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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR

—Gracias —dijo el muchacho. —Conseguiré otro cuchillo y mandaré a afilar


El muchacho llevó la lata de café caliente a la la hoja de muelle. ¿Cuántos días de brisa fuerte
choza del viejo y se sentó junto a él hasta que nos quedan?
despertó. Una vez pareció que iba a despertarse. —Tal vez tres. Tal vez más.
Pero había vuelto a caer en su sueño profundo y —Lo tendrá todo en orden —dijo el muchacho—.
el muchacho había ido al otro lado del camino a Cúrese sus manos, viejo.
buscar leña para calentar el café. —Yo sé cuidármelas. De noche escupí algo ex-
Finalmente el viejo despertó. traño y sentí que algo se había roto en mi pecho.
—No se levante —dijo el muchacho—. Tóme- —Cúrese también eso —dijo el muchacho—.
se esto —le echó un poco de café en un vaso. Acuéstese, viejo y le traeré su camisa limpia. Y
Agradecimientos: El viejo cogió el vaso y bebió el café. algo de comer.
—Me derrotaron, Manolín —dijo—. Me derro- —Tráeme algún periódico de cuando estuve
taron de verdad. ausente —dijo el viejo.
Al Instituto Superior de Diseño Industrial por los perfiles de las colecciones —No. Él no. Él no lo derrotó. —Tiene que curarse pronto, pues tengo mu-
realizadas por sus alumnos: —No. Verdaderamente. Fue después. cho que aprender y usted puede enseñármelo
Alain Valladares Ulloa/ David Alfonso Suárez/ Osmany Lorenzo Santana/ —Perico está cuidando del bote y del aparejo. todo. ¿Ha sufrido mucho?
Eduardo Sarmiento Portero/ Idania del Río González/ Alberto Barrios Gómez/ ¿Qué va a hacer con la cabeza? —Bastante —dijo el viejo.
—Que Perico la corte para usarla en las nasas. —Le traeré la comida y los periódicos —dijo
Jorge Méndez Calás/ Evelin Ruiz Crego
—¿Y la espada? el muchacho—. Descanse, viejo. Le traeré la me-
—Puedes guardártela si la quieres. dicina de la farmacia para las manos.
—Sí, la quiero —dijo el muchacho—. Ahora —No te olvides de decirle a Perico que la ca-
Tomado de Colección Cocuyo, Editorial Arte y Literatura, 1976 tenemos que hacer planes para lo demás. beza es suya.
—¿Me han estado buscando? —No. Se lo diré.
—Desde luego. Con los guardacostas y con ae- Al atravesar la puerta y descender por el ca-
Colección al cuidado de Esteban Llorach Ramos y Elizabeth Díaz roplanos. mino tallado por el uso en la roca de coral, el
Edición: Nadia Portal Domingo/ Dirección artística: Adriana Vázquez Pérez/ —La mar es muy grande y un bote es pequeño muchacho iba llorando nuevamente.
Ilustración de cubierta: Alexandr Petrov/ y difícil de ver —dijo el viejo. Notó lo agradable Esa tarde había una partida de turistas en La Te-
Composición: Nidia Fernández y Diana Suárez Companioni que era tener a alguien con quien hablar en vez rraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre las
de hablar sólo consigo mismo y con el mar—. Te latas de cerveza vacías y las picúas muertas, una
©Herederos de Ernest Hemingway, 1976 he echado de menos —dijo—. ¿Qué han pescado? mujer vio un gran espinazo blanco con una in-
Todos los derechos reservados —Uno el primer día. Uno el segundo y dos el mensa cola que se alzaba y balanceaba con la
© Sobre la presente edición, Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ediciones Especiales, 2002 tercero. marea mientras el viento del este levantaba un
Edición realizada para el medio educativo y cultural sin ánimo —Muy bueno. fuerte y continuo oleaje a la entrada del puerto.
de lucro, al amparo de la licencia No. 007/2001, otorgada —Ahora pescaremos juntos otra vez. —¿Qué es eso? —preguntó la mujer al camare-
por el CENDA. Prohibida la reproducción total o parcial de esta edición. —No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte. ro, y señaló al largo espinazo del gran pez, que
Prohibida su circulación fuera de la República de Cuba —Al diablo con la suerte —dijo el muchacho—. ahora no era más que basura esperando a que se
Yo llevaré la suerte conmigo. la llevara la marea.
—¿Qué va a decir tu familia? —Tiburón —dijo el camarero—. Un tiburón.
—No me importa. Ayer pesqué dos. Pero aho- Quería explicarle lo que había sucedido.
ra pescaremos juntos porque todavía tengo mu- —No sabía que los tiburones tuvieran colas
cho que aprender. tan hermosas, tan bellamente formadas.
Biblioteca Familiar —Tenemos que conseguir una buena lanza y —Ni yo tampoco —dijo el hombre que la
Instituto Cubano del Libro, Editorial de Ediciones Especiales, llevarla siempre a bordo. Puedes hacer la hoja acompañaba.
Palacio del Segundo Cabo, O`Reilly No. 4, La Habana Vieja, Ciudad de La Habana, Cuba con una hoja de muelle de un viejo ford. Pode- Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el
mos afilarla en Guanabacoa. Debe ser afilada y viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bru-
ISBN 959-7108-42-9 sin temple para que no se rompa. Mi cuchillo se ces y el muchacho estaba sentado a su lado contem-
rompió. plándolo. El viejo soñaba con los leones marinos.
Impreso en el Combinado de Periódicos Granma

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
metió al tiburón con el cabo roto. Lo sintió pe- el saliente pico y toda la desnudez entre los ex-
netrar, y sabiendo que era agudo lo empujó de tremos.
nuevo. El tiburón lo soltó y salió rolando. Fue, Empezó a subir nuevamente, y en la cima cayó
de la manada, el último tiburón que vino a co- y permaneció algún tiempo tendido, con el más-
mer. No quedaba ya nada más que comer. til atravesado sobre su hombro. Trató de levan-
Ahora el viejo apenas podía respirar y sentía tarse. Pero era demasiado difícil y permaneció allí UN VIEJO, EL MAR, UN PEZ Y HEMINGWAY
un extraño sabor en la boca. Era dulzón y como sentado con el mástil al hombro, mirando al ca-
a cobre y por un momento tuvo miedo. Pero no mino. Un gato pasó indiferentemente por el otro
era muy abundante. lado y el viejo lo siguió con la mirada. Luego si- Cuando a mediados de los años cincuenta alguien Es la época en que muere su preciado editor: Max
Escupió en el mar y dijo: guió mirando simplemente el camino. trajo una revista Bohemia al embarcadero de El Perkins; y en que tratan de involucrarlo en conspira-
—Cómanse eso, galanos y sueñen con que han Finalmente soltó el mástil y se puso de pie. Guincho con la traducción de The Old Man and ciones contra el tirano Trujillo; por lo que acosado y
matado a un hombre. Recogió el mástil y se lo echó al hombro y partió
Ahora sabía que estaba finalmente derrotado camino arriba. Tuvo que sentarse cinco veces the Sea, la mayoría de los pescadores y tortugueros perseguido (y asaltada Finca Vigía en 1947 por un
y sin remedio, y volvió a popa y halló que el cabo antes de llegar a su cabaña. de la célebre cayería de Romano no pudieron disfru- pelotón del ejército procedente del Campamento Mili-
roto de la caña encajaba bastante bien en la cabe- Dentro de la choza inclinó el mástil contra la tar de ese extraordinario relato; sencillamente no po- tar de Columbia), se ve obligado a huir de Cuba,
za del timón para poder gobernar. pared. En la oscuridad halló una botella de agua dían, no sabían leer. para refugiarse durante largos meses en los escenarios
Se ajustó el saco a los hombros y puso el bote y tomó un trago. Luego se acostó en la cama. Se Sin embargo, Ernest Hemingway (Oak Park, de Adiós a las armas.
sobre su derrota. Navegó ahora livianamente y echó la frazada sobre los hombros y sobre la es- Chicago, 1899-1961) ya era conocido en aquellos Es a su regreso a La Habana, en 1949, que
no tenía pensamientos ni sentimientos de ningu- palda y las piernas, y durmió boca abajo sobre
na clase. Ahora estaba más allá de todo y gober- los periódicos, con los brazos por afuera, a lo lar-
parajes; se le recordaba como el americano que, de decide utilizar ciertos elementos de la novela The Sea
nó el bote para llegar a puerto lo mejor y más go del cuerpo, y las palmas hacia arriba. Faro Maternillos a Cayo Guillermo, a bordo de un Book, para escribir A través del río y entre los
inteligentemente posible. De noche los tiburones Estaba dormido cuando el muchacho asomó a yate, había estado persiguiendo submarinos alemanes árboles, publicada en 1950; pero esta novela, por lo
atacan las carroñas como pudiera uno recoger mi- la puerta por la mañana. El viento soplaba tan durante casi dos años. menos para la crítica especializada, resultó un fracaso.
gajas de una mesa. El viejo no les hacía caso. No fuerte, que los botes del alto no se harían a la mar Algo parecido había ocurrido en los alrededores Es entonces que, con unas veintiocho mil pala-
hacía caso de nada, salvo del gobierno del bote. y el muchacho había dormido hasta tarde. Luego de la esplendorosa Habana, donde Hemingway cons- bras, Hemingway se dedica a encarnar una de las
Sólo notaba lo bien y ligeramente que navegaba vino a la choza del viejo como había hecho todas tituía ya uno de los grandes mitos, y no precisamente más bellas, míticas y fascinantes páginas de la litera-
el bote ahora que no llevaba un gran peso ama- las mañanas. El muchacho vio que el viejo respi-
rrado al costado. raba y luego vio sus manos y empezó a llorar. por la influencia que pudiera ejercer con su magnífica tura: el relato de un viejo pescador de la zona de
«Un buen bote —pensó—. Sólido y sin nin- Salió muy calladamente a buscar un poco de café obra; sino por esa presencia suya entre los cubanos. Cojímar, en lucha permanente, vigorosa, tenaz, para
gún desperfecto, salvo la caña. Y ésta es fácil de y no dejó de llorar en todo el camino. En 1936, con menos de doscientas palabras, arrebatarle a la Corriente del Golfo una de sus más
sustituir.» Muchos pescadores estaban en torno al bote Hemingway había publicado en la revista Esquire espléndidas criaturas, sin imaginar que con la muerte
Podía percibir que ahora estaba dentro de la co- mirando lo que traía amarrado al costado, y uno «On the blue water» la anécdota del pez y el viejo en del gran pez está en el umbral de la derrota.
rriente y veía las luces de las colonias de la playa estaba metido en el agua, con el pantalón reman- la corriente. Era el relato que le hiciera Carlos Con la aparición de El viejo y el mar, en el
y a lo largo de la orilla. Sabía ahora dónde estaba gado, midiendo el esqueleto con un tramo de
y que llegaría sin ninguna dificultad. sedal.
Gutiérrez, primer patrón del Pilar, sobre un pesca- otoño de 1952, este libro se convierte con rapidez en
«El viento es nuestro amigo, de todos modos El muchacho no bajó a la orilla. Ya había esta- dor de Cabañas. uno de los más afamados relatos de la literatura nor-
—pensó. Luego añadió—: A veces. Y la gran mar do allí y uno de los pescadores cuidaba el bote en Lo cierto es que, a pesar de todos los estudios que teamericana. Había aparecido primero en la revista
con nuestros amigos y enemigos. Y la cama —pen- su lugar. se han realizado, Hemingway sigue siendo en algu- Life, el 1° de septiembre, y una semana más tarde la
só—. La cama es mi amiga. La cama, y nada más —¿Cómo está el viejo? —gritó uno de los pes- nos aspectos ese gran desconocido. Incluso, cuando se editorial Scribner’s de Nueva York lo publica en for-
—pensó—. La cama será una gran cosa. No es tan cadores. publica El viejo y el mar, se desconocía que ese ma de libro. Esto promueve de inmediato toda su
mala en derrota —pensó—. Jamás pensé que fuera —Durmiendo —respondió gritando el mucha- relato había sido desgajado de un producto mayor, obra anterior.
tan fácil. ¿Y qué es lo que te ha derrotado, viejo?» cho. No le importaba que lo vieran llorar—. Que
—Nada —dijo en voz alta—. Me alejé demasiado. nadie lo moleste. una obra que Hemingway había comenzado a escri- Por El viejo y el mar, en 1953, Hemingway
Cuando entró en el puertecito, las luces de La —Tenía dieciocho pies de la nariz a la cola bir tan pronto como concluyó la Segunda Guerra recibe el Premio Pulitzer; y finalmente, en octubre de
Terraza estaban apagadas y se dio cuenta de que —gritó el pescador que lo estaba midiendo. Mundial. Se trataba de una extensa novela que 1954, por toda su obra, el Nobel de Literatura.
todo el mundo estaba acostado. La brisa se había —Lo creo —dijo el muchacho. tituló The Sea Book, una trilogía sobre el mar, el Por esos días se atrinchera en Finca Vigía y se
ido levantando gradualmente y ahora soplaba con Entró en La Terraza y pidió una lata de café. aire y la tierra, a la que nunca le hizo la revisión niega a recibir a la prensa. Es en una breve entrevis-
fuerza. Sin embargo, había tranquilidad en el —Caliente y con bastante leche y azúcar. final, y nunca publicó en vida. ta concedida a la televisión cubana, en la que declara
puerto y puso proa hacia la playita de grava bajo —¿Algo más?
las rocas. No había nadie que pudiera ayudarlo, —No. Después veré qué puede comer.
Debieron transcurrir más de veinte años, y diver- que quien ha ganado el Nobel es «un cubano sato».
de modo que adentró el bote todo lo posible en —¡Ése sí era un pez! —dijo el propietario—. sas circunstancias, incluyendo su muerte, para que Luego entregaría la medalla del Premio Nobel a la
la playa. Luego se bajó y lo amarró a una roca. Jamás ha habido uno igual. También los dos que una versión de esa novela viera la luz en 1970: Virgen de la Caridad del Cobre, en el Santuario de
Quitó el mástil de la carlinga y enrolló la vela ustedes cogieron ayer eran buenos. Islands in the Stream (Islas en el Golfo); sin Santiago de Cuba.
y la ató. Luego se echó el palo al hombro y empe- —¡Al diablo con ellos! —dijo el muchacho y dudas corregida, mutilada, tal vez castrada, algo que El viejo y el mar es una pieza magistral, llena
zó a subir. Fue entonces cuando se dio cuenta de empezó a llorar nuevamente. nunca llegará a conocerse realmente. The Sea Book de encanto y poesía, tierna y ruda a la vez: un pez, el
la profundidad de su cansancio. Se paró un mo- —¿Quieres un trago de algo? —preguntó el era una novela esperada por millones de lectores en el mar, un viejo y un muchacho, en los escenarios de
mento y miró hacia atrás y al reflejo de la luz de dueño.
la calle vio la gran cola del pez levantada detrás —No —dijo el muchacho—. Dígales que no se mundo entero; pero Hemingway la echó a un lado, la Cojímar, con la sencillez de un texto clásico, genuina-
de la popa del bote. Vio la blanca línea desnuda preocupen por Santiago. Vuelvo enseguida. sepultó y creó así uno de los grandes misterios de la mente cubano, entre símbolos y míticas reflexiones,
de su espinazo y la oscura masa de la cabeza con —Dile que lo siento mucho. literatura contemporánea. que escribió cuando ya llevaba casi veinte años de con-
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tacto con espacios marinos de la cultura cubana, entre gos años, primero en el Hotel Ambos Mundos, en la «No podía esperar matarlo —pensó—. Pudie- —No seas idiota —dijo en voz alta—. Y no te
pescadores y navegantes; y, además, empleados, buscavi- zona más bulliciosa de La Habana Vieja, y después ra haberlo hecho en mis buenos tiempos. Pero duermas. Gobierna tu bote. Todavía puedes te-
das, dependientes, limpiabotas, taxistas y boxeadores. en las afueras de la capital cubana, sobre una de las los he magullado bien a los dos y se deben de ner mucha suerte. Me gustaría comprar alguna si
Este relato, y por lo menos otras dos novelas suyas, colinas de San Francisco de Paula. Un autor que sentir bastante mal. Si hubiera podido usar un la vendieran en alguna parte.
están vinculadas a las aristas más preciadas de la lite- bate con las dos manos habría podido matar al «¿Con qué habría de comprarla? —se pregun-
ratura cubana. A cincuenta años de su publicación, el sigue siendo uno de los grandes artífices del lenguaje primero, seguramente. Aun ahora», pensó. tó—. ¿Podría comprarla con un arpón perdido y
mito del más universal de los escritores norteamerica- y de la creación literaria. El maestro del iceberg; el que No quería mirar al pez. Sabía que la mitad de un cuchillo roto y dos manos estropeadas?»
nos en Cuba alcanza una renovada fuerza y esplendor. de manera genial recreó historias, mitos y reme- él había sido destruida. El sol se había puesto —Pudiera ser —dijo—. Has tratado de com-
Sin dudas, Hemingway es un autor inagotable. Un moraciones: uno de los autores que más ha influido en mientras el viejo peleaba con los tiburones. prarla con ochenta y cuatro días en la mar. Y casi
escritor que vivió y trabajó en nuestra Isla durante lar- la literatura del siglo XX. —Pronto será de noche —dijo—. Entonces po- estuvieron a punto de vendértela.
dré acaso ver el resplandor de La Habana. Si me «No debo pensar en tonterías —pensó—. La
ENRIQUE CIRULES hallo demasiado lejos al este, veré las luces de una suerte es una cosa que viene en muchas formas, y
LA HABANA, DICIEMBRE DE 2001 de las nuevas playas. ¿quién puede reconocerla? Sin embargo, yo to-
«Ahora no puedo estar demasiado lejos —pen- maría alguna en cualquier forma y pagaría lo que
só—. Espero que nadie se haya alarmado. Sólo el pidieran. Mucho me gustaría ver el resplandor
muchacho pudiera preocuparse, desde luego. Pero de las luces —pensó—. Me gustarían muchas co-
estoy seguro de que habrá tenido confianza. Mu- sas. Pero eso es lo que ahora deseo.» Trató de
chos de los pescadores más viejos estarán preocu- ponerse más cómodo para gobernar al bote y por
pados. Y muchos otros también —pensó—. Vivo su dolor se dio cuenta de que no estaba muerto.
en un buen pueblo.» Vio el fulgor reflejado de las luces de la ciudad
Ya no le podía hablar al pez, porque éste esta- a eso de las diez de la noche. Al principio eran
ba demasiado destrozado. Entonces se le ocurrió perceptibles únicamente como la luz en el cielo
una cosa. antes de salir la luna. Luego se las veía firmes a
—Medio pez —dijo—. El pez que has sido. Sien- través del mar, que ahora estaba picado debido a la
to haberme alejado tanto. Nos hemos arruinado brisa creciente. Gobernó hacia el centro del res-
los dos. Pero hemos matado muchos tiburones, plandor y pensó que, ahora, pronto llegaría al bor-
tú y yo, y hemos arruinado a muchos otros. de de la corriente.
¿Cuántos has matado tú en tu vida, viejo pez? «Ahora ha terminado —pensó—. Probable-
Por algo debes de tener esa espada en la cabeza. mente me vuelvan a atacar. Pero, ¿qué puede ha-
Le gustaba pensar en el pez y en lo que podría cer un hombre contra ellos en la oscuridad y sin
hacerle a un tiburón si estuviera nadando libre- un arma?»
mente. «Debí de haberle cortado la espada para Ahora estaba rígido y adolorido y sus heridas
combatir con ella a los tiburones», pensó. Pero no y todas las partes castigadas de su cuerpo le do-
tenía un hacha, y después se quedó sin cuchillo. lían con el frío de la noche. «Ojalá no tenga que
«Pero si lo hubiera hecho y ligado la espada al volver a pelear —pensó—. Ojalá, ojalá que no ten-
cabo de un remo, ¡qué arma! Entonces los habría- ga que volver a pelear.»
mos podido combatir juntos. ¿Qué vas a hacer aho- Pero hacia medianoche tuvo que pelear y esta
ra si vienen de noche? ¿Qué puedes hacer?» vez sabía que la lucha era inútil. Los tiburones
—Pelear contra ellos —dijo—. Pelearé contra vinieron en manadas y sólo podía ver las líneas
ellos hasta la muerte. que trazaban sus aletas en el agua y su fosfores-
Pero ahora en la oscuridad y sin que aparecie- cencia al arrojarse contra el pez. Les dio con el
ra ningún resplandor y sin luces y sólo el viento palo en las cabezas y sintió el chasquido de sus
y sólo el firme tiro de la vela, sintió que quizás mandíbulas y el temblor del bote cada vez que
estaba ya muerto. Juntó las manos y percibió la debajo agarraban su presa. Golpeó desesperada-
sensación de las palmas. No estaban muertas y él mente contra lo que sólo podía sentir y oír, sin-
podía causar el dolor de la vida sin más que abrir- tió que algo agarraba la porra y se la arrebataba.
las y cerrarlas. Se echó hacia atrás contra la popa Arrancó la caña del timón y siguió pegando
y sabía que no estaba muerto. Sus hombros se lo con ella, cogiéndola con ambas manos y dejándo-
decían. la caer con fuerza una y otra vez. Pero ahora lle-
«Tengo que decir todas esas oraciones que pro- gaban hasta la proa y acometían uno tras otro y
metí si pescaba al pez —pensó—. Pero estoy de- todos juntos, arrancando los pedazos de carne que
masiado cansado para rezarlas ahora. Mejor que emitían un fulgor bajo el agua cuando ellos se
coja el saco y me lo eche sobre los hombros.» volvían para regresar nuevamente.
Hemingway era un ferviente admirador de la Revolución Cubana y de su líder Fidel Se echó sobre la popa y siguió gobernando y Por último vino uno contra la propia cabeza
Castro, con quien departió en varias ocasiones, incluso en la Copa Hemingway. mirando a ver si aparecía el resplandor en el cielo. del pez y el viejo se dio cuenta de que todo ha-
Foto: Osvaldo Salas. «Tengo la mitad del pez —pensó—. Quizá tenga la bía terminado.
suerte de llegar a tierra con la mitad delantera. Tiró un golpe con la caña a la cabeza del tibu-
Debiera quedarme alguna suerte. No —se dijo—. rón donde las mandíbulas estaban prendidas a la
Has violado tu suerte cuando te alejaste demasia- resistente cabeza del pez, que no cedía. Tiró uno
do de la costa.» o dos golpes más. Sintió romperse la barra y arre-

