autoridades procedentes de otros lugares que han
sido propuestas, lo que harán será destruir el gobierno popular de Nueva Orleáns, reduciendo el consejo municipal
a una mera figura decorativa y transfiriendo de nuevo el poder a la elite tradicional. Y todo ello en nombre de la
lucha contra la corrupción y otras tantas cosas más.
Pero el posible surgimiento futuro de entidades supranacionales dependerá, creo, de las condiciones de cada país. Es
evidente que algunos países están reforzando sus posiciones nacionales –el estado sigue siendo importante–,
mientras que otros países efectivamente han perdido toda su soberanía. Para un caso extremo, piénsese en Haití.
P. ¿Qué clase de análisis geopolíticos y militares suscitan estos cambios?
MD. El problema que preocupa a los planificadores militares y a ciertos geopolitólogos es ciertamente distinto: se
trata de la emergencia, en cientos de pequeños y grandes nodos en todo el mundo, de ciudades miseria
fundamentalmente autónomas gobernadas por milicias étnicas, bandas, organizaciones criminales internacionales,
y demás. Esto es algo en lo que el Pentágono está muy interesado, y que le preocupa enormemente. Mogadiscio
quizá sería el ejemplo prototípico de esta nueva realidad. La crisis rampante en la ciudad del Tercer Mundo
produce patrones feudales de grandes barrios pobres y degradados que se convierten en mini-estados terroristas o
criminales; en una especie de microsoberanías canallas. Así es cómo lo entienden el Pentágono y los estrategas del
Pentágono. Parece que también están muy preocupados por el hecho de que las barriadas miserables periurbanas –
las barriadas que están en los límites de las ciudades– carezcan de jerarquías claras. Desde la perspectiva de un
estratega, lo más preocupante es que hay pocos datos disponibles acerca de esas realidades.
De algún modo, las ciudades miseria no aparecen en el radar. Se convierten en el equivalente de la selva o de la
jungla: difíciles de penetrar, imposibles de controlar.
Estoy convencido de que muchos cerebros del Pentágono no conciben estas realidades en términos de regiones o en
categorías de nación-estado, sino como agujeros o enclaves dentro del sistema. Una de las mejores cosas que he leído
sobre esto ha sido la novela de William Gibson, Virtual Light. Gibson propone que, en un mundo en el que el capital
de las gigantes empresas multinacionales se ha convertido en el poder supremo, existen lugares que simplemente no
son evaluables para el mundo de la economía, puesto que no reproducen capital, de modo que esos espacios viven al
margen. Desde el punto de vista de Gibson, un sistema completamente globalizado dejaría escapar ciertos espacios
–puesto que existirían muchas redundancias internas–, y en Virtual Light, uno de esos espacios es Bay Bridge.
Pero no hay duda de que se trata de un problema geopolítico y militar muy serio: si se controla sólo a una parte de la
población humana, puesto que una parte de la gente vive exiliada de la economía mundial y algunos espacios ya no
juegan ningún rol global, entonces se están creando oportunidades para que otra gente decida ocupar estos espacios
y organizarse en ellos para sus propios fines. Se trata de una situación con implicaciones mucho más profundas que
cualquiera de los conflictos que se imputan a la civilización. En cierto sentido, ésta ha sido una forma muy
inesperada de terminar el siglo XX. Ni el marxismo clásico, ni ninguna otra versión de la teoría social clásica o del
liberalismo económico predijeron jamás que una parte tan enorme de la humanidad viviría en las ciudades, y que
básicamente lo haría fuera de todas las instituciones formales de la economía mundial.
P. Entonces, ¿existe una solución económica a esto?
MD. Nunca podrán reconquistarse esas partes de la ciudad mediante la actividad policial o la invasión militar; para
eso hay que ofrecer a la gente algún medio para que puedan volver a conectarse con la economía del mundo. A
menos que se proporcionen recursos, o empleos, hay un riesgo evidente de que eso vaya a peor. La gente ha sido
arrojada a los brazos del clientelismo tribal y étnico como medio para sobrevivir (e incluso como medio para excluir
a otra gente pobre del acceso a esos recursos escasos). Cada vez más, las nuevas oleadas de gente que llega a la
ciudad –los hijos e hijas de los pobres urbanos– sienten la formidable presión de los mercados de la vivienda, y se
ven incapaces para obtener suelo barato (en ningún caso gratuito). Allí donde sí existe suelo barato es porque se
trata de lugares de imposible desarrollo futuro. Son lugares demasiado peligrosos. Es una forma segura de apostar
por el desastre natural. En realidad, una de las conclusiones de Planeta de ciudades miseria es que la frontera de la
tierras libres ha toca a su fin.
Otra conclusión es que casi todas las investigaciones sobre economías urbanas informales han mostrado que la
informalidad consiste básicamente en no generar sistemas de mejora social por la vía del empleo.
