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http://www.cgtchiapas.org/
Somos un pequeño colectivo. Personas que desde hace años estamos participando en
grupos de solidaridad a los zapatistas, y que también ahora, a través de la revista
Alana tratamos de dar a conocer en Grecia, los otros caminos de hacer política que
trazan las luchas y las resistencias de los pueblos de las Américas rescatando su propia
voz. Tratamos también de llevar a cabo formas de solidaridad con los movimientos con
quienes tenemos una relación directa.
Queremos pues compartir con ustedes unas palabras sobre lo que pasa ahora
en Grecia. No estamos aquí como representantes de la revuelta y no queremos hablar
como tales. Nosotros solamente participamos en esta revuelta como muchísimos otros
colectivos y miles de personas. Aquí van pues nuestras palabras.
Estos días hemos vivido en Grecia, y seguimos viviendo, una increíble explosión
de rabia social. De una rabia que estaba pendiente como dijo alguien. De una rabia que
se esta acumulando a diario en personas de experiencias diferentes pero con un rasgo
común: El desprecio a su trabajo y a sus sueños. La sensación que los de arriba se
están burlando de ellos, quitándoles cada vez más la esperanza de una vida mejor.
Quisieron presentar esta rabia como ciega. No. Ciega es la rabia que se
manifiesta en los pequeños casos de violencia que penetran la vida diaria. Ciega es la
rabia de pegarle a la esposa porque te han despedido. De pelear en la calle por una
plaza de apartamento o en la cancha porque el arbitro ha sido injusto. Ciega es la rabia
de insultar al empleado del banco porque no puedes insultar a su director.
El “Rambo” de la policía asesinó a un joven, Alexis, quien estaba con sus amigos
en el centro de Atenas, un sábado por la noche. Este asesinato simbolizó la sensación
de injusticia absoluta y catastrófica que penetra en la sociedad. Nadie, en ningún
momento pensó que el policía pagara por este crimen. Ningún policía pagó nunca ni
por torturar a los inmigrantes en las comisarías, ni por asesinar a los manifestantes, ni
por golpear a los trabajadores en huelga, ni por participar activamente en la mafia del
narcotráfico o de la prostitución.
Los jóvenes viven esta injusticia descarada como una cruda violencia cotidiana. Su
escuela, estructurada sobretodo como un mecanismo de absoluto control y disciplina,
no es nada más que el cementerio de sus sueños. Lo importante es sólo aprobar los
exámenes y sacar buenas notas. Y todo esto con la ilusión de que los más capaces van
a tener éxito. Los jóvenes viven la injusticia en la frustración de esta promesa, de cada
falsa promesa sobre su futuro. Por culpa de estas promesas son obligados a renunciar
a la alegría de la vida, a la ternura de la solidaridad. Y los jóvenes saben, quizá mejor
que sus padres, que pese a sus sacrificios pocos van a tener éxito. Y saben que para la
mayoría el futuro está ya decidido. La bala que mató a Alexis mató el escaso tiempo
libre que los jóvenes tienen para vivir y para soñar.
Hace dos años un movimiento universitario que abarcó a las asambleas de los
estudiantes y a los sindicatos de los profesores, luchó contra la reforma neoliberal.
Consiguió detener la reforma de la Constitución que prohíbe la creación de
universidades privadas. Sin embargo, este año el gobierno está tratando de esquivar
este mandato constitucional, con el reconocimiento de las academias privadas que
funcionan como franquicias de universidades extranjeras.
La injusticia ha tomado una forma más. No hay manera de que las garantías de
su propio estado de derecho, impida a los dominantes derrochar el dinero público,
regalándolo a los bancos y a la iglesia o repartiéndolo entre sí, en forma de coimas,
comisiones, como hicieron hace poco con los fondos de la seguridad social.
Pero también parían un parto difícil y doloroso. Paría sus propias formas de
comunicación horizontal, de democracia directa y de diálogo político. Las firmas en los
manifiestos y en las pancartas más conocidas desaparecieron. No se trata de las
plataformas de grupos de izquierda y anarquistas, se trata de consignas que nacen
diariamente en las calles por anónimas y anónimos. Se trata de iniciativas sin ningún
nombre o ninguno reconocible, como: vecinos de tal barrio, coordinadora de
estudiantes, asamblea abierta de tal ocupación. Se trata de una rabia que hasta el
momento no permite su apropiación de una u otra corriente ideológica. No se trata de
una revuelta de los anarquistas o de los de izquierda. Claro que participaron, pero las
firmas desaparecen y se inventan nuevas formas de hacer política, más anónimas,
imaginativas y participativas.
Y eso asusta. Siempre ha asustado a los defensores del orden social. ¿Quiénes son en
fin, los que están en las calles? La caracterización que utilizan todos ellos es de
encapuchados. Quienes ocultaron sus rostros en las marchas de la rabia, lo hicieron
para protegerse de las omnipresentes cámaras de vigilancia y de las sustancias
químicas que la policía echa a montones. Pero no es esto lo que más asusta a los
garantes del orden. Es que todos los que manifiestan su rabia, no son clasificables y
así controlables, en un escenario político que define los límites del cuestionamiento
legítimo del sistema. Les asusta lo impersonal de estos chicos que han ocultado sus
rostros para que los veamos. Son los chicos de a lado, nuestros hijos e hijas los que
irrumpen en el escenario, tumbando los equilibrios y las ilusiones. Estos días en la
plaza central de Atenas, el Árbol de Navidad está vigilado por policías armados hasta
los dientes. Estos días la vitrina de la fantasmagoría navideña y de las falsas promesas
de amor y consumo, ha quedado rota. Antes de ayer, por la noche, a la hora que
cambiaba el año, cientos de manifestantes se concentraron en la plaza, para expresar
su solidaridad con el pueblo palestino. Al mismo tiempo, casi mil personas festejaban
el Año Nuevo, fuera del casco central de Atenas en solidaridad con los presos y
también en Salónica, hubo disturbios con la policía.