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—Deben de haberse llevado un cuarto del pez «Ahora me han aniquilado —pensó—. Soy de-
y de la mejor carne —dijo en voz alta—. Ojalá fue- masiado viejo para matar a los tiburones a
ra un sueño, y que jamás lo hubiera pescado. Lo garrotazos. Pero lo intentaré mientras tenga los
siento, pez. Todo se ha echado a perder. remos y la porra y la caña.»
Se detuvo y ahora no quiso mirar al pez. Desan- Puso de nuevo sus manos en el agua para
grado y a flor de agua parecía del color de la parte empaparlas. La tarde estaba avanzando y todavía A Charles Scribner y Max Perkins
de atrás de los espejos, y todavía se veían sus franjas. no veía más que el mar y el cielo. Había más viento
—No debí haberme alejado tanto de la costa, en el cielo que antes, y esperaba ver pronto tierra.

E
pez —dijo—. Ni por ti, ni por mí. Lo siento, pez. —Estás cansado, viejo —dijo—. Estás cansado ra un viejo que pescaba solo en un bote en —Sí —dijo el muchacho—. ¿Me permite brin-
«Ahora —se dijo— mira la ligadura del cuchi- por dentro. la corriente del Golfo y hacía ochenta y darle una cerveza en La Terraza? Luego llevare-
llo, a ver si ha sido cortada. Luego pon tu mano en Los tiburones no lo atacaron hasta justamen- cuatro días que no cogía un pez. En los pri- mos las cosas a casa.
buen estado, porque todavía no se ha acabado esto.» te antes de la puesta del sol. meros cuarenta días había tenido consigo a un mu- —¿Por qué no? —dijo el viejo—. Entre pescadores.
—Ojalá hubiera traído una piedra para afilar El viejo vio venir las pardas aletas a lo largo de chacho. Pero después de cuarenta días sin haber Se sentaron en La Terraza. Muchos de los pes-
el cuchillo —dijo el viejo después de haber exami- la ancha estela que el pez debía de trazar en el pescado, los padres del muchacho le habían dicho cadores se reían del viejo, pero él no se molestaba.
nado la ligadura en el cabo del remo—. Debí agua. No venían siquiera siguiendo el rastro. Se que el viejo estaba definitiva y rematadamente Otros, entre los más viejos, lo miraban y se ponían
haber traído una piedra. dirigían derecho al bote, nadando a la par. salao1 lo cual era la peor forma de la mala suerte; y tristes. Pero no lo manifestaban y se referían cor-
«Debiste haber traído muchas cosas —pensó—. Trancó la caña, amarró la escota y cogió la por orden de sus padres, el muchacho había salido tésmente a la corriente y a las hondonadas donde
Pero no las has traído, viejo. Ahora no es el mo- porra que tenía bajo la popa. Era un mango de en otro bote, que cogió tres buenos peces la prime- habían tendido sus sedales, al continuo buen tiem-
mento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo remo roto, serruchado a una longitud de dos pies ra semana. Entristecía al muchacho ver al viejo re- po y a los que habían visto. Los pescadores que
que puedes hacer con lo que hay.» y medio. Sólo podía usarlo eficazmente con una aquel día habían tenido éxito habían llegado y ha-
gresar todos los días con su bote vacío, y siempre
—Me estás dando muchos buenos consejos —dijo mano, debido a la forma de la empuñadura, y lo bían limpiado sus agujas y las llevaban tendidas so-
bajaba a ayudarle a cargar los rollos de sedal o el
en voz alta—. Estoy cansado de eso. cogió firmemente con la derecha, flexionando la bre dos tablas —dos hombres tambaleándose al
bichero y el arpón y la vela arrollada al mástil. La
Sujetó la caña bajo el brazo y metió las dos ma- mano mientras veía venir los tiburones. Ambos extremo de cada tabla— a la pescadería, donde
vela estaba remendada con sacos de harina y, arro-
nos en el agua mientras el bote seguía avanzando. eran galanos. esperaban a que el camión del hielo las llevara al
«Debo dejar que el primero agarre bien para llada, parecía una bandera en permanente derrota.
—Dios sabe cuánto se habrá llevado ese últi- mercado, a La Habana. Los que habían pescado
mo —dijo—. Pero ahora pesa mucho menos. pegarle en la punta del hocico o en medio de la El viejo era flaco y desgarbado, con arrugas
profundas en la parte posterior del cuello. Las tiburones los habían llevado a la factoría de tiburo-
No quería pensar en la mutilada parte inferior cabeza», pensó.
pardas manchas del benigno cáncer de la piel que nes al otro lado de la ensenada, donde eran izados
del pez. Sabía que cada uno de los tirones del tibu- Los tiburones se acercaron juntos y cuando el
el sol produce con sus reflejos en el mar tropical, en aparejos de polea; les sacaban los hígados, les
rón había significado carne arrancada y que el pez viejo vio al más cercano abrir las mandíbulas y
estaban en sus mejillas. Estas pecas corrían por cortaban las aletas y los desollaban y cortaban su
dejaba ahora para todos los tiburones un rastro clavarlas en el plateado costado del pez, levantó
los lados de su cara hasta bastante abajo, y sus carne en trozos para salarla.
tan ancho como una carretera a través del océano. el palo y lo dejó caer con gran fuerza y violencia
sobre la ancha cabezota del tiburón. Sintió la elás- manos tenían las hondas cicatrices que causa la Cuando el viento soplaba del este, el hedor se
«Era un pez capaz de mantener a un hombre
todo el invierno —pensó—. No pienses en eso. tica solidez de la cabeza al caer el palo sobre ella. manipulación de las cuerdas cuando sujetan los extendía a través del puerto, procedente de la fábrica
Descansa simplemente y trata de poner tus ma- Pero sintió también la rigidez del hueso y otra grandes peces. Pero ninguna de estas cicatrices era tiburonera; pero hoy no se notaba más que un débil
nos en orden para defender lo que queda. El olor vez pegó duramente al tiburón sobre la punta del reciente. Eran tan viejas como las erosiones de tufo porque el viento había vuelto al norte y luego
a sangre de mis manos no significa nada, ahora hocico al tiempo que se deslizaba hacia abajo se- un árido desierto. había dejado de soplar. Era agradable estar allí, al
que existe todo ese rastro en el agua. Además, no parándose del pez. Todo en él era viejo, salvo sus ojos; y éstos tenían sol, en La Terraza.
sangran mucho. No hay ninguna herida de cui- El otro tiburón había estado entrando y sa- el color mismo del mar y eran alegres e invictos. —Santiago —dijo el muchacho.
dado. La sangría puede impedir que le dé calam- liendo y ahora volvía con las mandíbulas abier- —Santiago —le dijo el muchacho trepando por la —¿Qué? —respondió el viejo. Con el vaso en la
bre a la izquierda. tas. El viejo podía ver pedazos de carne del pez orilla desde donde quedaba varado el bote—. Yo po- mano pensaba en las cosas de hacía muchos años.
»¿En qué puedo pensar ahora? —se dijo—. En cayendo, blancas, de los cantos de sus mandíbu- dría volver con usted. Hemos hecho algún dinero. —¿Puedo ir a buscarle sardinas para mañana?
nada. No debo pensar en nada y esperar a los siguien- las, cuando acometió al pez y éste cerró las man- El viejo había enseñado al muchacho a pescar, y —No. Ve a jugar al béisbol. Todavía puedo
tes. Ojalá hubiera sido realmente un sueño —pen- díbulas. Le pegó con el palo y dio sólo en la cabe- el muchacho le tenía cariño. remar, y Rogelio tirará la atarraya.
só—. Pero, ¿quién sabe? Hubiera podido salir bien.» za, y el tiburón lo miró y arrancó la carne. El —No —dijo el viejo—. Tú sales en un bote que —Me gustaría ir. Si no puedo pescar con usted,
El siguiente tiburón que apareció venía solo y viejo le pegó de nuevo con el palo al tiempo que tiene buena suerte. Sigue con ellos. me gustaría servirlo de alguna manera.
era otro hocico de pala. Vino como un puerco a se deslizaba alejándose para tragar y sólo dio en —Pero recuerde que una vez llevaba ochenta y —Me has pagado una cerveza —dijo el viejo—.
la artesa: si hubiera un puerco con una boca tan la sólida y densa elasticidad. siete días sin pescar nada y luego cogimos peces gran- Ya eres un hombre.
grande que cupiera en ella la cabeza de un hom- —Vamos, galano —dijo el viejo—. Vuelve otra vez. des todos los días durante tres semanas. —¿Que edad tenía yo cuando usted me llevó por
bre. El viejo dejó que atacara al pez. Luego le cla- El tiburón volvió con furia y el viejo le pegó —Lo recuerdo —dijo el viejo—, y yo sé que no primera vez en un bote?
vó el cuchillo del remo en el cerebro. Pero el ti- en el instante en que cerraba sus mandíbulas. Le me dejaste porque hubieses perdido la esperanza. —Cinco años. Y por poco pierdes la vida cuan-
burón brincó hacia atrás mientras rolaba y la hoja pegó sólidamente y desde tan alto como había —Fue papá quien me obligó. Soy un chiquillo y do subí aquel pez demasiado vivo que estuvo a pun-
del cuchillo se rompió. podido levantar el palo. Esta vez sintió el hueso, tengo que obedecerlo. to de destrozar el bote. ¿Te acuerdas?
El viejo se puso al timón. Ni siquiera quiso en la base del cráneo, y le pegó de nuevo en el —Lo sé —dijo el viejo—. Es completamente —Recuerdo cómo brincaba y pegaba coleta-
ver cómo el tiburón se hundía lentamente en el mismo sitio mientras el tiburón arrancaba normal. zos, y que el banco se rompía, y el ruido de los
agua, apareciendo primero en todo su tamaño; flojamente la carne y se deslizaba hacia abajo, se- —Papá no tiene mucha fe. garrotazos. Recuerdo que usted me arrojó a la
luego, pequeño; luego, diminuto. Eso le había parándose del pez. —No. Pero nosotros, sí, ¿verdad? proa, donde estaban los sedales mojados y enro-
fascinado siempre. Pero ahora ni siquiera miró. El viejo esperó a que subiera de nuevo, pero llados. Y recuerdo que todo el bote se estreme-
—Ahora me queda el bichero —dijo—. Pero no apareció ninguno de ellos. Luego vio uno en cía, y el estrépito que usted armaba dándole
no servirá de nada. Tengo los dos remos y la caña la superficie nadando en círculos. No vio la aleta 1
Todas las palabras en cursiva aparecen en español en el garrotazos como si talara un árbol, y el pegajoso
del timón y la porra. del otro. original inglés. (Todas las notas pertenecen a la edición de base.) olor a sangre que me envolvía.
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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
—¿Lo recuerdas realmente o es que yo te lo he robarle nada al viejo; pero era mejor llevar la vela Pero le gustaba pensar en todas las cosas en que go las abrió y cerró suavemente para despegarlas
contado? y los sedales gruesos, puesto que el rocío los da- se hallaba envuelto, y puesto que no había nada del remo. Las cerró con firmeza para que ahora
—Lo recuerdo todo, desde la primera vez que ñaba, y aunque estaba seguro de que ninguno de que leer y no tenía un receptor de radio, pensaba aguantaran el dolor y no cedieran y clavó la vista
salimos juntos. la localidad le robaría nada, el viejo pensaba que mucho y seguía pensando acerca del pecado. «No en los tiburones que se acercaban. Podía ver sus
El viejo lo miró con sus amorosos y confiados el arpón y el bichero eran tentaciones, y que no has matado al pez únicamente para vivir y vender anchas y aplastadas cabezas de punta de pala y
ojos quemados por el sol. había por qué dejarlos en el bote. para comer —pensó—. Lo mataste por orgullo y sus anchas aletas pectorales de blanca punta. Eran
—Si fueras hijo mío, me arriesgaría a llevarte Marcharon juntos camino arriba hasta la ca- porque eres pescador. Lo amabas cuando estaba unos tiburones odiosos, malolientes, comedores
—dijo—. Pero tú eres de tu padre y de tu madre, y baña del viejo y entraron; la puerta estaba abier- vivo y lo amabas después. Si lo amas, no es pecado de carroñas, así como asesinos, y cuando tenían
trabajas en un bote que tiene suerte. ta. El viejo inclinó el mástil con su vela arrollada matarlo. ¿O será más que pecado?» hambre eran capaces de morder un remo o un
—¿Puedo ir a buscarle las sardinas? También sé contra la pared y el muchacho puso la caja y el —Piensas demasiado, viejo —dijo en voz alta. timón de barco. Eran estos tiburones los que cer-
dónde conseguir cuatro carnadas. resto del aparejo junto a él. El mástil era casi tan «Pero te gustó matar al dentuso —pensó—. Vive cenaban las patas de las tortugas cuando éstas na-
—Tengo las mías, que me han sobrado de hoy. largo como la habitación única de la choza. Esta de los peces vivos, como tú. No es un animal que daban dormidas en la superficie, y atacaban a un
Las puse en sal en la caja. última estaba hecha de las recias pencas de la pal- se alimente de carroñas, ni un simple apetito am- hombre en el agua si tenían hambre aun cuando
—Déjeme traerle cuatro cebos frescos. ma real que llaman guano, y había una cama, una bulante, como otros tiburones. Es hermoso y el hombre no llevara encima sangre ni mucosi-
—Uno —dijo el viejo. Su fe y su esperanza no le mesa, una silla y un lugar en el piso de tierra para noble y no conoce el miedo.» dad de pez.
habían fallado nunca. Pero ahora empezaban a cocinar con carbón. En las paredes, de pardas, —Lo maté en defensa propia —dijo el viejo en —¡Ay! —dijo el viejo—. Galanos. ¡Vengan, galanos!
revigorizarse como cuando se levanta la brisa. aplastadas y superpuestas hojas de guano de resis- voz alta—. Y lo maté bien. Vinieron. Pero no vinieron como había veni-
—Dos —dijo el muchacho. tente fibra, había una imagen en colores del Sa- «Además —pensó—, todo mata a los demás en do el mako. Uno viró y se perdió de vista, abajo,
—Dos —aceptó el viejo—. ¿No los has robado? grado Corazón de Jesús y otra de la Virgen del cierto modo. El pescar me mata a mí exactamen- y por la sacudida del bote el viejo sintió que el
—Lo hubiera hecho —dijo el muchacho—. Pero Cobre. Éstas eran reliquias de su esposa. En otro te igual que me da la vida. El muchacho sostiene tiburón acometía al pez y le daba tirones. El otro
éstos los compré. tiempo había habido una desvaída foto de su mi vida —pensó—. No debo hacerme demasiadas miró al viejo con sus hendidos ojos amarillos y
—Gracias —dijo el viejo. Era demasiado simple esposa en la pared, pero la había quitado porque ilusiones.» luego vino rápidamente con su medio círculo de
para preguntarse cuándo había alcanzado la humil- le hacía sentirse demasiado solo el verla, y ahora Se inclinó sobre la borda y arrancó un pedazo mandíbulas abierto para acometer al pez donde
dad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía que estaba en el estante del rincón, bajo su camisa de la carne del pez donde lo había desgarrado el había sido ya mordido. Luego apareció claramente
no era vergonzoso y que no comportaba pérdida del limpia. tiburón. La masticó y notó su buena calidad y su la línea en la cima de su cabeza parda y más atrás
orgullo verdadero. —¿Qué tiene para comer? —preguntó el mu- buen sabor. Era firme y jugosa como carne de donde el cerebro se unía a la espina dorsal y el
res, pero no era roja. No tenía nervios y él sabía viejo clavó el cuchillo que había amarrado al remo
—Con esta brisa ligera, mañana va a hacer buen chacho.
que en el mercado se pagaría al más alto precio. en la articulación. Lo retiró, lo clavó de nuevo en
día —dijo. —Una cazuela de arroz amarillo con pescado.
Pero no había manera de impedir que su aroma los amarillos ojos felinos del tiburón. El tiburón
—¿A dónde piensa ir? —le preguntó el muchacho. ¿Quieres un poco?
se extendiera por el agua y el viejo sabía que se soltó al pez y se deslizó hacia abajo tragando lo
—Saldré lejos para regresar cuando cambie el —No. Comeré en casa. ¿Quiere que le encienda
acercaban muy malos momentos. que había cogido, mientras moría.
viento. Quiero estar fuera antes que sea de día. la candela?
La brisa era firme. Había retrocedido un poco El bote retemblaba todavía por los estragos
—Voy a hacer que mi patrón salga lejos a traba- —No. Yo la encenderé luego. O quizás coma el
hacia el nordeste y el viejo sabía que eso significa- que el otro tiburón estaba causando al pez y el
jar —dijo el muchacho—. Si usted engancha algo arroz frío.
ba que no decaería. El viejo miró adelante, pero viejo arrió la escota para que el bote virara en
realmente grande, podremos ayudarle. —¿Puedo llevarme la atarraya? redondo y sacara de debajo al tiburón. Cuando
no se veía ninguna vela, ni el casco, ni el humo de
—A tu patrón no le gusta salir demasiado lejos. —Desde luego. ningún barco. Sólo los peces voladores que se le- vio al tiburón, se inclinó sobre la borda y le dio
—No —dijo el muchacho—, pero yo veré algo No había ninguna atarraya. El muchacho recor- vantaban de su proa abriéndose hacia los lados y de cuchilladas. Sólo encontró carne y la piel esta-
que él no podrá ver: un ave trabajando, por ejemplo. daba que la habían vendido. Pero todos los días pa- los parches amarillos de los sargazos. Ni siquiera ba endurecida y apenas pudo hacer penetrar el
Así haré que salga siguiendo a los dorados. saban por esta ficción. No había ninguna cazuela de se veía un pájaro. cuchillo. El golpe lastimó no sólo sus manos, sino
—¿Tan mala tiene la vista? arroz amarillo con pescado, y el muchacho lo sabía Había navegado durante dos horas, descansan- también su hombro. Pero el tiburón subió rápi-
—Está casi ciego. igualmente. do en la popa y a veces masticando un pedazo de do, y sacó la cabeza, y el viejo le dio en el centro
—Es extraño —dijo el viejo—. Jamás ha ido a la —El ochenta y cinco es un número de suerte —dijo carne de la aguja, tratando de reposar para estar fuer- mismo de aquella cabeza plana al tiempo que el
pesca de tortugas. Eso es lo que mata los ojos. el viejo—. ¿Qué te parece si me vieras volver con un te, cuando vio el primero de los dos tiburones. hocico salía del agua y se pegaba al pez. El viejo
—Pero usted ha ido a la pesca de tortugas duran- pez que, en canal,2 pesara más de mil libras? —¡Ay! —dijo en voz alta. No hay equivalente retiró la hoja y acuchilló de nuevo al tiburón exac-
te varios años, por la costa de los Mosquitos, y tiene —Voy a coger la atarraya y saldré a pescar las para esta exclamación. Quizá sea tan sólo un rui- tamente en el mismo lugar. Todavía siguió pega-
buena vista. sardinas. ¿Se quedará sentado al sol, a la puerta? do, como el que pueda emitir un hombre, do al pez que había enganchado con sus mandí-
—Yo soy un viejo extraño. —Sí. Tengo ahí el periódico de ayer y voy a leer involuntariamente, sintiendo las clavos atravesar bulas, y el viejo lo acuchilló en el ojo izquierdo.
—Pero, ¿ahora se siente bastante fuerte como los resultados de los partidos de béisbol. sus manos y penetrar en la madera. El tiburón seguía prendido del pez.
para un pez realmente grande? El muchacho se preguntó si el «periódico de ayer» —Galanos —dijo en voz alta. Había visto aho- —¿No? —dijo el viejo, y le clavó la hoja entre
—Creo que sí. Y hay muchos trucos. no sería también una ficción. Pero el viejo lo sacó de ra la segunda aleta que venía detrás de la primera las vértebras y el cerebro. Ahora fue un golpe
—Vamos a llevar las cosas a casa —dijo el mu- debajo de la cama. y los había identificado como los tiburones de fácil y el viejo sintió romperse el cartílago. El
chacho—. Luego cogeré la atarraya y me iré a buscar —Perico me lo dio en la bodega —explicó. hocico en forma de pala por la parda aleta trian- viejo invirtió el remo y metió la pala entre las
las sardinas. —Volveré cuando haya cogido las sardinas. gular y los amplios movimientos de cola. Habían mandíbulas del tiburón para forzarlo a soltar.
Recogieron el aparejo del bote. El viejo se echó Guardaré las suyas junto con las mías en el hielo captado el rastro y estaban excitados y en la estu- Hizo girar la pala, y al soltar el tiburón, dijo:
el mástil al hombro y el muchacho cargó la caja de y por la mañana nos las repartiremos. Cuando pidez de su voracidad estaban perdiendo y reco- —Vamos, galano. Baja, déjate ir hasta una milla
madera de los enrollados sedales pardos de apretada yo vuelva, me contará lo del béisbol. brando el aroma. Pero se acercaban sin cesar. de profundidad. Ve a ver a tu amigo. O quizá sea
malla, el bichero y el arpón con su mango. La —Los Yankees de Nueva York no pueden El viejo amarró la escota y trancó la caña. tu madre.
caja de las carnadas estaba bajo la popa, junto a la perder. Luego cogió el remo al que había ligado el cuchi- El viejo limpió la hoja de su cuchillo y soltó el
porra que usaba para rematar a los peces grandes llo. Lo levantó lo más suavemente posible por- remo. Luego cogió la escota y la vela se llenó de
cuando los arrimaba al bote. Nadie sería capaz de 2
Es decir, listo para llevar al mercado. que sus manos se rebelaban contra el dolor. Lue- aire y el viejo puso el bote en su derrota.