Indefectiblemente, muchos microemprendedores van a acabar siendo miniemprendedores; dicho de otro modo, lo
que se está haciendo es simplemente subdividir la pobreza. Se pone cada vez más y más gente a competir, tratando
de seguir las mismas estrategias de supervivencia en el mismo lugar. Creo que estos son los hechos que obligan a que
el libro tenga una visión algo sombría. Estos hechos también convierten en sombría la investigación sobre la ciudad
en general, mucho más que los asuntos sobre salud y demás. El Banco Mundial, las ONG y los demás apóstoles de la
autoayuda liberal lo hacen depender todo de la disponibilidad de tierra barata ocupable y de la existencia de
oportunidades de emprendimiento económico en el sector informal.
Cuando las dos se agotan, se está poniendo a la gente contra la pared, y a partir de ahí ya no funciona ninguna
posible válvula de seguridad. Cuando se agoten los recursos, a la gente pobre sólo le quedará esperar milagros.
P. Terminaré con dos preguntas breves. Me resulta interesante que hayas decidido tener hijos en un mundo en el que,
como tú mismo has escrito, hay grandes plagas, terremotos, disturbios raciales, tornados en Los Angeles, mega-
ciudades miseria, etc. ¿Sientes una profunda preocupación por el futuro de tus hijos?
MD. Bueno, claro que sí. Quiero decir que si hay gente que piensa que siento placer por hablar de desastres y que
me regocijo en las narraciones apocalípticas, a buen seguro sólo puede atribuirse a que me leen mal o a que soy un
pésimo escritor, porque en absoluto es ésa mi intención. Para ser honrado contigo, sí hay una preocupación por esta
clase de Apocalipsis que aparece en la literatura del Pentecostalismo y por el hecho de ese Apocalipsis entendió
cabalmente su significado real, bíblico. Se trata de esta idea de que la historia secreta, no revelada del mundo se
hará luminosa en el último momento, y de que rescribirá la historia desde el punto de vista de la gente que
previamente habían sido las víctimas de la historia.
Pero cuando escribo sobre esto –al fin y al cabo soy un socialista pasado de moda, o un racionalista que quizás tiene
demasiada fe en la ciencia– me estremezco. No siento placer alguno escribiendo un libro sobre coches bomba, pero
lo cierto es que me impresiona mucho que sea una tecnología de la que apenas se haya escrito desde el punto de
vista de los que la utilizan, a pesar de haberse convertido en algo tan terriblemente eficaz. Para mí hubiera sido
mucho más fácil evitarme una hipocondría provocada por la gripe aviar no escribiendo el libro. Pero lo hice. Y lo
mismo me ocurre respecto al futuro de mis hijos.
P. Finalmente, ¿te has planteado alguna vez dedicarte a escribir fuera del género de la crítica de no ficción y –
emulando a Ridley Scott– ponerte a dirigir una película o a escribir una novela?
MD. [risas]. Bueno, en alguna variante extremadamente modesta. Publiqué un par de novelas de aventura científica
para jóvenes –éste es el nombre que di al género– a través de la pequeña editorial de Viggo Mortensen, Perceval
Press. Los héroes de la historias son tres chicos, uno ellos mi hijo que vive en Dublín.
P. ¿Cómo se te ocurrieron?
MD. Todo vino del hecho que en 1998 recibí un dinero de la MacArthur Foundation, y simplemente había que
gastarlo [risas]. Viajé con mis hijos por todo el mundo. Me llevé a mi hijo al este de Groenlandia, y una noche –
puesto que el sol no se pone y los perros que tiran de los trineos no dejan de ulular– me pidió que le contara un
cuento; después lo convertí en una novela. Pero esto es lo lejos más que he ido en el terreno de la ficción. Date cuenta
que cuando hace tanto tiempo que vives en Los Angeles como yo, rápidamente aprendes una cosa: aléjate de
Hollywood. Nunca se me ha pasado por la cabeza escribir un guión o implicarme en una película; es la tumba de la
gente con talento. He podido ver como las mentes más brillantes de mi generación eran literalmente destruidas por
el encanto que ejercen este tipo de cosas. Y jamás he tenido el menor deseo de meterme en eso.
P. ¿Así que si Ridley Scout te llamara para que le escribieses el guión de su próxima película, tú te negarías en
redondo?
MD. He visto a gente que admiro mucho –de un talento literario infinitamente superior al mío– destruir sus vidas; en
parte porque nunca acabaron de entender bien la diferencia entre escribir bien y trabajar en Hollywood. Es lo
mismo que ocurre con la seducción de convertirse en un intelectual público, con un montón de seguidores, y con tus
libros en los estantes de las librerías todo el tiempo; eso es algo de lo que he aprendido a huir horrorizado.
Actualmente trato de simplificar mi vida tratando de eliminar en lo posible este tipo de cosas; hay que entender
que cada día me voy a jugar a la pelota con mis dos hijos de dos años de edad, y pasamos un buen rato en el Balboa
Park.

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