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armados que no tuvieran otro enemigo. Ahora, había visto jamás. Y bien sabe Dios que yo he —Pero yo les tengo miedo a los Indios de Cle- —Habrá que hacerlo —dijo el viejo, levantán-
al percibir el aroma más fresco, su azul aleta dor- visto dentusos grandes. veland. dose y cogiendo el periódico y doblándolo. Lue-
sal cortaba el agua más velozmente. »Era demasiado bueno para durar —pensó—. —Ten fe en los Yankees de Nueva York, hijo, go empezó a doblar la frazada.
Cuando el viejo lo vio venir, se dio cuenta de Ahora pienso que ojalá hubiera sido un sueño, y piensa en el gran DiMaggio. —No se quite la frazada —dijo el muchacho—.
que era un tiburón que no tenía ningún miedo y que jamás hubiera pescado al pez, y que me halla- —Les tengo miedo a los Tigres de Detroit y a Mientras yo viva, usted no saldrá a pescar sin
que haría exactamente lo que quisiera. Preparó el ra solo en la cama sobre los periódicos.» los Indios de Cleveland. comer.
arpón y sujetó el cabo mientras veía venir al tibu- —Pero el hombre no está hecho para la derro- —Ten cuidado, no vayas a tenerles miedo tam- —Entonces vive mucho tiempo, y cuídate
rón. El cabo era corto, pues le faltaba el trozo ta —dijo—. Un hombre puede ser destruido, pero bién a los Rojos de Cincinnatti y a los White Sox —dijo el viejo—. ¿Qué vamos a comer?
que él había cortado para amarrar al pez. no derrotado. de Chicago. —Frijoles negros con arroz, plátanos fritos y
El viejo tenía ahora la cabeza despejada y en «Pero siento haber matado al pez —pensó—. —Usted estudia eso y me lo cuenta cuando vuelva. un poco de asado.
buen estado y se hallaba lleno de decisión, pero Ahora llega el mal momento y ni siquiera tengo —¿Crees que debiéramos comprar unos bille- El muchacho lo había traído de La Terraza en
no abrigaba mucha esperanza. «Era demasiado el arpón. El dentuso es cruel y capaz y fuerte e inte- tes de la lotería que terminen en un ochenta y una cantina. Traía en el bolsillo dos juegos de cubier-
bueno para que durara», pensó. Echó una mirada ligente. Pero yo fui más inteligente que él. cinco? Mañana hace el día ochenta y cinco. tos, cada uno envuelto en una servilleta de papel.
al gran pez mientras veía acercarse al tiburón. «Tal Quizá no —pensó—. Acaso estuviera solamente —Podemos hacerlo —dijo el muchacho—. —¿Quién te ha dado esto?
parece un sueño —pensó—. No puedo impedir mejor armado.» Pero, ¿qué me dice de su gran récord, el ochenta —Martín. El dueño.
que me ataque, pero acaso pueda arponearlo. —No pienses, viejo —dijo en voz alta—. Si- y siete? —Tengo que darle las gracias.
Dentuso —pensó—. ¡Maldita sea tu madre!» gue tu rumbo y dale el pecho a la cosa cuando —No podría suceder dos veces. ¿Crees que pue- —Ya yo se las he dado —dijo el muchacho—.
El tiburón se acercó velozmente por la popa y venga. das encontrar un ochenta y cinco? No tiene que dárselas usted.
cuando atacó al pez, el viejo vio su boca abierta «Pero tengo que pensar —pensó—. Porque es —Puedo pedirlo. —Le daré la ventrecha de un gran pescado
y sus extraños ojos y el tajante chasquido de los lo único que me queda. Eso y el béisbol. Me pre- —Un billete entero. Eso hace dos pesos y me- —dijo el viejo—. ¿Ha hecho esto por nosotros
dientes al entrarle a la carne justamente sobre la gunto qué le habría parecido al gran DiMaggio la dio. ¿Quién podría prestárnoslos? más de una vez?
cola. La cabeza del tiburón estaba fuera del agua forma en que le di en el cerebro. No fue gran —Eso es fácil. Yo siempre encuentro quien me —Creo que sí.
y su lomo venía asomado y el viejo podía oír el cosa —pensó—. Cualquier hombre habría podi- preste dos pesos y medio. —Entonces tendré que darle más que la ven-
ruido que hacía al desgarrar la piel y la carne del do hacerlo. Pero, ¿cree usted que mis manos ha- —Creo que yo también. Pero trato de no pedir trecha. Es muy considerado con nosotros.
gran pez cuando clavó el arpón en la cabeza yan sido un inconveniente tan grande como las prestado. Primero pides prestado; luego pides li- —Mandó dos cervezas.
del tiburón en el punto donde la línea del entre- espuelas de hueso? No puedo saberlo. Jamás he mosna. —Me gusta más la cerveza en lata.
cejo se cruzaba con la que corría rectamente ha- tenido nada malo en el talón, salvo aquella vez en —Abríguese, viejo —dijo el muchacho—. Re- —Lo sé. Pero ésta es en botella. Cerveza
cia atrás partiendo del hocico. No había tales lí- que la raya me lo pinchó cuando la pisé nadando cuerde que estamos en septiembre. Hatuey. Y yo devuelvo las botellas.
neas: solamente la pesada y recortada cabeza azul y me paralizó la parte inferior de la pierna. Me —El mes en que vienen los grandes peces —Muy amable de tu parte —dijo el viejo—.
y los grandes ojos y las mandíbulas que chasquea- causó un dolor insoportable.» —dijo el viejo—. En mayo cualquiera es pescador. ¿Comemos?
ban, acometían y se lo tragaban todo. Pero allí —Piensa en algo alegre, viejo —dijo—. Ahora —Ahora voy por las sardinas —dijo el mu- —Es lo que yo proponía —le dijo el muchacho—
era donde estaba el cerebro y allí fue donde le cada minuto que pasa estás más cerca de la orilla. chacho. . No he querido abrir la cantina hasta que estu-
pegó el viejo. Le pegó con sus manos pulposas y Tras haber perdido cuarenta libras, navegaba Cuando volvió el muchacho, el viejo estaba viera usted listo.
ensangrentadas, empujando el arpón con toda su más y más ligero. dormido en la silla. El sol se estaba poniendo. El —Ya estoy listo —dijo el viejo—. Sólo necesi-
fuerza. Le pegó sin esperanza, pero con resolu- Conocía perfectamente lo que pudiera suce- muchacho cogió de la cama la frazada del viejo y taba tiempo para lavarme.
ción y furia. der cuando llegara a la parte interior de la co- se la echó sobre los hombros. Eran unos hom- «¿Dónde se lava?», pensó el muchacho. El
El tiburón se volcó y el viejo vio que no había rriente. Pero ahora no había nada que hacer. bros extraños, todavía poderosos, aunque muy pozo del pueblo estaba a dos cuadras de distan-
vida en sus ojos; luego el tiburón volvió a volcar- —Sí, cómo no —dijo en voz alta—. Puedo ama- viejos, y el cuello era también fuerte todavía, y cia, camino abajo. «Debí de haberle traído agua
se, se envolvió en dos lazos de cuerda. El viejo se rrar el cuchillo al cabo de uno de los remos. las arrugas no se veían tanto cuando el viejo esta- —pensó el muchacho—, y jabón, y una buena
dio cuenta de que estaba muerto, pero el tiburón Lo hizo así con la caña del timón bajo el bra- ba dormido y con la cabeza derribada hacia ade- toalla. ¿Por qué seré tan desconsiderado? Tengo
no quería aceptarlo. Luego, de lomo, batiendo el zo y la escota de la vela bajo el pie. lante. Su camisa había sido remendada tantas ve- que conseguirle otra camisa y un yáquet para
agua con la cola y chasqueando las mandíbulas, —Vaya —dijo—. Soy un viejo. Pero no estoy ces, que estaba como la vela; y los remiendos, el invierno, y alguna clase de zapatos, y otra fra-
el tiburón surcó el agua como una lancha de desarmado. descoloridos por el sol, eran de varios tonos. La zada.»
motor. El agua era blanca en el punto donde ba- Ahora la brisa era fresca y navegaba bien. Vigi- cabeza del hombre era, sin embargo, muy vieja y —Tu asado es excelente —dijo el viejo.
tía su cola, y las tres cuartas partes de su cuerpo laba sólo la parte delantera del pez y empezó a con sus ojos cerrados no había vida en su rostro. —Hábleme de béisbol —le pidió el muchacho.
sobresalían del agua cuando el cabo se puso en recobrar parte de su esperanza. El periódico yacía sobre sus rodillas y el peso de —En la Liga Americana, como te dije, los
tensión, retembló y luego se rompió. El tiburón «Es idiota no abrigar esperanzas —pensó—. sus brazos lo sujetaba allí contra la brisa del atar- Yankees —dijo el viejo muy contento.
se quedó un rato tranquilamente en la superficie Además, creo que es un pecado. No pienses en el decer. Estaba descalzo. —Hoy perdieron —le dijo el muchacho.
y el viejo se paró a mirarlo. Luego el tiburón pecado —se dijo—. Hay bastantes problemas aho- El muchacho lo dejó allí, y cuando volvió, el —Eso no significa nada. El gran DiMaggio
empezó a hundirse lentamente. ra sin el pecado. Además, yo no entiendo de eso. viejo estaba todavía dormido. vuelve a ser lo que era.
—Se llevó unas cuarenta libras —dijo el viejo »No lo entiendo y no estoy seguro de creer en —Despierte, viejo —dijo el muchacho, y puso —Tienen otros hombres en el equipo.
en voz alta. el pecado. Quizá haya sido un pecado matar al su mano en una de las rodillas de éste. —Naturalmente. Pero con él la cosa es dife-
«Se llevó también mi arpón y todo el cabo pez. Supongo que sí, aunque lo hice para vivir y El viejo abrió los ojos y por un momento fue rente. En la otra liga, entre el Brooklyn y el
—pensó—, y ahora mi pez sangra y vendrán otros dar de comer a mucha gente. Pero entonces todo como si regresara de muy lejos. Luego sonrió. Filadelfia, tengo que quedarme con el Brooklyn.
tiburones.» es pecado. No pienses en el pecado. Es demasia- —¿Qué traes? —preguntó. Pero luego pienso en Dick Sisler y en aquellos
No le agradaba ya mirar al pez porque había do tarde para eso y hay gente a la que se paga por —La comida —dijo el muchacho—. Vamos a lineazos suyos en el viejo parque.
sido mutilado. Cuando el pez había sido atacado, hacerlo. Deja que ellos piensen en el pecado. Tú comer. —Nunca hubo nada como ellos. Jamás he vis-
fue como si lo hubiera sido él mismo. naciste para ser pescador y el pez nació para ser —No tengo mucha hambre. to a nadie mandar la pelota tan lejos.
«Pero he matado al tiburón que atacó a mi pez. San Pablo era pescador, lo mismo que el pa- —Vamos, venga a comer. No puede pescar sin —¿Recuerdas cuando venía a La Terraza? Yo
pez —pensó—. Y era el dentuso más grande que dre del gran DiMaggio.» comer. quería llevarlo a pescar, pero era demasiado tími-

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do para proponérselo. Luego te pedí a ti que se —Que duerma bien, viejo. luego la pasó a través de la otra agalla. Dio otra fuera un sueño. Luego, cuando había visto saltar
lo propusieras, y tú eras también demasiado tí- El muchacho salió. Habían comido sin luz en vuelta al pico y anudó la doble cuerda y la sujetó al pez del agua y permanecer inmóvil contra el
mido. la mesa, y el viejo se quitó el pantalón y se fue a la a la bita de proa. Cortó entonces el cabo y se fue cielo antes de caer, tuvo la seguridad de que era
—Lo sé. Fue un gran error. Pudo haber ido cama a oscuras. Enrolló el pantalón para hacer a popa a enlazar la cola. El pez se había vuelto algo grandemente extraño y no podía creerlo.
con nosotros. Luego eso nos hubiera quedado para una almohada, y puso luego el periódico dentro. plateado (originalmente era violáceo y plateado) Luego empezó a ver mal. Ahora, sin embargo,
toda la vida. Se envolvió en la frazada y durmió sobre los otros y las franjas eran del mismo color violáceo páli- había vuelto a ver como siempre.
—Me hubiese gustado llevar a pescar al gran periódicos viejos que cubrían los muelles de la do de su cola. Eran más anchas que la mano de Ahora sabía que el pez iba ahí y que sus ma-
DiMaggio —dijo el viejo—. Dicen que su padre cama. un hombre con los dedos abiertos y los ojos del nos y su espalda no eran un sueño. «Las manos
era pescador. Quizás fuese tan pobre como noso- Se quedó dormido enseguida y soñó con Áfri- pez parecían tan neutros como los espejos de un curan rápidamente —pensó—. Las he desangra-
tros y comprendiera. ca, en la época en que era muchacho, y con las periscopio o como un santo en una procesión. do, pero el agua salada las curará. El agua oscura
—El padre del gran Sisler no fue nunca pobre, largas playas doradas y las playas blancas, tan blan- —Era la única manera de matarlo —dijo el vie- del Golfo verdadero es la mejor cura que existe.
y jugó en las Grandes Ligas cuando tenía mi edad. cas que lastimaban los ojos, y los altos promon- jo. Se estaba sintiendo mejor desde que había to- Lo único que tengo que hacer es conservar la cla-
—Cuando yo tenía tu edad me hallaba de ma- torios y las grandes montañas pardas. Vivía en- mado el buche de agua y sabía que no desfallece- ridad mental. Las manos han hecho su faena y
rinero en un velero de altura que iba al África, y tonces todas las noches a lo largo de aquella costa ría y su cabeza estaba despejada. navegamos bien. Con su boca cerrada y su cola
he visto leones en las playas al atardecer. y en sus sueños sentía el rugido de las olas contra «Tal como está, pesa mil quinientas libras —pen- vertical navegamos como hermanos.» —Luego su
—Lo sé. Usted me lo ha contado. la rompiente y veía venir a través de ellas los bo- só—. Quizá más. ¿Si quedaran en limpio dos tercios cabeza empezó a nublarse un poco y pensó—:
—¿Hablamos de África o de béisbol? tes de los nativos. Sentía el olor a brea y estopa de eso, a treinta centavos la libra?» «¿Me llevará él a mí o lo llevaré yo a él? Si yo lo
—Mejor de béisbol —dijo el muchacho—. Há- de la cubierta mientras dormía, y sentía el olor —Para eso necesito un lápiz —dijo—. Mi cabe- llevara a él a remolque no habría duda. Tampoco
bleme del gran John J. McGraw. de África que la brisa de tierra traía por la ma- za no está tan clara como para eso. Pero creo que si el pez fuera en el bote ya sin ninguna digni-
—A veces, en los viejos tiempos, solía venir ñana. el gran DiMaggio se hubiera sentido hoy orgu- dad.» Pero navegaban juntos, ligados costado con
también a La Terraza. Pero era rudo y bocón, y Generalmente, cuando olía la brisa de tierra, lloso de mí. Yo no tenía espuelas de hueso. Pero costado, y el viejo pensó: «Deja que él me lleve si
difícil cuando estaba bebido. No sólo pensaba en despertaba y se vestía, y se iba a despertar al las manos y la espalda duelen de veras. quiere. Yo sólo soy mejor que él por mis artes y
la pelota, sino también en los caballos. Por lo muchacho. Pero esta noche el olor de la brisa de «Me pregunto qué será una espuela de hueso — él no ha querido hacerme daño.»
menos llevaba listas de caballos constantemente tierra vino muy temprano y él sabía que era pensó—. Puede que las tengamos sin saberlo.» Navegaban bien y el viejo empapó las manos
en el bolsillo y con frecuencia pronunciaba nom- demasiado temprano en su sueño, y siguió soñan- Sujetó el pez a la proa y a la popa y al banco en el agua salada y trató de mantener la mente
bre de caballos por teléfono. do para ver los blancos picos de las islas que se del medio. Era tan grande, que era como amarrar clara. Había altos cúmulos y suficientes cirros
—Era un gran director —dijo el muchacho—. levantaban del mar. Y luego soñaba con los dife- un bote mucho más grande al costado del suyo. sobre ellos: por eso sabía que la brisa duraría toda
Mi padre cree que era el más grande. ¿Quién es rentes puertos y fondeaderos de las Islas Canarias. Cortó un trozo de sedal y amarró la mandíbula la noche. El viejo miraba al pez constantemente
realmente mejor director: Luque o Mike No soñaba ya con tormentas, ni con mujeres, inferior del pez contra su pico a fin de que no se para cerciorarse de que era cierto. Pasó una hora
González? ni con grandes acontecimientos, ni con grandes abriera su boca y que pudiera navegar lo más antes de que le acometiera el primer tiburón.
—Creo que son iguales. peces, ni con peleas, ni con competiciones de fuer- desembarazadamente posible. Luego encajó el El tiburón no era un accidente. Había surgido
—El mejor pescador es usted. za, ni con su esposa. Sólo soñaba ya con lugares, mástil en la carlinga, y con el palo que era su bi- de la profundidad cuando la nube oscura de la san-
—No. Conozco otros mejores. y con los leones en la playa. Jugaban como gati- chero y el botalón aparejados, la remendada vela gre se había formado y dispersado en el mar a una
—Qué va —dijo el muchacho— Hay muchos tos a la luz del crepúsculo y él les tenía cariño lo cogió viento, el bote empezó a moverse y, medio milla de profundidad. Había surgido tan rápida-
buenos pescadores y algunos grandes pescadores. mismo que al muchacho. No soñaba jamás con el tendido en la popa, el viejo puso proa al suroeste. mente y tan sin cuidado, que rompió la superficie
Pero como usted, ninguno. muchacho. Simplemente despertaba, miraba por No necesitaba brújula para saber dónde esta- del agua azul y apareció al sol. Luego se hundió de
—Gracias. Me haces feliz. Ojalá no se presen- la puerta abierta a la luna y desenrollaba su pan- ba el suroeste. No tenía más que sentir la brisa y nuevo en el mar y captó el rastro y empezó a na-
te un pez tan grande que nos haga quedar mal. talón y se lo ponía. Orinaba junto a la choza y el tiro de la vela. «Será mejor que eche un sedal dar siguiendo el curso del bote y el pez.
—No existe tal pez, si está usted tan fuerte luego subía al camino a despertar al muchacho. con una cuchara al agua y trate de coger algo para A veces perdía el rastro. Pero lo captaba de nue-
como dice. Temblaba por el frío de la mañana. Pero sabía comer y mojarlo con agua.» Pero no encontró vo, aunque sólo fuera por asomo, y se precipitaba
—Quizá no esté tan fuerte como creo —dijo el que temblando se calentaría y que pronto estaría ninguna cuchara. y sus sardinas estaban podridas. rápida y fieramente en su persecución. Era un ti-
viejo—. Pero conozco muchos trucos, y tengo vo- remando. Así que enganchó un parche de algas marinas con burón mako muy grande, hecho para nadar tan
luntad. La puerta de la casa donde vivía el muchacho el bichero y lo sacudió, y los pequeños camaro- rápidamente como el más rápido pez en el mar, y
—Ahora debiera ir a acostarse para estar des- no estaba cerrada con llave; la abrió calladamen- nes que había en él cayeron en el fondo del bote. todo en él era hermoso, menos sus mandíbulas.
cansado por la mañana. Yo llevaré otra vez las te y entró descalzo. El muchacho estaba dor- Había más de una docena de ellos y brincaban y Su lomo era tan azul como el de un pez espa-
cosas a La Terraza. mido en un catre en el primer cuarto, y el viejo pataleaban como pulgas de playa. El viejo les da y su vientre era plateado y su piel era suave y
—Entonces buenas noches. Te despertaré por podía verlo claramente a la luz de la luna mori- arrancó las cabezas con el índice y el pulgar y se hermosa. Estaba hecho como un pez espada, sal-
la mañana. bunda. Le cogió con suavidad un pie y lo apretó los comió, masticando las cortezas y las colas. vo por sus enormes mandíbulas, que iban her-
—Usted es mi despertador —dijo el muchacho. hasta que el muchacho despertó y se volvió y lo Eran muy pequeñitos, pero él sabía que eran ali- méticamente cerradas mientras nadaba, justa-
—La edad es mi despertador —dijo el viejo—. miró. El viejo le hizo una seña con la cabeza y el menticios y no tenían mal sabor. mente bajo la superficie, con su alta aleta dorsal
¿Por qué los viejos se despertarán tan temprano? muchacho cogió su pantalón de la silla junto a la El viejo tenía todavía dos tragos de agua en la cortando el agua sin oscilar. Dentro del cerrado
¿Será para tener un día más largo? cama y, sentándose en ella, se lo puso. botella y se tomó la mitad de uno después de ha- doble labio de sus mandíbulas, sus ocho filas de
—No lo sé —dijo el muchacho—. Lo único que El viejo salió afuera, y el muchacho vino tras ber comido los camarones. El bote navegaba bien, dientes se inclinaban hacia dentro. No eran los
sé es que los jovencitos duermen profundamente él. Estaba soñoliento y el viejo le echó el brazo considerando los inconvenientes, y el viejo gober- ordinarios dientes piramidales de la mayoría de
y hasta tarde. sobre los hombros y dijo: naba con la caña del timón bajo el brazo. Podía los tiburones. Tenían la forma de los dedos de un
—Lo recuerdo —dijo el viejo—. Té despertaré —Lo siento. ver al pez y no tenía más que mirar a sus manos y hombre cuando se crispaban como garras. Eran
temprano. —Qué va —dijo el muchacho—. Es lo que debe sentir el contacto de su espalda con la popa para casi tan largos como los dedos del viejo y tenían
—No me gusta que el patrón me despierte. Es hacer un hombre. saber que esto había sucedido realmente y que no filos como de navajas por ambos lados. Éste era
como si yo fuera inferior. Marcharon camino abajo hasta la cabaña del era un sueño. Una vez, cuando se sentía mal, ha- un pez hecho para alimentarse de todos los peces
—Comprendo. viejo; y a todo lo largo del camino, en la oscuri- cia el final de la pelea, había pensado que quizá del mar que fueran tan rápidos y fuertes y bien

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
tad firmes, piernas. No me falles, cabeza. No me Luego, el pez cobró vida, con la muerte en la dad, se veían hombres descalzos portando los lino que hacía la corriente contra las escabrosas pa-
falles. Nunca te has dejado llevar. Esta vez voy a entraña, y se levantó del agua, mostrando toda su mástiles de sus botes. redes del lecho del océano. Había aquí concentra-
virarlo.» gran longitud y anchura y todo su poder y su Cuando llegaron a la choza del viejo, el mu- ciones de camarones y peces de carnada, y a veces
Pero cuando puso en ello todo su esfuerzo belleza. Pareció flotar en el aire sobre el viejo que chacho cogió de la cesta los rollos del sedal, el manadas de calamares en los hoyos más profundos,
empezando a bastante distancia antes de que el estaba en el bote. Luego cayó en el agua con un arpón y el bichero; y el viejo llevó el mástil con y de noche se levantaban a la superficie, donde to-
pez se pusiera a lo largo del bote, y tirando con estampido que arrojó un reguero de agua sobre el la vela arrollada al hombro. dos los peces merodeadores se cebaban en ellos.
todas sus fuerzas, el pez se viró en parte, y luego viejo y sobre todo el bote. —¿Quiere usted café? —preguntó el muchacho. En la oscuridad el viejo podía sentir venir la ma-
se enderezó, y se alejó nadando. El viejo se sentía desfallecer y estaba mareado —Pondremos el aparejo en el bote y luego to- ñana y, mientras remaba, oía el tembloroso rumor
—Pez —dijo el viejo—. Pez, vas a tener que morir y no veía bien. Pero soltó el sedal del arpón y maremos un poco. de los peces voladores que salían del agua y el siseo
de todos modos. ¿Tienes que matarme también a mí? lo dejó correr lentamente entre sus manos en Tomaron café en latas de leche condensada en un que sus rígidas alas hacían surcando el aire en la os-
«De ese modo no se consigue nada», pensó. Su carne viva, y cuando pudo ver, vio que el pez puesto que abría temprano y servía a los pescadores. curidad. Sentía una gran atracción por los peces vo-
boca estaba demasiado seca para hablar, pero aho- estaba de espalda, con su plateado vientre hacia —¿Qué tal ha dormido, viejo? —preguntó el ladores, que eran sus principales amigos en el océa-
ra no podía alcanzar el agua. «Esta vez tengo que arriba. El mango del arpón se proyectaba en án- muchacho. no. Sentía compasión por las aves; especialmente
arrimarlo —pensó—. No estoy para muchas vuel- gulo desde el hombro del pez y el mar se estaba Ahora estaba despertando aunque todavía le por las pequeñas, delicadas y oscuras golondrinas
tas más. ¡Sí, como no! —se dijo a sí mismo—. Estás tiñendo de la sangre roja de su corazón. Primero era difícil dejar su sueño. de mar que andaban siempre volando y buscando,
para eso y para mucho más.» era oscura como un bajío en el agua azul que te- —Muy bien, Manolín —dijo el viejo—. Hoy y casi nunca encontraban, y pensó: «Las aves llevan
En la siguiente vuelta, estuvo a punto de ven- nía más de una milla de profundidad. Luego se me siento confiado. una vida más dura que nosotros, salvo las de rapiña
cerlo. Pero de nuevo el pez se enderezó y salió distendió como una nube. El pez era plateado y —Lo mismo yo —dijo el muchacho—. Ahora y las grandes y fuertes. ¿Por qué habrán hecho pája-
nadando lentamente. estaba quieto y flotaba movido por las olas. voy a buscar sus sardinas y las mías y sus carna- ros tan delicados y tan finos como esas golondrinas
«Me estás matando, pez —pensó el viejo—. El viejo miró con atención en el intervalo de das frescas. El dueño trae él mismo nuestro apa- de mar, cuando el océano es capaz de tanta cruel-
Pero tienes derecho. Hermano, jamás en mi vida vista que tenía. Luego dio dos vueltas con el sedal rejo. No quiere nunca que nadie lleve nada. dad? La mar es dulce y hermosa. Pero puede ser
he visto cosa más grande, ni más hermosa, ni más del arpón a la bita de la proa y se sujetó la cabeza —Somos diferentes —dijo el viejo—. Yo te de- cruel, y se encoleriza muy súbitamente, y esos pája-
tranquila, ni más noble que tú. Vamos, ven a con las manos. jaba llevar las cosas cuando tenías cinco años. ros que vuelan picando y cazando, con sus tristes
matarme. No me importa quién mate a quién. —Tengo que mantener clara la mente —dijo —Lo sé —dijo el muchacho—. Vuelvo ense- vocecillas, son demasiado delicados para la mar.»
»Ahora se está confundiendo mi mente —pen- contra la madera de la proa—. Soy un hombre vie- guida. Tome otro café. Aquí tenemos crédito. Decía siempre la mar. Así es como le dicen en
só—. Tienes que mantener tu cabeza despejada. jo y cansado. Pero he matado a este pez, que es mi Salió, descalzo, por las rocas de coral hasta la español cuando la quieren. A veces los que la quie-
Mantén tu cabeza despejada y aprende a sufrir hermano y ahora tengo que terminar la faena. nevera donde se guardaban las carnadas. ren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como
como un hombre. O como un pez», pensó. «Ahora tengo que preparar los lazos y la cuer- El viejo tomó lentamente su café. Era lo úni- si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más
—Despéjate, cabeza —dijo en voz que apenas da para amarrarlo al costado —pensó—. Aun cuan- co que bebería en todo el día, y sabía que debía jóvenes, los que usaban boyas y flotadores para
podía oír—. ¡Despéjate! do fuéramos dos y anegáramos el bote para tomarlo. Hacía mucho tiempo que le mortifica- sus sedales y tenían botes de motor comprados
Dos veces más ocurrió lo mismo en las vueltas. cargar al pez y achicáramos luego el bote, no po- ba comer, y jamás llevaba un almuerzo. Tenía cuando los hígados de tiburón se cotizaban alto,
«No sé —pensó el viejo. Cada vez se había senti- dría jamás con él. Tengo que prepararlo todo y una botella de agua en la proa del bote, y eso era empleaban el artículo masculino, le llamaban el
do a punto de desfallecer—. No sé. Pero probaré luego arrimarlo y amarrarlo bien y encajar el lo único que necesitaba para todo el día. mar. Hablaban del mar como de un contendiente
otra vez.» mástil y largar vela de regreso.» El muchacho estaba de regreso con las sardi- o un lugar, o a un enemigo. Pero el viejo lo conce-
Probó una vez más y se sintió desfallecer cuando Empezó a tirar del pez para ponerlo a lo largo nas y las dos carnadas envueltas en un periódico, bía siempre como perteneciente al género femeni-
viró al pez. El pez se enderezó y salió nadando de del costado, de modo que pudiera pasar un sedal y bajaron por la vereda hasta el bote, sintiendo la no y como algo que concedía o negaba grandes
nuevo lentamente, meneando en el aire su gran cola. por sus agallas, sacarlo por la boca y amarrar su arena con piedrecitas debajo de los pies, y levan- favores, y si hacía cosas perversas y terribles era
«Probaré de nuevo», prometió el viejo, aun- cabeza al costado de proa. «Quiero verlo —pen- taron el bote y lo empujaron al agua. porque no podía remediarlo. La luna, pensaba, le
que sus manos estaban ahora pulposas, y sólo só—, tocarlo, y palparlo. Creo que sentí el con- —Buena suerte, viejo. afectaba lo mismo que a una mujer.
podía ver bien a intervalos. tacto con su corazón —pensó—. Cuando empujé —Buena suerte —dijo el viejo. Ajustó las amarras Remaba firme y seguidamente, y no le costa-
Probó de nuevo y fue lo mismo. «Vaya —pen- el mango del arpón la segunda vez. Acercarlo de los remos a los toletes, y echándose adelante ba un esfuerzo excesivo porque se mantenía en
só, y se sintió desfallecer antes de empezar—. Voy ahora y amarrarlo, y echarle el lazo a la cola y contra los remos, empezó a remar, y salió del puer- su límite de velocidad, y la superficie del océano
a probar otra vez.» otro por el centro, y ligarlo al bote.» to en la oscuridad. Había otros botes de otras pla- era plana, salvo por los ocasionales remolinos de
Cogió todo su dolor y lo que quedaba de su —Ponte a trabajar, viejo —dijo. Tomó un tra- yas que salían a la mar, y el viejo sentía sumergirse la corriente. Dejaba que la corriente hiciera un
fuerza y del orgullo que había perdido hacía mu- go muy pequeño de agua—. Hay mucha faena que las palas de los remos y empujar, aunque no podía tercio de su trabajo; y cuando empezó a clarear,
cho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez. Y hacer ahora que la pelea ha terminado. verlos ahora que la luna se había ocultado detrás vio que se hallaba ya más lejos de lo que había
éste se viró sobre su costado y nadó suavemente Alzó la vista al cielo y luego la tendió hacia su de las lomas. esperado estar a esa hora.
así, de costado, tocando, casi con el pico la tabla- pez. Miró al sol con detenimiento. «No debe ser A veces alguien hablaba en un bote. Pero en su «Durante una semana —pensó— he trabajado
zón del bote y empezó a pasarlo: largo, espeso, mucho más de mediodía —pensó—. Y la brisa se mayoría los botes iban en silencio, salvo por el ru- en las profundas hondonadas, y no hice nada. Hoy
ancho, plateado y listado de púrpura e intermi- está levantando. Los sedales no significan nada mor de los remos. Se desplegaron después de haber trabajaré allá donde están las manchas de bonitos
nable en el agua. ya. El muchacho y yo los empalmaremos cuando salido de la boca del puerto, y cada uno se dirigió y albacoras, y acaso haya un pez grande con ellos.»
El viejo soltó el sedal y puso su pie sobre él, y lleguemos a casa. hacia aquella parte del océano donde esperaba en- Antes de que se hiciera realmente de día, había
levantó el arpón tan alto como pudo y lo lanzó —Vamos, pescado, ven acá —dijo. Pero el pez contrar peces. El viejo sabía que se alejaría mucho sacado sus carnadas y estaba derivando con la co-
hacia abajo con toda su fuerza, y más fuerza que no venía. Seguía allí, flotando en el mar, y el vie- de la costa y dejó atrás el olor a tierra y entró rriente. Un cebo llegaba a una profundidad de
acababa de crear, al costado del pez, justamente jo llevó el bote hasta él. remando en el limpio olor matinal del océano. Vio cuarenta brazas. El segundo, a sesenta y cinco, y
detrás de la gran aleta pectoral que se elevaba en Cuando estuvo a su nivel y tuvo la cabeza del la fosforescencia de los sargazos en el agua mientras el tercero y el cuarto descendían hasta el agua azul
el aire, a la altura del pecho de un hombre. Sintió pez contra la proa, no pudo creer que fuera tan remaba sobre aquella parte del océano que los pes- a cien y ciento veinticinco brazas.
que el hierro penetraba en el pez y se inclinó so- grande. Pero soltó de la bita la soga del arpón, la cadores llaman «el gran hoyo» porque se producía Cada cebo pendía cabeza abajo con el asta o
bre él y lo forzó a penetrar más, y luego le echó pasó por las agallas del pez y la sacó por sus man- una súbita hondonada de setecientas brazas, donde tallo del anzuelo dentro del pescado que servía de
encima todo su peso. díbulas. Dio una vuelta con ella a la espalda y se congregaba toda suerte de peces debido al remo- carnada, sólidamente cosido y amarrado; toda la

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
parte saliente del anzuelo, la curva y el garfio, —Ha cogido algo —dijo en voz alta el viejo—. dal. Dos veces, sin embargo, había sentido vahídos «Pez, ahora tú estás trabajando —pensó—. A
estaba recubierta de sardinas frescas. Cada sardi- No sólo está mirando. y mareos, y eso lo preocupaba. la vuelta te pescaré.»
na había sido empalada por los ojos, de modo que Remó lentamente y con firmeza hacia donde —No puedo fallarme a mí mismo y morir fren- El mar estaba bastante más agitado. Pero era
hacían una semiguirnalda en el acero saliente. No estaba el ave trazando círculos. No se apuró y te a un pez como éste —dijo—. Ahora que lo es- una brisa de buen tiempo y el viejo la necesitaba
había ninguna parte del anzuelo que pudiera dar mantuvo los sedales verticalmente. Pero había toy acercando tan lindamente, Dios me ayude a para volver a tierra.
a un gran pez la impresión de que no era algo forzado un poco la marcha a favor de la corrien- resistir. Rezaré cien padrenuestros y cien —Pondré, simplemente, proa al sur y al oes-
sabroso y de olor apetecible. te, de modo que todavía estaba pescando con co- avemarías. Pero no puedo rezarlos ahora. te —dijo—. Un hombre no se pierde nunca en la
El muchacho le había dado dos pequeños boni- rrección, pero más lejos de lo que hubiera pesca- «Considéralos rezados —pensó—. Los rezaré mar. Y la isla es larga.
tos frescos, que colgaban de los sedales más pro- do si no tratara de guiarse por el ave. más tarde.» Fue en la tercera vuelta cuando primero vio al
fundos como plomadas, y en los otros tenía una El ave se elevó más en el aire y volvió a girar, Justamente entonces, sintió de súbito una se- pez. Lo vio primero como una sombra oscura
abultada cojinúa y un cibele que habían sido usa- con sus alas inmóviles. Luego picó de súbito, y el rie de tirones y sacudidas en el sedal, que sujetaba (que tardó tanto tiempo en pasar bajo el bote,
dos antes, pero estaban en buen estado y las exce- viejo vio una partida de peces voladores que bro- con ambas manos. Era una sensación viva, dura que el viejo no podía creer su longitud).
lentes sardinas les prestaban aroma y atracción. taban del agua y navegaban desesperadamente y pesada. —No —dijo—. No puede ser tan grande.
Cada sedal, del espesor de un lápiz grande, iba sobre la superficie. «Está golpeando el alambre con su pico —pen- Pero era tan grande, y al cabo de su vuelta
enroscado a una varilla verdosa, de modo que —Dorados —dijo en voz alta el viejo—. Dora- só—. Tenía que suceder. Tenía que hacer eso. Sin salió a la superficie solo a treinta yardas de dis-
cualquier tirón o picada al cebo haría sumergir la dos grandes. embargo, puede que lo haga brincar fuera del agua, tancia, y el hombre vio su cola fuera del agua.
varilla; y cada sedal tenía dos adujas o rollos de Montó los remos y sacó un pequeño sedal de y yo preferiría que ahora siguiera dando vueltas. Era más alta que una gran hoja de guadaña, y de
cuarenta brazas que podían empatarse a los ro- debajo de la proa. Tenía un alambre y un anzue- Los brincos fuera del agua le eran necesarios para un color azuloso-rojizo muy pálido sobre la os-
llos de repuesto, de modo que, si era necesario, lo de tamaño mediano, y lo cebó con una de las tomar aire. Pero después de eso, cada uno puede cura agua azul. Volvió a hundirse, y mientras el
un pez podía llevarse más de trescientas brazas. sardinas. Lo soltó por sobre la borda y lo amarró ensanchar la herida del anzuelo, y pudiera llegar pez nadaba justamente bajo la superficie, el viejo
El hombre vio ahora descender las tres vari- a una argolla a popa. Luego cebó el otro sedal y lo a soltar el anzuelo.» pudo ver su enorme bulto y las franjas purpurinas
llas sobre la borda del bote y remó suavemente dejó enrollado a la sombra de la proa. Volvió a —No brinques, pez —dijo—. No brinques. que lo ceñían. Su aleta dorsal estaba aplanada; y
para mantener los sedales estirados y a su debida remar y a mirar al ave negra de largas alas que El pez golpeó el alambre varias veces más, y sus enormes aletas pectorales desplegadas a todo
profundidad. Era día pleno y el sol podía salir en ahora trabajaba a poca altura sobre el agua. cada vez que sacudía la cabeza, el viejo cedía un lo que daban.
cualquier momento. Mientras él miraba, el ave picó de nuevo ladean- poco más de sedal. En ese círculo pudo el viejo ver el ojo del pez
El sol se levantó tenuemente del mar y el viejo do sus alas para el buceo, y luego salió agitándolas «Tengo que evitar que aumente su dolor — y las dos rémoras grises que nadaban en torno a
pudo ver los otros botes, bajitos en el agua, y bien fiera y fútilmente, siguiendo a los peces voladores. pensó—. El mío no importa. Yo puedo contro- él. A veces se adherían a él. A veces salían dis-
hacia la costa, desplegados a través de la corriente. El viejo podía ver la leve comba que formaba en el larlo. Pero su dolor pudiera exasperarlo.» paradas. A veces nadaban tranquilamente a su
El sol se tornó más brillante y su resplandor cayó agua el dorado grande siguiendo a los peces fugiti- Después de un rato, el pez dejó de golpear el sombra. Cada una tenía más de tres pies de largo,
sobre el agua; luego, al levantarse más en el cielo, vos. Los dorados corrían, disparados, bajo el vue- alambre y empezó a girar de nuevo lentamente. y cuando nadaban rápidamente meneaban todo
el plano mar lo hizo rebotar contra los ojos del lo de los peces y estarían, corriendo velozmente, Ahora el viejo estaba ganando sedal gradualmen- su cuerpo como anguilas.
viejo, hasta causarle daño; y siguió remando sin en el lugar donde cayeran los peces voladores. «Es te. Pero de nuevo sintió un vahído. Cogió un poco El viejo estaba ahora sudando, pero por algo
mirarlo. Miraba al agua y vigilaba los sedales que un gran bando de dorados —pensó—. Están des- de agua del mar con la mano izquierda y se mojó más, que por el sol. En cada vuelta que daba plácida
se sumergían verticalmente en la tiniebla de ésta. plegados ampliamente: pocas probabilidades de la cabeza. Luego cogió más agua y se frotó la par- y tranquilamente el pez, el viejo iba ganando se-
Los mantenía más rectos que nadie, de manera que escapar tienen los peces voladores. El ave no tiene te de atrás del cuello. dal y estaba seguro de que en dos vueltas más ten-
a cada nivel en la tiniebla de la corriente hubiera oportunidad. Los peces voladores son demasiado —No tengo calambres —dijo—. El pez estará dría ocasión de clavarle el arpón.
un cebo esperando, exactamente donde él quería grandes para ella, y van demasiado velozmente.» pronto arriba y tengo que resistir. Tienes que re- «Pero tengo que acercarlo, acercarlo, acercar-
que estuviera, por cualquier pez que pasara por El hombre observó cómo los peces volado- sistir. De eso, ni hablar. lo —pensó—. No debo apuntar a la cabeza. Ten-
allí. Otros los dejaban correr a la deriva con la co- res irrumpían una y otra vez, y los inútiles mo- Se arrodilló contra la proa y, por un momen- go que metérselo en el corazón.»
rriente y a veces estaban a sesenta brazas cuando vimientos del ave. «Esa mancha de peces se me ha to, deslizó de nuevo el sedal sobre su espalda. «Aho- —Calma y fuerza, viejo —dijo.
los pescadores creían que estaban a cien. escapado —pensó—. Se están alejando demasiado ra descansaré mientras él sale a trazar su círculo, En la vuelta siguiente, el lomo del pez salió
«Pero —pensó el viejo—, yo los mantengo con rápidamente, y van demasiado lejos. Pero acaso y luego, cuando venga, me pondré de pie y lo del agua; pero estaba demasiado lejos del bote.
precisión. Lo que pasa es que ya no tengo suerte. coja alguno extraviado, y es posible que mi pez trabajaré», decidió. En la siguiente vuelta, estaba todavía lejos, pero
Pero, ¿quién sabe? Acaso hoy. Cada día es un nuevo grande esté en sus alrededores. Mi pescado gran- Era una gran tentación descansar en la proa y sobresalía más del agua, y el viejo estaba seguro
día. Es mejor tener suerte. Pero yo prefiero ser exac- de tiene que estar en alguna parte.» dejar que el pez trazara un círculo por sí mismo de que cobrando un poco más de sedal habría
to. Luego, cuando venga la suerte, estaré dispuesto.» Las nubes se levantaban ahora sobre la tierra sin recoger sedal alguno. Pero cuando la tirantez podido arrimarlo al bote.
El sol estaba en ese momento a dos horas de como montañas, y la costa era sólo una larga línea indicó que el pez había virado para venir hacia el Había preparado su arpón mucho antes y su
altura, y no le hacía tanto daño a los ojos mirar al verde con las lomas azul-grises detrás de ella. El bote, el viejo se puso de pie y empezó a tirar en rollo de cabo ligero estaba en una cesta redonda,
este. Ahora sólo había tres botes a la vista, y lu- agua era ahora de un azul profundo, tan oscuro ese movimiento giratorio y de contoneo, hasta y el extremo estaba amarrado a la bita en la proa.
cían muy bajo y muy lejos hacia la orilla. que casi resultaba violado. Al bajar la vista, vio el recoger todo el sedal ganado al pez. Ahora el pez se estaba acercando, bello y tran-
«Toda mi vida me ha hecho daño en los ojos color rojo del plancton en el agua oscura, y la ex- «Jamás me he sentido tan cansado —pensó—, quilo, a la mirada, y sin mover más que su gran
el sol naciente —pensó—. Sin embargo, todavía traña luz que ahora daba el sol. Examinó sus sedales, y ahora se está levantando la brisa. Pero eso me cola. El viejo tiró de él todo lo que pudo para
están fuertes. Al atardecer, puedo mirarlo de fren- y los vio descender rectamente hacia abajo, y per- ayudará a llevarlo a tierra. Lo necesito mucho.» acercarlo más. Por un instante el pez se viró un
te sin deslumbrarme. Y por la tarde tiene más derse de vista; y se sintió feliz viendo tanto —Descansaré en la próxima vuelta que salga a poco sobre un costado. Luego se enderezó y em-
fuerza. Pero por la mañana es doloroso.» plancton, porque eso significaba que había peces. dar —dijo—. Me siento mucho mejor. Luego, en prendió otra vuelta.
Justamente entonces, vino una de esas aves ma- La extraña luz que el sol hacía en el agua, aho- dos o tres vueltas más, lo tendré en mi poder. —Lo moví —dijo el viejo—. Esta vez lo moví.
rinas llamadas fragatas con sus largas alas negras ra que el sol estaba más alto, significaba buen tiem- Su sombrero de yarey estaba allá en la parte Sintió nuevamente un vahído, pero siguió apli-
girando en el cielo sobre él. Hizo una rápida pica- po, y lo mismo la forma de las nubes sobre la de atrás de la cabeza. El viejo sintió girar de nue- cando toda la presión de que era capaz el gran
da, ladeándose hacia abajo, con sus alas tendidas tierra. Pero el ave estaba ahora casi fuera del al- vo al pez, y un fuerte tirón del sedal lo hundió pez. «Lo he movido —pensó—. Quizá esta vez
hacia atrás, y luego siguió girando nuevamente. cance de la vista y en la superficie del agua no contra la proa. pueda virarlo. Tirad, manos —pensó—. Aguan-

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
levantó la cabeza de la madera y la sacó de la taja- Cuando le pareció que se le estaba nublando aparecían más que algunos parches de amarillo Ahora el viejo alzó la vista y vio que el ave
da de pescado que su mejilla había aplastado. Lue- un poco la cabeza, pensó que debía comer un poco sargazo requemado por el sol, y la violada, re- estaba girando de nuevo en el aire.
go se puso de rodillas y seguidamente se puso de más de dorado. «Pero no puedo —se dijo—. Es dondeada, iridiscente y gelatinosa vejiga de una —Ha encontrado peces —dijo en voz alta. Nin-
pie con lentitud. Estaba cediendo sedal, pero más mejor tener la mente un poco nublada que per- medusa que flotaba a corta distancia del bote. Flo- gún pez volador rompía la superficie y no había
lentamente cada vez. Logró volver adonde podía der fuerzas por la náusea. Y yo sé que no podré taba alegremente como una burbuja con sus lar- desparramo de peces de carnada. Pero mientras
sentir con el pie los rollos de sedal que no veía. guardar la carne si me la como después de haber- gos y mortíferos filamentos purpurinos a remol- miraba el anciano, un pequeño bonito se levantó
Quedaba todavía suficiente sedal y ahora el pez me embarrado la cara con ella. La dejaré para un que por espacio de una yarda. en el aire, giró y cayó de cabeza en el agua. El
tenía que vencer la fricción de todo aquel nuevo caso de apuro hasta que se ponga mala. Pero es —Agua mala —dijo el hombre—. Puta. bonito emitió unos destellos de plata al sol, y des-
sedal a través del agua. demasiado tarde para tratar de ganar fuerzas por Desde donde se balanceaba suavemente contra pués que hubo vuelto al agua, otro y otro más se
«Sí —pensó—. Y ahora ha salido más de una medio de la alimentación. Eres estúpido —se sus remos, bajó la vista hacia el agua y vio los diminu- levantaron, y estaban brincando en todas las di-
docena de veces fuera del agua y ha llenado de aire dijo—. Cómete el otro pez volador.» tos peces que tenían el color de los largos filamentos recciones, batiendo el agua y dando largos saltos
las bolsas a lo largo del lomo y no puede descender Estaba allí, limpio y listo, y lo recogió con la y nadaban entre ellos y bajo la breve sombra que detrás de sus presas, cercándolas, espantándolas.
a morir a las profundidades de donde yo no pueda mano izquierda, y se lo comió todo, hasta la cola, hacía la burbuja en su movimiento a la deriva. Eran «Si no van demasiado rápidos, los alcanzaré»,
levantarlo. Pronto empezará a dar vueltas. Enton- masticando cuidadosamente. inmunes a su veneno. Pero el hombre, no, y cuando pensó el viejo, y vio la mancha batiendo el agua,
ces tendré que empezar a trabajarlo. Me pregunto «Era más alimenticio que casi cualquier otro algunos de los filamentos se enredaban en el cordel de modo que era blanca de espuma, y ahora el
qué le habrá hecho brincar tan de repente fuera pez —pensó—. Por lo menos me dará el tipo de y permanecían allí, viscosos y violados, mientras el ave picaba y buceaba en busca de los peces, forza-
del agua. ¿Habrá sido el hambre, llevándolo a la fuerza que necesito. Ahora he hecho lo que viejo laboraba por levantar un pez, sufría verdugones dos a subir a la superficie por el pánico.
desesperación, o habrá sido algo que lo asustó en podía —pensó—. Que empiece a trazar círcu- y excoriaciones en los brazos y manos, como los —El ave es una gran ayuda —dijo el viejo. Jus-
la noche? Quizás haya tenido miedo de repente. los, y venga la pelea.» que producen el guao y la hiedra venenosa. Pero tamente entonces el sedal de popa se tensó bajo su
Pero era un pez tranquilo, tan fuerte, y pareció El sol estaba saliendo por tercera vez desde estos envenenamientos por el agua mala actuaban pie, en el punto donde había guardado un rollo de
tan valeroso y confiado... Es extraño.» que se había hecho a la mar, cuando el pez empe- rápidamente y como latigazos. sedal, y soltó los remos y tanteó el sedal para ver
—Mejor será que tú mismo no tengas miedo y zó a dar vueltas. Las burbujas iridiscentes eran bellas. Pero eran qué fuerza tenían los tirones del pequeño bonito;
que tengas confianza, viejo —dijo—. Lo estás su- El viejo no podía ver, por el sesgo del sedal, la cosa más falsa del mar, y el viejo gozaba viendo y sujetando firmemente el sedal, empezó a levan-
jetando de nuevo, pero no puedes recoger sedal. que el pez estaba girando. Era demasiado pronto cómo se las comían las tortugas marinas. Las tortu- tarlo. El retemblor iba en aumento según tiraba, y
Pronto tendrá que empezar a girar en derredor. para eso. Sentía simplemente un débil aflojamien- gas las veían, se les acercaban por delante, luego pudo ver en el agua el negro-azul del pez, y el oro
El viejo sujetaba ahora al pez con su mano to de la presión del sedal y comenzó a tirar de él cerraban los ojos, de modo que, con su carapacho, de sus costados, antes de levantarlo sobre la borda
izquierda y con sus hombros, y se inclinó y co- suavemente con la mano derecha. Se tensó, como estaban completamente protegidas, y se las comían y echarlo en el bote. Quedó tendido a popa, al sol,
gió agua en el hueco de la mano derecha para siempre, pero justo cuando llegó al punto en que con filamentos y todo. El viejo gustaba de ver a las compacto y en forma de bala, sus grandes ojos sin
quitarse de la cara la carne aplastada del dorado. se hubiera roto, el sedal empezó a ceder. El viejo tortugas comiéndoselas y gustaba de caminar sobre inteligencia mirando fijamente mientras dejaba su
Temía que le diera náuseas, y vomitara, y perdie- sacó con cuidado la cabeza y los hombros de ellas en la playa, después de una tormenta, oírlas vida contra la tablazón del bote con los rápidos y
ra sus fuerzas. Cuando hubo limpiado la cara, lavó debajo del sedal, y empezó a recogerlo suave y reventar cuando les ponía encima sus pies callosos. temblorosos golpes de su cola. El viejo le pegó en
la mano derecha en el agua por sobre la borda, y seguidamente. Usó las dos manos sucesivamente, Le encantaban las tortugas verdes y los careyes la cabeza para que no siguiera sufriendo, y le dio
luego la dejó en el agua salada mientras percibía balanceándose y tratando de efectuar la tracción, con su elegancia y velocidad, y su gran valor; y una patada. El cuerpo del pez temblaba todavía a
la aparición de la primera luz que precede a la lo más posible, con el cuerpo y con las piernas. sentía un amistoso desdén por las estúpidas tortu- la sombra de popa.
salida del sol. Sus viejas piernas y sus hombros giraban con ese gas llamadas caguamas, amarillosas en su carapacho, —Bonito —dijo en voz alta—. Hará una linda
«Va casi derecho al este —pensó—. Eso quiere movimiento de montoneo a que lo obligaba la extrañas en sus copulaciones, y comiendo muy con- carnada. Debe de pesar diez libras.
decir que está cansado y que sigue la corriente. tracción. tentas las aguas malas con sus ojos cerrados. No recordaba cuánto tiempo hacía que había
Pronto tendrá que girar. Entonces empezará nues- —Es un ancho círculo —dijo—. Pero está girando. No sentía ningún misticismo acerca de las tor- empezado a hablar solo en voz alta cuando no tenía
tro verdadero trabajo.» Luego el sedal terminó de ceder, y el viejo lo tugas, aunque había navegado muchos años en a nadie con quien hablar. En los viejos tiempos, cuan-
Después de considerar que su mano derecha sujetó hasta que vio que empezaba a soltar las go- barcos tortugueros. Les tenía lástima; lástima sen- do estaba solo, cantaba; a veces, de noche, cuando
llevaba suficiente tiempo en el agua, la sacó y la tas al sol. Luego empezó a correr, y el viejo se arro- tía hasta de los grandes «baúles», que eran tan lar- hacía su guardia al timón de las chalupas y los
miró. dilló y lo dejó ir nuevamente, a regañadientes, al gos como el bote y pesaban una tonelada. Por lo tortugueros, cantaba también. Probablemente ha-
—No está mal —dijo—. Para un hombre, el agua oscura. general, la gente no tiene piedad de las tortugas bía empezado a hablar en voz alta cuando se había
dolor no importa. —Ahora está haciendo la parte más lejana del porque el corazón de una tortuga sigue latiendo ido el muchacho. Pero no recordaba. Cuando él y
Sujetó el sedal con cuidado, de tal forma que círculo —dijo. varias horas después que han sido muertas. Pero el el muchacho pescaban juntos, por lo general habla-
no se ajustara a ninguna de las recientes rozadu- «Debo aguantar todo lo posible —pensó—. La viejo pensó: «También yo tengo un corazón así, y ban únicamente cuando era necesario. Hablaban de
ras, y lo corrió de modo que pudiera poner su tirantez acortará su círculo cada vez más. Es po- mis pies y mis manos son como los suyos.» Se co- noche o cuando los cogía el mal tiempo. Se conside-
mano izquierda en el mar por sobre el otro costa- sible que lo vea dentro de una hora. Ahora debo mía sus blancos huevos para darse fuerza. Los raba una virtud no hablar innecesariamente en el
do del bote. convencerlo y luego debo matarlo.» comía todo el mes de mayo para estar fuerte en mar, y el viejo siempre lo había reconocido así y lo
—Lo has hecho bastante bien y no en balde Pero el pez seguía girando lentamente y el vie- septiembre y salir en busca de los peces verdadera- respetaba. Pero ahora expresaba sus pensamientos
—dijo a su mano izquierda—. Pero hubo un mo- jo estaba empapado en sudor y fatigado hasta la mente grandes. en voz alta muchas veces, puesto que no había na-
mento en que no podía encontrarte. médula dos horas después. Pero los círculos eran También tomaba a diario una taza de aceite die a quien pudiera mortificar.
«¿Por qué no habré nacido con dos buenas mucho más cortos; y, por la forma en que el se- de hígado de tiburón sacándolo del tanque que —Si los otros me oyeran hablar en voz alta,
manos? —pensó—. Quizá yo haya tenido la cul- dal se sesgaba, podía apreciar que el pez había ido había en la barraca donde muchos de los pesca- creerían que estoy loco —dijo—. Pero, puesto que
pa, por no entrenar ésta debidamente. Pero bien subiendo mientras giraba. dores guardaban su aparejo. Estaba allí, para todos no estoy loco, no me importa. Los ricos tienen
sabe Dios que ha tenido bastantes ocasiones de Durante una hora, el viejo había estado vien- los pescadores que lo quisieran. La mayoría de los radios que les hablan en sus embarcaciones y les
aprender. No lo ha hecho tan mal esta noche, do puntos negros ante los ojos, y el sudor salaba pescadores detestaban su sabor. Pero no era peor dan las noticias del béisbol.
después de todo, y sólo ha sufrido calambre una sus ojos y salaba la herida que tenía en su ceja y que levantarse a las horas en que se levantaban, y «Ésta no es hora de pensar en el béisbol
vez. Si le vuelve a dar, deja que el sedal le arran- en su frente. No temía a los puntos negros. Eran era muy bueno contra todos los catarros y gripes, —pensó—. Ahora hay que pensar en una sola cosa.
que la piel.» normales a la tensión a que estaba tirando del se- y era bueno para sus ojos. Aquella para la que he nacido. Pudiera haber un

22 11
ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
pez grande en torno a esa mancha. Sólo he cogido Esperó con el sedal entre el índice y el pulgar, se percibía la luz de su lento descenso. Se volvió No soñó con los leones marinos. Soñó con
un bonito extraviado de los que estaban comien- vigilándolo, y vigilando los otros al mismo tiem- entonces y puso los dos peces voladores dentro una vasta mancha de marsopas que se extendía
do. Pero están trabajando rápidamente y a lo le- po, pues el pez pudiera virar arriba o abajo. Lue- de los filetes de pescado y, volviendo el cuchillo a por espacio de ocho a diez millas. Y esto era en la
jos. Todo lo que asoma hoy a la superficie viaja go volvió a sentir la misma y suave tracción. la funda, regresó lentamente a la proa. Su espalda época de su apareamiento, y brincaban muy alto
muy rápidamente y hacia el nordeste. ¿Será la hora? —Lo cogerá —dijo el viejo en voz alta—. Dios era doblada por la presión del sedal que corría en el aire, y volvían al mismo hoyo que habían
¿O será alguna señal del tiempo, que yo no conoz- lo ayude a cogerlo. sobre ella mientras él avanzaba con el pescado en abierto en el agua al brincar fuera de ella.
co?» Ahora no podía ver el verdor de la costa; sólo No lo cogió, sin embargo. Se fue y el viejo no la mano derecha. Luego soñó que estaba en el pueblo, en su
las cimas de las verdes colinas que asomaban blan- sintió nada más. De vuelta en la proa, puso los dos filetes de cama, y soplaba un norte, y hacía mucho frío, y
cas como si estuvieran coronadas de nieve, y las —No puede haberse ido —dijo—. ¡No se pue- pescado en la madera y los peces voladores junto a su mano derecha estaba dormida porque su cabe-
nubes parecían altas montañas de nieve sobre ellas. de haber ido, maldito! Está dando una vuelta. Es ellos. Después de esto, afirmó el sedal a través de za había descansado sobre ella en vez de hacerlo
El mar estaba muy oscuro, y la luz hacía prisma posible que haya sido enganchado alguna otra vez sus hombros y en un lugar distinto, y lo sujetó sobre una almohada.
en el agua. Y las miríadas de lunares del plancton y que recuerde algo de eso. de nuevo con la mano izquierda apoyada en la Después sí empezó a soñar con la larga playa
eran anuladas ahora por al alto sol, y el viejo sólo Luego sintió un suave contacto en el sedal y regala. Luego se inclinó sobre la borda y lavó los amarilla, y vio al primero de los leones que des-
veía los grandes y profundos prismas en el agua de nuevo fue feliz. peces voladores en el agua notando la velocidad cendían a ella al anochecer. Y luego vinieron los
azul que tenía una milla de profundidad, y en la —No ha sido más que una vuelta —dijo—. Lo del agua contra su mano. Su mano estaba fosfo- otros leones. Y él apoyó la barbilla sobre la made-
que sus largos sedales descendían verticalmente. cogerá. rescente por haber pelado al pescado y observó ra de la proa del barco que allí estaba fondeado, y
Los pescadores llamaban bonitos a todos los pe- Era feliz sintiéndolo tirar suavemente, y luego el flujo del agua contra ella. El flujo era menos sintió la vespertina brisa de tierra mientras aguar-
ces de esa especie, y sólo distinguían entre ellos por tuvo la sensación de algo duro e increíblemente fuerte y al frotar el canto de su mano contra la daba a ver si venían más leones. Y era feliz.
sus nombres propios cuando venían a cambiarlos pesado. Era el peso del pez, y dejó que el sedal se tablazón del bote salieron flotando partículas de La luna se había levantado hacía mucho tiem-
por carnadas. Los bonitos estaban de nuevo abajo. deslizara abajo, abajo, llevándose los dos primeros fósforo y derivaron lentamente hacia popa. po, pero él seguía durmiendo, y el pez seguía ti-
El sol calentaba fuertemente y el viejo lo sentía en rollos de reserva. Según descendía, deslizándose sua- —Se está cansando o descansando —dijo el vie- rando seguidamente del bote, y éste entraba en
la parte de atrás del cuello, y sentía el sudor que le vemente entre los dedos del viejo, todavía él podía jo—. Ahora déjame comer este dorado, y to- un túnel de nubes.
corría por la espalda mientras remaba. sentir el gran peso, aunque la presión de su índice mar algún descanso, y dormir un poco. Lo despertó la sacudida de su puño derecho con-
«Pudiera dejarme ir a la deriva —pensó—, y y de su pulgar era casi imperceptible. Bajo las estrellas en la noche, que se iba tor- tra su cara y el escozor del sedal pasando por su
dormir, y echar un lazo al dedo gordo del pie —¡Qué pez! —dijo—. Lo lleva atravesado en la nando cada vez más fría, se comió la mitad de mano derecha. No tenía sensación en su mano iz-
para despertar si pican. Pero hoy hace ochenta y boca, y se está yendo con él. uno de los filetes de dorado y uno de los peces quierda, pero frenó todo lo que pudo con la dere-
cinco días, y tengo que aprovechar el tiempo.» «Luego virará y se lo tragará», pensó. No dijo voladores limpio de tripa y sin cabeza. cha y el sedal seguía corriendo precipitadamente.
Justamente entonces, mientras vigilaba los esto porque sabía que cuando uno dice una bue- —Qué excelente pescado es el dorado para comer- Por fin su mano izquierda halló el sedal, y el viejo se
sedales, vio que una de las varillas se sumergía na cosa, posiblemente no suceda. Sabía que éste lo cocinado —dijo—. Y qué pescado más malo es cru- echó hacia atrás contra el sedal, y ahora le quemaba
vivamente. era un pez enorme, y se lo imaginó alejándose en do. Jamás volveré a salir en un bote sin sal o limones. la espalda y la mano izquierda, y su mano izquierda
—Sí —dijo—. Sí —y montó los remos sin gol- la tiniebla con el bonito atravesado en la boca. «Si hubiera tenido cerebro, habría echado agua estaba aguantando toda la tracción, y se estaba de-
pear el bote. En ese momento sintió que había dejado de mo- sobre la proa todo el día. Al secarse, habría hecho sollando malamente. Volvió la vista a los rollos
Cogió el sedal y lo sujetó suavemente entre el verse, pero el peso persistía todavía. Luego el peso sal —pensó—. Pero el hecho es que no enganché el de sedal y vio que se estaban desenrollando suave-
índice y el pulgar de su mano derecha. No sintió fue en aumento, y el viejo le dio más sedal. Acen- dorado hasta cerca de la puesta del sol. Sin embar- mente. Justo entonces, el pez irrumpió en la super-
tensión, ni peso, y aguantó ligeramente. Luego tuó la presión del índice y el pulgar por un mo- go, fue una falta de previsión. Pero lo he mastica- ficie haciendo un gran desgarrón en el océano, y
volvió a sentirlo. Esta vez fue un tirón de tanteo, mento, y el peso fue en aumento. Y el sedal des- do bien y no siento náuseas.» cayó pesadamente luego. A poco, volvió a irrum-
ni sólido, ni fuerte; y el viejo se dio cuenta, exac- cendía verticalmente. El cielo se estaba nublando sobre el este y una pir, brincando una y otra vez, y el bote iba veloz-
tamente, de lo que era. A cien brazas más abajo, —Lo ha cogido —dijo—. Ahora dejaré que se tras otra las estrellas que conocía fueron desapa- mente aunque el sedal seguía corriendo, y el viejo
una aguja estaba comiendo las sardinas que lo coma a su gusto. reciendo. Ahora parecía como si estuvieran en- estaba llevando la tensión hasta su máximo de resis-
cubrían la punta y el cabo del anzuelo en el pun- Dejó que el sedal se deslizara entre sus dedos trando en un gran desfiladero de nubes, y el vien- tencia, repetidamente, una y otra vez. El pez había
to donde el anzuelo, forjado a mano, sobresalía mientras bajaba la mano izquierda y amarraba el to había amainado. tirado de él contra la proa, y su cara estaba contra la
de la cabeza del pequeño bonito. extremo suelto de los dos rollos de reserva al lazo —Dentro de tres o cuatro días habrá mal tiem- tajada suelta de dorado y no podía moverse.
El viejo sujetó delicada y blandamente el sedal, de los rollos de reserva del otro sedal. Ahora esta- po —dijo—. Pero no esta noche, ni mañana. Apa- «Esto es lo que esperábamos —pensó—. Así
y con la mano izquierda lo soltó del palito verde. ba listo. Tenía tres rollos de cuarenta brazas de reja ahora para dormir un poco, viejo, mientras pues, vamos a aguantarlo.
Ahora podía dejarlo correr entre sus dedos sin que sedal en reserva, además del que estaba usando. el pez está tranquilo y sigue tirando seguido. »Que tenga que pagar por el sedal —pensó—.
el pez sintiera ninguna tensión. —Come un poquito más —dijo—. Come bien. Sujetó firmemente el sedal en su mano dere- Que tenga que pagarlo bien.»
«A esta distancia de la costa, en este mes, debe de «Cómetelo de modo que la punta del anzuelo cha, luego empujó su muslo contra su mano de- No podía ver los brincos del pez sobre el agua:
ser enorme —pensó el viejo—. Cómelas, pez. Cóme- penetre en tu corazón y te mate —pensó—. Sube recha mientras echaba todo el peso contra la ma- sólo sentía la rotura del océano y el pesado golpe
las. Por favor, cómelas. Están de lo más frescas; y tú, sin cuidado y déjame clavarte el arpón. Bueno. dera de la proa. Después pasó el sedal un poco contra el agua al caer.
ahí, a seiscientos pies en el agua fría y a oscuras. Da ¿Estás listo? ¿Llevas suficiente tiempo a la mesa?» más abajo, en los hombros, y lo aguantó con la La velocidad del sedal desollaba sus manos,
otra vuelta en la oscuridad y vuelve a comértelas.» —¡Ahora! —dijo en voz alta y tiró fuerte con mano izquierda en forma de soporte. pero nunca había ignorado que esto sucedería, y
Sentía el leve y delicado tirar; y luego, un tirón ambas manos; ganó un metro de sedal; luego tiró «Mi mano derecha puede sujetarlo mientras trató de mantener el roce sobre sus partes callo-
más fuerte cuando la cabeza de una sardina debía de nuevo, y de nuevo, balanceando cada brazo tenga soporte —pensó—. Si se afloja en el sueño, sas y de no dejar escapar el sedal a la palma, para
de haber sido más difícil de arrancar del anzuelo. alternativamente y girando sobre sí mismo. mi mano izquierda me despertará cuando el sedal evitar que le desollara los dedos.
Luego, nada. No sucedió nada. El pez seguía, simplemente, empiece a correr. Es duro para la mano derecha. «Si el muchacho estuviera aquí, mojaría los
—Vamos, ven —dijo el viejo en voz alta—. Da alejándose con lentitud, y el viejo no podía le- Pero está acostumbrada al castigo. Aun cuando rollos de sedal —pensó—. Sí. Si el muchacho es-
otra vuelta. Da otra vuelta. Ven a olerlas. ¿Verdad vantarlo ni una pulgada. Su sedal era fuerte; era sólo duerma veinte minutos o media hora, me tuviera aquí. Si el muchacho estuviera aquí.»
que son sabrosas? Cómetelas ahora, y luego ten- cordel catalán y nuevo, de este año, hecho para pe- hará bien.» Se inclinó adelante, afianzándose con- El sedal se iba más y más, pero ahora más len-
drás un bonito. Duro y frío y sabroso. No seas ces pesados, y lo sujetó contra su espalda hasta tra el sedal con todo su cuerpo, echando todo su tamente, y el viejo estaba obligando al pez a ga-
tímido, pez. Cómetelas. que estuvo tan tirante que soltó gotas de agua. peso sobre la mano derecha, y se quedó dormido. nar con trabajo cada pulgada de sedal. Ahora

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
No se sentía realmente bien porque el dolor cansaba realmente, salvo por comparación. To- Luego empezó a hacer un lento sonido de siseo hombre había encontrado la manera de inclinar-
que le causaba el sedal en la espalda había rebasa- davía llevaba con los hombros la presión del se- en el agua. se hacia adelante contra la proa en una postura
do casi el dolor y pasado a un entumecimiento dal, pero puso la mano izquierda en la regala de El viejo seguía sujetándolo, afincándose con- que casi le resultaba confortable. La postura era,
que le parecía sospechoso. «Pero he pasado cosas proa y fue confiando cada vez más resistencia al tra el banco e inclinándose hacia atrás. El bote en realidad, tan sólo un poco menos intolerable,
peores —pen-só—. Mi mano sólo está un poco propio bote. empezó a moverse lentamente hacia el noroeste. pero la concibió como casi confortable.
rozada y el calambre ha desaparecido de la otra. «Qué simple sería si pudiera amarrar el se- El pez seguía moviéndose sin cesar y viajaban «No puedo hacer nada con él, y él no puede
Mis piernas están perfectamente. Y además, aho- dal —pensó—. Pero con una brusca sacudida ahora lentamente en el agua tranquila. Los otros hacer nada conmigo —pensó—. Al menos mien-
ra te llevo ventaja en la cuestión del sustento.» podría romperlo. Tengo que amortiguar la ten- cebos estaban todavía en el agua, pero no había tras siga este juego.»
Ahora era de noche, pues en septiembre se hace sión del sedal con mi cuerpo y estar dispuesto en nada que hacer. Una vez se enderezó, orinó por sobre la bor-
de noche rápidamente después de la puesta del sol. todo momento a soltar sedal con ambas manos.» —Ojalá estuviera aquí el muchacho —dijo en da, miró a las estrellas y verificó el rumbo. El
Se echó contra la madera gastada de la proa y re- —Pero todavía no has dormido, viejo —dijo voz alta—. Voy a remolque de un pez grande, y sedal lucía como una lista fosforescente en el agua,
posó todo lo posible. Habían salido las primeras en voz alta—. Ha pasado medio día y una noche, yo soy la bita de remolque. Podría amarrar el se- que se extendía, recta, partiendo de sus hombros.
estrellas. No conocía el nombre de Venus, pero la y ahora otro día, y no has dormido. Tienes que dal. Pero entonces pudiera romperlo. Debo aguan- Ahora iban más lentamente y el fulgor de La
vio, y sabía que pronto estarían todas a la vista, y idear algo para poder dormir un poco si el pez tarlo todo lo posible y darle sedal cuando lo ne- Habana no era tan fuerte. Esto le indicaba que la
que tendría consigo a todas sus amigas lejanas. sigue tirando tranquila y seguidamente. Si no cesite. Gracias a Dios, que va hacia adelante, y no corriente debía de estar arrastrándolo hacia el este.
—El pez es también mi amigo —dijo en voz duermes, pudiera nublársete la cabeza. hacia abajo. No sé qué haré si decide ir hacia aba- «Si pierdo el resplandor de La Habana, será que
alta—. Jamás he visto un pez así, ni he oído ha- «Ahora tengo la cabeza despejada —pensó—. jo. Pero algo haré. Puedo hacer muchas cosas. estamos yendo más hacia el este», pensó.
blar de él. Pero tengo que matarlo. Me alegra que Demasiado despejada. Estoy tan claro como las Sujetó el sedal contra su espalda y observó su Pues si el rumbo del pez se mantuviera inva-
no tengamos que tratar de matar a las estrellas. estrellas, que son mis hermanas. Con todo, debo sesgo en el agua; el bote seguía moviéndose inin- riable vería el fulgor, durante muchas horas más.
«Imagínate que cada día tuviera uno que tratar dormir. Ellas duermen, y la luna y el sol tam- terrumpidamente hacia el noroeste. «Me pregunto quién habrá ganado hoy en las
de matar a la luna —pensó—. La luna se escapa. bién duermen, y hasta el océano duerme a ve- «Esto lo matará —pensó el viejo—. Alguna Grandes Ligas —pensó—. Sería maravilloso tener
Pero, ¡imagínate que tuviera uno que tratar diaria- ces, en ciertos días, cuando no hay corriente y vez tendrá que parar.» Pero, cuatro horas des- un radio portátil para enterarse.» Luego reflexio-
mente de matar al sol! Nacimos con suerte.» se produce una calma chicha. pués, el pez seguía tirando, llevando el bote a nó: «Piensa en esto; piensa en lo que estás hacien-
Luego sintió pena por el gran pez que no te- »Pero recuerda dormir —pensó—. Oblígate a remolque, y el viejo estaba todavía sólidamente do. No hagas ninguna estupidez.» A poco, dijo
nía nada que comer, y su decisión de matarlo no hacerlo e inventa algún modo simple y seguro de afincado, con el sedal atravesado a la espalda. en voz alta:
se aflojó por eso un instante. «Podría alimentar a atender a los sedales. Ahora vuelve allá y prepara —Eran las doce del día cuando lo enganché —Ojalá estuviera aquí el muchacho. Para ayu-
mucha gente —pensó—. Pero, ¿serán dignos de el dorado. Es demasiado peligroso armar los re- —dijo—. Y todavía no lo he visto ni una sola vez. darme y para que viera esto.
comerlo? No, desde luego que no. No hay perso- mos en forma de remolque y dormirse. Se había calado fuertemente el sombrero de «Nadie debiera estar solo en su vejez —pensó—.
na digna de comérselo, a juzgar por su comporta- »Podría pasarme sin dormir —se dijo—. Pero yarey en la cabeza antes de enganchar al pez; ahora Pero es inevitable. Tengo que acordarme de co-
miento y su gran dignidad. sería demasiado peligroso.» el sombrero le cortaba la frente. Tenía sed. Se mer el bonito antes de que se eche a perder, a fin
»No comprendo estas cosas —pensó—. Pero Empezó a abrirse paso de nuevo hacia la popa, arrodilló y, cuidando de no sacudir el sedal, esti- de conservar las fuerzas. Recuerda: por poca gana
es bueno que no tengamos que tratar de matar al a gatas, con manos y rodillas, cuidando de no sa- ró el brazo cuanto pudo por debajo de la proa, y que tengas, tendrás que comerlo por la mañana.
sol o a la luna o a las estrellas. Basta con vivir del cudir el sedal del pez. «Éste pudiera estar ya me- cogió la botella de agua. La abrió y bebió un poco. Recuerda», se dijo.
mar y matar a nuestros verdaderos hermanos. dio dormido —pensó—. Pero no quiero que des- Luego reposó contra la proa. Descansó sentado Durante la noche acudieron delfines en torno
»Ahora —meditó— tengo que pensar en el re- canse. Debe seguir tirando hasta que muera.» en la vela y el palo que había quitado de la carlin- al bote. Los sentía rolando y resoplando. Podía
molque para demorar la velocidad. Tiene sus pe- De vuelta en la popa, se volvió de modo que ga, y trató de no pensar: sólo aguantar. percibir la diferencia entre el sonido del soplo del
ligros y sus méritos. Pudiera perder tanto sedal su mano izquierda aguantaba la tensión del sedal Luego miró hacia atrás y vio que no había tie- macho y el suspirante soplo de la hembra.
que pierda al pez si hace su esfuerzo y si el re- a través de sus hombros y sacó el cuchillo de la rra alguna a la vista. «Eso no importa —pensó—. —Son buena gente —dijo—. Juegan y bromean
molque de remos está en su lugar y el bote pierde funda con la mano derecha. Siempre podré orientarme por el resplandor de La y se hacen el amor. Son nuestros hermanos, como
toda su ligereza. Su ligereza prolonga el sufrimien- Ahora las estrellas estaban brillantes, y vio cla- Habana. Todavía quedan dos horas de sol, y posi- los peces voladores.
to de nosotros dos, pero es mi seguridad, puesto ramente el dorado, y le clavó el cuchillo en la ca- blemente suba antes de la puesta del sol. Si no, Entonces empezó a sentir lástima por el gran
que el pez tiene una gran velocidad que no ha beza y lo sacó de debajo de la popa. Puso uno de acaso suba al venir la luna. Si no hace eso, puede pez que había enganchado. «Es maravilloso y
empleado todavía. Pase lo que pase, tengo que sus pies sobre el pescado, y lo abrió rápidamente que suba a la salida del sol. No tengo calambres, y extraño, y quién sabe qué edad tendrá —pensó—.
limpiar el dorado a fin de que no se eche a perder desde la cola hasta la punta de su mandíbula infe- me siento fuerte. Él es quien tiene el anzuelo en la Jamás he cogido un pez tan fuerte, ni que se por-
y comer una parte de él para estar fuerte. rior. Luego soltó el cuchillo y lo destripó con la boca. Pero para tirar así, tiene que ser un pez de tara de un modo tan extraño. Puede que sea
»Ahora descansaré una hora más, y veré si con- mano derecha limpiándolo completamente y arran- marca mayor. Debe de llevar la boca fuertemente demasiado prudente para subir a la superficie.
tinúa firme y sin alteración antes de volver a la popa, cándole de cuajo las agallas. Sintió la tripa pesada y cerrada contra el alambre. Me gustaría verlo. Me Brincando y precipitándose locamente pudiera
y hacer el trabajo, y tomar una decisión. Entre tan- resbaladiza en su mano, y la abrió. Dentro había gustaría verlo aunque sólo fuera una vez para sa- acabar conmigo. Pero es posible que haya sido
to, veré cómo se porta y si presenta algún cambio. dos peces voladores. Estaban frescos y duros, y los ber con quién tengo que entendérmelas.» enganchado ya muchas veces y que sepa que ésta
Los remos son un buen truco, pero ha llegado el puso uno junto al otro, y arrojó las tripas a las El pez no varió su curso ni su dirección en es la manera de pelear. No puede saber que no
momento de actuar sobre seguro. Todavía es mu- aguas por sobre la popa. Se hundieron dejando una toda la noche; al menos, hasta donde el hombre hay más que un hombre contra él, ni que este
cho pez, y he visto que el anzuelo estaba en el canto estela de fosforescencia en el agua. El dorado esta- podía juzgar, guiado por las estrellas. Después de hombre es un anciano. Pero, ¡qué pez más gran-
de su boca, y ha mantenido la boca herméticamen- ba ahora frío y era de un leproso blanco gris a la la puesta del sol hacía frío, y el sudor se había de! y qué bien lo pagarán en el mercado, si su
te cerrada. El castigo del anzuelo no es nada. El cas- luz de las estrellas; y el viejo le arrancó el pellejo secado en su espalda, sus brazos y sus piernas. De carne es buena. Cogió la carnada como un ma-
tigo del hambre y el que se halle frente a una cosa de un costado mientras sujetaba su cabeza con el día había cogido el saco que cubría la caja de las cho, y tira como un macho, y no hay pánico en
que no comprende, lo es todo. Descansa ahora, vie- pie derecho. Luego lo viró y peló la otra parte, y carnadas y lo había tendido a secar al sol. Des- su manera de pelear. Me pregunto si tendrá algún
jo, y déjalo trabajar hasta que llegue tu turno.» con el cuchillo levantó la carne de cada costado pués de la puesta del sol, se lo enrolló al cuello de plan o si estará, como yo, en la desesperación.»
Descansó durante lo que creyó serían dos ho- desde la cabeza a la cola. modo que le caía sobre la espalda. Se lo deslizó Recordó aquella vez en que había enganchado
ras. La luna no se levantaba ahora hasta tarde y Soltó el resto sobre la borda y miró a ver si se con cuidado por debajo del sedal, que ahora le una de las dos agujas que iban en pareja. El ma-
no tenía modo de calcular el tiempo. Y no des- producía algún remolino en el agua. Pero sólo cruzaba los hombros. El saco mullía el sedal, y el cho dejaba siempre que la hembra comiera pri-

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
mero, y el pez enganchado, la hembra, presentó una taré también y enlazaré los rollos de reserva.
pelea fiera, desesperada y llena de pánico, que no tar- Habré perdido doscientas brazas del buen cordel
dó en agotarla. Durante todo ese tiempo, el macho catalán y los anzuelos y alambres. Eso puede ser
permaneció con ella, cruzando el sedal y girando con reemplazado. Pero este pez, ¿quién lo reempla-
ella en la superficie. Había permanecido tan cerca, za? Si engancho otros peces, pudiera soltarse. Me
que el viejo había temido que cortara el sedal con la pregunto qué peces habrán sido los que acaban
cola, que era afilada como una guadaña y casi de la de picar. Pudiera ser una aguja, o un emperador
misma forma y tamaño. Cuando el viejo la había o un tiburón. No llegué a tomarle el peso. Tuve
enganchado con el bichero, la había golpeado suje- que deshacerme de él demasiado pronto.»
tando su mandíbula en forma de espada y de áspero En voz alta dijo:
borde, y golpeado en la cabeza hasta que su color se —Me gustaría que el muchacho estuviera aquí.
había tornado como el de la parte de atrás de los espe- «Pero el muchacho no está contigo», pensó.
jos; y luego cuando, con ayuda del muchacho, la ha- «No cuentas más que contigo mismo, y harías
bía izado a bordo, el macho había permanecido jun- bien en llegarte hasta el último sedal, aunque sea en
to al bote. Después, mientras el viejo levantaba los la oscuridad y empalmar los dos rollos de reserva.»
sedales y preparaba el arpón, el macho dio un brinco Fue lo que hizo. Fue difícil en la oscuridad, y
en el aire junto al bote para ver dónde estaba la hem- una vez el pez dio un tirón que lo lanzó de bru-
bra. Y luego se había sumergido en la profundidad ces, y le causó una herida bajo el ojo. La sangre le
con sus alas azul-rojizas, que eran sus aletas pectorales, corrió un poco por la mejilla. Pero se coaguló y
desplegadas ampliamente y mostrando todas sus fran- se secó antes de llegar a su barbilla, y el hombre
jas del mismo color. «Era hermoso», recordaba el volvió a la proa y se apoyó contra la madera.
viejo. Y se había quedado junto a su hembra. Ajustó el saco y manipuló cuidadosamente el se-
«Es lo más triste que he visto jamás en ellos dal de modo que pasara por otra parte de sus hom-
—pensó—. El muchacho también había sentido tris- bros y, sujetándolo en éstos, tanteó con cuidado
teza, y le pedimos perdón a la hembra y le abrimos la tracción del pez y luego metió la mano en el
el vientre prontamente.» agua para sentir la velocidad del bote.
—Ojalá estuviera aquí el muchacho —dijo en voz «Me pregunto por qué habrá dado ese nuevo Escena de la película El viejo y el mar filmada en el pueblo de Cojímar y protagonizada
por el actor norteamericano Spencer Tracy.
alta, y se acomodó contra las redondeadas tablas de la impulso —pensó—. El alambre debe de haber res-
proa y sintió la fuerza del gran pez en el sedal que balado sobre la comba de su lomo. Con seguridad
sujetaba contra sus hombros, moviéndose sin cesar su lomo no puede dolerle tanto como me duele el Justamente antes del anochecer, cuando pasa- —No ha cambiado nada en absoluto —dijo.
hacia no sabía dónde: a donde el pez hubiese elegido. mío. Pero no puede seguir tirando eternamente de ban junto a una gran isla de sargazo que se alzaba y Pero observando el movimiento del agua contra
«Por mi traición ha tenido que tomar una de- este bote por grande que sea. Ahora todo lo que bajaba y balanceaba con el leve oleaje, como si el su mano, notó que era perceptiblemente más lento.
cisión», pensó el viejo. pudiera estorbar está despejado y tengo una gran océano estuviera haciendo el amor con alguna cosa, —Voy a amarrar los dos remos uno contra otro
Su decisión había sido permanecer en aguas pro- reserva de sedal: no hay más que pedir.» bajo una manta amarilla un dorado se prendió en y a colocarlos de través detrás de la popa: eso re-
fundas y tenebrosas, lejos de todas las trampas y —Pez —dijo, dulcemente en voz alta—, segui- su sedal pequeño. El viejo lo vio primero cuando tardará de noche su velocidad —dijo—. Si el pez
cebos y traiciones. «Mi decisión fue ir allá a buscar- ré hasta la muerte. brincó al aire, oro verdadero a los últimos rayos se defiende bien de noche, yo también.
lo, más allá de toda gente. Más allá de toda gente en «Y él seguirá también conmigo, me imagino», del sol, doblándose y debatiéndose fieramente. «Sería mejor limpiar el dorado un poco des-
el mundo. Ahora estamos solos uno para el otro y pensó el viejo, y se puso a esperar a que fuera de Volvió a surgir, una y otra vez, en las acrobáticas pués para que la sangre se quedara en la carne —
así ha sido desde el mediodía. Y nadie que venga a día. Ahora, a esta hora próxima al amanecer, ha- salidas que le dictaba su miedo. El hombre volvió pensó—. Puedo hacer eso un poco más tarde y
valernos, ni a él ni a mí. cía frío, y se apretó contra la madera en busca de como pudo a la popa y agachándose y sujetando el amarrar los remos para hacer un remolque al
»Tal vez yo no debiera ser pescador —pensó—. calor. «Voy a aguantar tanto como él», pensó. Y, sedal grande con la mano y el brazo derecho, tiró mismo tiempo. Será mejor dejar tranquilo al pez
Pero para eso he nacido. Tengo que recordar, sin con la primera luz, el sedal se extendió a los lejos del dorado con su mano izquierda, plantando su por ahora y no perturbarlo demasiado a la puesta
falta, comerme el bonito tan pronto como sea de día.» y hacia abajo en el agua. El bote se movía sin descalzo pie izquierdo sobre cada tramo de sedal del sol. La puesta del sol es un momento difícil
Algo antes del amanecer cogió uno de los sedales cesar y cuando se levantó el primer filo de sol fue que iba ganando. Cuando el pez llegó a popa, dan- para todos los peces.»
que tenía detrás. Sintió que el palito se rompía y a posarse sobre el hombro derecho del viejo. do cortes y zambullidas, el viejo se inclinó sobre la Dejó secar su mano en el aire, luego cogió el
que el sedal empezaba a correr precipitadamente —Se ha dirigido hacia el norte —dijo el viejo. popa y levantó al bruñido pez de oro de pintas sedal con ella y se acomodó lo mejor posible y se
sobre la regala del bote. En la oscuridad sacó el «La corriente nos habrá desviado mucho al este violáceas por sobre ésta. Sus mandíbulas actuaban dejó tirar adelante contra la madera para que el
cuchillo de la funda y, echando toda la presión del —pensó—. Ojalá virara con la corriente. Eso in- convulsivamente en rápidas mordidas contra el bote aguantara la presión tanto o más que él.
pez sobre el hombro izquierdo, se inclinó hacia dicaría que se estaba cansando.» anzuelo y batió el fondo del bote con su largo cuer- «Estoy aprendiendo a hacerlo —pensó—. Por
atrás y cortó el sedal contra la madera de la regala. Cuando el sol se hubo levantado más, el viejo po plano, su cola y su cabeza, hasta que el viejo le lo menos esta parte. Y luego, recuerda que el pez
Luego cortó el otro sedal más próximo, y en la se dio cuenta de que el pez no se estaba cansando. pegó en la brillante cabeza dorada. Entonces se no ha comido desde que cogió la carnada, y que
oscuridad sujetó los extremos sueltos de los rollos Sólo una señal favorable. El sesgo del sedal indi- estremeció y se quedó quieto. es enorme, y necesita mucha comida. Ya me he
de reserva. Trabajó diestramente con una sola caba que nadaba a menos profundidad. Eso no El viejo desenganchó al pez, volvió a cebar el comido un bonito entero. Mañana me comeré el
mano y puso su pie sobre los rollos para sujetarlos significaba, necesariamente, que fuera a brincar a sedal con otra sardina y lo arrojó al agua. Des- dorado. Quizá me coma un poco cuando lo
mientras apretaba los nudos. Ahora tenía seis ro- la superficie. Pero pudiera hacerlo. pués volvió lentamente a la proa. Se lavó la mano limpie. Será más difícil de comer que el bonito.
llos de reserva. Había dos de cada carnada, que —Dios quiera que suba —dijo el viejo—. Ten- izquierda y se la secó en el pantalón. Luego pasó Pero, después de todo, nada es fácil.»
había cortado, y los dos del cebo que había cogido go suficiente sedal para manejarlo. el grueso sedal de la mano derecha a la mano iz- —¿Cómo te sientes, pez? —preguntó en voz
el pez. Y todos estaban enlazados. «Puede que si aumento un poquito la tensión quierda y lavó la mano derecha en el mar mien- alta—. Yo me siento bien, y mi mano izquierda
«Tan pronto como sea de día —pensó—, me le duela y surja a la superficie —pensó—. Ahora tras clavaba la mirada en el sol que se hundía en va mejor, y tengo comida para una noche y un
llegaré hasta el cebo de cuarenta brazas y lo cor- que es de día, conviene que salga para que llene el océano, y en el sesgo del sedal grande. día. Sigue tirando del bote, pez.

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
El sol y el continuo movimiento de sus dedos un hombre magnífico y un gran atleta. Y al venir de aire los sacos a lo largo de su espinazo y no pueda cuando llegaba a su máxima tensión, sujetó firme
habían librado completamente de calambre la el día, cuando los apostadores estaban pidiendo que luego descender a morir a las profundidades.» y se echó hacia atrás para formar contrapeso.
mano izquierda, y empezó a pasar más presión a se declarara tablas, había aplicado todo su esfuer- Trató de aumentar la tensión, pero el sedal —Ahora lo estás sintiendo, pez —dijo—. Y bien
esta mano contrayendo los músculos de su espal- zo y forzado la mano del negro hacia abajo, más y había sido estirado ya todo lo que daba desde sabe Dios que también yo lo siento.
da para repartir un poco el escozor del sedal. más, hasta hacerle tocar la madera. La competen- que había enganchado al pez y, al inclinarse hacia Miró en derredor a ver si veía al pájaro, por-
—Si no estás cansado, pez —dijo en voz alta—, cia había empezado el domingo por la mañana y atrás sintió la dura tensión de la cuerda y se dio que le hubiera gustado tenerlo de compañero. El
debes de ser muy extraño. terminado el lunes por la mañana. Muchos de los cuenta de que no podía aumentarla. «Tengo que pájaro se había ido.
Se sentía ahora muy cansado y sabía que pron- apostadores habían pedido un empate porque te- tener cuidado de no sacudirlo —pensó—. Cada sa- «No te has quedado mucho tiempo —pensó el
to vendría la noche y trató de pensar en otras nían que irse a trabajar a los muelles, a cargar sacos cudida ensancha la herida que hace el anzuelo y, si viejo—. Pero a donde vas, va a ser más difícil, hasta
cosas. Pensó en las Grandes Ligas. Sabía que los de azúcar, o a la Havana Coal Company. De no brinca, pudiera soltarlo. De todos modos me sien- que llegues a la costa. ¿Cómo me habré dejado cor-
Yankees de Nueva York estaban jugando contra ser por eso, todo el mundo hubiera querido que to mejor al venir el sol y por esta vez no tengo que tar por esa rápida sacudida del pez? Me debo de
los Tigres de Detroit. continuara hasta el fin. Pero él la había terminado mirarlo de frente.» estar volviendo estúpido. O quizá sea que estaba
«Éste es el segundo día en que no me entero del de todos modos antes de la hora en que la gente Había algas amarillas en el sedal, pero el viejo mirando al pájaro y pensando en él. Ahora presta-
resultado de los juegos —pensó—. Pero debo tener tenía que ir a trabajar. sabía que eso no hacía más que aumentar la ré atención a mi trabajo y luego me comeré el bo-
confianza y debo ser digno del gran DiMaggio, que Después de esto, y por mucho tiempo, todo el resistencia del bote, y el viejo se alegró. Eran las nito para que las fuerzas no me fallen.»
hace todas las cosas perfectamente, aun con el do- mundo le había llamado el Campeón y había habi- algas amarillas del Golfo —el sargazo— las que —Ojalá estuviera aquí el muchacho, y que tu-
lor de la espuela de hueso en el talón. ¿Qué cosa es una do un encuentro de desquite en la primavera. habían producido tanta fosforescencia de noche. viera un poco de sal —dijo en voz alta.
espuela de hueso? —se preguntó—. Nosotros no Pero no se había apostado mucho dinero y él había —Pez —dijo—, yo te quiero y te respeto mu- Pasando la presión del sedal al hombro izquier-
las tenemos. ¿Será tan dolorosa como la espuela ganado fácilmente, puesto que en el primer match chísimo. Pero acabaré con tu vida antes de que do y arrodillándose con cuidado, lavó la mano en
de un gallo de pelea en el talón de una persona? había roto la confianza del negro de Cienfuegos. termine este día. el mar y la mantuvo allí sumergida, por más de
Creo que no podría soportar eso, ni la pérdida de Después había pulseado unas cuantas veces más y «Ojalá», pensó. un minuto, viendo correr la sangre y deshacerse
uno de los ojos, o de los dedos, y seguir peleando luego había dejado de hacerlo. Decidió que podía Un pajarito vino volando hacia el bote, pro- en estela, y el continuo movimiento del agua con-
como hacen los gallos de pelea. El hombre no es derrotar a cualquiera si lo quería de veras, pero pensó cedente del norte. Era una especie de curruca que tra su mano al moverse el bote.
gran cosa junto a las grandes aves y a las fieras. que perjudicaba su mano derecha para pescar. Al- volaba muy bajo sobre el agua. El viejo se dio —Ahora va mucho más lentamente —dijo.
Con todo, preferiría ser esa bestia que está allá abajo gunas veces había practicado con la izquierda. Pero cuenta de que estaba muy cansado. El pájaro lle- Al viejo le hubiera gustado mantener la mano
en la tiniebla del mar.» su mano izquierda había sido siempre una traidora gó hasta la popa del bote y descansó allí. Luego en el agua salada por más tiempo, pero temía otra
—No sé —dijo en voz alta—. Nunca he tenido y no hacía lo que le pedía; no confiaba en ella. voló en torno a la cabeza del viejo y fue a posarse súbita sacudida del pez y se levantó y se afianzó y
una espuela de hueso. «El sol la tostará bien ahora —pensó—. No debe en el sedal, donde estaba más cómodo. alzó la mano contra el sol. Era sólo un roce del se-
El sol se estaba poniendo. Para darse más con- volver a engarrotárseme, salvo que haga demasia- —¿Qué edad tienes? —preguntó el viejo al pá- dal lo que había cortado su carne. Pero era en la
fianza, el viejo recordó aquella vez, cuando, en la do frío de noche. Me pregunto qué me traerá esta jaro—. ¿Es éste tu primer viaje? parte con que tenía que trabajar. El viejo sabía que
taberna de Casablanca, había pulseado con el gran noche.» El pájaro lo miró al oírlo hablar. Estaba de- antes de que esto terminara necesitaría sus manos, y
negro de Cienfuegos, que era el hombre más fuer- Un aeroplano pasó por encima en su viaje masiado cansado siquiera para examinar el sedal no le gustaba nada estar herido antes de empezar.
te de los muelles. Habían estado un día y una hacia Miami y el viejo vio cómo su sombra es- y se balanceó asiéndose fuertemente a él con sus —Ahora —dijo, cuando su mano se hubo se-
noche con sus codos sobre una raya de tiza en la pantaba a las manchas de peces voladores. delicadas patas. cado— tengo que comer ese pequeño bonito.
mesa, y los antebrazos verticales, y las manos —Con tantos peces voladores, debe de haber —Estás firme —le dijo el viejo—. Demasiado Puedo alcanzarlo con el bichero y comérmelo
agarradas. Cada uno trataba de bajar la mano del dorados —dijo, y se echó hacia atrás contra el se- firme. Después de una noche sin viento no debie- aquí tranquilamente.
otro hasta la mesa. Se hicieron muchas apuestas dal para ver si era posible ganar alguna ventaja so- ras estar tan cansado. ¿A qué vienen los pájaros? Se arrodilló y halló el bonito bajo la popa con el
y la gente entraba y salía del local bajo las luces bre su pez. Pero no: el sedal permaneció en esa «Los gavilanes —pensó— salen al mar a espe- bichero y lo atrajo hacia sí evitando que se enredara
de queroseno, y él miraba al brazo y a la mano tensión, ese temblor y ese rezumar de agua que rarlos.» Pero no le dijo nada de esto al pajarito, en los rollos de sedal. Sujetando el sedal nuevamente
del negro, y a la cara del negro. Cambiaban de precede a la rotura. El bote avanzaba lentamente que de todos modos no podía entenderlo y que con el hombro izquierdo y apoyándose en el brazo
árbitro cada cuatro horas, después de las prime- y el viejo siguió con la mirada al aeroplano hasta ya tendría tiempo de conocer a los gavilanes. izquierdo, sacó el bonito del garfio del bichero y
ras ocho, para que los árbitros pudieran dormir. que lo perdió de vista. —Descansa, pajarito, descansa —dijo—. Lue- puso de nuevo el bichero en su lugar. Plantó una
Por debajo de las uñas de los dedos manaba san- «Debe de ser muy extraño ir en un aeroplano go ve a correr fortuna como cualquier hombre o rodilla sobre el pescado y arrancó tiras de carne os-
gre, y se miraban a los ojos y a sus antebrazos, y —pensó—. Me pregunto cómo lucirá la mar desde pájaro o pez. cura longitudinalmente desde la parte posterior de
los apostadores entraban y salían del local, y se esa altura. Si no volaran demasiado alto, podrían Lo estimulaba a hablar porque su espalda se había la cabeza hasta la cola. Eran tiras en forma de cuña
sentaban en altas sillas contra la pared para mi- ver los peces. Me gustaría volar muy lentamente a endurecido de noche y ahora le dolía realmente. y las arrancó desde la proximidad del espinazo has-
rar. Las paredes estaban pintadas de un azul bri- doscientas brazas de altura y ver los peces desde —Quédate en mi casa si quieres, pajarito ta el borde del vientre. Cuando hubo arrancado seis
llante. Eran de madera, y las lámparas arrojaban arriba. En los barcos tortugueros, yo iba en las —dijo—. Lamento que no pueda izar la vela y lle- tiras las tendió en la madera de la popa, limpió su
las sombras de los pulseadores contra ellas. La crucetas de los masteleros y aun a esa altura veía varte a tierra, con la suave brisa que se está levan- cuchillo en el pantalón y levantó el resto del bonito
sombra del negro era enorme y se movía contra muchos. Desde allí los dorados lucen más verdes y tando. Pero estás con un amigo. por la cola y lo tiró por sobre la borda.
la pared según la brisa hacía oscilar las lámparas. se puede ver sus franjas y sus manchas violáceas Justamente entonces el pez dio una súbita sa- —No creo que pueda comerme uno entero
Las apuestas siguieron subiendo y bajando toda y se ve todo el banco buceando. ¿Por qué todos cudida; el viejo fue a dar contra la proa; y hubie- —dijo, y cortó por la mitad una de las tiras.
la noche, y al negro le daban ron y le encendían los peces voladores de la corriente oscura tienen ra caído por la borda si no se hubiera aferrado y Sentía la firme tensión del sedal y su mano
cigarrillos en la boca. Luego, después del ron, el lomos violáceos y generalmente franjas o manchas soltado un poco de sedal. izquierda tenía calambre. La corrió hacia arriba
negro hacía un tremendo esfuerzo y una vez había del mismo color? El dorado parece verde, desde El pájaro levantó el vuelo cuando el sedal se sobre el duro sedal y la miró con disgusto.
tenido al viejo, que entonces no era viejo, sino San- luego, porque es realmente dorado. Pero cuando sacudió, y el viejo ni siquiera lo había visto irse. Pal- —¿Qué clase de mano es ésta? —dijo—. Pue-
tiago, el Campeón, cerca de tres pulgadas fuera de la viene a comer, verdaderamente hambriento, apa- pó cuidadosamente el sedal con la mano derecha des coger calambre si quieres. Puedes convertirte
vertical. Pero el viejo había levantado de nuevo recen franjas de color violáceo en sus costados, y notó que su mano sangraba. en una garra. De nada te va a servir.
la mano y la había puesto a nivel. Entonces tuvo la como en las agujas. ¿Será la cólera o mayor veloci- —Algo la ha lastimado —dijo en voz alta, y «Vamos», pensó, y miró al agua oscura y al
seguridad de que tenía derrotado al negro, que era dad lo que las hace salir?» tiró del sedal para ver si podía virar al pez. Pero sesgo del sedal. «Cómetelo ahora y le dará fuerza

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ERNEST HEMINGWAY EL VIEJO Y EL MAR
a la mano. No es culpa de la mano, y llevas mu- Miró por sobre el mar y ahora se dio cuenta dualmente, y el pez no tenía pánico. El viejo tra- madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, aho-
chas horas con el pez. Pero puedes quedarte siem- de cuán solo se encontraba. Pero veía los prismas taba de mantener con ambas manos el sedal a la ra y en la hora de nuestra muerte, Amén.
pre con él. Cómete ahora el bonito.» en el agua profunda y oscura, el sedal estirado mayor tensión posible sin que se rompiera. Sabía Luego añadió:
Cogió un pedazo, se lo llevó a la boca y lo adelante y la extraña ondulación de la calma. Las que si no podía demorar al pez con una presión —Virgen bendita, ruega por la muerte de este
masticó lentamente. No era desagradable. nubes se estaban acumulando ahora para la brisa, continuada, el pez podía llevarse todo el sedal y pez. Aunque es tan maravilloso.
«Mastícalo bien —pensó—, y no pierdas nin- y miró adelante y vio una bandada de patos sal- romperlo. Dichas sus oraciones y sintiéndose mejor,
gún jugo. Con un poco de limón o lima o con sal vajes que se proyectaban contra el cielo sobre el «Es un gran pez y tengo que convencerlo — pero sufriendo igualmente, y acaso un poco más,
no estaría mal.» agua, luego formaban un borrón y volvían a des- pensó—. No debo permitirle jamás que se dé se inclinó contra la madera de proa y empezó a
—¿Cómo te sientes, mano? —preguntó a la que tacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta de cuenta de su fuerza ni de lo que podría hacer si activar mecánicamente los dedos de su mano iz-
tenía calambre y que estaba casi rígida como un que nadie está jamás solo en el mar. echara «a correr». Si yo fuera él emplearía ahora quierda.
cadáver— . Ahora comeré un poco para ti. Recordó cómo algunos hombres temían ha- toda la fuerza y seguiría hasta que algo se rompie- El sol calentaba fuerte ahora, aunque se esta-
Comió la otra parte del pedazo que había cor- llarse fuera de la vista de tierra en un botecito; y ra. Pero, a Dios gracias, los peces no son tan inte- ba levantando ligeramente la brisa.
tado en dos. La masticó con cuidado y luego es- en los mares de súbito mal tiempo tenían razón. ligentes como los que los matamos; aunque son —Será mejor que vuelva a poner cebo al sedal
cupió el pellejo. Pero ahora era el tiempo de los ciclones, y cuan- más nobles y más hábiles.» de popa —dijo—. Si el pez decide quedarse otra
—¿Cómo va eso, mano? ¿O es demasiado pron- do no hay ciclón en el tiempo de los ciclones es el El viejo había visto muchos peces grandes. Ha- noche, necesitaré comer de nuevo y queda poca
to para saberlo? mejor tiempo del año. bía visto muchos que pesaban más de mil libras, agua en la botella. No creo que pueda conseguir
Cogió otro pedazo entero y lo masticó. «Si hay ciclón, siempre puede uno ver las se- y había cogido dos de aquel tamaño en su vida, aquí más que un dorado. Pero si lo como bastan-
«Es un pez fuerte y de calidad —pensó—. Tuve ñales varios días antes en el mar. En tierra no las pero nunca solo. Ahora, solo, y fuera de la vista te fresco, no será malo. Me gustaría que viniera a
suerte de engancharlo a él, en vez de a un dorado. ven porque no saben reconocerlas —pensó—. En de tierra, estaba sujeto al más grande pez que ha- bordo esta noche un pez volador. Pero no tengo
El dorado es demasiado dulce. Éste no es nada tierra debe notarse también por la forma de las bía visto jamás, más grande que cuantos conocía luz para atraerlo. Un pez volador es excelente
dulce y guarda toda la fuerza. nubes. Pero ahora no hay ciclón a la vista.» de oídas, y su mano izquierda estaba todavía tan para comerlo crudo y no tendría que limpiarlo.
»Sin embargo, hay que ser práctico —pensó—. Miró al cielo y vio la formación de los blancos rígida como las garras convulsas de un águila. Tengo que ahorrar ahora toda mi fuerza.
Otra cosa no tiene sentido. Ojalá tuviera un poco cúmulos, como sabrosas pilas de mantecado, y «Pero ya se soltará —pensó—. Con seguridad «¡Cristo! ¡No sabía que fuera tan grande!»
de sal. Y no sé si el sol secará o pudrirá lo que me más arriba se veían las tenues plumas de los ci- que se le quitará el calambre para que pueda ayu- —Sin embargo, lo mataré —dijo—. Con toda
queda. Por tanto, será mejor que me lo coma todo rros contra el alto de septiembre. dar a la mano derecha. Tres cosas se pueden su gloria y su grandeza.
aunque no tengo hambre. El pez sigue tirando —Brisa ligera —dijo—. Mejor tiempo para mí considerar hermanas: el pez y mis dos manos. «Aunque es injusto —pensó—. Pero le demos-
firme y tranquilamente. Me comeré todo el bo- que para ti, pez. Tiene que quitársele el calambre.» El pez había traré lo que puede hacer un hombre y lo que es
nito y entonces estaré preparado.» Su mano izquierda estaba todavía presa del ca- demorado de nuevo su velocidad y seguía a su capaz de aguantar.»
—Ten paciencia, mano —dijo—. Esto lo hago lambre, pero la iba soltando poco a poco. ritmo habitual. —Ya le dije al muchacho que yo era un hom-
por ti. «Detesto el calambre —pensó—. Es una trai- «Me pregunto por qué habrá salido a la superfi- bre extraño —dijo—. Ahora es el momento de
«Me gustaría dar de comer al pez —pensó—. ción del propio cuerpo. Es humillante ante los cie —pensó el viejo—. Brincó para mostrarme lo demostrarlo.
Es mi hermano. Pero tengo que matarlo y cobrar demás tener diarrea producida por envenenamien- grande que era. Ahora ya lo sé —pensó—. Me gus- El millar de veces que lo había demostrado no
fuerzas para hacerlo.» Lenta y deliberadamente to de ptomaínas o vomitar por lo mismo. Pero el taría demostrarle qué clase de hombre soy. Pero significaba nada. Ahora lo estaba probando de
se comió todas las tiras en forma de cuña del pes- calambre lo humilla a uno, especialmente cuan- entonces vería la mano con calambre. Que piense nuevo. Cada vez era una nueva circunstancia y
cado. do está solo. que soy más hombre de lo que soy, y lo seré. Qui- cuando lo hacía no pensaba jamás en el pasado.
Se enderezó, limpiándose la mano en el pantalón. «Si el muchacho estuviera aquí podría frotar- siera ser el pez, con todo lo que tiene, frente a mi «Me gustaría que se durmiera y poder dormir
—Ahora —dijo—, mano, puedes soltar el se- me la mano y soltarla, desde el antebrazo —pen- voluntad y mi inteligencia solamente.» yo, y soñar con los leones —pensó—. ¿Por qué,
dal. Yo sujetaré al pez con el brazo hasta que se só—. Pero ya se soltará.» Se acomodó confortablemente contra la ma- de lo que queda, serán los leones lo principal? No
te pase esa bobería. Luego palpó con la mano derecha para cono- dera y aceptó sin protestar su sufrimiento. Y el pienses, viejo —se dijo—. Reposa dulcemente con-
Puso su pie izquierdo sobre el pesado sedal que cer la diferencia de tensión en el sedal; después pez seguía nadando sin cesar, y el bote se movía tra la madera y no pienses en nada. El pez traba-
había aguantado la mano izquierda y se echó ha- vio que el sesgo cambiaba en el agua. Seguidamen- lentamente sobre el agua oscura. Se estaba levan- ja. Trabaja tú lo menos que puedas.»
cia atrás para llevar con la espalda la presión. te, al inclinarse contra el muslo, vio que cobraba tando un poco de oleaje con el viento que venía Estaba ya entrada la tarde y el bote todavía se
—Dios quiera que se me quite el calambre un lento sesgo ascendente. del este, y al mediodía la mano izquierda del vie- movía lenta y seguidamente. Pero la brisa del este
—dijo—. Porque no sé qué hará el pez. —Está subiendo —dijo—. Vamos, mano. Ven, jo estaba libre del calambre. contribuía ahora a la resistencia del bote, y el viejo
«Pero parece tranquilo —pensó—, y sigue su te lo pido. —Malas noticias para ti, pez —dijo, y movió el navegaba suavemente con el ligero oleaje, y el es-
plan. Pero, ¿cuál será su plan? ¿Y cuál es el mío? El sedal se alzaba lenta y continuamente. Lue- sedal sobre los sacos que cubrían sus hombros. cozor del sedal en la espalda le era leve y llevadero.
El mío tendré que improvisarlo de acuerdo con go la superficie del mar se combó delante del bote Estaba cómodo, pero sufría, aunque era inca- Una vez, en la tarde, el sedal empezó a alzarse
el suyo, porque es un pez muy grande. Si brinca, y salió el pez. Surgió interminablemente y mana- paz de confesar su sufrimiento. de nuevo. Pero el pez siguió nadando a un nivel
podré matarlo. Pero no acaba de salir de allá aba- ba agua por sus costados. Brillaba al sol, y su ca- —No soy religioso —dijo— Pero rezaría diez ligeramente más alto. El sol le daba ahora en el
jo. Entonces, seguiré con él allá abajo.» beza y lomo eran de un púrpura oscuro, y al sol padrenuestros y diez avemarías por pescar este pez, brazo y el hombro izquierdos y en la espalda.
Se frotó la mano que tenía calambre contra el las franjas de sus costados lucían anchas y de un y prometo hacer una peregrinación a la Virgen del Por eso sabía que el pez había virado al nordeste.
pantalón y trató de obligar los dedos. Pero éstos tenue color azul-rojizo. Su espada era tan larga Cobre si lo pesco. Lo prometo. Ahora que lo había visto una vez, podía ima-
se resistían a abrirse. «Puede que se abra con el como un bate de béisbol, yendo de mayor a me- Comenzó a decir sus oraciones de modo mecá- ginárselo nadando en el agua con sus purpurinas
sol —pensó—. Puede que se abra cuando el fuerte nor como un estoque. El pez apareció sobre el nico. A veces se sentía tan cansado que no recorda- aletas pectorales desplegadas como alas y la gran
bonito crudo haya sido digerido. Si la necesito, la agua en toda su longitud, y luego volvió a entrar ba la oración, pero luego las decía rápidamente, para cola erecta tajando la tiniebla. «Me pregunto cómo
abriré cueste lo que cueste. Pero no quiero abrir- en ella dulcemente, como un buzo, y el viejo vio que salieran automáticamente. «Las avemarías son podrá ver a tanta profundidad —pensó—. Sus ojos
la ahora por la fuerza. Que se abra por sí misma y la gran hoja de guadaña de su cola sumergiéndo- más fáciles de decir que los padrenuestros», pensó. son enormes, y un caballo, con mucho menos
que vuelva por su voluntad. Después de todo, abusé se, y el sedal comenzó a correr velozmente. —Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor ojo, puede ver en la oscuridad. En otro tiempo
mucho de ella de noche cuando era necesario sol- —Es dos pies más largo que el bote —dijo el es contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres, y yo veía perfectamente en la oscuridad. No en la
tar y empatar los varios sedales.» viejo. El sedal seguía corriendo veloz pero gra- bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, tiniebla completa. Pero veía casi como los gatos.»

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